El Antiguo Testamento – Sección 1

I
Creación y caída de los ángeles
Primeramente he visto levantarse delante de mi vista un espacio inmenso
lleno de luz y dentro de ese espacio de luz, muy arriba, como un
globo resplandeciente cual un sol, y en él sentí que estaba la ciudad de la
Trinidad. Yo la llamo, a mí misma, la Armonía, la Concordancia. Y vi salir
de allí virtud y poder, de pronto aparecieron debajo del globo resplandeciente
coros luminosos, anillos, círculos trabados entre sí, de espíritus maravillosamente
esplendorosos, fuertes, de admirable hermosura. Este nuevo mundo
de resplandores se levantó y quedó como un sol de luz debajo de aquel otro
sol más levantado y primero.
Al principio estos coros de espíritus se movían como impulsados por la
fuerza del amor que provenía del sol más elevado.
De pronto he visto una parte de todos estos coros permanecer inmóviles,
mirándose a sí mismos, contemplando su propia belleza. Concibieron contento
propio; miraron toda belleza en sí mismos; se contemplaron a sí mismos;
estaban en sí mismos.
Al principio estaban todos en más altas esferas, moviéndose como fuera de
sí mismos. Ahora, una parte de ellos, permanecía quieta, mirándose a sí
misma. En el mismo momento he visto a toda esta parte de los espíritus luminosos
precipitarse y oscurecerse, y a los demás coros de ángeles arremeter
contra ellos y llenar sus claros. Los círculos quedaron entonces más reducidos.
No he visto, sin embargo, que estos espíritus buenos saliesen del
círculo del cuadro general para perseguirlos. Aquéllos (los rebeldes) que
quedaron silenciosos, abismados en sí mismos, se precipitaron; y los que no
se habían detenido en sí mismos llenaron los vacíos de los caídos. Todo esto
sucedió en un breve momento.
Cuando estos espíritus cayeron he visto aparecer debajo un globo de tinieblas
cual si fuese el lugar de su nueva morada, y supe que habían caído allí
en forma involuntaria e impaciente. El espacio que ahora los encerraba, allí
abajo, era mucho más pequeño del que habían tenido arriba, de modo que me
pareció que estaban estrechados y angustiados, y no libres como antes.
Desde que siendo niña hube visto esta caída, estaba yo temerosa día y noche
de su acción maléfica y siempre pensé que debían ellos dañar mucho a la
tierra. Están siempre en torno de ella, bien que ellos no tienen cuerpo. Ellos
oscurecerían hasta la luz del sol, y los veríamos siempre como sombras vagando
delante de la luz. Esto sería insoportable para nosotros.

II
Creación de la Tierra
En seguida de la caída de los ángeles, vi que los espíritus de los coros
luminosos se humillaron delante de la Divinidad, protestaron sumisión
y pidieron quisiera la Divinidad reparar y llenar los vacíos que se habían
producido. Entonces vi como un movimiento y un obrar en la luz de la Divinidad,
que hasta entonces había quedado inmóvil, y que había esperado,
como yo lo sentí en mi interior, esa petición de los ángeles. Después de esta
acción de los ángeles estuve persuadida que ellos debían permanecer firmes
y no podían ya caer. Se me dio a entender, sin embargo, que era decisión y
decreto de Dios, por causa de la caída de los ángeles, que debía haber lucha
y guerra mientras no se llenasen los coros de los ángeles caídos. Este tiempo
se me representó en el espíritu como muy largo y como imposible. Esta lucha
debía producirse en la tierra, y no en los cielos, donde no debía haber
más lucha, ya que la Divinidad lo había afirmado en su estabilidad.
Después de la persuasión no pude tener compasión con el diablo, pues supe
que él cayó por la fuerza de su propia mala voluntad. Tampoco puedo tener
enojo contra Adán; siento, en cambio, mucha compasión hacia él, pues
pienso que ya estaba todo previsto.
Inmediatamente luego de la súplica de los ángeles fieles y después del movimiento
en la Divinidad, apareció un mundo, un globo oscuro al lado del
globo de las tinieblas que se había formado debajo del sol luminoso de la
Divinidad; este globo estaba a la derecha y no lejos del globo anterior.
