XVI
Jesús va a la ciudad de Nobach
Desde aquí se dirigió Jesús con Juan, Bartolomé y otros
discípulos al Sur, a tres horas de camino, a la ciudad de Nobach,
una de la Decápolis. Judíos y paganos viven en las dos partes
de la ciudad que tienen distintos nombres. Estas ciudades de
los alrededores están edificadas con piedras negras y brillantes.
Jesús enseñó en Nobach y en otras aldeas cercanas. Estaban con
Él, Juan y Bartolomé, mientras los demás apóstoles y discípulos
se habían desparramado, evangellzancio los alrededores. Jesús
preparó a algunos mientras Bartolomé bautizaba. En este lugar
había agua negruzca y poco limpia; la hacían correr a otros
recipientes de piedra donde la aclaraban y luego a otros cubier-
tos, donde la conservaban. Los apóstoles echaban el agua que
traían consigo y Jesús bendijo esas aguas antes del bautismo.
Los catecúmenos se hincaban de rodillas inclinando la cabeza
hacia la fuente.
Los paganos recibieron a Jesús en Nobach con mucha so-
lemnidad. Le salieron al encuentro con palmas y ramas verdes,
ponían tapetes y alfombras bajo sus pies y corrían delante de
Él para volver a poner las alfombras que había pisado. En la
ciudad de los judíos lo recibieron los rabinos, que eran fari-
seos. Jesús enseñó en la sinagoga. Era el Sábado de la fiesta
del Purim. Luego hubo una comida en la sala de fiestas, donde
los fariseos volvieron a discutir y a reprochar que los apóstoles
recogían algunas frutas en el camino para comerlas y arran-
caban espigas de trigo de los campos. Jesús contó la parábola
de los trabajadores de la viña y la del rico Epulón y el pobre
Lázaro. Jesús echó en cara a los fariseos que no invitaban a los
pobres como era costumbre y ellos se excusaron diciendo que
sus entradas eran muy exiguas. Preguntó si habían preparado
esta comida para Él y en su honor, y como dijesen que sí, Jesús
depositó ante sus ojos cinco placas gruesas de formas triangula-
res, unidas por una cadenita, que eran monedas de oro, y dijo
que repartiesen su valor a los pobres, Mandó buscar por medio
de los discípulos a muchos pobres, los hizo sentar a la mesa y
les dio alimentos. Jesús enseñaba, consolaba y repartía alimen-
tos a los pobres. Ese dinero era quizás el que se acostumbraba
dar al templo o algún regalo de los que se hacían en estos días
de Purim. También aquí había la costumbre de regalarse unos
a otros frutas, panes, trigo y vestidos. En este día se leía en
rollos escritos especiales de la historia de Ester y se leía a los
enfermos que estaban en sus casas. Jesús fue dando vueltas
por las casas de enfermos y ancianos leyendo el libro de Ester
y sanando algunos.
He visto en este día fiestas y representaciones hechas por
las doncellas y mujeres que en esta fecha adquirían grandes de-
rechos en la ciudad. He visto como vinieron en corporación
ante el recinto de la sinagoga, teniendo entre ellas a una coro-
nada como reina y regalaban a los sacerdotes hermosas vesti-
duras sacerdotales y objetos del culto. En el jardín también
tuvieron sus fiestas y elegían de entre ellas, ya a una, ya a otra,
como reina y la deponían luego. Tenían una figura, un muñeco,
que maltrataban y ahorcaban luego, mientras los niños golpea-
ban con martillos sobre tablas y le gritaban imprecaciones y
maldiciones.
XVII
Jesús se dirige a Gaulón y a Recaba
Desde Naboch se dirigió Jesús hacia Gaulón; el camino
llevaba por el Oeste a una altura y duró cuatro horas. La ciu-
dad de Gaulón está a un par de horas del Jordán y la habitan
judíos y paganos. Jesús se detuvo pocas horas aqui enseñando
y sanando enfermos, y se encaminó, por la ciudad de Argos,
sobre una altura, hacia la fortaleza de Recaba adonde llegó ya
entrada la noche. Descansó con sus acompañantes fuera de la
ciudad y esperó la llegada de los otros apóstoles y discípulos,
unos quince en total, y entró con ellos en el albergue preparado.
