XXV
María y los futuros apóstoles van a Jerusalén
Maria y las santas mujeres partieron de Cafarnaúm hacia Jerusalén.
Van caminando por las cercanías de Nazaret y del Tabor, porque allí
se juntarán otras mujeres, y a través de Samaria. Los discípulos de Galilea
las habían precedido y algunos criados iban detrás de ellas llevando bultos y
paquetes. Entre los hombres veo a Pedro, Andrés y su hermano uterino
Jonatan, los hijos de Zebedeo, los hijos de María de Cleofás, Natanael
Chased y Natanael, el de las bodas de Caná.
Al cuarto de Nisán estuvo Jesús toda la mañana con unos veinte discípulos
en el templo. Después enseñó en casa de María Marcos y tomó algún
alimento. Luego lo vi en Betania, en casa de Simón el fariseo, con su amigo
Lázaro. En todas partes están ocupados en elegir los corderos para la
Pascua. Jesús estuvo de nuevo en el templo por la tarde, y enseñó después
en la casa de José de Arimatea. Esta vivienda está cerca de la de Juan
Marcos, cerca de un taller de tallado de piedras. El lugar está algo apartado
del pasaje común y los fariseos no frecuentan mucho este sitio; además
ninguno de los enemigos se atreve a acercarse a Jesús: los que le odian lo
hacen en secreto y no dan señal de ello en público. Jesús, por su parte, obra
libremente en Jerusalén y en el templo. Se adelantó con Obed entre el altar
de los sacrificios y el templo donde hubo una prédica sobre la fiesta pascual
y los usos de los sacerdotes. Sus discípulos quedaron atrás, en la antesala de
Israel. Los fariseos se enojaron grandemente de verlo allí. Andando por los
caminos habla con las gentes que van y vienen. Acude cada vez más gente a
Jerusalén para las fiestas, especialmente trabajadores, obreros, peones,
siervos y comerciantes con provisiones. Alrededor de la ciudad y en los
sitios libres se levantan tiendas y chozas para albergar la gente que va
llegando; también se traen a la ciudad muchos corderos y otros animales, y
la gente elige sus corderos para la Pascua. Llegan también infieles y
paganos.
En Betania Jesús enseña y sana a los enfermos públicamente. Le han traído
algunos enfermos de otros lados y llegaron algunos parientes de Zacarías
desde Hebrón para invitarlo a ir allá con ellos. Jesús estuvo de nuevo en el
templo; y por la tarde, cuando la mayoría de los sacerdotes había
abandonado el templo, enseñó en el lugar donde había estado con los
discípulos, hablándoles a ellos y a otros piadosos israelitas de la proximidad
del reino de Dios, de la Pascua, del cumplimiento de las profecías y de las
figuras del cordero pascual. Habló con mucha severidad, y algunos
sacerdotes que aún estaban allí ocupados se sintieron conmovidos por sus
palabras aunque guardaban rencor interior contra Él.
Después volvió Jesús a Betania y de allí, con los hombres que habían venido
a buscarlo, se encaminó la misma noche hacia Hebrón con algunos de sus
discípulos. Hebrón está como a cuatro horas de camino. En el templo se
trabaja en los preparativos de la Pascua. En el interior se modifican varias
cosas para esta ocasión. Pasajes y galerías se abren y limpian, y los tabiques
son quitados para dejar espacio. Ahora se puede ir hacia el altar por varias
partes y todo el aspecto interior ha cambiado completamente. Mientras
tanto, Jesús camina hacia Hebrón con algunos de sus discípulos y con la
gente que lo vino a buscar, parientes de Zacarías. Va por el camino entre
Jerusalén y Belén. Habrá que andar unas cinco horas. A través de Juta llegó
a Hebrón, donde enseñó libremente y sanó a muchos enfermos. Volvió a
Betania para la fiesta del sábado. El camino va por alturas de la montaña.
Comienza a hacer calor. Algunos discípulos de Juan, que habían venido con
Jesús, vuelven ahora a ver a Juan. Para el Sábado estuvo en el templo y se
fue hasta el vestíbulo con Obed, donde había una silla para enseñar; más
tarde enseñó allí. Estaban sentados sacerdotes y levitas en círculo alrededor
de la silla de enseñanza, desde la cual uno desarrollaba un tema sobre la
fiesta pascual. La aparición de Jesús motivó una gran agitación entre los
presentes, especialmente cuando hizo una pregunta que nadie pudo
contestar, o hizo alguna aclaración sobre la predicación. Entre otras cosas
dijo que había llegado el tiempo en que el tipo y figura del cordero pascual
tendría su realización; que esta ceremonia y el templo mismo tendrían su
fin. Habló en modo figurado, pero con tanta exactitud y claridad, que yo
pensé, sin quererlo, en aquel pasaje del Pange lingua, que dice: «Et antiquum
documentum novo cedat ritui». Cuando los fariseos le preguntaron quien le
había dicho esas cosas Él contestó que su Padre se las había dicho, sin decir
más de su Padre. Jesús hablaba en general y los fariseos, aunque
grandemente airados contra Él, no se atrevieron a molestarle; estaban llenos
de ira y de admiración al mismo tiempo, cosa que no sabían explicarse. No
estaba permitido entrar en esta parte del templo, pero a Él, como Profeta, se
le permitió. En el último año de su vida Jesús enseñó en este lugar.
