De la Natividad de la Virgen a la muerte del patriarca San José- Sección 9

XXXVII
La festividad del Sábado
José preparó su lámpara y se puso a orar en compañía de la Virgen Santísima,
guardando la observancia del sábado con piedad conmovedora.
Comieron alguna cosa y descansaron sobre esteras extendidas en el suelo.
Vi a la Sagrada Familia permanecer allí todo el día. María y José oraban
juntos. He visto a la mujer del dueño de la posada pasar el día al lado de
María con sus tres hijos. Allegóse también aquella mujer que los había hospedado
la víspera, con dos de sus hijos. Se sentaron al lado de María amigablemente,
quedando muy impresionados por la modestia y la sabiduría de la
Virgen, que conversó también con los niños, dándoles algunas útiles instrucciones.
Los niños tenían pequeños rollos de pergamino. María les hizo
leer y les habló de modo tan amable que las criaturas no apartaban la vista ni
un instante de ella. Era algo muy comnovedor ver esta atención de los niños
y escuchar las enseñanzas de María. Al caer la tarde vi a José paseando con
el dueño de la posada por los alrededores, mirando los campos y los jardines
y tratándose familiannente. Así veo a las personas piadosas del país en el
día festivo del sábado. Los santos viajeros quedaron en ese lugar la noche
siguiente. Los buenos esposos de la posada se encariñaron sumamente con
María y le pidieron que se quedara con ellos hasta el nacimiento del Niño.
Le mostraron una habitación muy cómoda, y la mujer se ofreció a servirles
de todo corazón y con amable insistencia; pero los viajeros reanudaron su
viaje por la mañana muy temprano y descendieron por el Suroeste de la
montaña, hacia un hermoso valle. Se alejaron aún más de Samaria. Mientras
iban descendiendo se podía ver el templo del monte Garizim, pues se lo ve
desde muy lejos. Sobre el techo hay fíguras de leones o de otros animales
semejantes, que brillan a los rayos del sol
Hoy los he visto hacer unas seis leguas de camino. Al atardecer se encontraban
en una llanura a una legua al Sureste de Siquem. Entraron en una casa
de pastores bastante grande donde fueron recibidos bien. El dueño de casa
estaba encargado de cuidar los campos y jardines, propiedad de una vecina
ciudad. La casa no estaba en la llanura sino sobre una pendiente. Todo era
fértil en esta comarca y en mejores condiciones que el país recorrido anteriormente;
pues aquí se estaba de cara al sol lo que en la Tierra Prometida
es causa de una diferencia notable en esta época del año. Desde este lugar
hasta Belén se encuentran muchas de estas viviendas pastoriles diseminadas
en los valles. Algunas hijas de pastores, que vivían en estos lugares, se casaron
más tarde con servidores que habían venido con los Reyes Magos, y se
quedaron en la comarca. De uno de estos matrimonios era un niño curado
por Nuestro Señor, en esta misma casa, a instancias de María, el 31 de Julio
de su segundo año de predicación, después de su diálogo con la Samaritana.
Jesús eligió luego a este joven y a otros dos para acompañarlo durante el
viaje que hizo por Arabia después de la muerte de Lázaro. Este joven fue
más tarde discípulo del Señor. He visto que Jesús se detuvo aquí con frecuencia
para predicar y enseñar. Ahora José bendice a algunos niños que
encontró en la casa.

XXXVIII
Los viajeros son rechazados en varias casas
Hoy los he visto seguir un sendero más uniforme. La Virgen desmontaba
a ratos, siguiendo a pie algunos trechos. A menudo se detenían en
lugares apropiados para tomar alimento. Llevaban panecillos y una bebida
que refresca y fortalece, en recipientes muy elegantes, con dos asas que parecían
de bronce por el brillo. Esta bebida era el bálsamo que tomaban mezclado
con agua. Recogían bayas y frutas de los árboles y arbustos en los lugares
más expuestos al sol. La montura de María tenía a derecha e izquierda
unos rebordes sobre los cuales apoyaba los pies: de esa manera no quedaban
en el aire, como veo a la gente de nuestro país. Los movimientos de María
eran siempre sosegados, singularmente modestos. Se sentaba alternativamente
a derecha e izquierda. La primera diligencia de José, cuando llegaban
a un lugar, era buscar un sitio donde María pudiese sentarse y descansar
cómodamente. Ambos se lavaban con frecuencia los pies.
