Desde el comienzo de la vida pública de Jesús hasta la primera Pascua – Sección 6

XXVIII
Lugares donde bautizaba Juan Bautista
Juan bautizó en diversos lugares. Primero en Ainón, cerca de Salem.
Luego en On, frente a Bethabara, en la parte occidental del Jordán, no
lejos de Jericó. El tercer lugar fue al Este del Jordán, bautizando más al Norte.
Después volvió a bautizar en Ainón donde fue capturado por Herodes. El
agua con que bautiza pertenece a un afluente del Jordán, que al Oriente hace
un desvío de una hora de camino. Este brazo del Jordán es allí a veces tan
angosto que se lo puede pasar de un salto. El lecho del río parece haber
cambiado de curso, pues veía que algunos lugares iban quedando sin agua.
El desvío del Jordán forma fuentes y pozos que reciben sus aguas del
afluente del Jordán. Una de estas fuentes está separada del brazo principal:
es el sitio del bautismo llamado de Ainón. Debajo de ese vallado hay canales
que se pueden abrir y cerrar a voluntad, dispuesto así por el mismo Juan.
En la orilla había como una canaleta y varias lenguas de tierra entraban en
ella. Los bautizandos se colocaban entre dos de estas lenguas dentro del
agua hasta la cintura apoyándose sobre un borde. Sobre una lengua de tierra
estaba Juan, que recogía y derramaba el agua con una concha sobre la cabeza
del bautizando, mientras en la otra parte estaba uno de los ya bautizados,
que ponía la manoo sobre los hombros del neófito. Al primero de estos testigos
el mismo Juan le había puesto las manos sobre los hombros. Los bautizandos
no tenían la parte superior del cuerpo completamente descubierta: se
les ponía encima un paño blanco, dejando descubiertos solamente los hombros.
Había allí una choza donde se vestían y desvestían. No he visto bautizar
aquí a ninguna mujer. Cuando bautizaba Juan tenía puesta una ropa larga
y blanca.
La región es una comarca hermosa y rica de agua, llamada Salem, La población
de este nombre está a ambos lados del río. Ainón está situada al otro
lado del Jordán, al Norte de Salem, más cerca del Jordán y es más grande.
Veo muchos animales paciendo en las praderas, sobre todo asnos. Rige en
Salem y Ainón una especie de derecho antiguo, según el cual nadie puede
ser echado del lugar que ocupa, por ser declarado libre. Juan levantó su choza
en Ainón sobre las ruinas de un antiguo edificio, cuyos muros estaban ya
cubiertos de vegetación y se veían otras chozas edificadas sobre ellos. Estas
ruinas eran los antiguos fundamentos de tiendas levantadas por Melquisedec.
Acerca de este lugar tuve varias visiones, de antiguos tiempos. Recuerdo
que Abraham tuvo aquí una visión y dispuso dos grandes piedras: sobre una
se hincó para orar y la otra la erigió en altar. He visto su propia visión. Era
una ciudad como la celeste Jerusalén, de donde partían como rayos de agua
brillantes hacia abajo. Se le dijo que debía rezar para el advenimiento de la
ciudad de Dios sobre la tierra. Esa agua, que provenía de la ciudad celestial,
se desparramaba hacia todos lados. Abraham tuvo esta visión cinco años
antes que Melquisedec levantara su tienda. Este castillo estaba compuesto
más bien por una serie de tiendas con galerías y escaleras, semejantes a las
habitaciones del rey Mensor en Arabia; solamente los fundamentos eran de
piedras. Me parece reconocer ahora, en tiempos de Juan, los cuatro ángulos
donde estaban plantadas las columnas del edificio. Sobre estos muros, que
parecen una fortaleza, había construido Juan su choza de juncos. Melquisedec
había edificado estas casas porque aquí se juntaban muchos extranjeros
y viajeros, por ser lugar de abundantes aguas. Creo que también Melquisedec
había edificado aquí porque, como siempre lo he visto aparecer como
guía y conductor de pueblos, los reunía para aconsejarlos y guiarlos y hospedarlos
hasta su partida. Pero desde entonces tenía ya una relación con el
bautismo de Juan, y era para Melquisedec el lugar desde donde iba para edificar
a Jerusalén, y para ir adonde estaba Abraham. Desde aquí distribuían
las familias y tribus que se hospedaban en el lugar. También Jacob tuvo mucho
tiempo su campamento en Ainón. La cisterna del pozo del bautismo
existía ya y he visto que Jacob la renovaba. Los restos de los edificios de
Melquisedec estaban cerca de las aguas y del lugar del bautismo; y he visto
que en los primeros tiempos del cristianismo se edificó, desde Jerusalén, una
iglesia en el lugar donde bautizó Juan. Subsistía aún esta iglesia cuando María
Egipcíaca se dirigía al desierto para hacer vida de penitente. Salem era
una bella ciudad, devastada en guerras antes de Cristo, cuando se destruyó
el templo. El último profeta anduvo también por estos lugares.

