De la Natividad de la Virgen a la muerte del patriarca San José- Sección 10

XLIII
José y María se refugian en la gruta de Belén
Era bastante tarde cuando José y María llegaron hasta la boca de la gruta.
La borriquilla, que desde la entrada de la Sagrada Familia en la casa
paterna de José había desaparecido corriendo en torno de la ciudad, corrió
entonces a su encuentro y se puso a brincar alegremente cerca de ellos.
Viendo esto la Virgen, dijo a José: «Ves, seguramente es la voluntad de Dios
que entremos aquí». José condujo el asno bajo el alero, delante de la gruta;
preparó un asiento para María, la cual se sentó mientras él hacía un poco de
luz y penetraba en la gruta. La entrada estaba un tanto obstruida por atados
de paja y esteras apoyadas contra las paredes. También dentro de la gruta
había diversos objetos que dificultaban el paso. José la despejó, preparando
un sitio cómodo para María, por el lado del Oriente. Colgó de la pared una
lámpara encendida e hizo entrar a María, la cual se acostó sobre el lecho que
José le había preparado con colchas y envoltorios. José le pidió humildemente
perdón por no haber podido encontrar algo mejor que este refugio tan
impropio; pero María, en su interior, se sentía feliz, llena de santa alegría.
Cuando estuvo instalada María, José salió con una bota de cuero y fue detrás
de la colina, a la pradera, donde corría una fuente, y llenándola de agua
volvió a la gruta.
Más tarde fue a la ciudad, donde consiguió pequeños recipientes y un poco
de carbón. Como se aproximaba la fiesta del sábado y eran numerosos los
forasteros que habían entrado en la ciudad, se instalaron mesas en las esquinas
de algunas calles con los alimentos más indispensables para la venta.
Creo que había personas que no eran judías. José volvió trayendo carbones
encendidos en una caja enrejada; los puso a la entrada de la gruta y encendió
fuego con un manojito de astillas; preparó la comida, que consistió en panecillos
y frutas cocidas. Después de haber comido y rezado, José preparó un
lecho para María Santísima. Sobre una capa de juncos tendió una colcha
semejante a las que yo había visto en la casa de Ana y puso otra arrollada
por cabecera. Luego metió al asno y lo ató en un sitio donde no podía incomodar;
tapó las aberturas de la bóveda por donde entraba aire, y dispuso en
la entrada un lugarcito para su propio descanso.
Cuando empezó el sábado, José se acercó a María, bajo la lámpara, y recitó
con ella las oraciones correspondientes; después salió a la ciudad. María se
envolvió en sus ropas para el descanso. Durante la ausencia de José la vi
rezando de rodillas. Luego se tendió a dormir, echándose de lado. Su cabeza
descansaba sobre un brazo, encima de la almohada. José regresó tarde. Rezó
una vez más y se tendió humildemente en su lecho a la entrada de la gruta.
María pasó la fiesta del sábado rezando en la gruta, meditando, con gran
concentración. José salió varias veces: probablemente fue a la sinagoga de
Belén. Los vi comiendo alimentos preparados días antes y rezando juntos.
Por la tarde, cuando los judíos suelen hacer su paseo del sábado, José condujo
a María a la gruta de Maraha, nodriza de Abraham. Allí se quedó algún
tiempo. Esta gruta era más espaciosa que la del pesebre y José dispuso allí
otro asiento. También estuvo bajo el árbol cercano, orando y meditando,
hasta que terminó el sábado. José la volvió a llevar, porque María le dijo
que el nacimiento tendría lugar aquel mismo día a medianoche, cuando se
cumplían los nueve meses transcurridos desde la salutación del ángel del
Señor. María le había pedido que lo tuviera dispuesto todo, de modo que
pudiesen honrar en la mejor forma posible la entrada al mundo del Niño
prometido por Dios y concebido en forma sobrenatural. Pidió también a José
que rezara con ella por las gentes que, a causa de la dureza de sus corazones,
no habían querido darles hospitalidad. José le ofreció traer de Belén a
dos piadosas mujeres, que conocía; pero María le dijo que no tenía necesidad
del socorro de nadie. En cuanto se puso el sol, antes de terminar el sábado,
José volvió a Belén, donde compró los objetos más necesarios: una
escudilla, una mesita baja, frutas secas y pasas de uva, volviendo con todo
esto a la gruta. Fue a la gruta de Maraha y llevó a María a la del pesebre,
donde María se sentó sobre sus colchas, mientras José preparaba la comida.
