Desde la conversión definitiva de la Magdalena hasta la degollación de San Juan Bautista – Sección 3

X
Bautismo de varios paganos. Jesús a orillas del lago
Marta y las santas mujeres de Jerusalén, Dina y otras se
habían dirigido a sus casas después de la salida de Jesús de
Naím. La viuda Maroni y su hijo resucitado fueron de tal ma-
nera asaltados por los visitantes y curiosos que al fin tuvieron
que esconderse. En la casa del centurión Cornelio hubo una
gran fiesta por la curación de su criado; muchos paganos y po-
bres acudieron a su casa. Después de la curación de su criado
se propuso ofrecer toda clase de sacrificios de animales. Jesús
le mandó decir que haría mejor en invitar a sus enemigos, per-
donándolos; a sus amigos, para enseñarles; y a los pobres para
ayudarles; que Dios no tiene gusto en ofrecimiento de animales.
De este modo muchos paganos se encaminaron, por las alturas
de Betsaida, hacia la casa de Cornelio, para la fiesta. Jesús estuvo
de nuevo con los suyos en el baptisterio.
Saturnino tuvo un gran consuelo al bautizar a dos hermanos
suyos paganos y a su tío. Su madre también estaba allí; ella es de
religión judía. Saturnino es descendiente de reyes. Sus ante-
pasados vivían en Patras; su padre era ya difunto y su madras-
tra con dos hijas vivía todavía. Saturnino había oido narrar a
un hombre de color, que había acompañado a los Reyes Magos
a Belén, la historia de la estrella y del nacimiento del Niño-
Mesías. Estando de viaje vino a tener contacto con este hombre;
por esto se dirigió a Jerusalén y cuando comenzó Juan a pre-
dicar fué de los primeros discípulos; pero después del bautismo
de Jesús se pasó a la escuela del Salvador en compañía de
Andrés. Su madrastra fué a vivir a Jerusalén con sus dos hijas;
los hijos menores que habían quedado en Patras con el tío han
venido ahora a vivir a Jerusalén. Era gente de mucha riqueza.
Se bautizaron aquí unas once personas. Cuando entraban a la
fuente se ponían la vestidura larga y se inclinaban al borde de
la fuente; después iban a la choza a cambiarse las vestiduras,
que eran largas y blancas, como mantos de bautismo. Los judíos
no se cuidaban de los paganos bautizados: si éstos no se presen-
tan a los sacerdotes pidiendo la circuncisión no les importa
nada de ellos. No parece que les importe gran cosa de estos
paganos convertidos. Cornelio, que vive entre ellos y les hizo
edificar la sinagoga, ya pedirá, piensan, la circuncisión si quiere
juntarse de veras con ellos.
Después enseñó Jesús a orillas del lago, no lejos de la pes-
cadería de Pedro, donde tenía sus barcas. Había camino por las
alturas, detrás de la casa de María y de Pedro, hacia Betsaida.
La orilla del mar, junto a Betsaida, es alta, pero aquí desciende
suavemente, y es fácil embarcarse. La barca de Pedro y la que
hizo hacer Pedro para Jesús, están allí ancladas. La barca de
Jesús era más pequeña que las otras y cabían sólo unas quince
personas en ella.

XI
Jesús enseña por primera vez desde la barca de Pedro.
Mateo el publicano
Estaba reunida una gran multitud de paganos que habían
estado presentes en la fiesta del centurión Cornelio. Jesús les
enseñó. Como el gentío se iba engrosando, subió a la barca con
algunos de los suyos, mientras otros y los publicanos subieron a
la barca de Pedro. Desde allí enseñó a los paganos, hablándoles
en parábolas del sembrador, de la buena semilla y de la cizaña
de los campos. Después cruzaron el lago. La barca de Pedro iba
delante, y la barca de Jesús, más pequeña, fue amarrada a la
de Pedro. Los discípulos remaban por turno. Jesús estaba sen-
tado en la parte más alta y los otros estaban alrededor. Pre-
guntaban qué significaba esa parábola, y por qué les hablaba
así en parábolas. Jesús la explicó y desembarcaron junto al
valle de Gerasa y Betsaida-Julias. El camino llevaba a casa de
los cuatro publicanos y éstos se dirigieron allá. Jesús torció a
la derecha de la orilla con los discípulos, de modo que llegaron
desde cierta distancia a la casa de Mateo; un sendero de lado
conducía hasta la casa del publicano. Como Jesús se encami-
nara hacia ella, los discípulos se detuvieron como indecisos.
