Desde el fin de la primera Pascua hasta la prisión de San Juan Bautista – Sección 6

XXIV
El mensajero del capitán de Cafarnaúm
Desde Naim Jesús pasó por el Tabor, dejando a Nazaret a la izquierda,
y se dirigió a Caná, donde se hospedó en casa de un escriba, cerca de
la sinagoga. El vestíbulo se llenó en seguida, porque habían conocido su
llegada de Engannim y le esperaban. Enseñó toda la mañana, cuando de
pronto llegó el criado del centurión de Cafarnaúm con varios acompañantes
montados en mulos. Venía muy apurado con grande ansia y temor,
buscando la manera de acercarse a Jesús, sin poder conseguirlo. Como
inútilmente intentara varias veces penetrar, por la turba, al fin alzó la voz,
clamando: «Señor, reverendo Maestro: deja que tu siervo se acerque a tu
presencia. Yo soy un enviado de mi señor de Cafarnaúm, y como si yo fuese
el señor y el padre del niño te ruego que vengas en seguida conmigo, pues
que el hijo está muy enfermo y cercano a la muerte». Jesús no prestó
atención a su clamor y el siervo buscaba la manera de llamar la atención
sobre si y de penetrar entre la multitud, sin lograrlo. Volvió a clamar: «Ven
en seguida conmigo, porque mi hijo está para morir» .
Jesús volvió la cabeza hacia él y dijo: «Si vosotros no veis prodigios y
señales no acabáis de creer. Conozco tu necesidad.
Vosotros queréis hacer alarde y hacer irritar a los fariseos, y tenéis tanta
necesidad como ellos. No es mi misión que Yo haga prodigios para vuestros
fines. No necesito vuestro testimonio. Yo obraré donde sea la voluntad de
mi Padre y haré prodigios donde lo pida mi misión». En esta forma habló
largamente, avergonzándolo delante de la turba. Todo esto escuchó el
hombre sin inmutarse: sin darse por entendido se esforzó por acercarse más
gritando de nuevo: «¿Qué me aprovecha esto. Maestro? Mi hijo está por
morir, ven en seguida conmigo: quizás está ya muerto». Entonces díjole
Jesús: «Vete, que tu hijo vive». El hombre preguntó: «¿Esto es verdad?»
Jesús le respondió: «Está sano desde esta hora; te doy mi palabra».
Entonces creyó el hombre y no insistió en que Jesús marchase con él; montó
en su cabalgadura y marchó en dirección de Cafarnaúm. Jesús dijo al
pueblo: «Esta vez lo quiero hacer; en otro caso semejante ya no lo haré». Yo
he visto a este hombre no como un simple siervo del capitán real, sino como
verdadero padre del niño. Este mensajero era el primer siervo de aquel
capitán de Cafarnaúm, que no tenía hijos aunque mucho lo deseaba, y al fin
había adoptado a un hijo de este su criado que había tenido con su mujer. El
niño tenía ahora catorce años de edad. El mensajero venía como enviado y
como verdadero padre del niño. Lo he visto todo y me fue aclarado todo;
por eso lo dejó Jesús clamar así y le dijo esas cosas. Por lo demás, nadie
sabía nada de la paternidad del niño, que hacía tiempo pedía la presencia de
Jesús. Primero era la enfermedad leve y pidieron ya a Jesús por causa de los
fariseos. Desde catorce días la enfermedad se hizo grave y el enfermo había
dicho respecto a los remedios que le daban: «Las muchas bebidas no me
aprovechan; sólo Jesús, el Profeta de Nazaret, me puede ayudar». Como
ahora el peligro había aumentado, habían mandado mensajeros a Samaria
con las santas mujeres, luego por medio de Andrés y Natanael en Engannim;
finalmente marchó el mensajero y padre del niño donde estaba Jesús. Jesús
había diferido la curación para castigar sus torcidas intenciones. Había
desde Caná hacia Cafarnaúm un día de viaje, pero el mensajero se apuró
tanto que llegó a la misma noche. A la distancia de algunas horas ya le
salieron al encuentro algunos criados diciéndole que el niño estaba sano. Le
salían al encuentro para avisarle que no se molestara más, si acaso no había
encontrado a Jesús: se podía ahorrar el trabajo porque el niño había sanado
de repente a las siete horas del día. Entonces el mensajero les dijo la palabra
de Jesús, y se admiraron y fueron con él a la casa. He visto al centurión
Serobabel salirle al encuentro con el niño a la puerta de la casa. El niño lo
abrazó y él contó las palabras de Jesús y los criados que le acompañaron
atestiguaron lo mismo. Entonces fue un contento general. He visto que
prepararon una gran comida. El niño estaba sentado entre su padre putativo
y su verdadero padre. Estaba también la madre allí. El niño amaba a su
verdadero padre como al putativo y aquél tenía también gran autoridad en la
casa.
