VII
El lavatorio de los pies
Se levantaron de la mesa, y mientras arreglaban sus vestidos, según
costumbre, para el oficio solemne, el mayordomo entró con dos criados para
quitar la mesa. Jesús le pidió que trajera agua al vestíbulo, y aquél salió de la
sala con sus criados. Jesús, de pie en medio de los apóstoles, les habló algún
tiempo con solemnidad. No puedo decir con exactitud el contenido de su
discurso. Me acuerdo que habló de su reino, de su vuelta hacia su Padre, de lo
que les dejaría al separarse de ellos, etc. Enseñó también sobre la penitencia,
la confesión de las culpas, el arrepentimiento y la justificación. Yo comprendí
que esta instrucción se refería al lavatorio de los pies; vi también que todos
reconocían sus pecados y se arrepentían, excepto Judas. Este discurso fue
largo y solemne. Al acabar Jesús, envió a Juan y a Santiago el Menor a buscar
agua al vestíbulo, y dijo a los apóstoles que arreglaran las sillas en semicírculo.
Él se fue al vestíbulo, y se puso y ciñó una toalla alrededor del cuerpo. Mientras
tanto, los apóstoles se decían algunas palabras, y se preguntaban entre sí cuál
sería el primero entre ellos; pues el Señor les había anunciado expresamente
que iba a dejarlos y que su reino estaba próximo; y se fortificaban más en la
opinión de que el Señor tenía un pensamiento secreto, y que quería hablar de
un triunfo terreno que estallaría en el último momento.
Estando Jesús en el vestíbulo, mandó a Juan que tomara un baño y a Santiago
un cántaro lleno de agua; en seguida fueron detrás de Él a la sala, en donde el
mayordomo había puesto una palangana.
Entrando Jesús de un modo tan humilde, reprochó a los apóstoles en breves
palabras la disputa que se había suscitado entre ellos: les dijo, entre otras
cosas, que Él mismo era su servidor; que debían sentarse para que les lavara
los pies. Se sentaron por el mismo orden en que estaban en la mesa. Jesús iba
del uno al otro, y les echaba sobre los pies agua del baño que llevaba Juan:
tomaba la extremidad de la toalla que lo ceñía, y se los enjugaba. Jesús
mostrábase enternecido mientras hacía este acto de humildad.
Cuando llegó a Pedro, éste quiso detenerle en su humillación, y le dijo: «Señor:
¿Tu lavarme los pies a mi?» El Señor le respondió: «Tú no sabes ahora lo que
hago, pero lo sabrás más tarde». Me pareció que le decía aparte: «Simón, has
merecido saber de mi Padre quién soy Yo, de dónde vengo y adónde voy; tú
solo lo has confesado expresamente, y por eso edificaré sobre ti mi Iglesia, y
las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mi fuerza será con tus
sucesores hasta el fin del mundo». Jesús lo mostró a los apóstoles, diciendo:
«Cuando yo me vaya, éste ocupara mi lugar». Pedro le dijo: ‘Tú no me lavarás
jamás los pies». El Señor le respondió: «Si no te lavo los pies, no tendrás parte
conmigo». Entonces Pedro añadió: «Señor, lávame, no sólo los pies, sino
también las manos y la cabeza». Jesús respondió: «El que ha sido ya lavado, no
necesita lavarse más que los pies; está purificado en todo el resto; vosotros,
pues, estáis purificados, pero no todos». Estas palabras se dirigían a Judas.
Había hablado del lavatorio de los pies como de una purificación de las culpas
diarias, porque los pies, estando sin cesar en contacto con la tierra, pierden su
aseo constantemente si no se tiene cuidado. Este lavatorio de los pies fue
espiritual, y como una especie de absolución. Pedro, en medio de su celo, no
vio más que una humillación harto grande para su Maestro: no sabía que Jesús
al día siguiente, para salvarlo, se humillaría hasta sufrir muerte ignominiosa en
cruz.
Cuando Jesús lavó los pies a Judas, fue del modo más cordial y más
afectuoso: acercó la cara a ellos; le dijo en voz baja que debía entrar en sí
mismo; que hacía un año que era traidor e infiel. Judas hacía como que no le
oía, y hablaba con Juan. Pedro se irritó, y le dijo; «Judas, el Maestro te habla».
Entonces Judas dio a Jesús una respuesta vaga y evasiva, como: «Señor, ¡Dios
me libre!» Los otros no habían advertido que Jesús hablaba con Judas, pues
hacíalo bastante bajo para que no le oyeran, y además estaban ocupados en
ponerse el calzado.