Recaba pertenecía a la comarca de los gergesenos y era el
punto más septentrional del país y sus habitantes los mejores
de ellos. Gaulón era un límite con la región del tetrarca Felipe.
La mayor parte de los pobladores habian sido ya bautizados,
tanto los judíos como los paganos y sus enfermos habían sido
sanados durante el sermón de la montaña. Durante todo el dia
Jesús estuvo enseñando, consolando y fortificando en la fe.
Se había reunido una gran multitud de todas partes por la fies-
ta del Sábado y además llegó una caravana desde Arabia. Estas
gentes traían enfermos, estropeados, ciegos, mudos, sordos, y se
empujaban de tal modo que Jesús salió de la sinagoga después
del sermón y se retiró con seis discípulos a una montaña. Algu-
nos apóstoles quedaron allí y se esforzaron en poner orden en
esa confusión.
Muchos del pueblo siguieron a Jesús y Él enseñó el Padre-
nuestro, acerca de la manera de orar, de no decir muchas pa-
labras, de no hacerlo en público para ser vistos, de que serían
oídos en la oración. Sanó a muchos enfermos allí y volvió más
tarde a la sinagoga. En los últimos tiempos había enseñado
mucho sobre la oración, tanto en los caminos como en las escue-
las. Había algunos discípulos que no habían estado en toda la
explicación de las peticiones del Padrenuestro. Habíanle pedi-
do: “Enséñanos a orar, como lo has enseñado a los demás”. Les
explicó de nuevo estas peticiones previniéndolos contra el rezo
de los hipócritas. La ciudad de Recaba está muy alta y tiene
una espléndida vista hacia el lago, sobre Genesaret hasta el
Tabor. Más alto que la ciudad hay un edificio cuadrado, sobre
una roca, con grandes murallas de piedra, y lleno de cámaras y
subterráneos: es la fortaleza y se ven soldados allí. Arriba en
la planicie se ven también árboles. Desde aquí al lago habrá
cìnco haras de camino, al Sudoeste; dos o tres horas hacia el
monte de las Bienaventuranzas, hacia el Oeste, y unas cinco
horas hacia Betsaida-Julias. Habrá siete u ocho horas hasta el
lugar donde entraron los demonios en los cerdos. Hacia Cesa-
rea de Fìlipa habrá cinco horas de camino; éste pasa por aquí
subiendo la montaña para terminar en esa ciudad. Jesús habla
mucho en estos días sobre el futuro doloroso que le espera;
dice que lo perseguirán en todas partes y lo querrán matar.
Una vez dijo que se acercaba su ascensión. Desde la última vez
en Cafarnaúm no habló más en público sobre el pan de vida,
ni de comer su carne y beber su sangre. Habló esa vez para
probar a sus discípulos y apartar a los malos de entre ellos y no
tener que llevarlos de un lado a otro.
Las alturas de Recaba son muy hermosas, aunque un tanto
salvajes; el Noreste es rocoso y sin vegetación. No hay buena
fruta como en Genesaret, pero hay mucho trigo, y sobre las
colinas y montañas, excelentes pastos. Veo aquí grandes reba-
ños de asnos y vacas con gruesas astas y trompas negras levan-
tadas; otras de cabezas más inclinadas y cuernos adelante; y
muchas con los cuernos quebrados. Veo también muchos came-
llos, que parecen pequeños a distancia; duermen de pie, apoya-
dos contra un árbol o una roca. Veo también piaras de cerdos
en un monte de árboles parecidos a hayas. Nunca he visto que
los judíos o los paganos ahumaran la carne; en cambio, veo
secar al sol y salar pescados. Arriba escasea el agua; recogen la
de la lluvia en cisternas y la llevan de un lado a otro por medio
de odres y canales.
XVIII
Jesús en Cesarea de Filipo
Desde Recaba se dirigió Jesús con sus acompañantes hacia
Cesarea de Filipo adonde llegó a eso del mediodía. El camino
hasta allá va siempre en ascenso y es bastante áspero y dificil.
Cesarea es muy hermosa; está situada entre cinco colinas; mira
de un lado a la montaña; está rodeada de plantaciones, y edi-
ficada al estilo pagano, con columnas y pórticos en las calles.