Cuando Mateo, que estaba ocupado con criados y emplea-
dos en sus mercaderías, vió desde la altura que venía Jesús
hacia él con los discípulos, tuvo vergüenza y se retiró al interior
de su casa. Jesús se acercó y le llamó desde el camino. Enton-
ces Mateo salió presuroso y se echó a los pies de Jesús diciendo
que no se consideraba digno de ser nombrado ni hablado por
Jesús. Jesús le dijo: «Mateo, levántate y sígueme”. Mateo se
levantó y declaró que gustoso dejaba todo para seguirle. Siguió
de inmediato a Jesús por el camino donde estaban los demás
discípulos. Éstos lo saludaron dándole la mano. De una manera
especial estaban muy contentos Tadeo, Simón y Santiago el Me-
nor, pues eran hermanos por parte del padre Alfeo, el cual antes
de su casamiento con María Cleofás (hija) había tenido con su
primera mujer a Mateo. Mateo quiso que todos fueran sus hués-
pedes. Jesús le dijo que al día siguiente vendrían todos a su
casa, y con esto se fueron. Mateo volvió apresurado a su casa,
como a un cuarto de hora de camino desde el lago por las altu-
ras de un barranco. El arroyuelo que corre por Gerasa hacia el
lago pasa por allí cerca. Se ve desde aquí el lago y el campo
abierto. Mateo tomó a un buen hombre del personal de Pedro
y lo encargó de su oficio hasta nueva decisión. Mateo estaba
casado y tenia cuatro hijos. Le dijo a su mujer la gran suerte
que le cabía de haber sido llamado por Jesús: que lo queria
dejar todo para seguirle; de lo cual también ella se alegró. En
seguida ordenó se preparase la comida para mañana; él mismo
se ocupó de invitar y de los preparativos. Mateo era más o me-
nos de la edad de Pedro y podía ser por su edad padre de su
hermanastro José Barsabas. Era un hombre bien formado y
pesado, con barba y cabellos negros. Desde la época que habia
conocido a Jesús, en su viaje a Sidón, había recibido el bautismo
de Juan y ordenado su vida según estricta justicia. Jesús fue
caminando por las alturas, detrás de la casa de Mateo, hacia el
Norte y por el valle de Betsaida-Julias, donde había caravanas
de paganos a los cuales predicó el reino de Dios.
Al día siguiente al mediodía llegó Jesús con sus discípulos
a casa de Mateo, donde se habían reunido muchos publicanos.
Camino andando se le juntaron algunos fariseos y discípulos de
Juan, los cuales no entraron en la casa del publicano Mateo,
sino que se paseaban por el jardín y decían a los discípulos:
“¿Cómo podéis sufrir que Él se mezcle siempre con publicanos
y pecadores?» Los discípulos respondieron: “Decídselo vosotros
mismos a Él”. Los fariseos dijeron: “Con un hombre que siem-
pre quiere tener razón, es imposible hablar”. Mateo recibió a
Jesús y a sus discípulos lleno de contento y de humildad; lavó
los pies a todos, y sus hermanastros lo abrazaron con ternura.
Mateo presentó a Jesús a su mujer y a sus hijos. Jesús habló con
la mujer y bendijo a los hijos. Después no he visto más a estos
hijos. Me he maravillado muchas veces de que cuando Jesús
bendecía a los niños, luego no los veía más.