Después del sábado se volvió de nuevo a Betania. Hasta ahora no lo he visto
hablar de nuevo con María la Silenciosa. Creo que su fin está cerca. Me
parece que en ella se ha operado algún cambio. Está tendida en el suelo,
sobre unas mantas oscuras, sostenida en brazos por las criadas: sufre una
especie de desmayo. Me parece como si estuviera ahora más en contacto
con la tierra, pues debe sufrir aquí y debe permanecer algún tiempo más
sobre ella. Hasta ahora estuvo como ausente de la tierra; no sabiendo lo que
en ella pasaba. Debe saber que ese Jesús, que está en su casa de Betania, es
Aquél que deberá sufrir tanto, y ella debe quedarse algún tiempo más en
esta tierra para sufrir con Él por compasión. Luego habría de morir muy
pronto. La noche del Sábado Jesús visitó a la Silenciosa y le habló largo
rato. Por momentos estaba tendida en su lecho, y por momentos se paseaba.
Se encuentra ahora en sus cabales: se da cuenta de lo que es la tierra, lo que
es la vida del otro mundo y que Jesús es el Cordero de Dios, el Salvador,
que por esa causa tendrá que padecer mucho. Está triste a causa de este
pensamiento y el mundo pesa sobre ella en forma abrumadora. De un modo
especial le contrista la ingratitud de los hombres, que conoce de antemano.
Jesús habló largamente con ella de la proximidad del reino de Dios y de sus
padecimientos; después la bendijo y la dejó. Está ahora muy hermosa y
esbelta, pálida, como transparente; tiene las manos como de marfil y dedos
finos. A la mañana Jesús sanó en Betania a muchos que le habían traído de
lugares aún lejanos y también a extranjeros que habían acudido a las fiestas,
estropeados y ciegos. Todo lo hizo abiertamente y en público. Vinieron
también algunos hombres del templo, a pedirle cuenta de su proceder,
preguntándole quien le había autorizado ayer para mezclarse y hablar
durante la explicación. Jesús les contestó con serenidad y habló de nuevo de
su Padre. Los fariseos no se atrevían a enfrentarse directamente con Él:
sentían como un temor en su presencia y no sabían explicarse lo que les
pasaba. Jesús no se dejó atemorizar y enseñó nuevamente en el templo.
Todos los discípulos de Galilea, que habían estado en las bodas de Caná, se
habían reunido aquí. María y las santas mujeres habitan en la casa de María
Marcos. Lázaro compró muchos corderos elegidos, y después de haberlos
preparado los repartió entre los trabajadores y peones.
XXVI
Jesús echa a los mercaderes del templo
Cuando Jesús acompañado de sus discípulos llegó al templo, hizo salir
del círculo de la oración, con toda amabilidad, a muchos vendedores
de comestibles, de hierbas, de aves y corderos, y les indicó el lugar en la
antesala llamada de los gentiles. Los amonestó amigablemente diciéndoles
que era muy inconveniente el balido de los corderos y la presencia de
animales en ese lugar. Ayudó con sus discípulos a transportar las mesas y
cajones y les hizo lugar en el nuevo sitio. El mismo día sanó a muchos
enfermos de los extranjeros venidos a Jerusalén, especialmente a pobres
trabajadores estropeados que solían vivir en las cercanías del Cenáculo en el
monte Sión.
