La primera Pascua de Jerusalén – Sección 4

XI
Reflexiones sobre las frutas y las hierbas. La comida de bodas.
Hay un misterio sobrenatural en todas las frutas y hierbas de la
naturaleza; misterio que después de la caída del hombre se oscureció
y quedó como un secreto natural para el hombre. De ese misterio y de sus
efectos quedó en las frutas y hierbas sólo una idea hoy en día de la
importancia, forma , gusto y efectos naturales de estas criaturas. Yo veo en
mis visiones poner sobre las mesas del cielo estas frutas y hierbas según la
significación y propiedades que tenían antes de la caída del hombre; pero no
lo veo tan claramente porque está todo tan pervertido y trastornado en
nuestro ser y entendimiento, que no podemos entender estas cosas
sobrenaturales en nuestro presente modo de vivir terreno.
Cuando la mujer tuvo ese desmayo causado por el gusto de la fruta se le
quitaron algunos adornos del traje que eran demasiado pesados y también
varios de los anillos que llevaba en los dedos. Entre otros se le quitó uno
que tenía en el dedo mayor la forma de embudo, que estaba metido como un
dedal. Igualmente se le quitaron cadenas y broches de los brazos y del pecho
para aligerarla. Después no quiso retener sino el anillo que le había regalado
María en el anular izquierdo y un colgante de oro en el cuello que tenia la
forma de un arco tendido. En el medio de este adorno había una masa algo
oscura, como en el anillo de María y de José, y grabada una figura echada
que miraba un brote de flor que tenía delante.
Después de estos juegos en el jardín siguió la comida de bodas. El lugar fue
una sala de lujo cuyo interior se había dividido por mamparas en tres
departamentos, de tal suerte que los convidados recostados en las mesas
podían verse unos a otros. En cada uno de estos departamentos había una
mesa larga y angosta. Jesús estaba en la sala central, en la parte superior de
la mesa, dando los pies hacia el hogar adornado. En esta misma mesa
estaban Israel, el padre de la novia, los parientes de Jesús, de la novia y
Lázaro. En las mesas de los lados se sentaron los otros invitados y los
discípulos. Las mujeres ocuparon un espacio detrás del hogar, de modo que
podían oír todas las palabras de Jesús. El novio servía en las mesas, aunque
había un maestresala con un delantal que tenia a sus órdenes varios
sirvientes. En las mesas de las mujeres servía la novia, ayudada de varias
jóvenes. Cuando se trajeron los alimentos, presentaron delante del Señor un
cordero asado: tenía las patas atadas en forma de cruz. Cuando el novio trajo
una cajita donde estaba el trinchador, dijo Jesús al novio se recordase de
aquella comida que habían hecho en su infancia después de la Pascua, donde
contóle una comparación de una boda y le dijo que un día estaría Él en su
propia boda. Esto se cumplía, dijo, en el día de hoy. El novio se puso muy
serio y pensativo con este recuerdo: había olvidado ese recuerdo de su
infancia y las palabras oídas entonces. Jesús se portó aquí en esta comida,
como en todo el curso de las fiestas, muy complaciente y festivo, pero lleno
siempre de enseñanza. A toda ceremonia del banquete le daba su
explicación espiritual. Habló de la sana alegría y de las expansiones de las
fiestas: dijo que un arco no debe estar siempre tendido y que la tierra
necesitaba su lluvia para no resecarse. Lo dijo en parábolas. Cuando Jesús
partió el cordero, dijo cosas admirables. Habló, mientras trinchaba, del
apartamiento del cordero entre la majada, de su elección, no para el placer
sino para morir. Habló del asarse, del dejar las impurezas por medio del
fuego de la purificación y de la sección de cada parte del cordero; que así
debían los que querían seguir al Cordero desprenderse de los afectos
carnales y de los parientes. Cuando hubo repartido los trozos y hubieron
comido dijo: «Para los que ya están apartados y separados de los afectos de
la carne, será el Cordero un lazo de unión y una comida común. Debe, el
que sigue al Cordero, renunciar a su campo, morir a sus pasiones, separarse
de los miembros de su familia y convertirse así en un alimento y una comida
de unión por medio del Cordero y con su Etemo Padre».
Cada comensal tenía delante de sí un plato y Jesús puso una fuente de color
oscuro con bordes amarillos que fue pasando de uno a otro. He visto a Jesús
teniendo a veces una hierba en la mano y dando alguna enseñanza. Jesús
había tomado a su cargo el procurar el segundo plato de la comida como
también el vino y todo era aprontado por María y Marta. Cuando, pues, se
trajo el segundo plato, que consistía en aves, pescado y miel, frutas y una
especie de tortas que había traído Verónica, sobre las mesas de los lados, se
levantó Jesús y repartió estas viandas en porciones pequeñas; después
volvió a sentarse.
