Desde el fin de la primera Pascua hasta la prisión de San Juan Bautista – Sección 3

X
Los mensajeros enviados por Lázaro
Llegaron mensajeros enviados por Lázaro para prevenir a Jesús de los
espías que los fariseos de Jerusalén habían enviado a Adama. Estos
mensajeros eran los hijos de Juana Chusa y de Serafia (Verónica). Los
discípulos, aprovechando una pausa, llevaron a estos mensajeros ante Jesús,
el cual respondió que no se inquietasen por Él, que debía cumplir su misión
y que agradecía la atención. Los espías enviados por los fariseos de
Jerusalén y los contrarios de Adama, estaban arriba, en la montaña. Jesús no
habló con ellos; pero mientras enseñaba, dijo, en alta voz, que le espiaban y
le perseguían. Añadió que no conseguirían impedirle que cumpliera lo que
su Padre celestial le había encomendado. Les dijo que pronto volvería para
anunciarles la verdad y el reino.
Se habían congregado muchas mujeres con sus hijos y les pedían la
bendición para éstos. Los discípulos estaban preocupados: pensaban que
Jesús no debía hacerlo por causa de los espías presentes. Jesús rechazó sus
temores: dijo que la intención de las mujeres era buena y que los hijos serían
mejores y pasó por la fila de ellas, bendiciendo. Duró el sermón hasta la
tarde, desde las diez horas, y luego fue ordenado el pueblo para la comida.
A un lado de la montaña había cierto número de parrillas, donde se podían
asar los pescados. Reinaba un orden admirable. Los habitantes de cada
ciudad se sentaban juntos, aún los de la misma calle y entre ellos los de la
misma familia o vecinos. Cada grupo de una calle tenía un encargado para
buscar los alimentos y repartirlos. Los comensales tenían, cada uno, o uno
para varios del grupo. una especie de cuero enrollado, que abierto servía de
fuente, y tenían también instrumentos de mesa, como cuchillos de hueso y
cucharas, que llevaban consigo unidos por el cabo. Algunos llevaban
recipientes hechos de calabazas, otros de corteza y tomaban el agua de los
odres. Otros se hacían estos vasos allí mismo o en el camino con mucha
facilidad. Los encargados recibían los alimentos de manos de los discípulos,
que repartían una porción para cuatro o cinco comensales, a los cuales
ponían panes y pescados sobre los cueros que tenían delante. Jesús bendijo
los alimentos antes de ser repartidos. Hubo también aquí una multiplicación
de alimentos, pues no hubiese alcanzado lo que se tenía preparado para los
millares que acudieron al sermón de Jesús. He visto que cada grupo no
recibía sino una pequeña porción; a pesar de esto, al terminar todos
quedaron satisfechos, y sobró aún mucho, que fue recogido por los pobres
en canastos y llevado a sus casas. Había allí algunos soldados romanos de
paso por la ciudad y de esos que Léntulo tenía a sus órdenes o que le
conocían; quizás habían sido enviados por él para traerle noticias de Jesús:
se llegaron a los discípulos y pidieron algunos de los panes bendecidos por
Jesús para enviárselos a Léntulo. Recibieron esos panes que guardaron en
saquitos que traían sobre sus espaldas.
Cuando terminó la comida ya había oscurecido y se necesitaron antorchas
para andar. Jesús bendijo al pueblo y abandonó con sus discípulos la
montaña. Se separó luego de ellos; los discípulos tomaron un atajo para
llegar a Betsaida y Cafarnaúm. y Jesús con Saturnino y otros se dirigió al
Sudoeste, a una ciudad cerca de Bertha, que se llama Zedad, y pasó la noche en
un albergue fuera de la ciudad.

XI
Jesús se dirige a Cafarnaúm por Gatepher
Vi a Jesús la noche del lunes al martes caminando por la montaña con
Saturnino y otros discípulos. Jesús andaba solo y rezaba, y los
discípulos le preguntaron la razón; Él les habló entonces de la oración en
común y de la oración a solas. Les trajo una comparación de serpientes y
escorpiones. Si un niño pide un pescado no le dará el padre un escorpión.
