XXIV
Tránsito y sepultura de María
Se colocó el altar. de rojo y blanco, delante de la Cruz del oratorio. Pedro dijo la Misa
tal como yo lo había visto hacer en el altar de Betesda. Sobre el altar ardían velas y no la
lámpara. María se mantuvo sentada en su lecho dw·ante el acto. en silencioso
recogimiento. Pedro llevaba sobre su vestidura sacerdotal blanca, un palio rojo y blanco
y la gran capa. Los cuatro apóstoles que le asistían estaban revestidos de sus capas de
fiesta. Después de comulgar, Pedro dio la Comunión a los demás. Durante este acto
llegó Felipe, que venía de Egipto. Recibió lloroso la bendición de María y luego,
también, la santa Comunión.
Pedro llevo la Comunión a la Virgen María en la cruz que colgaba del cuello del
apóstol. Juan le llevó sobre un platillo el sagrado cáliz. Este cáliz era pequeño, de color
bl~nco , como fundido, y se parecí~ ~1 de 1~ últ.im~ Cen~. Su pie era t~n corto que sólo
con dos dedos se podía sostener, Tadeo traía un pequeño incensario. Primero dio Pedro
a la Virgen la Extremaunción: lo hizo como se hace hoy. Luego le dio la santa
Comunión, que María recibió derecha, sobre s u lecho, sin apoyarse. Después se recostó
y tras la breve oración de los apóstoles recibió el cáliz de manos de Juan, erguida un
tanto sobre su lecho. aunque no ta nto como cuando recibió la Comunión bajo la especie
de pan. Después de la Comunión ya no habló María. Tenía vuelto hacia arriba su rostro,
hermoso y fresco, como en su juventud. Yo no veía el techo de su habitación: la
lámpara colgaba en el aire. Una senda de luz se dibujo desde María hacia la Jerusalén
celestial y hasta el trono de la Santísima Trinidad. A ambos lados de esta senda
luminosa había caras de innumerables ángeles. María levantó sus brazos hacia la celeste
Jerusalén y el cuerpo se levantó tan alto sobre el lecho, que yo veía perfectamente todo
lo que había debajo. Parecía que salia de ese cuerpo una figura resplandeciente que
extendía sus brazos hacia lo alto. Los dos coros de ángeles cerraron por debajo ese
nimbo de luz y subieron en pos del alma de María, separada de su cuerpo, que se inclinó
suavemente, con los brazos cruzados sobre el pecho, en la cama desde la cual se efectuó
su caprichoso tránsito. Muchas almas de santos, entre las cuales reconocí a varias,
vinieron a su encuentro. Allí estaban José, Ana, Joaquin, Juan el Bautista, Zacarías e
Isabel. María se elevó entre estas almas hasta el encuentro de su divino Hijo, cuyas
llagas brillaban más que la luz, envolviéndolo todo. Jesús recibió a su Madre y le
entregó el cetro, señalando el universo a su alrededor. En el mismo momento he visto
algo que mucho me consoló: salían muchas almas del Purgatorio en dirección al Cielo.
Tengo la seguridad de que cada año, en el día de su Asunción, muchas almas devotas de
María reciben la liberación de sus penas y suben al Cielo. En cuanto a la hora del
tránsito de María, se me indicó que era la hora nona, en la cual murió también su divino
Hijo. Pedro y Juan deben haber visto esta glorifi cación de María, pues noté que tenían
los ojos elevados a los cielos, mientras las demás personas estaban postradas inclinadas
hacia la tierra. El cuerpo de María estaba resplandeciente, como en tranquilo reposo,
con los brazos cruzados sobre el pecho, y tendido en su cami lla, mientras los presentes,
de rodillas. oraban con fervor y lágrimas en los ojos.
Más tarde las santas mujeres cubrieron el cuerpo con una sábana. Reunieron todos los
objetos de uso en una parte y lo taparon todo, hasta el hogar. Luego se cubrieron con sus
velos y oraron largo tiempo, ya de rodillas, ya sentadas, en la primera sa la. Los
apóstoles se cubrieron la cabeza con la capucha que traían y se ordenaron para rezar en
coro. Dos de ellos se hincaron a la cabecera y a los pies del lecho. He visto que durante
el día se turnaron cuatro veces y que los apóstoles recorrieron el Vía Crucis de María.