He visto después a Jesús sentado y a Mateo hincado delante
de Él; que Jesús le ponía las manos sobre la cabeza, lo bendecía
y le decía palabras ilustrativas. Mateo se llamaba Leví y recibió
ahora el nombre de Mateo. Hubo una gran comida. Las mesas
estaban dispuestas en cruz en una sala abierta. Jesús estaba sen-
tado en medio de los publicanos. He visto que a veces se levan-
taban para conversar y volvían a sus asientos al traerse nuevas
comidas. Llegaron pobres viajeros de paso por allí y los discí-
pulos les distribuyeron alimentos. Por aquí pasa el camino que
lleva al vado y transporte del lago. Entre tanto se acercaron los
fariseos y se trabaron en disputas con los discípulos, las cuales
están consignadas en el Evangelio de San Lucas (cap. 5, 30-39)
Hablaban especialmente del ayuno, porque esa tarde caía para
los observantes judíos un día de ayuno por causa de la orden de
quemar los libros de Jeremías dada por el rey Joaquín y porque
no era costumbre entre los judíos de Judea sacar fruta de los
árboles, al pasar, cosa que Jesús permitía a sus apóstoles. Cuando
Jesús dió su respuesta, estaba con los publicanos en la mesa,
mientras los fariseos paseaban con los discípulos. Jesús, al con-
testar a los fariseos, volvió la cabeza hacia ellos. En Cafarnaúm
se nota ahora mucho más movimiento que antes; vienen muchos
extranjeros, amigos o enemigos de Jesús, y muchos paganos se
juntan con Zerobabel y con el centurión Cornelio.

XII
Postrer llamado de Pedro, Andrés, Santiago y Juan
Cuando Jesús, al día siguiente, caminaba por la orilla del
lago, a un cuarto de hora de la casa de Mateo, estaban los dis-
cípulos Pedro y Andrés por embarcarse para echar sus redes
al mar. Jesús los llamó y les dijo: “Venid y seguidme, os quiero
hacer pescadores de hombres». Ellos dejaron en seguida sus
redes, bajaron de la barca y vinieron a la orilla. Jesús caminó
un trecho más adelante, donde estaba la barca del Zebedeo, que
con sus hijos Santiago y Juan ordenaba sus redes. Jesús los
llamó también a ellos, los cuales dejaron el trabajo y volvieron
a tierra. El Zebedeo quedó en la barca con sus peones. Jesús
los envió entonces a las montañas, diciéndoles que a los pa-
ganos bien dispuestos que lo pidiesen, los bautizasen. Jesús los
había adoctrinado ayer y anteayer. Él mismo se dirigió a otro
lado con Saturnino y otros apóstoles. La consigna era de reunir-
se de nuevo por la noche en la casa de Mateo. He visto cómo les
indicaba con la mano la dirección que debían tomar. Los otros
apóstoles habían esperado arriba, en el camino y cuando estu-
vieron todos juntos les dio la orden de marchar y de bautizar.
Jesús los había ya llamado a dejar sus redes y sus pesca-
dos, pero ellos volvían siempre al mismo oficio. Por otra parte,
mientras no estaban en condición de enseñar ellos mismos a las
gentes, no era necesario que le siguiesen de continuo; además
sus viajes y su comercio con las caravanas de los paganos era
muy útil a Jesús, especialmente aquí en Cafarnaúm. Cuando
estuvieron con Jesús por las regiones de Oriente habían ense-
ñado y aún sanado algunas veces, aunque otras no lo habían
alcanzado por falta de fe. También habían sufrido algunas per-
secuciones. En Gennebris habían sido atados, llevados delante
de los fariseos y retenidos presos. Habían recibido entonces la
facultad de bendecir el agua para el bautismo. Esta facultad
se la dió no con imposición de las manos sino con una bendición,
Pedro poseía además de las barcas y pescadería, algunos
campos de cultivo y animales, y por esto se le hacía pesado el
dejarlo todo. A esto se añadía su gran persuasión de que no era
capaz del apostolado ni menos de enseñar a otros, y así se le
hacía cosa harto pesada el dejarlo todo por seguir a Jesús. Su
casa junto a Cafarnaúm era grande y larga, con patio y edificios
al lado, galerias y galpones. El arroyo de Cafarnaúm, que pasaba
al lado, había sido apresado en un estanque y le servía para
guardar los pescados. Alrededor habia espacios de hierbas donde
extendía y remendaba las redes. Andrés, en cambio, ya de tiem-
po atrás estaba más despegado de sus negocios. Santiago y Juan
volvían también hasta ahora con sus padres cuando no seguían
a Jesús. Los Evangelios, como no tienen otro interés que pre-
sentar un resumen de la vida de Jesús con sus apóstoles, ponen
casi al principio este llamamiento de Pedro, Andrés, Juan y
Santiago y el apartamiento de sus redes; del mismo modo amon-
tonan sin orden de tiempo los milagros, las parábolas y las ense-
ñanzas de Jesús.