Hay en Jerusalén una afluencia extraordinaria de gente. Alrededor de la
ciudad se ven grandes extensiones de chozas y tiendas, y en las plazas y
lugares abiertos hileras de edificios y tiendas largas, como calles, donde se
puede obtener lo que se necesita en grande abundancia para levantar tiendas
y amueblarlas y para la venta de los corderos de Pascua. En estos negocios
algunas cosas se compran y otras se alquilan. Grandes masas de obreros y
de pobres de todo el país están allí ocupados en traer y llevar objetos. Estos
obreros hace ya tiempo que han limpiado los lugares y alejado todo lo que
puede obstruir los sitios donde se instalan las tiendas y los puestos; otros
obreros han cortado y arreglado los cercos, limpiado los caminos, preparado
lugares sacando escombros e instalando casitas y tiendas. Desde semanas
atrás se han mejorado los caminos carreteros. Todos estos trabajos se
refieren a los preparativos de la Pascua, cuando se sacrifican los corderos,
como los preparativos del Bautista se dirigían a preparar los caminos al
Cordero de Dios que ha de ser sacrificado por los pecados del mundo.
Al volver más tarde Jesús al templo tuvo que echar nuevamente a los
mercaderes que habían invadido los lugares prohibidos, porque estando
ahora por la gran afluencia de gente todos los pasajes y puertas abiertos,
muchos de ellos se habían internado hasta el lugar de oración. Jesús los echó
de allí, empujando sus mesas, procediendo con más energía y decisión que
la primera vez. Los discípulos le ayudaban en la obra; pero había allí gente
soez y atrevida que, con ademán airado y estirando el cuello contra Jesús, le
resistían, de modo que Jesús mismo tuvo que empujar con una mano las
mesas que allí se veían. No pudieron hacerle nada, a pesar del enojo que
tenían contra Él. El lugar de oración se encontró pronto desocupado. Los
mercaderes fueron alejados hacia la parte exterior del templo. Les dijo
claramente que por dos veces los había apartado de allí a las buenas; que si
volvían por tercera vez iba a proceder con violencia. Por este motivo
algunos de los más osados gritaron contra Él: qué se pensaba ese Galileo,
ese discípulo de Nazaret añadiendo que no le temían. A pesar de esto,
salieron del lugar. Había mucho público alrededor y los judíos piadosos le
daban razón y lo alababan, aunque a cierta distancia. Alguien clamó
también: «El profeta de Nazaret». Los fariseos se mostraban escandalizados
y avergonzados. En los días anteriores habían dicho en secreto al pueblo que
durante las fiestas se abstuvieran de juntarse con ese hombre extraño; que
no le siguiesen y no hablasen tanto de Él y de sus cosas. Pero el pueblo
mostraba cada vez mayor interés por Él, máxime ahora habían llegado
muchas personas curadas por Él y que escucharon en otros sitios sus
enseñanzas. Al salir Jesús del templo, estando en una antesala, clamó a Él
un estropeado pidiéndole la salud, y habiéndolo sanado, empezó éste,
contento, a gritar en el templo, contando su curación; de modo que se
levantó allí un gran tumulto y admiración.
El Bautista no viene a las fiestas de Pascua; no se atiene a las exigencias
exteriores de la ley, como los demás hombres. Es una voz que debe clamar;
una voz revestida de carne humana con un destino superior. Hay ahora de
nuevo grande afluencia en su bautismo, pues van llegando muchos
forasteros para las fiestas de Jerusalén. Por la tarde se hizo silencio en la
ciudad; todos se ocupaban en el interior de sus casas en barrer las levaduras
para preparar el pan sin levadura; se veían los objetos cubiertos con
colgaduras. Lo mismo ocurría en la casa que Lázaro tenía en el monte Sión,
donde Jesús y los suyos se disponían a comer el cordero pascual. Jesús
también andaba en estos preparativos, enseñando de paso. Las cosas se
hacían con orden bajo su dirección. No se procedía aquí con ese temor como
entre los demás judíos. Jesús les declaraba lo que había de símbolo en estos
preparativos y lo que los fariseos habían añadido por su cuenta.
XXVII
La celebración de la Pascua por Jesús, Lázaro y sus discípulos
Algunos días después hallábase Jesús en Betania. Cuando vi
nuevamente muchos mercaderes en los lugares de oración del templo,
pensé que si estuviera Jesús allí lo pasarían mal estos atrevidos. Por la tarde
se sacrificaron los corderos en el templo. Hacíase esto con un orden y
destreza admirables. Cada uno traía su cordero sobre los hombros; todos
avanzaban en orden y había sitio para todos. Veíanse tres patios en torno del
altar para esperar; entre el altar y el templo había gran multitud. Delante de
los sacrificadores había barandillas y aparatos con todas las comodidades;
con todo, estaban tan cerca unos de otros, que la sangre de un cordero
salpicaba al del lado, y así los vestidos de’ estos encargados estaban llenos
de sangre. Los sacerdotes estaban en hileras hasta el altar y los recipientes,
vacíos o llenos de sangre, pasaban de unas manos a otras. Antes que los
judíos desentrañaran a estos corderos, los ataban de tal manera que las
entrañas las podían sacar fácilmente con un instrumento, ayudado por otro.
