XV
Jesús en Adummim y Nebo
Jesús anduvo con la mayoría de sus discípulos a través de Bethagla hacia
Adummim. Este lugar está como escondido en una comarca silvestre
llena de barrancos y rocas donde el camino es a veces tan angosto que
apenas podía pasar por él un asnillo. Está como a tres horas de Jericó en los
confines de Benjamín y de Judá: tan oculto es el lugar que yo no lo había
visto antes. La ciudad está edificada en una ladera escabrosa. Había sido un
refugio de criminales que podían buscar aquí protección contra las condenas
de muerte. Eran vigilados hasta su mejoría o empleados como esclavos en
las obras públicas. Se llamaba por esto el lugar de los reos o de los
sanguinarios. Estas ciudades de refugio existieron ya desde los tiempos de
David. Terminaron de serlo después de Jesucristo, en las primeras
persecuciones de los fieles. Más tarde existió aquí un convento edificado
por los hermanos del Santo Sepulcro. La gente vivía aquí de la viña y de la
fruta. Presentaba el aspecto de una región salvaje, con rocas desnudas de
vegetación; a veces caían grandes trozos de piedras arrastrando los viñedos
de las laderas. El camino propio de Jericó a Jerusalén no pasaba por aquí,
sino hacia el Occidente de Adummim, por cuyo lado no se podía entrar en la
ciudad. Una senda desde el valle de los pastores a Jericó, a una media hora
de Adummim, atraviesa el camino de Bethagla a Adummim. En las
cercanías de este sendero había un pasaje muy peligroso y angosto. Veíase
un lugar señalado con un asiento de piedra, donde mucho antes de Cristo
había sucedido en realidad lo que Jesús contó como una parábola del
Samaritano caritativo y del hombre caído en manos de los ladrones.
Cuando Jesús iba hacia Adummim se apartó un tanto del camino y sobre ese
asiento de piedra enseñó a los discípulos y los que se habían congregado el
hecho que allí había sucedido tiempo atrás. Celebró el sábado en Adummim
y enseñó en la sinagoga con parábolas que se referían a la provincia de las
ciudades de refugio para los criminales y la aplicó al tiempo de penitencia
para los hombres durante la vida. Sanó a varios enfermos, especialmente a
hidrópicos. Después del sábado volvió con sus discípulos al lugar de los
bautismos. Por la tarde del día siguiente fue a la ciudad de Nebo, que está al
otro lado del Jordán, al pie del monte Nebo, que tiene una ladera de varias
horas de camino. Habían acudido mensajeros pidiéndole a Jesús que fuese a
enseñar y sanar a los enfermos. Vivía aquí gente de todas partes: egipcios,
israelitas que se habían manchado con la idolatría y moabitas. Habían
reaccionado con la predicación de Juan; pero no se atrevían a pasar al lugar
del bautismo de Jesús. Creo que no les era permitido ir allá: eran
despreciados por los demás israelitas, no recuerdo por cual de los pecados
de sus antepasados, y por esto no podían ir a cualquier parte, sino sólo a
algunos lugares. Vinieron humildemente a Jesús y le pidieron que los
bautizara. Los discípulos llevaron consigo agua de la fuente bautismal en un
odre; en el bautisterio quedaron algunos para vigilar. Nebo está separado
por una montaña de una media hora del Jordán y de Macherus, unas cinco o
seis horas. Tenía un terreno estéril. Para llegar hay que subir por la otra
orilla del Jordán. La orilla de enfrente del lugar del bautismo es empinada,
como montaña, y no hay modo de bajar. Más allá de esta montaña está
Nebo. Existe aquí un templo de ídolos, pero está cerrado y parece mal
edificado. Jesús prepara al aire libre a los bautizandos desde un asiento de
enseñanza y los discípulos bautizaban. La tina estaba colocada sobre una
cisterna de baño donde entraban los bautizandos; estaba llena de agua hasta
cierta altura. Los discípulos habían llevado consigo las vestiduras blancas
para los bautizandos: las llevaron envueltas y enrolladas en torno del cuerpo.
En el bautismo las ponían a los neófitos y los camisones flotaban en el agua.
Después del bautismo se les colgaba una especie de manto. Donde Juan
bautizaba era ésta una especie de estola, ancha como una servilleta. Aquí era
más bien un mantito al cual está cosida una estola con flecos. La mayoría de
los bautizados eran niños y ancianos, porque muchos fueron rechazados
para que se mejorasen primero.
