XX
Jesús en Dothan
Desde aquí se dirigió Jesús con sus discípulos hacia el Oeste
en dirección de su albergue; torció al Norte y entró en un valle,
dejando una montaña a su derecha, y aquella donde enseñó, a
la izquierda. Dejó la ciudad de Atharoth a la izquierda, se volvió
al Norte y se encaminó hacia Dothan, en el valle al Este de
Esdrelón. Al Este está una montaña y al Oeste el valle. Jesús
fue acompañado por tres grupos de gentes que caminaban de
vuelta de escuchar el sermón en la montaña y volvían a sus
casas para la fiesta del Sábado. Jesús iba ya con uno ya con otro
de estos grupos. Desde su albergue había como tres horas de
camino hasta Dothan. Esta ciudad es tan grande como Münster.
Tuve una visión de cuando Eliseo iba a ser apresado por los
soldados de Jeroboam, pero fueron heridos de ceguera. Pasan
dos caminos a través de Dothan, que tiene cinco puertas, y
parten diversos caminos reales. Uno lleva de Galilea a Samaria
y a Judea; los otros, vienen del otro lado del Jordán y llevan,
a través del valle, a Apheke y a Tolemais, junto al mar. Comer-
cian aquí con maderas. En estos contornos por las alturas de
Samaria, hay mucha madera aún; por el Jordán, en cambio, y
en Hebrón, y hacia el Mar Muerto, las montañas están peladas.
Veo muchos talleres donde se trabaja en madera. Estos lugares
están techados con tiendas y se preparan varias partes de las
barcas como también tablas finas y delgadas para hacer tabiques
y divisiones de piezas.
Delante de las puertas de la ciudad se cruzan varios cami-
nos y allí se ven diversos albergues. Jesús entró con sus discí-
pulos y se dirigió a la sinagoga, donde ya estaban reunidos mu-
chos oyentes. Había fariseos, escribas y doctores. Debían cono-
cer la llegada de Jesús, pues que fueron atentos saliendo a su
encuentro, le lavaron los pies y le ofrecieron una refección.
Luego le llevaron adentro y le dieron los rollos de la Escritura.
La lectura versó sobre la muerte de Sara, el casamiento segundo
de Abraham con Ketura y la consagración de Salomón como rey.
Después de esta enseñanza fue Jesús a un albergue, donde en-
contró a Natanael de Caná, a dos de los hijos de Maria Cleofás,
los hijos de María Helí y a otros discípulos, que se habían reu-
nido para el Sábado. Estaban en ese momento unos diez y siete
personas que cuidaban la posesión de Lázaro en Ginea, donde
había estado Jesús cuando iba a Atharoth.
Dothan es una ciudad antigua, bella y fuertemente edifi-
cada en un lugar muy hermoso; tiene montañas detrás, pero no
está oprimida, y delante el espléndido valle de Esdrelón. Tam-
poco son las montañas tan quebradas y empinadas y los caminos
son casi aquí mejores. Las casas están edificadas a la antigua,
como en tiempos de David. Muchas tienen pequeñas torres en
los ángulos de sus terrazas con grandes y redondas bolas arriba,
donde se puede uno sentar y mirar el paisaje. Desde una de estas
torres miró precisamente David hacia la casa vecina de Bersabé.
Veo también sobre las terrazas y azoteas galerías con rosas,
arbustos y plantas. Jesús estuvo en muchos patios de casas don-
de había enfermos, a los cuales sanó. Los habitantes le rogaban
desde las puertas y Jesús entraba con los suyos. Los discípulos
eran hablados, consultados y rogados que pidieran a Jesús por
estos enfermos. También fue a un lugar apartado, donde había
leprosos, y los sanó. Había muchos leprosos aquí, quizás de
resultas de mezclarse mucho con gente extranjera que iban y
venían. Además de la industria maderera, se ocupaban de intro-
ducir alfombras, seda cruda y diversos artículos que luego reven-
dían por los contornos.