Entonces fijé mi atención sobre el globo oscuro que estaba a la derecha de la
esfera tenebrosa, y he visto un movimiento dentro de él, como si creciese
por momentos. Aparecieron puntos luminosos en la masa oscura y la rodearon
como bandas luminosas. Luego se vieron lugares más claros, y apartáronse
estas bandas de tierra de las aguas que la rodeaban. Después vi en los
lugares más claros un movimiento, como algo viviente que rebullía en ellos.
Sobre la superficie de la tierra vi crecer hierbas y aparecer plantas y, en medio
de ellas, seres vivientes que se movían. Me parecía, como era todavía
niña, que las plantas se movían.
Hasta este momento todo había sido gris y ahora se esclarecía al ver como
una salida de sol. Parecía ese mundo como es la mañana sobre la tierra, que
todo despierta del sueño. Todo lo demás que había visto antes, desapareció
de mi vista. El cielo estaba azul y el sol recorría su camino. Vi una parte del
mundo iluminada por él, y tan brillante y agradable, que pensé: «Esto es el
Paraíso».

A medida que en la tierra oscura se iban cambiando las cosas, yo veía algo
que salía del altísimo círculo de la Divinidad. Me parecía, al ver subir el sol
desde el horizonte, como cuando todo renace al amanecer; era la primera
mañana del mundo. Con todo, no presenciaba esto ningún ser humano. Las
cosas permanecían como si siempre hubiesen estado así. Todo estaba aún en
la inocencia de la primitiva creación. Conforme subía el sol en el horizonte,
yo veía que también las plantas y los árboles crecían elevándose a mayor
altura. Las aguas me parecían más claras y santificadas; los colores más puros
y luminosos; todo era indeciblemente agradable. No hay ninguna comparación
ahora de cómo estaba la creación entonces. Las plantas, las flores y
los árboles tenían otras figuras. Las cosas de ahora son, en su comparación,
como achaparradas y estropeadas; todo está hoy como reseco y agostado.
A menudo, cuando veo frutas y plantas en nuestro jardín, y luego veo los
mismos (en visión) en los países calurosos del Sur, completamente distintos
en tamaño, hermosura y en sabor, por ejemplo, los duraznos, pienso para
mí: ‘»Lo que son nuestras frutas en comparación con las frutas de los países
del Sur, así son estas frutas del Sur comparadas con las frutas del Paraíso
terrenal». He visto allí rosas blancas y rojas, y pensé entre mí: «Estas significan
la pasión de Cristo y la Redención». También he visto palmeras y árboles
muy espaciosos que daban sombra como una techumbre. Antes que
viera el sol, todo me parecía más pequeño y reducido; después, más grande,
y, finalmente, grande del todo. Los árboles no estaban muy cerca uno de
otro. Veía de cada planta, al menos de las más grandes, solo un ejemplar, y
las veía separadas cual si pertenecieran a un vivero, plantadas según su clase.
Todo lo demás estaba verde y tan puro, incorrupto y ordenado que ni
remotamente se podía pensar en un ordenamiento humano. Yo pensaba:
«¡Cómo está todo tan bello y ordenado, y no hay aquí hombre alguno! …
Aún no hay pecado; por eso no hay aquí nada manchado ni corrupto. Todo
es aquí santo y saludable; nada ha sido remendado o compuesto; todo es
limpio, puro e incontaminado».
Las praderas tenían elevaciones insensibles cubiertas de vegetación y de
verdor. En el medio se veía una fuente, de la cual salían ríos en todas direcciones
y algunos volvían a su origen. En este agua vi por primera vez movimiento
y seres vivientes. Después vi animales entre las plantas y arbustos;
parecía que despertaran del sueño mirando a través de las hierbas y plantas.
Estos animales no eran ariscos y eran muy diferentes a los actuales. Si los
comparo con los animales de ahora, aquellos me parecían como hombres.
Eran inocentes, puros, nobles, muy ágiles, llenos de contento y muy mansos.