En toda la Pasión nada afligió tanto al Salvador como la traición de Judas.
Jesús lavó también los pies a Juan y a Santiago. Enseñó sobre la humildad: les
dijo que el que servía a los otros era el mayor de todos; y que desde entonces
debían lavarse con humildad los pies unos a otros; en seguida se puso sus
vestidos. Los apóstoles desataron los suyos, que antes se recogieran para
comer el cordero pascual.
VIII
Institución de la Sagrada Eucaristía
Por orden del Señor, el mayordomo puso de nuevo la mesa, que no había
acabado de alzar: púsola en medio de la sala, y colocó sobre ella un jarro lleno
de agua y otro lleno de vino. Pedro y Juan fueron a la parte de la sala en donde
estaba el hornillo del cordero pascual, para tomar el cáliz que habían traído de
la casa de Serafia, y que estaba en su bolsa. Lo trajeron entre los dos como un
tabernáculo, y lo pusieron sobre la mesa delante de Jesús. Había sobre ella
una fuente ovalada con tres panes ácimos blancos y delgados; los panes
fueron puestos en un paño con el medio pan que Jesús había guardado de la
Cena pascual. Había también un vaso de agua y de vino, y tres cajas: la una de
aceite espeso, la otra de aceite líquido, y la tercera vacía.
Desde tiempo antiguo había la costumbre de repartir el pan y de beber en el
mismo cáliz al fin de la comida; era un signo de fraternidad y de amor que se
usaba para dar la bienvenida o para despedirse; yo pienso que debe haber
algo acerca de esto en la Sagrada Escritura. Jesús elevó hoy este uso a la
dignidad del más Santo Sacramento: hasta entones había sido un rito simbólico
y figurativo. Este fue uno de los cargos presentados a Caifás por la traición de
Judas: Jesús fue acusado de haber añadido a las ceremonias de la Pascua
algo nuevo, pero Nicodemo probó con las Escrituras que era un uso antiguo.
Jesús se colocó entre Pedro y Juan: las puertas estaban cerradas; todo se
hacía con misterio y solemnidad. Cuando el cáliz fue sacado de la bolsa, Jesús
oró, y habló muy solemnemente. Yo vi a Jesús explicando la Cena y toda la
ceremonia: me pareció un sacerdote enseñando a los otros a decir misa.
Sacó del azafate, en el cual estaban los vasos, una tablita; tomó un paño
blanco que cubría el cáliz. y lo tendió sobre el azafate y la tablita. Después le vi
quitar de encima del cáliz una tapa redonda, y la puso sobre la misma tablita.
Luego sacó los panes ácimos del paño que los cubría, y los puso sobre esta
tapa; sacó también de dentro del cáliz un vaso más pequeño, y puso, a
derecha y a izquierda, las seis copas de que estaba rodeado. Entonces bendijo
el pan y los óleos, según creo: elevó con sus dos manos la patena con los
panes, levantó los ojos, rezó, ofreció, puso de nuevo la patena sobre la mesa, y
la cubrió. Tomo después el cáliz, hizo que Pedro echara vino en él y que Juan
echara el agua que había bendecido antes; añadió un poco de agua, que echó
con una cucharita: entonces bendijo el cáliz, lo elevó orando, hizo el ofertorio, y
lo puso sobre la mesa.
Juan y Pedro le echaron agua sobre las manos, encima del plato en donde
habían estado los panes; tomó con la cuchara, que sacó del pie del cáliz, un
poco del agua vertida sobre sus manos, y la derramo sobre las de ellos;
después el plato pasó alrededor de la mesa, y todos se lavaron con él las
manos. No me acuerdo si éste fue el orden exacto de las ceremonias: lo que sé
es que todo me recordó, de manera extraordinaria, el santo sacrificio de la
Misa.
