V
Satanás lleva a Jesús al pináculo del templo y sobre la montaña
Hacia la tarde del día siguiente vi a Satanás volar hacia Jesús, como
un ángel poderoso, con gran estrépito. Estaba con vestiduras guerreras,
como veo con frecuencia a San Miguel. Pero en Satanás siempre se
descubre algo de repelente y de opaco, aún en su mayor brillo. Se gloriaba
delante de Jesús y decía: «Quiero mostrarte lo que puedo y quién soy y cómo
los ángeles me llevan en sus palmas. Mira allá a Jerusalén, mira el templo.
Te quiero colocar sobre el punto más alto. Muestra entonces lo que Tú
puedes y si los ángeles te sostienen en sus manos». Mientras esto decía vi
la ciudad de Jerusalén y el templo tan cerca como si estuvieran junto a la
montaña. Creo que todo esto no era sino artificio de Satanás. Jesús no le
respondió. Satanás lo tomó por las espaldas y lo llevó por el aire, volando
bajo, hasta Jerusalén; lo puso sobre la punta de una de las torres de las
cuatro que había sobre el templo y que yo hasta entonces no había notado.
Esta punta estaba en el ángulo occidental, hacia Sión, enfrente de la torre
Antonia. La ladera de la montaña donde estaba el templo era en esta parte
muy escarpada. Estas torres eran como prisiones y en una de ella estaban
guardadas las preciosas vestiduras de los sacerdotes. Eran por arriba planas;
de modo que se podía caminar en ellas; se alzaba, empero, todavía en medio
de ellas un cono hueco que terminaba con una bocha tan grande que podían
estarse allí dos hombres de píe. Desde aquí se podía contemplar el templo
en su conjunto. En este punto más alto puso Satanás a Jesús, que nada dijo
hasta este momento. Satanás, entonces, de un vuelo bajó a tierra, y dijo: «Si
Tú eres el Hijo de Dios, muestra tu poder y déjate caer abajo, pues está
escrito: Mandará a sus ángeles que te sostengan en sus manos para que no
tropieces en piedra alguna». Entonces dijo Jesús: «Está escrito también: No
tentarás a tu Dios».
Vino entonces Satanás todo rabioso contra Él, y Jesús dijo: «Usa del poder
que se te ha dado». Le tomó entonces Satanás de los hombros, y furioso voló
con Él a través del desierto, hacia Jericó. Sobre aquella torre cayó por la
tarde luz vespertina del cielo. Voló en esta ocasión más despacio. Lo veía
volar con rabia con Jesús, ya por lo alto, ya bajando, ya culebreando, como
uno que quiere desahogar su enojo y no puede dominar el objeto de su rabia.
Lo llevó sobre el mismo monte, a siete horas de Jerusalén, donde Jesús
había comenzado su ayuno. Vi que lo llevó junto a un árbol de terebinto que
se erguía grande y fuerte en medio de un jardín de un esenio que había
vivido hacía tiempo en este lugar. También Elías había vivido allí. Estaba
detrás de la cueva, no lejos de la escarpada ladera. Estos árboles son picados
y cortados en la corteza tres veces al año y dan cada vez una cierta cantidad
de bálsamo. Satanás puso a Jesús sobre un pico de la montaña, que era
inaccesible y más alta que la cueva misma. Era de noche; pero conforme
Satanás señalaba a un lado o a otro se veían los más hermosos paisajes de
todas partes del mundo. Satanás dijo mas o menos a Jesús: «Yo sé que Tú
eres un gran maestro y vas a buscar ahora discípulos para esparcir tu
doctrina. Mira todas estas espléndidas comarcas, estos poderosos pueblos …
y mira esta pequeña Judea. Allá es donde tienes que ir. Yo te quiero entregar
todas estas comarcas, si Tú te postras y me adoras». Con esta adoración
entendía ese obsequio y esa humillación que era de uso entre los fariseos y
judíos delante de reyes y de personajes poderosos, cuando querían obtener
algo de ellos. El diablo presentó aquí una tentación semejante, aunque en
mayor escala, que cuando se presentó en forma de un mensajero del rey
Herodes venido desde Jerusalén, invitándole a ir a la ciudad y a vivir en el
castillo bajo su protección. Cuando Satanás señalaba con su mano veíanse
grandes países y mares extensos; luego sus ciudades, sus reyes y príncipes,
sus magnificencias y triunfos, yendo y viniendo con sus guerreros y
soldados con toda majestad y esplendor. Todo se veía tan claro como si
estuviera cerca y más distinto aún. Parecía que uno estaba allí dentro de esa
magnificencia y cada figura, cada cuadro, cada pueblo aparecía con diversos
esplendores, con sus costumbres, usos y maneras peculiares. Satanás señaló
de algunos pueblos sus particularidades principales y especialmente un país
donde había grandes hombres y fuertes guerreros, que parecían gigantes,
creo que Persia, y le dijo que allí tenia que ir a enseñar. La Palestina se la
representó muy pequeña y despreciable. Fue una representación
maravillosa: se veían tantas cosas, tan claras y al mismo tiempo tan
espléndidas y atrayentes. Jesús no dijo otra cosa que: «Adorarás a Dios tu
Señor y a Él sólo servirás. Apártate de Mí Satanás». Entonces vi a Satanás,
en espantoso aspecto, precipitarse de la montaña, caer en lo profundo y
desaparecer como si se lo hubiese tragado la tierra.