Después que Jesús despachó al enviado de Cafarnaúm sanó todavía a
muchos enfermos que habían juntado en un patio de la casa. Había entre
ellos algunos endemoniados. pero no eran de los peores. Por esto habían
sido llevados varias veces para oír las enseñanzas de Jesús. Sólo delante de
Él se enfurecían y agitaban terriblemente. No bien Jesús les mandaba callar,
se aquietaban; después de algún tiempo parecía que ya no podían aguantar
más y comenzaban de nuevo a convulsionarse. Entonces Jesús les hizo señal
con la mano y callaron otra vez. Al fm mandó Jesús a Satanás salir de ellos.
Caían como desfallecidos; luego volvían en sí; daban gracias contentos, y
no se acordaban de lo que les había sucedido. He visto que había entre ellos
algunos que estaban poseídos sin culpa propia y que eran buenos. Yo no lo
puedo explicar claramente; pero he visto aquí y en otras ocasiones la
relación que hay en esto: de cómo queda a veces perdonado y libre un
hombre malo por gracia y misericordia, mientras el diablo toma posesión de
otro inocente y débil, pariente del malo. Parece como que el bueno tomara
parte del castigo del otro sobre sí mismo. No alcanzo a explicar esto más
claramente. Tal cosa sucede porque todos somos miembros de un cuerpo, y
sucede entonces como si un miembro sano enferma también por culpa de
otro pecador en fuerza de una interna correlación de uno y otro. De estos
poseídos había aquí algunos. Los malos y pecadores son siempre más
malignos y obran en cooperación con el demonio mismo. En cambio, los
poseídos sin culpa, sufren solo la posesión y son, a pesar de ello, buenos y
piadosos.
Jesús enseñó en la sinagoga a la cual le habían invitado algunos escribas y
fariseos de Nazaret. Decíanle que había llegado hasta ellos la fama de los
grandes prodigios obrados en Judea, Samaria y Engannim. Añadieron que
Él sabía lo que pensaban en Nazaret: que quien no hubiese estado en la
escuela de los fariseos no podía saber mucho; que era su deseo que fuese a
Nazaret y enseñara allí algo mejor. Pensaban con esto halagar a Jesús. Éste
les respondió que no pensaba por ahora ir allá y que cuando fuera no iban a
conseguir de Él lo que pensaban. Después de la sinagoga asistió Jesús a una
gran cena en casa del padre del novio de Caná. Este novio de Caná,
llamado Natanael, fue seguidor de Jesús y ayudó a mantener el orden en la
enseñanza de Jesús y mientras sanaba a los enfermos. Estos esposos viven
solos y reciben sus alimentos de casa de sus padres. El padre renguea un
poco: son gente buena. La ciudad de Caná es hermosa, limpia, sobre una
alta explanada. Pasan por aquí varios caminos carreteros y uno en
dirección a Cafarnaúm. Después de la cena se retiró Jesús a su vivienda y
sanó a varios enfermos que le esperaban. Para curar no procede siempre de
la misma manera: a veces sólo manda; a veces pone las manos sobre el
enfermo; otras se inclina sobre él: otras manda que se purifique y se bañe, o
mezcla saliva con el polvo del suelo y lo pasa sobre los ojos de los ciegos.
Unas veces los exhorta; otras les dice sus pecados, y en algunas ocasiones
los despacha, dejándolo para otra vez.

XXV
Jesús en Cafarnaúm
Cuando Jesús se dirigió desde Caná a Cafamaúm con los discípulos, le
siguió también Natanael. Su mujer, su tía y otras ya habían partido
para Cafarnaúm. El camino, a unas siete horas, va en línea bastante recta y
lleva a un pequeño lago como el de Ainon, rodeado de casitas y jardines.
Aquí empieza el fértil valle de Genesaret. Se ven torrecitas y guardianes que
cuidan los huertos. Cuando Jesús se acercó a Cafarnaúm empezaron a
enfurecerse varios endemoniados delante de la puerta: «¡Viene el Profeta!
¿Qué es lo que quiere? ¿Qué tiene que ver Él con nosotros?» Cuando Jesús
llegó a la ciudad huyeron los endemoniados. Habían erigido una tienda
delante de la ciudad.
