Desde el fin de la primera Pascua hasta la prisión de San Juan Bautista – Sección 4

XIV
Tratan las santas mujeres de proveer posadas para Jesús y sus discípulos

Cuando terminaron las fiestas del sábado se llevó a cabo una obra por la
cual Jesús había principalmente venido a Betania. Las santas mujeres
habían sabido con dolor que Jesús y sus discípulos habían sufrido mucha
penuria en sus viajes, especialmente en el último apresurado a Tiro, donde
les faltó lo necesario, y el mismo Jesús tuvo que comer un pedazo de pan
duro que Saturnino había alcanzado a obtener de limosna, que debió Jesús
antes ablandarlo en el agua. Las mujeres se ofrecieron para elegir en
determinados lugares albergues y posadas, y proveerlas de lo necesario, y
Jesús aceptó esta idea. Por eso también había venido Jesús hasta aquí. Como
Jesús declaró que desde ahora se proponía enseñar públicamente en todos
los lugares, se ofrecieron Lázaro y las mujeres a erigir y arreglar albergues,
ya que los judíos de los alrededores de Jerusalén, por instigación de los
fariseos, negaban a Jesús y a sus discípulos las cosas que necesitaban.
Pidieron entonces a Jesús que señalase los puntos principales de los viajes
que emprendería y el número de los discípulos que llevaría, para ordenar los
albergues que debían preparar y la cantidad de provisiones que debían
almacenar. Jesús señaló los puntos principales de sus viajes apostólicos y el
número de los discípulos que llevaría, y así se determinaron quince
albergues a erigirse y poner cuidadores de confianza, parientes o conocidos,
repartidos en todo el país, a excepción de la tierra de Chabul, cerca de Tiro y
de Sidón. Las santas mujeres se reunieron y trataron qué comarcas y qué
clase de albergues iba a tomar cada una, y se distribuyeron para buscar los
cuidadores, los utensilíos, mantas, vestidos, suelas y sandalias, quiénes
cuidarían de los mismos, de su lavado y conservación, no olvidando la
provisión de pan y alimentos. Todo esto se hizo antes, durante y después de
la comida. Marta parecía que estaba verdaderamente en su oficio. Después
se sortearían entre ellas para cubrir los gastos, y cuanto correspondería a
cada una de ellas.
Después de la comida estuvieron Jesús, Lázaro, los amigos y las santas
mujeres reunidos reservadamente en una gran sala. Jesús estaba sentado a un
lado del salón en un asiento levantado y los hombres, unos de pie, otros
sentados, en torno de Él; las mujeres estaban sentadas en otro lado de la
sala, sobre gradas cubiertas de almohadones y esteras.
Jesús enseñó sobre la misericordia de Dios para con su pueblo; cómo
enviaba un Profeta después de otro; cómo todos estos habían sido
desconocidos y maltratados, y cómo este pueblo rechazará también la última
gracia; y lo que le sucederá por eso. Como hablara largamente sobre esto,
dijeron algunos: «Señor, enséñanos esto mismo en alguna hermosa
parábola». Jesús dijo de nuevo la parábola del Rey que manda a su Hijo a la
viña, después que los viñateros hubieron matado a los enviados anteriores, y
cómo también mataron al Hijo. A continuación, como algunos hombres
habían salido de la sala, Jesús se puso a pasear de un lado a otro con
algunos. Marta, que iba y venía entre las mujeres, se acercó a Jesús y le
habló de nuevo de su hermana Magdalena. después de haber oído las cosas
que le contó Serafia, la Verónica.

XV
La parábola de la perla perdida y encontrada
Mientras Jesús se paseaba en la sala con los hombres, las mujeres se
sentaron a jugar a una especie de lotería o suerte para ver a quien le
tocaba proveer lo que habían tratado. Había allí una mesa con rollos que
tenía la forma de una estrella de cinco rayos terminada en una caja alta
como de dos pulgadas. En la parte superior de la caja, que estaba vacía y
dividida en varios compartimentos. salían de las cinco puntas hacia el medio
otros cinco canalitos hondos y cavados. y entre éstos varios agujeros que
conducían al interior de la caja. Cada una de las mujeres tenía una cuerda
larga con sarta de perlas y otras muchas piedras preciosas consigo, de las
cuales, según el juego, mezclaban algunas que apretadas, las metían en uno
de los canalitos, después ponía una tras otra una pequeña caja al extremo del
canalito, detrás de la última perla y con un golpe de mano arrojaba una
pequeña flecha de la caja contra la perla más próxima; con lo cual toda la
hilera de perlas recibía un golpe, de modo que algunas saltaban y caían por
la abertura o en el interior de la caja o saltaban sobre los otros canalitos.