Algunos de esos artículos veo también en la casa del hombre
enfermo que visitó Jesús por ruego de Natanael. Es una casa
grande con patios y galerías, cerca de la sinagoga. Vive allí un
hombre muy rico de unos cincuenta años, que se llama Isacar
y padece de gota. Hace pocos días se había casado con una
mujer más joven, de unos veinticinco años, llamada Salomé.
Este casamiento tenía por fundamento una ley: era a seme-
janza del de Ruth con Booz. Se añadían a esa razón también las
riquezas de esta Salomé. Las malas lenguas, especialmente los
fariseos, hablaban mal de este casamiento y se había hecho
este asunto una conversación general en la ciudad. Isacar y
Salomé habían puesto sus esperanzas en lo que diría Jesús y
desde la última vez ya habían deseado y esperado en Él. Esta
casa tuvo relación con la Sagrada Familia en otros tiempos,
pues cuando José y María fueron de Nazaret a la casa de Isabel,
se hospedaron en esta casa, que era de los padres de Salomé,
poco antes de la Pascua. José fue luego con Zacarías a las fies-
tas de la Pascua y cuando volvió a Hebrón, quedó María en
esta casa. De este modo, estando Jesús aún en el seno de María,
había encontrado aquí albergue cariñoso, y ahora venía como
Salvador a esta casa a recompensar la piedad de los padres
sanando al hijo después de treinta y un años. Salomé era hija
de esta familia y era viuda del hermano de Isacar; y este Isacar,
viudo de la hermana de Salomé. De este modo toda la casa y sus
posesiones venian a estar en su poder. Ambos eran sin hijos y
los únicos sobrevivientes de una buena familia. Se casaron espe-
rando en la bondad de Jesús que los habría de sanar. Salomé
esperaba en la persuación del parentesco con José, pues era
también de Belén, y el padre de José solía llamar hermano al
abuelo de esta casa, aunque en realidad no era su hermano
carnal. Entre sus ascendientes tenían a alguno de la familia
de David que, según recuerdo, fué también rey. Su nombre me
suena como Ela. Debido a esta antigua amistad fué que María
y José se alberguaron aquí. Isacar era de la tribu de Levi.
Cuando Jesús llegó a esta casa le salió al encuentro Salomé
con sus criadas y siervos, se echó a sus pies y le pidió la salud
de su marido. Jesús entró con ella en la pieza del enfermo,
que estaba todo envuelto en su lecho. Era gotoso y de un lado
estaba como insensible y sin movimiento. Jesús lo saludó y le
habló cariñosamente. El hombre se sintió muy conmovido y
se mostró muy amigable, a pesar de que no podía levantarse.
Jesús oró, le tomó de la mano y le levantó. Entonces se incor-
poró el hombre, se cambió de ropa y se puso de pie, junto a su
lecho. Luego él y su mujer se echaron de rodillas ante Jesús.
Los exhortó, los bendijo, les prometió descendencia, y saliendo
de la pieza con el hombre y la mujer, se fué adonde estaban los
siervos y criados de la casa, que recibieron un gran contento.
Esta curación quedó hasta esta hora en secreto. Isacar invitó a
Jesús a entrar y albergarse en su casa con todos sus discípulos
y a la comida con todos los suyos después de la enseñanza que
tendría en la sinagoga. Jesús aceptó la invitación. Fué a la
sinagoga, donde enseñó. Hacia el fin de la enseñanza comen-
zaron los farìseos y saduceos a disputar con Él. Se había llegado
a la lectura del casamiento de Abraham con Ketura y así se vino
a hablar del matrimonio. Los fariseos trajeron a colación el
matrimonio de Isacar con Salomé, y decían que era una locura
que un hombre tan enfermo casara con una mujer joven. Jesús
les dijo que éstos habían obrado según la ley. ¿Cómo podían
ellos, que se daban por tan observantes, reprender este hecho?
