Visita a los lugares donde vivió

En la Semana Santa de 2019 hemos realizado una visita a Coesfeld y Dülmen, ciudades de Renania del Norte-Westfalia (Alemania) en las que se hallan los principales lugares donde transcurrió la vida de Ana Catalina Emmerick, así como también se encuentra su tumba y monumento funerario. A continuación mostramos imágenes de estos lugares, y tratamos de relacionarlos con los hechos que ella relató había vivido en ellos.

La casa natal de Ana Catalina Emmerick

La casa natal de Ana Catalina Emmerick se haya en Flamschen, una zona del municipio de Coesfeld. En la actualidad la vivienda está en gran parte habitada, pero conserva la parte trasera como museo y puede ser visitado.

En las cercanías de la vivienda, una sencilla imagen de la Virgen y el niño nos recuerda que se trata de un lugar especial (1ª foto). El interior de la vivienda puede ser visitado si se concierta cita, y allí nos encontramos con las habitaciones donde transcurrieron los primeros años de la vida de Ana Catalina. Puede verse la habitación de los devotos y humildes padres de Ana Catalina, en la que ella nació (2ª foto). Recordemos que ella era la 5ª de 9 hermanos, y sus padres, campesinos que no eran dueños de sus tierras, vivían en lo que podía considerarse pobreza.

Puede verse también la habitación donde ella aprendió a coser, en la que figura una réplica de la cruz de Coesfeld (conocida cruz, de 3 metros de alto, elaborada en el siglo XIV, que se halla en la iglesia de San Lamberto de Coesfeld). Llama la atención un pequeño oratorio portátil con imágenes de la Virgen y el niño, que ella utilizó (3ª y 4ª fotos). Según nos comentaron, algunas de las figuras habían sido talladas por ella.

Se muestran también objetos que ella usó, como una caperuza y un paño que usaba para la frente. También se pueden observar réplicas de varias cartas que ella escribió (5ª y 6ª fotos).

En nuestra visita a Dülmen tuvimos la fortuna de contactar por casualidad con un campesino de una de las casas cercanas, que guardaba en su casa objetos de Ana Catalina: un pañuelo y un medallón con una imagen del niño Jesús. Según creímos entender, nos dijo que estaba emparentado con ella (7ª foto).

Ana Catalina relató a Brentano varios episodios de su niñez que transcurrieron en esta casa, como cuando rezaba a los pocos años de edad junto a su hermano mayor por la noche (apartado 12, titulado «Cómo rezaba con su hermano» y link al mismo)


Su pila bautismal

En la Iglesia de Santiago de Coesfeld puede verse la pila bautismal donde Ana Catalina fue bautizada. Esta iglesia fue destruida durante la segunda guerra mundial y reconstruida después, pero la pila bautismal se salvó, quedando intacta. En la foto, al fondo, puede verse una imagen que rememora que fue en ella donde Ana Catalina fue bautizada.

Al contemplar esta pila, es fácil recordar el relato que hace ella misma de su bautismo, según recopiló Clemente Brentano, y que recogemos en la sección «Autobiografía» apartado número 5, llamado «Visiones de su bautismo»(link).


Iglesia de los Jesuitas de Coesfeld, hoy día iglesia evangélica de Coesfeld

Varios pasajes relevantes de la vida de Ana Catalina sucedieron en esta iglesia. Destaca sobre todos ellos una aparición de Jesús mientras estaba absorta en oración, que relata Brentano en su biografía, en el apartado «Dolores de La Pasión» (link al mismo).


Iglesia de San Lamberto, que alberga la Cruz de Coesfeld.