Jesús se mostraba cada vez más afectuoso; díjoles que iba a darles todo lo
que tenía, es decir, Él mismo, como si se hubiera derretido todo en amor. Le vi
volverse transparente; se parecía a una sombra luminosa, Rompió el pan en
muchos pedazos, y los puso sobre la patena; tomó un poco del primer pedazo,
y lo echo en el cáliz. Mientras hacía esto, me pareció ver a la Virgen Santísima
recibir el Sacramento de un modo espiritual, a pesar de no estar presente. No
sé como se hizo esto, pero creí verla entrar, sin tocar el suelo, y colocarse
enfrente del Señor para recibir la Sagrada Eucaristía, y después no la vi. Por la
mañana, Jesús le había dicho en Betania que celebraría la Pascua con ella de
un modo espiritual, y habíale indicado la hora en que se había de poner en
oración para recibirla en espíritu. Jesús oró y enseñó todavía: las palabras
salían de su boca como el fuego de luz, y entraban en los apóstoles,
excepto en Judas. Tomó la patena con los pedazos de pan (no sé si la había
puesto sobre el cáliz), y dijo: Tomad y comed; este es mi Cuerpo, que será dado
por vosotros. Extendió su mano derecha como para bendecir, y mientras lo
hacía, gran resplandor salía de Él : sus palabras eran luminosas, y el pan
entraba en la boca de los apóstoles como un cuerpo resplandeciente: los vi a
todos penetrados de luz; Judas sólo estaba tenebroso. Jesús presentó primero
el pan a Pedro, después a Juan; en seguida hizo señas a Judas que se
acercara; éste fue el tercero a quien presentó el Sacramento, pero fue como si
las palabras del Señor se apartasen de la boca del traidor, y volviesen a Él. Yo
estaba tan agitada, que no puedo expresar lo que sentía. Jesús le dijo: «Haz
pronto lo que quieres hacer». Después dio el Sacramento a los otros apóstoles,
que se acercaron de dos en dos.
Jesús elevó el cáliz por sus dos asas hasta la altura de su cara, y pronunció las
palabras de la consagración: mientras las decía, estaba transfigurado y
transparente: parecía que pasaba todo entero en lo que les iba a dar. Dio de
beber a Pedro y a Juan en el cáliz que tenía en la mano, y lo puso sobre la
mesa. Juan echó la sangre divina del cáliz en las copas, y Pedro las presentó a
los apóstoles, que bebieron dos a dos en la misma copa. Creo, sin estar bien
segura de ello, que Judas tuvo también su parte en el cáliz. No volvió a su sitio,
sino que salió en seguida del Cenáculo. Los otros creyeron que Jesús le había
encargado algo. Se retiró sin rezar y sin dar gracias, y por esto se puede ver
cuán culpable es el retirarse sin dar gracias después del pan cotidiano y
después del pan eterno. Mientras duró la comida, vi aliado de Judas una figura
horrenda, que tenía un pie como un hueso seco; cuando estuvo delante de la
puerta, vi tres demonios en derredor suyo: el uno entraba en su boca; el otro lo
empujaba, y el tercero corría delante de él. Era de noche, y parecía que le
alumbraban: iba corriendo como un insensato.
El Señor echó en el vasito de que he hablado un resto de sangre divina que
quedaba en el fondo del cáliz; después puso sus dedos sobre él, y Pedro y
Juan le echaron otra vez agua y vino. Después les dio a beber de nuevo en el
cáliz, y el resto lo echó en las copas y lo distribuyó a los otros apóstoles. En
seguida Jesús limpió el cáliz, metió dentro el vasito donde estaba el resto de la
sangre divina, puso encima la patena con lo restante del pan consagrado,
luego la tapadera y envolvió el cáliz, colocándolo en medio de las seis copas.
Después de la Resurrección, vi a los apóstoles comulgar con el resto del
Santísimo Sacramento.
No recuerdo haber visto que el Señor comiera o bebiera el pan y el vino
consagrados; no vi tampoco que Melquisedec, cuando ofreció el pan y el vino,
lo probase. He sabido por qué los sacerdotes participan del Sacramento,
aunque Jesús no lo ha hecho.
Mientras Ana Catalina hablaba, de pronto se puso a mirar en derredor, como sí
escuchase. Recibió una explicación, de la que no pudo comunicar más que lo
siguiente:
Si los ángeles la hubieran distribuido, no hubiesen participado de ella; si los
sacerdotes no participaran de la Eucaristía, se hubiera perdido: por eso es por
lo que se conserva.
Había en todo lo que Jesús hizo cuanto a la institución de la Sagrada Eucaristía
cierta regularidad y cierta solemnidad: sus movimientos a un lado y a otro
estaban llenos de majestad. Vi a los apóstoles anotar alguna cosa en unos
pedacitos de pergamino que traían consigo. Mientras duró la ceremonia, los vi
muchas veces inclinarse uno delante de otro, a la manera de nuestros
sacerdotes.