Ellos replicaron que cómo podía Él mantener en este caso la
ley, siendo que no podían tener sucesión y bendición; que este
casamiento era sólo un escándalo. Jesús les respondió: “Su fe
les ha traído la bendición. ¿Querrían ellos acaso poner límites
a la omnipotencia de Dios? ¿No han contraído matrimonio,
acaso, para cumplir la ley? Conforme el hombre esperó en que
Dios le podía ayudar, hizo perfectamente. Añadió algo más:
“No es esto lo que a vosotros escandaliza; esperabais que esta
familia muriese sin sucesión y así pasasen los bienes a vuestras
manos”. Recordó a otras personas piadosas que esperaron en
Dios y fueron recompensadas con descendencia, y habló todavía
muchas cosas sobre el matrimonio. Los fariseos enmudecieron.
XXI
Comida en casa de lsacar. El apóstol Tomás
Habiendo terminado el Sábado salió Jesús de la sinagoga y
fue a casa de Isacar con sus discípulos. Isacar se sentó con Jesús
y sus discípulos y parientes a una mesa y la mujer servía. Antes
había Jesús sanado a muchos enfermos que se habían reunido
delante de la sinagoga y en torno de la casa de Isacar. Era ya
de noche y se iluminaba con antorchas. Algunos discípulos con
otros invitados comían en otra sala. Estaban, entre otros, Judas
Iscariote, Bartolomé y Tomás, con un hermano suyo y un her-
manastro. Tenía otros dos hermanastros. Habían venido desde
Apheke, a siete horas y se albergaban aquí donde Tomás era
muy conocido por sus negocios.
Tomás no había hablado aún con Jesús, sino sólo con los
conocidos que tenía entre los discípulos: era lo contrario de ser
insinuante o entrometido. También Santiago el Menor había
venido desde Cafarnaúm para el Sábado y otro Natanael hijo
de la viuda Ana, una hija de Cleofás, que vive ahora junto a
Marta en Betania. Era el menor de sus hijos ocupados en la
pescadería de los Zebedeos. Tenía unos veinte años de edad,
manso y amable y tenía mucho del carácter de Juan el Evange-
lista. Había sido educado en la casa de su abuelo Cleofás y lo
llamaban el pequeño Cleofás, para distinguirlo del otro Natanael.
He oído esto hoy cuando el Sábado Jesús dijo: “Llamadme al
pequeño Cleofás», es decir, a Cleofás el Menor. En esta comida
sirvieron aves, pescados, miel y panes. Había muchas tórtolas,
palomas y pájaros de varios colores, que corren como las galli-
nas en nuestras casas y que he visto volar hacia los valles her-
mosos de Jezrael. En la comida habló Jesús de María, que había
estado aquí en su viaje, y que los padres le habían contado con
frecuencia, ponderando cuan joven, hermosa y piadosa era. De
José también hablaron como de un hombre de cierta edad. Espe-
raba tener descendencia que Dios le daría ya que le habia sanado
por medio de este hijo de José. Ignoraba Isacar la procedencia
divina de Jesús. Todos los discípulos se albergaron aqui en casa
de Isacar. Había espaciosas galerias en torno de la casa, que
fueron divididas para preparar los albergues para todos. En
Dothan hay muy buenas gentes y también malas. Me parece
que se puede comparar esta ciudad de edificación antigua con
Colonia, en comparación con otras ciudades de Alemania.
Cuando a la mañana siguiente Jesús caminó en torno de la
ciudad con sus discípulos, se acercó Tomás y pidió ser recibido
en el número de sus discípulos. Dijo que quería hacer lo que
Jesús le mandara, que quería seguirle; que estaba convencido,
por lo que había visto y oído, que era verdad lo que Juan había
anunciado de Él y de su misión. Pedía le dejase tomar parte
en su reino. Jesús le dijo que lo conocía y sabía que él vendría
a ser su discípulo. Tomás no quería aceptar esto; decía que no
había pensado antes en ello; que no era amigo de apartamiento,
y que recién ahora se había decidido por haberse convencido
por sus milagros. Jesús le dijo: «Tú hablas como Natanael; te
tienes por sabio y hablas neciamente. ¿Acaso el jardinero no
conoce sus árboles y el viñatero sus viñas?” Y debiendo Él (Je-
sús) edificar y plantar un viñedo ¿no habría de conocer a los
trabajadores que enviaría a la viña? Habló también de la cose-
cha de higos de una espina.