Le salieron al encuentro el centurión de Cafarnaúm y el mensajero llevando
al niño en medio de ellos, seguidos de toda la familia, los parientes, los
siervos y los esclavos. Éstos eran paganos, enviados por Herodes. Parecía
una procesión. Todos se echaron de rodillas delante de Jesús y le
agradecieron; luego le lavaron los pies y le dieron alimento y bebida. Jesús
puso sus manos sobre la cabeza del niño, hincado delante de Él, y recibió el
nombre de Jessé, pues antes se llamaba Joel. El centurión se llamaba
Serobabel. Éste le rogó encarecidamente que fuera a su casa a tomar parte
de una comida. Jesús se negó, reprochándole su ansia de ver prodigios para
mofarse de otros, y añadió: «No hubiera Yo sanado al niño, si la fe del
mensajero no hubiese sido con su petición tan insistente». Después continuó
su camino. Serobabel había preparado un gran banquete; los siervos y
trabajadores de sus campos y huertas habían sido invitados. A todos se les
había contado el prodigio. Todos creían conmovidos en Jesús. Los invitados
y muchos pobres entonaron un canto de alabanza en el vestíbulo. Los pobres
fueron generosamente obsequiados. La fama del prodigio se había difundido
desde la mañana. Serobabel envió aviso a la Madre de Jesús y a los
apóstoles, a los cuales he visto de nuevo ocupados en su oficio de pesca. He
visto también que la noticia llegó a la suegra de Pedro, que estaba enferma.
En Cafamaúm, Jesús se dirigió hacia la vivienda de su Madre, donde
estaban reunidos cinco mujeres y Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Éstos
fueron al encuentro de Jesús, y reinó allí mucha alegría por su venida y por
el prodigio en favor del centurión. Tomó parte aquí en una comida y se
dirigió casi en seguida a Cafarnaúm para la fiesta del sábado. Las mujeres
quedaron en la casa. En Cafarnaúm se habían reunido muchísima gente y
numerosos enfermos. Los endemoniados corrían por la ciudad gritando,
cuando Jesús llegaba. Él les mandó callar y a través de ellos se dirigió a la
sinagoga. Después de la oración se llamó a un empedernido fariseo de
nombre Manases, a quien le tocaba hacer la lectura.
Jesús pidió los rollos de las Escrituras y dijo que quería hacer la lectura. Le
dieron los rollos y Jesús comenzó a leer desde el principio del quinto libro
de Moisés hasta la murmuración de los hijos de Israel, y enseñó acerca de la
ingratitud de sus antepasados y de la misericordia de Dios para con ellos y
de la proximidad del reino de Dios, y que ahora se guardasen de obrar como
habían obrado sus antepasados. Explicó aquellos caminos por el desierto
como figura de sus errores actuales y comparó la tierra prometida con el
reino de Dios ahora prometido a todos. Después leyó el primer capítulo de
lsaías. Él lo explicó aplicándolo a estos tiempos: habló de los pecados y de
los castigos, y cómo habiendo esperado tanto tiempo a un profeta, ahora que
tenían a uno, más tarde lo maltratarían. Habló de los animales que conocen a
sus dueños, y ellos no conocerán al suyo que ha venido. Habló también de
cómo se vería reducido Aquél que había venido para ayudarlos, por sus
malos tratos, y cómo sería castigada Jerusalén, y quedaría la comunidad de
los suyos muy reducida; pero que el Señor la haría grande mientras los otros
serían exterminados. Les mandó que se conviertan; que aún cuando
estuviesen manchados con sangre, debían clamar a Dios y arrepentirse, y
serían purificados. Habló también del rey Manases, que había blasfemado
contra Dios y había pecado tanto, y por esto castigado y llevado en
esclavitud a Babilonia; y cómo allí se convirtió, había orado a Dios y
encontrado misericordia y perdón. Abrió luego, como al acaso, una página y
leyó el versículo de Isaías 7- 14: «Mirad, una Virgen dará a luz». Y explicó
este punto refiriéndolo a su persona y a la venida del Mesías. Esto mismo
había explicado cuando estuvo en Nazaret, antes de su bautismo, y lo había
comentado, y ellos, mofándose, decían entre si: «Manteca y miel no le
hemos visto comer mucho en casa de su padre el pobre carpintero».