Pedro, Andrés, Santiago y Juan se dirigieron al lugar donde
estaban acampados los paganos, y Andrés bautizaba. Del arroyo
trajeron agua en un recipiente. Los bautizandos formaban como
un círculo y se hincaban con las manos cruzadas sobre el pecho.
En este grupo había niños de tres a seis años. Pedro sostenía el
recipiente, y Andrés derramaba por tres veces el agua sobre la
cabeza, diciendo las palabras del bautismo; los otros apóstoles
ponían sus manos sobre los hombros como padrinos. Los bauti-
zandos se iban renovando de continuo. Cuando se hacían pausas,
los discípulos repetían algunas de las parábolas más comprendi-
das, hablaban de Jesús, de sus enseñanzas y de sus milagros y
explicaban a los paganos las cosas de la ley y del reino de Dios.
Pedro especialmente sabía contar con calor y celo, accionando;
también Juan y Santiago contaban con gracia. Jesús enseñaba
en otro valle, mientras Saturnino bautizaba. Cuando por la no-
che todos se reunieron de nuevo en la casa de Mateo, había allí
mucha gente que buscaba a Jesús, por lo cual Éste subió a la
barca de Pedro con sus doce y Saturnino, y le mandó navegar
hacia Tiberíades por la ruta que costea casi todo el lago. Parecía
que Jesús quisiera evitar el concurso del público, porque se
encontraba muy cansado.

XIII
La tempestad calmada
Estaba echado en la parte superior, alrededor del mástil, en
uno de esos lugares donde suelen colocarse los vigías, y se quedó
dormido, tan rendido se encontraba. Los que remaban estaban
sobre Él, y se podían ver desde allí; por arriba había una techum-
bre. Cuando empezaron a navegar el lago estaba sereno y el cielo
tranquilo. Como a la mitad del lago, se levantó un temporal. Me
maravillaba de que estando todo negro se vieran las estrellas.
Se levantó un viento impetuoso y las olas alzadas azotaban con
furia a la barca; ya no podían usar las velas. Yo veía con fre-
cuencia un brillo sobre las aguas; debe haber habido frecuentes
relámpagos. Como el peligro creciera, los apóstoles cobraron un
grande miedo; despertaron a Jesús, y dijeron: “Maestro ¿no te
interesas por nosotros, que perecemos?” Levantóse entonces
Jesús, miró a la tempestad, y dijo, tranquilo y serio, como si
hablara con el temporal: «Calla, enmudece”. Se produjo una
calma instantánea, que admiró a todos y se decían unos a otros:
“¿Quién es Éste, que hasta a los vientos y a las olas puede
mandar?»
Jesús les reprendió su poca fe, de que temieran tanto y les
mandó dirigirse a Corazín de vuelta, es decir, hacia donde Ma-
teo tenía su oficina, y luego a Corazín, que así es llamada la
Genesaret, al otro lado de Cafarnaúm y en Gischala. La barca
del Zebedeo también volvió atrás con la de Pedro. Otra de las
barcas con pasajeros se dirigió a Cafarnaúm. Con Jesús habia
en la barca unos quince discípulos. No hay que maravillarse de
que los remadores estuvieran sobre Jesús, y Éste, sin embargo,
pudiera ver desde la barca. Los remos estaban sobre el borde
de la barca, muy altos, como una especie de terraza, alrededor
del mástil.