No puedo expresar con palabras cómo eran entonces estos animales. La
mayoría de ellos me eran desconocidos. No veía allí ninguno igual a los de
ahora. He visto elefantes, ciervos, camellos y especialmente el unicornio,
que vi después también en el arca de Noé; era allí de modo particular manso
y cariñoso. Era más corto que el caballo y tenía la cabeza más redondeada.
No he visto entonces ningún mono, ni insectos, ni tampoco animal alguno
repugnante o escuálido. He pensado siempre que estos animales surgieron
después como castigo del pecado. He visto muchos pájaros y oía sus cantos
tan agradables como en una alegre mañana En cambio, no oía bramido de
fieras ni vi aves de rapiña.
El Paraíso terrenal existe aún; pero le es del todo imposible al hombre el
llegar hasta él. Lo he visto allá arriba en todo su esplendor, separado de la
tierra oblicuamente, como lo está la esfera oscura de los ángeles caídos respecto
del cielo’.

III
Adán y Eva
He visto que Adán no fue creado en el Paraíso, sino en el lugar que más
tarde fue Jerusalén. Lo he visto surgiendo, luminoso y blanco, de una
pequeña elevación de tierra amarilla, como saliendo de un molde. El sol brillaba,
y yo pensaba, cuando niña, que el sol con su brillo lo hacía brotar de
la tierra. Era como nacido de la tierra, entonces virgen. Dios bendijo esta
tierra y ella fue como su madre. Él no salió de repente de la tierra; tardó algún
tiempo en aparecer. Estaba recostado sobre su parte izquierda, con el
brazo sobre la cabeza, y parecía velado de una niebla fluorescente. Yo veía
una figura en su costado derecho y estaba persuadida de que era Eva, la cual
fue más tarde sacada de Adán en el Paraíso por obra de Dios. Dios llamó a
Adán y fue entonces como si la colina se abría y Adán surgía poco a poco
del seno de ella. No había árboles en torno, sino sólo pequeñas plantas floridas.
He visto también que los animales salían uno a uno de la tierra y que se
separaban luego las hembras. He visto que Adán fue llevado muy lejos de
allí, a un jardín colocado en alto, el Paraíso terrenal. Dios hizo desfilar a los
animales ante él. Adán los nombraba y ellos le seguían y le hacían fiestas.
Toda la creación servía a Adán antes del pecado. He visto a Adán en el Paraíso,
no lejos de la fuente en medio del jardín, levantándose como del sueño,
entre flores y arbustos. Su cuerpo era de una blancura tenuemente luminosa.
Con todo su cuerpo tenía más de carne que de ser puramente espiritual.
No se maravillaba de nada de lo que le rodeaba; paseaba entre los árboles
y entre los animales como si estuviera acostumbrado, como quien visita
sus campos y sus posesiones.
He visto a Adán descansando, con la mano izquierda apoyada en la mejilla,
en aquella colinita junto a las aguas. Dios envió sueño sobre él. Adán estaba
sumido en visiones. Entonces sacó del costado derecho de Adán a Eva, precisamente
del lado donde fue abierto el pecho de Jesús por la lanza. He visto
a Eva, al principio, pequeña y delicada; pronto creció hasta que la vi grande
y hermosa. Si no hubiera habido pecado todos los hombres hubieran sido
formados y hubieran nacido en un sueño tranquilo.
La colina se dividió en dos partes, vi del lado de Adán una roca como de cristal y piedras preciosas.
Del lado de Eva se formó un vallecito cubierto de blanco y fino polvo fructífero.
Cuando Eva fue creada, yo he visto que Dios le dio algo a Adán o le
inspiró algo. Me pareció que salían de Dios, en forma humana, de la frente,
de la boca, del pecho y de las manos, rayos de luz que se unían en un haz de
resplandores, que entró en el lado derecho de Adán de donde había sido sa-
cada Eva. He visto que sólo Adán recibió este torrente de luz. Era el germen
de la bendición de Dios. En esta bendición había como una trinidad. La
bendición que recibió más tarde Abraham por el ángel era algo parecido,
pero no tan luminoso como lo recibido por Adán.