Cuando todas las perlas estaban fuera de las hileras, se sacudía la mesa que
estaba sobre rodillos, algún tanto, y con este movimiento las perlas caídas
adentro pasaban a otras cajitas pequeñas que se sacaban del extremo de la
mesa y que pertenecían a cada una de las mujeres. De este modo sacaba
cada una de ellas una cajita y veía lo que había ganado para su empleo o lo
que había perdido de su sarta de perlas. La viuda de Obed había perdido a su
marido hacia poco tiempo y aún estaba de luto: su marido había estado aquí
mismo con Lázaro y Jesús, antes de ir Éste al bautismo de Juan.
En este juego de sorteo se les perdió a las mujeres una perla de mucho valor,
que había caído entre ellas. Mientras estaban removiendo todo y buscaban
con cuidado la perla, después de haberla encontrado con mucho contento de
las mismas, entró Jesús y les contó la parábola de la dracma perdida y de la
alegría de haberla encontrado; y con esta parábola de la perla perdida y de la
alegría de haberla encontrado pasó a referirse a Magdalena. Él la llamó perla
más preciosa que otras muchas, que había caído de la mesa del amor al
suelo y se había extraviado. «¡Con qué alegría, añadió, vais a encontrar de
nuevo esa perla perdida!» Entonces preguntaron las mujeres ansiosas: «¡Ah,
Señor! ¿Y esa perla se volverá a encontrar?» Jesús les dijo: «Es necesario
buscar con más diligencia de lo que la mujer busca la dracma y que el pastor
busca la oveja descarriada». Por estas palabras de Jesús prometieron todas
hacer más diligencia para buscar a Magdalena y así alegrarse más que por la
perla encontrada.
Algunas mujeres rogaron al Señor quisiera recibir al joven de Samaria entre
sus discípulos, que le había rogado después de la Pascua en el camino de
Samaria. Hablaron de la gran virtud y de la ciencia de ese joven, el cual,
creo, estaba emparentado con alguna de esas mujeres. Jesús les contestó que
difícilmente vendría: «Está ciego de un lado», explicándoles que estaba
demasiado aficionado a sus riquezas.
Por la tarde resolvieron muchos hombres y mujeres ir a Bethoron, donde
Jesús iría al día siguiente a enseñar. Jesús había estado de nuevo
secretamente en la gruta del Huerto de los Olivos, y oró allí con gran
ansiedad; después con Lázaro y Saturnino se encaminó a Bethoron, como a
seis horas de camino. Era ya una hora después de medianoche. Cruzaron el
desierto y cuando estaban como a dos horas de la ciudad viniéronles al
encuentro algunos discípulos que habían sido enviados el día antes a
Bethoron y estaban en un albergue. Estaban alli Pedro, Andrés, su medio
hermano Jonatán, Santiago el Mayor, Juan, Santiago el Menor y Judas
Tadeo, que por primera vez había acompañado a los otros; Felipe, Natanael
Chased, Natanael el novio de Caná y alguno que otro de los hijos de las
viudas. Jesús descansó con ellos en el desierto bajo un árbol durante algún
tiempo mientras enseñaba. Volvió a hablar sobre la parábola del Señor de la
viña que envía a su Hijo. Luego fueron al albergue y comieron. Saturnino,
que había recibido monedas de las mujeres, fue a comprar los alimentos.