La operación de quitar la piel procedía con facilidad: la levantaban un tanto
y la sujetaban a un bastón redondo; ponían el cordero delante de su pecho
colgado y sujeto al cuello del sacrificador; y luego con las dos manos
enrollaban la piel con mucha destreza. Hacia la tarde se había terminado la
tarea de sacrificar corderos. Era un atardecer rojizo.
Lázaro, Obed y Saturnino sacrificaron los tres corderos que comieron
Jesús y los suyos. La comida tuvo lugar en la casa que Lázaro poseía en el
monte Sión. Era un gran edificio con dos alas. En la sala donde comieron
estaba instalado el bracero donde asaron los corderos; era, sin embargo, muy
diferente del que he visto en el Cenáculo. Este era más levantado, como el
hogar que había visto en casa de Ana y de María y en Caná de Galilea. En
las gruesas paredes había lugares vanos donde colocaron los corderos:
estaban sujetos sobre maderas, como crucificados. La sala estaba bien
adornada y comieron en mesas que, con gran maravilla mía, estaban
colocadas en forma de cruz. Lázaro estaba sentado donde termina la cruz,
rodeado de muchas fuentes y platos para el servicio con hierbas amargas, y
los corderos estaban como lo indica el siguiente esquema:
En torno de Jesús había parientes, amigos y discípulos de Galilea; en torno
de Obed y de Lázaro estaban los discípulos de Jerusalén, y en torno de
Saturnino, los discípulos del Bautista. Eran unos treinta.
Esta primera Pascua fue muy diversa de la última de Jesús, que procedió
conforme al ceremonial judío. Todos tenían sus báculos en la mano; estaban
ceñidos y comieron apresurados. En la otra Pascua, tuvo Jesús dos palos en
forma de cruz. Cantaron aquí salmos y comieron de pie, no dejando nada
sobrante. Más tarde se sentaron con más comodidad a la mesa. Con todo,
había algunas cosas diferentes de lo que solían hacer los judíos. Jesús les
declaraba las cosas y ellos dejaron de lado ciertas prácticas que habían
introducido los fariseos por su cuenta. Jesús trinchó los tres corderos y
sirvió en la mesa y dijo que Él hacía esto como servidor de todos. Después
permanecieron hasta la noche juntos, y cantaron salmos y rezaron.
Hoy estaba todo silencioso y misterioso en Jerusalén. Los judíos que no
sacrificaban, estaban quietos en sus casas, que solían adornar con plantas y
hierbas de verde oscuro. La muchísima gente que después de sacrificar los
corderos se había quedado en sus casas, está hoy ocupada en diversos
quehaceres, y toda la ciudad tiene un aspecto de tristeza abrumadora. Hoy
he visto donde se asan tantos corderos para los forasteros acompañados en
torno de la ciudad. Se habían levantado fuera y dentro de la ciudad, en los
lugares libres, unas anchas paredes sobre las cuales se podía andar
cómodamente y sobre éstas se habían erigido, uno al lado de otro, multitud
de hornos. De distancia en distancia había un capataz que vigilaba el orden
y daba, por una módica retribución, lo necesario para asar los corderos. En
estos braceros y hornos solían cocinar en otras ocasiones los forasteros y
extranjeros que iban a la ciudad. El quemar las gorduras de los corderos
duró hasta muy entrada la noche; luego fue purificado el altar, y a la mañana
siguiente se abrieron de nuevo las puertas del templo.