IX
Instituciones secretas y consagraciones
Jesús hizo una instrucción particular. Les dijo que debían conservar el
Santísimo Sacramento en memoria suya hasta el fin del mundo; les enseñó las
formas esenciales para hacer uso de él y comunicarlo, y de qué modo debían,
por grados, enseñar y publicar este misterio. Les enseñó cuando debían de
comer el resto de las especies consagradas, cuando debían dar de ellas a la
Virgen Santísima, cómo debían consagrar ellos mismos cuando les hubiese
enviado el Consolador. Hablóles después del sacerdocio, de la unción, de la
preparación del crisma, de los santos óleos. Había tres cajas: dos contenían
una mezcla de aceite y de bálsamo. Enseñó cómo se debía hacer esa mezcla,
a qué partes del cuerpo se debían aplicar, y en qué ocasiones. Me acuerdo que
citó un caso en que la Sagrada Eucaristía no era aplicable: puede ser que fuera
la Extremaunción; mis recuerdos no están fijos sobre este punto. Habló de
diversas unciones, sobre todo de las de los Reyes, y dijo que aún los Reyes
inicuos que estaban ungidos recibían de la unción una fuerza particular. Puso
un poco de ungüento y de aceite en la caja vacía, y los mezcló; no sé si fue
entonces cuando bendijo el aceite, o cuando consagró el pan.
Después lo vi ungir a Pedro y a Juan, cuyas manos habían recibido el agua que
corría de las de Jesús, y a los cuales había dado de beber en el cáliz. En
seguida les impuso las manos sobre la cabeza y sobre los hombros. Ellos
juntaron las suyas poniendo el dedo pulgar en cruz, y se inclinaron
profundamente delante de Él, hasta ponerse casi de rodillas. Les ungió el dedo
pulgar y el índice de cada mano, y les hizo una cruz sobre la cabeza con el
crisma. Les dijo también que aquello permanecería hasta el fin del mundo.
Santiago el Menor, Andrés, Santiago el Mayor y Bartolomé recibieron asimismo
una consagración. Vi que puso en cruz sobre el pecho de Pedro una especie
de estola que llevaba al cuello, y a los otros se la puso sobre el hombro
derecho. No me acuerdo si esto lo hizo al instituir Santísimo Sacramento, o
sólo en el acto de la unción.
Yo vi que Jesús les comunicaba por esta unción algo esencial y sobrenatural
que no sé explicar. Les dijo que en recibiendo el Espíritu Santo consagrarían el
pan y el vino y darían la unción a los otros apóstoles. Me fue mostrado aquí
que el día de Pentecostés, antes del gran bautismo, Pedro y Juan impusieron
las manos a los otros apóstoles, y ocho días después a muchos discípulos.
Juan, después de la Resurrección, presentó por primera vez el Santísimo
Sacramento a la Virgen Santísima. Esta circunstancia fue celebrada entre los
apóstoles. La Iglesia no celebra ya esta fiesta; pero la veo celebrar en la Iglesia
triunfante. Los primeros días después de Pentecostés vi a Pedro y a Juan
consagrar solos la Sagrada Eucaristía: más tarde los otros consagraron
también.
El Señor consagró asimismo el fuego en una copa de hierro, y tuvieron cuidado
de no dejarlo apagar jamás: fue conservado al lado del sitio donde estaba
puesto el Santísimo Sacramento, en una parte del antiguo hornillo pascual, y
de allí iban a sacarlo siempre para los usos espirituales. Todo lo que hizo
entonces Jesús estuvo muy secreto y fue enseñado sólo en igual forma. La
Iglesia ha conservado lo esencial, extendiéndolo bajo la inspiración del Espíritu
Santo para acomodarlo a sus necesidades.
¿Pedro y Juan fueron consagrados los dos como Obispos, o sólo Pedro como
Obispo y Juan como sacerdote? ¿Cual fue la elevación en dignidad de los otros
cuatro? No lo puedo decir. El modo diferente con que el Señor puso la estola a
los apóstoles, parece indicar diversos grados de consagración.
Cuando estas santas ceremonias se acabaron, el cáliz que estaba al lado del
crisma fue cubierto, y Pedro y Juan llevaron el Santísimo Sacramento a la parte
más retirada de la sala, que estaba separada del resto por una cortina, y desde
entonces fue el Santuario. El sitio donde estaba el Santísimo Sacramento tenía
poca elevación sobre el hornillo pascual. José de Arimatea y Nicodemo
cuidaron el Santuario y el Cenáculo en la ausencia de los apóstoles.