Los alimentos fueron servidos, pero empezó a faltar el vino. Jesús estaba
ocupado en enseñar. Cuando vio, pues, la Virgen María, encargada de
procurar esta parte del banquete, que el vino iba faltando, fue adonde estaba
Jesús y le recordó que Él había prometido proveer el vino. Jesús, que en ese
momento hablaba de su Padre celestial, contestó a María: «Mujer, no te
preocupes; no lleves cuidado y no me lo des a Mí; mi hora aún no es
llegada». Estas palabras no encierran contestación dura a su Madre María.
Dijo «mujer» y no Madre porque en ese momento, como Mesías e Hijo de
Dios, cumplía una misión misteriosa delante de los discípulos y de todos los
parientes y estaba allí en su grandeza divina. En estos momentos en que
Jesús como Verbo encarnado obraba, el que es nombrado por lo que es, es
más honrado y viene a ser enfeudado en su obra con ser llamado por lo que
es, como una dignidad y un cargo. Así María era la mujer que había
engendrado a Aquél que allí estaba y al que se recurría por el vino, y quería
decir que Él era Hijo de Dios más que hijo de María. Cuando Jesús estaba
en la cruz y María lo lloraba, dijo Él: «Mujer, he ahí a tu hijo», señalando a
Juan. Cuando Jesús dijo que Él iba a pensar en el vino, María hizo su oficio
de mediadora y de intercesora y le recuerda la falta del vino. El vino que Él
quería dar era más que el vino en sentido natural: se refería al misterio del
vino que Él iba a convertir en su sangre. Por eso dijo: «Mi hora aún no es
llegada»; primero, para dar el vino que he prometido; segundo, de que
cambie el agua en vino, y tercero, para que cambie el vino en mi sangre.
Desde este momento María ya no se manifestó preocupada por la falta del
vino: había rogado a su Hijo y por esto dijo a los criados: «Haced todo lo
que Él os diga». Es lo mismo que cuando la esposa de Cristo, la Iglesia,
pide: «Señor, tus hijos no tienen vino»; y contesta Jesús a ella: «Iglesia, no te
preocupes; no pierdas la paz; mi hora aún no es venida». Como si la Iglesia
dijese a sus sacerdotes: «Haced todo lo que os dice, pues Él os ha de
ayudar». María dijo, pues, a los servidores que hiciesen todo cuanto les
dijera Jesús.
Después de un momento mandó Jesús a los servidores que le presentasen los
recipientes vacíos. Ellos los trajeron: eran tres para el agua y tres para el
vino y mostraron que estaban vacíos, pues los dieron vuelta sobre una
fuente. Jesús les mandó llenar los seis con agua; los llevaron en seguida a un
pozo, que tenían en una especie de sótano con una pileta de piedra y una
bomba. Los recipientes eran grandes y pesados, de barro cocido. Si estaba
uno lleno se necesitaban dos hombres para llevarlo por las manijas. Tenían
varios caños de arriba abajo tapados con corchos. Cuando el líquido estaba a
cierta altura se abría el otro tapón para aprovechar lo restante. Estos
recipientes no eran levantados para vaciarlos sino sólo algo inclinados,
puestos sobre un pedestal. El pedido de María lo expuso en voz baja. La
respuesta de Jesús fue en voz alta, como también la orden a los sirvientes.
Cuando estos recipientes, llenos de agua, fueron llevados a presencia del
maestresala, se levantó Jesús y se dirigió allá; bendijo los recipientes, y
cuando se hubo acomodado de nuevo en su asiento, dijo: «Servid de ellos y
llevad al maestresala un vaso». Cuando, pues, el maestresala gustó el vino
fuese adonde estaba el novio y le dijo: «Se acostumbra dar el mejor vino al
principio, y cuando los convidados están menos serenos, se les da del
inferior; y ahora se da del vino mejor». No sabía él que este vino había sido
provisto por Jesús, ni que había tomado a su cargo toda esta segunda parte
de la comida. Esto lo sabían sólo los de la Sagrada Familia y la familia de
los casados. Cuando tomaron del vino el novio y el padre de la novia,
quedaron admirados, tanto más que los servidores decían que ellos habían
echado sólo agua en las vasijas. Después tomaron todos del vino.