A esta iglesia acudía a rezar Ana Catalina Emmerick cuando era niña (3 primeras fotos). En el altar se muestra la famosa Cruz de Coesfeld, cuyas primeras referencias datan del año 1312 (4ª foto). En esta iglesia se inicia el camino del Via Crucis de Coesfeld de alrededor de 10 kilómetros que menciona Ana Catalina en varios pasajes. Seguramente destaca de entre todos los relatos que hace sobre esta iglesia aquel en el que menciona que tenía la impresión de que, tras rezar largo tiempo, el Jesús crucificado se inclinaba hacia ella (apartado 16 titulado «El vía crucis de Coesfeld» y link al mismo).

Resulta curioso comprobar como la forma de la Cruz de Coesfeld no es la habitual, en forma de «T», formada por dos maderos cruzados, sino que muestra forma de «Y». En la descripción que Ana Catalina Emmerick hace en «La amarga Pasión de nuestro Señor Jesucristo» ella ve la cruz de Jesús con forma de «Y», mientras que, curiosamente, sí ve que las cruces de los dos ladrones tenían forma de «T». Un siglo más tarde, otra conocida mística y estigmatizada Alemana, Theresa Newmann, coincidirá con Ana Catalina y también describirá la cruz de Jesús como con forma de «Y».


Antiguo convento de las Agustinas de Dülmen

Tras grandes esfuerzos y mucha incertidumbre, finalmente pudo Ana Catalina consagrarse a la vida monacal en el convento de Las Agustinas de Dülmen (foto). El convento ya no existe y sólo se conserva la torre y la arcada de la entrada.

Su vida en el convento no fue fácil y a menudo sufría la incomprensión de otras hermanas ante sus estados místicos. Lo narra ella misma en el apartado 19 de la Autobiografía titulado «Da cuenta del carácter de sus éxtasis» y en el apartado 20 «Varios casos de bilocación»(link) , donde cuenta cómo a menudo, al salir de sus éxtasis, se encontraba a sí misma en ubicaciones extrañas dentro de la iglesia.

El convento fue clausurado en 1812 debido a la invasión Napoleónica, y Ana Catalina Emmerick, ya convaleciente, tuvo que recurrir a la ayuda de sus allegados para disponer de un alojamiento.


Casa Limberg, donde vivió postrada durante varios años

Cuando el convento de Las Agustinas de Dülmen fue clausurado, Ana Catalina Emmerick pasó a residir en una habitación de la casa de la viuda Roters, en el cruce de las calles Coesfelderstrasse y Münsterstrasse. Un año después pasó a residir muy cerca, en una pequeña habitación en la parte trasera de la casa del posadero Limberg, también sita en el mismo cruce de calles. En la 1ª foto puede verse la casa del posadero Limberg en el siglo XIX, y en la 2ª foto se observa la zona en la actualidad.

En la casa de la viuda Roters se manifestaron por primera vez los estigmas en su cuerpo. Ella narra este episodio de forma clara en el apartado 17 de la sección 2 de su Autobiografía

Clemente Brentano, en la breve, hermosa y afectuosa biografía llamada «Vida de Ana Catalina Emmerick» que escribió tras su muerte, también hace alusión a este pasaje, explicando cómo otros místicos vivieron episodios semejantes (link al episodio).

Es en la casa del posadero Limberg donde el escritor romántico Clemente Brentano la conoció en 1818. Brentano, escritor fogoso, divorciado, que había adoptado el protestantismo pese a haber nacido católico, quedó tan impresionado de su encuentro que decidió quedarse a vivir en Dülmen. Ana Catalina recibió prácticamente a diario las visitas de Brentano en esta habitación hasta su muerte en 1824, visitas que sirvieron para que el escritor recopilara y transcribiera sus visiones, una tarea laboriosa, ardua e ingente, que siempre la agradeceremos.

Es inevitable recordar en este punto el pasaje en el que ella relata cómo debía comunicar sus visiones a través de una persona en concreto, Clemente Brentano, a quien ella llama «El Peregrino», porque sólo él podría hacerlo de forma fiel, sin añadir o tergiversar, y como Brentano moriría tras haber ordenado todo el trabajo, como así en efecto sucedió. Puede consultarse en el apartado 1 de la sección Autobiografía llamado «El Señor le manda comunicar sus visiones» (link al apartado).