VI
Los ángeles sirven a Jesús
Después de esto vi una multitud de ángeles aparecer al lado de Jesús,
inclinarse ante Él y llevarlo delicadamente en las palmas a la cueva
donde había comenzado su ayuno de cuarenta días. Había allí doce ángeles
y otros grupos de ayudantes en determinado número. No recuerdo ya bien si
72, aunque creo que si, porque tuve durante esta visión el recuerdo continuo
de los apóstoles y de los 72 discípulos. Se celebró en la cueva una fiesta de
acción de gracias y de victoria con una comida. Vi a los ángeles adornar el
interior de la cueva con hojas de parra de la cual descendía, sobre la cabeza
de Jesús, una corona de hojas. Todo esto aconteció en un orden
admirable y cierta solemnidad y era luminoso y significativo, y no duró
mucho tiempo; pues lo que se injertó en una intención siguió a la intención
del todo al vivo y se esparció al exterior según su destino.
Los ángeles habían traído desde el principio una mesa pequeña con
alimentos del cielo, que se agrandó luego. Los alimentos y los recipientes
eran como los que veo siempre en las mesas del Cielo, y he visto que Jesús
y los doce apóstoles y los otros ángeles tomaban parte de la comida . No era
el de ellos un comer con la boca, y, sin embargo, era un tomar para sí y un
traslado de las frutas en los que los gustaban, que eran recreados y
participaban de la comida. Era como si la íntima significación de los
alimentos pasase a quienes los tomaban. Esto es inexplicable. Al final de la
mesa había un cáliz grande y luminoso y pequeños vasitos alrededor de él,
en la forma de aquél que se usó en la última Cena; sólo que aquí era más
espiritual y más grande. Había también un plato con panecillos redondos. Vi
que Jesús echaba algo del gran cáliz en los vasos pequeños y mojaba
pedazos de panes en los vasos y que los ángeles recibían de ellos y los
llevaban.
Mientras veía estas cosas se disipó la visión y Jesús salió de la cueva y fue
descendiendo la montaña en dirección al Jordán. Los ángeles lo hicieron en
forma y orden diferentes. Los que desaparecieron con el pan y vino tenían
vestidura sacerdotal. En ese mismo momento he visto toda clase de
consuelo y de animación en los amigos de Jesús de ahora y de más tarde. Vi
a Jesús aparecer a María, en Cana, de modo admirable y confortarla y
consolarla. Vi a Lázaro y a Marta conmovidos de amor hacia Jesús. Vi a
María la Silenciosa refrigerada en realidad con parte de ese alimento: vi al
ángel junto a ella y a ella recibir el alimento. María la Silenciosa había
contemplado siempre los dolores y tentaciones de Jesús y estaba en estas
cosas admirables de tal manera que no se maravillaba de nada. Aún a la
Magdalena la he visto conmovida: estaba en ese momento ocupada en
adornarse para una fiesta, cuando de pronto le sorprendió un saludable
temor de su vida y su salvación y arrojó su adorno al suelo, cosa que causó
la burla de los que la rodeaban. A muchos de los que iban a ser más tarde
sus discípulos, los vi aligerados y reconfortados y con ansias de Jesús. A
Natanael lo vi en su pieza pensando en las cosas que había oído a Jesús,
muy conmovido; pero luego él lo alejaba todo de su mente. A Andrés, a
Pedro y a los demás apóstoles los vi fortalecidos y conmovidos. Fue esto un
espectáculo admirable.
María vivió al principio del ayuno de Jesús en la casa cerca de Cafarnaúm.
Tenía ocasión de oir a muchos que murmuraban diciendo que Él iba
vagando y nadie sabía dónde; que Él abandonaba a su Madre; que era su
deber, después de la muerte de José, tomar un oficio para mantener a su
Madre. Ahora, especialmente, había mucha conversación, habiendo llegado
noticias de lo sucedido en su bautismo, el testimonio de Juan y las cosas que
contaban los discípulos dispersos en sus pueblos. Cosa semejante sólo
sucedió nuevamente en la resurrección de Lázaro y en su pasión y muerte.
