XX
Jesús en Cafarnaúm
Jesús caminó durante toda la noche con sus discípulos y llegó al
amanecer adonde estaba su santa Madre. Allí, en casa de María, estaban
la mujer de Pedro y una hermana de ésta, la mujer de las bodas de Caná y
otras. La casa que María ocupa aquí es como las demás del lugar y bastante
amplia, porque nunca está sola: varias viudas viven y paran allí. Las mujeres
de Betsaida y Cafarnaúm vienen a menudo y también uno que otro de los
discípulos. He visto que estaban observando un día de ayuno, que hacían
luto y que las mujeres estaban veladas. Jesús habló en Cafarnaúm en la
escuela, donde habíanse reunido los discípulos y las santas mujeres.
Cafarnaúm está situada en línea recta, sobre la montaña, en dirección del
valle, tirando al Mediodía. Como a media hora de camino de Cafarnaúm,
sobre el camino a Betsaida, se ven algunas casas, una de las cuales es la que
habita María. De Cafarnaúm corre un hermoso riachuelo hacia el Jordán,
que se divide en Betsaida en varios brazos fertilizando toda esa región.
María no tiene allí huerta ni campo ni animales para cuidar. Vive de la
generosidad, como viuda, de los amigos, y se ocupa de hilar, coser y tejer
con unos palillos; lo demás del tiempo lo emplea en la oración y en consolar
y enseñar a otras mujeres que acuden a Ella el día de su llegada. María
lloraba por el gran tumulto que se formaba en torno de Jesús, que entrañaba
un peligro, por sus enseñanzas y sus prodigios. A Ella llegaban todas las
murmuraciones de las gentes, todos los torcidos pareceres que se formaban
sobre Jesús. No atreviéndose a decirlo al mismo Jesús, se lo decían a la
Madre. Jesús dijo a su santa Madre que había llegado el tiempo en que
dejaría Galilea para ir a Judea, donde, después de las fiestas pascuales,
levantaría aún mayor conmoción por su causa.
Por la tarde comenzó en Cafarnaúm una fiesta de acción de gracias por la
benéfica lluvia. Las sinagogas y los edificios públicos se adornaban con
ramas verdes y plantas, formando pirámides y diversos adornos, y desde los
techos de las sinagogas y de otras casas principales con galerías superiores,
se tocaban instrumentos de viento extraños. Los que tocaban estos
instrumentos eran los encargados de la sinagoga, como son los sacristanes
entre nosotros. Este instrumento es parecido a un tubo flexible o un pellejo
de unos cuatro pies de largo, al cual están adheridos varios pitos de color
oscuro y agujeros como en las flautas, los cuales, cuando el instrumento no
estaba hinchado, quedaban pegados y adheridos; cuando, en cambio, se
hinchaba, soplando dentro un hombre, otros dos lo sostenían en alto, y éstos
tenían el encargo de llenarlo de aire, soplando también o dando fuelle. Con
el cerrar o abrir de los diversos agujeros el instrumento daba unos sonidos
muy agudos de diversos tonos. Los dos hombres de al lado se turnaban en
soplar.
Jesús habló en la sinagoga de un modo impresionante sobre la sequía y la
lluvia. Narró cómo Elías suplicó en el Carmelo la lluvia, y cómo por seis
veces envió a su siervo a ver si venía lluvia, y como la séptima vez anunció
que una pequeña nube se levantaba del mar y se volvía cada vez más
grande, y que luego hecha lluvia refrescó todo el país; añadiendo que Elías
rec0rrió luego el país. Jesús explicó que estas siete preguntas de Elías
significaban el tiempo hasta el cumplimiento de la promesa; agregó que
señalaba el tiempo presente, y la lluvia era el Mesías, cuya enseñanza debía
refrescar y hacer reverdecer todas las cosas secas. «Quien tenga sed, puede
saciarse ahora y beba, y quien tenga su campo preparado, recibirá la lluvia
benéfica». Dijo todo esto de modo tan conmovedor y tierno que los oyentes
lloraban de emoción, y lloraban María y las santas mujeres que lo
escuchaban.