XVI
Jesús en Bethoron. Fatiga de los discípulos
Hacia las ocho de la mañana llegaron a Bethoron. Unos discípulos se
fueron a la casa del jefe de la sinagoga y pidieron las llaves diciendo
que su Maestro quería enseñar. Otros recorrieron las calles llamando las
gentes al sermón. Jesús entró con los demás en la sinagoga que pronto
quedó llena. Comenzó nuevamente la parábola del Señor de la viña, cuyos
enviados fueron muertos por los viñateros infieles, y del propio Hijo a quién
mataron hasta que el Señor entregó la viña a otros trabajadores. Habló de la
persecución contra los profetas, de la prisión de Juan Bautista, y de su
propia persecución hasta que pusieran manos en Él. Sus palabras
despertaron gran admiración entre los judíos: algunos se alegraron, otros se
irritaron y decían: «¿De dónde viene Éste de nuevo aqui? Y eso que nada
sabíamos de su venida». Algunos sabiendo que las mujeres se encontraban
en un albergue del valle, fueron allá a preguntarles el motivo de la venida de
Jesús.
Sanó aquí a algunos enfermos de fiebre y abandonó la ciudad. Al albergue
habían llegado Verónica, Juana Chusa y la viuda de Obed y habían
preparado la comida. Jesús y sus discípulos comieron algo, de pie; luego se
ciñeron y emprendieron viaje de inmediato. El mismo día enseñó en la
ciudad de Kibzaim y en algunas localidades pastoriles. En Kibzaim no
estaban todos los discípulos juntos; se reunieron recién en un edificio junto
a una casa de pastores bastante espaciosa, en los confines de Samaria, en el
mismo lugar donde María y José, en el viaje a Belén, fueron recibidos
después de haber pedido hospitalidad en otros lugares. Aquí comieron y
pasaron la noche. De ellos he visto aquí unos quince. Lázaro y las santas
mujeres habían vuelto a Betania.
Al día siguiente salió Jesús con sus discípulos, a veces juntos, a veces
separados, con mucho apuro, a través de grandes y pequeñas poblaciones.
Pasaron por Najoth y Gabaa, como a cuatro horas de Kizbaim. En todos
estos lugares no dio tiempo al Señor para disponer la sinagoga, sino que
enseñaba sobre alguna colina al aire abierto, en algún lugar apropiado y a
veces a la vera de algún camino donde podía reunirse la gente. Los
discípulos le precedían, entrando en las chozas y casas de los pastores, e
invitando a reunirse en un punto donde Jesús podía enseñar. Sólo algunos
discípulos quedaban con Él. Todo el día anduvieron con infinito trabajo y
fatiga, de pueblo en pueblo. Jesús sanó a muchos enfermos que clamaban
por salud. Había entre ellos algunos lunáticos. Muchos endemoniados
gritaban detrás de Él, y Jesús les mandaba callar y salir de esas personas.
Lo que hacía más pesada esta jornada era la mala voluntad de parte de los
judíos y la sorna de los fariseos. Estos lugares cercanos a Jerusalén estaban
llenos de gentes que se habían declarado contra Jesús. Sucedía entonces
como pasa ahora en los pequeños pueblos, donde de todo se charla y nada se
hace. Además de esto la aparición de Jesús con tantos discípulos y su severa
enseñanza agriaron más los ánimos. En estos lugares dijo Jesús lo que había
dicho en otros: que era el tiempo de la última Gracia y de la postrera
llamada; que luego vendría el juicio y el castigo. Hablaba del mal trato a los
profetas, de la prisión de Juan y de la persecución que se hacía de su misma
Persona. Repetía la parábola del Señor de la viña, que ahora enviaba a su
Hijo; que el reino de Dios se acercaba y como el Hijo de ese Rey tomará
posesión del reino. Clamó varias veces con ayes contra Jerusalén y contra
aquéllos que no quieren aceptar su reino y no hacen penitencia. Estas
severas enseñanzas se mezclaban con exhortaciones amorosas y con la
curación de muchos enfermos. De este modo se procedía de un lugar a otro.
Los discípulos tenían mucho trabajo; traíales todo esto una extraordinaria
fatiga. Donde llegaban y anunciaban el sermón de Jesús oían replicar
sarcásticas expresiones contra Él: «¡Ya viene Ése de nuevo! ¿Qué es lo que
quiere? … ¿De dónde viene? … ¿No se le ha prohibido? … «. También a veces
se reían de ellos; gritaban detrás de ellos y se burlaban. Algunos se
alegraban del anuncio de Jesús; pero no eran muchos. A Jesús directamente
nadie se atrevía a increpar. Pero donde enseñaba y los discípulos estaban
cerca, o le seguían en los caminos y calles, todos los gritos se dirigían contra
ellos; los detenían a veces y preguntaban. Habían oído a veces mal las
palabras de Jesús, o no las habían entendido, y querían una explicación.