XXII
Mensajeros de Juan Bautista
Dos discípulos del Bautista enviados por él a Jesús, que
habían oído su predicación en la montaña de Meroz y visto sus
milagros, hablaron con Jesús y regresaron a Macherus. Perte-
necían a los discípulos que se establecieron allí y habían sido
catequizados por Juan, antes de su prisión. Eran muy partida-
rios de Juan y, como no habian visto aún las maravillas de
Jesús, Juan los enviaba para que tuviesen ocasión de comprobar
la verdad de lo que les había dicho de Jesús. Les enviaba a
decir a Jesús que se manifestase claramente diciendo quién era
y que fundase su reino sobre la tierra. Ellos dijeron a Jesús que
estaban convencidos de todo lo que predicaba y del anuncio de
Juan sobre Él; preguntaban si no vendría pronto a librar a Juan
de la cárcel. Añadian que Juan confiaba ser librado por Él de su
prisión y deseaba que pronto fundase su reino y asi pudiese dejar
libre a su maestro. Decían que esta liberación de Juan seria una
maravilla más útil que todas las que había obrado en favor de
los enfermos. Jesús les dijo que El sabía bien que Juan deseaba
verse libre de la cárcel; que pronto sería librado; pero que Juan
no creía que Él iría a librarlo de la prisión, puesto que Juan
había preparado su camino. Díjole que refiriesen a Juan lo que
habían visto y le dijesen que Él cumpliría toda su misión. No sé
si Juan sabía que Jesús sería crucificado y que su reino no sería
terrenal. Me parece que también él creía que Jesús lograría
convertir al pueblo y, librándolo de la dominación extranjera,
fundar un reino santo sobre la tierra.
Hacia el mediodía fué Jesús con sus discípulos a la ciudad
y a la casa de Isacar, donde se habia reunido mucha gente, y
estaban los servidores y la mujer ocupados en los preparativos
para la comida. Caminando por la parte posterior de la casa de
Isacar, se llega a un hermoso lugar donde hay un pozo muy
bueno rodeado de edificaciones: a este pozo lo tienen por sa-
grado puesto que Eliseo lo había bendecido. Se había levantado
un hermoso sitial para la enseñanza allí: habían cercado el
lugar, rodeándolo de árboles con sombra. Había mucha gente
reunida para oír la predicación de Jesús. Se acostumbraba
durante el año, especialmente en la fiesta de Pentecostés, tener
públicas enseñanzas aquí. Se habían colocado bancos largos,
arreglado sitios para cocinar y terrazas para atender a las cara-
vanas de viajeros que venían a las fiestas de Pascua en Jeru-
salén. La casa de Isacar, que estaba más cerca, tenía el encargo
de vigilar el pozo y este lugar con los arreglos que se habían
hecho allí. Tenía Isacar una especie de casa de almacenaje para
los viajeros. Las caravanas descargaban sus mercaderías y se
enviaban a otras partes; de modo que a menudo se albergaban
aquí, comían y descansaban muchos viajeros, sin que fuese en
realidad una hospedería. Un negocio semejante he visto que
tenía el padre de la novia de Caná de Galilea. El hermoso pozo
tenía el inconveniente de que el agua estaba muy profunda y
costaba trabajo sacarla con las bombas: el agua corría por cana-
les a diversos recipientes que estaban en torno.
XXIII
Los fariseos y saduceos se irritan contra Jesús
En torno del pozo se había reunido mucha gente por invi-
tación de Jesús y de Isacar. Jesús habló al pueblo del cumpli-
miento de la promesa, de la proximidad del reino, de la peni-
tencia, de la conversión y de cómo se debe pedir la misericordia
de Dios para recibir la gracia y los milagros. Habló de Eliseo
que había enseñado aquí, y cómo los sirios, que habían querido
prenderlo, fueron heridos de ceguera; Eliseo los llevó de este
modo a Samaria, los entregó en manos de los enemigos, y los
hizo servir y alimentar por ellos, no permitiendo que los ma-
tasen, y cómo luego les devolvió la vista y los condujo de nuevo
al rey que los había enviado a prenderle. Todo esto lo explicó
y aplicó al Hijo del Hombre y a las persecuciones de los fari-
seos. Enseñó por largo tiempo de la oración y de las buenas
obras; habló de la oración del fariseo y del publicano, y cómo
se debían adornar y ungir en los días de ayuno y no pavonearse
delante de la gente como observantes y piadosos. El pueblo se
sentía muy consolado por esta predicación, pues los pobres eran
muy oprimidos por los fariseos y saduceos.