María se mostraba preocupada y sufría en su interior. Nunca estuvo exenta
de visiones, participaciones y sentimientos de compasión para con Jesús.
Hacia el fin de los cuarenta días estuvo María en Cana de Galilea junto a los
padres de la esposa de Cana. Son estas personas distinguidas en la ciudad y
como jefes de ella; tienen una casa, casi en medio de la ciudad, que es
hermosa y limpia; una calle principal pasa por ella; creo que de Ptolomais se
ve venir el camino en esa dirección de la ciudad que no es tan desalineada y
mal edificada como otras. El esposo hizo su casamiento en su casa. Tienen
otra casa en la ciudad, la cual arreglada entregarán a la hija. Ahora está
María habitando allí. El esposo es más o menos de la misma edad que Jesús
y es como el padre en la casa de su madre, y lleva la administración de la
misma. Esta buena gente pide consejo a María para la educación de sus
hijos y le muestra todas sus cosas.
VII
Jesús se dirige al Jordán y hace bautizar allí
Juan estaba por este tiempo todavía ocupado en los bautismos. Herodes
se esforzaba en conseguir que fuese junto a él: mandaba mensajeros
para lisonjearlo y elevarlo sobre Jesús. Juan lo trataba siempre con poco
aprecio y repitió su anterior testimonio sobre Jesús. De nuevo vinieron
mensajeros a Juan para pedirle cuenta de su proceder con Jesús. Juan repetía
lo mismo: que antes no lo había visto y que le habían mandado para
preparar sus caminos. Desde el bautismo de Jesús, Juan enseñaba que el
agua, por el bautismo de Jesús y del Espíritu Santo que descendió sobre Él,
estaba ahora santificada y que del agua habían salido muchas cosas
maléficas; que había sido como un exorcismo de las aguas.
Jesús se dejó bautizar para santificar las aguas. El bautismo de Juan era ahora más puro y
más santo; por esto vi a Jesús bautizar en un recipiente aparte, y de esta
fuente hacer correr al Jordán y al lugar común del bautismo, y veía a Jesús y
a los discípulos llevar consigo de estas aguas para otros bautismos.
Al clarear el día pasó Jesús el Jordán por aquel estrecho lugar donde había
pasado hacía cuarenta días. Había allí balsas. No era este el vado general,
sino un paso menos frecuentado. Jesús caminó por el oriente del Jordán
hasta enfrentar el sitio del bautismo de Juan. Éste enseñaba y bautizaba;
pero al punto señaló a la otra orilla y dijo: «He allí al Cordero de Dios que
quita los pecados del mundo». Jesús se encaminó desde aquí hacia
Bethabara. Andrés y Saturnino, que estaban con Juan, se apresuraron a pasar
el Jordán por el mismo lugar que había pasado Jesús. Lo siguieron uno de
los primos de José de Arimatea y otros dos discípulos de Juan. Se
apresuraron a seguir a Jesús y Él les fue al encuentro y les preguntó qué
buscaban. Entonces le preguntó Andrés, muy contento de haberlo
encontrado, donde habitaba. Jesús les dijo que le siguieran y los llevó a un
albergue junto a Bethabara, cerca del mar, y alli se sentaron. Jesús
permaneció con estos cinco discípulos en Bethabara y tomó parte en una
comida en su compañía. Dijo que daría principio a su vida pública y que se
asociaría a algunos discípulos. Andrés le nombró algunos conocidos y alabó
a algunos de ellos; nombró a Pedro, a Felipe, a Natanael. Jesús habló del
bautismo en el Jordán y que algunos de ellos debían bautizar. Dijeron ellos
que allí no había ningún lugar cómodo, sino allá donde Juan bautizaba; pero
que no convenía fuese Juan estorbado. Jesús habló de la misión y
llamamiento de Juan, de su próximo término y confirmó todas las palabras
que éste había pronunciado sobre el Mesías. Habló también de su
preparación en el desierto para su ministerio y de la necesidad de una
preparación para las obras importantes. Se mostró tierno y familiar con sus
discípulos, porque estos estaban algo cohibidos y humillados en su
presencia.
