El Antiguo Testamento – Sección 4

XV
Después del diluvio
He visto flotar el arca sobre las aguas y muchos cadáveres en tomo de
ella. El arca se detuvo sobre una alta montaña, al oriente de Siria, abajo;
montaña aislada y muy rocosa. Estuvo mucho tiempo allí.
Veo que ya aparece tierra, aunque cubierta de lodo y verde moho. Al principio,
después del diluvio, comían conchas y pescados, abundantes por doquiera;
más tru·de los he visto comer pan, y aves cuando se multiplicaron.
Plantaron y cultivaron los campos. La tierra era tan fértil después del diluvio
que el trigo que sembraron tenia granos tan grandes como los de maíz; también
sembraron la raíz de la planta Hom, que era musilaginosa. La tienda de
Noé la he visto, como más tarde la de Abraham, en una llanura, y en tomo
de ella las de sus hijos y descendientes.
He visto la maldición de Cam. Sem y Jafet recibieron de rodillas la bendición
de Noé, de la misma manera que más tarde Abraham daba la bendición
a Isaac. La maldición que Noé pronunció contra Cam, la he visto ir hacia él
como una nube negra y oscurecerle la faz. Ya no era de tez blanca como antes.
Su pecado fue como la profanación de una cosa sagrada, como la de un
hombre que intentase entrar en el Arca de la Alianza. He visto surgir a Cam
una descendencia muy perversa, que se fue pervirtiendo cada vez más, y oscureciéndose
su cuerpo. Veo a los pueblos más arrasados y degradados ser
los descendientes de Cam.
No me es posible expresar como he visto crecer y multiplicarse los pueblos
y oscurecerse de todas las maneras y embrutecerse. Con todo, de en medio
de estos pueblos envilecidos, se esparcía alguna luz de verdad y algún deseo
de ser clarificados.

XVI
Tubal y los descendientes de Noé
Cuando Tubal, hijo de Jafet, con sus hijos y los hijos de su hermano
Mosoc, se hizo indicar por Noé las tierras que habían de habitar, eran
ya quince familias. Los hijos de Noé se iban alejando del patriarca a tierras
más o menos lejanas; pero en tomo de él. Las familias de Tubal y de Mosoc
se alejaron de Noé para ocupar comarcas más alejadas de ese centro común.
Cuando finalmente los hijos de Noé se multiplicaron y empezaron a desunirse,
quiso Tubal alejarse aún más, para no tener que comunicarse con los
hijos de Cam, que habían concebido ya la idea de la construcción de la torre
de Babel. Tubal y sus hijos no concurrieron a la edificación de la torre
cuando más tarde se les llamó para ello, como también los hijos de Sem se
negaron a cooperar. Tubal se llegó con los suyos a la tienda de Noé para que
les señalase las tierras que habían de ocupar. Noé vivía entonces en una
montaña entre el Líbano y el Cáucaso. Noé lloró, porque amaba a esta descendencia
que se había conservado más piadosa que las otras. Les indicó
una región hacia el Noreste y les recordó los mandamientos de Dios, y el
ofrecimiento de sacrificios, y se hizo prometer que conservarían la pureza
de su raza, no mezclándose con los hijos de Cam. Les dio vestidos y cinturones
que había conservado en el arca, para que los usasen los jefes de familia
en el culto de Dios y en los casamientos, para ser preservados del mal y
de la impura descendencia. El culto que Noé ofrecía a Dios me recuerda a
las ceremonias de la Misa. Consistía en oraciones y respuestas. Noé se movía
de un lado a otro del altar y se inclinaba a veces profundamente. Noé les
dio una cartera de cuero con un recipiente de corteza, dentro del cual había
una caja de oro en forma de huevo, que contenía, a su vez, tres pequeños
vasos. Recibieron también tubérculos de la planta mucilaginosa llamada
Hom. Les dio rollos de corteza y de pieles con escritos, donde he visto letras
y señales, corno así mismo bastoncitos de madera que llevaban grabados signos
y letras.
