Desde el fin de la primera Pascua hasta la prisión de San Juan Bautista – Sección 5

XVDI
L0s discípulos se reúnen con Jesús
Mientras Jesús hablaba con los samaritanos a las puertas de la ciudad,
llegaron los demás discípulos, entre ellos Pedro. Éstos habían
tomado otra dirección en la mañana, quizás para
arreglar o encargar algo. Pedro como los demás estuvieron bastante
extrañados de que hablara tanto tiempo con esos samaritanos. Se sentían
contrariados porque desde su niñez habían oído que no debían tratar con ese
pueblo y se habían acostumbrado. Estaban tentados de escandalizarse por
esto. Pensaban en el cansancio del día anterior y de anteayer, en las burlas y
sornas, en la carencia de todo lo más necesario que habían sufrido. Habían
visto todo cuanto las mujeres de Betania habían prometido y esperaban que
las cosas mejoraran. Ahora presenciaban esta conversación con los
samaritanos, y entonces pensaban que no sería extraño que no fueran bien
recibidos en otras partes adonde llegaran. Tenían siempre en la cabeza
extrañas ideas y pretensiones humanas sobre el reino que fundaría Jesús en
la tierra, y suponían que si todo esto se llegase a saber en Galilea, serían
burlados. Pedro había hablado mucho en Samaria con aquel joven que debía
ser recibido como discípulo; pero éste no acababa de decidirse. Pedro habló
de ello a Jesús.
Jesús caminó con ellos como media hora en torno de la ciudad, al Noreste, y
descansaron bajo los árboles. Les habló Jesús de la cosecha, y dijo: «Hay un
proverbio que vosotros también usáis: Aún cuatro meses y viene la
cosecha». Los haraganes quieren diferir siempre el trabajo; les dijo que
mirasen los campos ya blanqueando para la cosecha. Se refería a los
samaritanos y a todos los otros, que estaban maduros para recibir sus
enseñanzas. Ellos, los discípulos, estaban llamados a la cosecha, aunque no
habían sembrado, sino los profetas, Juan Bautista y Él mismo. Quien
cosecha recibe la paga y junta los frutos para la vida eterna; de modo que el
sembrador y el cosechador se alegran igualmente. «Aquí entra el refrán: Uno
es el que siembra y otro el que cosecha. Yo os he mandado cosechar lo que
no habéis sembrado; otros han trabajado y vosotros entráis en su trabajo».
Estas cosas les dijo para darles ánimo para el trabajo.
Descansaron poco tiempo y luego se dispersaron. Quedaron con Jesús
Andrés, Felipe, Saturnino y Juan; los otros se dirigieron hacia Galilea, entre
Thebez y Samaria. Jesús caminó con sus discípulos, dejando a Sichar a su
derecha, a una hora hacia el Sudeste de un campo donde había unas veinte
casitas de pastores dispersas. En una casa más grande le esperaban María
Santísima, María Cleofás, la mujer de Santiago el Mayor y dos de las
viudas. Habían estado todo el día aquí, habían traído alimento y pequeños
frascos de bálsamo. Prepararon una comida.
Jesús al ver a su Madre le tendió ambas manos. Ella inclinó su cabeza
delante de Él; las mujeres saludaron, inclinándose y poniendo las manos
sobre el pecho. Delante de la casa había un árbol y allí tomaron algún
alimento. Entre los pastores vivían los padres de aquel joven que Jesús llevó
consigo. después de la resurrección de Lázaro, en su viaje a la Arabia y a
Egipto. Esta gente había acompañado al cortejo de los tres Reyes hasta
Belén. Algunos se quedaron en el país a raíz del apresurado viaje de los
Reyes y se casaron con hijas de pastores que vivían en los valles de Belén.
Estas viviendas de pastores se extienden por los valles y desfiladeros hasta
Belén. La gente del lugar cultivaba también la heredad de José que habían
alquilado a los siquemitas. Estaban reunidos aquí muchos de ellos; no eran
samaritanos.