Este mismo día le he visto sanar enfermos y exhortar en casa de pobres
pastores. Lo mismo hizo en la ciudad de Gatepher, patria de Jonás, donde
vivían algunos parientes de Jesús. Sanó enfermos en esta ciudad y por la
tarde se dirigió a Cafarnaúm. ¡Cómo era de incansable Jesús y cómo
obligaba también a los discípulos al trabajo de continuo! Al principio
quedaban completamente rendidos. ¡Qué diferencia veo con lo que pasa hoy
en día! … Estos discípulos tenían que seguir a las gentes cuando iban por los
caminos, catequizarlos o invitarlos a los sermones de Jesús.
En la casa de María, en Cafarnaúm, estaban ya Lázaro, Obed, los sobrinos
de José de Arimatea , el novio de Caná y otros discípulos; además habían
llegado siete de las santas mujeres parientes o amigas de María. Todos
esperaban a Jesús. Salían y entraban y miraban a lo largo de los caminos
para ver si llegaba. Acudieron también discípulos de Juan, trayendo la
noticia de que había sido tomado preso, lo cual, causó gran tristeza en todos.
Los discípulos fueron al encuentro de Jesús, no lejos de Cafarnaúm y le
dieron la noticia sobre Juan. Jesús los tranquilizó y se fue adonde estaba su
Madre, sola. A sus discípulos les había mandado que le precedieran.
Lázaro salió a recibirle y le lavó los pies en el vestíbulo de la casa. Cuando
Jesús entró los hombres se inclinaron profundamente. Él los saludó, y yendo
hacia su Madre, le dio la mano. Ella se inclinó con mucho amor y humildad.
No había aquí nada de echarse en los brazos: reinaba una sencilla renuncia a
esos extremos; todo era amor, cariño y bondad interiores, que llenaba los
corazones. Después fue Jesús hacia donde estaban las otras mujeres, las
cuales, veladas, se hincaron delante de Jesús. En estas ocasiones, cuando
llegaba y cuando partía, solía bendecir a todos. Después vi preparar una
comida; los hombres estaban aparte en las mesas, y en el otro extremo
estaban las mujeres con las piernas cruzadas. La conversación versó
especialmente sobre la prisión de Juan. expresándose dolor y sentimiento
por ello. Jesús les advirtió que no debían juzgar mal ni irritarse; que todo
esto debía suceder así; que si Juan no fuera removido, no podría Él cumplir
su misión ni llegarse ahora hasta Betania. Luego habló de las gentes entre
las cuales había estado.
De la llegada de Jesús nadie sabía nada sino los presentes y los discípulos
más fieles. Jesús pasó la noche en un edificio contiguo, donde se recogieron
los otros forasteros. Citó a los discípulos para el próximo sábado en las
cercanías de Bethoron, en una casa solitaria que había en la altura. Después
lo he visto hablar a solas con María. su Madre. Ésta se afligía y lloraba
pensando que Él quería ir a Jerusalén, donde había tanto peligro. Jesús la
consoló y le dijo que no se inquietase, que debía cumplir su misión, que aún
no habían llegado los días más tristes. La ilustró cómo debía conducirse en
la oración, y luego recomendó a todos los demás que se guardasen de todo
juicio, de hablar de la prisión de Juan y de las maquinaciones de los fariseos
contra su persona; que esto no haría más que entorpecer su misión y
aumentar el peligro. Las maquinaciones de los fariseos entraban también en
los designios de Dios: ellos obraban en su propia perdición.
Se habló también de la Magdalena, y Jesús pidió de nuevo que rezasen y
pensasen bien de ella; que ya vendría ella también y sería tan buena que
daría ejemplo a muchos.
Después de esto vi que Jesús caminaba con Lázaro y cinco discípulos de
Jerusalén hacia Betania. Se celebraba el principio del novilunio, y he visto
otra vez en las sinagogas de Cafarnaúm y en otros lugares las largas telas
con nudos que colgaban fuera y los acostumbrados frutos con sogas en las
casas principales.