Después resonaban de nuevo gritos de alegría. Jesús había sanado a algunos
enfermos y ellos se irritaban y se alejaban de Él. De este modo se sucedían
los días, hasta la tarde, en apuros y trabajos, sin descanso y sin probar
bocado. Yo veía como eran al principio flacos y descorazonados los
discípulos. A menudo cuando Jesús enseñaba y ellos eran preguntados, se
ponían cabizbajos y no entendían lo que realmente se quería de ellos. Y así
no estaban contentos con su situación. Ellos pensaban y hablaban: «Lo
hemos dejado todo y ahora venimos a parar en este barullo y en esta
confusión. ¿Qué es este reino de que habla tan a menudo? ¿Lo alcanzará en
realidad?» Esto es lo que pensaban, pero calladamente; aunque se notaba
muchas veces que estaban dudosos y desconfiados. Sólo Juan iba del todo
despreocupado, como un niño obediente y confiado. Y todo esto a pesar de
haber visto y de estar viendo tantos milagros a cada momento. Era
admirable ver como Jesús, que conocía todos sus pensamientos y angustias,
proseguía imperturbable su misión, sin cambiar de aspecto ni inmutarse,
siempre igualmente apacible y seriamente amable. Jesús anduvo ese día
hasta la noche; después descansaron, con un pastor, donde no recibieron
nada o casi nada al otro lado de un riachuelo que limita con Samaria. El
agua del riacho no era potable; el lecho era muy angosto y tenía, no lejos de
su nacimiento, al pie del Garizim, un curso rápido hacia Occidente.

XVII
Jesús junto al pozo de Jacob
Al día siguiente pasó Jesús el riachuelo, dejando el monte Garizim a la
derecha, hacia la ciudad de Sichar. Sólo Andrés, Santiago el Mayor y
Saturnino estaban con Él; los demás habían tomado diversas direcciones.
Jesús fue al pozo de Jacob al Norte del monte Garizim y al Sur del Ebal, en
la herencia de José, sobre una pequeña colina, de donde dista Sichar un
cuarto de hora al Oeste en un valle que se extiende en torno de la ciudad. De
Sichar hacia el Norte a una hora está situada Samaria, sobre una montaña.
Varias sendas abiertas en la roca y entre piedras suben de diversas partes a
lo alto de la colina, donde hay un edificio octogonal rodeado de árboles y de
asientos de verdor que encierra el llamado pozo de Jacob. Este edificio está
rodeado de una arcada abierta, debajo de la cual pueden estar cómodamente
unos veinte hombres. Frente al camino a Sichar hay una puerta,
generalmente cerrada, que lleva, por debajo de la galería, al pozo de Jacob,
que tiene un techo con una abertura a veces cerrada con una cúpula. El
interior de esta edificación tiene tanto espacio que se puede andar
cómodamente. El pozo está cerrado con un cobertor de madera. Cuando se
abre éste se ve un pesado cilindro frente a la entrada, hacia el lado contrario,
sobre el borde del pozo, en posición transversal, al cual, por medio de una
manivela, está unido el balde para sacar el agua. Frente a la puerta hay una
bomba por medio de la cual se puede alzar al agua del pozo, hasta la pared
de la casa, que sale por tres canales al Este, al Oeste y al Norte, y se dirigen
a pequeñas fuentes hechas afuera. para lavarse los pies los viajeros, para
limpieza de sus vestidos y para abrevar sus animales. Era mediodía cuando
llegó Jesús con sus tres discípulos a la colina. Mandó a éstos a Sichar para
comprar alimentos y subió solo a la colina para esperarlos. Era un día muy
caluroso; Jesús estaba rendido y con mucha sed. Se sentó a la vera del
camino, cerca del pozo que llevaba de Sichar hacia arriba; parecía, mientras
apoyaba la cabeza sobre la mano, esperar que alguien abriese el pozo y le
diese de beber. Vi entonces salir una mujer samaritana, de unos treinta años,
con el odre colgando del brazo, acercarse y subir al pozo para sacar agua. Su
aspecto era hermoso. Ascendió con soltura y vigor, a grandes pasos, la
colina del pozo. Su ropa era más distinguida que las comunes y un tanto
rebuscada. Llevaba un vestido azul y colorado, con grandes flores amarillas;
las mangas, en la mitad del brazo superior e inferior con pulseras amarillas,
parecían rizadas en los codos. Tenía una pechera adornada con lazos y
cuerdas amarillas; el cuello cubierto con un paño de lana amarilla adornado
con abundantes perlas y corales. El velo, de costoso y fino trabajo, que
colgaba hacia abajo, podía ser recogido y atado a mitad del cuerpo.