Eva estaba de pie, delante de Adán, y éste le dio la mano. Eran como dos
niños inocentes, maravillosamente hermosos y nobles. Eran luminosos, cubiertos
de luz como si fuera un vestido fluorescente. En la boca de Adán yo
veía un ancho haz de luz y sobre su frente como una faz severa. Alrededor
de su boca había un sol de rayos. En la de Eva no había tal resplandor. El
corazón lo vi como al presente lo tienen los hombres; pero el pecho estaba
rodeado de rayos de luz, y en medio del corazón vi una gloria luminosa, y
adentro, una pequeña imagen con algo en la mano. Yo creo que era una representación
de la tercera Persona de la Santísima Trinidad. También de sus
pies y manos salían rayos de luz. Sus cabellos caían en cinco luminosos
haces: dos desde las sienes, dos detrás de las orejas y uno detrás de la cabeza.
He tenido siempre la persuasión de que por las llagas de Jesús se abrieron
puertas del cuerpo mortal que habían sido cerradas por el pecado, y que
Longinos, al abrir el pecho de Jesús, abrió asimismo las puertas del renacimiento
a la vida eterna. Por esto nadie pudo tener entrada en el cielo antes
que estas puertas fueran abiertas. Los haces luminosos de la cabeza de
Adán, los he visto como una superabundancia, como una gloria en relación
con otros resplandores. Esta gloria vuelve de nuevo sobre los cuerpos glorificados
de los bienaventurados. Nuestros cabellos son restos de la caída y
perdida gloria, y como están nuestros cabellos ahora en comparación con los
rayos de luz, así es nuestra carne comparada con el cuerpo de Adán anterior
a la caída. El sol de luz sobre la boca de Adán tenía relación con la bendición
de una santa descendencia por Dios, la cual, sin la culpa original, se
hubiese efectuado por medio de la palabra. Adán dio la mano a Eva, y caminaron
desde el lugar donde la mujer había sido creada, a través del Paraíso,
examinándolo todo y gozando de la creación. Este lugar era el más elevado
del Paraíso terrenal: todo era resplandor y luz y más ameno que los
demás lugares del mismo Paraíso.

IV
El árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal
En medio de aquel luciente jardín he visto aguas y dentro de ellas una
isla, o mejor península, porque de un lado estaba unida por un dique.
Esta isla, como el brazo de tierra que la unía con el jardín, estaba llena de
hermosos árboles. En medio de la isla había un árbol tan bello que a todos
vencía en hermosura y al mismo tiempo los cubría y protegía. Sus raíces
formaban el conjunto de la isla. Este árbol cubría toda la isla y desde su anchura
tan pronunciada se iba angostando hasta terminar en una graciosa
punta. Sus ramajes se extendían en posición recta y de ellos nacían otras
ramas como pequeños arbolitos, hacia arriba. Las horas eran delicadas y los
frutos amarillos colgaban de una vaina y se abrían como una rosa con sus
pétalos. Parecíase mucho al cedro. No recuerdo haber visto nunca a Adán o
a Eva, ni a ningún animal andar por la isla ni en torno del árbol. Sólo oía
cantar unas aves muy hermosas, nobles y blancas en lo alto de sus ramas.
Este árbol era el árbol de la vida.
Precisamente delante del dique o lengua de tierra, que llevaba a la isla, estaba
el árbol de la ciencia del bien y del mal. El tronco era escamado, como el
de las palmeras; las hojas nacían inmediatamente del tronco; eran muy
grandes y anchas, como suelas de zapatos. Delante y escondidas entre las
hojas había frutas, que colgaban en racimos de a cinco, de las cuales una
salía un tanto más que las otras cuatro que estaban en su pezón. Esta fruta
amarilla no era tan parecida a la manzana, sino más bien a la pera o al higo:
tenía cinco nervios o pequeñas ramificaciones. El interior de la fruta era
blando, como el de un higo, de color del azúcar quemado, atravesado por
nervaduras de color de sangre. El árbol era más ancho arriba que abajo y las
ramas se internaban profundamente en la tierra.