XII
Juan Bautista en la prisión de Macheros
Ya una vez Herodes había llevado preso por algunas semanas a Juan
Bautista, pensando intimidarlo y hacerle cambiar de sentimiento
respecto de su conducta con Herodías. Pero atemorizado el rey por la gran
muchedumbre que acudía al bautismo, lo había soltado. Juan volvió a su
lugar anterior junto a Ainon frente a Salem, a una hora y media del Jordán,
al Sur de Su-coth, donde se encontraba su fuente bautismal a un cuarto de
hora del gran mar del cual salían dos arroyos rodeando una colina y se
echaban en el río Jordán. Junto a esta colina se encontraban los restos de un
antiguo castillo con torres, rodeado de galerías y de habitaciones. Entre el
mar y la colina estaba el pozo de Juan y en la cumbre de la colina, en un
caldero amplio y hundido, habían sus discípulos arreglado una tienda sobre
los restos de muralla con escalones. Allí enseñaba Juan.
Esta región pertenecía a Felipe, pero sobresalía como una punta en el
territorio de Herodes, razón por la cual éste se abstenía de llevar a cabo su
intención de apoderarse del Bautista. Había de nuevo un gran concurso de
gentes hacia Juan, para oír su palabra: caravanas de Arabia, con camellos y
asnos, y muchos centenares de personas de Jerusalén y de toda la Judea,
hombres y mujeres, acudían allí. Las multitudes se turnaban y llenaban la
plataforma del montículo, las laderas y se estacionaban en la colina. Los
discípulos de Juan mantenían un orden perfecto. Unos están echados, otros
sobre sus rodillas, otros de pie, y así todos pueden ser vistos. Los paganos
están separados de los judíos, así como los hombres de las mujeres, siempre
detrás de éstos. Los que están adelante, en las laderas están de cuclillas,
apoyando la cabeza en las rodillas, con los brazos, o están echados o
sentados de lado. Juan parece ahora, desde que volvió de la prisión, como
encendido de nuevo ardor. Su voz resuena dulce, de un modo particular, sin
embargo, poderosa, y va lejos. de modo que se entiende cada una de sus
palabras. Clama, y un millar de gente escucha constantemente su voz. Está
de nuevo vestido de piel, y más austero que en On, donde a menudo se
ponía un vestido largo. Habla de Jesús, cómo se le persigue en Jerusalén y
señala hacia Galilea, donde Él sana, enseña y camina: añade que pronto
volverá por estas comarcas, y que sus adversarios nada podrán contra Él,
hasta que haya cumplido su misión.
También Herodes acude con una tropa de soldados. Está viajando desde su
castillo de Livias a once horas de Dibón y debe pasar por dos brazos de río.
Hasta Dibón es el camino muy bueno; después se hace pesado y desigual,
sólo transitable para andantes y animales de carga. Herodes viajaba sobre un
carro largo y angosto, donde estaba sentado o echado de lado, y había
algunos con él. Las ruedas comunes eran gruesos y pesados discos, sin
rayos; detrás llevaban otras ruedas colgadas. El camino era desigual, y de un
lado habían puesto ruedas más altas y del otro más bajas y así procedían
andando con mucho trabajo. La mujer de Herodes iba también sobre uno de
estos carros en compañía de otras damas de su cortejo. Los carros eran
llevados delante y detrás de Herodes. Herodes va al lugar de Juan, porque
éste predica ahora con más fuerza que antes, porque le suele oir de buena
gana y porque quiere saber si dice algo contra él. La mujer, en cambio, está
espiando la oportunidad de excitarlo más contra él: se muestra dispuesta a
acompañar a Herodes, pero está llena de rencor contra Juan.
