XLVI
Otras reliquias de María Santísima
(14 de Noviembre de 1821)
Hice mi habitual viaje a la Tierra Santa, precisamente a ciertos lugares donde
he visto reliquias de María, y supe la historia de ellas. Me encontré en Roma
con Santa Paula, y me pareció que era el dia de su partida para la Palestina.
Parecíame que fuéramos juntas a visitar aquellos lugares santos. No sé
explicar como es que he visto tantas reliquias de la Virgen Santísima. He
estado en un lugar, creo que se llama Chiusi, donde se conservaba el anillo
nupcial de María, que ahora esta en Perusa. He visto que en Chiusi se muestra
todavía, en un relicario, una piedra preciosa blanca, que no es el anillo. De la
historia del anillo, que he visto por entero, sólo recuerdo que un joven, al ser
llevado a enterrar, se levanto del cajón y declaró que él jamás podría tener
reposo, si su madre, que se llamaba Judit, mujer de mucha vanidad, no
restituía a la iglesia el anillo nupcial que poseía, que era el de la Virgen. Dicho
esto se recompuso en el féretro.
Estuve en un lugar, pero ignoro si es el mismo donde fué colocada primero la
santa casa de Loreto, o si de allí provenían los utensilios que me fueron
mostrados. No los he visto en ninguna iglesia cristiana; los que acudían allí
parecían turcos. Conservábanse platos y vasos de tierra, que se encontraban
en la casa de Loreto cuando fué transportada a Europa. No sé si esos
utensilios eran los verdaderos o los imitados, que Santa Helena mandó a
hacer. En Loreto hay muchas de estas reliquias. Santa Helena mandó encerrar,
tanto los verdaderos como los imitados, en una urna de cristal bien asegurada
para que durase mucho tiempo. Me parece que los utensilios que hay en Loreto
son los verdaderos. Cuando los vi, estaban muy bien guardados debajo de un
altar.
He visto, también, aunque no recuerdo el lugar, en una iglesia griega del Asia,
un fragmento del velo de María de un color amarillo pálido. Habían sido
distribuidos ya tantos fragmentos de ese velo, que había sido muy extenso, que
no quedaba sino un pequeño trozo. Había llegado a aquella iglesia por medio
de San Juan Evangelista. He visto un cuadro donde se me mostró como la
gente disputaba acerca de si era reliquia verdadera o no. Un hombre temerario
se quiso apoderar de aquel pano y quedó con la mano paralizada, mientras su
mujer rezaba con mucho fervor por él. También San Lucas se encontraba allí,
en medio de estos hombres, y dio testimonio de la autenticidad de la reliquia:
tomando el velo, lo puso sobre la mano herida de aquel hombre y al punto
sanó. Lucas entregó a aquella gente una declaración escrita de esta reliquia, y
cero que el escrito existe allí todavía. Les contó su vida anterior y como se
había dado al cultivo de las bellas artes y se había entregado a los viajes por
diversos lugares, teniendo ocasión de ver a María, cuando fue a Éfeso con San
Juan. Habló también de los cuadros que había pintado.
Estuve en un paraje donde se conserva un vestido exterior de María. Creo que
es en Siria, en las cercanías de Palestina. Era uno de esos vestidos que María
había hecho distribuir a dos mujeres poco antes de su muerte. Esta gente no
era católica romana; creo que eran griegos cismáticos. Tenían por esa reliquia
una pomposa adoración y se gloriaban de poseerla. Creo que San Francisco
de Asís había ido por estos lugares y obtuvo un milagro, o, por lo menos, la
confirmación de la autenticidad de la reliquia.
He visto que allí donde se conserva la declaración de la autenticidad escrita por
San Lucas, se guarda también una carta escrita por mano de María. Es muy
breve y esta maravillosamente conservada. La entendí por entero y quizás me
venga de nuevo a la memoria su contenido. Juan había deseado que María la
escribiese para cierto pueblo que no creía en lo que había predicado sobre
Jesucristo.
He visto un cuadro relativo a María y las fajas y pamales de Jesús que se
conservaban en otro tiempo en una magnífica iglesia de Constantinopla. El sitio
donde se encuentran ahora estas reliquias, no es conocido. He visto también
que un peregrino que llevaba consigo una cantidad de reliquias de los vestidos
y cabellos de María, volviendo de Tierra Santa fue asaltado por ladrones y
herido. Los malhechores echaron al fuego las reliquias. El herido alcanzo a
llegar hasta el fuego, halló intactas las reliquias y recobró de pronto la salud.