Veo aquí siete grandes palacios y muchos templos de ídolos;
con todo, los paganos viven separados de los judíos. Delante
de la ciudad hay un estanque muy grande y en medio de él
una casa, a cuyo alrededor se puede caminar. Brota el agua,
llena el estanque y corre al Jordán. En la parte pagana hay un
pozo muy bien hecho y un hermoso edificio. Se puede ver la
profundidad en el agua clara; creo que viene a través de la
montaña, hasta las fuentes de Phiala. Delante de la ciudad veo
arcos y pórticos y al agua correr bajo puentes. Jesús fue reci-
bido bien; se lo esperaba, porque las caravanas que pasaron lo
habían anunciado. Los parientes de la curada de flujo de san-
gre le salieron al encuentro hasta el estanque, y Jesús se alber-
gó cerca de la sinagoga, en casa de un fariseo. Acudieron muy
pronto enfermos y mucho pueblo.
Los apóstoles sanaron a varios enfermos. Están aquí algu-
nos de los fariseos malintencionados que formaban la comisión
que estuvo en Cafarnaúm. Jesús enseñó y sanó en una colina
fuera de la ciudad. Traían muchos enfermos de varios lugares,
los cuales clamaban a veces: “Señor, manda a alguno de tus
apóstoles que nos ayuden”. Los fariseos murmuraban porque
iba siempre con personas de poca estimación en lugar de ro-
dearse de gente ilustrada. Se repartieron muchas cosas a los
pobres, dinero, vestidos, alimentos que proveía Enué, la mujer
curada de flujo de sangre que vivía aquí. También el tío de
Enué, todavía pagano, daba mucha limosna. Se juntaron de
nuevo tres apóstoles y los discípulos que habían sido enviados
por Jesús desde Ornitópolis a Tiro, a Chabul y a Aser. Los en-
cuentros son siempre muy tiernos: se dan la mano, se abrazan.
Jesús los había citado para reunirse en este lugar. Se les lavó
los pies y tomaron parte en la distribución de alimentos y
limosnas a los pobres y en la curación de enfermos.
Jesús se dirigió con sus discípulos, unos sesenta, a casa
del tío de Enué, que los recibió solemnemente, al modo pagano,
con ramas, palmas y coronas poniendo alfombras a su paso.
Este tío vino con Enué y sus hijas que se echaron a los pies de
Jesús. Habían venido hasta Cesarea de Filipo por causa de
este anciano que quería y deseaba con otros hombres dejar el
paganismo, pero no se resolvían por causa de la circuncisión.
Habló a solas con Jesús, el cual nunca lo hizo en público contra
esta práctica. Tampoco nunca mandó la circuncisión a los pa-
ganos convertidos, aunque no decía abiertamente que se dejase.
Cuando encontraba personas con deseos de abandonar el paganismo, les
decía que si no se sentían con ganas de incorporarse a los ju-
díos, se hiciesen bautizar y creyesen y practicasen lo que Él
enseñaba; así estos vivían apartados de los paganos sin tomar
las costumbres judías, sino que vivían como cristianos, orando,
dando limosna y practicando lo que Él les había enseñado. Ni
aún con los apóstoles habló Jesús jamás de que dejasen la cir-
cuncisión, para no escandalizarlos, y así no recuerdo que en
algún momento pudieron los fariseos, que espìaban sus pala-
bras, reprocharle que desechaba la circuncisión, ni aún en el
tiempo de su Pasión trajeron esta acusación. En el hermoso
interior de la casa, en un patio de árboles, adornado de coronas
y guirnaldas, habían tendido telas blancas, a modo de tienda,
en cuya abertura superior había una corona de flores. Bajo esta
tienda se hizo la ceremonia de los bautismos de estos paganos.
Jesús los había adoctrinado antes. Habló en particular con cada
uno de ellos, que le abrieron su corazón, confesaron sus peca-
dos, y su fe. Jesús les perdonaba sus pecados y fueron bautiza-
dos por Saturnino con el agua de una fuente que Jesús había
bendecido antes.