Los fariseos y otras personas no estuvieron conformes de que Jesús les
hablase tan severamente sobre la ingratitud: esperaban algo más halagador,
pues lo habían recibido bien. La enseñanza duró bastante tiempo y cuando
hubo terminado y salían los fariseos, oí que alguno decía a otro: «¿Han
traído enfermos? … Vamos a ver si se atreve a sanar en día de Sábado».
Habían iluminado las calles con antorchas y muchas casas con lámparas. La
gente había colocado a los enfermos delante de sus casas iluminadas por
donde debía pasar Jesús, y otros habían sido traídos con luces en los brazos
de sus parientes. Hubo un tumulto considerable y gemidos en la calle.
Muchos endemoniados clamaban, y Jesús los mandó callar y salir de los
posesos. A uno de ellos vi enfurecido y rabioso lanzarse contra Jesús, y con
rostro descompuesto y los cabellos levantados, gritar: «Tú, ¿qué quieres
aquí? ¿Qué tienes Tú que hacer aquí?» Jesús lo rechazó, diciéndole: «Sal de
allí, Satanás». He visto al hombre caer como si hubiera de romperse el
cuello y quebrantarse los huesos. Con todo, se levantó cambiado y manso; se
hincó delante de Jesús, llorando y dando gracias. Jesús lo exhortó a
mejorar de conducta. He visto que a muchos los sanaba de pasada.

XXVI
Jesús en casa de su Madre en Bethsaida 
Jesús se dirigió por la noche con sus discípulos a la casa de su Madre. En
el camino habló Pedro de sus intereses familiares: que habíase atrasado
en el negocio de la pesca por haber estado ausente tanto tiempo y que debía
pensar en su mujer. en sus hijos y en su suegra. Juan le replicó que él y
Santiago debían pensar en sus padres. que eran más que una suegra. De este
modo hablaban con naturalidad. a veces chanceándose un poco. Jesús les
dijo que se acercaba el tiempo en que debían dejar del todo la ocupación de
pescar, que debían ocuparse de pescar otra clase de pescados. Juan era más
familiar; tenía una sencillez de niño en el trato con Jesús, más que los demás
apóstoles. Era amable y dispuesto a todo, sin preocupaciones ni
contradicciones. Jesús fue adonde estaba su Madre y los demás a sus casas.
A la mañana siguiente, temprano, se encaminó Jesús con sus discípulos a
Cafarnaúm, saliendo de la casa de su Madre, como a tres cuartos de hora de
Bethsaida. El camino sube un trecho y luego baja hacia Cafarnaúm. Antes
de llegar a la ciudad hay una casa en el camino que pertenece a Pedro, que
destinó para Jesús y los suyos, poniendo a un piadoso anciano a su cuidado.
Esta casa estaba como a hora y media de camino del lago. En Cafarnaúm se
encontraron todos los discípulos de Bethsaida y de los alrededores, y
también María y las santas mujeres. Habían traído el día anterior muchos
enfermos cuando Jesús llegó: estaban alineados en las calles. Jesús sanó a
muchos en el camino a la sinagoga. en la cual enseñó y usó de parábolas.
Mientras salía de la sinagoga y seguía enseñando. se echaron algunos a sus
pies pidiéndole que les perdonase sus pecados. Eran dos mujeres adúlteras
repudiadas por sus maridos. y cuatro hombres, entre ellos el seductor de las
mujeres. Se deshacían en lágrimas y querían confesar sus pecados ante toda
la multitud. Jesús les dijo que conocía sus pecados, que vendría un tiempo
en que sería necesario confesar los pecados; que aquí no sería sino ocasión
de escándalo para la gente y de persecución para Él. Los exhortó a vigilar
sobre si mismos para no caer de nuevo, a no desesperar, sino a confiar en
Dios y hacer penitencia. Luego les perdonó sus pecados. Como preguntaran
a qué bautismo tenían que ir, si al bautismo de los discípulos de Juan o
esperar a que bautizasen sus propios discípulos, les contestó que fuesen al
bautismo de los discípulos de Juan.
Los fariseos que estaban presentes se admiraron de que hubiese perdonado
los pecados, y se lo reprocharon. Jesús los obligó al silencio con sus
respuestas: les dijo que le era más fácil perdonar pecados que sanar a los
enfermos. Añadió que quien se arrepiente de veras a ése ya se le perdona, y
no es tan fácil que vuelva a pecar de nuevo; mientras que los enfermos que
son sanados, a veces permanecen enfermos de alma y usan de la salud del
cuerpo para el pecado. Ellos preguntaron si ya que esas mujeres estaban
perdonadas los hombres debían ahora recibirlas de nuevo. Jesús les dijo que
para responderles en forma no había tiempo por el momento; que en otra
ocasión pensaba hablar de esto y enseñar con más detención. También
quisieron pedirle cuenta sobre el sanar en día de sábado y Jesús les contestó
que si en día de Sábado se les caía a ellos algún animal en una zanja
seguramente se apresurarían a sacarlo.