XLVII
Piedras sobre las cuales celebraron los Apóstoles
En Éfeso, donde estaba la casa de María, existe aun una piedra sobre la cual
los apóstoles Pedro y Juan celebraban la santa Misa. Cada vez que Pedro y
Juan llegaban a la Palestina, visitaban la casita de Nazaret y celebraban allí la
Misa. Se había erigido un altar donde antes estaba el hogar. Un pequeño
armario, usado por María, se había convertido en tabernáculo. La casa de Ana
estaba situada en las afueras, a media hora de camino de Nazaret.
Desde allí se podía llegar sin ser observado, por caminos extraviados, hasta la
casa de María y de José en Nazaret, sobre una pequeña elevación. No estaba
edificada precisamente en la colina, sino en la parte posterior, separada por un
estrecho sendero, donde había una pequeña ventana, puesto que aquella parte
era muy obscura. La parte posterior de la casa era triangular, como la casita de
María en Éfeso; en este triángulo estaba el dormitorio de María, donde recibió
el anuncio del Ángel. Este triángulo estaba separado de la casa por la pared
del fogón, que consistía, como en Éfeso, en una excavación en la pared, en
cuyo centro, sobre el lugar de la lena, se elevaba una chimenea y terminaba en
un cano que sobresalía del techo. En la extremidad de esta chimenea he visto
mas tarde suspendidas dos campanltas. A derecha e izquierda había dos
puertas que conducían a las estancias de María. En el muro del hogar se veían
aberturas o nichos donde estaban guardados varios utensilios.
El pequeño lecho donde descansaba María estaba colocado en la parte
derecha, detrás de una pared movible, especie de biombo. En la parte
izquierda había un armario pequeño. Detrás del fogón había un tirante derecho
de madera de cedro, sobre el cual se apoyaba el muro, y de allí salía otro
tirante transversal, que se extendía hasta la extremidad del ángulo. El oratorio
de María estaba a la izquierda; solía hincarse sobre un pequeño taburete. La
ventana se abría de frente, del lado opuesto. Las paredes rústicas estaban
cubiertas de largas hojas y encima de ellas pendían algunos tapetes de
mimbre. El techo, en la parte superior, estaba entretejido de cortezas de árbol y
en los tres puntos de los ángulos se veía un trabajo de tallado que parecía una
estrella; la del medio era mas grande. Cuando María se retiro a Cafarnaúm, la
casita de Nazaret fué adornada, y se la consideró como un santuario. A
menudo iba María desde Cafarnaúm a este lugar consagrado por la
Encarnación de Jesucristo, para hacer oración. Mas tarde se colocaron sobre el
cielorraso multitud de estrellas. Recuerdo que la parte posterior de la casa y la
pequeña ventana fueron llevadas a Europa. Cuando pienso en esto, me parece
haber visto que la parte anterior de la casa estaba caída. El techo no era agudo
ni alto y el borde un tanto levantado, de modo que se podía pasear alrededor.
Todo el techo era plano. No tenía ninguna torrecita, sino sólo la chimenea
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cubierta, por un techito, como es costumbre. He visto en Loreto muchas
lámparas ardiendo en aquella sagrada casa. En el momento de la Anunciación,
Ana dormfa en la parte izquierda, separada por un tabique, cerca del fogón.
XLVIII
Constantino y su conversión (*)
Constantino tenía, por varias apanc1ones, gran confianza en el signo de la
santa Cruz: la hacía llevar en un estandarte, delante de su armada, con mucha
veneración. Pero en esto se guiaba más por temor supersticioso, como hoy se
ven a personas llevar amuletos sin devoción verdadera. El creía que la Cruz le
ayudaba, pero tenía de Cristo la idea de un dios como tantos otros del imperio
romano. Obraba cosas buenas mezcladas con otras malas, y aun persiguió a
algunos cristianos, excitado por otros, aunque veneraba la Cruz como signo
que le traería suerte en sus empresas. El Papa Silvestre y otros sacerdotes
tenían que ocultarse de su vista; se escondían en las cuevas de una montana.