Aún ahora veo esta especie de árbol en los países de clima caluroso. Echa
renuevos de sus ramas en el suelo y las raíces se entierran y salen nuevos
troncos, los cuales a su vez vuelven a echar raíces, de modo que estos árboles
semejantes a menudo cubren gran extensión de tierra y bajo su sombra
descansan a veces familias enteras de caminantes. Un trecho hacia la derecha
del árbol de la ciencia veo una colinita redondeada, como un huevo, cubierta
de granitos de un rojo luminoso y toda clase de piedras preciosas de
variados colores. Estaba rellenada de formas de cristales preciosos. Alrededor
de la colinita había hermosos árboles de una altura tal que se podía estar
en ella sin ser observado. También había en tomo hierbas y arbustos. Estos
arbolitos tenían brotes y frutos, reconfortantes y de variados colores. A corta
distancia a la izquierda del árbol de la ciencia del bien y del mal, había una
depresión, un pequeño valle, cubierto de un delicado polvo blanco como
niebla, con flores blancas y estambres de frutos. Había variedad de plantas,
pero eran más incoloras y más como polvitos que como frutos. Era como si
los dos lugares tuviesen una relación íntima: cual si fuese la colinita tomada
del valle o cual se tuviese que llenar el valle con la colinita. Eran como semilla
y campo para sembrarla. Los dos lugares me parecieron sagrados. Los
he visto resplandecer, especialmente la parte de la colinita. Entre estos lugares
y el árbol de la ciencia había varios arbustos y pequeños arbolitos. Todo
este conjunto y toda la naturaleza creada, parecían transparentes, llenos de
luz. Ambos lugares eran las moradas de nuestros primeros padres. El árbol
de la ciencia estaba como una división entre ellos. Creo haber visto que
Dios les señaló estos lugares después de la creación de Eva. En efecto, al
principio no los veía yo frecuentemente juntos. Los veía sin deseos el uno
del otro: se retiraba cada uno a su lugar de preferencia. Los animales eran
indeciblemente nobles, cubiertos de un brillo tenue, y servían a nuestros
primeros padres. Tenía cada uno su lugar de retiro, según su naturaleza y sus
caminos, según sus clases. Todos los lugares de los diversos animales y sus
clases tenían relación entre sí con un gran misterio de las leyes eternas que
Dios había establecido en la creación.

V
El pecado de nuestros primeros padres
He visto cómo Adán y Eva recorrían por primera vez el Paraíso terrenal.
Los animales les salían al encuentro y les servían y acompañaban.
He visto que tenían más relación con Eva que con Adán. Me parecía que
Eva tenía más que hacer con la tierra y con las criaturas de la naturaleza;
ella miraba más hacia abajo y en tomo suyo y se manifestaba más curiosa e
investigadora. Adán era más silencioso y más dirigido hacía Dios, su Creador,
que hacia las criaturas.
Entre todas las criaturas había una que, más que las otras, se había aficionado
a Eva. Era un animalito indeciblemente agradable, amistoso y halagador.
No conozco otro animal en la naturaleza que pueda ser comparado con él.
Era completamente liso, delgado de cuerpo, parecía no tener huesos; sus patitas
traseras eran cortas y corría levantado sobre ellas. Tenía cola terminada
en punta, que llegaba y arrastraba por el suelo, y arriba, cerca de la cabeza,
tenía además dos pequeñas patitas muy cortas. La cabeza era redonda y
de mirar prudente y mostraba a veces una lengüita muy movible. El color
del vientre, del pecho y del cuello era blanco amarillento, y por encima, la
parte superior, más oscuro, casi como una anguila. Su estatura, cuando estaba
levantado, era como la de un niño de diez años de edad. Estaba siempre
en torno de Eva, y era tan halagador y zalamero, tan movedizo e interesado
en mostrarse y rodear a Eva, que ésta encontraba gran placer en su compañía.
Con todo, este animalito tenía para mí algo misteriosamente temible y
aún lo tengo ahora así ante mis ojos. No he visto que ni Adán ni Eva lo tocasen.
Había, en efecto, antes de la caída, un gran distanciamiento entre el
hombre y los animales. Ni siquiera a los primeros hombres del mundo los he
visto tocar a los animales, y aún cuando los animales eran mansos y más
relacionados con los hombres, se conservaban los unos más alejados de los
otros.