Por la tarde se retiró a la casa delante de Cafarnaúm con todos sus
discípulos; las santas mujeres ya estaban allí. Se hizo una comida dispuesta
por el centurión Serobabel. Este jefe y el padre, que se llamaba Salathiel,
tomaron parte en la comida mientras el niño sanado, Jesse, servía en la
mesa. Las mujeres estaban en otra mesa. Jesús enseñaba entretanto. Trajeron
algunos enfermos a la sala, que gritaban pidiendo salud. Jesús sanó a
muchos de ellos. Después de la comida se fue de nuevo a la sinagoga; entre
otras cosas lo he oído leer y explicar lo que el profeta lsaías decía al rey
Achaz: «He aquí que una Virgen dará a luz y tendrá un Hijo».
Cuando abandonó la sinagoga, sanó a muchos enfermos colocados en las
calles y esto duró hasta entrada la noche. Entre éstos había muchas mujeres
con flujo de sangre que estaban a cierta distancia, tristes y veladas, porque no
podían acercarse a Jesús ni al pueblo. Jesús que conocía su necesidad
dirigió sus ojos hacia ellas y las sanó con una sola mirada. Nunca tocó a
semejantes enfermas: hay en esta prohibición un misterio que yo no sé
explicar. La misma tarde comenzaba un día de ayuno.
Cuando Jesús y sus discípulos se dirigían a casa de su Madre. se suscitó la
conversación de que a la mañana siguiente quería Jesús viajar con ellos por
el lago, y oí que Pedro se excusaba por el mal estado de su nave.
Veo que las personas a quienes Jesús había perdonado sus pecados tienen
ahora vestidos de penitencia y están veladas. En el último sábado estaban
también los judíos vestidos de negro. Estos últimos tiempos eran días de
penitencia por la conmemoración de la destrucción de Jerusalén. Por esto
Jesús habló tan severamente de los castigos que habían de sobrevenir a
Jerusalén. Al salir Jesús de Cafarnaúm llevaba el camino alrededor de un
edificio rodeado de agua, donde habían sido encerrados los endemoniados
más furiosos durante la noche. Gritaban enfurecidos al pasar Jesús: «Allí
anda Él. ¿Qué quiere con nosotros? … ¿Por qué nos quiere echar de aquí?»
Jesús les mandó: «Callad y permaneced alli hasta que Yo vuelva. Entonces
será vuestro tiempo de iros». Al punto callaron y se aquietaron.

XXVII
Consejo de los fariseos y Serobabel
Cuando Jesús abandonó la ciudad se reunieron los fariseos y los
príncipes del pueblo en consejo. El centurión Serobabel estaba
presente. Habíanse reunido para tratar de todo lo que habían visto en Jesús y
de cómo conducirse con Él. Decfan: «¡Mirad qué tumultos y que desórdenes
promueve con su presencia este Hombre! Todo lugar tranquilo está agitado
con su presencia: los hombres dejan su trabajo y corren detrás de Él,
vagando de un lado a otro. Él inquieta y amenaza a todos con castigos.
Habla siempre de su Padre. ¿Acaso no es Él de Nazaret, hijo de un pobre
carpintero? … ¿Cómo puede tener este atrevimiento y esta seguridad? ¿Sobre
qué se funda su presunción? No observa el Sábado y estorba su observancia
y llega hasta a perdonar los pecados … ¿Acaso vendrá su fuerza y su poder
de lo alto? … ¿Tendrá alguna fuerza oculta y artes de magia? ¿De dónde saca
todas sus raras explicaciones de la Escritura? … ¿Ha frecuentado acaso otras
escuelas que las de Nazaret? … Debe tener relación con alguna potencia
extranjera … Habla siempre de la proximidad del reino, de la venida del
Mesías y de la destrucción de Jerusalén. Su padre era de noble linaje; quizás
sea Él el hijo bastardo de algún otro príncipe, su padre, que busca abrirse
paso en esta comarca, para apoderarse luego de la Judea … Debe tener un
lugar oculto donde se refugia, un protector poderoso al cual se confía. De
otro modo no podría mostrarse tan osado y seguro y obrar contra las
costumbres y usos recibidos, como si Él tuviera todos los derechos. Estuvo
bastante tiempo ausente. ¿Con quién estará en relación? ¿De dónde sacará
su poder maravilloso y su ciencia? ¿Qué haremos al fin de cuentas con
Él? … »
De este modo hablaban y trataban de Jesús en medio de sus juicios y
extrañezas, mostrándose escandalizados. El centurión Serobabel se mantuvo
durante este tiempo callado y reflexivo y terminó por tranquilizar a los
demás, diciéndoles: «Si su poder es de Dios entonces se ha de consolidar; si
no lo es, entonces solo se ha de derrumbar. Mientras Él nos sana y nos
mejora, debemos amarle sin duda y agradecer a Aquél que nos lo ha
mandado».