Jesús hizo todavía una larga instrucción, y oró algunas veces. Con frecuencia
parecía conversar con su Padre celestial: rebosaba de entusiasmo y de amor.
Los apóstoles estaban llenos de gozo y de celo, y le hacían diversas preguntas,
a las cuales respondía. La mayor parte de todo esto debe estar en la Sagrada
Escritura. El Señor dijo a Pedro y a Juan diferentes cosas que debían
comunicar después a los otros apóstoles, y éstos a los discípulos y a las santas
mujeres, según la capacidad de cada uno para estos conocimientos. Jesús
tuvo una conversación particular con Juan; le dijo que su vida sería mas larga
que la de los otros. Le habló también de siete iglesias, de coronas, de ángeles,
y le hizo conocer algunas figuras de un sentido profundo y misterioso, que
designaban, según creo, ciertas épocas. Los otros apóstoles sintieron un
impulso de envidia a causa de esta confianza particular.
Habló también del que lo vendía: «Ahora hace esto y lo otro», decía Jesús; y, en
efecto, yo veía a Judas haciendo lo que Jesús decía. Como Pedro aseguraba
con mucha animación que le sería siempre fiel, Jesús le dijo: «Simón, Simón,
Satanás te reclama para molerte como el trigo; mas yo he pedido por ti, a fin de
que tu fe no desfallezca cuando te conviertas como tus hermanos». Jesús
continuó balbuciendo que no podían seguirlo adonde iba; Pedro le dijo que él lo
seguiría hasta la muerte, y Jesús respondió: «En verdad, antes que el gallo
cante me negarás tres veces». Anunciándoles los tiempos difíciles que habían
de pasar, les dijo: «Cuando os he mandado sin saco, sin bolsa, sin zapatos, os
ha faltado algo?» «No», respondieron los apóstoles. «Pues ahora, continuó
Jesús, que cada uno tome su bolsa y su saco; que el que no tiene nada, venda
su vestido para comprar una espada, pues se va a cumplir esta profecía: Ha
sido confundido con los malhechores. Todo lo que se ha escrito de Mi se va a
cumplir». Los apóstoles entendieron todo esto de un modo material, y Pedro le
presentó dos espadas cortas y anchas. Jesús dijo: «Basta, salgamos de aquí».
Entonces cantaron el cántico de acción de gracias, quitaron la mesa, y vinieron
al vestíbulo.
Aquí Jesús encontró a su Madre, a María, hija de Cleofás, y a Magdalena,
que le suplicaron con instancias que no fuera al monte de los Olivos, porque se
había corrido la voz de que querían prenderlo. Pero Jesús las consoló con
pocas palabras, y paso rápidamente: podían ser las nueve. Volvieron a bajar el
camino por el cual Pedro y Juan habían venido al Cenáculo, dirigiéndose al
monte de los Olivos. Yo he visto siempre así la Pascua y la institución de la
Sagrada Eucaristía. Pero mi emoción antes era tan grande, que mis
percepciones carecían de suficiente luz: ahora lo he visto con mas claridad. Es
una fatiga y una pena que nada puede expresar. Se ve el interior de los
corazones; se ve el amor y la fidelidad del Salvador; se sabe todo lo que va a
suceder: como sería posible observar exactamente todo lo que no es mas que
exterior. Se inflama uno de gratitud y de amor, no puede comprenderse la
ceguedad de los hombres, la ingratitud del mundo entero y sus pecados. La
Pascua de Jesús fue pronta, y en todo conforme a las prescripciones legales.
Los fariseos añadían algunas observancias minuciosas.
X
Noticia sobre Melquisedec
Cuando Nuestro Señor Jesucristo tomó el cáliz en la institución de la sagrada
Eucaristía, tuve otra visión sobre el Antiguo Testamento. Vi a Abraham
arrodillado delante de un altar; a lo lejos estaban unos guerreros con animales
de carga y camellos: un hombre majestuoso se acerco a Abraham, y puso sobre
el ara el cáliz de que se sirvió Jesús después. Vi que este hombre tenía como
dos alas en las espaldas: no las tenía realmente; pero era una señal para
indicarme que tenía un ángel delante de mi. Es la primera vez que he visto alas
a un ángel. Este personaje era Melquisedec. Detrás del altar de Abraham
subían tres nubes de humo; la de en medio se elevaba bastante alta; las otras
estaban más bajas.