Hubo una gran comida en la cual tomaron parte todos
los discípulos y amigos de la casa. Esta comida fue al modo
pagano: las mesas eran más altas que entre los judíos; estaban
echados sobre altas poltronas, con los pies hacia afuera y con
un brazo se apoyaban sobre un rodete de la poltrona. La mesa
tenía hendiduras y muescas y cada uno, platos delante. En el
centro de la mesa estaban las fuentes grandes con los alimentos.
Enué, curada de su mal, aparece ahora muy cambiada, de her-
moso aspecto y llena de salud; estaba al lado de su tío, con su
hija de veintiún años; se alejaron de la mesa durante la comida
y aparecieron después. A cierto punto de la comida apareció
la hija cubierta con el velo, con la madre; se colocaron algo
distantes de Jesús. La hija avanzó detrás de Jesús llevando un
precioso recipiente blanco con esencias olorosas, lo quebró so-
bre la cabeza de Jesús, y lo derramó con sus manos sobre los
cabellos, a derecha e izquierda, y detrás de las orejas; luego
tomó su hermoso velo y formando un bulto con el extremo lo
pasó suavemente, secando los cabellos y se alejó. A los pobres
se les repartió gran cantidad de alimentos. La casa que habi-
taba ahora el tio de Enué no era la misma de antes, sino que
se había retirado a esta casa, más apartada, para no vivir en
medio de los paganos y del culto de los dioses, aunque no esta-
ba la vivienda tampoco dentro del cuartel de los judíos. Enué
era hija de un hermano o de una hermana que se habían hecho
judíos para casarse con un hombre judío que había muerto ya.
Todas sus riquezas las habían heredado de sus padres paganos.
Desde el momento que vinieron a habitar aquí los pobres fue-
ron muy favorecidos con el reparto que hizo el anciano de trigo,
ropas, mantas y limosnas de todo género.
XIX
Jesús disputa con los fariseos
Cesarea de Filipo está a cuatro horas de distancia de Les-
chem o Lais de donde vino la Sirofenisa hasta Jesús, más al
Este, y no es la misma ciudad. Mientras estaba Jesús en Cesarea
tenían los paganos de aquí una fiesta que se refería a la bondad
de las aguas junto al pozo. Ofrecían incienso sobre trípodes, de-
lante de un ídolo rodeado de muchachas coronadas de flores.
Este ídolo parecía como si estuviesen sentadas tres o cuatro
figuras unidas por las espaldas. Tenía cabezas, manos y pies;
los codos estaban pegados al cuerpo y las manos extendidas.
El pozo derramaba agua hacia todos los lados de una fuente.
y de un lado corría hacia un lugar cerrado con galerias donde
había cisternas para baños. Cuando terminó la fiesta Jesús pre-
paró a varios judíos para el bautismo, que llevaron a cabo
los discípulos. Después, con varios discípulos, se dirigió Jesús
a la casa de Enué y de su anciano tío; se despidió de esta buena
gente que derramaba lágrimas de gratitud y humildad mientras
mandaban cantidad de regalos, panes, trigo, vestidos y mantas
fuera de la puerta de la ciudad, donde Jesús se detuvo enseñando
a los viajeros de las caravanas y repartiendo estos regalos entre
los necesitados y los pobres. Este ejemplo de caridad siguieron
otros piadosos judíos y los recién bautizados, los cuales medían
trigo para repartir a los pobres, como también telas, mantas y
panes. De este modo fue este un día de alegría para los pobres.
Fue invitado Jesús por los fariseos, con modos muy corteses, a
ir a la sinagoga y aclararles varios puntos doctrinarios. Mucho
pueblo los siguió.
Los fariseos habían pensado toda clase de preguntas capcio-
sas sobre el divorcio. Aquí se practicaba mucho el negocio de los
divorcios. Jesús había reprochado a unos, y a otros los había
reconciliado. Empezaron a discutir en mala forma con Jesús y le
echaron en cara de que permitiese a sus apóstoles tales o cuales
cosas. Se había presentado un joven a ellos acusando a Jesús.