Jesús sanó también a varios enfermos de fiebres e hidrópicos, que habían
sido traídos en camillas. No hay entre los paganos tantos endemoniados
como entre los hebreos. Jesús bendijo el agua que tomaban, que no era
buena, sino turbia y salobre, recogida en las rocas de la montaña. Había un
recipiente que era llenado con mangueras. Jesús lo bendijo en forma de cruz
y se detuvo con la mano sobre algunos puntos de la superficie.
A la vuelta al albergue de Ono permanecieron Jesús y sus discípulos la
mayor parte del día en el camino de Nebo al pasaje del Jordán. Jesús enseñó
aquí donde había muchas chozas, cuyos habitantes tenían sus frutas y su
vino exprimido para vender a los transeúntes. Jesús volvió a la tarde con sus
discípulos a su albergue cerca del lugar de bautismo. Fue pasando luego por
los alrededores a diversos grupos de campesinos y reunía a la gente para
adoctrinarla. Había buenas gentes que durante el tiempo que estuvo allí
bautizando Juan proveían de alimentos a los que venían de lejos. Parece que
Jesús desea visitar hasta los lugares más pequeños de esta comarca, pues
pronto se ausentará a Galilea. Estuvo también con un rico campesino, a una
media hora de Ono, cuyas posesiones cubrían casi el monte entero. Aquí
hay un campo en uno de cuyos lados aún se está cosechando, mientras en el
otro se empieza a sembrar. Aquí expuso Jesús una parábola sobre la siembra
y la cosecha. Había una silla muy antigua para enseñanza de los tiempos de
los profetas. Los campesinos la han arreglado muy bien, y sobre ese asiento
está ahora Jesús enseñando. Otros asientos semejantes de piedra fueron
restaurados aquí desde la predicación de Juan. Se lo había impuesto Juan a
las gentes, ya que esto pertenecía también a su misión de preparar el camino
del Mesías. Estas tribunas de enseñanza del tiempo de los profetas habían
quedado en desuso y en ruinas, como entre nosotros pasa con muchas
estaciones del Vía crucis. Elias y Elíseo habían estado muchas veces en
estos lugares.
Jesús quiere celebrar el sábado en Ono mañana. A esta fiesta sigue otra que
se refiere a los frutos de la tierra, porque he visto llevar a las sinagogas y a
las casas de los juzgados muchos canastos de frutas. En el lugar del
bautismo se está ordenando todo y se guardan las cosas para el descanso de
estas fiestas. Donde está la piedra que señalaba el lugar del Arca se han
levantado unas veinte casitas. Bethabara no está junto a la orilla, sino a una
media hora de distancia; pero de aquí se la ve muy bien. Desde el pasaje del
río hasta el lugar donde bautiza ahora Juan, sobre Bethabara, hay una hora y
media de camino. He visto andar a Jesús en Ono de casa en casa. No sabía
yo por qué, pero más tarde oí que tenía este andar relación con los diezmos,
exhortando Él a las gentes a dar las limosnas que se solían hacer en las
fiestas de los frutos.
Por la tarde celebró la festividad del sábado en la sinagoga, donde enseñó.
Después comenzaron los preparativos para la fiesta de los nuevos frutos del
año. Era una fiesta triple; primero, porque entraba ahora la savia en los
árboles; segundo, porque se entregaba el diezmo de los frutos, y tercero,
porque se daba gracias por los frutos recibidos. Sobre estas cosas versó la
predicación de Jesús. Se comían muchas frutas y se regalaban a los pobres
diversas figuras formadas con frutas dispuestas sobre las mesas. Hasta ahora
hay unos veinte discípulos más que siguen a Jesús.
XVI
Jesús en Phasael. Sana a la hija de Jairo.
Primer encuentro con la Magdalena
Al término de la fiesta Jesús dejó a Ono con unos veinte discípulos y se
encaminó a Galilea. Entró en aquellas chozas de pastores donde José
y María en su viaje a Belén habían sido duramente rechazados. Aquí había
tenido Jacob sus campos de pastoreo. Jesús visitó los albergues de los
buenos, y enseñó allí. En los de los malos pasó la noche amonestándolos. La
mujer vivía aún y Jesús la sanó de su enfermedad. Pasó luego por Aruma
donde había estado ya antes.
Jairo, un descendiente del esenio Chariot, que vivía en el pueblo de Phasael
algo despreciado por los demás, y que había rogado a Jesús sanase a su hija
enferma, mandó un mensajero para recordar a Jesús su promesa de ayuda.