Los fariseos y saduceos estaban sumamente irritados al ver
esta numerosa asamblea que escuchaba la palabra de Jesús, má-
xime cuando vieron a Isacar aparecer entre el pueblo, sano,
bueno y gozoso, repartiendo con los discípulos la comida a los
oyentes que habían colocado sobre los asientos de piedra. El
enojo de los fariseos fue tal que no pudieron contenerse y se
arrojaron contra Jesús como si quisieran echar sus manos so-
bre Él. Comenzaron por reprenderle de que curaba en Sábado.
Jesús les respondió que le escuchasen quietos hasta el fin. Los
colocó en círculo y les repitió lo que ya había dicho en otras
ocasiones a los más audaces: “Si tú, en un día de Sábado cayeses
en este pozo, ¿no desearías ser sacado de aquí aunque fuese
Sábado?” De este modo continuó hablando hasta que, avergon-
zados, se retiraron de allí.
Jesús abandonó con sus discípulos la ciudad, bajando a un
valle hacia el Oeste, que corría de Sur a Norte. Isacar se mos-
tró muy generoso en Dothan repartiendo víveres. Mandó asnos
cargados de toda clase de comida a los diversos albergues de
la comunidad de Jesús y cambió los víveres algo viejos con
otros nuevos. Les proveyó también de recipientes, como los he
visto en Caná y vasijas de una materia blanca con asa para
llevar y colgar: los corchos son como esponja prensada. Estos
recipientes tenían una bebida refrescante a base de bálsamo.
Isacar entregó a cada discípulo monedas para sus necesidades
y para limosna a los pobres. Judas Iscariote y otros discípulos
se volvieron a sus hogares. Jesús retuvo a nueve: entre ellos a
Tomás, Santiago el Menor, Judas Barsabás, Simón Tadeo, a
Cleofás el Pequeño (Natanael), a Manahem y a Saturnino.
Cuando Jesús se alejó comenzó entre los fariseos el comen-
tario irónico e hiriente. Decían a las gentes: “Ya veis lo que
es Él… Se dejó tratar bien por Isacar… Sus discípulos son
unos pobres hambrientos, que se han juntado para ser susten-
tados por otros. . . Si Él fuera lo que debía ser, se quedaría en
su casa a cuidar a su pobre Madre. . . Su padre fue un pobre
carpintero; pero como a Él no le gusta trabajar, se dió a reco-
rrer el país y a promover desórdenes por todas partes».
Cuando Isacar repartía sus bienes, le oí que decía: “Tomad,
tomad, por favor. Esto no es mío: pertenece al Padre celes-
tial. Agradeced a Dios. A mí sólo se me han prestado estos
bienes”.
XXIV
Jesús se dirige desde Dothan a Endor
Después de cinco horas de camino llegaron Jesús y sus
discípulos, por la noche, a un solitario albergue donde sólo había
algunos lechos para descansar. Había un pozo allí cerca, de
tiempos del patriarca Jacob. Los discípulos juntaron algunas
astillas para hacer fuego. Durante el camino habló Jesús mu-
cho, para enseñanza especialmente de Tomás, Simón, Manahem,
Cleofás el Menor y para los recién venidos. Les habló de su
seguimiento, de abandonar todas las cosas sin mirar atrás, sino
con pleno convencimiento, de lo despreciable que son las cosas
y riquezas terrenas: que todo lo que abandonarían ahora lo
iban a encontrar centuplicado en el reino de los cielos. Les dijo
que midieran sus fuerzas para ver si se sentían con ánimo de
dejarlo todo.