La gente de Cafarnaúm se muestra más bien atenta con Jesús. Hay tres
sacerdotes en esta sinagoga, y Jesús toma su comida con frecuencia con sus
discípulos en una casa donde viven los sacerdotes de la sinagoga. Parece
que hay como un derecho adquirido aquí de que los maestros que enseñan
tienen libre albergue. Ayer de tarde y esta mañana volvieron los músicos a
soplar sus raros instrumentos, y aún hoy tocaban los jóvenes y niños que
encontraban su contento en ello. Jesús había despedido a sus discípulos,
parientes y a los de Betsaida, porque quería dejar esta mañana la comarca de
Galilea y partir para Judea. Parten con Él sólo unos once discípulos, que
eran de Nazaret, de Jerusalén y otros que venían del lado de Juan.
XXI
Jesús ayuda a unos náufragos
Después de la fiesta de acción de gracias partió Jesús de Cafarnaúm en
dirección Sudeste, como quien va entre Cana y Séforis. Maria y otras
ocho mujeres le acompañaron un trecho; entre ellas estaban María de
Cleofás, las tres viudas, la mujer de las bodas de Cana y una hermana de
Pedro. Le acompañaron hasta una pequeña población, donde tomaron
alimento juntos y despidieron a Jesús. En estas cercanías estuvo el pozo
donde José había sido bajado por sus hermanos. El lugar se llama Dothaim.
Hay otra Dothaim más grande que este poblado, en el valle de Esdrelón,
como a cuatro horas al Norte de Samaria. Este Dothaim es un pequeño
pueblo donde sus habitantes viven de traficar con los mercaderes que pasan
por sus carreteras; está al final de un valle con pradera como para ochenta
animales. Del otro lado está el gran edificio donde Jesús en otra ocasión
hizo callar a una multitud de endemoniados que gritaban al verlo. Esta vez
no entró en este lugar, que está a una hora y media entre el Norte y Oriente
de Séforis, y a cuatro o cinco horas del monte Tabor. Los discípulos le
habían precedido para buscar albergue. Salieron al encuentro de Jesús y de
las santas mujeres unos ocho hombres y sacerdotes que los acompañaron a
una casa que nadie habitaba y donde estaba dispuesta la comida. Delante de
la entrada habían extendido una alfombra por donde debía pasar Él. Allí le
lavaron los pies del polvo del camino. Las mujeres comieron aparte, detrás
del hogar.
Jesús y sus discípulos estaban tendidos a la mesa. Se comía sólo alimentos
fríos: pequeños panes, miel, hierbas verdes que se sopeteaban y frutas; la
bebida era agua mezclada con bálsamo, de la cual dieron a Jesús y a las
mujeres pequeños recipientes para llevarse. Los sacerdotes de la ciudad
servían de pie con admirable humildad y amor. Jesús habló de José, que en
este lugar había sido vendido por sus hermanos. Fue una escena tierna y
conmovedora que me hizo llorar. Para mí es esto extraño: todo pasó tan
cerca de mí que quisiera tomar parte, hacer esto o aquello y no puedo
hacerlo. Después de esta comida, las santas mujeres tomaron el camino de
vuelta a sus hogares. Jesús se despidió a solas de su Madre y luego pasó a
saludar a las demás mujeres. He visto que Jesús también abrazaba a su
Madre cuando se despedía y se encontraba, estando a solas. En otros casos
sólo le daba la mano o se inclinaba saludando cariñosamente. María lloraba
en esta ocasión. María presenta un aspecto joven: está crecida, aunque de
delicados rasgos. Tiene frente alta, nariz prominente, ojos grandes aunque
siempre inclinados al suelo, boca rosada muy atrayente, tez algo morena con
mejillas rosadas y aterciopeladas.
Jesús permaneció algún tiempo en el albergue enseñando. Los hombres que
no quisieron ninguna paga por las comidas le acompañaron hasta el pozo de
José, que está como a media hora de camino en el valle. Este pozo ya no es
como fue en el tiempo en que José fue encerrado adentro. Entonces era una
cisterna seca, con borde verde; ahora lo han hecho un recipiente cuadrado,
bastante amplio, casi un pequeño estanque y le han puesto un techo
sostenido por columnas. Está lleno de agua y conservan en él variedades de
pescados. Veo allí peces curiosos que tienen las cabezas en alto y no en
punta como los nuestros: no eran tan grandes como los que veo en el mar de
Galilea. No se veía exteriormente por donde fluía el agua al estanque; estaba
cercado, y vivían algunas personas alrededor para cuidar su conservación.