Las cosas llegaron a tal punto que Dios se sirvió del castigo para mejorarlo;
contrajo la lepra y los sacerdotes idólatras le dijeron que debía bañarse en la
sangre de un niño. Cuando oyó esto hizo comparecer al Papa Silvestre y se
hizo instruir en las verdades de la fe. Estuvo siete días haciendo penitencia, y
lo he visto bautizarse por el Papa Silvestre. El Emperador entró completamente
en el agua y salió sano de su lepra. Cuando se vió limpio y conoció lo que era
ser cristiano mandó una carta a su madre con un mensajero, diciéndole que se
había hecho cristiano, que estaba sano de su lepra, y que también ella se
hiciera cristiana. La madre Helena no sabia mucho del cristianismo; tenía
veneración y deseo del Mesías; había oído que el Hijo de Dios había venido al
mundo por causa de los judíos; por esto tenía a los judíos por un pueblo
escogido y se relacionaba con sabios de esa raza. Cuando ella les dijo que el
Emperador se había hecho cristiano, levantaron un gran tumulto y se asustaron
mucho. Ella escribió a su hijo diciéndole que si abandonaba el paganismo, por
lo mismo debía haber abrazado la religión de los judíos, Cuando el Emperador
manifestó esto al Papa Silvestre, éste le dijo que escribiera a su madre
llamándola a Roma en compañía de los sabios judíos para una disputa pública.
Constantino escribió a su madre y ésta busco los mas sabios entre los judíos y
partió con dos de ellos a Roma. Estaban presentes varios otros judíos en esta
disputa y varios filósofos paganos, que decidirían quién tenía ventaja. He visto
que Silvestre contestaba todas las objeciones de los judíos, los cuales se
convirtieron, como también Helena, la Emperatriz, que fué luego a Jerusalén
para buscar la verdadera cruz de Cristo.
(«) Algunos historiadores dicen que Constantino fue bautizado recién en el
ocaso de su vida. Nicéforo llama a esta historia: Figmentum arianorum. La
tradición y el Breviario Romano están conformes con lo que ve Ana Catalina. El
Breviario dice que fué librado por el bautismo de la lepra de la infidelidad. Esto
último fue una añadidura puesto que los parientes se quejaron de que se
hiciese público que estaba atacado de lepra.
XLIX
Hallazgo y triunfo de la santa Cruz
Después de la muerte de Cristo los judíos habían tratado de destruir todos los
lugares que los cristianos consideraban sagrados. Habían hecho cavar fosos a
través del camino donde Jesús había caído. Los lugares, hermosos de verdor,
donde Jesús había predicado, los hicieron intransitables y a los jardines les
habían puesto cercos. En algunos sitios habían tendido hasta fosos
disimulados para que los peregrinos cayeran dentro. He visto que algunos de
estos pérfidos judíos cayeron ellos mismos dentro de los fosos. Habían
desfigurado y puesto obstáculos en los caminos que llevaban al Calvario,
abriendo fosos en algunos espacios y cercando otros con vallas. Muchos
peregrinaban a esos lugares y se habían obrado grandes maravillas allí. He
visto que cavaron y bajaron la cumbre del monte Calvario y la tierra que
sacaban de allí la desparramaban sobre los caminos. Los cinco lugares llenos
de verdor que en forma de corazón había habido allí y que llevaban al lugar de
la crucifixión, los habían deformado. Cuando sacaron la tierra de la cumbre del
Calvario, quedo una piedra blanca, desnuda, donde se veía un hoyo cuadrado,
de un codo de hondo, donde había estado la cruz. Los he visto en este lugar
trabajar penosamente con palancas y troncos de árboles para remover la
piedra, pero ella caía siempre mas profundamente. Entonces cubrieron el lugar
con tierra. El lugar del santo sepulcro era de propiedad de Nicodemo y quedó
como estaba.
Más tarde volvieron estos lugares a ser profanados. El jardín del santo sepulcro
era ligeramente inclinado desde la altura en la cual había estado el sepulcro.
He visto como cavaban y bajaban la altura y cubrían con la tierra el jardín y
desparramaban y disimulaban todo el lugar. He visto esta noche todo el lugar
del sepulcro y el Calvario completamente cambiado e irreconocible. Muchos
caminos estaban cubiertos de escombros y cortados a través con otros
caminos y sendas. El monte Calvario, donde había otras alturas más y en
medio de ellas lugares de verdor, estaba bajado e igualado en una grande
extensión. Los dos judíos que habían venido con Helena para buscar la cruz
tuvieron que fingirse aun judíos para saber de los otros el lugar de la cruz.