Era de noche cuando llegaron a una casa aislada. José llamó y pidió hospitalidad;
pero el dueño de casa no quiso abrir. José le explicó la situación de
María, diciendo que no estaba en condición de seguir su camino y agregando
que no pedía hospedaje gratis. Todo fue inútil: aquel hombre duro y grosero
respondió que su casa no era una posada, que lo dejaran tranquilo, que
no golpeasen a la puerta. Ni siquiera abrió la puerta para hablar, sino que
dio su respuesta desde el interior. Los viajeros continuaron su camino, y al
poco tiempo entraron en un cobertizo cerca del cual habían visto detenerse a
la borriquilla. José encendió luz y preparó un lecho para María, que lo ayudaba
en todo esto. Metió al asno y le dio forraje. Rezaron, comieron y durmieron
algunas horas. Desde la última posada hasta aquí habría unas seis
leguas. Se hallaban ahora a unas veintiséis de Nazaret y a unas diez de Jerusalén
Hasta aquel camino no habían seguido el sendero principal, sino atravesando
otros de comunicación que iban del Jordán a Samaria, tocando las
grandes rutas que llevan de Siria a Egipto. Los atajos eran muy angostos y
en las montañas se hallaban a menudo tan apretados que les era necesario
tomar muchas precauciones para poder andar sin tropezar ni dar caídas. Los
asnos avanzaban con paso muy seguro. El refugio estaba sobre un terreno
llano.
Antes de aclarar el día partieron y tomaron un camino que volvía a subir.
Me parece que llegaron a la ruta que lleva de Gábara hasta Jerusalén, que en
este lugar era el límite entre Samaria y Judea. En otra casa donde pidieron
hospitalidad fueron igualmente rechazados groseramente. A varias leguas al
Noreste de Betania, Maria se sintió muy fatigada, y deseó descansar y tomar
alimento. José se desvió una legua de camino en busca de una higuera grande
que solía estar cargada de higos, en torno de la cual había asientos para
descansar a su sombra. José conoció el lugar en uno de sus anteriores viajes.
Al llegar a la higuera no encontró en ella ni una fruta, lo cual lo entristeció
mucho. Recuerdo, vagamente que Jesús halló más tarde esta higuera cubierta
de hojas verdes, pero sin frutos. Creo que el Señor la maldijo en ocasión
que había salido de Jerusalén, y el árbol se secó por completo. Más tarde se
acercaron a una casa cuyo dueño trató ásperamente a José, que le había pedido
humildemente hospitalidad. Miró luego a la Santísima Virgen, a la luz
de una lintema, y se burló de José porque llevaba una mujer tan joven. En
cambio la dueña de casa se acercó y se compadeció de María: le ofreció una
habitación en un edificio vecino y les llevó panecillos para su alimento. El
marido se arrepintió de haber sido descomedido y se mostró luego más servicial
con los santos viajeros. Más tarde llegaron a otra casa habitada por
una pareja joven. Aunque fueron recibidos, no lo hicieron con cortesía y casi
ni se ocuparon de ellos. Estas personas no eran pastores sencillos, sino
como campesinos ricos, gente ocupada en negocios. Más tarde Jesús visitó
una de estas casas, después de su bautismo. La habitación donde la Sagrada
Familia había pasado la noche, la habían convertido en oratorio. No recuerdo
si era propiamente la casa aquélla cuyo dueño se burló de José. Recuerdo
vagamente que el arreglo lo hicieron después de los milagros que sucedieron
al nacimiento de Jesús.

XXXIX
Ultimas etapas del camino
En las últimas etapas José se detuvo varías veces, pues María estaba cada
vez más fatigada. Siguiendo el camino indicado por la borriquílla,
hicieron un rodeo de un día y medio al Este de Jerusalén. El padre de José
había poseído algunos pastizales en aquella comarca, y él conocía bien la
región. Sí hubieran seguido atravesando directamente el desierto que se
halla al Mediodía, detrás de Betania, hubieran podido llegar a Belén en seis
horas; pero el camino era montañoso y muy incómodo en esta estación.