XXIX
Juan Bautista y Herodes
Juan era ya célebre por su predicación desde hacia algunos meses cuando
acudieron algunos mensajeros de Herodes, desde Kallirrohe, para verlo.
Herodes vivía en el castillo al Oriente del Mar Muerto, donde había baños
de mar y baños calientes. Herodes deseaba que Juan fuese adonde estaba él;
pero Juan contestó a los mensajeros que tenia mucho que hacer; que si
Herodes deseaba verlo y hablarle podía allegarse a él. Después de esto vi a
Herodes viajando sobre un carruaje, más bien bajo, de ruedas, pero sobre un
trono alto, desde el cual podía ver a su alrededor: este asiento tenía un techo
y en tomo del carro había soldados que custodiaban al rey. Iba a un pueblo
como a cinco horas de viaje al Sur de Ainón y mandó a decir a Juan que podía
llegarse hasta ese lugar. Juan accedió y fuera de la ciudad, en una choza,
esperó a Herodes, quien concurrió sin acompañamiento. Recuerdo que
Herodes le preguntó por qué habitaba una choza tan miserable en Ainón;
que él, el rey, quería hacerle una casa buena. Juan respondió que no deseaba
casa alguna, que tenía cuanto necesitaba y cumplía así la voluntad de Aquél
que es superior a los reyes. Habló seria y enérgicamente y se volvió a su lugar.
Habló a cierta distancia de Herodes, con la mirada vuelta a otro lado.
He visto acudir a los hijos del difunto Alfeo y de María Cleofás: Simón,
Santiago el Menor y Tadeo, y al hijo de su segundo matrimonio con Sabas,
José Barsabas. Todos éstos fueron bautizados por Juan en Ainón. También
Andrés y Felipe se hicieron bautizar en Ainón. Más tarde volvieron a sus
ocupaciones. Los demás apóstoles y muchos discípulos tienen ya el bautismo.
Un día concurrieron muchos ancianos, sacerdotes de los pueblos vecinos
de Jerusalén, para pedirle razón de quién era para predicar, quién le enviaba,
cuál era su doctrina, y otras cosas semejantes. Él les contestó refiriéndose
a la proximidad del Mesías y a su venida y reprendiólos, echándoles
en cara con valor su hipocresía y su obstinación en no hacer penitencia.
Algún tiempo después concurrieron toda clase de ancianos, sacerdotes, fariseos
de Nazaret, Jerusalén y Hebrón para inquirir acerca de su misión, quejándose
además de que se había apropiado del lugar donde bautizaba. He
visto a muchos publicanos ser bautizados por Juan, después de haberles reprendido
por sus injusticias. Entre ellos estaba el publicano Leví, más tarde
Mateo, hijo del primer matrimonio del viudo Alfeo, que fue marido de María
de Cleofás. Partió de allí muy conmovido, y mejoró de vida: hasta entonces
había estado en gran desprestigio entre sus parientes. Muchos publicanos
fueron rechazados por Juan por impenitentes.