Su hija había muerto. Jesús mandó a sus discípulos que continuasen su
camino y los citó para encontrarse en un determinado sitio. Él siguió al
mensajero a casa de Jairo, en Phasael. Cuando Jesús llegó a la casa estaba la
hija, difunta ya, preparada para el entierro, envuelta en telas y ligaduras y
rodeada de todos los laminares, que se lamentaban. Jesús hizo reunir a otros
del lugar y mandó desatar las ligaduras y las telas, tomó a la muerta de la
mano y le mandó levantarse. De pronto se levantó viva y se irguió en su
lecho. Era una joven de diez y seis años. No había sido buena; no amaba a
su padre, que la quería sobre todas las cosas; se quejaba de él porque
socorría a los pobres y se juntaba con los desgraciados. Jesús la resucitó en
cuerpo y alma. Cambió de vida y se juntó más tarde con las santas mujeres.
Jesús exhortó a todos no hablar de este prodigio; por eso no quiso tener a su
lado a sus discípulos. Este Jairo no es el de Cafarnaúm, cuya hija resucitó
más tarde Jesús, según narra el Evangelio.
Jesús dejó este lugar, se dirigió al Jordán, pasó el río y caminó por la Perea,
al Norte; llegó a Sukkoth, al Occidente del río, y fue a Jezrael. En Jezrael
enseñó y obró muchos prodigios en presencia de las grandes muchedumbres
que se habían reunido. Todos los discípulos de Galilea habían venido a su
encuentro. Natanael Chásed, Natanael el de Cana, Pedro, Santiago, Juan, los
hijos de María de Cleofás, todos estaban aquí.
Lázaro, Marta, Serafia (Verónica) y Juana Chusa, que habían salido de
Jerusalén, habían visitado a María Magdalena en Mágdala y le habían dicho
que fuera a Jezrael para ver, si no para oir al prodigioso, sabio, elocuente y
admirable Jesús, de quien todo el país estaba hablando con admiración.
Magdalena quiso complacer a las santas mujeres y con mucho adorno y
mucha pompa las había acompañado hasta aquí. Cuando a través de una
ventana de la posada, donde se alojaba, vio a Jesús caminando por el
sendero con sus discípulos, Jesús le dirigió una mirada seria, que le entró en
el alma y la cubrió de tanta vergüenza y confusión, que salió del albergue y
se fue a una casa de leprosas donde había mujeres con flujo de sangre, en
una especie de hospital a cargo de un fariseo. Lo hizo impulsada por un
sobrenatural asco de su persona y la vista interior de su miseria. La gente del
albergue que la conocía, dijo: «Allí le corresponde estar, entre leprosas y
enfermas de flujo de sangre». Magdalena había corrido a casa de las leprosas
para humillarse, ¡tanto le había herido la mirada de Jesús! Había pedido para
sí, por vanidad y para no juntarse con otros pobres, un albergue especial y
no el común de las otras mujeres. Lázaro, Marta y las otras mujeres
volvieron con ella a Mágdala y celebraron allí el sábado, pues había allí una
sinagoga.
XVII
Jesús en Cafarnaúm y Gennebris
Hacia la tarde llegó Jesús a Cafarnaúm para el sábado. Antes había
visitado a su Madre María. Enseñó y se albergó en la casa que
pertenecía al novio de Cana. Todos los discípulos estaban reunidos. El
sábado enseñó hasta la conclusión de la fiesta. Le habían traído de todos los
puntos del país muchos enfermos y endemoniados. Él los sanó en público,
delante de sus discípulos, y echó a los demonios asediado por las
multitudes. Mensajeros de Sidón vinieron a rogarle pasara a visitarlos. Él
rehusó. Acudieron gentes de Cesárea de Filipo y lo invitaron con instancia.
Él los consoló con la esperanza para más adelante. El gentío creció tanto
que Jesús abandonó a Cafarnaúm después del sábado con algunos discípulos
y se ocultó en la montaña, a casi una hora al Norte de la ciudad, entre el mar
y la entrada del Jordán, donde había muchos barrancos. Se mantuvo oculto,
entregado a la oración. Es la misma montaña donde Él, viniendo de
Bethanat con sus discípulos, había visto en el mar las barcas de Pedro y del
Zebedeo desde una colina. Los discípulos que habían estado con Jesús
entraron en las viviendas de los pescadores y contaban cosas de Jesús.
Andrés permaneció en Cafarnaúm y contó y enseñó lo que había oído de
Jesús a las turbas que se habían congregado.
Por la tarde fue Jesús a casa de su Madre, entre Cafarnaúm y Betsaida. Se
habían reunido Lázaro, Marta y las otras mujeres que venían de Mágdala:
venían para despedirse y marchar a Jerusalén. Jesús los consoló respecto de
Magdalena. Dijo que Marta se desolaba demasiado; que Magdalena estaba
ya conmovida; que todavía caería miserablemente. No había dejado aún sus
adornos vanos; había declarado que no podía resolverse a vestir tan
pobremente como las otras mujeres, sino que debía hacerlo según su
condición.