María Santísima rogó a Jesús que curase a un niño estropeado traído por
pastores vecinos que ya habían pedido su intercesión. Esto acontecía con
frecuencia y era conmovedor ver cuando María rogaba a Jesús. Jesús hizo
que le trajesen al niño y los padres lo trajeron sobre una camilla delante de
la casa: era un niño de unos nueve años. Jesús exhortó a los padres, y como
se mostrasen algo retraídos, se adelantaron los discípulos a Jesús. Habló al
niño y se inclinó un tanto hacia él; luego lo tomó de la mano y lo levantó. El
niño se alzó de su camilla y corriendo se echó en brazos de sus padres, los
cuales después. con el niño, se echaron de rodillas delante de Jesús. Todos
estaban llenos de contento y Jesús les dijo que alabasen a su Eterno Padre.
Enseñó algún tiempo más a los pastores reunidos y comió con los discípulos
el alimento preparado por las mujeres. bajo las ramas de un grueso árbol que
había delante de la casa. María estaba con las otras mujeres sentadas aparte
al extremo de la mesa. Creo que éste sería una de esos albergues que
adquirían las santas mujeres de Cafarnaúm para los viajes de Jesús.

XIX
Dina y la gente de Sichar acuden a ver a Jesús
Se acercaron, algo cohibidas. algunas personas de Sichar con Dina, la
samaritana. No se atrevían a aproximarse en seguida porque no
acostumbraban a tratar con estos pastores judíos. Dina se acercó la primera
y habló con María y las otras mujeres. Jesús, después de la comida, se
despidió de las mujeres. que se dispusieron en seguida a volver a Galilea,
adonde irá también Jesús pasado mañana. Jesús, pues, con Dina y los
demás, se dirigió a Sichar. Dicha ciudad no es grande, pero tiene anchas
calles y grandes palacios. La casa de oración está más adornada
exteriormente que las sinagogas de los judíos. Las mujeres de Samaria no
son tan retraídas como las de Judea y tratan más con los hombres. Apenas
llegó Jesús a Sichar, le rodeó una gran multitud de gente. No entró en su
sinagoga, sino que fue enseñando de un punto a otro en las calles y en un
lugar donde había una tribuna. En todos estos lugares la afluencia de la
gente era grande; estaban muy contentos de que el Mesías hubiese llegado
hasta ellos.
Dina, aunque muy conmovida y vuelta en sí misma, está ahora en primera
fila, más cerca de Jesús entre las mujeres. Se la considera ahora con más
atención por haberse encontrado con el Mesías la primera. Mandó al hombre
que vive con ella a Jesús, el cual le dijo pocas palabras de exhortación. El
hombre estuvo muy compungido y avergonzado de sus pecados delante de
Jesús. Jesús no se quedó mucho tiempo en Sichar y salió por la puerta
opuesta, y enseñó delante de la ciudad y en varios puntos, en casas y huertas
extendidas por largo trecho fuera de la ciudad. Permaneció luego más de
media hora en un albergue y prometió enseñar dentro de ella al día
siguiente. Cuando volvió a Sichar enseñó todo el día desde el sillón de
enseñanza, y afuera, sobre colinas, y. por la noche, otra vez en el albergue.
Se habían reunido gentes de todas partes que iban de un lado a otro donde
hablaba Jesús. Decían: «Ahora habla allí, ahora habla más allá». El joven de
Samaria oyó también la enseñanza de Jesús, pero no se acercó a hablar con
Él en particular. Dina es siempre la primera y pasa entre la multitud para
acercarse a Jesús. Está muy atenta, muy conmovida y muy seria. Ha hablado
de nuevo con Jesús y quiere separarse en seguida del hombre. Quiere
emplear todos sus bienes, de hoy en adelante, para la comunidad, según la
voluntad del Señor. Jesús le dijo como debía hacerlo. Mucha gente,
conmovida, decía a la mujer: «Tú has dicho bien; ahora le hemos oído
nosotros mismos: Él es el Mesías». La buena Dina está ahora muy contenta
y muy seria y es bien vista. Yo la he querido desde el primer momento.