A algunos de los discípulos no les había agradado la pre-
sencia de Judas Iscariote, especialmente a Tomás. Se lo dijo
claramente a Jesús: “Este Judas de Simeón no me agrada;
con toda facilidad dice hoy sí, para decir mañana no”. Preguntó
por qué lo habia recibido ya que había sido insoportable para
otros. Jesús dió una respuesta evasiva, como diciendo que esto
como otras cosas estaban ya desde la eternidad en los juicios de
Dios. Cuando los discípulos se hubieron retirado al descanso,
Jesús salió solo para orar en la montaña.
A la mañana vinieron algunos de la vecina ciudad de Sunem,
que está a un par de horas al Este, y le rogaron quisiera visitar
su ciudad, pues tenían a niños gravemente enfermos, rogándole
quisiera sanarlos. Ya le habían esperado otras veces. Jesús con-
testó que por ahora no podía ir, porque otros le esperaban; que
les enviaría a algunos discípulos. La gente replicó que no tenía
confianza en ellos: que ya habían estado otros con ellos y no
habían podido sanarlos. Le rogaban viniese Él mismo. Jesús
les dijo que tuviesen paciencia por el momento, y se despidieron
de Él. Jesús se dirigió con los suyos a Endor.
En el camino de Dothan a Endor se encuentran dos pozos de
Jacob, en los cuales solían abrevar sus ganados. Por este motivo
tenían frecuentes disputas con los amorritas. En Jezrael, cerca
de Endor, tenía Lázaro una posesión. Joaquín y Ana tenían un
campo hacia el Noreste de Endor, adonde Ana acompañó a Ma-
ría en su camino a Belén. De este campo fue el asnillo que le
dieron a José y que precedía libre a José y María en su camino
a Belén. Joaquín tenía un campo del otro lado del Jordán, hacia
el desierto y el bosque de Efraim, no lejos de Gaser. Allí se
había ocultado Joaquín para orar cuando salió tan triste del
templo de Jerusalén. Allí recibió la orden de marchar a Jeru-
salén, donde lo encontró Ana en la puerta dorada. Jesús quedó
delante de Endor en una hilera de casas, y enseñó. A ruego de
varios entraba en las casas para sanar a los enfermos, a algu-
nos de los cuales los habían traído desde Endor. Había entre
ellos algunos paganos que se mantenían algo alejados.
Un pagano de Endor se acercó a Jesús, con un niño de siete
años, que tenía un demonio mudo tan fiero que a veces debían
tener atada a la criatura. Cuando el hombre se acercó, el niño
se enfureció, se soltó de las manos del padre y se ocultó en una
cueva de la montaña. El padre se hincó delante del Señor y le
expuso su miseria. Jesús se dirigió a la cueva y mandó al niño
que se presentase. Vino muy humilde y se echó a los pies de
Jesús, que le impuso las manos y mandó al demonio que saliese
de él. El niño cayó como en un desmayo, y salió el diablo de él
en forma de un oscuro vapor. Se levantó entonces el niño y
corrió hacia su padre, hablándole. El padre lo abrazó y ambos
se hincaron delante de Jesús, dándole gracias. Jesús amonestó
al padre y le dijo que ambos fuesen a Ainón y se dejasen
bautizar.
Jesús no entró en la ciudad de Endor. En esta parte exterior
de la ciudad había mejores edificios que adentro. Endor parece
una ciudad muerta, porque una parte está llena de edificios
caídos y ruinosos. Crece la hierba en las calles. Viven allí mu-
chos paganos que parecen estar obligados a algún trabajo pú-
blico. Los pocos judíos ricos que hay, miran a través de sus
ventanas y vuelven la cabeza como si temieran les robasen por
detrás su oro y sus riquezas. Desde aquí se dirigió Jesús hacia
el Noreste, como a dos horas de camino, a un valle que come
desde Esdrelón al Jordán por la parte Norte de las montañas
de Gelboé. En este valle está, sobre una montaña, como una
isla, la ciudad de Abez, rodeada de jardines y alamedas. Un río
corre delante y al Este, en el valle, hay un pozo hermoso, que
llaman de Saúl, porque aquí fué herido este rey. Jesús no entró
en la ciudad, sino que anduvo por la parte Norte, en la ladera de
la montaña, hasta una hilera de casas entre jardines, huertos y
campos cultivados donde había montones de haces de trigo.