Cuando después vino un día de ayuno por la muerte de un hombre que
contra la prohibición había hecho poner figuras en el templo, enseñó Jesús
de nuevo en Cafarnaúm. De nuevo le trajeron muchos enfermos, de los
cuales sanó a muchos. Acudieron nuevos mensajeros para invitarlo a ir con
ellos a otras regiones. Hubo aquí algunos maliciosos fariseos que le
contradecían y le preguntaron a dónde iba a parar todo esto. «Todo el país
está alborotado por su causa y no deja de enseñar en público y se extiende
cada día su fama». Jesús los rechazó con severidad y les dijo que enseñaría
públicamente y empezaría también a obrar a vista de todos. Por la tarde
comenzó un día de ayuno por la extirpación de la tribu de Benjamín por las
otras tribus a causa de una maldad y escándalo. He visto que este día de
ayuno se observó con más rigor en la región de Phasael, donde había estado
Jesús hacía poco por la resurrección de la hija de Jairo, también en Aruma,
Gibea, porque el hecho había tenido lugar por allí. Vi que las santas mujeres
ofrecían un sacrificio especial y tomaban parte en el acto con más esmero.
De noche fue Jesús llevado por Natanael Chased, con Andrés, Pedro y los
hijos de María de Cleofás y del Zebedeo, a Gennebris, donde residía
Natanael. Allí éste le había preparado un albergue. No entró en la casa de
Natanael, aunque pasaron por delante y está fuera de la ciudad. Natanael, el
de Cana, y su mujer están en este momento en Cafarnaúm y Jezrael. El lugar
del bautismo en Ono, es vigilado por turno por los habitantes del lugar.
Jesús enseña y sana a endemoniados en Gennebris. Atraviesa el lugar un
camino de mercaderes. Las gentes no son tan sencillas como las de la orilla
del lago; que aunque no contradicen abiertamente, con todo reciben con
frialdad sus enseñanzas. Además de los futuros apóstoles estuvo en
Gennebris también Jonatan, hermano uterino de Pedro; los demás se
distribuyeron por Cafarnaúm y Betsaida, para contar todo lo que habían
visto y oído de Jesús de Nazaret. Desde Gennebris fue Jesús con sus futuros
apóstoles a Betulia a tres horas de Gennebris, a cinco de Tiberíades y no
lejos de Jezrael. La ciudad está situada en la ladera del monte empinado que
parece quisiera caerse y se ven ruinas tan anchas de antiguas murallas que
podían pasar carros sobre ellas. El camino desde aquí a Nazaret pasa por el
monte Tabor, del cual está a pocas horas de distancia al Sudeste. Natanael
Chased ha entregado su empleo en Gennebris a su primo hermano y quiere
en adelante seguir a Jesús. Entrando en Betulia le salieron al camino los
endemoniados, clamando. Al llegar al mercado de la ciudad se detuvo Jesús
en un asiento de ensenanza y mandó a algunos discípulos que pidieran al
jefe de la sinagoga abriese por todos los lados las puertas, mientras otros
discípulos iban de casa en casa llamando al pueblo para la enseñanza. La
sinagoga tenía varias puertas entre columnas que se solían abrir en las
grandes concurrencias. Jesús enseñó aquí sobre el verdadero grano de trigo
que tiene que ser puesto en tierra para que germine y dé fruto.
Se albergó en una posada dispuesta de antemano. Los fariseos no le
contradijeron abiertamente, pero murmuraban. Jesús sabía que temían que
celebrase aquí el sábado. Jesús se lo dijo a los discípulos: quería ir para el
sábado a un lugar un par de horas más lejos, entre Occidente y Norte, hacia
el Tabor, a un pueblo cuyo nombre no recuerdo y cuyos habitantes viven de
colorear sedas para franjas y borlas.
Jesús sanó aquí a varios enfermos. Todos los discípulos que se habían
quedado volvieron a reunirse. Cuando Jesús abandonó la ciudad de Betulia
por las murmuraciones de los fariseos, enseñó un cuarto de hora al aire
libre, fuera de la ciudad sentado en un asiento de piedra. Se veían restos de
murallas y parece que esto formaba parte de la ciudad en otros tiempos.