Siguieron a la borriquilla a lo largo de los valles y se acercaron algo al
Jordán.
Hoy vi a los santos caminantes que entraban en pleno día en una casa grande
de pastores. Está a tres leguas de un lugar donde Juan bautizaba más tarde
en el Jordán y a siete de Belén. Es la misma casa donde Jesús, treinta
años más tarde, estuvo la noche del 11 de Octubre, víspera del día en que
por primera vez, después de su bautismo, pasó delante de Juan Bautista.
Junto a la casa, y un tanto apartada de ella, había una granja donde guardaban
los instrumentos de labranza y los que usaban los pastores. El patio tenía
una fuente rodeada de baños que recibían las aguas de aquélla mediante
conductos especiales. El dueño parecía tener extensas propiedades y allí
mismo tenía un tráfico considerable. He visto que iban y venían varios servidores
que comían en aquella finca. El dueño recibió a los viajeros muy
amigablemente, se mostró muy servicial y los condujo a una cómoda habitación,
mientras algunos servidores se ocuparon del asno. Un criado lavó en
una fuente los pies de José y le dio otras ropas mientras limpiaba las suyas
cubiertas de polvo. Una mujer rindió los mismos servicios a María. En esta
casa tomaron alimento y durmieron. La dueña de casa tenía un carácter bastante
raro: se había encerrado en su casa y a hurtadillas observaba a María, y
como era joven y vanidosa, la belleza admirable de la Virgen la había llenado
de disgusto. Temía también que María se dirigiera a ella para pedirle que
le permitiese quedarse hasta dar a luz a su Niño. Tuvo la descortesía de no
presentarse siquiera y buscó medios para que los viajeros partieran al día
siguiente. Esta es la mujer que encontró Jesús allí, treinta años más tarde,
ciega y encorvada, y que sanó y curó después de hacerle advertencias sobre
su poca caridad y su vanidad de un tiempo. He visto algunos niños. La santa
Familia pasó la noche en este lugar.
Hoy al medio día vi a la Sagrada Familia abandonar la finca donde se habían
alojado. Algunos de la casa los acompañaron cierta distancia. Después de
unas dos leguas de camino, llegaron al anochecer a un lugar atravesado por
un gran sendero, a cuyos lados se levantaba una fila de casas con patios y
jardines. José tenía allí parientes. Me parece que eran los hijos del segundo
matrimonio de su padrastro o madrastra. La casa era de muy buena apariencia;
sin embargo, atravesaron este lugar sin detenerse. A media legua dieron
vuelta a la derecha, en dirección de Jerusalén, y arribaron a una posada
grande en cuyo patio había una fuente con cañerías de agua. Encontraron
reunidas a muchas gentes que celebraban un funeral. El interior de la casa,
en cuyo centro estaba el hogar con una abertura para el humo, había sido
transformado en una amplia habitación, suprimiendo los tabiques movibles
que separaban ordinariamente las diversas piezas. Detrás del hogar había
colgaduras negras y frente a él algo así como un ataúd cubierto de paño negro.
Varios hombres rezaban. Tenían largas vestimentas de color negro y
encima otros vestidos blancos más cortos. Algunos llevaban una especie de
manipulo negro, con flecos, colgado del brazo. En otra habitación estaban
las mujeres completamente envueltas en sus vestiduras, llorando, sentadas
sobre cofres muy bajos. Los dueños de casa, ocupados en la ceremonia fúnebre,
se contentaron con hacerles señas de que entrasen; pero los servidores
los recibieron muy cortesmente y se ocuparon de ellos. Les prepararon
un alojamiento aparte con esteras suspendidas, que le daba aspecto de carpa.
Más tarde he visto a los dueños de casa visitando a la Sagrada Familia, en
amigable conversación con ellos. Ya no llevaban las vestiduras blancas. José
y María tomaron alimento, rezaron juntos y se entregaron al descanso.