A la mañana siguiente fue Jesús con sus discípulos desde Bethabara hacia el
Jordán a las casas de los que pasaban el río y enseñó en una reunión. Más
tarde pasó el Jordán y enseñó en un pueblito de unas veinte casitas, a una
hora de camino antes de llegar a Jericó. Iban y venían turbas de bautizados
por Juan para oír a Jesús y volvían luego a narrar lo oído a Juan. Era ya casi
mediodía cuando lo vi enseñando. Jesús encargó a varios discípulos que
fuesen de la festividad del Sábado al otro lado del Jordán, como a una hora
de camino arriba del río desde Bethabara, y preparasen allí una fuente donde
Juan, viniendo de Ainón, había bautizado antes que pasase al oriente del
Jordán, frente a Bethabara. Se quería preparar una comida a Jesús, pero Él
salió de allí y antes del Sábado volvió a pasar el Jordán hacia Bethabara,
donde celebró la fiesta del Sábado y enseñó en la sinagoga. Allí comió en
casa del jefe de la sinagoga y durmió en la misma. El lugar del bautismo que
Juan había usado algún tiempo, antes del que tenía ahora, fue restaurado por
los discípulos de Jesús. La fuente no era tan grande como la de Juan, cerca
de Jericó; tenía un borde con espacios para estar el bautizando y un pequeño
canal alrededor por donde iba el agua a la fuente a voluntad, según la
necesidad. Hay ahora tres lugares de bautismo: el que está sobre Bethabara,
el lugar donde Jesús fue bautizado con la isla que nació allí en el Jordán y el
más usado donde bautizaba Juan en ese momento. Cuando Jesús llegó echó
en esta fuente agua de la fuente de la isla donde fue bautizado Él mismo,
que Andrés había traído en un recipiente, y bendijo el agua de la fuente. Los
aquí bautizados se sintieron todos muy conmovidos y admirablemente
cambiados. Andrés y Saturnino eran los que bautizaban. No se sumergían
del todo en el agua; las gentes se acercaban al borde de la fuente; se les
ponía las manos sobre los hombros, y el bautizador derramaba con la mano
tres veces el agua, y bautizaba en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. En el bautismo de Juan veo que usaban un recipiente que
tenía tres aberturas por donde salían tres chorritos de agua. Aquí se hicieron
bautizar muchas gentes, especialmente de Perea.
Jesús, de pie sobre un sitio elevado, lleno de hierba, enseñaba hablando de
la penitencia, del bautismo y del Espíritu Santo. Dijo: «Mi Padre ha enviado
al Espíritu Santo cuando fue bautizado y clamó: Éste es mi Hijo amado en
quien me he complacido». Esto lo dice Él también sobre cada uno de los que
aman al Padre celestial y se arrepiente de sus pecados. Sobre todos los que
son bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo envía
Él su Espíritu Santo, y son aquéllos en quienes encuentra Él sus
complacencias; pues Él es el Padre de todos los que reciben su bautismo y
que son renacidos para Él por el bautismo.
Yo me maravillo de como estas y otras cosas están tan brevemente en el
Evangelio; como por ejemplo: Jesús, apenas le sigue Andrés, después del
testimonio de Juan, se encuentra en seguida con Pedro, el cual ni siquiera
estaba allí, sino en Galilea. Más admiración me causa que en el Evangelio,
casi a continuación de la entrada triunfal en Jerusalén, se sigue en seguida la
cena pascual del Jueves y la Pasión, mientras oigo yo tantas enseñanzas de
Jesús en este intervalo y pasan tantos días. Yo creo que Jesús se detiene aquí
todavía unos quince días antes de ir a Galilea. Andrés no había sido recibido
aún en realidad como apóstol. Jesús no lo había llamado; él mismo se había
ofrecido, diciendo que quería de buena gana estarse con Él. Era más
servicial y más resuelto que Pedro, el cual pensaba con cierta ligereza: «Para
esto no me siento capaz, no tendría fuerzas». Por esto volvió a sus
ocupaciones ordinarias. El mismo Saturnino y los dos primos de José de
Arimatea, Aram y Themeni, se habían agregado en esa forma a Jesús.
Habrían venido muchos más discípulos de Juan a Jesús, si no fuera por
algunos discípulos de Juan. que, celosos de su maestro, no los hubiesen
retenido. El lugar del bautismo de Juan no era ya tan frecuentado. Éstos
celosos se quejaron a Juan diciendo que no era justo viniesen los discípulos
de Jesús a bautizar allí, que esto correspondía a Juan. Bastante trabajo tenía
Juan en hacerles ver su cortedad de vista y su egoísmo. Les decía que
recordasen sus palabras, que siempre repetía: que él había venido para
preparar los caminos, que él iba pronto a desaparecer cuando estos caminos
estuviesen prontos. Ellos amaban mucho a Juan y no querían entender estas
razones. Se habían agrupado ya tantos al bautismo de Jesús, que Él dijo a
sus discípulos que convenía salir de allí.