No se produjo ningún barullo por el prodigio: sólo se notaba una silenciosa
admiración en toda la compañía. Jesús enseñó muchas cosas a propósito de
este prodigio. Dijo, entre otras cosas: «El mundo da a sus seguidores
primero vino fuerte, para emborrachar y privar del sentido, y terminar luego
con vino malo; pero el reino que mi Padre celestial me da para fundar, no es
así. Aquí el agua pura se convierte en precioso vino, al modo que la tibieza
del espíritu tiene que cambiarse en generosidad y celo ardiente». Habló
también de la comida que hizo cuando a los doce años volvió del templo en
compañía de algunos de los presentes y como entonces había hablado de
pan y vino, y una comparación sobre bodas donde el agua de la tibieza se
cambiraría en vino de entusiasmo y de fervor, y que esto se acababa de
cumplir ahora. Luego les dijo que verían aún mayores prodigios. Añadió
que celebraría algunas pascuas y que en la última de ellas se convertiría el
vino en sangre y el pan en carne, y Él permanecería con los hombres hasta
el último de los días, para consolarlos y animarlos; también les dijo que
verían en Él cosas que si las dijese ahora no las podían creer. Todas estas
cosas no las dijo tan claramente, sino con parábolas veladas, que yo ahora
no recuerdo, pero el sentido era el que he dicho. Ellos escucharon con
admiración y cierta extrañeza. He visto que todos, al gustar el vino,
quedaron como cambiados en sus sentimientos, no por la admiración ante el
milagro, sino también por efecto del vino mismo, como antes había
sucedido con el gusto de las frutas: recibían una fortaleza interna y un
cambio saludable en sus afectos. Todos sus discípulos, sus parientes y todos
los presentes estaban convencidos ahora de su poder, de su dignidad y de su
misión sobrenatural. Todos creyeron en Él, y esta creencia en Él se hizo
general. Todos se sintieron mejores y unidos los que habían gustado del
vino milagroso. Por eso es considerado ésta como su primera aparición
solemne en su comunidad y éste fue el primer prodigio y señal que Él daba
en ella y para ella, para fortificarla en la fe, y por esto se cuenta este
prodigio como el primero en su historia, como la institución de la
Eucaristía fue la última para los que ya creían en Él.

XII
Conclusión de las bodas de Caná
Al concluir la comida de bodas acercóse a Jesús el novio solo, y habló
con Él, lleno de humildad, y le declaró cómo todas sus pasiones se
habían apaciguado; y no sentía ya deseos, y se proponía vivir en continencia
con su esposa, si ella lo consentía; y habiendo venido la esposa, diciendo lo
mismo con Jesús, los llamó a ambos y les habló del matrimonio y de la
pureza que tanto agrada a Dios y de los frutos múltiples de la castidad y del
espíritu. Habló de muchos profetas y de santos, personas que habían vivido
en castidad y habían ofrecido a Dios Padre su carne, y que éstos adquirían
hijos espirituales, convirtiendo a hombres perdidos, a los que habían
conducido al bien, y que esta descendencia es santa y grande. Todo esto lo
explicó con parábolas de sembrar y de cosechar. Ellos hicieron entonces un
voto de castidad y de vivir como hermanos, por el término de tres años. Se
hincaron de rodillas delante del Señor, que los bendijo.
En la tarde del cuarto día de las fiestas fueron conducidos ambos esposos a
su casa con una solemne comitiva de invitados. Llevaban un especie de
candelabro con luces diversas que formaban una letra; delante iban niños
llevando dos coronas de flores, una cerrada y otra abierta, y desprendían de
ellas flores delante de la casa de los esposos. Jesús estaba ya en la casa y los
recibió y los bendijo. Los sacerdotes estaban presentes, pero desde que
vieron la maravilla en las bodas, se mostraban humildes.
En el día de sábado enseñó Jesús en la sinagoga de Caná por dos veces.
Habló refiriéndose a las fiestas de bodas, a la obediencia y a los piadosos
sentimientos de los esposos. Cuando abandonó la sinagoga se vio rodeado
de personas que le pedían de rodillas se compadeciese de los enfermos.
Obró aquí dos curaciones milagrosas. Un hombre había caído de una torre;
había muerto, y tenía todos los miembros despedazados. Jesús se acercó a
Él, le ordenó los miembros, tocó las roturas que presentaba, y le mandó
levantarse e ir a su casa; lo cual hizo él muy gozoso, después de haber dado
gracias a su Salvador. Este hombre tenía mujer e hijos. Fue llevado también
a un poseído del demonio que, estando furioso, había sido atado a una
piedra. Jesús lo libró del demonio y de sus ataduras. Curó también a varios
gotosos y a una mujer hidrópica, pecadora. Fueron siete a los que sanó. Las
gentes no habían podido venir antes por las fiestas de bodas y como oyeron
decir que después del sábado se iba a retirar de allí, ya no quisieron
detenerse más. Los sacerdotes, después que vieron el milagro de las bodas le
dejaron obrar, y estas curaciones se hicieron en presencia de ellos. Los
discípulos no estaban presentes.

XIII
Jesús en Cafarnaúm y en el mar de Genesaret
Después del sábado fue Jesús con sus discípulos de noche a Cafarnaúm.