Después he visto a Jesús caminando con los discípulos so-
bre las alturas en dirección de Corazín, donde se había reunido
innumerable multitud, y venía siempre gente nueva. El lugar
está a una hora de la ciudad de Corazín, al Sudoeste y algo al
Norte de Gerasa, en un nivel más bajo. Donde Jesús enseñaba
había un sitial de piedra. Se había anunciado desde días atrás
esta predicación y por esto había allí algunos miles de personas
escuchando. Sanó a una gran cantidad de personas enfermas:
ciegos, baldados, mudos y leprosos. Cuando empezó a enseñar,
los endemoniados traídos comenzaron a enfurecerse. Jesús les
mandó callar y que se sentasen en el suelo. Se tendieron como
perros asustados, y no se movieron hasta el fin de la predicación,
cuando Jesús fué a ellos y los libró de sus demonios. Entre los
muchos enfermos sanados recuerdo a uno que tenía los brazos
secos y la mano retorcida. Jesús lo tomó de los brazos, y dedo
por dedo los fué doblando suavemente, y así lo dejó sano. Todo
esto sucedió en breve tiempo, lo suficiente para que vieran los
apóstoles como debían proceder. El hombre comenzó a usar sus
dedos y su mano, y luego se sintió con fuerza en el brazo. Entre
los oyentes había mujeres con niños de toda edad. Jesús mandó
que le trajesen a esos niños, y pasando entre ellos les enseñaba
y amonestaba, para que oyesen también los grandes, y luego
los bendecía. He visto que tomó a un niño de la mano y lo lle-
vaba de un lado a otro, sin resistencia, diciendo que así debían
dejarse gobernar los hombres por Dios, sin resistencia ni pro-
testas. Estuvo mucho tiempo en compañía de esos niños. La
mayoría de los oyentes eran paganos, una parte judíos de Siria
y de la Decápolis que habían venido en caravanas con sus mu-
jeres, hijos y criados, para ser enseñados, sanados y bautizados.
Jesús había querido venir aquí al encuentro de ellos, para que
no fuese tan grande el gentío que llegase a Cafarnaúm. Entre
esta gente vi a los parientes de aquella mujer con flujo de san-
gre que moraba en Cafarnaúm, de la cual habla el Evangelio.
Era el tío de su difunto marido, de Paneas, en cuya casa se habían
casado, que venía con una hija grandecita y otra mujer. Hablaron
con los discípulos para ser pasados al otro lado del lago a Ca-
farnaúm y se informaron de su parienta enferma. Estuvieron
escuchando la predicación de Jesús. Todo el día se pasó bauti-
zando como ayer, hincándose la gente en círculo; y he visto de
nuevo que se bautizaban niños pequeños: estaban de pie, cru-
zadas las manos sobre el pecho. El agua se trajo en odres desde
el valle de Corazín. Durante esta predicación había fariseos que
espiaban y algunos discípulos de Juan con malas intenciones.
Por la noche se retiró Jesús con sus discípulos a la casa de Ma-
teo. Contó en esta ocasión la parábola del tesoro escondido en
un campo, lo cual, sabiéndolo uno, lo deja allí, y compra el
campo por cualquier precio. Esto lo refirió a los paganos que
ansiosos se llevan para sí el reino de Dios. Después Jesús entró
en una barca, por causa de la multitud, y desde allí enseñaba.
Navegó algún tanto, luego volvió, y pasó la noche en oración.

XIV
Jesús sana muchos enfermos en Cafarnaúm
A la mañana siguiente los discípulos trajeron a Jesús la
noticia de que María Cleofás estaba muy enferma en casa de
Pedro, en Cafarnaúm; que María su Madre le rogaba fuese a
ver a la enferma, y que numerosos enfermos, aun de Nazaret, le
esperaban allí. Jesús enseñó y sanó a muchos enfermos en las
orillas del lago. Había allí muchos poseídos, del demonio, a los
cuales libró. El gentío aumenta siempre, y no es para decir con
cuánta caridad atiende Jesús a todos. Por la tarde pasó con los
discípulos al otro lado del lago, a Betsaida. Mateo entregó su
negocio a uno de los hombres de la pescadería. Desde el bau-
tismo recibido ejerce su oficio con toda rectitud y justicia. Tam-
bién los otros publicanos, sus amigos, ejercieron desde entonces
su oficio con más honradez; se mostraban compasivos y carita-
tivos con los pobres y daban limosnas. Judas Iscariote es toda-
vía bueno, servicial y muy entendido; y en las distribuciones
muy calculador y mirado. Muchos paganos pasan ahora el lago.