XXX
Conmoción que produce el bautismo de Juan
En Dothaim, donde Jesús había aquietado al endemoniado furioso, vivían
mezclados con los judíos bastantes paganos desde el tiempo de la
cautividad babilónica. Los infieles tenían en una altura de las cercanías un
ídolo con altar. Los judíos, oyendo hablar de la proximidad de la venida del
Mesías, no querían ya vivir mezclados con esos idólatras. Este movimiento
se despertó desde que Juan recorrió toda esa región y cuando volvieron los
bautizados de Juan. Un príncipe de Sidón tuvo que mandar soldados para
proteger a los paganos. También Herodes envió soldados para apaciguar a la
gente. Estos soldados eran de la peor clase. He visto que fueron primero a
Kallrrohe, donde se encontraba Herodes, para decirle que querían hacerse
bautizar por Juan. Lo hacían más por política y para causar buena impresión
entre la gente. Herodes les contestó que no era necesario hacerse bautizar;
que Juan no hacía milagro alguno y que no se podía probar su misión divina;
que en todo caso preguntasen en Jerusalén lo que convenía hacer. Los he
visto luego en Jerusalén. Estuvieron con tres jefes preguntando sobre el particular,
por lo cual conocí que estaban divididos en tres sectas. Todo esto
sucedió en el patio del juzgado donde más tarde Pedro negó a Cristo. Había
allí muchos sentados delante del juez, rodeado de espectadores. Los sacerdotes
respondieron con sorna que podían hacerlo o dejar de hacerlo, que era
lo mismo. He visto que unos treinta de ellos fueron a Juan, el cual los reprendió
con severidad, puesto que no los llevaba deseos de convertirse; de
ellos bautizó a algunos de buena voluntad, después de haberles afeado su
hipocresía y mal proceder.
La multitud que llega a Ainón es muy grande. Algunos días deja Juan
de bautizar, y los emplea en predicar y reprender con energía. Veo muchos
grupos de judíos, de samaritanos y de paganos, sentados separadamente en
las colinas, en las praderas, bajo techumbres, o a la sombra, al aire libre, escuchando
la predicación de Juan. Son muchos centenares. Escuchan su palabra,
se hacen bautizar y parten luego. Una vez he visto a muchos paganos,
algunos de Arabia y de otras regiones orientales que traían muchos asnos y
ovejas, porque tenían parientes en estos lugares y como debían pasar por
allí fueron a oír la predicación de Juan.
Hubo en Jerusalén una importante reunión del Sanedrín por causa de Juan
Bautista. Fueron enviados nueve hombres, tres por cada una de las tres autoridades,
para que fueran a interrogar a Juan. Anas envió a José de Arimatea,
al mayor de los hijos de Simeón y a otro sacerdote que velaba por los sacrifi-
cios y las ofrendas. Por el consejo fueron enviados tres mensajeros, y otros
tres civiles iban en representación del pueblo. Debían preguntar a Juan
quién era y decirle que se presentara en Jerusalén. Si su misión era verdadera
debía presentarse antes en el templo. Le hacían cuestión respecto a su
manera de vestir, y por qué bautizaba también a los judíos cuando sólo se
acostumbraba hacerlo con los paganos. No faltaba quien creía que Juan era
Elías vuelto al mundo.
Veo ahora a Andrés y a Juan el Evangelista con Juan. Estuvieron además
con Juan la mayoría de los futuros apóstoles; muchos discípulos, además de
Pedro, que se hizo bautizar ahora, y Judas el traidor, que había estado en
Betsaida con los pescadores y se había enterado de todo lo que se decía de
Jesús y de Juan. Cuando los enviados del Sanedrín llegaron, hacía ya tres
días que Juan no bautizaba, y empezaba de nuevo a hacerlo. Los enviados
querían que los oyera en seguida. Él les dijo que los escucharía cuando
hubiese terminado su labor, y con palabras cortas y severas los dejó esperando.