Hoy a mediodía Maria y José se pusieron en camino hacia Belén de donde
se hallaban sólo a unas tres leguas. La dueña de casa insistía en que se quedaran,
prareciéndole que María daría a luz de un momento a otro. María, bajándose
el velo, respondió que debía esperar treinta y seis horas aún. Hasta
me parece que haya dicho treinta y ocho. Aquella mujer los hubiera hospedado
con gusto, no en su casa, sino en otro edificio cercano. En el momento
de la partida vi que José, hablando de sus asnos con el dueño de la casa,
elogiaba los animales de éste, y dijo que llevaba la borriquilla para empeñarla
en caso de necesidad. Los huéspedes hablaron de lo difícil que seria para
ellos encontrar alojamiento en Belén, y José dijo que tenía varios amigos
allá y que estaba seguro de ser bien recibido. A mi me apenaba oirle hablar
con tanta convicción de la buena acogida que le harían. Aún habló de esto
mismo con María en el camino. Vemos, pues, que hasta los santos pueden
estar en error.

XL
Llegada a Belén
Desde el último alojamiento, Belén distaba unas tres leguas. Dieron un
rodeo hacia el Norte de la ciudad acercándose por el Occidente. Se
detuvieron debajo de un árbol, fuera del camino, y María bajó del asno, ordenándose
los vestidos. José se dirigió con María hacia un gran edificio rodeado
de construcciones pequeñas y de patios a pocos minutos de Belén.
Había allí muchos árboles. Numerosas personas habían levantado sus carpas
en ese lugar. Ésta era la antigua casa paterna de la familia de David, que fue
propiedad del padre de San José. Habitaban en ella parientes o gente relacionada
con José; pero éstos no lo quisieron reconocer y lo trataron como a
extraño. En esta casa se cobraban entonces los impuestos para el gobierno
romano. José entró acompañado de María, llevando el asno del cabestro,
pues todos debían darse a conocer cuando llegaban, y allí recibían el permiso
para entrar en Belén
La borriquilla no está junto a ellos: va corriendo alrededor de la ciudad,
hacia el Mediodía, donde hay un vallecito. José ha entrado en el gran edificio.
María se encuentra en compañía de varias mujeres en una casa pequeña
que da al patio. Estas mujeres son bastante benévolas y le dan de comer,
pues cocinan para los soldados de la guarnición. Son soldados romanos; tienen
correas que cuelgan de la cintura. La temperatura no es fría: es agradable;
el sol se muestra por encima de la montaña, entre Jerusalén y Betania.
Desde este lugar se contempla un paisaje muy hermoso. José se halla en una
habitación espaciosa, que no está en el piso bajo. Le preguntan quién es y consultan
grandes rollos escritos, algunos suspendidos de los muros; los
despliegan y leen su genealogía, como también la de María. José parecía no
saber que también María, por Joaquín, descendía en linea directa de David.
El hombre pregunta dónde se halla su mujer. Hacía unos siete años que no
habían regularizado el impuesto para la gente del país, a causa de cierta confusión
y desorden. Este impuesto se halla en vigor desde hace dos meses: se
pagaba en los siete años precedentes, pero sin regularidad. Ahora es necesario
pagarlo dos veces. José ha llegado un poco retrasado para pagarlo, pero a
pesar de ello lo tratan con cortesía. Aún no ha pagado. Le preguntan cuáles
son sus medios de vida; él responde que no posee bienes raíces, que vivía de
su oficio y que además recibía ayuda de su suegra.
Hay en la casa gran cantidad de escribientes y empleados. Arriba están los
romanos y los soldados. Veo fariseos, saduceos, sacerdotes, ancianos, cierto
número de escribas y otros funcionarios romanos y judíos. No hay ningún
otro comité semejante en Jerusalén; pero los hay en otros lugares del país,
como Mágdala, cerca del lago de Genesaret, adonde acuden a pagar las gentes
de Galilea y de Sidón, según creo. Sólo aquéllos que no tienen bienes
raíces, sobre los cuales recae el impuesto correspondiente, tienen que presentarse
en el lugar de su nacimiento. Este impuesto será dividido dentro de
tres meses en tres partes, cada uno con destino diferente. Una parte es para
el emperador Augusto, para Herodes y para otro príncipe que habita cerca
de Egipto. Habiendo participado en una guerra y teniendo derechos sobre
una parte del país, es preciso darle algo. La segunda parte está destinada a la
construcción del Templo: me parece que debe servir para abonar una deuda
contraída. La tercera debiera ser para las viudas y los pobres, que desde
tiempo no reciben nada; pero como casi siempre sucede, aún en nuestra
época, este dinero no llega casi nunca adonde debe llegar. Se dan estos buenos
motivos para exigir el impuesto, pero casi todo queda en manos de los
poderosos.