Comieron y rezaron juntos. Hizo José una separación entre el lugar para
dormir y el resto de la gruta, ayudándose de unas pértigas de las cuales suspendió
algunas esteras que se encontraban allí. Dio de comer al asno que
estaba a la izquierda de la entrada, atado a la pared. Llenó el comedero del
pesebre de cañas y de pasto y musgo y por encima tendió una colcha. Cuando
la Virgen le indicó que se acercaba la hora, instándole a ponerse en oración,
José colgó del techo varias lámparas encendidas y salió de la gruta,
porque había escuchado un ruido a la entrada. Encontró a la pollina que hasta
entonces había estado vagando en libertad por el valle de los pastores y
volvía ahora, saltando y brincando, llena de alegría, alrededor de José. Este
la ató bajo el alero, delante de la gruta y le dio su forraje. Cuando, volvió a
la gruta vio, antes de entrar en ella, a la Virgen rezando de rodillas sobre su
lecho, vuelta de espaldas y mirando al Oriente. Le pareció que toda la gruta
estaba en llamas y que María estaba rodeada de luz sobrenatural. José miró
todo esto como Moisés la zarza ardiendo. Luego, lleno de santo temor, entró
en su celda y se prosternó hasta el suelo en oración.

XLIV
Nacimiento de Jesús
He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacia cada vez más deslumbrante,
de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no
eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada
en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la medianoche la vi
arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía
las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en tomo de ella crecía por
momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta
los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio
parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la
bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde
María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso
de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra, y aparecieron
con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada
de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su
Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño,
estaba acostado en el suelo delante de María.
Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo
brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita
ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo
ante mis miradas; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y
deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirararla. La Virgen permaneció
algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo
y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía,
y lo oí llorar. En ese momento fue cuando María pareció volver en sí
misma, y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto,
y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su pecho. Se sentó, ocultándose
toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho.
Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose delante
del Niño recién nacido, para adorarlo.
Cuando habría transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús,
María llamó a José, que estaba aún orando con el rostro pegado a la tierra.
Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fervor. Sólo
cuando María le pidió que apretara contra su corazón el Don sagrado del
Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando
lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.
María fajó al Niño : tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José
sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en
muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado
Jesús recién nacido, bello y brillante como un relámpago. «¡Ah, decía
yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!»
He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José con pajas,
lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella cavada
en la roca, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí
hacia el Mediodía.
Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos a
ambos lados, derramando lágrimas de alegría y entonando cánticos de alabanza.
José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía
a la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido
blanco, que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días
sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo; pero nunca la vi enferma
ni fatigada.

XLV
Señales en la naturaleza. Anuncio a los pastores
He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría,
un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones
de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena
de alegría, y, en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores.
Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos
y brincos. Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban
nuevo vigor y verdor, y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto
brotar fuentes de agua de la tierra. En el momento mismo del nacimiento de
Jesús, brotó una fuente abundante en la gruta de la colina del Norte. Cuando
al día siguiente lo notó José, le preparó en seguida un desagüe. El cielo tenía
un color rojo oscuro sobre Belén. mientras se veía un vapor tenue y brillante
sobre la gruta del pesebre, el valle de la gruta de Maraña y el valle de los
pastores.
A legua y media más o menos de la gruta de Belén, en el valle de los pastores,
había una colina donde empezaba una serie de viñedos que se extendía
hasta Gaza. En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores,
jefes de las familias de los demás pastores de las inmediaciones. A distancia
doble de la gruta del pesebre se encontraba lo que llamaban la torre de los
pastores. Era un gran andamiaje piramidal, hecho de madera, que tenía por
base enormes bloques de la misma roca: estaba rodeado de árboles verdes y
se alzaba sobre una colina aislada en medio de una llanura. Estaba rodeado
de escaleras; tenía galerías y torrecillas, todo cubierto de esteras. Guardaba
cierto parecido con las torres de madera que he visto en el país de los Reyes
Magos, desde donde observaban las estrellas. Desde lejos producía la impresión
de un gran barco con muchos mástiles y velas. Desde esta torre se
gozaba de una espléndida vista de toda la comarca. Se veía a Jerusalén y la
montaña de la tentación en el desierto de Jericó. Los pastores tenían allí a
los hombres que vigilaban la marcha de los rebaños y avisaban a los demás
tocando cuernos de caza, si acaso había alguna incursión de ladrones o gente
de guerra. Las familias de los pastores habitaban esos lugares en un radio de
unas dos leguas. Tenían granjas aisladas, con jardines y praderas. Se reunían
junto a la torre, donde guardaban los utensilios que tenían en común. A lo
largo de la colina de la torre, estaban las cabañas, y algo apartado de éstas
había un gran cobertizo con divisiones donde habitaban las mujeres de los
pastores guardianes: allí preparaban la comida. He visto que en esta noche
parte de los rebaños estaban cerca de la torre, parte en el campo y el resto
bajo un cobertizo cerca de la colina de los pastores.
Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante
el aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor
de sus cabañas mirando a todos lados. Entonces vieron maravillados la luz
extraordinaria sobre la gruta del pesebre. He visto que se pusieron en agitado
movimiento los pastores que estaban junto a la torre, los cuales subieron
a su mirador dirigiendo la vista hacia la gruta. Mientras los tres pastores estaban
mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una
nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba.
Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, finalmente oí
cánticos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al principio
se asustaran los pastores, apareció un ángel ante ellos, que les dijo:
»No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de
Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo,
el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales,
echado en un pesebre». Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor
se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras
de ángeles muy bellos y luminosos. Llevaban en las manos una especie
de banderola larga, donde se veían letras del tamaño de un palmo y oí
que alababan a Dios cantando: «Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra
para los hombres de buena voluntad».
Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la
torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores, cerca de
una fuente, al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. No he visto que
los pastores fueran en seguida a la gruta del pesebre, porque unos se encontraban
a legua y media de distancia y otros a tres: los he visto, en cambio,
consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando
los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al rayar
el alba.

XLVI
Señales en Jerusalén , en Roma y en otros pueblos
Esta noche vi en el Templo a Noemí, la maestra de María, a la profetisa
Ana y al anciano Simeón. Vi, en Nazaret, a Ana, y en Juta, a Santa
Isabel. Todos tenían visiones y revelaciones del nacimiento del Salvador.
He visto al pequeño Juan Bautista, cerca de su madre, manifestando una
alegría muy grande. Vieron y reconocieron a María en medio de aquellas
visiones, aunque no sabían donde había tenido lugar el acontecimiento. Isabel
tampoco lo sabía. Sólo Ana sabía que tenía lugar en Belén. Esta noche vi
en el Templo un acontecimiento admirable y extraño: todos los rollos de escrituras
de los saduceos saltaban fuera de los armarios donde estaban ence-
rrados, dispersándose.
Este suceso causó mucho espanto en todos, pero los
saduceos lo atribuyeron a efectos de brujería, y repartieron dinero a los que
lo sabían para que mantuvieran el secreto.
He visto muchas cosas en Roma esta noche. Cuando Jesús nació vi un barrio
de la ciudad, donde vivían muchos judíos: allí brotó una fuente de aceite que
causó maravilla a todos los que la vieron. Una estatua magnífica de Júpiter
cayó de su pedestal en añicos, porque se desplomó la bóveda del templo.
Los paganos se llenaron de tenor, hicieron sacrificios y preguntaron a otro
ídolo, el de Venus, creo, qué significaba aquello. El demonio respondió, por
medio de la estatua: «Esto ha sucedido porque una Virgen ha concebido un
Hijo sin dejar de ser virgen; y este Niño acaba de nacer». Este ídolo habló
también desde la fuente de aceite. En el sitio donde brotó la fuente se alzó
una iglesia dedicada a la Virgen María, Madre de Dios. Los sacerdotes paganos
estaban consternados y hacían averiguaciones.
Setenta años antes de estos hechos vivía en Roma una buena y piadosa mujer.
No recuerdo ahora si era judía. Se llamaba algo así como Serena o Cyrena
y poseía algunos bienes de fortuna. Por ese tiempo se había recubierto
de oro y piedras preciosas el ídolo de Júpiter y se le ofrecían sacrificios solemnes.