XXVIII
Conversaciones de los discípulos con Jesús
Unos días después caminaba Jesús con sus discípulos, unos veinte, en
las cercanías del lago de Genezaret. No habían tomado el camino
directo, sino hacia el Sur, por las alturas donde estaba la casa de María hacia
el Occidente. Esta montaña es como el final de una cadena de montes que
corren en el Norte, algo separada por un valle. Jesús enseñaba mientras
caminaban. Había aquí muchos hermosos arroyuelos que bajando de las
alturas corrían por los valles para echarse en el lago. Corría también de este
lado el arroyo de Cafarnaúm, Había diversas fuentes de agua en derredor de
Bethsaida que enriquecían esta comarca. Jesús se detuvo varias veces en
algunos de estos amenos lugares. A veces callaba y a veces enseñaba sobre
los diezmos. Los discípulos hablaban de la gran opresión que se ejercía en
Jerusalén con el pretexto de los diezmos y expresaban la idea de si tal
precepto no podría ser quitado. Jesús les dijo que el dar el diezmo de los
frutos al templo y a sus servidores era mandado por Dios, para que los
hombres se acordasen de que no eran dueños de las cosas de la tierra, sino
que sólo las tenían en uso; que también debían dar el diezmo de las hierbas
para recordar la mortificación y la penitencia.
Los discípulos hablaron también de los samaritanos, expresando su pesar de
que habían sido la causa de que saliera más pronto de lo que había pensado
del país; que si hubiesen sabido que estaban tan ávidos de la palabra de Dios
y los habían recibido tan bien, no habrían insistido para salir pronto de aquel
país. Jesús contestó que los dos días que había estado allí eran suficientes;
que los siquemitas tenían sangre caliente y se conmovían fácilmente; que
quizás sólo veinte de los convertidos permanecían ahora firmes; y que la
próxima y más grande cosecha quedaba reservada para ellos (los futuros
apóstoles). Los discípulos, conmovidos por la última enseñanza, expresaron
su compasión y simpatía hacia los samaritanos, y recordaban en su alabanza
la historia del hombre que había caído en manos de los ladrones junto a
Jericó, mientras los sacerdotes y levitas pasaron de largo, y alababan al
samaritano que había alzado al herido, lavándolo con aceite y vino. Esta
historia era conocida y había sucedido en los primeros tiempos junto a
Jericó. Jesús tomó ocasión de su compasión para con el herido y de su
alegría por la acción del samaritano, para contarles otra parábola. Contó
cómo Adán y Eva, por causa del pecado, fueron echados del Paraíso y
fueron a parar a un desierto lleno de ladrones y de salteadores, con sus hijos;
y cómo el hombre yace allí, herido de pecados y maltrecho en el desierto.
Contó esto sencillamente, como está en la Biblia. Entonces el Rey de cielos
y tierra hizo todo lo posible para ayudar al hombre caído; le dio su ley y sus
sacerdotes preparados, y le envió muchos profetas. Todos habían pasado sin
salvar al hombre enfermo, porque en parte el hombre también había
despreciado la ayuda que se le ofrecía. Finalmente mandó a su propio Hijo,
en figura de un pobre, para ayudar a los pobres. Describió su propia
pobreza: sin zapatos, sin sombrero, sin cinturón. Éste había derramado
aceite y vino en sus heridas para sanarle. Añadió que aquéllos mismos que
estaban preparados con todos los medios para ayudar no sólo no se
apiadaron del herido, sino que tomaron preso al Hijo del Rey y lo mataron
porque había socorrido con aceite y vino al infeliz herido. Les propuso esto
para que pensaran sobre ello, diciéndoles que más tarde se lo declararía.