Jesús fue con sus acompañantes a este lugar y durante todo el camino habló
de la historia de José y de sus hermanos. Enseñó también, aquí junto al
pozo. He visto que bendijo el pozo, cuando se alejó de allí.
La gente de Dothaim se volvió, y Jesús con sus discípulos se encaminó,
haciendo una hora de camino, a Séforis, donde se albergó con los hijos de
una hermana de Santa Ana. Séforis está sobre una montaña, a su vez
rodeada por montañas, y es más grande que Cafarnaúm. Hay muchas
granjas en torno de la ciudad, que pertenecen a ella. Jesús fue recibido no
tan bien por los jefes de la sinagoga. Había en la ciudad gente mala que
murmuraba de Jesús, diciendo que andaba vagando por el país en lugar de
quedarse con su Madre y cuidarla. No sanó aquí a los enfermos y se
mantuvo reservado; enseñó el sábado en la sinagoga y se hospedó junto a la
misma. Visitó en cambio a muchos, en particular, especialmente a ciertos
esenios, para consolarlos y exhortarlos, ya que las malas lenguas de los
perversos los burlaban y molestaban por el amor que manifestaban a Jesús.
En estas casas dijo también a varios hombres y a algunos primos de ellos
que por ahora no le siguiesen, sino que pennaneciesen amigos de Él en
secreto, haciendo el bien que podían, mientras estuviera Él en vida y
cumpliera su misión. Sus parientes hacen aquí todo el bien que pueden y
ayudan a María, mandándole lo necesario. He visto a Jesús tratando con
tanto amor y familiaridad con diversas familias de este lugar, que me quedé
comnovida, y no lo puedo expresar: sólo lo recuerdo con lágrimas en los
ojos.
Una cosa he visto esta noche que me impresionó de manera especial. Se
levantó un viento muy impetuoso en Tierra Santa, y he visto a Jesús rezando
junto con otras personas. Oraba con los brazos extendidos por la liberación
de las desgracias. En el mismo momento tuve una visión de lo que pasaba
en el mar de Galilea: se había levantado allí una gran tormenta y las barcas
de Pedro, de Andrés y del Zebedeo estaban en gravísimo peligro de
naufragar y romperse. A ellos los veía dormir tranquilos, en Betania, y sobre
las barcas estaban sus criados. De pronto veía yo la figura de Jesús, mientras
oraba, aquí, y al mismo tiempo sobre las barcas y en el mar; ya sobre una ya
sobre otra, ayudando, alejando el peligro o sugiriendo medios de evitarlo.
No estaba Él en persona, porque no lo vi ir allá: estaba algo más elevado
que las otras personas; parecía que flotaba sobre ellos. La gente de las
barcas no lo veían; era como si su espíritu obrase allí mientras su cuerpo
estaba lejos. Nadie supo cómo Él ayudaba. Creo que los ayudó porque esos
criados creían en Él y le habían invocado en el peligro.
XXII
Jesús en Nazard. Los tres jóvenes. La fiesta de Purim.
Desde Séforis fue caminando Jesús por senderos extraviados hasta
algunas chacras, donde consoló y exhortó, en dirección a Nazaret, que
está a dos horas. Tenía entre sus discípulos a dos o tres jóvenes hijos de
unas viudas de esenios. Al llegar a Nazaret se albergó entre gente amiga y
visitó a algunos en particular, sin llamar la atención. Los fariseos vinieron a
verlo, exteriormente respetuosos, pero llenos de prevenciones contra Él. Le
preguntaron qué pensaba hacer; por qué no se quedaba con su Madre. Jesús
les contestó serio y decidido.
Aquí todo es preparativo para un día de ayuno por Ester y para la fiesta del
Purim, que sigue de inmediato. Jesús enseñó en la sinagoga muy
severamente. De noche lo he visto nuevamente orando, con los brazos
extendidos. Lo vi aparecer en el mar de Galilea durante una tempestad. El
peligro fue esta vez mayor y vi muchas barcas a punto de hundirse. Vi que
Jesús ponía las manos en el timón, sin que el timonero se diera cuenta.