Había otro motivo más y es que Herodes había oído que el rey Aretas, de
Arabia, y padre de la mujer de Herodes repudiada, solía ir a oír a Juan,
manteniéndose incógnito entre los oyentes. Quería ver si éste estaba allí y
maquinaba algo ocultamente contra él. La primera mujer de Herodes, que
era buena y hermosa, se había retirado de nuevo junto a su padre, el cual
había oído que Juan se declaraba contra Herodes, y así para su propio
consuelo había venido a escuchar la voz de Juan. Pero este rey no había
aparecido en modo ostentoso sino sencillamente vestido y se ocultaba entre
los discípulos de Juan pasando por uno de ellos. Herodes entró en su antiguo
castillo y se acomodó cerca de donde Juan hablaba, sobre una terraza de
escalones, y su mujer se situó sobre almohadones, rodeada de su gente y de
soldados debajo de una tienda. Con voz potente Juan clamó al pueblo que
no se escandalizase del casamiento de Herodes: debían honrarlo, pero no
imitarlo. Esto alegró e irritó al mismo tiempo a Herodes. La fuerza con que
ahora clamaba Juan era indescriptible. Su voz era como un trueno y sin
embargo dulce y asequible a todos. Parecía que daba todo lo que le quedaba.
Ya había anunciado a sus discípulos que su tiempo terminaba; que no le
abandonasen por eso; que lo visitasen cuando estuviera preso. Hacía tres
días que no comía ni bebía: sólo enseñaba y clamaba de Jesús, y repudiaba
el adulterio de Herodes. Los discípulos le rogaban que cesase y tomase
algún alimento, pero él no cejaba y estaba como fuera de sí por el
entusiasmo.
Desde el lugar donde Juan enseña y clama se disfruta de una vista
estupenda: se ve el Jordán en una gran extensión, las lejanas ciudades, los
campos sembrados y las huertas de frutales. Deben haber habido aquí
grandes edificaciones, pues veo aún restos de gruesas murallas y arcadas de
piedras, cubiertas de hierbas, que parecen puentes. En el castillo donde está
Herodes hay varias torres restauradas. La comarca es muy abundante en
aguas y el lugar de baños está en buen estado; es una obra maestra, pues el
agua procede de un canal cubierto desde la colina donde enseña Juan. El
lugar del bautismo, de forma oval, tiene tres terrazas cubiertas de verdor que
lo rodean y está abierto por cinco pasajes. Es más hermoso aunque más
pequeño que el estanque de Bethesda de Jerusalén que suele estar manchado
con plantas y hojas de los árboles que le rodean. La fuente del bautismo está
detrás de la colina y detrás de ésta. quizás a 150 pasos, hay una gran laguna,
con muchos pescados, que veo salir a flote, vueltos hacia Juan, como si
quisieran oír su predicación. Veo aquí pequeñas barcas de árboles
ahuecados para apenas dos hombres, con asiento en el medio para poder
pescar.
Juan se alimenta mal y aún cuando está en compañía de sus discípulos,
come muy poco. Ora solo y de noche con la mirada fija en lo alto del cielo.
Sabía que su prisión era inminente; por esto hablaba con este ardor y se
había despedido de sus discípulos. Había clamado y señalado a Jesús con
voz más poderosa que nunca. Decía: «Él viene ahora y yo debo irme; a Él
deben acudir todos. Yo seré quitado muy pronto». Les echaba en cara que
eran un pueblo rudo y duro de corazón. Que considerasen lo que había
hecho, para preparar los caminos del Señor: había hecho puentes y caminos,
removido piedras, hecho fuentes y dirigido las aguas hasta allí. Había sido
un trabajo pesado, con tierra infecunda y dura, con rocas ásperas y nudosos
troncos. Que había tenido mucho que hacer con el pueblo, de dura cerviz,
grosero y protervo. Que aquéllos, en fin, a quienes había podido ablandar y
mover, fuesen ahora hacia Jesús, que era el amado Hijo del Padre. Aquél a
quien Él admite, será tomado, y aquél a quien Él deseche, será desechado.