Le reprocharon que se hubiese tomado él mismo la autoridad; que
debía presentarse en Jerusalén y que no debía vestirse tan selváticamente.
Cuando se alejaron estos mensajeros, permanecieron aún José de Arimatea y
el hijo de Simeón y recibieron el bautismo de manos de Juan. Había muchas
personas a las cuales Juan no quería bautizarlas. Éstas se unieron a los
mensajeros del Sanedrín, acusando a Juan de parcialidad y de animosidad
contra ellos. Los futuros apóstoles vuelven ahora a sus casas, hablan de Juan
y ponen atención en Jesús, de quien han oído hablar por Juan, el Precursor.
José de Arimatea, al volver a Jerusalén, encontró a Obed, pariente de Serafia,
que era servidor del templo. Contó José a Obed muchas cosas de Juan y
Obed fue también a bautizarse. Como servidor del templo fue de los discípulos
secretos de Jesús y más tarde se declaró cristiano.

XXXI
Juan recibe aviso de retirarse a Jericó
He visto más tarde que Juan pasó para bautizar a algunos enfermos.
Llevaba su paño de vestido y su manto pendiente de los hombros. De
un lado tenía el recipiente con agua bautismal y del otro colgaba la concha
que usaba para bautizar.
Habían traído a muchos enfermos sobre camillas portátiles y sobre carretillas
de mano, disponiéndolos a lo largo de la orilla, al otro lado del Jordán
donde Juan bautizaba. Como no podían ser llevados a la orilla opuesta rogaron
a Juan fuera adonde se encontraban. Juan fue con algunos discípulos.
Había preparado allí una hermosa fuente cercada por un vallado hecho por
él mismo. Llevaba consigo una pala. Dejó entrar agua por un canal que hizo
y la mezcló con la que traía en su recipiente. Catequizó a los enfermos y los
bautizó, después de ordenar que los dispusiesen a la orilla de la fuente,
mientras él pasaba derramando el agua sobre ellos. Después de haberlos
bautizado volvió a pasar al otro lado del Jordán a Ainón.
Aquí he visto presentársele un ángel y decirle que volviera al otro lado del
Jordán, hacia Jericó, pues se acercaba Aquél que debía venir, a Quien debía
anunciar. Juan y sus discípulos levantaron sus tiendas, caminaron unas horas
por la parte oriental del Jordán, hacia arriba, y pasaron a la otra orilla, por
donde hicieron un trecho. Allí se veían sitios de baños, cavados y cercados,
de ladrillos blancos, con canal que se abría y cerraba a voluntad para traer el
agua del Jordán; aquí el río no tenía isla. Este segundo lugar de bautismo
estaba entre Jericó y Bethagla, en la parte occidental del Jordán, frente a
Bethabara, en la parte oriental del río. Habrá unas cinco millas de Jerusalén.
El camino recto va por Betania, a través del desierto, hasta llegar a un albergue,
un poco fuera del camino, ameno lugar entre Jericó y Bethagla. Las
aguas del Jordán son aquí muy claras, sosegadas. Percíbese el aroma delicioso
de las plantas aromáticas y de las flores, cuyos pétalos caen en el
agua. En algunos puntos, el río es tan angosto y poco profundo que se puede
ver el fondo; en las orillas se ven grietas cavadas por el agua con el tiempo.
Me alegro mucho cuando me encuentro en la Tierra Santa; pero me extrañan
las mudanzas del tiempo comparado con el de nosotros. Cuando aquí es inviemo,
allá florece todo, y cuando aquí es verano, ya están allá brotando las
plantas para la segunda cosecha. Viene luego un tiempo en que hay mucha
neblina y llueve mucho.
Junto a Juan veo unas cien personas, entre ellas sus discípulos y muchos paganos.