Jesús caminó, acompañado de unos veinte discípulos, entre los cuales
estaban Andrés, Saturnino, Aram y Themeni, de Bethabara, por el paso
común, a través del Jordán y se dirigió a Gilgal, y dejándola a la derecha,
hacia la ciudad de Ophra, que estaba escondida en un valle entre montañas.
Desde aquí venían siempre las gentes de los lados de Sodoma y Gomorra,
sobre camellos, con mercaderías que iban al Oriente del Jordán y se dejaban
bautizar por Juan. Había aquí un camino menos principal desde Judea al
Jordán. El lugar estaba como olvidado, situado a tras tres o cuatro horas del
lugar de Juan, algo más cerca de Jericó y como a siete horas de Jerusalén.
Esta ciudad era fría porque no le llegaba mucho sol, pero estaba bien
edificada. Los habitantes tenían cierto bienestar que provenía de
contrabandos, de comercios y de cambios como lo hacían los publicanos.
Vivían, en una palabra, de los que transitaban por su comercio. No eran
malos, pero sí indiferentes y con ese espíritu que suelen tener los
comerciantes que viven bien de su negocio. No se habían preocupado
tampoco mucho del bautismo de Juan; no ansiaban la salud espiritual y les
pasaba como a los que tienen lo necesario para la vida y no se preocupan de
más.
Cuando se acercó Jesús mandó a los primos de José de Arimatea que
pidiesen las llaves de la sinagoga y llamasen a las gentes para la enseñanza.
Jesús usaba a estos discípulos para este fin porque eran amables y diestros
en el oficio de persuadir. Al entrar en la ciudad le gritaban los posesos y los
furiosos: «Aquí viene el Profeta, el Hijo de Dios, Jesucristo, nuestro
enemigo. Viene para echamos de aquí». Jesús les mandó callar y estar
sosegados. Callaron todos y le siguieron dentro de la sinagoga, para ir a la
cual tuvo Jesús que atravesar casi toda la ciudad. Enseñó aquí hasta la tarde
y sólo salió una vez para tomar alimento. Enseñó sobre la proximidad del
reino de Dios, la necesidad del bautismo y exhortó con severas palabras a
los habitantes a salir de su tibieza y su falsa seguridad antes que el juicio de
Dios viniese sobre ellos. Les reprochó con severas palabras sus usuras, sus
negocios injustos, y todos sus pecados, que eran como los de los publicanos
y mercaderes. Los hombres no contradecían; pero no fueron muy
asequibles, porque estaban muy metidos en sus turbios negocios. Algunos se
sintieron muy conmovidos y mejoraron. Por la tarde vinieron otros de los
distinguidos, como de los pobres, a su albergue dispuestos a ir al bautismo
de Juan. En efecto, desde la mañana siguiente se dirigieron hacia donde
estaba Juan.
Desde Ophra partió Jesús con sus discípulos a la mañana hacia Bethabara y
en el camino se dividieron. Andrés con el mayor número fue enviado
adelante, en el camino que había tomado Jesús, con Saturnino y los primos
de José de Arimatea; se dirigieron al lugar de Juan por el camino donde éste
había dado testimonio de Él, después del bautismo. Yendo de paso, entró en
algunas casas y exhortaba a las gentes a ir al bautismo de Juan. Por la tarde
estaban de nuevo en Bethabara y Jesús enseñó, mientras Saturnino y Andrés
bautizaban. Como viniesen nuevos bautizandos, la enseñanza de Jesús era la
de otras veces: que su Etemo Padre decía a todos los que hacían penitencia
y se bautizaban; «Este es mi Hijo amado», puesto que todos eran hijos de
Dios. Los más de los bautizados eran de la jurisdicción del tetrarca Felipe,
que era un buen hombre. Estas gentes se consideraban dichosas y poco se
habían preocupado hasta entonces del bautismo.
Desde Bethabara se encaminó Jesús con tres discípulos, a través del valle,
hacia Dibón, donde había estado antes para las fiestas de los Tabernáculos.
Enseñó en algunas casas y en la sinagoga que estaba distante de la ciudad en
medio del valle. No entró en la ciudad de Dibón, y se retiró, llegada la
noche, a un albergue apartado donde trabajadores del campo de los
alrededores recibían hospedaje y comida. Ahora se estaba sembrando allí y
tenían que cavar la tierra porque encontraban con frecuencia piedras, arena y
no podían usar los instrumentos comunes para arar la tierra. Acaban de
almacenar parte de la cosecha recogida. Los habitantes de este valle, que
podía tener de largo unas tres horas de camino, eran gente buena, sencilla y
de vida modesta, y estaban bien dispuestos respecto de Jesús. Jesús les
enseñó con la parábola del sembrador, tanto en la sinagoga como en el
campo mismo, explicándoles la comparación No siempre explicaba Jesús
las parábolas. Cuando hablaba con los fariseos solía decir una parábola sin
dar la explicación. Andrés y Saturnino fueron con otros discípulos a Ophra,
porque las gentes de allí ya conmovidas por la visita de Jesús, necesitaban
ser confirmadas y fortalecidas en esas buenas disposiciones.