La mujer tuvo visiones, y a consecuencia de ellas hizo varias profecías, diciendo
públicamente a los paganos que no debían rendir honores al ídolo de
Júpiter ni hacerle sacrificios, pues vendría un día en que lo verían caer
hecho pedazos. Los sacerdotes la hicieron comparecer y le preguntaron
cuándo habían de suceder estas cosas. Como no pudo determinar el tiempo,
fue encerrada en prisión y maltratada, hasta que Dios le hizo conocer que
ello sucedería cuando una Virgen purísima diera a luz un Niño. Cuando dio
esta respuesta, se burlaron de ella y la dejaron en libertad, reputándola por
loca. Sólo cuando se derrumbó el templo, haciendo pedazos al ídolo, reconocieron
que había dicho la verdad, maravillándose de la época fijada y del
acontecimiento, aunque no sabían que la Santísima Virgen había sido la
Madre e ignorando el nacimiento del Salvador. He visto que los magistrados
de Roma se informaron de estos hechos, como de la fuente que había brotado.
Uno de ellos fue un tal Léntulo, abuelo de Moisés, sacerdote y mártir, y
de aquel otro Léntulo, que fue amigo de San Pedro en Roma.
Relacionado con el emperador Augusto he visto algo que ahora no recuerdo
bien. Vi al emperador con otras personas sobre una colina de Roma, en uno
de cuyos lados se encontraba el templo, cuya techumbre se había derrumbado.
Por unas gradas se llegaba hasta la cumbre de la colina donde había una
puerta dorada. Era un lugar donde se ventilaban asuntos de interés. Cuando
el emperador bajó de la colina, vio a la derecha, encima de ella, una aparición
en el cielo. Era una Virgen sobre un arco iris, con un Niño en el aire,
que parecía salir de ella. Creo que, el emperador fue el único que vio esta
aparición. Para conocer su significado hizo consultar a un oráculo que había
enmudecido, el cual en esa ocasión habló de un Niño recién nacido, a quien
todos debían adorar y rendir homenaje. El emperador hizo erigir un altar en
el sitio de la colina donde había visto la aparición, y después de haber ofrecido
sacrificios, lo dedicó al Primogénito de Dios. He olvidado otros detalles
de este hecho.
He visto en Egipto un hecho que anunció el nacimiento de Jesucristo. Mucho
más allá de Matarea, de Heliópolis y de Menfis había un gran ídolo que
pronunciaba habitualmente toda clase de oráculos, y que de pronto enmudeció.
El Faraón mandó hacer sacrificios en todo el país a fin de saber por qué
causa había callado. El ídolo fue obligado por Dios a responder que guardaba
silencio y debía desaparecer, porque había nacido el Hijo de la Virgen y
que en aquel mismo sitio se levantaría un templo en honor de la Virgen. El
Faraón hizo levantar un templo allí mismo cerca del que había antes en
honor del ídolo. No recuerdo todo lo sucedido; sólo sé que el ídolo fue retirado
y que se levantó un templo a la anunciada Virgen y a su Niño, siendo
honrados a la manera de ellos.
Al tiempo del nacimiento de Jesucristo vi una maravillosa aparición que se
presentó a los Reyes Magos en su pais. Estos Magos eran observadores de
los astros y tenían sobre una montaña una torre en forma de pirámide, donde
siempre se encontraba uno de ellos con los sacerdotes observando el curso
de los astros y las estrellas. Escribían sus observaciones y se las comunicaban
unos a otros. Esta noche creo haber visto a dos de los Reyes Magos sobre
la torre piramidal. El tercero, que habitaba al Este del Mar Caspio, no
estaba allí. Observaban una determinada constelación en la cual veían de
cuando en cuando variantes, con diversas apariciones. Esta noche vi la imagen
que se les presentaba. No la vieron en una estrella, sino en una figura
compuesta de varias de ellas, entre las cuales parecía efectuarse un movimiento.
Vieron un hermoso arco iris sobre la media luna y sobre el arco iris
sentada a la Virgen. Tenia la rodilla izquierda ligeramente levantada y la
pierna derecha más alargada, descansando el pie sobre la media luna. A la
izquierda de la Virgen, encima del arco iris, apareció una cepa de vid, y a la
derecha, un haz de espigas de trigo. Delante de la Virgen vi elevarse como
un cáliz semejante al de la última Cena. Del cáliz vi salir al Niño, y por encima
de Él, un disco luminoso parecido a una custodia vacía, de la que partían
rayos semejantes a espigas. Por eso pensé en el Santísitno Sacramento.