Trabajan en mejorar el bautisterio y en arreglar la choza. Traen desde
Ainón cosas. Los enfermos son transportados en angarillas. Este es el lugar
del Jordán donde Elías hirió con su manto las aguas, para pasar al otro lado,
y donde hizo lo mismo Eliseo cuando volvió a pasar. Elíseo descansó aquí
de su viaje. Por aquí pasaron también los hijos de Israel al entrar en Tierra
Santa.
De Jerusalén fueron enviados de nuevo a Juan gente del templo, fariseos y
saduceos. Un ángel se lo anunció al Bautista. Cuando llegaron cerca del
Jordán, mandaron un mensajero a Juan para decirle que se aproximara. Sin
abandonar su obra contestó que si querían hablar con él podían hacerlo allegándose
donde él bautizaba. Acercáronse, pero Juan no dejó de proseguir su
predicación y su bautismo en presencia de los enviados. Cuando terminó
Juan su trabajo atendió a los mensajeros y mandó a sus discípulos que los
cobijaran bajo una techumbre, llegándose a ellos acompañado por diversos
oyentes. Los mensajeros preguntaron quién era Aquél del cual decía siempre
que había de venir, que según las profecías era el Mesías y que se decía
había llegado ya. Juan les respondió que Uno habíase levantado contra ellos,
a quien no conocían. Añadió que él tampoco le había visto, pero que desde
antes de haber nacido le había ordenado preparar su camino y que había de
bautizarle. Les dijo que volviesen en cierto tiempo en que debía venir Él para
ser bautizado. Les habló luego severamente diciéndoles que no habían
venido para el bautismo, sino para espiarlo. Le respondieron que ahora sabían
quién era él: que bautizaba sin misión recibida; que era un hipócrita al
vestirse tan extrañamente y se volvieron a Jerusalén. Poco tiempo después
lllegaron otros mensajeros del sanedrín de Jerusalén en número de unos veinte:
sacerdotes procedentes de varias ciudades, con sus mitras, anchas fajas y
largas cintas que colgaban de los brazos. Le conminaron diciendo que venían
del gran Sanedrín, que se presentara delante de él para dar cuenta de su
misión y de su conducta; que era una señal de que no tenia misión al no
obedecer al Sanedrín. Oí entonces a Juan que les dijo que esperasen allí poco,
que vendría Aquél que le había enviado, señalando claramente a Jesús:
que era nacido en Belén, educado en Nazaret, que había tenido que huir a
Egipto y él no le había visto aún. Le echaron en cara que él estaba entendido
con Jesús; que se enviaban recíprocamente mensajeros. Juan les respondió
que los mensajeros que se enviaban no podía él mostrárselos, porque eran
ciegos. Los mensajeros se fueron disgustados y contrariados. Acuden de todas
partes turbas de judíos y paganos. El mismo Herodes manda gente a oír
su predicación con encargo de que le cuenten lo que han oído de él. Veo que
está mejor ordenado el lugar del bautismo. Juan levantó con sus discípulos
una gran techumbre donde son agasajados los enfermos y los fatigados por
el viaje y donde se reúnen para oír su predicación. A veces cantan salmos;
así, por ejemplo, oí el salmo que habla del pasaje del Mar Rojo por los hijos
de Israel. Por momentos parece que hubiera improvisado una pequeña población
de tiendas y de chozas; estas casitas están cubiertas con pieles y juncos
que crecen a orillas del río. Se nota mucha afluencia de viajeros provenientes
de las regiones de los Reyes Magos: vienen en camellos, en asnos y
en caballos hermosos y muy ágiles. Están en camino a Egipto. Ahora se reunieron
todos en torno de Juan, oyen su predicación sobre el Mesías y reciben
el bautismo. De aquí suelen ir en grupos hasta Belén. No lejos de la gruta
del pesebre, frente al campo de los pastores, había un pozo, donde Abraham
había vivido con Sara, y estando enfermo deseó vivamente beber agua;
habíéndosele traído en un recipiente agua del pozo, no quiso luego beberla,
dejándola por Dios, y al punto, en recompensa, lo libró Dios de su mal. A
causa de su gran profundidad era muy difícil sacar agua del pozo. Hay allí
un árbol muy grande y no lejos está la gruta de Maraha. Siendo la nodriza
muy anciana la solía llevar en sus viajes sobre un camello. Por estos hechos
se ha convertido éste en un lugar de peregrinación para los piadosos israelitas,
como lo son el monte Carmelo y el monte Horeb. En este lugar rezaron
también los santos Reyes Magos.