Jesús habló de la prisión de Juan, de la persecución de los profetas, del
Precursor, del preparador de sus caminos, del Hijo enviado a la viña a
quien habrán de matar. Aquí dijo más claramente que el Padre le había
enviado. Habló también de las cosas que le había dicho a la mujer junto al
pozo de Jacob, de las aguas vivas, del monte Garizim, de que la salud viene
de los judíos, de la proximidad del reino y del juicio, del castigo de los
malos trabajadores que mataron al Hijo del dueño de la viña. Muchos
preguntaron donde debían hacerse bautizar. ya que sabían que Juan había
sido apresado. Jesús les dijo que los discípulos de Juan siguen bautizando
detrás del Jordán, en Ainon, y que así, hasta que Él mismo vaya, se bauticen
allá. En el mismo día salieron muchos para hacerse bautizar. Al día
siguiente enseñó Jesús en el albergue, sobre las colinas y donde había
pueblo, trabajadores y aún esclavos, que eran aquéllos que ya había visto en
el campo de los pastores en Betharaba y que había consolado. Estaban
presentes muchos espías mandados por los fariseos de los alrededores.
Escuchaban con enojo todas sus enseñanzas, bajaban la cabeza o la
arrimaban junto al vecino y murmuraban con sorna. No se atrevían, empero,
a interrumpirle, y Jesús ni los miraba siquiera. Varios maestros de Samaria y
otras personas presentes, escuchaban tiesos y malhumorados su enseñanza.

XX
Jesús en la ciudad de Ginnim
Cuando Jesús con cinco discípulos abandonó el albergue de Sichar
marchó en dirección de la ciudad de Ginnim, dejando a Thebez a su
derecha y a Samaria a su izquierda, a una distancia de seis horas de camino,
en un valle sobre los límites de Galilea y Samaria. Llegaron entrada la
noche, con los vestidos ceñidos, a la ciudad de Ginnim y entraron en
seguida en la sinagoga, porque comenzaba el sábado. Los otros discípulos
enviados ya estaban allí. Salidos de la sinagoga fueron todos a una casa de
Lázaro sobre una altura, no lejos de la pequeña ciudad de Thirza. Allí había
estado ya Jesús hospedado y allí mismo se habían refugiado José y María en
su viaje a Belén. El guardián, hombre anciano, de antiguo temple, tenia
muchos hijos. Pasaron allí la noche. Esta posesión de Lázaro está como a
tres cuarto de hora de Ginnim. Las santas mujeres habían pernoctado en
Thebez, después de haber salido de Sichar. Se hacia el día anterior al sábado
un ayuno por causa de las murmuraciones de Israel contra Moisés. El
sábado enseñó Jesús en la sinagoga.
La lectura trató de la travesía del desierto por los Israelitas, de la repartición
de la tierra de Canán y del profeta Jeremías. Jesús explicó todo esto
aplicándolo a la proximidad del reino de Dios. Habló de la murmuración de
los hijos de Israel en el desierto y cómo podían haber tomado un camino
mucho más corto a través del desierto si hubiesen observado los
Mandamientos que Dios les había dado en el Sinaí; por sus pecados eran
rechazados siempre e impedidos de llegar, y los murmuradores murieron en
el desierto. Explicó que aún ahora están caminando en el desierto y que
morirían allí si murmuraban contra el reino de Dios que está cerca, y que es
también el último aviso e invitación de Dios. Su vida era como el caminar
en el desierto; debían tomar el camino más corto para entrar en el reino de
Dios prometido, que se les mostraba. Dijo también cómo los hijos de Israel,
no conformes con el gobierno de Samuel, gritaron pidiendo rey, y como
obtuvieron a Saúl. Ahora que las profecías se han cumplido y que el cetro
salió de Israel, por sus pecados, piden de nuevo un rey para la restauración
de su reino. Dios les envía a un Rey, a su propio Rey, como el Señor de la
viña envió a su propio Hijo después que sus criados y enviados habían sido
muertos por los viñateros infieles. De la misma manera tratarán a este Rey,
desechándolo y dándole muerte. Enseñó sobre la piedra angular del salmo,
que los edificadores echaron a un lado, y lo explicó refiriéndolo al Hijo del
Señor de la viña. Habló del castigo que vendría sobre Jerusalén: que el
templo no existiría ya y Jerusalén no sería reconocida. Se refirió también a
Elías y a Elíseo.

Había entre los oyentes once fariseos empedernidos que querían disputar
con Jesús. Tenían en sus manos rollos de Escritura y preguntaban qué
significaba que Jonás hubiera estado tres días en el vientre de la ballena.