Mientras tanto Andrés y Manas estaban ocupados en preparar la sepultura. la cueva que
María y Juan habían dispuesto como sepulcro de Jesús al final de las estaciones del Vía
Crucis. Esta gruta no era tan grande como la de Jesús. Tenía apenas la altura de un
hombre y delante un jardincito cercado con estacas. Un sendero llevaba hacia la gruta
donde había una piedra ahuecada para recibir el cuerpo, con una pequeña elevación
donde descansaría la cabeza La estación del monte Calvario estaba en la colina de
enfrente; no había allí una cruz visible, sino sólo grabada en la piedra. Andrés,
especialmente, trabajó mucho en esta obra, y colocó una puerta delante del sepulcro. El
sagrado cuerpo fue preparado por las santas mujeres para la sepultura. Entre estas
mujeres recuerdo a una hija de Verónica y a la madre de Juan Marcos. Trajeron hierbas
olorosas y esencias, y procedieron al embalsamamiento de acuerdo con la costumbre de
los judíos. Cerraron las puertas y se servían de luces en su trabajo. Cerraron también el
tabique de división de la cámara de María y despejaron esa división para tener más
espacio. Los tabiques y esteras que dividían el lecho de María fueron quitados por la
criada, como también el armario de los vestidos. Sólo quedo el altar delante del
Crucifijo de la Virgen, en e l oratorio, y así todo ese espacio quedó convertido en una
iglesia, donde los apóstoles podían rezar y celebrar los divinos oficios. Mientras las
santas mujeres preparaban el sagrado cuerpo para la sepultura, los apóstoles oraban en
coro. parte en la primera sala y parte afuera. Las mujeres procedían en su trabajo con la
reverencia con que debían tratar tan sagrado cuerpo. Lo hicieron con el mismo cuidado
con que habían tratado e l sagrado cuerpo de Jesús. El sagrado cuerpo de María fue
colocado con su vestidura en un canasto, hecho según la forma del cuerpo, de tal modo
que este sobresalía del cajón, El cuerpo era blanco, ltLrninoso. tan liviano y
espiritualizado que se levantaba con toda facilidad. El rostro era fresco. rosado y
juvenil. Las mujeres cortaban los cabellos para conservar reliquias de la Virgen.
Pusieron plantas olorosas en torno del cuello y la cabeza, bajo los brazos y en las axilas.
Antes de que pusieran sobre el cuerpo revestido de blanco, otras telas blancas para
envolverlo todo, San Pedro celebró, delante del sagrado cuerpo, la santa Misa, y dio a
los apóstoles la Comunión. Después se acercaron Pedro y Juan con sus capas magnas de
fiesta. Juan sostenía un recipiente con con oraciones, bálsamo, y Pedro ungió todavía,
en forma de cruz y aceite y la frente, las manos y los pies del sagrado cuerpo, y luego
las santas mujeres lo envolvieron todo con sábanas blancas. Sobre la cabeza pusieron
una corona de flores blancas, rojas y azul celestes, como símbolo de su virginidad.
Sobre el rostro pusieron un género transparente, de modo que se pudiera ver la cara Los
brazos estaban cruzados sobre el pecho, y los pies, rodeados de hierbas olorosas,
cubiertos con un genero transparente. Así preparado el sagrado cuerpo. fue puesto
finalmente en un cajón de madera blanca, con una tapa que por arriba, por el medio y
por debajo se podía sujetar al cajón. Este cajón se colocó sobre unas andas. Todo se hizo
con cierta solemnidad y emoción tranqui la; el duelo también fue con mayor exterioridad
y muestras de dolor que en la sepultura de Jesús, donde hubo mezcla de miedo y de
apresuramiento por causa de los enemigos.
Para llevar el sagrado cuerpo hasta la gruta, como a media hora de camino, procedieron
de este modo: Pedro y Juan levantaron el cuerpo de sobre las andas y lo llevaron hasta
la puerta de la casa. allí, puesto de nuevo sobre las andas, lo cargaron en sus hombros.
Seis de ellos se alrernaban en llevar el sagrado depósito. El sagrado cuerpo colgaba de
entre las barras de las andas, corriéndolas entre correas y esteras. como una cuna.
Delante de esta procesión iban parte de los apóstoles rezando y las santas mujeres
detrás, cerrando el cortejo. Llevaban antorchas metidas en unas calabazas y levantadas
sobre palos largos.
Llegados a la gruta depositaron las andas. Los apóstoles introdujeron el cuerpo y lo
depositaron en el hueco cavado de antemano. Todos desfilaron una vez más delante de
los sagrados despojos para rezar y honrarlos. Luego cubrieron toda la sepultura con una
estera. Delante de la gruta cavaron un hoyo y trajeron una planta bastante grande con
sus raíces y sus bayas, la plantaron profundamente y la regaron abundantemente para
que nadie entrara por delante en la gruta. Sólo podía llegarse a ella por los lados, por
entre los matorrales.