De Galilea no habían venido muchos a ver a Juan, aparte de los que fueron
sus discípulos. Más gente llegaba de Hebrón, entre ellos muchos gentiles.
Por eso, mientras Jesús pasaba por Galilea, exhortaba a los habitantes a ir al
bautismo de Juan.

XXXII
Herodes en el baptisterio. Una fiesta tradicional
El lugar donde Juan enseñaba estaba como a media hora del baptisterio.
Era éste un sitio sagrado lleno de recuerdos para los hebreos y estaba
cercado como un jardín. En el interior había chozas y en medio una gran
piedra que señalaba por donde pasaron los hijos de Israel con el Arca de la
Alianza, y dónde la habían depositado para ofrecer un sacrificio de acción
de gracias. Sobre esta piedra había levantado Juan el asiento desde donde
enseñaba; había construido un gran galpón con techo de juncos; al pie de la
piedra estaba la cátedra de Juan. Hallábase rodeado de sus discípulos enseñando,
cuando llegó el rey Herodes; pero Juan no se perturbó por ello en su
predicación.
Herodes había estado en Jerusalén, donde se unió con la mujer de su hermano,
que tenía una hija, llamada Salomé, de unos diez y seis años. Tenía intención
de unirse con esta mujer y había en vano tratado de conseguir el beneplácito
del Sanedrín. Habíase suscitado por esto una viva discusión entre
ellos. El rey temía, por otra parte, la voz del pueblo y pensó escudarse con
alguna palabra de permisión de parte de Juan. Pensaba que el Bautista, para
congraciarse con el rey, diría algo de conformidad con su plan. Veo ahora a
Herodes con la joven Salomé, hija de Herodías y sus camareras, en compañía
de unas treinta personas de viaje hacia el Jordán. Él iba con las mujeres
sobre un carruaje y había enviado un mensajero a Juan. El Bautista no quería
recibir al rey en el lugar sagrado, ya que venia con tales mujeres. Dejó, entonces,
de bautizar y se retiró con sus discípulos adonde solía predicar, y
habló enérgicamente del asunto que Herodes quería saber. Le dijo que esperase
a Aquél que debía venir; que no permanecería mucho tiempo bautizando,
que debía ceder el lugar a Aquél de quien era sólo su precursor. Habló
de tal manera a Herodes que éste entendió que trataba su asunto y conocía
su intención. Herodes le presentó un rollo muy grande que contenía su procedimiento;
pero Juan no quiso manchar sus manos de bautizador tocando el
escrito. Vi luego a Herodes, muy contrariado, abandonar el lugar con su séquito.
Vivía en esa ocasión cerca de los baños de Kallirrohe, a pocas horas
del baptisterio. Herodes había dejado a unos delegados con el rollo para que
lo leyera Juan, pero inútilmente: Juan volvió al lugar del bautismo. He visto
a las mujeres que iban con el rey: estaban vestidas lujosamente, pero con
decencia. Magdalena estaba adornada más fantásticamente por este tiempo.