El esposo de Caná, su padre y otros le acompañaron un trecho de
camino. Los pobres del lugar habían recibido mucho en las bodas de Caná:
nada de lo que se presentaba una vez a la mesa, se guardaba, sino que iba en
seguida a los pobres. He visto que se cocinaba antes del sábado porque
venían dos días de ayuno. Se apagaba todo fuego y las ventanas no
absolutamente necesarias eran cerradas. La gente acomodada tiene sitios en
el hogar donde conservar los alimentos calientes bajo la ceniza. Estos
ayunos los observó Jesús en Cafamaúm, donde también enseñó en la
sinagoga. Dos veces al día le eran traídos los enfermos, a los cuales curaba y
consolaba. Los discípulos de Betsaida volvieron a sus casas y en parte
volvían.
Jesús caminaba por los alrededores y enseñaba; el resto del tiempo lo pasaba
con su Madre. Andrés, Saturnino, Aram, Themeni y Eustaquio fueron
mandados por Jesús adonde había bautizado Juan, en la gran fuente junto al
Jordán, para que allí bautizaran. Jesús los acompañó un trozo de camino y se
dirigió luego a Betulia, donde enseñó y sanó a los enfermos. De aquí fue
caminando siete u ocho horas en dirección Noroeste de Cafarnaúm hacia
Hanathon, donde había una colina con sitio para enseñar. La colina tenía
una ladera que iba subiendo por espacio de una hora; sobre ella estaba
instalado un sitio para enseñar: un asiento de piedra, rodeado de
empalizadas, sobre las cuales se podían extender lonas para repararse del sol
y de la lluvia. Bajo esta techumbre cabía una multitud de gentes. Después de
cada enseñanza acudían nuevos oyentes. En la ladera de la colina había otras
tres colinas, entre ellas la de las Bienaventuranzas. Desde donde Jesús
enseñaba ahora se descubría un gran panorama: el mar de Galilea a sus pies
y las cercanías de Nazaret. Esta montaña está en parte cultivada y sembrada;
la mayor altura, donde enseñaba Jesús, sin cultivo alguno. Los alrededores
están cercados con murallas cuyos restos se descubren aún ahora: parecen
restos de torres. En los alrededores de la montaña están los pueblos de
Hanathon, Bethanat y Nejel que dan la idea de que en otros tiempos
pudieron haber formado una gran ciudad.
Jesús tenía sólo tres discípulos consigo: un hijo de la tía del esposo de Cana,
un hijo de la otra viuda y un hermano uterino de Pedro, llamado Jonatan.
Estos llamaron a las gentes a la montaña para que oyesen a Jesús. Jesús
habló de los diversos espíritus de los hombres, de cada lugar, de cada
familia y del espíritu que recibirían por el bautismo, por el cual estarían
unidos en penitencia, mortificación y reparación para unirse con su Padre
celestial. Les dijo cómo podían conocer en qué grado recibirían el Espíritu
Santo en el bautismo. Enseñó también acerca del Padre Nuestro. Me admira
que explicara cada una de las peticiones siendo que aún no había enseñado
esta oración. Estas enseñanzas duraron desde el mediodía hasta la tarde,
cuando bajó de allí y se fue a Bethanat, donde pernoctó. La noche anterior la
había pasado en Hanathon.
Al día siguiente se encaminó en dirección del mar. En Bethanat se le habían
agregado otros cinco discípulos de Juan, que eran de Apheka, ciudad natal
de Tomás, en el Mediterráneo. Habían estado largo tiempo, con Juan. Hacia
el mediodía vi a Jesús con sus discípulos sobre una colina, entre la
desembocadura del Jordán y Betsaida, como a media hora del lago. Tenían
la vista del lago delante y miraban a Pedro, Juan y Santiago, sobre sus
barcas en el lago. Pedro tenía una barca grande, donde estaban varios de sus
peones y él navegaba en otra más pequeña gobernada por él mismo. Juan y
Santiago tenían una barca grande y otras más pequeñas y estaban con su
padre. He visto la pequeña nave de Andrés, entre las barcas del Zebedeo.
Andrés estaba en este momento en el Jordán. Cuando los discípulos vieron a
los amigos en el lago, quisieron ir a llamarlos. Jesús les dijo que no fuesen.
Oí que decían: «¿Cómo pueden estos hombres andar navegando y pescando,
cuando han visto tus obras y han oído tus enseñanzas?» Jesús les contestó:
«Aún no los he llamado; tienen un gran negocio y ocupación, especialmente
Pedro, y muchos hombres y familias viven de ese empleo. Les he dicho que
hicieran así y se preparasen hasta que Yo los llame. Aún tengo muchas
cosas que hacer hasta entonces y tengo que ir por Pascua a Jerusalén».