Yo vi dos filas de caras que acababan en Jesús. Entre ellas estaban David y
Salomón. Yo vi nombres encima de Melquisedec, de Abraham y de algunos
Reyes. Después volví a Jesús y al cáliz.
Abril 3 de 1821. – El sacrificio de Melquisedec se hizo en el valle de Josafat,
sobre una altura. Melquisedec tenía ya el cáliz. Abraham debía saber que venía
a sacrificar, pues había elevado un hermoso altar cubierto con un toldo de
hojas. Habían construido, también, una especie de tabernáculo, donde
Melquisedec puso el cáliz. Los vasos donde bebían parecían ser de piedras
preciosas. Había un hoyo en el altar, probablemente para el sacrificio. Abraham
habla traído un hermoso ganado. Cuando este patriarca recibió el misterio de la
promesa, le fue revelado que el sacerdote del Altísimo celebraría delante de él
el sacrificio eterno que debía ser instituido por el Mesías. Cuando Melquisedec
anunció su llegada por dos correos que le servían con frecuencia, Abraham lo
esperó respetuoso, y erigió el altar y el toldo de hojas.
Yo vi que Abraham puso sobre el altar algunos huesos de Adán; Noé los había
guardado en el Arca. El uno y el otro pedían a Dios que cumpliera la promesa
que había hecho a aquellos huesos, esto es, el Mesías. Abraham deseaba la
bendición de Melquisedec.
La llanura estaba cubierta de hombres y de animales de carga. El rey de
Sodoma estaba con Abraham debajo del toldo. Melquisedec vino de un sitio,
que fue después Jerusalén; había cortado allí un monte, y había comenzado
algunos edificios. Vino con un animal pardo, de carga; no era un camello ni
nuestro asno; este animal tenía, el pescuezo ancho y corto, era muy ligero para
correr, traía un cántaro lleno de vino y un arcón con panes aplastados y
diferentes vasos. Los vasos, en forma de cubitas, eran transparentes como
piedras preciosas. Abraham vino a esperar a Melquisedec. Este fue detrás del
altar, ofreció el pan y el vino elevándolos en sus manos, los bendijo, y los
distribuyó; había en esta ceremonia algo de la Misa. Abraham recibió un pan
mas blanco que los otros, y bebió en el cáliz que sirvió en la Cena de
Jesucristo, y que todavía no tenía pie, Los más distinguidos de los que asistían
distribuyeron en seguida al pueblo vino y pedazos de pan.
No hubo consagración; los ángeles no pueden consagrar. Mas las especies
fueron bendecidas; y yo las vi relucir. Todos los que comieron fueron
fortificados y elevados a Dios. Abraham fue también bendecido por
Melquisedec: vi que era una figura de la ordenación de los sacerdotes. Abraham
había recibido ya la promesa de que el Mesías nacería de su sangre. Supe que
Melquisedec le enseñó estas palabras proféticas sobre el Mesías y su
sacrificio: «El Señor ha dicho a mi Señor: «Siéntate a mi derecha hasta que
reduzca a tus enemigos por escabel de tus pies». El Señor lo ha jurado, y no se
arrepentirá. Tú eres sacerdote en lo eterno, según el orden de Melquisedec».
Yo vi también que David, cuando escribió estas palabras, tuvo una visión de la
bendición que dio Melquisedec a Abraham. Habiendo recibido el pan y el vino,
Abraham profetizó y hablo de Moisés, de los levitas, y de todo lo que debía
dárseles.
No sé si Abraham mismo ofreció también este sacrificio. Le vi dar en seguida el
diezmo de sus ganados y de sus tesoros; ignoro en qué lo empleó
Melquisedec; creo que lo distribuyó. Melquisedec no parecía viejo; era alto,
lleno de apacible majestad; tenía un vestido largo, de blancura como no vi
jamás en otro alguno. El vestido blanco de Abraham parecía pardo a su lado.
Durante el sacrificio, se puso un cinturón donde estaban bordados algunos
caracteres y un bonete blanco parecido al que llevaron después los sacerdotes.
Su cabello era dorado y mas brillante que la seda; tenia barba blanca, corta y
en punta; su cara era resplandeciente. Todos la miraban con respeto; su
presencia infundía veneración. Me fue dicho que era un ángel sacerdotal y un
enviado de Dios. Habíalo sido para establecer diversas instituciones religiosas.
Dirigía las muchedumbres, mudaba las razas, y fundaba los pueblos. Yo lo he
visto en diversos sitios antes del tiempo de Abraham. Después no lo he vuelto a
ver.