Se celebra ahora una fiesta de tres días junto a la piedra del pasaje de los
hebreos. Los discípulos de Juan adornaron el lugar con plantas, coronas y
flores. Veo entre ellos a Pedro, Andrés, Felipe, Santiago el Menor, Simón y
Tadeo y muchos de los futuros discípulos de Jesús. El paraje era aún sagrado
para los piadosos israelitas; pero esta veneración estaba muy decaída y
Juan volvió a renovarla. Vi a Juan y algunos de los suyos con vestiduras que
parecían sacerdotales. El Bautista tenia, sobre un vestido oscuro, otro blanco,
largo; estaba ceñido con una faja amarilla, entretejida de franjas blancas,
de la cual pendían borlas. Sobre los dos hombros llevaba una gran piedra
preciosa donde estaban grabados seis nombres en cada lado de las doce tribus
de Israel. En el pecho tenía un escudo cuadrado, amarillo y blanco, sujeto
de las cuatro puntas con cadenillas de oro. Sobre el escudo había también
doce piedras grabadas con los nombres de las doce tribus. Del hombro le
colgaba una banda como estola entretejida de amarillo y blanco que le llegaba
muy abajo y terminaba en borlas. Sobre el vestido exterior en la parte
baja habían cosido brotes de frutas en seda blanca y amarilla. Llevaba la cabeza
descubierta, pero en la espalda le colgaba una especie de capucha que
podía alzar sobre la cabeza hasta la frente y terminaba en punta. Delante de
la piedra donde había estado el Arca de la Alianza había un altar pequeño,
casi cuadrado, vacío en el medio y cubierto con una rejilla; debajo un agujero
para la ceniza y en los cuatro costados caños huecos como cuernos. Juan
y varios discípulos estaban con vestiduras que me recordaban a las que vi
cuando los apóstoles celebraban los misterios en los primeros tiempos. Estos
ayudaban en el sacrificio. Se incensó el lugar y Juan quemó varias hierbas
aromáticas, plantas y creo que también granos de trigo sobre el altar, que era
transportable. Se habían congregado muchísimos que esperaban ser bautizados.
Las vestiduras sacerdotales fueron preparadas en este lugar del bautismo,
porque moraban ahora mujeres en los alrededores del Jordán y ellas
hacían toda clase de ornamentos y utensilios para Juan. Con todo, no eran
bautizadas allí. Parecía como si Juan comenzaba una iglesia nueva con un
culto propio. Ya no lo veía trabajar como antes con sus propias manos y se
ponía para bautizar una larga vestidura blanca. Lo he visto aún preparar él
solo el lugar del bautismo de Jesús, mientras los discípulos le traían lo necesario.
Juan dijo en este día de fiesta un gran sermón muy animado. Estaba, con sus
vestiduras sacerdotales, sobre la tienda, que tenía una galería en torno como
había visto en las tiendas en el país de los Reyes Magos. Alrededor habían
levantado graderías donde se colocaba la gente, en esta fiesta; era una incontable
muchedumbre. Habló del Salvador que le había enviado, y al cual él
no había visto aún, y habló del paso del Jordán por los israelitas. Luego, en
el interior de la tienda, hubo de nuevo ofrecimiento de incienso y se quemaron
hierbas. Desde Maspha hasta la Galilea había corrido la voz de que Juan
iba a pronunciar un gran sermón, y así fue como se congregó una muche-
dumbre tan grande. Los esenios estaban todos presentes. La mayoría de los
oyentes llevaban vestiduras largas y blancas. Venían hombres y mujeres, las
mujeres generalmente montadas sobre asnos, en medio de alforjas, con palomas
y comestibles, mientras los hombres guiaban los animales. Los hombres
ofrecían panes en sacrificio, y las mujeres, palomas. Juan estaba detrás
de una reja y recibía los panes: eran depositados sobre una mesa con rejilla,
purificaban con harina y luego, amontonados, eran bendecidos por Juan y
alzados a lo alto en ofrecimiento. Estos panes eran luego divididos en pedazos
y repartidos: a los que venían de más lejos les tocaban partes mayores por
estar más necesitados. La harina que caía y los pedazos de panes desprendidos
eran pasados a través de la rejilla y quemados en el altar. Las palomas
eran distribuidas entre los necesitados. Esto duró casi medio día. Toda la
fiesta duró, con el Sábado, tres días. Después volví a ver a Juan en el baptisterio.