Los hombres de ese tiempo eran de hermoso aspecto, de un color amarillo rojizo
brillante. Vestían pieles, lanas y cinturones; sólo los brazos llevaban
cubiertos. He visto cómo se acomodaban esas pieles. Apenas habían sacado
la piel del animal, se la acomodaban al cuerpo para que se ajustase perfectamente
a sus miembros. Al principio me parecían esos hombres muy extraños,
al verlos tan peludos, pues llevaban estas pieles tan ajustadas que parecían
a primera vista algo natural de ellos mismos. Estos hombres que emigraron
no llevaban muchas cosas consigo fuera de las semillas y pocos ense-
res. Emigraron hacia una región del Noreste. No he visto entre ellos camellos,
pero sí caballos, asnos y animales con astas muy abiertas parecidos a
los ciervos. A estos emigrados los he visto luego en una región montañosa,
viviendo en grandes tiendas adosadas a las laderas de la montaña como el
follaje a los árboles. Los he visto cavar, plantar árboles en grandes hileras.
La otra parte de la montaña era más fría, y después toda esta región se hizo
más fría, de modo que uno de los nietos de Tubal, un tal Dsemschid, emigró
con todo este pueblo al Sudoeste. Todos los que habían conocido a Noé y se
habían despedido de él, habían muerto ya, menos unos pocos. Los que emigraron
con Dsemschid, nacidos en ese lugar, tomaron a los ancianos que
habían quedado, y con mucho cariño se los llevaron consigo colocados en
canastos, para evitarles el cansancio.

XVII
Hom y sus aberraciones
Cuando Tubal con sus descendientes se despidió de Noé, vi también al
hijo de Mosoc, conservado en el arca, que emigró con ellos. Hom estaba
ya bastante crecido. Más tarde lo he visto muy diferente de los demás:
grande, parecía un gigante, muy serio y muy singular en su modo de ser.
Vestía un largo manto y parecía ser considerado como sacerdote. Se apartaba
generalmente de los demás y muchas noches las pasaba solitario en las
rocas y en las cavernas de las montañas. Sobre la cumbre de las montañas
observaba los astros y ejercía la magia, y por arte diabólico tenía visiones,
que él luego ordenaba, escribía y enseñaba, enturbiando así las puras enseñan-
zas que habían recibido de Noé. La mala inclinación que había heredado
de su madre se había mezclado en él con la pura enseñanza heredada de
Henoc y de Noé, que habían sido hasta entonces las creencias de los hijos de
Tubal.
Hom introdujo falsas interpretaciones y torcidas explicaciones por medio de
sus visiones diabólicas y de sus alucinaciones, a la verdad pura tradicional.
Hom escudriñaba y estudiaba el curso de los astros y por rute del diablo veía
visiones en figura de verdades, que luego tomaba por tales, por su semejanza.
De este modo llevaba a la idolatría y fue el origen de las aberraciones del
paganismo. Tubal era un hombre bueno. Las andanzas de Hom y sus enseñan-
zas le disgustaban mucho y se dolía especialmente que uno de sus hijos,
el padre de Dsemschid, fuera partidario de Hom. Yo oía lamentarse a Tubal
diciendo: ‘Mis hijos no son unidos. Ojalá hubiese permanecido junto a
Noé».
Hom consiguió dirigir desde la montaña, donde vivían, hacia abajo una corriente
de agua en dos brazos, que luego formaron un riachuelo y más adelante
un río caudaloso, sobre el cual los he visto más tarde salir de allí, bajo
la guía de su jefe Dsemschid, para otra comarca. Hom recibió de sus partida-
rios una especie de culto, cual si hubiese sido un dios. Entre otros errores
enseñó que Dios está en el fuego. Solía mezclar sus errores, sirviéndose del
agua y de aquella raíz, que motivó su nombre y de la cual se alimentó, para
sus maniobras de magia y curanderismo. Plantaba este vegetal y luego lo
repartía como alimento sagrado y como remedio para enfermedades, con
tanta solemnidad, que de esto nació una práctica supersticiosa. La savia de
esta planta la traía consigo en un recipiente oscuro como un almirez. Las
agarraderas estaban hechas de metal. Estos utensilios de metal provenían de
otra tribu que vivía en una montaña lejana, que trabajaba con fuego derri-
tiendo metales. Yo veía que de esas montañas salían llamaradas de fuego, y
ese recipiente estaba formado allí con los metales derretidos.