Después llegó a eso de las tres de la tarde a Kisloth, como a tres horas de
aquí, a los pies del monte Tabor. Le habían precedido Andrés y otros
apóstoles para prepararle albergue. Se había reunido aquí una gran
muchedumbre de gente de los alrededores, entre ellos muchos pastores que
tenían sus cayados y muchos mercaderes de Sidón y de Tiro. Las
enseñanzas y los prodigios de Jesús se habían hecho conocer ya en los
contornos. Todos se atropellaban por llegar al lugar, porque se había corrido
la voz de que Jesús pensaba celebrar aquí el sábado. También los que
andaban de camino y de viaje se reunieron en esta ocasión. Donde Jesús
aparecía se suscitaba siempre un gran movimiento. Se clamaba a su llegada;
se trataba de llegar a donde Él estaba; algunos se echaban de rodillas a sus
pies; le querían tocar. Por esto se mostraba a veces algo contrariado por la
muchedumbre, y procuraba desaparecer de súbito cuando el tumulto crecía
demasiado. A veces, en los caminos, enviaba a sus discípulos a otra parte, o
se alejaba de ellos, para quedarse solo. Llegando a las poblaciones tenían a
menudo que abrirse paso entre la turba. Algunos, a quienes permitía tocarle
o acercarse a Él, sentían luego una conmoción interna, una mejora en lo
espiritual y la curación de sus enfermedades.
XVIII
Jesús en Kisloth-Tabor
Por la tarde llegó Jesús a un albergue preparado ya de antemano por los
discípulos fuera de la ciudad de Kisloth-Tabor, localidad donde estuvo
ya dos veces. Esta ciudad está a siete horas de camino de Nazaret, por los
desvíos, y a cinco horas en lína recta. Los caminos van aquí, en la
Palestina, entre vericuetos y senderos torcidos entre valles y montañas. Por
eso los cálculos de distancia son con frecuencia muy diversos. Muchos
pueblitos llenan la Palestina, aunque de las alturas no se alcanza a ver sino
los principales y mejor situados. Kisloth-Tabor es una ciudad de mercaderes
y traficantes; hay bastantes ricos y acomodados y muchos pobres que viven
de la tintura de sedas crudas y del trabajo de franjas, borlas y otros adornos
semejantes para las vestiduras de los sacerdotes. Estas tintorerías estaban
antes la mayor parte junto al mar, en Tiro; ahora muchos de estos tintoreros
se han internado en el país. Los ricos emplean a los pobres en sus talleres y
fábricas. He visto gente que trabajaba en condición de esclavos.
Delante de la posada habían los discípulos cercado un lugar con gruesas
sogas, que pasaban a través de palos enterrados en el suelo, formando una
barrera contra el empuje de las turbas que se apretaban para oír las
enseñanzas de Jesús. Aquí se instaló Jesús fuera de la ciudad para enseñar a
las muchedumbres que acudían de todas partes. Vinieron también hombres
ricos y mercaderes de la ciudad; y fue entonces que habló de las riquezas y
de los peligros de la avaricia y de la codicia. Les dijo que su condición era
más peligrosa que la de los publicanos, de los cuales muchos se convertían.
Fue entonces que mirando a las sogas que le separaban del empuje del
pueblo dijo las palabras severas del Evangelio: Una soga (como la que
estaban viendo) pasa más fácil por el ojo de una aguja que un rico en el
reino de los cielos.
Estas sogas de pelos de camello eran gruesas como un
brazo y pasaban por cuatro hileras a través de los palos o estacas delante del
albergue. Estos ricos pretendieron defenderse diciendo que ellos daban
limosna de sus ganancias. Jesús les contestó que las limosnas que exprimían
del sudor de los pobres no les podían traer bendición alguna.
Kisloth era una ciudad de levitas, separada de Zabulón, y dada a los levitas
de la tribu de Merari. Tenía la mejor escuela de la comarca; era bastante
grande y todo se hizo allí con mucha solemnidad. Cuando Jesús enseñaba en
las sinagogas en el sábado, los sacerdotes del lugar servían entregando los
rollos de la Escritura o leían por turno los pasajes que Él deseaba. Sobre lo
leído preguntaba Jesús e insistía. Se cantó también, pero no al modo
farisaico. Yo oía la voz de Jesús sobresalir, más armoniosa, sobre las de los
demás. No recuerdo haberlo oído cantar a solas.