Jesús entró en un albergue donde lo esperaban parientes de
edad, hombres y mujeres. Le lavaron los pies y le ofrecieron un
hospedaje sincero y de corazón. Eran quince: nueve hombres y
seis mujeres, Le habían avisado de antemano que querian reu-
nirse con Él en este lugar. Algunos tenían hijos y criados con-
sigo. Casi todos eran de edad, parientes por Ana, por Joaquín o
por José. Uno era medio hermano de José, y habita en el her-
moso valle de Zabulón; el otro era el padre de la novia de
Caná; otros eran parientes de Ana, de Séforis, donde había
Jesús sanado al niño ciego de uno de ellos en su última estada
en Nazaret. Todos habían llegado montados en asnos para tener
el gusto de ver y de hablar con Jesús.
Expresaron el deseo de que se estableciese en un lugar fijo
para no tener que estar expuesto a las incomodidades de sus
continuos viajes: se ofrecían a buscarle un lugar tranquilo
donde pudiese enseñar y donde no le molestasen los farìseos.
Le pintaron con vivos colores el peligro a que se exponía, por-
que los fariseos y otras sectas estaban muy ìrritados con su
predicación. “Reconocemos, decían, tus obras maravillosas; pero
elige Tú una morada fija donde puedas enseñar en paz, para que
no estemos siempre inquietos por tu causa». Empezaron a nom-
brar varios de los lugares más apropiados. Todo esto lo hacían
llenos de amor y de sencillez por amor de Jesús. Estaban preocu-
pados por las malignas cosas que oían sobre Jesús. Jesús les
contestó con fuerza, aunque lleno de amor, muy diferente de lo
que hablaba con el pueblo y aún con los discípulos. Les dijo con
claridad que se cumplían los tiempos de la promesa y que Él
debía cumplir la voluntad de su Padre que está en los cielos.
Dijo que no habia venido para descansar, ni para algunos sola-
mente, ni para sus parientes solos, sino para todos los hombres.
Añadió que el amor no puede estarse quieto: quien desea ayudar
a los necesitados debe buscarlos; las comodidades de esta vida
no le interesaban; que su reino no era de este mundo. Se dio
mucho trabajo para explicar a estas buenas gentes, que lo ad-
miraban cada vez más y comprendieron algo mejor. El amor
que le tenían y su admiración creció. Paseó con algunos de
ellos por las montañas, y a la sombra de los árboles les enseñaba
y consolaba. Luego habló de nuevo con todos juntos. De este
modo pasó todo el día. Después todos juntos tomaron una cena
muy parca, de pan, miel y frutas secas que habían traído consigo.
La misma noche le trajeron los discípulos a un joven hijo
de un maestro de Endor. Era un estudiante y quería ser maestro
en una de las escuelas del lugar. Pidió a Jesús le recibiese como
discípulo porque había estudiado; podía ser empleado en seguida
en algo y así le pedía una ocupación. Jesús le dijo que esto no
podía ser: que la ciencia que Él buscaba era de otra clase y que,
por lo demás, estaba muy apegado a la tierra. Esto diciendo lo
desechó como discípulo. Al día siguiente, hacia el mediodía, par-
tieron los parientes hacia el monte Tabor, donde se dividirían
en diversas direcciones. Jesús había conseguido consolar, forta-
lecer y convencer a todos esos buenos y ancianos parientes. No
habían entendido todo, pero se aquietaron y partieron conven-
cidos que habían oído palabras divinas; que obraba bien ha-
ciendo así y que conocía su misión mejor de lo que ellos lo
entendían. Más conmovedor aún que el encuentro fué la despe-
dida: entre lágrimas de ternura y con tierna conmoción se des-
pedían, con sonrisas, lágrimas y señales con la mano; montados
ya en sus asnos se saludaban; algunos marchaban a pie, con
largos bastones de camino y los vestidos ceñídos; iban en direc-
ción del valle. Jesús y los suyos los acompañaron un trecho,
después de haberles ayudado a empaquetar la ropa y subir a
los asnos.