Recogido el velo por detrás terminaba en un cabo formando a los lados del
cuerp0 dos pliegues en los cuales podían descansar cómodamente los brazos
con los codos. Si tomaba con ambas manos el velo sobre el pecho quedaba
todo el cuerpo cubierto como un manto. La cabeza estaba cubierta de modo
que no se veían los cabellos; de la frente salía un adorno que recogía la parte
anterior del velo, que podía ser bajado sobre el rostro hasta el pecho. La
mujer llevaba una especie de delantal de color más oscuro, que parecía de
pelos de camello o de cabra, con bolsillos arriba: lo llevaba en el brazo, de
modo que cubría en parte el odre de cuero pendiente de su brazo. Parecía a
propósito para estos trabajos de sacar agua a fin de resguardar los vestidos.
El odre era de cuero como un saco sin costura; en dos partes estaba
abovedado como si estuviera forrado con planchas de madera; las otras dos
partes se plegaban como una cartera vacía. En las dos partes tiesas había
sujetas dos agarraderas y pasaba una correa de cuero con la cual tenia la
mujer sujeto el odre a su brazo. La abertura del odre era angosta; cuando se
llenaba formaba como un embudo y se cerraba como las blusas de los
obreros. Cuando estaba vacío, el odre colgaba plano del brazo y cuando
estaba lleno ocupaba el espacio de un balde lleno.
Esta mujer subió ágilmente la colina para buscar agua del pozo de Jacob
para sí y para otros. Yo le tengo cariño: me parece bondadosa, ingeniosa y
sincera. Se llama Dina, es hija de matrimonio mixto y de la secta de los
samaritanos. Vive en Sichar, aunque no es nacida allí. Por su vida pasa por
desconocida con el nombre de Salomé. La toleran en esta ciudad a ella y a
su marido por su buena índole natural, sincera, amigable y servicial. Debido
a los vericuetos del camino no pudo Dina ver a Jesús hasta que estuvo fre nte
a Él. Su presencia aquí, donde estaba tan solitario y sediento en el camino
del pozo, tenía algo de sorprendente. Jesús estaba vestido con una
indumentaria larga y blanca, de lana fina, con ancha faja, como un alba. Era
la vestimenta que usaban los profetas. Los discípulos solían llevársela en los
viajes. Solía ponérsela cuando aparecía en lugares y solemnidades públicas,
para enseñar o profetizar. Al verse frente a Jesús de pronto e
inesperadamente Dina dejó caer su velo sobre la cara y permaneció indecisa
sin pasar adelante, pues el Señor estrechaba el camino. He podido ver su
íntimo pensamiento: «¡Un hombre! ¿Qué quiere aqui? … ¿Es esta una
tentación?».
Jesús, a quien ella reconoció como judío, la miró amigablemente, con
luminosa mirada, y mientras retiraba los pies, porque el sendero era alli muy
angosto, dijo le: «Pasa adelante y dame de beber». Esto admiró a la mujer,
porque los judíos y samaritanos no estaban acostumbrados sino a miradas
despreciativas de unos a otros. Quedó suspensa y dijo: «¿Por qué estás Tú
aquí, tan solo, en esta hora? Si me ven contigo habría un escándalo».
Replicó Jesús que sus compañeros fueron a la ciudad a comprar alimentos.