Los que no van más lejos que a Cafarnaúm dejan los camellos
de vuelta. Los otros camellos y asnos están sobre barracas, en
las barcos, y son pasados al otro lado del lago, o conducidos más
arriba, donde hay puentes sobre el Jordán. Jesús llegó, hacia
las cuatro de la tarde, a Betsaida, donde María con Maroni y
sus hijos lo esperaban con otros. Jesús tomó una refección.
Los hijos de María Cleofás fueron a ver a su madre enferma.
Jesús enseñó hasta la noche a la gente que se había reunido
junto a la casa de Andrés. El concurso es extraordinario en Ca-
farnaúm para ver a Jesús. Alrededor de la ciudad hay carava-
nas y grupos de gentes: unas doce mil personas se juntaron
allí para escuchar a Jesús. En todos los valles y rincones se ven
camellos y asnos pastando en las praderas; a los camellos se les
da el pasto porque están atados. Devoran muchos brotes de los
cercados y hacen bastante daño. Por todos lados se ven tiendas
tendidas. Desde que Jesús atrae a tanta gente, Cafarnaúm adquie~
re mayor importancia y aumenta su riqueza y tamaño. Visitantes se esta-
blecen aquí fijos y los viajeros compran y negocian en la ciudad.
Veo que se edifica mucho y así las casas de Zerobabel y de Cor~
nelio el centurión pronto estarán unidas por edificios con la
ciudad. Se traen también muchos enfermos de lejanos lugares.
Por la resurrección del niño de Naím y por las otras numerosas
curaciones todo está en movimiento. También d ‘Nazaret vinie-
ron muchas personas, que trajeron enfermos deshauciados y casi
moribundos a presencia de Jesús. La casa de Pedro, el patio
y el galpón están llenos de enfermos. Se levantaron chozas de
hojas y ramajes, y se provee alimentos para ellos. La viuda
de Naím, que es pariente de Pedro, y María Cleofás, que tam-
bién es pariente de Pedro, por su tercer marido, viven aquí.
Ésta vive generalmente en Caná, pero había acompañado a la
viuda de Naím a Cafarnaúm. Ella vino con el hijo de su tercer matrimonio,
un niño de 8 años, llamado Simeón. Había venido aquí afiebrada y su enfermedad
aumenta. Jesús todavía no estuvo con ella. También veo a gente
de Grecia, especialmente de Patras, la ciudad de Saturnino.

XV
Mensaje de Juan a la sinagoga
Antes del Sábado llegaron varios mensajeros enviados por
Juan desde Macherus a Cafarnaúm. Eran de los más viejos y
probados discípulos del Bautista; entre ellos estaban los herma-
nos de María Cleoíás, Santiago, Sadoch y Eliachim. Llamaron
a los jefes de la ciudad y a la comisión de los fariseos a la ante-
sala de la sinagoga y les entregaron un rollo largo y angosto
cerrado como un cucurucho. Era una carta de Juan con un testi-
monio severo y claro para ellos sobre Jesús. Mientras ellos lo
leían y se hablaban unos a otros, los mensajeros empezaron a
decir al pueblo, que se iba reuniendo, lo que Juan había dicho
delante de Herodes y de muchos que le escuchaban.