Del costado derecho del Niño salió una rama, en cuya extremidad apareció,
a semejanza de una flor, una iglesia octogonal con una gran puerta dorada y
dos pequeñas laterales. La Virgen hizo entrar al cáliz, al Niño y a la hostia
en la iglesia, cuyo interior pude ver, y que en aquel momento me pareció
muy grande. En el fondo había una manifestación de la Santísima Trinidad.
La iglesia se transformó luego en una ciudad brillante, que me pareció la
Jerusalén celestial. En este cuadro vi muchas cosas que se sucedían y parecían
nacer unas de otras, mientras yo miraba el interior de la iglesia. Ya no
puedo recordar en qué forma se fueron sucediendo. Tampoco recuerdo de
qué manera supieron los Reyes Magos que Jesús había nacido en Judea. El
tercero de los Reyes, que vivía muy distante, vio la aparición al mismo
tiempo que los otros. Los Reyes sintieron una alegría muy grande, juntaron
sus dones y regalos y se dispusieron para el viaje. Se encontraron al cabo de
varios días de camino. Los días que precedieron al nacimiento de Jesús, los
veía sobre su observatorio, donde tuvieron varias visiones.

XLVII
Antecedentes de los Reyes Magos
Quinientos años antes del nacimiento del Mesías, los antepasados de los
tres Reyes Magos eran poderosos y tenían más riquezas que sus descendientes,
ya que sus posesiones eran extensas y su herencia menos dividida.
Vivían entonces en tiendas de campaña, con excepción del antepasado
del rey que vivía al Este del Mar Caspio, cuya ciudad veo en este momento.
Esta ciudad tiene construcciones subterráneas de piedra, en lo alto de las
cuales se alzan pabellones, pues se halla cerca del mar, que se desborda con
frecuencia. Veo allí montañas muy altas y dos mares, uno a mi derecha y
otro a mi izquierda. Aquellos jefes de raza eran, según sus tradiciones, observadores
y adoradores de los astros, y existía en el país un culto abominable
que consistía en sacrificar a los viejos, a los hombres deformes y a veces
también a los niños. Lo más horrible era que estos niños eran vestidos de
blanco y luego arrojados en calderas donde morían hervidos. Toda esta
abominación fue abolida. A estos ciegos paganos Dios les anunció con mucha
anticipación el nacimiento del Salvador.
Aquellos príncipes tenían tres hijas versadas en el conocimiento de los astros.
Las tres recibieron el espíritu de profecía y supieron, por medio de una
visión, que una estrella saldría de Jacob y que una Virgen daría a luz al Salvador
del mundo. Vestidas de largos mantos recorrían el país predicando la
reforma de las costumbres y anunciando que los enviados del Salvador vendrían
un día al país trayendo el culto del Dios verdadero. Predecían muchas
cosas más relativas a nuestra época y a épocas más lejanas aún. A raíz de
estas predicciones los padres de estas jóvenes elevaron un templo a la futura
Madre de Dios hacia el Mediodía del mar, en el mismo sitio de los límites
de sus paises y allí ofrecieron sacrificios. La predicción de las tres vírgenes
se refería especialmente a una constelación y a diversos cambios que habrían
de producirse. Desde entonces empezaron a observar aquella constelación
desde lo alto de una colina cercana al templo de la futura Madre de
Dios, y de acuerdo con esas observaciones, cambiaban algunas cosas en los
templos, en el culto religioso y en los ornamentos. Así he visto que el pabellón
del templo era unas veces azul, otras rojo, otras amarillo, y demás colores.
Me impresionó que pasaran su día de fiesta al sábado, mientras antes
celebraban el viernes. Todavía recuerdo el nombre que daban a este día:
Tanna o Tanneda.

XLVIII
Fecha del nacimiento del Redentor
Jesucristo nació antes de cumplirse el año 3997 del mundo. Más tarde
fueron olvidados los cuatro años, menos algo, transcurridos desde su
nacimiento hasta el fin del 4000. Después se hizo comenzar nuestra era cuatro
años más tarde. Uno de los cónsules de Roma, llamado Léntulo, fue antepasado
del sacerdote y mártir Moisés, del cual tengo una reliquia. Había
vivido en tiempos de San Cipriano. De él desciende aquel otro Léntulo que
fue amigo de San Pedro en Roma. Herodes reinó cuarenta años. Durante siete
años no fue independiente; pero ya desde aquel tiempo oprimía al país y
cometía actos de crueldad. Murió, creo, en el año sexto de la vida de Jesús;
su muerte se guardó en secreto por algún tiempo. Herodes fue siempre sanguinario
y hasta en sus últimos días hizo mucho daño. Lo vi arrastrándose
en medio de una amplia habitación acolchada, con una lanza a su lado, que-
riendo herir a las personas que se le acercaban. Jesús nació más o menos en
el año treinta y cuatro de su reinado.