Después vi que los tres jóvenes ricos que habían estado antes con Jesús
volvieron a rogarle los quisiera tomar como discípulos; casi se hincan
delante de Él. Jesús no los admitió. Les dijo varias cosas que debían
observar si querían ser sus discípulos. Jesús veía que estos jóvenes tenían
sólo miras humanas y no entendían otros motivos. Querían seguirle como se
seguiría a un filósofo, a un famoso rabino, para con la ciencia aprendida de
tal sabio dar honra a la ciudad natal de Nazaret. Les dolía porque veían que
jóvenes de humilde condición y pobres de la ciudad le seguían y los recibía;
y ellos eran rechazados. Después vi a Jesús hasta altas horas de la noche con
el anciano esenio Eliud de Nazaret. Este anciano parece estar en las últimas,
y está siempre sobre su lecho. Jesús está como tendido junto a él, y, apoyado
en su brazo, le habla. El hombre está todo absorto en Dios.
Con el principio de la fiesta de Purim se oyen sonidos de un instrumento
que tocan sobre la sinagoga. El instrumento está apoyado sobre un trípode:
es hueco, con varios pitos, que entran y salen, y emite una melodía de varios
tonos. Había niños que tocaban en arpas y pífanos. En honor de la heroína
Ester hoy gozan de grandes libertades y derechos las mujeres y las jóvenes
en la sinagoga: no estaban, como de costumbre, apartadas de los hombres, y
hasta podían acercarse al recinto de los sacerdotes. Vinieron a la sinagoga
procesiones de niños con varios vestidos: unos de blanco, otros de colorado.
Entró también una joven que traía un aderezo extraño en la garganta: tenía
una banda roja de sangre, figurando la garganta cortada, y de esa banda
pendían cintas coloradas con botones sobre el vestido blanco, como si
cayese sangre desde el cuello sobre la vestidura. Era una especie de
comparsa, pues marchaba con un espléndido manto cuyos extremos
sostenían otras jóvenes; le seguía una multitud de jóvenes, niños y niñas.
Llevaba una gorra alta y puntiaguda y un velo muy largo; en la mano traía
algo como un cetro. La joven era hermosa y alta. No pude comprender qué
se representaba: me parece que representaba a Ester, y me recordaba por
otra parte a Judit; pero no parecía la que mató a Holofernes, pues venía con
una criada que traía un cesto con preciosos regalos para el primer sacerdote.
Le regalaba placas de preciosa hechura, que traía a veces sobre la frente, a
veces sobre el pecho.
En un rincón de la sinagoga veíase, detrás de una cortina, el simulacro de un
hombre tendido sobre un lecho del cual esa joven, le quitaba la cabeza y la
presentaba al sacerdote principal. También daba a los sacerdotes, por una
antigua costumbre, una amonestación sobre las principales faltas que se
habían notado en el año; después de esto se retiraba. Vi que en otras fiestas
semejantes tenían derecho ciertas mujeres de hacer amonestaciones a los
sacerdotes.
En la sinagoga estaba abierto el libro de Ester y de ese rollo se iba leyendo
por turno. También Jesús leyó. Los judíos, especialmente los niños, tenían
maderitas y pequeños martillos consigo. Tirando un hilo pegaba el martillo
sobre determinado nombre, mientras decían algo al mismo tiempo. Esto lo
hacían cada vez que aparecía en la lectura el nombre de Aman.
Se celebraron también solemnes comidas. Jesús estuvo con los sacerdotes en
la gran sala. Durante esta fiesta se veían adornos como en la fiesta de los
Tabernáculos: muchas coronas de flores, hermosas rosas tan grandes como
cabezas y pirámides de flores, hierbas, hojas, ramas y muchos frutos. Sobre
la mesa se ponía un cordero entero y me maravillé del espléndido menaje
que usaban en el servicio. Había fuentes de varios colores, transparentes,
como piedras preciosas. Las gentes se hacen hoy muchos regalos unas a
otras: alhajas, vestidos de fiesta, túnicas, manípulos, velos, correas con
borlas y adornos varios. Jesús recibió un vestido de fiesta, con borlas en la
parte inferior; pero Él no lo quiso aceptar y lo regaló a otros. Muchos daban
sus regalos a los pobres, los cuales eran en estos días muy recordados.