En la parte occidental de la montaña hay veintiséis habitaciones, la mayor
parte de pescadores y de campesinos. Cuando Jesús entró allí, clamó un
poseído, que le seguía: «Ahí va Él. Ahí va Aquél delante del cual tendremos
que huir. Ése es el Profeta». Pronto le rodearon otros poseídos, que
clamaban y se enfurecían. Aumentó el gentío con los que acompañaban a
estos posesos. Jesús les mandó callar y que le siguiesen. De este modo subió
a la montaña y empezó a enseñar. Había entre los posesos y los que los
acompañaban unas cien personas. Habló de los malos espíritus, cómo se les
debe resistir y de la enmienda de la vida. Los poseídos fueron librados: se
aquietaron, lloraron, dieron gracias y dijeron que no sabían lo que les había
pasado. Estos infelices fueron traídos de diversos lugares de esta comarca,
porque la gente había oído decir que venía el Profeta, tan santo como
Moisés. Hubieran perdido a Jesús si uno de ellos no se hubiese desatado y
hubiese gritado al Profeta.
Jesús volvió adonde estaba su santa Madre, entre Betsaida y Cafarnaúm La
primera de estas ciudades estaba cerca de esta montaña, algo más al Norte.
Por la tarde, como se acercaba el sábado, Jesús enseñó en la sinagoga de
Cafarnaúm. Celebraron otra fiesta especial referente a Tobías, que había
estado allí y había hecho mucho bien a la comarca. Había dejado bienes a la
sinagoga y a la escuela; por eso Jesús habló también del deber de la gratitud.
Después del sábado, se reunió de nuevo con su Madre, con la cual se
entretuvo a solas todavía parte de la noche. Habló de sus futuros viajes; que
ahora iba al Jordán, a Jerusalén para la Pascua, y que luego llamaría a los
apóstoles y comenzaría su vida pública abiertamente. Dijo que en Nazaret lo
perseguirían. Aludió a su futura obra y misión, y de qué modo Ella y las
demás santas mujeres deberían tomar parte a todo. Había entonces en la casa
de María una anciana, la misma pobre viuda que había sido enviada por
santa Ana a la gruta de Belén. Era ya tan vieja, que más bien que servir a
María, ésta la cuidaba.
Con ocho discípulos se encaminó Jesús al Jordán. Comenzaron a caminar
antes de la salida del sol hacia el Oriente del lago y llegaron de nuevo a la
colina desde donde vieron las barcas de los futuros apóstoles. Para pasar el
Jordán, que corre en un cauce profundo, cruzaron un empinado puente a
media hora antes de que el río se eche en el lago. Al otro lado, en un rincón
hacia el mar, hay un pueblito de pescadores, donde se ven muchas redes
extendidas: se llama Pequeña Corazín. Una hora de camino al Norte está
Betsaida-Julias. Corazín la Grande está a unas horas al Este del mar. Allí
vivía el publicano Mateo. Jesús anduvo por el Oriente del río hacia arriba y
quedó en Hippos esa noche. A la mañana siguiente pasó por Gadara; libró a
un endemoniado cerca de la ciudad. Había sido traído hasta allí arrastrado,
atado con sogas; se soltó y clamó furioso detrás de Jesús: «Jesús, Hijo de
David; Jesús, ¿adonde quieres ir? ¿Tú nos quieres echar?» Jesús mandó al
demonio que callara y saliese del hombre y adonde debía ir.
A unas horas de Gadara se acercó Jesús al Jordán, pasó al otro lado y se
encaminó al Occidente, dejando a Scythopolis a la izquierda. Llegó, a través
del monte Hennón, a Jezrael, ciudad al Occidente de la llanura de Esdrelón.
Aquí Jesús sanó públicamente a muchos enfermos delante de la sinagoga;
con todo se detuvo sólo algunas horas. Magdalena, que a ruegos de Marta
había llegado hasta ese lugar para ver a Jesús, ya no lo encontró. Sólo oyó
pregonar las maravillas por boca de los enfermos sanados. Allí se separaron
las dos hermanas, y Magdalena volvió a su castillo de Mágdala. Después he
visto a Jesús en Hay, no lejos de Betel y del lugar del bautismo, distante
nueve horas. Este pueblo había sido destruido y luego reedificado, más
pequeño; estaba bastante oculto. Jesús enseñó y curó a algunos enfermos.
Entre los fariseos del lugar había algunos de los que estuvieron presentes
cuando Jesús, niño de doce años, se entretuvo en el templo. Éstos hablaban
del caso e interpretaban como una hipocresía de que Él entonces se había
colocado en tierra entre los discípulos en una sinagoga de sabios y disputado
con ellos, preguntando a los maestros como si quisiera saber lo que debía
hacer contra sus contrarios; por ejemplo: «¿Qué pensáis vosotros de esto?