Unos dos años antes de la entrada de María en el templo, Herodes mandó
hacer algunas construcciones allí. No hizo de nuevo el templo, sino algunas
reformas y mejoras. La huida a Egipto se produjo cuando Jesús tenía nueve
meses, y la matanza de los inocentes ocurrió durante el segundo año de la
edad de Jesús. El nacimiento de Jesús tuvo lugar en un año judío de trece
meses, que era un arreglo semejante a nuestros años bisiestos. Creo también
que los judíos tenían meses de veinte días dos veces al año y uno de veintidós
días. Pude oír algo de esto a propósito de los días de fiesta; pero ahora
no me queda más que un recuerdo confuso. He visto que se hicieron varias
veces cambios en el calendario. Sucedió esto al salir de un cautiver io, mientras
se trabajaba en la reconstrucción del Templo. He visto al hombre que
cambió el calendario y supe también su nombre.

XLIX
Los pastores acuden con sus presentes
A la caída de la tarde los tres pastores jefes se dirigieron a la gruta del
pesebre con los regalos, consistentes en animalitos parecidos a los
corzos. Si eran cabritos, eran muy distintos de los de nuestro país, pues tenían
cuellos largos, ojos hermosos muy brillantes, eran muy graciosos y ligeros
al correr, tíos pastores los llevaban atados con delgados cordeles. Traían
sobre los hombros aves que habían matado, y bajo el brazo otras vivas de
mayor tamaño. Al llegar, llamaron tímidamente a la puerta de la gruta y San
José les salió al encuentro. Ellos repitieron lo que les habían anunciado los
ángeles y dijeron que deseaban rendir homenaje al Niño de la Promesa y a
ofrecerle sus pobres obsequios. José aceptó sus regalos con humilde gratitud
y los llevó junto a la Virgen, que se hallaba sentada cerca del pesebre, con el
Niño Jesús sobre sus rodillas. Los tres pastores se hincaron con toda humildad,
permaneciendo mucho rato en silencio, como absortos en una alegría
indecible. Cantaron luego el cántico que habían oído a los ángeles y un salmo
que no recuerdo. Cuando estaban por irse, Maria les dio al Niño, que
ellos tomaron en sus brazos, uno después de otro, y llorando de emoción lo
devolvieron a María, y se retiraron.
Por la noche vinieron de la torre de los pastores, a cuatro leguas del pesebre,
otros pastores con sus mujeres y sus niños. Traían pájaros, huevos, miel,
madejas de hilo de diversos colores, pequeños atados que parecían de seda
cruda y ramas de una planta parecida al junco. Esta planta tiene unas espigas
llenas de semillas gruesas. Después que entregaron estos regalos a San José,
se acercaron humildemente al pesebre, aliado del cual se hallaba Maria sentada.
Saludaron a la Madre y al Niño; después, de rodillas, cantaron hermosos
salmos, el Gloria in excelsis de los ángeles y algunos otros muy breves.
Yo cantaba con ellos. Cantaban a varias voces y yo hice una vez la voz alta.
Recuerdo más o menos lo siguiente: «¡Oh Niñito, bermejo como la rosa, pareces
semejante a un mensajero de paz!» Cuando se despidieron, se inclinaban
ante el pesebre como si besaran al Niño.
Hoy he vuelto a ver a los tres pastores, ayudando a San José, uno después de
otro, a disponer todo con mayor comodidad en la gruta del pesebre y en las
cavernas laterales. He visto también junto a la Virgen varias piadosas mujeres
que la ayudaban en diversos servicios. Eran esenias que habitaban no
lejos de la gruta en una angostura situada al Oriente. Estas mujeres vivían en
unas especies de casas abiertas en la roca a considerable altura de la colina.
Tenían jardincitos cerca de sus casas y se ocupaban en instruir a los niños de
los esenios. San José las había hecho venir porque desde su niñez conocía a
esta asociación. Cuando huía de sus hermanos habíase refugiado varias veces
con esas piadosas mujeres en la gruta del pesebre. Estas acercábanse una
tras otra a María, trayendo provisiones, y atendían los quehaceres de la Sagrada
Familia.