Jesús les contestó: «Así estará tres días descansando en el sepulcro vuestro
Rey, el Mesías; descenderá al seno de Abraham y volverá a resucitar». Los
fariseos se echaron a reir sobre esta explicación. Después se adelantaron tres
fariseos y dijeron: «Reverendo Rabí, Tú hablas siempre del próximo
camino; dinos cuál es ese nuevo camino». Simulaban respeto y eran
hipócritas. Jesús les contestó: «¿Conocéis los Diez Mandamientos del
Sinaí?» Respondieron: «Sí, los conocemos». «Guardad el primero de ellos y
amad a vuestro prójimo como a vosotros mismos; no impongáis a los
subordinados cargas pesadas y preceptos que vosotros mismos no observáis.
Este es el camino». Contestaron: «Esto lo sabíamos también nosotros». Jesús
replicó: «En que vosotros lo sabéis y no lo practicáis, ahí está vuestra culpa,
por la cual seréis castigados». Les echó en cara que imponían muchas cosas
al pueblo que ellos mismos no cumplían, ni siquiera los preceptos, cosa que
sucedía precisamente en esa ciudad. Habló del significado del traje de los
sacerdotes, según los designios de Dios dados a Moisés y cómo ellos no
cumplían lo que estos trajes indicaban, y en cambio añadían muchas cosas
exteriores y superfluas. Los fariseos estaban muy irritados, pero nada
pudieron hacer contra Él. Algunas veces decían entre si: «¿Y Éste es el
profeta de Nazaret, el hijo del carpintero?» La mayoría de los fariseos
abandonaron la sinagoga antes que terminara Jesús la explicación. Uno solo
permaneció hasta el final , e invitó a Jesús y a sus discípulos a una comida.
Era mejor que los otros; con todo, era también espía. Habían traído algunos
enfermos delante de la puerta de la sinagoga. y los fariseos pidieron a Jesús
que los sanase, para ver una prueba. Jesús no sanó allí a los enfermos y les
dijo a los fariseos: «Vosotros no queréis creer y por eso no tendréis tampoco
la señal». Precisamente querían ellos que sanase en sábado para poder
acusarlo. Cuando hubo terminado el sábado, los discípulos de Galilea
marcharon, la mayor parte de ellos a sus casas. Jesús fue con Saturnino y
otros dos discípulos a la posesión de Lázaro. Conmovedor fue ver aquí
cómo Jesús hizo una instrucción, primero a los niños del cuidador y de
otros más que se reunieron, y después otra instrucción a las niñas. Les habló
de la obediencia a los padres y del respeto que deben a los ancianos. «El
Padre celestial, dijo, os ha dado padres; si honráis a vuestros padres, honráis
también al Padre celestial». Les habló también sobre los hjjos de Jacob y los
hijos de Israel, que habían murmurado y no pudieron entrar en la tierra
prometida; y esa tierra era tan buena. Les mostró los hermosos árboles y los
frutos del jardín, y habló del reino del cielo que se nos ha prometido si
cumplimos los mandamientos de Dios. Añadió que el cielo era mucho más
hermoso; que la tierra mejor era, en su comparación, como un desierto. Les
mandó que fuesen obedientes y recibieran agradecidos todo lo que Dios les
mandase; que no murmurasen para poder entrar en el cielo; que no dudasen
de su hermosura. como los israelitas en el desierto; que creyesen que era
mucho mejor de lo que aquí lo más hermoso podía ser. Les dijo que no
olvidasen nunca estas cosas y procurasen merecer ese cielo con las obras de
cada día y el trabajo. En esta enseñanza tenia Jesús a los más pequeños
delante de su Persona; a algunos los alzó y los estrechó a su pecho, o los
abrazaba de a dos en sus brazos.

XXI
Jesús y el cadáver del fariseo de Atharot
Desde la propiedad de Lázaro fue Jesús con sus tres discípulos de
nuevo al Sudeste, a unas cuatro horas más atrás, hacia la población de
Atharot situada sobre una altura, ciudad de saduceos. Los saduceos de esta
localidad habían perseguido, junto con los fariseos de Gennebris, a los
discípulos, después de la Pascua: a algunos los habían tomado presos y
molestado con interrogatorios. Algunos de ellos habían estado también en
Sichar espiando las enseñanzas de Jesús, especialmente cuando reprochó la
dureza de los fariseos y saduceos contra los samaritanos. Desde entonces
habían planeado tentar a Jesús y le habían pedido que celebrara el sábado en
Atharot. Jesús, que conocía sus intenciones, se dirigió a Ginnim. Los
saduceos se entendieron con los fariseos de Ginnim y le enviaron
mensajeros el sábado por la mañana, que dijeran: «Él había hablado tan bien
del amor al prójimo; que uno tiene que amar a su prójimo como a sí mismo;
por eso le rogaban viniese a Atharot para sanar a un enfermo. Si hacía este
prodigio querían ellos, como también los fariseos de Ginnim, creer en Él y
esparcir sus enseñanzas en toda la comarca».