Hom no se había casado y no llegó a larga vejez. Contaba muchas historias
sobre su propia muerte, en las cuales creía él como más tarde Derketo y sus
partidarios.
Lo he visto morir de un modo espantoso. De él nada quedó en el mundo, ya
que el diablo se lo llevó consigo. Por esto creyeron sus partidarios que, a
semejanza del justo Henoc, había sido arrebatado a un lugar sagrado. El padre
de Dsemschid fue instruido por éste y le dejó su espíritu para que continuara
su obra y ocupara su lugar como jefe de esta falsa religión.

XVIII
Dsemschid, jefe y conductor de pueblos
Dsemschid llegó a ser, por su sabiduría, el conductor de su tribu, que
aumentó muy pronto y Llegó a ser un pueblo respetable, que llevó cada
vez más hacia el Sur. Dsemschid había sido bien instruido y formado en
las enseñanzas de Hom. Era indescriptiblemente vivaracho, pronto en sus
movimientos, más activo y mejor que Hom, que aparecía siempre pensativo
y concentrado. Dsemschid tradujo a la práctica la religión de Hom; añadió
algo más a esas enseñanzas y observaba mucho los astros. El pueblo que le
seguía tenía ya el culto sagrado del fuego y se distinguía de los demás por
señales propias de su raza. La gente de entonces solía mantenerse, más que
ahora, separada por razas y tribus, y no se mezclaba tan fácilmente como
hoy. Dsemschid se ocupaba mucho de mantener la pureza de su raza y el
mejoramiento de sus tribus; separaba, trasladaba y colocaba a unos y otros
como mejor le parecía. Los hombres vivían con gran libertad, aunque estaban
naturalmente sujetos a sus guías.
Las razas salvajes que he visto y que veo todavía en muchos lugares, nada
tienen que ver con estas razas de hombres de belleza natural y noble, aunque
sencilla, y veo que los salvajes de esos lugares e islas nada tienen de la audacia,
intrepidez y fuerza de los hombres primitivos. Dsemschid edificó,
sobre los terrenos que asignó a sus tribus, poblaciones de tiendas de campaña,
diseñó campos para cultivos, abrió caminos, bordeándolos con piedras, y
repartió gente de un lado y de otro dotándola de animales, árboles frutales,
diversas plantas y cereales. Cabalgaba sobre una extensión de tierra y golpeaba
con un instrumento que siempre llevaba en las manos; en seguida venían
sus gentes, y cavaban, cortaban árboles, cercaban y hacían pozos. Era
en extremo severo y justo con sus subordinados. Lo he visto como un anciano
alto de estatura, delgado, de color amarillo rojizo, cabalgando sobre un
animal muy ágil y veloz, de color amarillo y negro, semejante a un asno,
pero de piernas más finas. Lo he visto sobre este animal alrededor de un trozo
de campo, como hace entre nosotros la gente pobre, que rodea una maleza
que ha de cultivar para sí. En ciertos puntos se detenía y golpeaba con un
instrumento su punta, o plantaba una estaca en el suelo: allí se detenían sus
hombres y colonizaban. Este instrumento, que más tarde se llamó «la dorada
reja del arado de Dsemschid» tenía la forma de una cruz latina, de un codo
de largo, con una cuchilla que sacada de su vaina formaba con el asta un ángulo
recto. Con este instrumento hacía un hoyo en la tierra. La figura de este
instrumento la traía dibujada en su vestido, en el lugar de los bolsillos. Me
recordó a la señal que llevaban siempre José y Asenté, en el Egipto, y con el
cual José medía y distribuía las tierras; sólo que éste adoptaba mejor la forma
de cruz y tenía arriba un anillo en donde podía ser encerrado. Dsemschid
llevaba un manto que caia en pliegues de delante hacia atrás. Desde la cintura
hasta las rodillas colgaban dos retazos de cuero, dos por delante y dos por
detrás, que a los lados estaban sujetos debajo de las rodillas. Tenía los pies
envueltos con cueros y correas. En el pecho llevaba un escudo de oro. Tenía
varios de estos escudos, que cambiaba según las festividades y diversas ocasiones
de ritos. Llevaba una corona de oro con puntas, que remataba por delante
en un cuerno sobresaliente donde flameaba una especie de banderín.