Dina contestó: «En verdad he visto a tres hombres en el camino, pero poco
conseguirán en esta hora. Lo que los siquemitas han preparado hoy lo
necesitan para si». Decía esto porque había en Sichar una fiesta o un día de
ayuno, y nombró otro lugar donde podrian todavía conseguir alimentos.
Jesús dijo de nuevo: «Pasa adelante y dame de beber».
Entonces Dina pasó adelante. Jesús se levantó y la siguió hasta el pozo, que
fue abierto por ella. Mientras caminaba, dijo Dina: «¿Cómo puedes Tú que
eres judío pedirme de beber a mí que soy samaritana?» Jesús le contestó: «Si
conocieras el don de Dios y Quien es el que te pide de beber, le hubieras
pedido tú que te diera de beber, y Él te habría dado las aguas vivas».
Entonces destapó Dina el pozo, sacó el balde y habló a Jesús, que se había
sentado al borde del pozo: «Señor, Tú no tienes recipiente para sacar agua y
la fuente del pozo está muy profunda. ¿De dónde sacarás esas aguas
vivas? … Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este
pozo y bebió él mismo de él y sus hijos y sus animales?» Mientras decía
estas cosas vi en cuadros cómo Jacob cavaba este pozo y cómo saltó el agua
contra su persona.
La mujer entendió como si se tratase de fuentes de aguas naturales. Dejó
bajar el balde, que cayó pesadamente y luego lo levantó. Alzóse las mangas,
que se hincharon en la parte de arriba, y con los brazos descubiertos llenó su
odre con el balde, y luego llenó un recipiente de corteza pequeño que tenía y
alcanzó el agua a Jesús, que bebió y dijo: «Quien toma de esta agua tiene
sed de nuevo; pero quien bebiere del agua viva que Yo le daré a beber, no
tendrá ya sed para siempre. Porque el agua que Yo le daré será para él una
fuente que se alzará hasta la vida eterna». Dina dijo contenta a Jesús:
«Señor, dame de esa agua viva para que no tenga más sed y no tenga que
venir hasta aquí a sacar agua con tanto trabajo». Ya estaba conmovida con
las expresiones de agua viva: sin entender del todo lo que Jesús quería
decirle, tenía ya una idea de que Jesús se refería al cumplimiento de la
promesa. Cuando pidió el agua viva ya había experimentado un
movimiento profético en su corazón. Siempre he sentido y sabido que las
personas con las cuales Jesús tuvo algo que hacer, no estaban como
personas particulares, sino que representaban la figura completa de una
totalidad de personas o clase de personas con tales sentimientos. Y porque
eran así, ya eso expresaba el cumplimiento de los tiempos. En Dina, la
samaritana, estaba toda la secta samaritana, separada de la verdadera
religión de los hebreos, y una secta separada de la fuente de agua viva, el
Salvador. Jesús tenía, pues, sed de la salud del pueblo samaritano y deseos
de darle el agua viva de la cual se habían apartado. Aquí se encontraba la
parte salvable de la secta de Samaria que deseaba el agua de la vida y que
extendía la mano abierta para recibirla. Samaria hablaba, pues, por medio de
Dina: «Dame, Señor, la bendición de la promesa, apaga mi sed tan antigua,
ayúdame a conseguir esa agua viva, para que tenga consuelo, algo más que
con este pozo de Jacob. que es lo único que aún nos une con el pueblo
judío».
Cuando Dina dijo esas palabras. Jesús contestó: «Vete a casa y llama a tu
marido y vuelve aquf». Oí que le dijo esto dos veces, porque no estaba allí
para instruirla a ella sola. Era como si dijera a la secta: Samaria, llama, a
aquél a quien tú perteneces, a aquél a quien en sagrada unión estás unida.
Dina contestó: «No tengo marido». Con esto confesaba Samaria al Esposo
de las almas, que ella (la secta) no tenía ninguno a quien pertenecía. Jesús
respondió: «Dices bien: seis hombres has tenido, y aquél con quien ahora
vives no es tu marido. En esto has hablado rectamente». Era como decir
Jesús a la secta: Samaria, tú dices la verdad; con los ídolos de cinco
pueblos estabas enredada y tu presente unión con Dios no es una unión
matrimonial. A esto respondió Dina, bajando los ojos e inclinando la
cabeza: «Señor, veo que Tú eres un profeta». Esto diciendo, bajóse de nuevo
el velo, dando a entender la secta samaritana que entendió la misión divina
del Señor y se confesó culpable. Como si entendiera Dina las palabras de
Jesús: «Aquel hombre con quien ahora vives no es tu marido»; esto es, tu
presente unión con el Dios verdadero no es legal; el culto a Dios de los
samaritanos ha sido, por el pecado y el amor propio, separado de la alianza
de Dios con Jacob.