Después de la comida paseó Jesús rodeado de sus discípulos y de los
sacerdotes en una especie de parque de recreo cerca de Nazaret. Tenía
consigo tres rollos escritos y el libro de Ester y por turno leían algunos
trozos. Grupos de jóvenes y doncellas seguían detrás; las doncellas oían la
lectura a cierta distancia. He visto a algunos hombres, yendo de casa en
casa, cobrando algo como una contribución.
Desde Nazaret se dirigió Jesús con sus discípulos hacia la ciudad de
Apheke, a cuatro horas de distancia; pero volvió a Nazaret para la fiesta del
sábado, y luego visitó al moribundo Eliud. Los sacerdotes de Nazaret no
podían comprender cómo pudo Jesús adquirir una ciencia tan grande
después de su corta ausencia de Nazaret. No podían contradecir su
enseñanza con éxito y algunos le tenían verdadera envidia. Cuando
abandonó Nazaret le acompañaron un trecho de camino.
XXIII
Jesús en una posesión de Lázaro en Thirza
Jesús se encaminó por el sendero que hizo la Sagrada Familia en su huida
a Egipto, y llegó con sus discípulos a un pequeño lugar, no lejos de
Legión, donde la Sagrada Familia se había refugiado y donde vivían
hombres despreciados que trabajaban como esclavos. Jesús compró aquí
pan, lo repartió y lo multiplicó al distribuirlo a muchos. No se produjo por
esto mucho concurso, porque Jesús no se detuvo mucho aquí: fue como de
pasada. Prosiguiendo su camino, le salieron al encuentro Lázaro, Juan
Marcos y Obed. En compañía de los tres prosiguió hacia una propiedad de
Lázaro, en Thirza, a cinco horas de camino. Aunque llegaron por la noche
sin ser advertidos, todo estaba preparado para recibirlos. Esta propiedad
estaba situada en una montaña en dirección a Samaria, no lejos de los
campos de Jacob. Un anciano judío que andaba descalzo y ceñido es el
cuidador: estaba desde que María y José habían pasado y se habían
albergado en este mismo lugar en su viaje a Belén. En este sitio habían
Marta y Magdalena servido al Señor en el último año de la vida de Jesús,
cuando enseñaba y le habían rogado que fuese a ver a su hermano
Lázaro que estaba enfermo. Cerca de esta posesión de Lázaro estaba el
pueblo de Thirza, en una hermosa situación, a unas siete horas de Samaria.
En condiciones de recibir mucho el sol, era esta localidad muy rica en trigo,
vino y toda clase de frutas; por esto la mayor parte de sus habitantes
trabajan la tierra y venden los frutos. En otro tiempo fue una ciudad grande
y hermosa, habitada por reyes; ahora se ve el castillo quemado y la ciudad
muy dañada por las guerras. El rey Amri había habitado en la casa que
pertenecía a Lázaro hasta que pudo trasladarse a Samaria. Las gentes son
muy piadosas; se mantienen silenciosas y reservadas. El lugar está como
escondido y empequeñecido. Creo que en nuestros tiempos debe haber
rastros de su existencia. Los habitantes no se comunican con los de Samaria.
Jesús enseñó en la sinagoga, pero no sanó a los enfermos. Para el Sábado
comenzó la fiesta de la dedicación del templo por Zorobabel, aunque no tan
solemne como las de los Macabeos. En las casas, en las calles, en los
campos de pastoreo y en las sinagogas se ven luces y fuegos tradicionales.
Jesús estuvo la mayor parte del día con sus discípulos en la sinagoga de
Thirza. Comió en casa de Lázaro, pero muy parcamente: la mayor parte de
los alimentos se repartían a los pobres, numerosos en este lugar. Los
repartos se acostumbraban ya cuando se hospedaba Jesús aquí. De la
grandeza de la ciudad quedan estos vestigios de murallas y torres derruidas.