Ellos no lo entendieron. No notaron que hablaba de su persona al hablar del
Hijo del Rey, aparecido en pobreza y necesidad, y murmuraban al oído
preguntándose quien sería ese Padre de quien siempre hablaba. Jesús les
recordó también su conversación sobre sus angustias respecto al negocio de
la pesca que habían tenido que abandonar y les dijo que el Hijo del Rey
también había dejado todo lo que tenía con su Padre, y que mientras otros
dejaban al herido mal parado, Él le había derramado aceite y vino en sus
heridas. Les dijo: «El Padre no dejará a los servidores de su Hijo ni los
abandonará, y ellos recuperarán todo lo dejado, más ricamente, cuando Él
los reúna en su reino».
Con estas y otras conversaciones llegaron al lado de Genezaret, junto a
Bethsaida, donde estaban las barcas de Pedro y del Zebedeo. Era esta una
parte cerrada de la ribera y había allí varias chozas de tierra para los
pescadores. Jesús se aproximó con sus discípulos. En las barcas había varios
pescadores paganos esclavos y ningún judío, porque era un día de ayuno. El
Zebedeo estaba en la orilla. en una de las chozas. Jesús les dijo que dejasen
de pescar y viniesen a la playa, y ellos obedecieron. Jesús enseñó allí.
Después se dirigió a lo largo del lago, hacia Bethsaida, como a media hora.
Los derechos de pesca de Pedro comprendían como una hora de camino de
la ribera. Entre el lugar de las barcas y Bethsaida había una ensenada, donde
desaguaban muchos arroyuelos, brazos de río, que venían desde Cafarnaúm
a través del valle, recibiendo de paso las aguas de otros arroyos. Delante de
Cafarnaúm forma un extenso estanque. Jesús no fue derecho a Bethsaida,
sino que torció hacia el Occidente, y se dirigió al Norte del valle, hasta la
casa de Pedro, al Este de la pendiente, en cuya parte occidental se encuentra
la casa de María.

XXIX
Jesús en casa de Pedro
Jesús entró en casa de Pedro donde estaban reunidas María y otras de las
santas mujeres. Los demás discípulos no entraron: se entretuvieron en
los alrededores y en el jardín o fueron a la casa de María. Cuando Pedro
entró con Jesús en su casa, dijo: «Señor, hemos tenido un día de ayuno; pero
Tú nos has saciado con tus palabras». La casa de Pedro estaba bien
ordenada, con un vestíbulo y jardín: era larga y se podía andar por la azotea
y desde allí contemplar un espléndido panorama del lago. No he visto en la
casa de Pedro ni a la hijastra ni a los hijastros que le había traído su mujer
viuda. Parece que estaban en la escuela. Su mujer estaba entre las santas
mujeres; de ella no tuvo Pedro hijo alguno. Su suegra, una mujer alta,
delgada y enfermiza, caminaba apoyándose en las paredes de la casa.
Jesús habló allí largamente con las mujeres sobre el modo de atender a los
discípulos en los alrededores del lago, donde Él pensaba demorar bastante
tiempo. Las exhortó a no ser gastadoras ni pródigas, pero a no estar tampoco
con demasiada ansiedad y preocupación; que Él, para sí necesitaba pocas
cosas, y que pensasen más bien en los discípulos y en los pobres. Desde
aquí fue con sus discípulos a la vivienda de María, donde habló todavía y
luego se retiró solo para orar. El río corre delante de la casa de Pedro y éste
puede en una pequeña canoa navegar desde aquí hasta el lago con sus
utensilios de pesca.
Cuando oyeron las santas mujeres que Jesús quería ir el próximo sábado a
Nazaret, que está a diez horas de camino, no lo vieron bien y deseaban más
bien que se quedase o que a lo menos, volviese muy pronto. Jesús les
contestó que pensaba no quedarse mucho tiempo allá; que no estarían
contentos con Él porque no podría hacer lo que ellos deseaban. Les dijo
otras cosas que les disgustarían, y se lo avisó también a su santa Madre.
Quería decírselo antes de que sucediese.