Enseñadnos. ¿Cuándo vendrá el Mesías?» Que con estas y otras preguntas
los habia atraído y adulado, y luego pretendía saberlo todo mejor que ellos.
Le preguntaron si por ventura no era Él aquel niño de entonces.

XIV
Jesús manda bautizar en el Jordán
Desde Hay partió Jesús hacia el antiguo lugar del bautismo de Juan, a
tres horas de Jericó, junto al Jordán. Andrés y otros discípulos le
salieron al encuentro como a una hora de camino. Estaban algunos
discípulos de Juan y otros venidos de Nazaret. Algunos fueron al pequeño
lugar llamado Ono, a una hora del lugar del bautismo para avisar que Jesús
celebraría el Sábado aquí y sanaría a los enfermos. Decían a la gente que
Jesús completaba las enseñanzas de Juan haciéndolo con más fuerza y
claridad, después de haber puesto Juan los fundamentos de la doctrina.
Delante de Ono tenía Jesús preparado un albergue propio a media hora de
distancia del lugar del bautismo. Lázaro lo había comprado, poniendo a un
hombre para que recibiese a Jesús y a los suyos y les preparase la comida.
Este albergue servía para cuando anduviera Jesús por estos contornos y
desde aquí podía ir por las comarcas vecinas a enseñar y bautizar.
Cuando llegó el Sábado a Ono, enseñó en la sinagoga y sanó a muchos
enfermos, entre ellos a una mujer contraída y con flujo de sangre. Herodes
se había encontrado con frecuencia en estos últimos tiempos con Juan, el
cual siempre lo trató como adúltero, no disimulando su pecado. Herodes
sentía su culpabilidad en su interior; pero la mujer estaba rabiosa contra
Juan. El Bautista hablaba siempre de Jesús: no bautizaba ya a nadie, y los
mandaba al otro lado del Jordán, adonde estaban Jesús y sus discípulos. Por
los discípulos mandados desde Caná al lugar del bautismo, por orden de
Jesús, se habían cambiado allí muchas cosas, y en todo se procedía ahora
con mayor solemnidad y orden que en los tiempos de Juan. El pasaje del río
se había hecho por otro lugar más alejado por la muchedumbre que acudía y
la fuente y lo demás hecho por Juan había sido removido. El lugar donde
bautizaban ahora Andrés, Saturnino y otros discípulos por orden de Jesús,
era el mismo donde había sido bautizado Jesús, la pequeña isla surgida en el
Jordán, en la cual se había levantado un amplio pabellón. Mientras Jesús
enseñaba y preparaba a las gentes, estos apóstoles bautizaban. También la
fuente donde había sido bautizado Jesús, se había reformado: los cinco
canales ocultos que traían el agua del Jordán, estaban ahora descubie1tos, y
las cuatro grandes piedras, quitadas, como también la piedra triangular
grande, con vetas rojizas, donde había estado parado Jesús durante su
bautismo, cuando el Espíritu Santo descendió sobre Él. Todas estas piedras
fueron trasladadas al nuevo lugar.
Sólo Jesús y Juan conocían que el lugar del bautismo señalaba el sitio del
Arca de la Alianza y que las piedras que estaban en la fuente eran las
mismas donde había descansado el Arca en el Jordán. Ni Jesús ni Juan
hablaron de ello a los discípulos. De la misma manera sólo Jesús sabía que
las piedras eran las que formaban ahora el fundamento del nuevo
bautisterio. Los judíos habían olvidado hacía tiempo el sitio exacto donde
habían estado estas piedras y nada se dijo a los discípulos. Andrés había
cavado en esa piedra triangular una fuente redonda, que descansaba sobre
las cuatro piedras en un pozo lleno de agua, rodeando la piedra triangular
como un vallado de agua. En estas aguas se había mezclado el agua del
bautismo de Jesús. El agua de la piedra triangular era de la misma
procedencia, y Jesús la había bendecido. Cuando los bautizandos descendían
al agua, en el vallado alrededor de la piedra triangular, el agua les llegaba
hasta el pecho. Aliado de este bautisterio había un especie de altar y encima
vestidos blancos para los bautizandos. Dos discípulos ponían las manos
sobre el hombro del bautizando, y Andrés o Saturnino, y a veces otro de los
discípulos bautizaba con el agua sacada del cuenco de la piedra con la mano
ahuecada, derramándola por tres veces, sobre la cabeza del bautizando, en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Los que bautizaban y los que ponían las manos sobre los hombros, llevaban
largas vestiduras blancas, con correas; de los hombros les colgaban largas
bandas blancas, especie de estolas. El bautismo con trina inmersión lo he
visto empezar recién en el estanque de Bethesda. Sobre la fuente del
bautismo en el techo habla una abertura; el bautizador y los padrinos
estaban colocados en el ángulo de la piedra; el bautizando a los lados. Jesús
enseñaba, mientras tanto, en un sitial levantado, y cuando el calor lo hacía
necesario, se levantaba un toldo en el lugar. Predicaba sobre el bautismo, la
penitencia, la proximidad del reino de Dios y del Mesías; y dónde tenían
que buscarlo y reconocerlo, no entre los grandes y poderosos, sino entre los
pequeños y los pobres. Llamaba a este bautismo, una purificación; al
bautismo de Juan, de penitencia; y habló de otro bautismo, de fuego y del
Espíritu, que seguiría a éstos. Los árboles y arbustos que Juan había
plantado alrededor de la isla del bautismo de Jesús, habían crecido: sus
hojas se unían en forma de pabellón. El árbol de la fuente emergía hermoso
y crecido. Sobre la copa del mismo vi que habían puesto una figura que
representaba a un niñito, con los brazos extendidos, que parecía nacer de
una vid, y que con una mano repartía manzanas amarillas y con la otra,
flores rosadas. Era un resto de los adornos del bautismo de Jesús.