Parece que la casa de Lázaro, que está a un cuarto de hora de camino,
formaba parte de la ciudad por los restos de murallas que se ven en lo que
hoy son jardines y praderas cultivadas. Lázaro había heredado esta posesión
de su padre. Aquí, como en todas partes, Lázaro es tenido en honor,
considerado como un hombre no sólo rico, sino piadoso, prudente e
iluminado; su conducta es por otra parte muy distinta de los demás: tiene un
proceder serio, habla poco y es muy compasivo, bondadoso y en todo muy
medido. Cuando terminaron las fiestas Jesús abandonó a Thirza con sus
discípulos y Lázaro, y se encaminó hacia Judea. El camino era el mismo de
José y María, cuando fueron a Belén, a través de las montañas, a un lado de
Samaria y por las mismas comarcas.
Lo veo subir a una alta montaña por la noche. Era una noche tranquila y
sobre la región se extendía una ligera neblina. Le acompañan unos diez y
ocho discípulos: van de dos en dos por el sendero; unos delante, otros detrás
de Jesús. Éste, por momentos, calla; unas veces, ora, y otras, habla. La
noche invita a la oración y a la quietud. Anduvieron toda la noche y hacia la
mañana descansaron un tanto, tomando algún alimento; luego continuaron
por una montaña fría, evitando las ciudades del camino.
No lejos de Samaria he visto al Señor con unos seis discípulos, cuando de
pronto se presentó un hombre joven que, echándose a sus pies, le dijo:
«Salva a este hombre, ya que Tú vas a librar a Judea y a restaurarla». Creía
este hombre en un reino temporal de Cristo; pedía ser tomado como
discípulo, y deseaba un empleo en ese reino. Este joven era huérfano, pero
había heredado grandes posesiones de su padre y estaba empleado en
Samaria. Jesús se mostró muy familiar con él; le dijo que cuando volviera le
diría lo que le convenía hacer: le agradaba su humildad y su buena voluntad;
que no había nada que decir sobre su pedido. Supe que el joven estaba muy
aficionado a sus riquezas y que Jesús quería decirle lo que deseaba cuando
hubiese elegido a sus discípulos para darles a ellos una enseñanza. Este
joven vuelve, en efecto, de nuevo, y lo que entonces le dijo Jesús está en el
Evangelio.
Por la tarde los veo llegar al albergue de los pastores, entre los dos desiertos,
como a cinco o seis horas de Betania, donde en otro tiempo María y las
santas mujeres pernoctaron cuando fueron a Betania, donde estaba Jesús
antes de su bautismo. Los pastores de los alrededores se juntaron y trajeron
regalos y alimentos. El albergue estaba convertido en sitio de oración. Ardía
una lámpara y pernoctaron aquí. Jesús enseñó y celebró el sábado.
En este camino difícil y solitario Jesús pasó por donde María, en su viaje a
Belén, tuvo tanto frío y donde luego halló alivio. Jesús pasó todo el sábado
con sus discípulos entre pastores, que se consideraron muy felices y
quedaron conmovidos. El mismo Jesús me pareció más alegre y jovial entre
estos sencillos pastores. Después del sábado se encaminó hacia Betania, a
cuatro horas de camino.
XXIV
La primera Pascua en Jerusalén
Jesús se albergaba en casa de Lázaro en la misma pieza que ocupó otras
veces. Está arreglada como una sinagoga y es el oratorio de la familia.
En el medio hay un atril, sobre el cual están colocados los rollos de las
Escrituras. La pieza de Jesús está separada del oratorio por un tabique. A la
mañana siguiente salió Marta para Jerusalén para ir a casa de María Marcos
y de las otras mujeres a decirles que Jesús y Lázaro, su hermano, irían a la
casa de María Marcos. En efecto, Jesús y Lázaro llegaron allí hacia el
mediodía. En la comida estaban Verónica, Juana Chusa, Susana, los
discípulos de Jesús y de Juan, de Jerusalén, Juan Marcos, los hijos de
Simeón, el hijo de Verónica, los primos de José de Arimatea, como unos
nueve hombres. No estaban ni Nicodemus ni José de Arimatea. Jesús habló
de la proximidad del reino de Dios, de su misión, de su seguimiento y aún
oscuramente de su pasión. La casa de Juan Marcos está delante de la ciudad,
en la parte oriental, frente del Huerto de los Olivos: Jesús no necesitó
atravesar la ciudad para ir hasta allá.