Como si percibiera el sentido de estas palabras, hizo referencia a los
pecados del cercano monte Garizim y dijo buscando enseñanza: «Nuestros
padres han adorado sobre este monte y vosotros decís que Jerusalén es el
lugar donde se debe adorar». Entonces dijo Jesús: «Mujer, créeme, viene la
hora en que vosolros ni en Garizim ni en Jerusalén adoraréis al Padre». Con
esto quería decir: Samaria, viene la hora en que ni aquí ni en el templo en el
Sancta sanctorum habrá que adorar, porque está entre vosotros. Y dijo más:
«Vosotros no sabéis lo que adoráis, pero nosotros sabemos lo que adoramos,
porque la salud viene de los judíos». Aquí le dijo una parábola de los brotes
infructuosos y salvajes de los árboles que se van todo en madera y hojas y
no dan fruto. Con esto quería decir a la secta: Samaria, tú no tienes
seguridad de la adoración, no tienes ninguna alianza, ningún sacramento,
ninguna prenda de la alianza, ninguna arca de la alianza, ningún fruto. Todo
esto, en cambio, lo tienen los judios; de ellos nace el Mesías. Y continuó
Jesús: «Pero viene la hora, y ya está, cuando los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad; pues el Padre quiere tales
adoradores. Dios es espíritu y los que le adoran, deben adorarle en espíritu y
en verdad». Con esto quiso decir: Samaria viene la hora y ya está cuando el
Padre debe ser adorado por los verdaderos adoradores en el Espíritu Santo y
en el Hijo, que es el camino y la verdad. Dina contestó al Señor: «Yo sé que
el Mesías viene. Cuando Él venga nos enseñará todas las cosas». Con estas
palabras habló aquella parte de Samaria y la secta a la cual se le podía
reconocer una participación de la promesa en el pozo de Jacob: Yo espero y
creo en la venida del Mesías, Él nos ha de ayudar. Jesús contestó: «Yo soy;
Yo, el que hablo contigo». Esto era tanto como decir a todos los de Samaria
que deseaban convertirse: Samaria, Yo he venido al pozo de Jacob y tuve
sed de ti, agua de este pozo. y ya que tú me diste de beber, te prometí aguas
vivas para que no tengas sed; y tú has manifestado que crees y esperas en
estas aguas vivas. Mira, premio tu buena voluntad porque has apagado mj
sed de ti, con tu deseo de Mí. Samaria yo soy la fuente de las aguas vivas.
Yo soy el Mesías, que hablo ahora contigo.
Cuando Jesús dijo: «Yo soy; Yo, el que hablo contigo», miróle Dina
admirada, temblando de santa alegría. Prontamente se resolvió: dejó su odre
allí, y el pozo abierto, y descendió la colina con rapidez, hacia Sichar, para
anunciar a su marido y a todos lo que le había sucedido. Estaba severamente
prohibido dejar abierto el pozo de Jacob; pero. ¿qué le importaba ya del
pozo de Jacob, qué de su odre de agua terrenal? … Había recibido aguas
vivas y su corazón, lleno de amor y de alegría, quería llenar a todos de esa
agua. Mientras salía apresurada por la puerta abierta de la casa del pozo,
pasó junto a los tres discípulos que habían traído alimentos y que llegados
momentos antes habían esperado a distancia de la puerta del pozo
extrañados de que hablase tan largo con la mujer samaritana. Con todo, no
le hicieron pregunta alguna por respeto. Dina dijo a su marido y a otras
personas, en la calle, con grande entusiasmo: «Venid arriba al pozo de
Jacob; allí veréis a un hombre que me ha dicho todos los secretos de mi
vida. Venid, debe ser el Cristo».