Jesús se dirigió con algunos discípulos hacia el Mediodía, al Occidente del
Mar Muerto, y se internó en una región donde Melquisedec se había
detenido cuando medía el Jordán y las montañas circundantes. Melquisedec
había traído a este lugar antepasados de Abraham mucho antes de que éste
naciera. Su ciudad se hundió con Sodoma y Gomorra. Pueden verse todavía
las ruinas de los muros y las torres de lo que fue su derruida ciudad de
Hazezon-Thamar. Toda esta región es ahora una comarca, con rocas negras
y oscuras cavernas, lugares estériles, que se extiende a una media hora del
Mar Muerto, dentro de la comarca. Donde ahora está el Mar Muerto estaba,
antes del hundimiento de aquellas perversas ciudades, el río Jordán. Su
anchura era aquí como de un cuarto de hora. La gente que habita este lugar
no son judíos de raza, sino esclavos de otros pueblos que han pasado por
aquí, ocupados ahora en los trabajos del campo; habitan en cuevas entre los
muros ruinosos. Son muy pobres, despreciados, abandonados por los demás,
y se muestran humildes. Consideran una gracia no merecida la visita de
Jesús. Lo han recibido llenos de afecto y de amor, y Jesús sanó a muchos
enfermos.
Actualmente veo esta región en mejor estado que en tiempos de Jesucristo;
pero primitivamente era una región fértil y sobremanera hermosa. En los
tiempos de Abraham se convirtió, con la aparición del Mar Muerto, en una
región desolada y desierta lo que era una de las comarcas más hermosas de
Palestina. Una hilera de pueblos estaban alineados en las orillas del río
Jordán de entonces, contenido por murallas de piedras, y se veían hermosas
colinas. Todo estaba cubierto de vegetación: viñedos, datileras, frutales y
campos de trigo. No es posible describir la belleza de esta comarca antes del
Mar Muerto. El río Jordán estaba dividido en dos brazos antes que existiera
el Mar Muerto, debajo de esas desaparecidas ciudades: uno se dirigía hacia
el Oriente, recogiendo toda clase de aguas, y el otro hacia el desierto, donde
ocurrió la huida a Egipto, fluyendo hasta la región de Mará, donde Moisés
endulzó las aguas y de donde eran los antepasados de Santa Ana. Entre
aquellas ciudades había minas de sal; pero las aguas eran dulces y brotaban
muchas fuentes naturales. Lejos, en el desierto, eran bebidas las aguas del
Jordán y tenidas en honor y reverencia. Los antepasados de Abraham, que
Melquisedec había trasladado aquí, estaban ya bastante decaídos, y Abraham
fue por otra gracia de Dios sacado de entre sus parientes y llevado a la tierra
prometida. He visto aquí a Melquisedec, antes que existiera el Jordán: él
todo lo medía y determinaba los sitios y los lugares. Lo he visto ir y venir; a
veces traía a algunos hombres que eran como sus servidores.
Después de esto vi a Jesús caminando con sus discípulos en dirección de
Belén, a través de un trecho del valle de pastores, hacia Bethabara, a tres
horas del lugar del bautismo. Ya había estado en este lugar cuando visitó a
los pastores, después de su bautismo. Los habitantes viven de los viajeros
que en caravanas atraviesan la comarca; está a cuatro horas de Betania, en
los confines de Judá y Benjamín. Había en este lugar muchos
endemoniados, que corrían clamando, cuando Jesús se acercó. Jesús les
mandó que se cubriesen, y en pocos minutos todos se hicieron vestidos con
hojas. Jesús los sanó y libró y mandó gentes del lugar que les trajesen
vestidos para cubrirse mejor. Entre estos endemoniados he visto a algunos
que eran subidos a lo alto por fuerza invisible. Andrés y otros cinco
discípulos habían llegado antes a este lugar y anunciado que Jesús celebraría
el sábado con ellos. Se albergó en una posada para Él y los suyos como
había con frecuencia en ciertos lugares para maestros y rabinos que pasaban
enseñando. Habían llegado Lázaro, José de Arimatea y otros de Jerusalén.