Jesús conocía su maldad y la trampa que maquinaban contra Él, sirviéndose
de un hombre que estaba ya desde algunos días inmóvil y muerto; pero ellos
afirmaban, contra los habitantes de la ciudad, que ese hombre estaba sólo
fuera de sí. Su misma mujer no sabía que en realidad estaba muerto. Si
Jesús lo hubiera resucitado. ellos habrían dicho que en realidad no estaba
muerto. Salieron al encuentro de Jesús y lo llevaron delante de la casa de
aquel hombre, que había sido uno de los principales saduceos y que
mayormente se había ensañado contra los discípulos de Jesús. Lo sacaron
fuera sobre una camilla a la calle por donde venía Jesús. Había allí unos
quince saduceos y todo el pueblo permanecía en expectativa. El cadáver
presentaba un hermoso aspecto: lo habían desentrañado y embalsamado para
engañar a Jesús.
Jesús, al verlo, dijo: «Este hombre está muerto y muerto quedará». Ellos
replicaron que estaba sólo fuera de sí, en éxtasis, y que si estaba muerto
ahora, es porque habría muerto en este momento. Jesús respondió: «Este
hombre ha negado la resurrección y no ha de resucitar aquí. Vosotros lo
habéis embalsamado con especies; pero, mirad con qué especies: descubrid
su pecho». Entonces vi que uno de ellos abrió el pecho del muerto, como si
fuese una válvula y salieron multitud de gusanos repugnantes que se
agitaban allí adentro. Los saduceos se irritaron sobremanera, pues Jesús
declaró también sus pecados y sus delitos públicamente, y que esos gusanos
eran los gusanos de su mala conciencia, que él había sabido encubrir y que
ahora devoran su corazón. Les reprochó descubriendo su hipocresía y
engaño, y habló duramente de los saduceos y del juicio sobre Jerusalén y
sobre todos aquellos que no reciben la salud que ha venido. Ellos llevaron
prontamente al muerto a su casa y se suscitó allí un desorden y un tumulto
espantoso. Cuando Jesús y sus discípulos pasaron por la puerta de la ciudad,
la chusma, soliviantada, les tiraba piedras: el haber descubierto los gusanos
del muerto y la maldad de los saduceos los había irritado grandemente.
Entre tantos malos había algunos buenos que lloraban. Vivían en una de
esas calles algunas mujeres con flujo de sangre, que creían en Jesús, y
rogaban desde lejos, puesto que no podían acercarse a Jesús. Él pasó,
sabiéndolo. por esa calle. y cuando hubo pasado, las mujeres caminaban
sobre sus huellas y las besaban. Jesús las miró y quedaron sanas de su
enfermedad.
Jesús anduvo tres horas hasta una colina cerca de Engannim, casi en la
misma dirección de Ginnim, pero algunas horas más al Este, en un valle. Es
esta la línea recta de Nazaret, a través de Endor y Naím. De Naím está como
a siete horas. Jesús pasó la noche en esa colina, donde algunos discípulos de
Galilea le salieron al encuentro; pernoctaron en el salón de un albergue
abierto, después de haber comido algo. Estaban allí Andrés, Natanael el
novio de Cana y dos criados del jefe de Cafarnaúm. Estos pedían
constantemente diciendo que el hijo del jefe estaba enfermo, que se
apresurase en ir allá. Jesús les dijo que llegaría a tiempo. Este capitán
retirado era un gobernador de Herodes Antipas sobre una parte de Galilea.
Era de buen natural y había defendido a los discípulos en la última
persecución de los fariseos y les había ayudado con dinero y alimentos. No
era del todo creyente. aunque pensaba que Jesús podía obrar milagros.