En efecto, cuando Juan envió a los mensajeros a Megiddo
y éstos volvieron con la respuesta de Jesús narrando sus mila-
gros, sus enseñanzas, y por otra parte la persecución de los fari-
seos y las habladurías sobre Jesús y también de que no se ocu-
paba de librarlo de la cárcel por exaltarse a si mismo y otras
cosas, se sintió Juan de nuevo movido a dar un testimonio claro
sobre Jesús, ya que no había conseguido que este testimonio lo
diese más claro el mismo Jesús. Pidió, pues, a Herodes le dejase
hablar a sus discípulos y a todos cuantos quisieran oírle, pues
pronto no hablaría más. Herodes se lo concedió gustoso, y se
reunieron en el patio del mismo palacio todos sus discípulos y
cuanto pueblo había querido escucharle. El mismo Herodes y su
mala mujer estaban presentes escuchando desde un sitial ele-
vado, rodeados de soldados. Vino Juan desde su encierro y co-
menzó a enseñar. Herodes lo permitía, pues quería mostrar al
pueblo, para congraciarse con él, de que Juan gozaba de cierta
libertad en su prisión. El Bautista habló con grande entusiasmo
de Jesús: dijo que él mismo no había sido enviado sino para pre-
parar el camino y que no había anunciado sino a Él; pero que
este pueblo de dura cerviz no quería reconocerlo como Mesías.
¿Habían olvidado acaso lo que ya había dicho de Jesús? Ahora
quería decirlo otra vez, pues sentía que su fin estaba cercano.
Cuando dijo esto se sintió una conmoción entre los presentes, y
muchos lloraban. Herodes también sintió grande inquietud y
contrariedad, pues no era su intención matar a Juan. Su adúltera
mujer, en cambio, trató de ocultar su maldad descubierta. Juan
continuó con gran celo su predicación, recordando lo acontecido
en el bautismo de Jesús: que Él era el Hijo amado de Dios Padre,
anunciado por todos los profetas. Todo cuanto enseña, dijo, es la
enseñanza de su Padre; lo que Él obra es la obra del Padre, y
nadie puede llegar a Dios Padre sino por el Hijo. En este modo
habló largamente, refutando todos los cargos que le hacían los
fariseos, especialmente de que profanaba el Sábado. Dijo: “Todos
deben observar el Sábado y santificarlo; los fariseos lo violan
porque no aceptan la enseñanza de Aquél que es Hijo de Aquél
que instituyó el Sábado”. Muchas cosas más dijo, y por último
añadió que Jesús era Aquél en quien únicamente se puede espe-
rar salvación; el que no cree en El y no acepta su doctrina, será
condenado. Exhortó a todos sus discípulos a seguir a Jesús y que
no fueran como ciegos que se quedan en la entrada, sino que
entren en el templo mismo, es decir en la doctrina y fe de Cristo.
Conforme con esto mandó a algunos discípulos con una
carta en que puso todo este testimonio sobre Jesús y lo envió a
los fariseos de Cafarnaúm: que Jesús era el Hijo de Dios y el
cumplimiento de las promesas de los profetas y que todo cuanto
hacía y decía era santo; refutaba todos sus reparos, amenazaba
con el juicio y los exhortaba a no rechazar la salud. Les mandó
a sus discípulos que le leyesen otra carta en el mismo sentido
al pueblo y añadiesen todo lo que aquí habían oído decir sobre
Jesús. He visto cómo los discípulos hicieron todo esto en Ca-
farnaúm. Se había reunido una gran muchedumbre de hombres
venidos de muchas partes para este Sábado. Había judíos de
todas las regiones de Palestina. Escucharon lo escrito por Juan
sobre Jesús con grande contento. Muchos sentían verdadero
gozo y se reanimaron en su fe y en su amor a Jesús. Los fariseos
tuvieron que evitar el concurso y nadie pudo objetar; los hom-
bres torcían la cabeza y se mostraban inclinados a dejar hacer;
reafirmaban con todo su autoridad y decían a los discípulos de
Juan que no pondrían obstáculos en los caminos del Señor, si
no faltaba a los preceptos de la ley y no promovía desórdenes.
Confesaban que era verdad que estaba dotado de poder y gra-
cia; pero que ellos tenían que cuidar el orden y todo debe te-
ner su justa medida. Juan era un hombre bueno, pero no podía
saber todo lo que pasa desde su prisión. No había, en efecto,
estado mucho tiempo con Él.