Habiendo salido Jesús de Dibón, llegó a Eleale, que está como a cuatro
horas de Bethabara; caminó por un sendero que está como a dos horas de
distancia del Jordán hacia el Sur con respecto al camino que había andado
antes desde Bethabara. Llegó con unos siete discípulos y entró en la casa del
jefe de la sinagoga. Dando principio a las fiestas del sábado enseñó en la
sinagoga con una parábola de las ramas movidas por el viento en el árbol,
del que caen las flores y luego no producen frutos. Les quería decir que
ellos, en su mayor parte, no se habían mejorado con el bautismo de Juan, y
que se dejaban mover por todo viento, echando los brotes y flores de la
penitencia, y no daban fruto de conversión. Usó de esta comparación porque
aquí precisamente vivían principalmente de los frutos de sus árboles. Solían
llevar lejos sus frutos, porque aquí no había camino real; he visto que
trabajaban también en hacer mantas y en tejer diversos géneros en cantidad.
Hasta ahora Jesús no encontró aquí contradictores. Las gentes de Dibón y,
en general de los alrededores, le tienen afecto y dicen que nunca habían oído
un maestro tal, y los ancianos lo comparan con los profetas, cuyas
enseñanzas habían oído a sus antepasados.
Después del sábado se dirigió Jesús hacia el Occidente, como a tres horas de
camino a Bethjesimoth, situado a una hora del Jordán, al Oriente de una
montaña. Mientras andaban se juntaron a Jesús Andrés, Saturnino y otros
discípulos de Juan. Jesús les habló de cómo los hijos de Israel habían
acampado aquí, y cómo Moisés y Josué les hablaron al pueblo. Hizo una
aplicación a los tiempos presentes y a su propia enseñanza. La ciudad de
Bethjesimoth no es grande, pero su comarca es fértil especialmente en
viñedos. Al tiempo que Jesús entraba en la ciudad habían llevado y dejado
en libertad a algunos endemoniados y furiosos que estaban encerrados en
una casa. Estos empezaron a clamar: «Ahora viene Él, el profeta; Él nos
echará». Jesús se volvió a ellos, les mandó callar y que cayesen sus ataduras
y les dijo que le acompañasen a la sinagoga. De pronto cayeron sus ataduras
y quedaron tranquilos, se echaron a los pies de Jesús, le dieron gracias y le
siguieron a la sinagoga. Les enseñó allí con parábolas de los frutos y de los
viñedos. Después visitó y sanó a muchos enfermos en sus casas. Como la
ciudad no da a ningún camino real, la gente lleva sus frutos al mercado para
venderlos.
Jesús sanó aquí por primera vez desde su salida del desierto: por esto le
rogaba la gente del lugar que se quedase. Pero Jesús se dirigió, acompañado
por Andrés, Saturnino, los primos de José de Arimatea, en todo unos doce
discípulos, al Norte hacia el pasaje general al cual llevaba el camino de
Dibón, el mismo que había hecho cuando fue a la fiesta de los Tabernáculos,
desde Gilgal. Tuvieron que emplear bastante tiempo en atravesar el río,
porque no estaban los lugares de embarco y desembarco por causa de la
montaña escarpada del otro lado del río. De aquí caminaron por espacio de
una hora en dirección de Samaria, a un lugarcito al pie de una montaña.
Este pueblo constaba de unas pocas casas y no tenía escuela. Habitaban allí
pastores y gentes sencillas y buenas que vestían casi como los pastores de la
gruta de Belén. Jesús enseñó al aire libre en un lugar elevado donde había
un asiento. Esta gente había recibido ya el bautismo de Juan.
VIII
Jesús en Silo, Kibzaim y Thebez
Después he visto a Jesús en Silo, en la altura de una montaña de suave
ladera, por ese lado, mientras los otros son escarpados; tiene una
extensa altiplanicie. En esta altura estuvo edificada la choza donde se
guardaba el Arca de la Alianza en los primeros tiempos de la salida de
Egipto. Había un amplio lugar rodeado de una muralla derruida en parte
donde se veían aún las ruinas de las galerías que se habían hecho sobre la
choza del Arca. En el lugar donde estuvo el Arca, una columna semejante a
la que está en Gilgal, bajo techo, en una galería abierta, perpetúa el
recuerdo. Había allí, como también en Gilgal, una gruta cavada en la roca.