Deseaba mucho la venida de Jesús, ya sea por la salud de su hijo como
también para avergonzar a los fariseos. Deseaba que Jesús hiciese el
milagro, y también los discípulos lo deseaban. Éstos se habían entendido
con el jefe, diciendo: «Tendrán los fariseos que ver … Ya tendrán que
escandalizarse … Verán entonces quien es Aquel a quien seguimos». Por esto
habían Andrés y Natanael aceptado el mensaje. Jesús sabía de todo lo
convenido. Enseñó todavía la mañana del viaje. Los dos criados del capitán,
que eran paganos, se convirtieron y volvieron con Andrés y Natanael a
Cafarnaúm, llevando comida consigo.

XXII
Jesús en Engannim
Desde el albergue sobre la colina anduvo Jesús con Saturnino y con un
hijo de una hermana de la madre del novio de Caná y un hijo de la
viuda de Obed, de Jerusalén. joven de unos diez y seis años. y dirigióse a la
cercana ciudad de Engannim. Tenía aquí algunos parientes de la familia de
Ana, que eran esenios. Esta gente recibió a Jesús muy humilde y muy
amablemente. Vivían en una parte separada de la ciudad y su vida era casta;
había muchos sin casarse y haciendo vida en común, como en un convento.
A pesar de todo ya no reinaba tampoco allí el rigor de los antiguos tiempos:
vestían como los demás e iban a la escuela con los otros. Mantenían en la
ciudad una especie de hospital donde se reunían muchos enfermos y pobres
de todas las sectas y eran allí alimentados en largas mesas. Recibían a todos
los que se presentaban y los instruían y mejoraban. En la sala del hospital
ponían si había uno malo entre dos buenos para que éstos lo aconsejasen y
mejorasen. Jesús entró en este hospital y sanó a algunos de los enfermos. En
la sinagoga enseñó todo el día. Había acudido muchísima gente de los
alrededores. Venían por grupos y se turnaban en la sinagoga. porque no
cabían todos adentro. Un grupo salía y otro entraba. Aquí enseñó sin
amenazas, como en el camino, porque la gente era buena. Sucedió como al
presente: cada pueblo tenía un modo diverso, según las ideas de los
sacerdotes y principales del lugar. Jesús les dijo que cuando terminara de
enseñar, iba a sanar los enfermos. Habló de la proximidad del reino y de la
llegada del Mesías. Por las Escrituras de todos los profetas les iba señalando
que el tiempo había llegado. Habló de Elías y de lo que dijo y de lo que vio
y nombró la cuenta de los años conforme lo había visto, añadiendo que Elías
había erigido en una gruta un altar para honrar a la futura Madre del Mesías.
Describió el tiempo presente. que no podía ser otro, que el cetro de Judá
había pasado a manos extrañas y recordó también la venida de los Reyes
Magos. Hablaba del Mesías, en general, como si hablara de una tercera
persona y no se nombró a Sí mismo ni a su Madre. Habló también de la
compasión y del buen trato de los samaritanos, y contó la parábola del
samaritano, pero no nombró a Jericó. Añadió que Él mismo había
experimentado como son de compasivos en el trato con los judíos, al
contrario de lo que son los judíos con ellos. Contó la historia de la
samaritana que le dio agua, cosa que un judío quizás no hubiera hecho con
un samaritano y con qué miramientos lo habían recibido. Habló del castigo
y del juicio contra Jerusalén y de los publicanos, de los cuales había algunos
en este lugar.

Cuando Jesús enseñaba en la sinagoga le traían enfermos de todas partes de
la ciudad. Los habían estacionado por las calles donde tenía que pasar, en
camillas y en otras formas, a lo largo de las casas; sobre algunos habían
tendido tiendas como techos y los parientes estaban allí atendiéndolos.
Habían ordenado que los enfermos estuviesen juntos los de una y otra clase.
Parecía aquello un mercado de miserias humanas. Jesús salió fuera, después
de la enseñanza, y recorrió las filas de los enfermos que le pedían
humildemente la salud, y entre enseñanzas y exhortaciones sanó a unos
cuarenta de ellos, baldados, ciegos, mudos, afiebrados, gotosos, con flujo de
sangre. No he visto aquí a ningún endemoniado. Enseñó todavía sobre una
colina de la ciudad, porque la multitud era muy grande; la avalancha se hizo
al fin tan avasalladora que subían sobre los techos y las paredes y hasta
cayeron algunas de ellas.