Cuando estuvo arreglado lo de José, hicieron venir a María ante los escribas,
pero no pidieron papeles. Dijeron a José que no era necesario haber traído a
su mujer consigo. Añadieron algunas bromas a causa de la juventud de María,
dejando al pobre José lleno de confusión.

XLI
La Sagrada Familia se refugia en la gruta
Entraron en Belén. Las casas aparecen muy separadas unas de otras. Entraron
por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida.
María se quedó tranquila, junto al asno, al comienzo de una calle, mientras
José buscaba inútilmente alojamiento entre las primeras casas. Había muchos
extranjeros y se veían numerosas personas yendo de un lado a otro. José
volvió junto a María, diciéndole que no era posible encontrar alojamiento;
que debían penetrar más dentro de la ciudad. Caminaban llevando José al
asno del cabestro y María iba a su lado. Cuando llegaron a la entrada de otro
calle, María permaneció junto al asno, mientras José iba de casa en casa;
pero no encontró ninguna donde quisieran recibirlos. Volvió lleno de tristeza
al lado de María. Esto se repitió varias veces, y así tuvo María que esperar
largo rato. En todas partes decían que el sitio estaba ya tomado, y
habiéndolo rechazado en todas partes, José dijo a María que era necesario ir
a otro lado en donde, sin duda, encontrarían lugar. Retomaron la dirección
contraria a la que habían tomado al entrar y se dirigieron hacia el Mediodía.
Siguieron una calleja que más parecía un camino entre la campiña, pues las
casas estaban aisladas, sobre pequeñas colinas. Las tentativas fueron también
allí infructuosas.
Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas,
encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado.
En él había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol
grande, parecido al tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando techumbre
alrededor. José condujo a María bajo este árbol, y le arregló un
asiento con los bultos al pie, para que pudiera descansar, mientras él volvía
en busca de mejor asilo en las casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza
pegada al árbol. María, al principio, permanecía de pie, apoyada al tronco
del árbol. Su vestido de lana blanca, sin cinturón, caíale en pliegues alrededor.
Tenía la cabeza cubierta por un velo blanco. Las personas que pasaban
por allí la miraban, sin saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de
ellos, ¡Qué paciente, qué humilde y qué resignada estaba María! Tuvo que
esperar mucho tiempo. Por fin sentose sobre las colchas, poniéndose las
manos juntas en el pecho, con la cabeza baja. José regresó lleno de tristeza,
pues no había podido encontrar posada ni refugio. Los amigos de quienes
había hablado a María apenas si lo reconocían. José lloró y María lo consoló
con dulces palabras. Fue una vez más, de casa en casa, representando el estado
de su mujer, para hacer más eficaz la petición; pero era rechazado pre-
cisamente también a causa de eso mismo.
El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se habían detenido mirándola
de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a alguien que
permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde. Creo que
algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era. Al fin volvió
José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María. Le dijo que
había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la ciudad,
donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños: que
allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su
juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia
allí para rezar fuera del alcance de sus perseguidores. Decía José que si los
pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en
esa época del año. Añadió que cuando ella estuviera tranquila en aquel lugar,
él volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado. Salieron,
pues, de Belén por el Este siguiendo un sendero desierto que torcía a la izquierda.
Era un camino semejante al que anduvieran a lo largo de los muros
desmoronados de los fosos de las fortificaciones derruidas de una pequeña
ciudad: se subía un tanto al principio, luego descendía por la ladera de un
montecillo. y los condujo en algunos minutos al Este de Belén, delante del
sitio que buscaban, cerca de una colina o antigua muralla que tenía delante
algunos árboles: terebintos o cedros de hojas verdes; otros tenían hojas pequeñas
como las del boj.