En este otro pasaje, narra ella también como fueron sus visiones sobre Clemente Brentano antes de conocerle.


Su tumba y monumento funerario

El 9 de febrero de 1824 falleció Ana Catalina Emmerick. En 1975 sus restos fueron trasladados a la iglesia de la Santa Cruz en Dülmen. Esta iglesia, de construcción posterior a la segunda guerra mundial (fotos 1 y 2), alberga en una hermosa y sobria sala los restos de Ana Catalina para que puedan ser honrados (fotos 4 y 7). A la entrada de la sala puede verse una escultura con una réplica de la Cruz de Coesfeld (3ª foto), a cuyos pies descansan los restos del Doctor Wesener y del padre Limberg. Guillermo Wesener fue el médico y amigo de Ana Catalina, colaboró en la recopilación de sus visiones y quedó convencido de su altura espiritual cuando ella le hizo referencia a vivencias personales que nadie conocía. El padre Limberg fue su confesor.


Bajo la tumba de Ana Catalina se encuentra un pequeño museo en el que puede observarse una réplica de la habitación en la que vivió en la casa Limberg, así como muchos objetos y cartas suyos.


Es preciso recordar aquí las bellas palabras de Clemente Bretano, tras su muerte:
«Después de su muerte me acerqué a la cama; estaba recostada sobre las almohadas, del lado izquierdo; encima de su cabeza estaban colgadas en cruz, en un rincón, las muletas que le habían preparado sus amigas en una ocasión en que Ana Catalina había podido dar algunas vueltas por el cuarto. Al lado había un cuadrito al óleo representando el tránsito de la Virgen Santísima, que le había dado la princesa Salm. La expresión de su cara era sublime: estaba retratada en Ana Catalina todo una vida de sacrificios,
de paciencia y de resignación; parecía haber muerto por amor a Jesucristo en el ejercicio de alguna caridad para con los otros. Su mano derecha reposaba sobre el cobertor; una mano, a la cual Dios había dado la gracia inaudita de conocer y tocar todo lo que era santo, todo lo consagrado por la Iglesia, gracia que quizá nadie recibió en igual grado, gracia cuyos resultados podían ser incalculables con tal que se hiciera de ella un uso sabio y que sin duda no había sido dada a una mujer del campo sólo para distracción espiritual. Yo tomé por última vez esta mano marcada con signo tan venerable; este instrumento espiritual que seguía detrás del velo de la naturaleza toda sustancia santificada para reconocerla y honrarla aún en un grano de arena; esta mano bienhechora, laboriosa, que tantas veces había dado de comer al hambriento y vestido al desnudo; esta mano estaba fría y sin vida. Una gracia sobrenatural se había ido de la tierra: Dios nos había retirado la mano de su esposa, que daba testimonio, que rezaba, que sufría por la verdad. No parecía que había puesto sin objeto, con resignación, sobre su cama, esta mano, símbolo de una virtud particular, concedida por la gracia divina. Como los preparativos necesarios, que se hacían a su alrededor con grande actividad, amenazaban interrumpir la viva impresión que me causaba su semblante, salí del cuarto todo pensativo. “Si, como tantas otras santas habitantes del desierto, decía yo entre mi, hubiera muerto solitaria en un sepulcro abierto con sus manos, los pájaros, sus amigos, la hubieran cubierto de hojas y de flores; si, como tantas personas de su profesión, hubiera muerto entre las vírgenes consagradas a Dios, y hubiera sido acompañada al sepulcro por sus cuidados y su veneración, hubiera sido edificante y satisfactorio para el corazón; pero sin duda estos honores dados a sus restos no agradarían a su amor a Jesucristo, a quien deseaba parecerse también en la muerte”.