Jesús enseñó por la mañana en la escuela de Kisloth, mientras Andrés
enseñaba en las salas adyacentes a los niños y exhortaba a los forasteros que
llegaban, diciéndoles las cosas oídas y vistas de Jesús. El tema de Jesús
versó sobre la soberbia y la vanidad. No hizo aquí curaciones porque, como
dijo, los veía hinchados: porque había enseñado aquí en su ciudad, se creían
mejores que los otros, que por eso había venido Jesús a ellos; en lugar de
reconocer que si venía a ellos era porque lo necesitaban más que los otros y
que se humillasen para poder mejorar sus costumbres. Después de la
enseñanza se detuvo delante de la sinagoga en un espacio libre donde había
varias hileras de pequeñas celdas que pertenecían a la sinagoga y formaban
como una antesala. Aquí sanó a varios niños que sufrían de convulsiones y
otros males y que los habían traído las madres. Los sanó porque eran
inocentes. Sanó también a varias mujeres que se humillaron delante de Él y
le decían: «Señor, quítanos nuestros pecados y transgresiones». Se echaron a
los pies de Jesús y confesaban sus culpas. Sufrían algunas de flujo de sangre
y otras padecían de malas pasiones de las cuales pedían verse libres.
Por la tarde celebró el sábado en la escuela y comió en la posada. Los
futuros apóstoles y más íntimos amigos estaban con Él a la mesa, mientras
otros discípulos estaban en otra mesa o servían a los comensales. Al día
siguiente celebró el sábado en la sinagoga y sanó a muchos delante de ella;
fue a la casa de varios que no pudieron ser traídos, y los sanó. Los
discípulos ayudaban, trayendo o llevando enfermos, haciendo lugar entre la
multitud, yendo o viniendo con mensajes y cuidando el orden. Los gastos de
estos viajes y posadas iban por cuenta de Lázaro. Obed, el hijo de Simeón,
era el encargado de hacer los pagos.
Las pequeñas celdas que yo había visto delante de la sinagoga están ahora
ocupadas por mujeres que a través de un enrejado hablan con Jesús a solas.
Estas celdas estaban destinadas a mujeres pecadoras, penitentes o impuras
legalmente, que debían tratar con los sacerdotes. Arriba, en el monte Tabor,
no hay población, pero se ven fortalezas, murallas y parapetos donde en
otros tiempos había soldados estacionados. Por la tarde fue Jesús con sus
más íntimos, futuros apóstoles, a casa de un fariseo para la comida. Este
fariseo había escuchado la enseñanza de Jesús y habíase conmovido y
mejorado. Días después estaba Jesús con sus discípulos en una gran comida
que le daban los principales del lugar, en una sala preparada al efecto. Había
enseñado y en la misma tarde abandonó la ciudad y se dirigía a Jezrael, que
está como a tres horas de camino de Kisloth-Tabor. En Jezrael se apartaron
de Jesús sus más íntimos con Andrés y Natanael y los de Betsaida para
visitar a los suyos. Jesús les dijo donde debían volver a encontrarse.
Unos quince discípulos más jóvenes aun quedaban con Jesús. Enseñó y sanó
a algunos enfermos. Aquí hay varias escuelas de letras y de religión, porque
es un gran centro. Jesús habló de la viña de Nabot. De Jezrael partió a una
hora y media hacia el Oriente, a un campo que estaba en un valle ancho
como de dos horas de camino y de igual largo. Había muchos árboles
frutales con setos bajos y divisiones. Es un valle hermoso, lleno de frutales y
vegetación.
Los habitantes de Kísloth-Tabor y de Jezrael tienen aquí sus posesiones y
praderas. Se ven muchas tiendas, de dos en dos, repartidas por el valle,
donde gentes de Sichar están encargadas de guardar, vigilar y cosechar las
frutas. Me parece que estaban obligadas a hacerlo como un tributo que
debían pagar. Se turnan en el oficio y viven cuatro en cada una de las
tiendas. Aparte viven las mujeres que cocinan para los trabajadores. Jesús
enseñó a estas gentes reunidas en una tienda. Se ven muchas fuentes y pozos
de agua que fluyen al Jordán. Una de estas corrientes principales viene del
lado de Jezrael y aquí es apresada en una hermosa fuente sobre la cual han
hecho una cúpula como si fuese capilla. De esta fuente principal parten
varios brazos que corren por el valle y se juntan otras corrientes que van al
fin a parar al Jordán. Los oyentes eran unos treinta de estos guardianes que
escuchaban a Jesús; las mujeres estaban algo apartadas. Les habló de la
esclavitud peor, que es la del pecado, de la cual debían librarse ellos
mismos. Estos hombres estaban fuera de sí de contentos porque Jesús se
había dignado visitarlos. Jesús se mostró tan compasivo y tan tierno con
estas pobres gentes que yo misma tuve que llorar de ternura. Presentaron a
Jesús y a sus discípulos varias clases de frutas, de las cuales comieron. En
algunos de estos lugares ya hay fruta madura, mientras en otros están sólo
las flores. Veo aquí unos frutos de color pardo, como higos, que nacen en
racimos como las uvas; hay también unas plantas amarillas de las cuales
hacen lechada. En este valle está la montaña de Gelboe, donde pereció Saúl
en su guerra contra los filisteos.