Este joven era rico y se había ofrecido varias veces como dis-
cípulo a Jesús, siendo rechazado siempre. Otras veces le impuso
Jesús ciertas condiciones: que dejase padre y madre, diera sus
riquezas a los pobres, y otras cosas más. Se había presentado
de nuevo a Jesús, pero quería conservar sus riquezas y admi-
nistrarlas. Jesús nuevamente lo había rechazado. Los fariseos
reprochaban a Jesús que imponía cosas imposibles, demasiado
difíciles. Este joven dijo además varias cosas que decía haber
oído predicar a Jesús y hasta tuvo la osadía de llamar a algu-
nos apóstoles como testigos de lo que decía y que ellos también
habían oído. Los apóstoles se encontraron apurados, no sabien-
do qué decir porque no estaban prevenidos. Los fariseos decían
por esto que Jesús iba con gente ignorante y que como este
joven era más instruido no lo quería precisamente porque de-
seaba tener gente ignorante. Jesús les respondió severamente,
y salió con sus discípulos fuera de la ciudad.
XX
Jesús en Argob y en dirección de Betsaida-Julias
Delante de la ciudad Jesús instruyó a sus apóstoles y los
envió al Este y al Noreste a diversas comarcas lejanas. Tenían
que ir a ciudades cerca de Damasco y a la Arabia, donde aún
no habían estado nunca. Él, con dos discípulos, se dirigió, de-
jando el lago Phiala a la izquierda, a la ciudad de Argob, en
una altura y a cuatro horas de camino desde Cesarea, y se hos-
pedó con los levitas junto a la sinagoga. Argob está habitada
por mayoría de judios, mientras los pocos paganos son gente
pobre que trabaja para los judíos. Los habitantes se ocupan de
trabajar el algodón: hombres, mujeres y niños tejen e hilan.
Escasea el agua que es traída en canales y odres y guardada
en cisternas. Jesús enseñó en un lugar abierto, sanó a algunos
enfermos y visitó, enseñó y curó a ancianos y enfermos. La
mayoría ya estaban bautizados; no había fariseos aquí. De aquí
se disfruta una vista extensa hasta el otro lado de la alta Ga-
lilea, el monte de las Bienaventuranzas y Betsaida-Julias. Acom-
pañado de pobladores del lugar y los dos discípulos se fue
Jesús en dirección de Recaba, permaneciendo unas dos horas
en un albergue, donde solían detenerse las caravanas que tres
veces al año pasan por allí. Llegaron cuatro de los discípulos
más jóvenes trayendo alimentos. Venían de Jerusalén a través
de Cafarnaúm. Desde este albergue se dirigió Jesús hacia la
población de la fortaleza de Recaba, donde se había reunido
ya una gran cantidad de pueblo y de viajeros de las caravanas.
La fortaleza parece cavada en la roca viva. En torno de ella
había unas cuantas casas y una sinagoga. Diez y seis discípulos
se juntaron aquí con Jesús, de los que desde Cesarea se habían
dirigido a diversos poblados; los demás habían ido a lugares
más distantes. Estaban aquí Pedro, Andrés, Juan, Santiago el
Mayor, Felipe y Santiago el Menor y muchos fariseos. La sina-
goga estaba tan llena que tuvieron que permanecer en torno
de pie.
Jesús habló de Jeremías. Dijo que ahora todos le buscaban y
le apretaban, pero que muy pronto todos le abandonarían y le
dejarían solo, le burlarían y le maltratarían. Los fariseos co-
menzaron a disputar violentamente con Él diciendo, como otras
veces, que echaba los demonios por virtud de Beelzebub. Je-
sús los llamó hijos del padre de la mentira, y dijo que el Padre
celestial ya no quería ofrendas y sacrificios de sangre. Le oí
hablar de la sangre del Cordero, de la sangre inocente que ellos
iban a derramar, de la cual eran figura los sacrificios de anima-
les de su rito. Con el sacrificio del Cordero cesaría para siempre
el culto de ellos. Todos los que creyeren en el sacrificio del
Cordero serían salvos y reconciliados; ellos, en cambio, como
matadores del Cordero, serían condenados. Previno a sus discí-
pulos de las maquinaciones de los fariseos en su misma presen-
cia, de modo que estos se irritaron de tal manera que Jesús y
los suyos salieron y se dirigieron al desierto. He visto que ha-
bían apostado gentes con bastones y palos que debían esperarlo.