XXX
Jesús en Bethsaida
Jesús fue con sus discípulos desde la casa de su Madre, por el Norte del
valle a lo largo de la ladera del monte, hacia Bethsaida, a una media
hora de camino. Las santas mujeres salieron de la casa de Pedro hacia allá, a
la casa de Andrés, al final de la ciudad; era una casa ordenada, pero no tan
grande como la de Pedro. Bethsaida es una pequeña población de
pescadores, que está en medio de una abertura y se extiende en estrechas
viviendas hasta cerca del lago. Desde el lugar de pesca de Pedro, mirando al
Norte, se ve la población. Está habitada por pescadores y por tejedores de
tiendas y de mantas. Es un pueblo de costumbres rústicas y sencillas, y me
recuerda a los trabajadores de la turbera, entre nosotros, comparados con
otras gentes. Las mantas que hacen son de pelos de camello y de cabras. Los
pelos largos que tienen los camellos en el pescuezo y en el pecho los ponen
como franjas y borlas en las orlas de estas mantas, que son brillantes y
hermosas.
El anciano jefe Serobabel no estaba aquí: era un hombre enfermizo y no
podía caminar mucho. Hubiese podido cabalgar, pero entonces no hubiera
oído las enseñanzas de Jesús durante el camino; además, no estaba
bautizado aún. Se había congregado mucha gente de los alrededores;
también extranjeros del otro lado del lago de las comarcas de Corozaím y de
Bethsaida-Julias. Jesús enseñó en la sinagoga, que no era grande, de la
proximidad del reino de Dios: y dijo bastante claramente que Él era el Rey
de este reino. Despertó la admiración de sus discípulos y oyentes. Enseñó,
en general, como en los días anteriores. y sanó a muchos enfermos traídos a
la puerta de la sinagoga. Algunos endemoniados gritaban: «Jesús de
Nazaret, Profeta, Rey de los Judfos». Jesús les mandó callar: aún no era el
tiempo de decir quien era Él.
Cuando hubo terminado su enseñanza y de sanar enfermos fueron a la casa
de Andrés para la comida; pero Jesús no entró, y dijo que Él tenia otra
hambre. Caminó con Saturnino y otro discípulo un cuarto de hora hacia
arriba, desde la casa de Andrés, hasta un hospital apartado junto a la ribera
del lago donde había pobres, enfermos, leprosos, mentecatos y otros
miserables que desfallecían en la miseria y el abandono. Algunos estaban
casi enteramente desnudos. Ninguno de la ciudad le acompañó, para no
contaminarse. Las celdas de estas pobres criaturas corrían en torno de un
patio; no podían salir afuera y se les pasaba el alimento a través de los
agujeros de las puertas. Jesús los hizo salir por el cuidador y traerles mantas
y vestidos con los discípulos para cubrirlos. Les enseñó y los consoló. Fue
de uno a otro grupo y sanó a muchos de ellos con la imposición de las
manos. A algunos los pasaba, a otros les mandaba bañarse, a otros les
ordenaba otras cosas. Los sanados se arrodillaban y daban gracias, llenos de
lágrimas. Era un cuadro conmovedor. Algunos de éstos eran hombres
completamente degradados. Jesús tomó al cuidador consigo llevándolo a
casa de Andrés, para la comida. Acudieron algunos parientes de los curados
desde Bethsaida, trayendo vestidos y se los llevaban contentos a sus casas,
pasando por la sinagoga para dar gracias a Dios.
La comida en casa de Andrés fue muy buena, de grandes y hermosos
pescados. Comieron en una sala abierta y las mujeres en mesa aparte.
Andrés servía. Su mujer era muy hacendosa y diligente: no salía casi de su
casa. Tenía en casa una especie de taller de tejido y fabricación de redes de
pesca y ocupaba en este trabajo a muchas muchachas pobres del lugar. Todo
se hacía con mucho orden. Tenía también entre ellas a algunas mujeres
caídas sin albergue, de las cuales se compadecía: les daba trabajo, sustento,
y les enseñaba y las exhortaba a la oración. Por la tarde enseñó Jesús de
nuevo en la sinagoga; luego se retiró con sus discípulos. Pasó junto a
muchos enfermos y no los sanó todavía porque su tiempo no había llegado.
Después de despedirse de su Madre, se dirigió con sus discípulos a la casa albergue
en las afueras de Cafamaúm. Allí habló largamente con sus
discípulos; luego se apartó de ellos y pasó la noche en oración sobre una
colina puntiaguda llena de cipreses. Cafarnaúm está situada en una montaña,
en semicírculo; tiene muchas terrazas a modo de jardines y viñedos, y en las
alturas nace un trigo grueso como el junco. Es un lugar amplio y agradable:
al parecer fue en otro tiempo una ciudad más grande, o había otra ciudad
allí, pues se ven cerca de la existente ruinas de torres y paredes como restos
de una destrucción.