XLII
Descripción de la gruta de Belén
En la extremidad Sur de la colina, alrededor de la cual torcía el camino
que lleva al valle de los pastores, estaba la gruta en la cual José buscó
refugio para María. Había allí otras grutas abiertas en la misma roca. La entrada
estaba al Oeste y un estrecho pasadizo conducía a una habitación redondeada
por un lado, triangular por otro, en la parte Este de la colina. La
gruta era natural; pero por el lado del Mediodía, frente al camino que llevaba
al valle de los pastores, se habían hecho algunos arreglos consistentes en
trabajos toscos de mampostería. Por el lado que miraba al Mediodía había
otra entrada, que generalmente estaba tapiada. José volvió a abrirla para
mayor comodidad. Saliendo por allí hacia la izquierda, había otra abertura
más amplia, que llevaba a una cueva estrecha e incómoda a mayor profundidad,
que terminaba debajo de la gruta del pesebre. La entrada común a la
gruta del pesebre miraba hacia el Oeste. Desde el lugar se podían ver los
techos de algunas casitas de Belén. Saliendo de allí y torciendo a la derecha,
se llegaba a una gruta más profunda y oscura, en la cual hubo de ocultarse
María alguna vez. Delante de la entrada, al Oeste, había un techito de juncos
apoyado sobre estacas, que se extendía al Mediodía y cubría la entrada de
ese lado, de modo que se podía estar a la sombra delante de la gruta. En la
parte Meridional tenía la gruta tres aberturas, con rejas por arriba, por donde
entraba aire y luz. Una abertura semejante había en la bóveda de la misma
roca: estaba cubierta de césped y era la extremidad de la altura sobre la cual
estaba edificada la ciudad de Belén. Pasando del corredor, que era más alto,
a la gruta, formada por la misma naturaleza, había que descender más. El
suelo en tomo de la gruta se alzaba, de modo que la gruta misma estaba rodeada
de un banco de piedra de variable anchura.
Las paredes de la gruta, aunque no completamente lisas, eran bastantes uniformes
y limpias, hasta agradables a la vista. Al Norte del corredor había
una entrada a otra gruta lateral más pequeña. Pasando delante de esta entrada,
se hallaba el sitio donde José solía encender fuego; luego la pared daba
vuelta al Noreste en la otra gruta, más amplia, situada a mayor altura. Allí
he visto más tarde el asno de José. Detrás de este sitio había un rincón bastante
grande, donde cabía el asno con suficiente forraje. En la parte Este de
esta gruta, frente a la entrada, fue donde se encontraba la Virgen Santísima
cuando nació de ella la Luz del mundo. En la parte que se extiende al Mediodía
estaba colocado el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús. El pesebre
no era sino una gamella excavada en la piedra misma, destinada a dar de
beber a los animales. Encima tenía un comedero, con ancha abertura, hecho
de enrejado de maderas y alzado sobre cuatro patas, de modo que los animales
podían alcanzar cómodamente el heno o el pasto colocado allí. Para beber
no tenían más que agachar la cabeza al bebedero de piedra que estaba
debajo. Delante del pesebre, hacia el Este de esta parte de la gruta, estaba
sentada la Virgen con el Niño Jesús cuando vinieron los tres Reyes a ofrecerle
sus dones. Saliendo del pesebre, y dando vuelta al Oeste en el corredor
delante de la gruta, se pasaba por frente a la entrada Meridional antedicha y
se llegaba a un sitio donde hizo José más tarde su habitación, separándola
del resto mediante tabiques de zarzos. En ese lado había una cavidad donde
él depositaba varios objetos. Afuera, en la parte Meridional de la gruta, pasaba
el camino que conducía al valle de los pastores. Diseminadas por las
colinas, veíanse casitas, y en el llano cobertizos con techos de cañas, sostenidos
por estacas. Delante de la gruta la colina bajaba a un valle sin salida,
cerrado por el Norte, ancho de más o menos medio cuarto de legua. Había
allí zarzales, árboles y jardines.
Atravesando una hermosa pradera. donde había una fuente, y pasando bajo
los árboles alineados con simetría, se llegaba al Este del valle, en el cual se
encontraba una colina prominente y en ella la gruta de la tumba de Maraha,
la nodriza de Abraham. Se llama también la Gruta de la leche. La Virgen
Santísima se refugió allí con el Niño Jesús repetidas veces. Sobre esta gruta
había un gran árbol, alrededor del cual veíanse algunos asientos. Desde aquí
se podía contemplar a Belén mejor que desde la entrada de la gruta del pesebre.