El vendrá ahora y enseñará y bautizará y perfeccionará lo que él (Juan)
había comenzado. Repudió delante del pueblo el adulterio de Herodes
repetidas veces, con toda fuerza. Éste, que por otra parte lo veneraba y
temía, parece que disimulaba. aunque internameme estaba furioso contra
Juan. La enseñanza había terminado: las turbas iban descendiendo en todas
direcciones y las gentes venidas de Arabia y con ellas Aretas, el rey,
mezclado con su gente. Herodes no pudo reconocerlo ni verlo. La mujer de
Herodes ya se había ausentado y ahora partía también Herodes, ocultando su
irritación y se despidió de Juan amigablemente. Juan envió varios
mensajeros a diversas partes, despidió a los demás y se retiró a su tienda
para recogerse en oración.
Ya oscurecía y los discípulos se habían retirado. De pronto unos veinte
soldados rodearon la tienda de Juan, mientras otros mantenían guardia en
todos lados. Uno después de otro entraron en la tienda. Juan declaró que los
seguiría sin resistencia, pues sabía que su tiempo era llegado y que debía dar
lugar a Jesús. No necesitaban ponerle ligaduras, pues él iba a seguirlos
voluntariamente; que lo llevasen sin hacer ruido. De este modo los veinte
hombres se alejaron de allí con Juan. Juan llevaba solamente su piel de
camello y su bastón de caminante. Se aproximaron, sin embargo, algunos
discípulos cuando lo llevaban. Juan, con una mirada, se despidió de ellos y
les dijo que lo visitasen en su prisión. Empezó a juntarse la gente: los
discípulos y muchos otros, y decían: «Se llevan a Juan». Se oyó entonces un
clamor de llantos y de quejas. Querían seguirle y no sabían que camino
habían tomado, pues los soldados se habían apartado del sendero
acostumbrado y seguían otro completamente nuevo, en dirección al Sur. Se
levantó un gran clamoreo, llantos y gemidos. Los discípulos se
desparramaron en todas direcciones y huyeron como en la prisión de Jesús.
De este modo se esparció la nueva por todo el país de la Palestina.
Juan fue llevado primero a una torre de Hesebon; los soldados habían
caminado con él durante toda la noche. A la manaña vinieron otros soldados
al encuentro de éstos, pues ya se había hecho público que Juan estaba preso
y la gente se reunía aquí y allá. Los soldados que lo llevaron eran una
especie de guardias de su real persona; tenían coraza escamada, el pecho y
las espaldas protegidas y largas lanzas. En Hesebon se reunieron muchas
personas delante de la prisión de Juan, de modo que los guardianes tenían
bastante trabajo en alejarlos. Había aberturas arriba del encierro, y Juan,
estando en su prisión, gritaba, de modo que lo oían los de fuera, diciendo
que había arreglado los caminos, quebrado rocas, derribado árboles, dirigido
corrientes de agua, cavado pozos, teniendo que hacerlo todo con mil
dificultades y contrariedades; que así era también el pueblo y por eso ahora
estaba preso. Les dijo que se dirigiesen a Aquél que les había señalado, que
ya llegaba sobre los caminos preparados. Cuando el Señor viene deben
alejarse los preparadores del camino: todos deben dirigirse ahora al Señor
Jesús, del cual él no era digno de desatar las correas de sus zapatos. Jesús
era la luz y la verdad y el Hijo de Dios. Estas y otras cosas semejantes les
decía. A los discípulos les pedía que lo visitasen en su prisión, pues aún no
se atreverían a poner las manos en él, y que su hora aún no había llegado.
Decía todas estas cosas tan claras y tan altamente como si todavía estuviera
en su antiguo lugar de enseñanza ante la muchedumbre. Poco a poco fue
desalojada esta turba de pueblo.
Esta aglomeración de gente ante su prisión y estos discursos de Juan a los
de afuera se repitieron varias veces. Juan fue llevado después por los
soldados desde Hesebon a la prisión de Macherus, que estaba en una altura.