Cuando Adán y Eva volvieron a aquel lugar resplandeciente, apareció una
faz luminosa delante de ellos, como la de un hombre noble y severo, de
blanca y luminosa cabellera, y me pareció que, indicándoles toda la naturaleza,
se la entregaba y que algo, en cambio, les mandaba observar. Ellos no
se mostraban cohibidos en su presencia y lo escuchaban sin mostrar temor
alguno. Cuando este Ser desapareció me pareció que quedaron aún más contentos,
más dichosos, y que entendían más y encontraban mayor orden en
todo lo que veían en la naturaleza. Sentían un gran deseo de agradecer, y
este sentimiento era mayor en Adán que en Eva, que encontraba más con-
tento en su dicha y miraba más a las cosas que al agradecimiento a Dios.
Ella no estaba tan abismada en Dios como Adán; ella tenía más su alma en
la naturaleza. Creo que pasearon por el Paraíso terrenal tres veces. He visto
a Adán dando gracias y maravillándose de la belleza de la creación, sobre la
colinita luminosa donde había estado sumergido en sueño y en visiones, por
obra de Dios, cuando fue creada Eva y sacada de su costado. Adán estaba
solo debajo de los árboles.
He visto a Eva acercarse al árbol de la ciencia como si quisiese pasar de largo.
El animalito aquél estaba de nuevo con ella y me pareció aún más halagador,
zalamero y movedizo. Eva estaba toda entusiasmada con el animalito
y sentía gran gusto en estar en su compañía. El animal subió al árbol a una
altura tal que su cabeza llegaba a la de Eva; se sostenía con los pies al árbol.
Volvió la cabeza hacia Eva y habló. Dijo que si comían de la fruta del árbol
serían libres y no más esclavos, y sabrían cómo sería la forma de su descendencia.
Ellos sabían ya que tendrían descendencia; pero entendí que aún no
sabían cómo Dios lo quería, y que si lo hubiesen sabido a pesar de ello
hubiesen pecado, la redención no habría sido posible. Eva se mostraba cada
vez más curiosa hacia las cosas que la serpiente le decía. Se produjo en ella
algo que la sumió en oscuridad. Yo temblaba por ella. Miró ella hacia Adán,
que estaba absorto debajo de los árboles. Ella lo llamó y él acudió a su llamado.
Eva fue a su encuentro y luego retrocedió. Se notaba en ella una indecisión,
una inquietud. Volviese como si quisiera pasar de largo el lugar
del árbol; pero se acercó a él por el lado izquierdo y estuvo detrás de él cubierta
por las hojas largas y caídas. El árbol era por arriba más ancho que
por abajo y las hojas colgaban pesadamente hasta el suelo. Colgaba también
en la parte donde se hallaba Eva una fruta de particular hermosura. Cuando
Adán llegó al lugar, Eva lo tomó del brazo y señaló al animal que hablaba, y
Adán escuchó también sus palabras. Al tomarle del brazo fue la primera vez
que lo hacía. Adán no la tocó, y vi que había ya oscuridad en ella. He visto
que la serpiente señaló la fruta; pero no se atrevió a arrancársela para Eva.
Pero no bien Eva manifestó deseos de tener la fruta, entonces la serpiente la
desgajó y se la alcanzó a Eva. Era la fruta más hermosa del medio de un
como racimo de cinco frutas juntas que colgaban del árbol. He visto que
Eva se acercó a Adán con la fruta y se la dio, puesto que sin el consentimiento
de éste no se habría realizado la culpa y el pecado p1imero. He visto como
que la fruta se pudría en las manos de Adán y que él veía figuras adentro.
Parecía que ellos llegaban a saber lo que les convenía ignorar. La parte interna
de la fruta estaba cruzada con venas color de sangre. He visto cómo se
oscurecían, perdiendo el resplandor que los envolvía y sus rostros perdieron
la serenidad. Pareciome que hasta el sol se retiraba. La serpiente bajó al
punto del árbol y huyó sobre sus cuatro patas.