No lejos había un sitio para el sacrificio y junto a él una cueva cubierta para
arrojar los desperdicios, pues aún hoy tenían permiso de ofrecer sacrificios
dos o tres veces en el año. También la sinagoga se encuentra allí, con
murallas, desde donde se goza de una hermosa vista de las alturas de
Jerusalén, el Mar de Galilea y otros contornos montañosos. La ciudad de
Silo estaba más bien en decadencia y poco habitada; había allí una escuela
de fariseos y saduceos. Los habitantes no eran buenos: eran soberbios,
llenos de suspicacia y de falsa seguridad. A alguna distancia de las puertas
de la ciudad se ven los muros ruinosos de un convento de esenios y cerca
existía aún la casa donde los benjamitas habían encerrado a las jóvenes en
ocasión de las fiestas de los Tabernáculos.
Jesús entró con sus discípulos, doce en número, en una casa donde los
maestros viajeros y profetas tenían derecho adquirido de permanecer. Esta
casa estaba junto a la escuela y a las habitaciones de los fariseos y saduceos.
He visto a unos veinte de ellos reunidos en torno a Jesús, vestidos con sus
largas vestiduras con cinturones y con largos trenzados que colgaban de sus
mangas. Fingían no saber nada de Jesús y dirigían preguntas capciosas,
cuales:» ¿Cómo es eso? … ¿Que hay dos bautismos: uno de Juan y otro de un
tal Jesús, hijo de un carpintero de Galilea? ¿Cuál es, al fin, el verdadero
bautismo?» Decían también que se juntan otras mujeres a la Madre de ese
Jesús, hijo del carpintero, como una viuda con sus dos hijos y que andan de
un lado a otro haciendo nuevos secuaces. Añadían que ellos, por otra parte,
no necesitaban de esas novedades: les bastaba la ley y los profetas. Estas
cosas las decían, no abiertamente, en tono ofensivo, sino con finura
estudiada y con cierta sorna. Él les respondió que era Aquél del cual
hablaban, y ya que hablaron también de la voz oída en el bautismo, les dijo
que esa era la voz de su Padre celestial, que es Padre también de todos los
que se arrepienten de sus pecados y son renovados por el bautismo. Como
no lo querían dejar ir al lugar donde había estado el Arca de la Alianza, por
ser sitio sagrado, Él se fue allá igualmente, y les echó en cara que ellos
habían, precisamente por sus pecados, perdido el Arca de la Alianza, y que
ahora, estando vacío el lugar, continuaban en sus malas obras como
entonces que faltaban a la ley. Añadió que así como el Arca se había
apartado de ellos, se apartaría también de ellos el cumplimiento de la ley.
Como quisieran aún disputar con Él sobre la ley, los colocó de dos en dos,
como a escolares y les comenzó a preguntar. Les declaró toda clase de cosas
ocultas sobre la ley, haciéndoles preguntas que no supieron contestar.
Quedaron avergonzados y enojados, y se culpaban unos a otros,
murmuraron y comenzaron a alejarse de allí. Jesús los llevó al lugar de la
cueva cubierta de los desperdicios, la hizo destapar y les dijo, en una
comparación, que ellos eran semejantes a estas cuevas llenas de
desperdicios y podredumbre por dentro, que no servían para el sacrificio, y
sólo limpios por fuera y cubiertos, y precisamente en un lugar de donde, por
los pecados de sus padres, se había alejado el Arca de la Alianza. Al oír
estas cosas se alejaron todos rabiosos. En la sinagoga enseñó con palabras
severas sobre el amor y respeto debido a los ancianos y padres. Les
reprochó severamente porque estas gentes de Silo tenían por costumbre en
la ciudad de despreciar a sus padres cuando se ponían viejos, de
descuidarlos y echarlos de sí. Desde Betel que está al Mediodía, desemboca
una calle aquí. Lebona está en las cercanías. Hasta Samaria puede haber
unas ocho a nueve horas de camino. El profeta Jonás está sepultado en Silo.
Cuando Jesús abandonó a Silo, desde la parte de la ciudad que mira al
Noroeste, se separaron de Él, Andrés, Saturnino y los primos de José de
Arimatea y le precedieron en el camino de Galilea. Jesús llegó con los otros
discípulos que le acompañaban, antes del Sábado, a la ciudad de Kibzaim.