Lo vi sentado con otros en un carro bajo, cubierto y angosto, parecido a un
cajón y tirado por asnos. Llegados a Macherus lo llevaron a la fortaleza;
pero no lo metieron por la puerta común, sino que lo llevaron a un portillo
donde abrieron una entrada cubierta de hierbas, y bajaron algunos escalones
hasta una puerta de bronce que llevaba a un sótano espacioso, que tenía
aberturas arriba para la luz y que habían limpiado pero dejado sin ninguna
comodidad.
Herodes se había retirado desde el baptisterio de Juan a su castillo de
Herodium , que había edificado el viejo Herodes, y donde una vez por
diversión había hecho ahogar algunas personas en un estanque. Allí se
mantenía apartado por el mal humor y no dejaba verse de nadie. Algunos
pedían audiencia para quejarse de la prisión de Juan; por esto estaba algo
temeroso y se mantenía encerrado en sus departamentos. Después de algún
tiempo pudieron los discípulos. aunque pocos, acercarse a la prisión, hablar
con él y alcanzarle algunas cosas a través de las rejas. Si eran muchos, los
soldados los alejaban. Juan mandó a sus discípulos de Ainon que bautizaran
hasta tanto viniese Jesús e hiciese bautizar por los suyos. La prisión de Juan
era espaciosa y clara, pero para descansar sólo había un banco de piedra.
Juan se mantenía serio y tranquilo. Siempre tuvo algo de triste y de
impresionante en su rostro, como quien debía anunciar al Cordero de Dios y
señalarlo a las gentes, aunque sabiendo que a ese Cordero de Dios lo habían
de matar los mismos a quienes él lo anunciaba y lo señalaba.

XIII
Jesús otra vez en Betania
Desde Cafarnaúm se dirigió Jesús camino de Betania, con Lázaro y los
cinco discípulos de Jerusalén a la comarca de Betulia. En realidad, no
entraron en esta ciudad situada en una altura; el camino los llevaba por los
contornos en dirección de Jezrael, cerca de donde Lázaro tenia una especie
de posada con jardín. Los discípulos los habían precedido para preparar la
comida. Un hombre de confianza de Lázaro cuidaba el puesto. Era muy de
mañana cuando llegaron, se lavaron los pies, se sacudieron el polvo,
tomaron algún alimento y descansaron. Desde Jezrael pasaron un riachuelo
y dejando a Scythopolis y a Salem a la izquierda atravesaron la ladera de
una montaña en dirección del Jordán. Cruzaron el Jordán al Sur de Samaria
y descansaron, porque ya era de noche, algunas horas en una altura a orillas
del Jordán, donde vivían unos buenos pastores. Antes de amanecer estaban
ya andando entre Gilgal y Hay, a través del desierto de Jericó. Jesús y
Lázaro marchaban juntos. Los discípulos habían tomado otro camino,
adelantándose algún tanto. Jesús y Lázaro anduvieron todo el día por
caminos solitarios y no entraron en ninguna población ni albergue, aunque
Lázaro tenía algunos en estos lugares poco poblados.
Pocas horas antes de llegar a Betania se adelantó Lázaro y Jesús siguió solo
su camino. En Betania estaban ya reunidos los cinco discípulos de Jerusalén,
otros quince adeptos de Jesús y siete de las santas mujeres. He visto allí a
Saturnino, Nicodemus, José de Arimatea, sus sobrinos (Aram y Themeni),
los hijos de Simeón (Obed y otros dos), los hijos de Juana Chusa y de
Verónica y los de Obed. Entre las mujeres estaban Serafia (Verónica), Juana
Chusa, Susana (hija de un hermano mayor de San José llamado Cleofás).
María Marcos, la viuda de otro Obed, Marta y su fiel criada, que lo era
también de Jesús y sus discípulos. Todas estas personas esperaban
silenciosas la llegada de Jesús, en un gran salón subterráneo en la casa de
Lázaro. Hacia la tarde llegó Jesús y entró por una puerta reservada en el
jardín. Lázaro le salió al encuentro en una sala de la casa y le lavó los pies.