Por la tarde volvió con Lázaro a Betania. En Jerusalén ya se está hablando
de Jesús, del nuevo Profeta que está ahora en Betania. Algunos se alegran de
su cercanía; otros se escandalizan del Profeta de Nazaret. En los jardines y
en el camino del Huerto de los Olivos se ve gente. Algunos fariseos están
allí esperando verlo de pasada: habían oído decir que quizás entraría en la
ciudad. Con todo, nadie le detuvo ni le interrogó. Veo que algunos se
ocultan tras los setos para seguir observando, y dicen: «Ahí va el Profeta de
Nazaret, el hijo del carpintero». Había mucha gente trabajando en los
jardines y parques con la proximidad de las fiestas, limpiando, arreglando,
podando y cortando los setos y las plantas. También se ven obreros y pobres
trabajadores que van a Jerusalén a buscar ocupación, en la ciudad y en los
jardines: van con sus instrumentos de labor, montados en asnillos. Uno de
ellos era aquel Simón, que más tarde cargó con la cruz de Cristo.
Días después veo a Jesús de nuevo en Jerusalén y en la casa de Obed, el hijo
de Simeón, no lejos del templo; luego en otra casa donde solía habitar la
antigua familia de Simeón, frente al templo. Allí tomó una refección
preparada y enviada por Marta y las otras mujeres. Los discípulos de
Jerusalén, como unos nueve, estaban allí con Jesús. Éste habló con mucha
ternura de la proximidad del reino de Dios. Todavía no fue al templo. Va sin
temor alguno de un lado a otro. Viste una larga vestimenta blanca, que
solían llevar los profetas. A menudo aparece a la vista de los demás, sin
llamar la atención, y desaparece. Con todo, a veces su aparición es
extraordinaria: su rostro es resplandeciente y su aspecto nada común.
Cuando por la tarde volvió a Betania, acudieron algunos discípulos de Juan,
entre ellos Saturnino. Saludaron a Jesús y le hablaron de Juan: cómo ahora
ya no iban a él tantos para ser bautizados; que en cambio Herodes trataba
mucho al Bautista. Nicodemus vino esta tarde a Betania a casa de Lázaro y
escuchó la enseñanza de Jesús. A la mañana siguiente fue Jesús a casa de
Simón, el fariseo, que tenía una sala de fiesta en Betania. Había allí una
comida: estaban reunidos Nicodemus, Lázaro, los discípulos de Juan, los
discípulos de Jerusalén. Aparte estaban Marta y las mujeres de Jerusalén.
Nicodemus casi no habla en presencia de Jesús, y sólo escucha atentamente
su enseñanza. José de Arimatea pregunta algunas veces. Simón, el fariseo,
no es mal hombre, pero aún está dudoso: está de parte de Jesús por la
amistad que tiene con Lázaro y Nicodemus; pero le gusta andar bien con los
demás fariseos. Jesús habló mucho en esta ocasión de los profetas y del
cumplimiento de las profecías. Habló de la maravilla de la concepción de
Juan, cómo lo libró Dios de la matanza de los inocentes y cómo fue su
misión de preparar el camino. Habló también del poco caso que hace la
gente del cumplimiento del tiempo de las profecías y dijo, entre otras cosas:
«Son apenas treinta años, y ¿quién recuerda ahora, fuera de algunas piadosas
y sencillas personas, que tres Reyes vinieron con su séquito desde el
Oriente, siguiendo una estrella y buscaron a un Niño recién nacido, Rey de
los Judíos, y lo encontraron como niño de pobres padres? … Tres días
estuvieron allí. Si hubiesen venido para buscar a un príncipe nadie hubiese
olvidado tan pronto su venida». No dijo, sin embargo, que ese Niño era Él
mismo.