Jesús y sus discípulos habían pasado casi toda la noche en oraciones en casa
de Lázaro. Los discípulos de Galilea durmieron en lugares que se habían
levantado junto al edificio. Al rayar el día se dirigieron al templo, ya
iluminado con muchas lámparas. En todas partes se veían gentes que subían
al templo con sus sacrificios. Jesús y los suyos estaban en una antesala,
donde Él enseñaba. De nuevo veíase allí una multitud de mercaderes,
instalados hasta pocos pasos del lugar de oración y de las mujeres. Como
vinieran aún más, les mandó Jesús que se retirasen y ordenó salir a los que
estaban allí; pero ellos se resistieron y llamaron a los guardianes pidiendo
ayuda. Estos avisaron al Sanedrín, porque se sentían impotentes. Jesús
ordenó a los mercaderes que se retiraran de allí, y como se resistiesen, sacó
de sus vestidos un cinto tejido de juncos delgados; corrió un anillo, de modo
que el cinto se abrió en forma de un azote de varias partes y con este
instrumento arremetió contra los mercaderes, volteó las mesas y arrolló a los
más osados por delante, mientras los discípulos hacían lo mismo a ambos
lados, y así desocuparon todo aquel espacio. En esto llegó un grupo de
sacerdotes del Sanedrín, y le pidieron cuenta de su proceder: quién le daba
derecho de hacer eso. Él les contestó que aunque el Santo de los Santos ya
no estaba en el templo y éste caminaba a su ruina, con todo era todavía un
lugar sagrado; que la oración de tantos fieles se levantaba del templo; que el
templo no era lugar de comercio, de trampas y engaños de monederos y de
vil tráfico y usura. Ya que le pedían cuenta en nombre de quien obraba, les
dijo que era en nombre de su Padre. Como le preguntaran quién era su
Padre, contestó que no era el momento de explicarlo y que tampoco no lo
entenderían. Diciendo esto se apartó de ellos, siguiendo en su tarea de echar
a los mercaderes. Acudieron también dos grupos de soldados, y los
sacerdotes nada osaron hacer contra Jesús, porque estaban avergonzados
ellos mismos del desorden. Había muchos del pueblo que daban la razón al
Profeta; los mismos soldados ayudaron a apartar las mesas de los
vendedores y sacarlas con las mercaderías desparramadas. De este modo
Jesús y sus discípulos arrojaron a los mercaderes fuera del templo. Sólo a
los que vendían palomas, pequeños panes y refrescos en las tiendas
instaladas en la antesala, los dejó, porque no molestaban y vendían cosas
más o menos necesarias.
Después de esto salió con sus discípulos al vestíbulo. Serían las siete u ocho
de la mañana cuando sucedió todo esto. Por la tarde salió una especie de
procesión a lo largo del valle del Cedrón, para cortar los primeros manojos
de la cosecha. En uno de estos días Jesús sanó a unos diez estropeados en el
vestíbulo del templo y a otros que eran mudos. Esto levantó un murmullo de
admiración, porque los sanados clamaban publicando el hecho, llenos de
contento. Nuevamente se presentaron, los fariseos para pedir cuenta a Jesús
de su proceder; pero Jesús les contestó con tono severo, y nada pudieron
hacer porque el pueblo estaba muy entusiasmado con Él. Después de las
ceremonias del culto oyó la explicación en una sala del templo con sus
discípulos: se explicaba el libro de Moisés. Jesús hizo diversas preguntas,
porque era ésta una especie de escuela pública, donde se podía discutir y
preguntar; al fin redujo a silencio a todos, y dio una explicación muy
distinta de la que daban los fariseos acerca del punto que se leía de Moisés.
Durante estos días Jesús no estuvo casi con su Madre que hallábase todo el
tiempo en casa de María Marcos, llena de angustia y lágrimas y en oración,
temerosa del alboroto que se levantaba a causa de su proceder en el templo.
Después del tumulto mayor que se levantó a raíz de haber sanado a los
enfermos, Jesús se retiró a Betania y celebró el sábado en casa de Lázaro.
Después del sábado, fueron los fariseos a casa de María Marcos a buscar a
Jesús para prenderlo. Como no lo encontraron, dijeron a María y a las demás
mujeres, que eran secuaces de Jesús, que dejasen la ciudad y que saliesen de
ella. María y las otras mujeres se afligieron mucho y se dirigieron a Betania,
a casa de Marta. María, llorosa, se fue a la habitación de Marta, en ese
momento junto a su hermana María la Silenciosa, que estaba muy enferma,
de nuevo fuera de sí, en un mundo superior, donde ya veía lo que había
entrevisto durante su vida mortal en espíritu. Así, no pudiendo más con su
angustia y su tristeza, esta María la Silenciosa murió en brazos de María, de
Marta, de María Cleofás y de las otras santas mujeres.
Nicodemus acudió durante el día por mediación de Lázaro, a pesar de la
persecución contra Jesús, que la noche anterior la pasó enseñando. Antes de
rayar el alba se dirigió Jesús con Nicodemus a casa de Lázaro, en el monte
Sión. Llegó también José de Arimatea junto a Jesús. Él les habló y ellos se
humillaron delante de Jesús. Dijeron que sabían quién era Él, que era más
que un hombre ordinario e hicieron votos de servirle hasta la muerte. Jesús
les mandó que se mantuvieran reservados y ellos le pidieron que los
conservara en su amor. Después de esto llegaron los demás discípulos que
habían comido la Pascua con Él y Jesús les dio enseñanzas y advertencias
para el futuro próximo. Se saludaron dándose la mano y se secaron las
lágrimas con el paño angosto que solían llevar al cuello y con el cual a veces
se cubrían la cabeza.