Había una fuente cavada a la cual afluía el agua desde la casa y Marta había
mezclado agua fría con caliente para templarla. Jesús se sentó en el borde de
la fuente y puso los pies dentro, mientras Lázaro los lavaba y los secaba
Luego sacudió los vestidos de Jesús del polvo del camino, le acomodó otras
suelas a los pies y le trajo alimento.
Después fueron Jesús y Lázaro a través de una enramada larga, hacia la sala
subterránea. Las mujeres se cubrieron con el velo y se hincaron delante de
Él; los hombres sólo se inclinaron profundamente. Jesús saludó a todos y los
bendijo. Después se sentaron a comer. Las mujeres estaban en un extremo
de la mesa, sentadas, con las piernas cruzadas. Nicodemus se manifiesta
siempre muy ansioso de la palabra de Jesús. Como los hombres hablaban,
quejándose, irritados, por la prisión de Juan, Jesús dijo: «Esto debe suceder
así y entra en la voluntad de Dios. Mejor es no hablar de esto y no excitar a
nadie ni llamar la atención, para no aumentar el peligro». Si Juan no hubiese
sido removido no hubiera podido obrar Él en estos lugares. «Las flores,
añadió, deben caer de los árboles cuando llega el fruto». Hablaban, también
irritados, por el espionaje de los fariseos y sus persecuciones. Jesús les
mandó callar y permanecer tranquilos. Lamentó la ceguera de los fariseos y
contó la parábola del mayordomo infiel. Los fariseos son también
mayordomos infieles; pero no tan prudentes como aquél, y por consiguiente
no tendrán ya refugio el día de su reprobación.
Después de la comida pasaron a otra sala donde ya estaban las lámparas
encendidas y Jesús guió las oraciones, porque se celebraba el Sábado. Habló
aún con los hombres y luego se retiraron a descansar. Cuando todo estaba en
silencio y todos dormían, se levantó Jesús secretamente, sin que nadie lo
notara, y se fue a la cueva del Huerto de los Olivos, donde más tarde, antes
de su pasión, sudó sangre. Jesús rogó varias horas a su Padre celestial
pidiéndole fuerzas para su misión. Antes de rayar el alba, volvió a Betania
sin ser notado.
Los hijos de Obed, que eran servidores del templo, fueron con otros a
Jerusalén; los demás permanecieron quietos en casa y nadie se enteró de la
presencia de Jesús en Betania. Jesús habló hoy, durante la comida, de sus
viajes a las ciudades de la Alta Galilea, Amead, Adama y Seleucia; y como
los hombres hablaron con vehemencia contra las sectas, les reprochó su
dureza en juzgar y les contó la parábola de un hombre que había caído en
mano de los ladrones en el camino de Jericó, y cómo un samaritano se
compadeció más de este infeliz que los levitas. He oído varias veces ésta y
otras parábolas, pero siempre con nuevas aplicaciones. Habló también de la
suerte y del fin de Jerusalén. De noche, mientras todos dormían, fue Jesús
de nuevo a la gruta del Huerto de los Olivos a rezar. Derramó muchas
lágrimas y tuvo gran miedo y turbación. Era como un hijo que se dispone a
emprender una gran obra de su padre y que antes se echa en los brazos de su
Padre para recibir consuelo y fuerza.
Mi guía (el ángel custodio) me dijo que cuantas veces estaba en Betania y
tenía algunas horas libres, se venía aquí a rezar. Era esta una preparación
para su última oración y lucha en el Huerto de los Olivos. Me fue mostrado
que Jesús oraba y se recogía especialmente en este lugar, porque Adán y
Eva, echados del Paraíso terrenal, pisaron la tierra maldecida por primera
vez en este Huerto de los Olivos. Los he visto en esta gruta lamentarse y
llorar y orar. Vi también que Caín, trabajando aquí, comenzó a pensar y
determinó matar a su hermano Abel. Yo pensé en Judas. He visto que Caín
llevó a cabo la muerte de su hermano en el monte Calvario, y que luego
aquí, en el Huerto de los Olivos, lo llamó Dios a cuentas. Jesús, al rayar el día,
se encontraba de nuevo en Betania.