Después, acompañado por Lázaro y Saturnino, fue visitando las casas de los
pobres enfermos y humildes obreros, sanando a unos seis. Estos enfermos
eran estropeados, gotosos y melancólicos. Les mandó salir de sus casas a
tomar el sol. No se nota en Betania ningún concurso de gente por causa de
Jesús. Aún en estas curaciones se procedió sin llamar la atención. Lázaro, a
quien todos respetan, es parte de que no se produzcan los tumultos y
concurrencia desordenada de otros lugares. Por la tarde, que empezaba el
primer día de Nisan, hubo una festividad en la sinagoga: me pareció la fiesta
del novilunio, porque vi una iluminación en la escuela en forma de una luna,
que en el transcurso de la oración se iba iluminando cada vez más, porque
un hombre iba encendiendo detrás más luces.
Algunos días después vi a Jesús con Lázaro, Saturnino, Obed y otros
discípulos en el templo, tomando parte en los cultos que allí se hacían; se
ofrecía allí un carnero. La presencia de Jesús en el templo trae una
conmoción entre los judíos. Lo extraño es que cada uno siente esta
conmoción y no la manifiesta a los demás, que también se sienten movidos
de secreta admiración. Es esto providencial, para dar a Jesús el tiempo de
cumplir toda su misión: si se hubiesen comunicado unos a otros su parecer,
habrían puesto obstáculos a su desarrollo. Ahora combaten en algunos
corazones el odio y la ira con la íntima admiración y emoción. En otros se
despierta un deseo de conocer mejor a Jesús y se informan y preguntan para
conocerlo mejor. Hubo también en esta ocasión un día de ayuno por la
muerte de los hijos de Aarón.
En la casa de Lázaro están reunidos los discípulos de Jesús y otras personas
piadosas. Jesús enseñó en una sala espaciosa donde se había colocado una
silla para Él. De la misma forma como cuando hace poco habló de la venida
de los tres Reyes Magos, así ahora habló de cosas pasadas. Dijo: «¿No hace
diez y ocho años apenas desde que un pequeño Bachir (escolar) disputaba
con los doctores de la ley, cuando ellos tanto se enojaron contra Él?». Dijo
también lo que ese Niño les había enseñado.
Jesús estuvo de nuevo con Obed, que tiene un empleo en el templo y con
otros discípulos en el sagrado recinto para la fiesta del sábado. Estaban de a
dos entre los otros hombres de Jerusalén. Jesús tenía una vestidura blanca
con faja y un manto también blanco, al modo de los esenios. Había en Él
siempre algo que imponía y admiraba: sus vestidos eran siempre limpios y
llamaban la atención, porque Él los llevaba. Cantó algo de los rollos, y oró
con los demás alternativamente. Algunos precedían al rezo y lo guiaban. Se
notaba que los presentes miraban maravillados y conmovidos, sin decirle a
Él nada, y hablaban entre sí en secreto. He visto en muchas admirables
conmociones y cambios. Tuvieron lugar tres predicaciones sobre los hijos
de Israel, sobre la salida de Egipto y sobre el cordero pascual. Encima de un
altar había incienso. Los sacerdotes no podían verse: sólo se veía el fuego y
el humo del incienso. El fuego se veía a través de una rejilla sobre la cual
estaba el adorno de un cordero pascual con rayos: a través de este adorno
brillaba el fuego adentro. Este altar estaba cerca del Sancta Sanctorum,
cuyas puntas parecían penetrar hasta él
He visto a los fariseos, rezando, envueltos los brazos en una banda larga y
angosta, como un velo. A eso de las dos de la tarde fue Jesús con sus
acompañantes al templo, a una pieza en la antesala de Israel donde se había
preparado una comida de frutas trenzadas como coletas. Habían designado
al maestresala que debía proveer al orden. En los lugares adyacentes se
podía comprar todo lo necesario para esta comida. Los extranjeros tenían
este derecho de vender. El templo era como una ciudad en pequeño; todo se
podía conseguir allí. Durante la comida Jesús enseñó. Cuando se alejaron
los hombres comieron en el mismo lugar las mujeres. Hoy descubrí algo
nuevo: Lázaro tenía un oficio en el templo, así como entre nosotros puede el
alcalde tener ingerencia en la iglesia. He visto que pasaba con una caja en la
mano colectando limosnas o el pago de algún impuesto. Jesús y los suyos
permanecieron toda la tarde en el templo. No lo he visto en Betania sino a
eso de las nueve de la noche. Con ocasión de este sábado ardían
innumerables lámparas en el templo.