XIX
Jesús en Sunem y en Ulama
Por la tarde partió Jesús, a través de Jezrael, hacia Sunem, población
abierta situada sobre una montaña. Algunos discípulos le habían
precedido para preparar albergue hablando a un hotelero a la entrada de la
ciudad. El valle de los frutales, de donde había partido, está al Sur de
Jezrael. Cerca de Sunem hay otras dos ciudades a una y dos horas de
distancia, una de las cuales dejó Jesús de lado en su camino de Kisloth-Tabor
a Jezrael. Las gentes de Sunem viven del trabajo de tejido. Tejen con
hilos de seda cintas angostas con bordes, sencillas y adornadas con flores.
Este lugar no está ya en el valle de Esdrelón, sino más en las alturas. Hubo
aquí un concurso extraordinario en torno de Jesús que fue en aumento. Las
gentes lo rodean por todas partes; se echan a sus pies; gimen y claman al
nuevo Profeta, al enviado de Dios; muchos lo hacen con recta intención;
otros, por imitación y curiosidad y por hacer tumulto. El concurso es aquí
tan grande, que parece una sublevación popular, y como esto va en aumento
en Galilea, pronto se ha de retirar Jesús. De este lugar era la hermosa
Abisag, que tomó David por esposa en su ancianidad. También tuvo aquí el
profeta Elíseo un albergue adonde acudía con frecuencia y donde resucitó al
hijo del posadero. Tuve precisamente una visión de este hecho. Hay en esta
ciudad una posada libre para viajeros y transeúntes, precisamente en
recuerdo del profeta Elíseo y de su estadía. No sé si estuvo en esa misma
casa o por lo menos en el lugar donde se levanta el albergue.
Jesús enseñó ese día en la escuela y entró en muchas casas de enfermos,
para consolarlos y curarlos. El pueblo está algo desparramado entre alturas y
en medio de la ciudad se levanta la cresta de la montaña. Hay un camino
que lleva arriba; a medida que se sube las casitas son más pequeñas y
apenas unas chozas. En un lugar vacío de la cumbre había un sillón de
piedra para enseñar; para defenderse del sol pusieron una tienda de tela
extendida sobre palos. Cuando Jesús, a la mañana del siguiente día, subió a
la altura con sus discípulos para enseñar, se promovió un grave tumulto en
la ciudad. La multitud había llevado arriba, a lo largo del camino, a muchos
enfermos en camillas. Jesús pudo apenas subir entre los gritos, el tumulto y
los clamores de los enfermos. Había gente sobre las azoteas de las casas
para poder ver y oír mejor sus palabras. Desde arriba, donde está el asiento,
se descubre una vista espléndida alrededor del monte Tabor. Jesús habló
aquí con severidad contra el orgullo, la jactancia y las charlas de las gentes
que, en lugar de buscar la conversión en silencio, de hacer penitencia y de
cumplir los mandamientos de Dios, gritan y claman vanamente: «¡El
profeta; el enviado de Dios!», creyendo que la venida de Jesús sea por
haberlo merecido y por ser una honra del enviado haber venido a ellos. Les
dijo claramente que había venido para que reconocieran sus pecados y se
convirtieran.
A las tres de la tarde se dirigió Jesús al Noreste, a unas tres horas de
distancia, a una ciudad que parecía un conjunto de pueblos, más grande,
aunque no tan antigua como Sunem. Esta ciudad tenía grandes y anchos
muros, sobre los cuales crecían árboles. Se llama Ulama y está como a cinco
horas al Este de Tabor. A dos horas de allí está la ciudad de Arbela, hacia el
Norte. Hay aquí caminos entre montañas, llenos de piedras puntiagudas, que
rompen y gastan las suelas, y por esto se fabrican en ese pueblo suelas para
los pies. La ciudad está sobre una altura, en una región escabrosa; con todo,
se ven las alturas plantadas de viñedos casi hasta las cumbres. He visto aquí
una planta alta como un árbol de ramajes enredados, gruesos, como un
brazo que tienen frutos como zapallos, con los cuales hacen botellas y
recipientes. (Posiblemente una variedad de calabaza). La ciudad no es tan
antigua como otras y tiene algo que manifiesta que aun no ha sido
terminada. Los habitantes no tenían la sencillez de los antiguos israelitas:
querían aparecer más duchos y entendidos que sus vecinos. Creo que deben
haber estado aquí por algún tiempo romanos u otros soldados extranjeros.