He sabido muchas cosas de la gruta del pesebre, sucedidas en los antiguos
tiempos. Recuerdo, entre otras, que Set, el niño de la promesa, fue concebido
y dado a luz en esta gruta por Eva, después de un período de penitencia
de siete años. Fue allí donde un ángel le dijo que le daba Dios a Set en lugar
de Abel. Aquí fue escondido y alimentado Set, y en la gruta de Maraha,
pues sus hermanos querían quitarle la vida, como los hijos de Jacob lo intentaron
con José.
En una época muy lejana, donde he visto que los hombres vivían en grutas,
pude verlos a menudo haciendo excavaciones en la piedra para poder habitar
y dormir cómodamente en ellas con sus hijos, sobre pieles de animales o
sobre colchones de hierbas. La excavación hecha debajo de la gruta del pesebre,
puede haber servido de lecho a Set y a los habitantes posteriores. No
tengo ya certeza de estas cosas. Recuerdo también haber visto en mis visiones
de la predicación de Jesús que el 6 de Octubre el Señíor, después de su
bautismo, celebró la festividad del sábado en la gruta del pesebre, que los
pastores habían transformado en oratorio.
Abraham tenía una nodriza llamada Maraha, muy honrada por él y que llegó
a edad muy avanzada. Esta nodriza seguía a Abraham en todas partes montada
en un camello, y vivió a su lado, en Sucot, mucho tiempo. En sus últimos
tiempos lo siguió también al valle de los pastores, donde Abraham había
alzado sus carpas en los alrededores de la gruta. Habiendo pasado los cien
años y viendo llegar su última hora pidió a Abraham que la enterrara en esa
gruta, acerca de la cual hizo algunas predicciones, y a la que llamó Gruta de
la leche o Gruta de la nodriza. Aconteció en ella un hecho milagroso, que he
olvidado, y brotó allí una fuente del suelo. La gruta era entonces un corredor
estrecho y alto, abierto en una piedra blanca, no muy dura. De un lado había
una capa de esta materia que no alcanzaba hasta la bóveda. Trepando sobre
esta capa de materia se podía llegar hasta la entrada de otra gruta más alta.
La gruta fue ensanchada más tarde, puesto que Abraham hizo excavar su parte
lateral para la tumba de Maraha. Sobre un gran bloque de piedra había
una especie de gamella, también de piedra, sostenida por patas cortas y
gruesas. Quedé muy asombrada al no ver nada de esto en tiempos de Jesucristo.
Esta gruta de la tumba de la nodriza tenía una relación profética con
la Madre del Salvador, al alimentar allí oculto a su Hijo, al cual perseguían;
pues en la historia de la juventud de Abraham se halla también una persecución
figurativa de ésta, y su nodriza le salvó la vida ocultándolo en la gruta.
Esta gruta era desde tiempos de Abraham lugar de devoción, sobre todo para
las madres y nodrizas: en esto había algo de profético, pues en la nodriza de
Abraham se veneraba, en figura, a la Santísima Virgen, lo mismo como Elías
la había visto en aquella nube que traía la lluvia y le había dedicado un oratorio
en el monte Carmelo. Maraha había cooperado en cierta manera al advenimiento
del Mesías, habiendo alimentado con su leche a un antepasado
de María. No puedo expresar esto bien; pero todo era como un pozo profundo
que iba hasta la fuente de la vida universal y del que siempre se sirvieron,
hasta que María surgió como única fuente de agua limpia e inmaculada.
El árbol que extendía su sombra sobre la gruta, desde lejos parecía un gran
tilo; era ancho por abajo y terminaba en punta: era un terebinto. Abraham se
encontró con Melquisedec debajo de este árboL no recuerdo ahora en qué
ocasión. Este coposo árbol tenía algo de sagrado para los pastores y las gentes
de los alrededores: les gustaba descansar bajo su sombra y orar. No recuerdo
bien su historia, pero creo que el mismo Abraham lo plantó. Junto a
él había una fuente donde los pastores iban por agua en ciertas ocasiones y
le atribuían virtudes singulares. A ambos lados del árbol habían levantado
cabañas abiertas, para descansar, y todo esto estaba rodeado de un cerco
protector. Más tarde he visto que Santa Elena hizo construir allí una iglesia,
donde se celebró la santa Misa.