Dsemschid hablaba mucho de Henoc: sabía que no había muerto, sino que
había sido arrebatado de este mundo. Enseñaba que Henoc había trasmitido
a Noé toda buena enseñanza de verdad: lo llamaba padre y heredero de todo
lo bueno. Pero añadía que de Noé había llegado a él (Dsemschid) toda esa
herencia de verdad y de bien. Tenía también, según he visto, un recipiente
de oro en forma ovoidal que llevaba colgado del cuello, en el cual, afirmaba,
estaba encerrado algo misterioso y bueno, que Noé había tenido guardado
en el arca, y que había recibido en herencia. He visto que donde él, en sus
correrías, se detenía para fundar una población, levantaba una columna y
sobre ella colocaba, en sitio de oro, ese recipiente de oro. La columna tenía
figuras entalladas: era he1mosa construcción y encima levantaba un templete
como si fuese un santuario. El recipiente tenia por tapa una especie de corona
con abertura y cuando Dsemschid hacía fuego, sacaba algo del recipiente
y lo echaba sobre el fuego. En efecto, he visto que el recipiente había estado
en el arca y que Noé había guardado en él el fuego. Por esto se convirtió en
una especie de santuario y de objeto sagrado para Dsemschid y su gente.
Cuando era expuesto al público, ardía siempre el fuego delante del cual
prestaban adoración y sacrificaban animales. Dsemschid les enseñaba que el
gran Dios habita en la luz y en el fuego, y que ese Dios tiene muchos otros
espíritus y semidioses que le sirven. Todos los pueblos se sometían a su
dominio; él establecía hombres y mujeres en uno y otro lugar, dándoles
animales de labranza, haciéndoles cultivar y sembrar la tierra. Esta gente no
podía disponer de sí, sino que Dsemschid los manejaba como rebaños, y daba
las mujeres a los hombres según su voluntad. Practicaba la poligamia,
tenía varias mujeres y en especial una muy hermosa, de mejor procedencia,
de la cual tuvo un hijo que fue su sucesor y su heredero. Edificaba grandes
torres redondas, a las cuales se subía por escalones y desde donde exploraba
y miraba las estrellas. Las mujeres, que vivían separadas y muy sujetas, llevaban
vestidos cortos, y sobre el pecho y parte superior del cuerpo, un tren-
zado de cuero; detrás colgaba algún adorno y en torno del cuello y sobre los
hombros, hasta las rodillas, descendía un paño ancho en la parte inferior, de
forma redondeada. Esta vestimenta estaba adornada, en el pecho y en los
hombros, con señales o letras. He visto que en todas las comarcas donde
Dsemschid fundaba poblaciones, hacía construir caminos que iban en línea
recta hacia el lugar donde se fabricaba la torre de Babel.
Donde este conductor de pueblos se establecía, aún no había habitantes. No
tenía, por consiguiente, que echar ni desalojar a nadie; todo procedía pacíficamente;
sólo se veía allí poblar y edificar. La raza de gente de Dsemschid
era de color amarillo-rojizo, como ocre brillante; era realmente una hermosa
raza de hombres. Todas las diversas razas eran contramarcadas, para reconocerlas
y preservar las más nobles de las mezclas. Los he visto trasponer
con su gente una alta montaña nevada. No sé cómo alcanzó a pasar al otro
lado; pero lo hizo con todo éxito, aunque con pérdida de mucha de su gente.
Tenía caballos o asnos y él mismo cabalgaba con un animal pequeño, veteado,
muy veloz. Un cambio brusco de la naturaleza los había hecho alejar de
su primera morada; se había vuelto la región muy fría. Ahora veo que es de
nuevo más benigna. En su camino encontraba tribus en el mayor abandono;
gentes que habían huido de la tiranía de sus jefes; otras que esperaban a algún
conductor. Estas razas dispersas se unieron gustosas a su gente y a su
mando, pues su carácter era bondadoso, y distribuía trigo y bendiciones por
donde pasaba. He visto tribus que habían tenido que huir, porque habían sido
saqueadas y robadas sus tierras, como le sucedió al paciente Job. Algunos
no conocían el fuego y cocían su pan a los rayos del sol o sobre piedras
recalentadas al sol. Cuando Dsemschid les hizo conocer el fuego, apareció
ante ellos como un dios. Encontró en su camino una tribu que sacrificaba a
los hijos defectuosos o que les parecían insuficientemente hermosos; los ente-
rraban hasta la mitad del cuerpo y hacían fuego en torno de ellos. Dsemschid
desterró esta bárbara costumbre; libró a estas criaturas y encargó a ciertas
matronas que cuidasen y educasen a esos niños. Cuando eran grandes,
los repartía entre las tribus, como peones y siervos. Siempre ponía máximo
cuidado en preservar la pureza de su raza.