Jesús enseñó en la sinagoga, en un lugar abierto y en varios caminos. Había
mucha gente que no podía asistir a la enseñanza de la escuela. Sanó también
muchos enfermos de diversas clases. Los discípulos los traían y les hacían
lugar en medio de la muchedumbre. A cierta distancia estaban Lázaro y José
de Arimatea. Para la conclusión del sábado fue Jesús con los suyos hasta
Ono. Siguió el camino del pequeño pueblo Bethagla, el mismo que hicieron
los hijos de Israel cuando pasaron el Jordán; pues no caminaron por un
mismo lugar sino que pasaron a una gran anchura a través del lecho del río
enjuto. Cuando llegaron se arreglaron los vestidos, ciñéndose las correas.
Jesús llegó a la piedra del Arca, donde Juan había celebrado la festividad de
los Tabernáculos. Lázaro y José de Arimatea volvieron a Jerusalén. No
estaba Nicodemo: se mantenía más oculto por razón de su empleo; servía
en secreto a Jesús y a sus discípulos, y les avisaba todo lo que tramaban los
enemigos del Señor.
Algún día después he visto que era la fiesta de novilunio. En Jerusalén todos
los trabajadores y empleados tenían un día feriado y de alegría; como era día
de descanso no se bautizó tampoco. En los techos de las sinagogas
colgaban, durante el novilunio, banderitas en largas pértigas. Eran telas que
tenían nudos en determinados lugares de modo que el viento podía soplar
dentro e hincharlas como globos. Por el número de los nudos de las
banderas se avisaba a los lejanos en que número del novilunio se estaba.
Banderas semejantes las vi también levantadas en señal de victoria o de
algún peligro. Jesús preparó para el bautismo a muchas personas que se
habían reunido desde ayer, y estableciéndose en los alrededores. Hoy
tampoco se bautizó porque se ordenó un día de fiesta por la muerte de un
rey impío (Alejandro Janeo). El bautisterio aparece adornado y hermoso.
Al día siguiente comenzaron Andrés y los otros discípulos a bautizar a
aquéllos que Jesús había preparado el día anterior. Jesús caminó con Lázaro,
que había vuelto con Obed, hijo de Simeón, desde ayer a la tarde y con éste
desde el lugar del bautismo, a la mañana temprano hacia la comarca de
Belén, entre Bethagla y Ophra, más al Occidente. Jesús tomó este camino
porque Lázaro quería contarle lo que en Jerusalén se decía de ÉL y porque
quería darle normas a él y por medio de él a los demás. Así llegaron al
camino de José y María, cuando iban a Belén, a unas tres horas hasta una
hilera de chozas de pastores en una comarca aislada. Lázaro refirió a Jesús
lo que se decía de Él en Jerusalén; lo que hablaban, en parte irritados, en
parte burlándose, y en parte curiosos; querían ver si para Pascua acudía a las
fiestas; si entonces iba a ser tan osado con sus milagros en una gran ciudad,
como lo hacía entre los ignorantes de las aldeas. Le contó también lo que
fariseos de diversos lugares decían de Él y del espionaje que ejercían. Jesús
lo tranquilizó de todas estas cosas y le señaló en los profetas los pasajes en
que todo esto estaba predicho. Le dijo que Él estaría todavía ocho días por el
Jordán y luego volvería a Galilea, y que para la Pascua iría a Jerusalén y
llamaría luego a sus discípulos.
Hablando de Magdalena, lo consoló, diciéndole que ya una centella de salud
había prendido en ella, que pronto la inflamaría del todo. Pasaron el día
entre las chozas de los pastores, quienes los agasajaron con pan, miel y
frutas. Vivían unas veinte mujeres ancianas, viudas de los pastores, con
algunos hijos ya crecidos que las ayudaban Sus habitaciones eran celdas
separadas por ramajes que aún crecían, y entre ellas se encontraban algunas
personas que habían ido al pesebre de Belén para adorar al Niño Jesús y
ofrecerle dones. Jesús enseñó aquí y visitó las diversas dependencias
sanando a algunas enfermas. Una de ellas era muy anciana y delgada; vivía
en una pequeña choza y estaba tendida sobre un jergón. Jesús la sacó de la
mano afuera. Estas ancianas tenían un lugar común para comer y rezar.
Lázaro y Obed volvieron a Jerusalén Jesús visitó y sanó a algunos enfermos
en la comarca y a eso de las tres de la tarde volví a verlo en el lugar del
bautismo.