Se acercaron los discípulos a Jesús y le ofrecieron panes y miel de sus
cestas, diciendo: «Maestro, come». Jesús se levantó, abandonó el lugar del
pozo y dijo: «Yo tengo un alimento que vosotros no conocéis». Los
discípulos se preguntaban entre sí por si acaso alguno le habría traído
alimentos y pensaron secretamente: «¿No le habrá traído de comer la mujer
samaritana?» Jesús no quiso demorarse en comer. Se dirigió monte abajo a
Sichar, y mientras los discípulos le seguían detrás, comiendo, hablóles,
diciendo: «Mi alimento es hacer la voluntad de Aquel que me ha enviado,
para cumplir su obra». Quería decir: convertir las gentes de Sichar, puesto
que tenía su alma sed de la salud de ellos.
En las cercanías de la ciudad ya venía Dina, la samaritana, al encuentro de
Jesús. Se acercó humildemente llena de contento y sincera con Él. Jesús
habló todavía con ella, a veces parado, a veces andando. Le descubrió todas
sus andanzas y todos sus sentimientos. Ella estaba toda conmovida, y
prometió de su parte y de su marido dejarlo todo y seguir a Jesús, que le
sugirió varios modos de expiar sus culpas personales y borrar sus pecados.
Dina era una mujer franca, nacida de matrimonio mixto, pues su madre era
judía y su padre un pagano, y había nacido en un lugar de Damasco. Perdió
muy pronto a sus padres y fue criada por una nodriza perversa, de la cual
sorbió también las malas inclinaciones. Había tenido ya cinco hombres:
éstos habían sucumbido en parte por los disgustos y en parte desplazados
por sus amantes. Tenía tres hijas y dos hijos, ya crecidos, que habían
quedado entre los parientes de sus padres, cuando Dina abandonó la ciudad
de Damasco. Los hijos fueron más tarde discípulos de Jesús, entre los 72. El
hombre con el cual vivía ahora era pariente de otro de sus anteriores, un rico
comerciante. Se vino con él a Sichar porque era de la secta de los
samaritanos; le guardaba el orden de la casa y vivía con él, sin ser casados,
aunque en la ciudad se los tenía por casados. El hombre era de fuerte
musculatura, de unos 36 años de edad, de rostro encendido y barba rojiza.
Dina tenía mucho de parecido con Magdalena en su vida, aunque había
caído más hondamente en la culpa. He visto también que en los principios
de la mala vida de Magdalena un rival había caído muerto por las iras de
otro. Dina tenía un carácter muy franco, generoso, amable y muy servicial, y
aunque era alegre y muy movida, en su conciencia no estaba contenta. Vivía
ahora más honradamente en compañía de su presunto marido, pero en
departamento aparte, en una casa rodeada de un canal, cerca de la puerta del
pozo en Sichar. La gente, aunque no trataba mucho con ellos, no los
despreciaban tampoco. Ella tenía costumbres algo diferentes de los demás y
sus vestidos eran más elegantes que los de las demás mujeres del lugar, cosa
que se le perdonaba por tratarse de una extranjera.
Mientras Jesús hablaba con la mujer. le seguían los discípulos a alguna
distancia pensando: ¿Qué tratará ahora con esa mujer? … Hemos comprado
los alimentos con tanto trabajo, y Él ahora ¿porqué no come?
Cerca de Sichar la mujer dejó a Jesús y entró apresurada al encuentro de su
marido y de muchos otros que habían salido a la puerta para ver a Jesús. Al
acercarse Éste, Dina, que estaba a la cabeza de todos, señaló les a Jesús. Las
gentes, contentas, clamaron a su vista y le dieron la bienvenida Jesús les
indicó con la mano que se callaran, les habló unos minutos con mucha
amabilidad y les dijo, entre otras cosas, que creyeran todo lo que les decía
Dina. Fue también en esta conversación muy amigable y amable, su mirada
era tan escrutadora e impresionante que todos los corazones se sintieron
conmovidos y atraídos hacia Él. Con muchas instancias le rogaron que
entrara también en su ciudad para enseñarles. Él así lo prometió; pero por
ahora pasó de largo. Todo esto aconteció entre las tres y las cuatro de la
tarde.