Está en un valle, entre ramificaciones de la montaña, que se extienden en
medio de los valles. Las gentes aquí eran buenas, familiares y obsequiosas
con Jesús. Lo esperaban. Era una ciudad de Levitas, y Jesús entró en la casa
del jefe de la escuela del lugar. Llegaron hasta aquí Lázaro, María y su
antiguo criado; Juana Chusa y el hijo de Simeón, empleado del templo, y
todos saludaron a Jesús. Estaban de camino a las bodas de Cana y sabían por
un mensajero de que se encontrarían aquí con Jesús. Éste distinguió a
Lázaro como a uno de sus queridos amigos; con todo, nunca le oí preguntar:
«¿Qué hace éste o aquél de tus parientes o amigos?» Kibzaim está escondido
en un rincón de la montaña. Los habitantes viven del comercio de las frutas
y hacen tiendas, alfombras, esteras y suelas para sandalias. Jesús celebró
aquí el sábado y curó a varios enfermos con su palabra. Eran enfermos de
gota y mentecatos que fueron llevados hasta su presencia en camillas,
delante de la escuela. La comida tuvo lugar en casa de uno de los principales
Levitas.
Después del sábado fue Jesús hasta Sichar, donde llegó muy tarde y se
albergó en una posada lista de antemano. Lázaro y sus compañeros se
dirigieron desde Kibzaim directamente hasta Galilea.
A la mañana siguiente se dirigió desde Sichar, al Norte, hacia Thebez,
porque en Sichar o Siquén no pudo enseñar. No había judíos, sino sólo
samaritanos y una clase de gentes que desde la cautividad de Babilonia o
después de una guerra se establecieron aquí: van al templo de Jerusalén,
pero no ofrecen sacrificios. En Siquén hay buenos campos que Jacob
compró para su hijo José. Una parte de esta comarca pertenece ya al galileo
Herodes; por esto se ve desde el medio del valle un confín señalado con un
montículo y unos postes. A través de Thebez, que es una ciudad regular,
corre un camino real y hay bastante comercio. Pasan camellos muy
cargados. Me causa admiración y extrañeza cuando veo aparecer estos
animales cargados como torres a través de los desfiladeros de la montaña, o
subiendo la cuesta y moviendo sus largos cuellos y cabezas entre los
cargamentos de sus lomos. Se comercia también con seda cruda. Los
habitantes de Thebez no eran malos ni se oponían a las enseñanzas de Jesús;
pero no eran sencillos ni simples; eran más bien tibios, como suelen ser los
hombres de negocio a quienes les va bien la ganancia. Los sacerdotes y los
escribas se mostraron más seguros y neutrales.
Cuando se acercó Jesús, los poseídos y los mentecatos clamaron: «Ahí viene
el profeta de Galilea. Tiene poder sobre nosotros. Tenemos que salir». Jesús
les mandó callar y se aquietaron al punto. Jesús entró en la sinagoga y como
le trajeran muchos enfermos, los curó a todos. Por la tarde enseñó en la
escuela y celebró la fiesta de la consagración del templo que empezaba esa
tarde. En la escuela y en todas las casas se encendían siete luces; también en
los campos y en las calles había multitud de luces que brillaban sobre largos
postes. Thebez está situada en lo alto de la montaña de modo extraño: de un
lado y a distancia se podía ver como bajaban los camellos cargados por los
caminos de la montaña, y de cerca no se podía verlos. Andrés, Saturnino y
los sobrinos de José de Arimatea habían partido ya de Silo a Galilea. Andrés
había estado con los suyos en Betsaida y había dicho a Pedro que había
encontrado al Mesías, que ahora venía a Galilea y quería llevar a Pedro a
presencia de Jesús. Todos éstos partieron hacia Arbel que también se llama
Betharbel, a la casa de Natanael Chased, que tenía allí negocios y lo fueron
a llamar para ir con ellos a Gennebris y celebrar la fiesta, pues allá había
tenido Natanael su residencia en una casa, junto con otras, a la entrada de la
ciudad. Hablaron mucho de Jesús y estuvieron de acuerdo con Andrés en ir
a la fiesta, siendo que Andrés y los demás estimaban mucho a Natanael.
Querían oír su parecer; más éste no se mostró muy convencido de todas
estas cosas. Lázaro llevó a Marta y a Juana Chusa a casa de María, en
Cafarnaúm, adonde había vuelto después de su estada en Cana y partió a
Tiberíades, con el hijo de Simeón, donde se encontrarían de nuevo con
Jesús. También el novio de Cana partió de allí al encuentro de Jesús. Este
novio de Cana era el hijo de una hija de Sobé, hermana de Anaí; se llamaba
también Natanael, pero no era de Cana, sino que iba a Cana a casarse. La
ciudad de Gennebris era muy poblada y tenía un camino real de por medio.
Había mucho comercio en ella de var ias cosas y de sedas. Estaba a pocas
horas de Tiberíades, pero separada por montañas, de modo que había que
torcer el camino al Sur y volver entre Emaús y Tiberíadespara entrar en la
ciudad. Arbel estaba entre Séforis y Tiberiades.