También aquí hubo gran concurso de pueblo, porque Jesús dijo que quería
celebrar el sábado. Se habían reunido a Jesús algunos de sus discípulos,
entre ellos Jonatán y los hijos de la viuda; eran unos veinte. Entre ellos
estaban Pedro, Andrés, Juan, Santiago el Menor, Natanael Chased y el
Natanael de las bodas de Cana. Jesús los había citado para que oyeran su
enseñanza y le ayudasen en las curaciones de los enfermos, por la gran
multitud que acudía por doquiera. El pueblo lo recibió, saliéndole al
encuentro, porque se habían dado la voz que llegaba. Traían ramas de los
árboles y plantas que echaban a su paso y ponían ante sus pies bandas largas
y angostas para que pasara sobre ellas, y clamaban: «¡El Profeta, el Profeta!»
Había unos hombres principales que mantenían el orden y lo saludaron a su
llegada. Muchos endemoniados que había en la ciudad le seguían por detrás
gritando y anunciando al que venía. Jesús los mandó callar. Al llegar al
albergue no tuvo reposo; llegaron los endemoniados clamando, hasta que de
nuevo les mandó callar y se apartasen de allí.
En Ulama había tres puntos de reunión: una escuela de letrados, una de
niños y una sinagoga. Jesús fue a diversas casas consolando y sanando;
luego habló en la escuela, tratando de la sencillez y del respeto a los padres.
De ambas cosas faltaban especialmente en este lugar, y en su predicación les
reprochó su orgullo y su vanagloria puesto que, habiendo venido el Profeta
en medio de ellos, ellos malgastaban el tiempo en vanos clamores en lugar
de aprovecharlo para el arrepentimiento, la penitencia y la conversión.
Después del sábado los principales de la ciudad le dieron una comida en una
sala de festejos. Los apóstoles, que habían ido a sus casas, habían saludado a
los suyos y habían conversado y visitado a María. Las mujeres se iban
también manteniendo más unidas a Jesús por medio de María. El Bautista
aún permanecía en su puesto, aunque sus discípulos disminuían día a día.
Herodes iba con frecuencia a verlo y le enviaba mensajeros.
Al día siguiente del Sábado fue Jesús por la mañana, a las nueve, con sus
discípulos a un cuarto de hora fuera de la ciudad, donde junto a una montaña
había un lugar como un parque de recreo o de baños. Este lugar es casi tan
grande como el cementerio de Dülmen, y alrededor tiene galerías,
edificaciones, un hermoso pozo y un sitio para enseñar. Jesús había citado
allí a los muchos enfermos que había en la ciudad, pues no quiso sanar en la
ciudad por el gran tumulto originado. Los apóstoles ayudaban, guardando el
orden. Los enfermos habían sido traídos en camillas y estaban en las
galerías esperando su paso. Habían acudido tantas personas que no todas
pudieron acercarse. Los sacerdotes y los principales mantenían el orden.
Jesús sanó a muchos enfermos mientras iba de uno a otro. Cuando digo sanó
a muchos, entiendo como a treinta; cuando digo a algunos, entiendo unos
diez. Habló Jesús de la muerte de Moisés, cuya recordación se celebraba
con un día de ayuno. Los alimentos se conservaban calientes bajo las
cenizas. Comían unos panes diferentes de los comunes. Jesús habló de la
tierra prometida y de su fertilidad, diciendo que esta fertilidad no debe
entenderse sólo de los frutos materiales, sino de la abundancia de los bienes
espirituales, pues su país fue fértil en profetas y enviados de Dios, y el fruto
es en estos casos la salud prometida y la penitencia en aquéllos que la
quieren recibir de corazón. Después de esto, lo he visto ir a otro edificio
donde habían llevado a los endemoniados. Se enfurecían y gritaban cuando
llegó. La mayor parte eran gente joven y aún niños. Los hizo poner en línea
y les mandó callar y estar quietos, y con una palabra los libró a todos de una
vez. Algunos se desmayaron, al salir los demonios. Los padres y parientes
estaban allí. Jesús enseñó y amonestó a los presentes. Después que enseñó
en la sinagoga, abandonó esta ciudad, sin ser notado. Los discípulos habían
salido antes. Creo que Jesús mismo lo había ordenado así. Dejando a
muchas ciudades se dirigió hacia Cafarnaúm.