XXV
La gloriosa Asunción de María Santísima
En la noche de la sepu ltura sucedió la Asunción de la Virgen al cielo con su cuerpo. He
visto a varios apóstoles y mujeres esa noche rezando ante la gruta o. mejor dicho, en el
jardincito delantero. He visto bajar del cielo una senda luminosa y tres coros de ángeles
rodeando el alma de María, que venia resplandeciente a posarse sobre la sepultura.
Delante del alma venia Jesús con sus llagas luminosas. En la parte interior de la gloria
donde estaba el alma de María, se veían tres coros de ángeles. La más interior parecía de
caras angelicales de niños pequeños; la segunda hilera eran caras de criaturas de seis a
ocho años, y la mas exterior eran de jóvenes. Sólo se distinguían bien los rostros: el
resto del cuerpo era como una estela luminosa algo indeterminada. En tomo de la forma
de la cabeza de María había una corona de ángeles. No podría decir qué es lo que veían
los presentes; yo sólo veía que miraban arriba, llenos de admiración y emoción. A
veces, llenos de ml’lrl’lvilla, se echl’lbl’ln con los rostros l’ll suelo. Cuando e-~c;tJt l’lpl’lrición se
hizo más clara y se poso sobre el sepulcro, se abrió una senda desde allí hasta la celeste
Jerusalén. El alma de María, pasando delante de Jesús, penetró a través de la piedra en
el sepulcro; luego se alzó de allí con su cuerpo, resplandeciente de luz, y se dirigió
triunfante, con el angélico acompañamiento, a la celeste Jerusalén.
Cuando días después estaban los apóstoles rezando en coro, llegó el apóstol Tomás con
dos acompañantes. Era uno el discípulo Jonathán Eleazar y un criado del país de los
Reyes Magos. Tomás quedo muy afectado al oír que María había sido ya depositada en
su sepulcro. Lloró amargamente y no podía consolarse de haber llegado tan tarde. Con
su discípulo Jonathán se echó de rodillas, llorando muy afligido. ante el lugar donde
había sido el tránsito de María. También oró delante del altar allí erigido. Los apóstoles,
que no habían interrumpido su canto coral de los salmos, acudieron entonces; lo alzaron
con cariño, lo abrazaron y le ofrecieron pan, miel y alguna bebida. Después lo
acompañaron, llevando luces, al sepulcro. Dos discípulos apartaron las ramas del
arbusto. Tomás y Eleazar oraron delante del sepulcro. Juan abrió las tres pretinas que
cerraban el cajón. Dejaron la tapa de un lado y vieron, con gran maravilla, el sepulcro
vacío. Sólo estaban allí las sábanas y las telas con las que habían envuelto los sagrados
restos. Todo estaba en perfecto orden. La sábana estaba corrida por la parte del rostro y
abierta por la parte del pecho. Las ataduras de brazos y manos aparecían abiertas,
puestas en buen orden. Los apóstoles alzaron las manos en lenas de gran admiración, y
Juan grito: «No esta más aquí». Los demás se acercaban, miraban, lloraban de alegría y
admiración; oraban con los brazos levantados y los ojos en lo alto, y se echaban al suelo
pensando en la luz que habían visto la pasada noche. Luego tomaron todos los lienzos y
el cajón consigo, como reliquias, y llevaron todo hasta la casa, orando y cantando
salmos en acción de gracias. Cuando llegaron a la casa, puso Juan las telas dobladas
delante del altar. Tomás y los demás rezaban. Pedro se apartó un tanto, preparándose
para los misterios. Luego lo vi celebrar la Misa delante del Crucifijo de María, y a los
demás apóstoles detrás de él, en orden, orando y cantando. Las mujeres estaban junto a
la puerta y cerca del hogar.
El criado de Tomas tiene aspecto de extranjero: ojos pequeños, los huesos de las
mejillas alzados, frente y nariz hundidas y color moreno. Ya estaba bautizado y era
sencillo en su modo de ser, muy rendido y humilde. Hacia todo lo que se le ordenaba:
quedaba de pie o se sentaba conforme le decían; volvía los ojos adonde se le indicaba;
iba y venia según le mandaban, y a todos sonreía. Cuando vio que Tomas lloraba, lloró
también él. Fue inseparable compañero y ayuda de Tomás, y lo he visto alzar piedras
muy grandes cuando Tomás edificaba alguna capilla.