Hoy he visto una escena muy comnovedora: José y María sé hallaban junto
al pesebre, contemplando con profunda ternura al Niño Jesús. De pronto el
asno se echó también de rodillas y agachó la cabeza hasta la tierra en acto de
adoración. María y José lloraban emocionados. Por la noche llegó un mensaje
de Santa Ana. Un anciano llegó de Nazaret con una viuda parienta de
Ana, a la cual servía. Traían diversos objetos para María. Al ver al Niño se
conmovieron extraordinariamente: el viejo derramaba lágrimas de alegría.
Volvió a ponerse en camino llevando noticias de lo visto a Ana, mientras la
viuda se quedó para servir a María.
Hoy he visto que la Virgen con el Niño Jesús, acompañada de la criada de
Ana, salieron de la gruta del pesebre durante algunas horas. María se refugió
en la gruta lateral donde había brotado la fuente después del nacimiento de
Jesucristo. Pasó unas cuatro horas en esa gruta, en la cual habría de estar
más tarde, dos días enteros. José había estado arreglándola desde la mañana
para que pudiera estar allí con más comodidad. Se refugiaron en esa gruta,
por inspiración interior, pues habían venido personas de Belén a ver la gruta
del pesebre, y paréceme que eran emisarios de Herodes. A consecuencias de
las conversaciones de los pastores había corrido la voz de que algo milagroso
había sucedido allí al tener lugar el nacimiento del Niño. Vi a esos hombres
hablando un rato con José, a quien hallaron con los pastores delante de
la gruta del pesebre, y luego se fueron, riéndose y burlándose, cuando vieron
la pobreza del lugar y la simplicidad de las personas. María, después de
haberse quedado cuatro horas oculta en la gruta lateral, volvió a la del pesebre
con el Niño Jesús.
En la gruta del pesebre reina una amable tranquilidad, pues nadie viene hasta
este lugar y sólo los pastores están en comunicación con ella. En la ciudad
de Belén nadie se ocupa de lo que pasa en la gruta, pues hay mucha gente,
agitación y movimiento por razón de los forasteros. Se venden y matan muchos
animales porque algunos forasteros pagan sus impuestos con ganado.
Veo que hay también paganos como criados y servidores.
Por la mañana el dueño de la última posada adonde se habían alojado José y
María a pasar la noche, envió un criado a la gruta del pesebre con varios regalos.
Él mismo llegó más tarde para rendir homenaje al Niño Jesús.
La noticia de la aparición del ángel a los pastores del valle en el momento
del nacimiento de Jesús, fue causa de que todos los pastores y gentes del
valle oyeran hablar del maravilloso Niño de la Promesa. Todos ellos acuden
para honrarlo.
Hoy mismo varios pastores y otras buenas personas llegaron a la gruta del
Pesebre y honraron al Niño con mucha devoción. Llevaban trajes de fiesta
porque iban a Belén para la solemnidad del sábado. Entre estos visitantes vi
a aquella mujer que el 20 de Noviembre había compensado la grosería de su
marido con la santa Familia, ofreciéndole hospitalidad. Hubiera podido ir
más fácilmente a Jerusalén, porque está más cerca, para la fiesta del sábado,
pero quiso hacer un rodeo más largo para ir a Belén y ver al Niño santo y a
sus padres. Sintióse después muy feliz por haberles ofrecido esta prueba de
su afecto. Por la tarde vi a un pariente de José, al lado de cuya casa la Sagrada
Familia había pasado la noche del 22 de Noviembre: ahora venía al
Pesebre para ver y saludar al Niño. Este hombre era el padre de Jonadab, el
cual, en la hora de la crucifixión, llevó a Jesús un lienzo para que se cubriera
con él. Supo que José había pasado cerca de su casa y había oído hablar de
los hechos maravillosos que acontecieron en el nacimiento del Niño, y teniendo
que ir a Belén para el sábado, llegó hasta la gruta trayendo algunos
regalos. Saludó a María y rindió homenaje al Niño. José lo recibió amistosamente;
pero no quiso aceptar de él nada, y sólo le pidió prestado algún
dinero dándole en garantía la borriquilla a condición de recuperarla al devolverle
el dinero. José necesitaba ese dinero para emplearlo en los regalos
que debía hacer en la ceremonia de la circuncisión y en la comida que habría
de ofrecer.