Cuando se produjo este desorden, se perdió Jesús entre la multitud, salió de
la ciudad y tomando un camino lateral a través de la montaña, pronto se
encontró solo. Los tres discípulos lo estuvieron buscando y lo encontraron
por la noche cuando estaba en oración. Como le preguntaran qué debían
rezar mientras rezaba Él, Jesús les repitió algunas peticiones cortas del
Padre Nuestro: «Santificado sea tu nombre. Perdónanos nuestras deudas,
como nosotros perdonamos y líbranos del mal». Añadió: «Orad así, por
ahora, y hacedlo también».
Les comentó admirablemente estas peticiones. Ellos lo hacían así siempre
que Jesús caminaba solo, repitiendo esas preces. Veo que tienen ahora
siempre algunos alimentos en sus bolsas, y cuando ven a otros viajeros que
pasan cerca o lejos, ellos, siguiendo el mandato de Jesús, los llaman o los
siguen y reparten su alimento, especialmente si son pobres y necesitan de
algo que ellos llevan.
Engannim es una ciudad de levitas y está situada en la bajada de un valle que
corre hacia Jezrael a través de una zarpa de la larga falda de la montaña. En el
valle corre el río hacia el Norte. Los habitantes se ocupan de tejer y teñir
vestidos para los sacerdotes y hacen borlas y franjas de seda y botones de todas
clases que cuelgan de esas vestiduras. Las mujeres cosen y arreglan esos vestidos.
El pueblo es bueno y bien dispuesto.

XXIII
Jesús entra en la ciudad de Naim
Jesús pasó por las ciudades de Jezrael y Endor, sin entrar y hacia el
mediodía llegó a Naím y entró, sin llamar la atención, en un albergue
fuera de la ciudad. La viuda de Naim, que era hermana de la mujer de
Santiago el Mayor, supo por Andrés y por Natanael de su próxima venida y
mandó que le esperasen. Llegó, pues, con otra viuda al albergue de Jesús, y,
veladas, se echaron a sus pies. La viuda de Naim rogó al Señor quisiera
recibir el ofrecimiento de la otra viuda que ofrecía todo lo suyo y lo ponía
en la caja de las santas mujeres para cuidar a los discípulos y para los
pobres, y ella misma quedaba a disposición de la comunidad. Jesús recibió
el ofrecimiento de la viuda y consoló y exhortó a ambas. Traían también
alimentos de regalos que recibieron los discípulos. La viuda les dio además
dinero que enviaron a las mujeres de Cafarnaúm para el sostenimiento de la
comunidad. Jesús descansó aquí con los discípulos, pues habíase fatigado
mucho el día anterior enseñando y sanando a los enfermos y había hecho
siete horas a pie.
La viuda recién recibida presentóle a otra mujer, de nombre María, que
también quería dar todo lo suyo. Jesús le dijo que lo guardara para más
adelante, que sería más necesario. Esta mujer era en verdad una adúltera y
había sido despedida por su infidelidad por su marido, un rico comerciante
de Damasco.
Había oído esta mujer hablar de la bondad de Jesús para con los pecadores;
estaba muy conmovida. y no tenía otro deseo ahora que hacer penitencia y
encontrar gracia y perdón. Fue a buscar a Marta. con la cual tenía lejano
parentesco, reconoció sus culpas y pidió intercedieran por ella con María, la
Madre de Jesús: y entregó a Marta una parte de sus bienes. Marta, Juana
Chusa y Verónica tomaron a pecho la petición de esta mujer y la llevaron a
Cafarnaúm. donde estaba María. María la miró seriamente, a cierta
distancia. La mujer clamaba con grande llanto y decía: «¡Oh Madre del
Profeta, ruega a tu Hijo por mí, para que yo encuentre perdón delante de
Dios!» Estaba poseída a intervalos de un demonio mudo, y cuando le venían
ataques se arrojaba al fuego o al agua, y no le era posible pedir ayuda.
Cuando volvía en sí, lloraba, arrepentida, arrinconada en algún ángulo de la
casa. María envió un mensajero a Jesús pidiendo por ella y Jesús contestó
que llegaría el tiempo en que ayudaría a esa mujer.