A los apóstoles los veo con frecuencia reunidos contando en qué países estuvieron de
misión. y lo que les pasó en ellos. Antes de separarse los apóstoles para volver a sus
respectivos países, fueron a la sepultura, y cavando y echando tierra e impedimentos
hlcieron imposible el acceso a la gruta. De una parte de esta dejaron un acceso hasta la
pared con un pequen boquete para mirar adentro. Este sendereo era conocido sólo de las
santas mujeres que habitaban allí. Sobre la gruta erigieron una capilla con maderas y
esteras, cubierta con colgaduras. El pequeño altar interior era de piedra con una grada
también de piedra. Letras del altar colgaron una tela donde estaba bordada la imagen de
María en su vestido de fiesta. El jardincito fue transformado, como asimismo las
estaciones del Vía Crucis y recorrido entre rezos y cánticos. El espacio donde había
tenido la Virgen su Crucifijo, su altar y su dormitorio fue transformado en iglesia La
criada de María ocupó la pieza delantera y Pedro dejo allí a dos discípulos para cuidar a
los cristianos que vivían en los contornos. Los apóstoles se despidieron, después de
abrazarse una vez más y de haber celebrado la Misa en la pieza de María. Algunos
volvieron mas tarde, según la ocasión, a este lugar para rezar. He visto que en algunos
lugares los fieles erigían capillas imitando la forma de la casa de María y que el Vía
Crucis y el oratorio de su sepultura eran muy visitados en años posteriores por los
primitivos cristianos.
Tuve una visión referente a la devoción a María en los tiempos primitivos. Una mujer
de las cercanías de Éfeso tenía gran devoción a la Virgen, y habiendo visitarlo su casa y
visto el altar, mando hacer uno semejante en su casa, el cual lo cubría con un tapiz de
muy subido precio. Años después la mujer empobreció y tuvo que vender parte de sus
posesiones. Llegó su necesidad al punto de verse obligada a vender el hermoso lienzo
del altar de María, y Jo hjzo a una mujer cristiana casada. Cuando llegó la fiesta de la
Asunción se conturbo mucho por no tener aquel hermoso lienzo con que adornar el altar
de la Virgen. Con esta aflicción se determine ver a la mujer que le había comprado el
lienzo, pidiéndole se Jo prestara, sólo por el día, para adornar el altar de María Esta
mujer, que había tenido dos criaturas gemelas, no quiso acceder a su petición, y el
marido llego a decir: «María esta muerta y no necesita esta prenda; en cambio mi mujer,
que la ha comprado, la necesita». La piadosa mujer se alejó muy contristada y expuso su
pena a la Virgen. Esa misma noche vi lo que paso en casa de aquella familia. Se les
apareció la Virgen, con rostro airado, y les dijo que en castigo de su dureza para con la
pobre mujer, morirían sus dos hijos gemelos y ellos se verían reducidos a mayor miseria
que la de la pobre mujer. Los dos despertaron con cierto temor, aunque lo tuvieron por
un simple sueño al principio. Pero grande fue su espanto cuando encontraron a sus dos
hijos muertos. Recién entonces reconocieron su grave culpa, y el hombre fue con mucha
humildad a presentar a la mujer pobre la tela pedida para la fiesta de María. y así
obtuvieron que no se realizara la otra parte del castigo con que se les había amenazado.
En la casa sólo queda Juan Evangelista; los otros han partido. Vi a Juan, en
cumplimiento de la orden de la Virgen Santísima, repartiendo la ropa, que había dejado
la Virgen. a la criada y a otra mujer que venia con frecu encia a ayudar en los quehaceres
de la casa. En el armario se encontraron algunos objetos procedentes de los tres Reyes
Magos. Vi dos largas vestiduras blancas, varios velos, colchas y algunas alfombras, Vi
también aquel vestido listado que María había llevado en las bodas de Cana y que se
ponía cuando hacia el Vía Crucis. De este vestido poseo un trocito. Algo de ello fue a la
Iglesia. Así se pudo hacer un adorno sacerdotal para la iglesia de Betesda con el
hermoso velo nupcial de color celeste, bordado de oro y sembrado de rosas. En Roma
quedan todavía reliquias de esta prenda. Yo las veo all í, pero ignoro si alguien conoce
estas reliquias. María llevó estas prendas en la época de sus esponsales y nunca más
después. Todas estas cosas se hacían si lenciosamente; todo procedía bien y en secreto,
pues no había aun esa agitación, esa inquietud tan propia de nuestros tiempos. La
persecución no había llegado a desarrollar la red de espionaje y todo se hallaba aun en
paz en tomo de la comunidad cristiana.