Nunca hasta entonces había reprochado tan severamente a los
fariseos como esta vez. Jesús permaneció con los suyos durante
la noche en el desierto, y al día siguiente fueron a Corazin.
De nuevo se juntó mucha gente aquí, y le ponían los enfermos
en el camino. Sanó a estropeados, hidrópicos y ciegos, mientras
iba a la sinagoga.
Aquí habló de nuevo Jesús proféticamente de sus futuros
padecimientos y persecuciones, entre vivas disputas y contra-
dicciones de los fariseos. Habló de su sacrificio y ofrenda per-
petuos, a pesar de lo cual ellos quedaban siempre llenos de
pecados y de maldad. Habló del cabrón emisario que ellos sue-
len cargar con los pecados de todos en Jerusalén y echar al
desierto; a propósito de esto les dijo, de modo que no lo pu-
dieron entender, que ellos pronto echarían afuera a un inocente
que lleva las culpas de todos y lo matarían a pesar de haber ese
inocente hecho tanto por ellos y amarlos tiernamente.
Con esto se produjo un gran tumulto y griterío entre los
fariseos, y como Jesús se encaminara fuera de la ciudad le si-
guieron, exigiéndole una explicación. Jesús les dijo sólo que,
por ahora, ellos no podían entenderlo. Mientras tanto le habían
traído a un sordomudo para que lo sanase: era un pastor de la
comarca y buen hombre. Los suyos lo llevaron allí y pedían a
Jesús que pusiera sus manos sobre él. Mandó Jesús que lo apar-
tasen de la turba, pero los fariseos lo siguieron. Lo sanó en pre-
sencia de ellos, para que vieran que sanaba por la oración y por
la fe, con la ayuda de su Padre, y no por obra de Beelzebub.
Puso los dedos en sus oídos y con saliva en los dedos tocó la
lengua del mudo; miró al cielo, orando, y dijo al hombre:
«Abrete». De pronto habló el hombre y oía perfectamente, y
dió gracias lleno de alegría. Jesús le mandó no hablase ni hicie-
se ruido con esa su curación. Cada vez acudía mayor gentío,
porque había una caravana de viajeros, y por eso Jesús se
dirigió con los suyos a la oficina de Mateo, a dos o tres horas.
Como también aquí acudiera la gente, dejó algunos discípulos,
y se embarcó en dirección de Betsaida-Julias. Desembarcaron
durante la noche y quedaron en soledad al pie del monte de
las Bienaventuranzas.
Antes de rayar el alba navegaron desde Betsaida hacia la
orilla oriental, donde Jesús impartió una enseñanza junto a un
peñasco que estaba sobre la oficina de Mateo. Estaban presen-
tes algunos paganos de la Decápolis y turbas de gentes de la
caravana.
Jesús enseñó sobre la oración, cómo y dónde debían orar,
y sobre la perseverancia en la oración. Dijo: “Si un hijo pide
un pan, no le dará el padre una piedra, y si pide pescado no le
dará un reptil, y si un huevo no le dará un escorpión». Dijo
que conocía a algunos paganos, por ejemplo, que tenían tal
confianza en Dios, que no pedían nada y sólo se ocupaban de
dar gracias por lo que recibían, y añadió: “Si los extraños y
siervos tienen semejante fe y confianza, ¡cuánta deberían tener
los hijos del Padre!» Habló del deber de dar gracias por la
salud recibida, y la mejora de la vida, y también del castigo de
los que volvían a sus vicios y que estaban en peor estado que
antes.
Los oyentes aumentaron de nuevo de tal manera que se
alejó de allí, no sin anunciar para el día siguiente un gran
sermón en el monte cercano. Estaba éste al Este de la montaña
de las Bienaventuranzas. El pueblo acudió de todos lados al
monte. Estaban ocupando todas las alturas y todos los valles y
esperaban impacientes por qué lado aparecería Jesús, y adónde
se había retirado. Habló allí de la séptima y octava bienaven-
turanzas. Después, para escapar del tumulto de la turba, se diri-
gió con los apóstoles y discípulos a la barca de Pedro.
Navegaron por las orillas del lago, pero no desembarcaron,
porque muchos habían subido a las barcas que allí estaban y
seguían a la de Pedro.