Dsemschid habitaba con su gente en un principio al Sudoeste, de modo que
tenía el Monte de los Profetas a su izquierda, hacia el Sur. Más tarde se trasladó
hacia el Sur, teniendo entonces el Monte a su izquierda, en el Oriente.
Creo que después pasó al otro lado del Cáucaso.
Entonces, cuando en esos lugares todo bullía de gente y todo era movimiento,
en nuestras tierras (Alemania) todo era sólo bosques, pantanos y tierras
desiertas. Hacia el oriente, aquí y allá, había algunas tribus dispersas.
El famoso Zoroastro (estrella brillante), que floreció mucho más tarde, fue
un descendiente del hijo de Dsemschid y renovó la enseñanza de aquel conductor
de pueblos. Dsemschld escribía sobre tablas de piedra y de cortezas
toda clase de leyes, de preceptos y enseñanzas. Su alfabeto era de tal modo
que a veces una sola letra o signo significaba una frase entera. Este lenguaje
era todavía de la primera lengua y veo que tiene relación o semejanza, a veces,
con nuestro idioma.
Dsemschid vivió hasta los tiempos de Derketo y de su hija, que fue la madre
de la famosa Semiramis. Dsemschid no alcanzó hasta los tiempos de Babel,
pero sus correrías se dirigieron en esa dirección.

XIX
Ocasión en que vio la vid ente la historia de Hom y Dsemschid
He visto toda esta historia de Hom y Dsemschid en cierta ocasión en
que Jesús enseñaba delante de los filósofos paganos de Lanlsa, ciudad
de Chipre.
Estos filósofos hablaban de Dsemschid delante de Jesús como
de un sabio rey del oriente que había vivido allá en las Indias, que poseía
una daga, recibida de Dios, con la cual repartía y señalaba tierras y poblaba
comarcas y esparcía bendiciones por donde pasaba. Le preguntaron a Jesús
si sabía algo de él y de las maravillas que contaban de su paso sobre la tierra.
Jesús les respondió que Dsemschld había sido sólo un hombre prudente y
sabio, según los sentidos y la naturaleza, que había sido un conductor de
pueblos que había llevado su tribu y poblado a ciertas regiones con su gente,
cuando empezaban a dispersarse, como sucedió después de Babel en mayor
escala. Les dijo que había dictado ciertas leyes, y que otros conductores de
pueblos habían existido, semejantes a él, cuando las razas no se habían corrompido
tanto, como después sucedió. Jesús les mostró, empero, cuantas
fábulas se contaban de él y se inventaron; mientras en realidad Dsemschid
no había sido sino un remedo y una falsa imagen del verdadero conductor de
pueblos que había sido Melquisedec, sacerdote y rey. Jesús les dijo en esta
ocasión que mirasen a Melquisedec y al pueblo de Abraham, puesto que al
dispersarse los pueblos había Dios enviado las mejores familias a Melquisedec
para que las guiara y las mantuviera unidas, y les preparase morada y
tierras para habitar y se mantuvieran puras. De este modo, les dijo, estos
pueblos se hicieron dignos o indignos de la gracia del llamamiento y de la
promesa, según sus méritos. Jesús añadió: ‘Quien haya sido Melquisedec lo
podéis pensar e imaginar; lo cierto es que fue una primitiva imagen de la ya
cercana hora de la gracia del llamamiento; el sacrificio de pan y vino que él
ofreció se ha de cumplir ahora y perfeccionar, y este sacrificio verdadero ha
de durar hasta la consumación de los siglos».