Cuando de la conversación con los judíos supieron donde estaba el lugar del
sepulcro y del Calvario, encontró Helena sobre el santo sepulcro un templo a
Venus con mármoles y figuras paganas. Sobre el monte Calvario estaba el
ídolo de Adonis. Los judíos no querían decir donde estaba la cruz de Cristo y
decían que se trataba sólo de un antiguo judío.
He visto a una mujer de grande estatura y majestad, ya de edad, pero aún ágil
(Helena) con un velo que cubría una pequeña corona, entrar y salir en muchas
casuchas y en oscuras cuevas. en los muros de la ciudad, inquiriendo datos.
He visto también al pequeño viejo y demacrado judío, de larga barba, meterse
en una y otra casucha, antes de que entrase la Señora para preguntar. Una vez
he visto que hizo congregar a muchos judíos. Otra vez he visto a Helena
encaminarse con ese viejo judío y dos hombres que portaban un barreno largo
hacía el lugar donde había estado la cruz. El templo del ídolo ya había sido
demolido. El viejo judío no sabía tampoco con precisión, y estuvieron
barrenando en derredor y siempre mas cerca, hasta que vieron una señal en el
mismo barreno, que ya no recuerdo cual era. Entonces empezaron a cavar allí.
He visto a la Emperatriz, cuando encontró el lugar, quitarse la corona y dejar
sueltos sus cabellos. Tomó algo de su cuello y del pecho y quitóse los
calzados, dejándolo todo sobre una piedra blanca y limpia. Tuvieron que cavar
un foso muy profundo antes de hallar algo. Encontraron primero la cruz de un
ladrón; luego, no lejos de allí, la cruz de Cristo, y después la otra. Encontraron
la cruz de Cristo desarmada; pero los pedazos estaban allí en cierto orden. La
tabla de la inscripción estaba algo más lejos; sobre ella el pergamino con la
inscripción. Debajo de un madero del brazo de la cruz estaban los tres clavos
en orden: el clavo de los pies era de un palmo y medio de largo; los otros, de
un palmo. Helena mandó el clavo mas grueso a su hijo Constantino.
No puedo comprender por qué se dice que no podían reconocer la cruz de
Cristo de las demás, cuando yo las veo siempre diferentes una de otras. Las
cruces de los ladrones eran de madera redonda, sobre la cual el travesano
estaba sujeto con un tarugo de madera y sobresalía por la parte de arriba. La
cruz de Cristo era de madera cuadrada, algo mas ancha que gruesa,
ordenadamente trabajada, y los brazos estaban hincados dentro del madero
principal. Tenia también un pequeño sostén para los pies, clavado con un
grueso clavo que me pareció remachado. Este sostén de los pies se encontró
en la cruz, dado vuelta. He visto que Helena hizo levantar la cruz y la abrazaba.
Desarmaron las otras dos cruces y las dejaron a un lado, como maderos sin
valor. He pensado siempre, en mi ingenuidad, que debía haber recogido la cruz
del buen ladrón. Acudieron muchas personas al lugar. Los soldados tuvieron
que intervenir para mantener el orden.
He visto llevar la Cruz en una gran procesión. Traían a hombres tullidos,
enfermos y paralíticos, apoyados en brazos de otros, y hasta en carritos, al
paso de la procesión, y todos sanaban con solo tocar la Cruz. Creo que se
obraban estas maravillas para atestiguar la verdad de la santa Cruz y no para
distinguirla de otras. El viejo judío se hizo cristiano y ferviente adorador de la
santa Cruz. Uevaba siempre la señal de la cruz en la parte derecha de sus
vestiduras. Llegó a ser mas tarde obispo de Jerusalén. He visto que Helena se
hizo bautizar en Jerusalén y mandó derruir el templo del ídolo que estaba sobre
el santo Sepulcro. Al principio no querían los judíos poner manos a la obra;
pero se levantó una espantosa tormenta y barrió todos los escombros de allí y
también muchas casas de los judíos edificadas alrededor. Entonces les entró a
los judíos un gran temor y empezaron a trabajar de veras. La primitiva entrada
al santo Sepulcro no fué mas utilizada ni abierta y se hizo una entrada al lado.
Helena tenía entonces cincuenta años y la vi ocupada intensamente en edificar
(la Iglesia del Santo Sepulcro). La iglesia cristiana estaba todavía sobre Sión,
donde se habfa instituido la santa Eucaristía.