No vi comer la fruta, como se hace al presente, con la boca; pero la fruta
desapareció de entre las manos. Entendí que Eva ya había pecado cuando la
serpiente estaba en el árbol, puesto que la voluntad de Eva estaba ya con la
serpiente. Supe entonces algo que no puedo ahora explicar debidamente. Era
como si la serpiente fuese la figura y la representación exterior de la voluntad
de Eva, como de un ser con el cual pudiesen ellos hacerlo y alcanzarlo
todo. Dentro de esta voluntad (en figura) entró Satán.
Por el gustar de la fruta prohibida no estaba aún completo el pecado; pero
esta fruta de tal árbol, que echa sus ramas en la tierra y reproduce nuevas
plantas de la misma especie, que hacen lo mismo luego al hincarse en el
suelo, tiene en sí la significación de un trasplante y de una reproducción de
su mismo poder, y esta reproducción es como un trasplante pecaminoso,
apartado de Dios. De este modo se realizó, con la desobediencia y con el
gustar de la fruta, la separación de la creatura de su Dios y la reproducción
en sí y por sí, y el amor de sí, en la naturaleza humana. El hecho de gustar la
fruta, que tenía en sí esta significación y este concepto, tuvo como consecuencia
una reversión, una marcha hacia atrás en la naturaleza, y trajo el pecado
y la muerte. La bendición de una descendencia santa y pura en Dios y
por Dios, que había recibido Adán después de la creación de Eva, le fue quitada
después de probar la fruta. Yo he visto cómo al dejar Adán su lugar en
la colinita para ir hacia Eva, que lo llamaba, se aproximó el Señor por detrás
de él y le quitaba algo de su cuerpo. Tuve la persuasión de que de ello debía
salir la salud del mundo. Tuve una vez, en la fiesta de la Inmaculada Concepción
de María, una visión de Dios sobre este misterio. He visto en Adán y
Eva encerrada la vida corporal y espiritual de todos los hombres, y como
por el pecado y caída fue esta vida corrompida y mezclada, y como los ángeles
caídos adquirieron entonces poder sobre los hombres. He visto en esta
visión cómo la segunda Persona de la Santísima Trinidad descendió sobre
Adán y con una especie de cuchillo retorcido le sacaba esa bendición antes
que consintiese en el pecado. En el mismo momento he visto salir, como del
costado de Adán, de donde se le había sacado la bendición, a la Virgen Inmaculada
y remontarse como una nubecilla luminosa hasta Dios en su gloria.
Con el gustar de la fruta prohibida se encontraron Adán y Eva como embriagados
y con el consentimiento en el pecado se obró en ellos un cambio
muy grande. Estaba entonces la serpiente entre ellos. Ellos estaban como
penetrados con la esencia de ese ser y se vio entonces a la cizaña entre el
buen trigo. La circuncisión fue instituida como penitencia y castigo. Como la
viña se poda para que el fruto, el vino, no sea agreste ni la planta estéril, así
tuvo que hacerse con el hombre para que pudiera ser nuevamente ennoblecido.
Cierta vez que se me mostró en visión la reparación de la culpa, vi un cuadro
donde salía Eva del costado de Adán y ya estiraba el cuello hacia la fruta
prohibida, corría apresurada y se abrazaba con el árbol. Y luego vi otro
cuadro donde, por el contrario, se veía a Jesús, nacido de la Inmaculada
Virgen Maria, que corría hacia el árbol de la cruz y se abrazaba con él. En
esta ocasión vi que la descendencia de Eva, oscurecida por el pecado, se purificaba
por los padecimientos de Jesús, y comprendí que debe ser arrancado
el placer prohibido de la carne del hombre mediante el dolor de la penitencia.

Las palabras de la Epístola (Gal. N , 30-31) donde dice que el hijo de la
esclava no debe ser heredero, las entendí siempre en el sentido de que bajo
el nombre de esclava se comprendía la carne y la sujeción de la misma. El
matrimonio es un estado de penitencia y requiere abnegación, oración, ayuno,
la necesidad de dar limosna y de tener la intención de aumentar el reino
de Dios con los hijos.