Visiones de los santos, de los mártires y los apóstoles – Sección 3

XVIII
Longinos
El 15 de Marzo de 1821 Ana Catalina comunicó estos conceptos sobre una visión que
por la noche había tenido acerca de San Longinos, cuya fiesta caía en ese mismo día,
cosa que la hermana ignoraba.
Longinos, que había tenido otro nombre, hacía un servicio, entre civil y militar, aliado
de Pilatos, que le encargaba vigilar lo que pasaba y contárselo. Era bueno y servicial;
pero antes de su conversión faltábanle firmeza y fuerza de carácter. Lo hacía todo con
apresuramiento; le gustaba darse importancia, y como era bizco, por ende, sus
compañeros con frecuencia le hacían burla. Lo he visto muchas veces esta noche, y con
ese motivo toda la Pasión: no sé como pudo ocurrírseme esa idea; lo que recuerdo es
que fué con motivo suyo.
Longinos era oficial de clase inferior. En la noche en que Jesús fue conducido al
tribunal de Caifás, estaba en el vestíbulo con los soldados: iba y venía sin cesar. Cuando
Pedro tuvo miedo de las palabras de la criada, él fue uno de los que le dijo: «Tu eres de
los partidarios de ese hombre». Cuando condujeron a Jesús al Calvario, estaba cerca de
la escolta por orden de Pilatos, y el Salvador le echó una mirada que le conmovió. En
seguida lo vi sobre el Gólgota con los soldados. Estaba a caballo, y tenía una lanza. Le
vi en casa de Pilatos después de la muerte del Señor: decía que no se debían romper las
piernas de Jesús. Volvió de prisa al Calvario.
Su lanza estaba hecha de muchos pedazos que encajaban uno en otro, y estirándolos se
le podía dar tres veces su longitud. Así lo había hecho cuando se determinó súbitamente
a dar la lanzada a Jesús; se convirtió sobre el Calvario, y manifestó a Pilatos su
convicción de que Jesús era el Hijo de Dios. Nicodemo obtuvo de Pilatos la lanza de
Longinos. He visto muchas cosas relativas a esta lanza. Longinos, después de su
conversión, dejó la milicia y se unió a los discípulos. Fue uno de los primeros que
recibieron el bautismo después de Pentecostés, con otros dos soldados convertidos al pie
de la cruz.
He visto a Longinos y a esos dos hombres volver a su patria vestidos en traje largo y
blanco. Habitaban en el campo, en un país estéril y pantanoso. En este mismo sitio
murieron los cuarenta mártires. Longinos era diácono, y, como tal, andaba por el país
anunciando a Cristo y contando la Pasión y la Resurrección como testigo ocular.
Convertía a mucha gente y curaba a muchos enfermos, haciéndoles tocar un pedazo de
la santa lanza que llevaba consigo. Los judíos estaban muy irritados contra él y contra
sus dos compañeros, porque publicaban por todas partes la verdad de la resurrección del
Salvador, y revelaban sus crueldades y sus tramoyas. A instigación de los judíos,
mandaron soldados romanos a la patria de Longinos para prenderlo y juzgarlo por
desertor y perturbador de la paz pública. Estaba cultivando sus tierras cuando llegaron,
y los condujo a su casa, donde los hospedó. Ellos no lo conocían, y cuando le dijeron el
objeto de su viaje, mandó llamar a sus dos compañeros, que vivían en una especie de
ermita a poca distancia, y dijo a los soldados que ellos tres eran los que venían a buscar.
Lo mismo sucedió con el hortelano Focas. Los soldados se afligieron, porque le habían
tomado cariño. Los vi conducir a los tres a un pueblecito vecino, adonde fueron
interrogados; no estaban en la cárcel: solo presos bajo su palabra, pero tenían una señal
particular sobre el hombro. Después los decapitaron a los tres sobre una altura situada
entre el pueblo y la casa de Longinos, y los enterraron allí. Los soldados pusieron la
cabeza de Longinos en la punta de una lanza, y la llevaron a Jerusalén para probar que
habían cumplido con su encargo. Me parece que esto sucedió pocos años después de la
muerte del Señor.
Tuve después una visión de época posterior. Una mujer ciega, del país de San Longinos,
fue en peregrinación a Jerusalén, esperando sanar en la ciudad santa, donde se habían
curado los ojos de Longinos. La conducía su hijo, pero este murió, y se quedó
abandonada y sin consuelo. Entonces San Longinos se le apareció, y le dijo que
recobraría la vista si sacase su cabeza de una cloaca donde los judíos la habían echado.
Era un hoyo con una boveda, donde se juntaban las inmundicias por diversos conductos.
Yo vi algunas personas conducir allí a la pobre mujer: entro en la cloaca hasta el cuello,
y sacó la santa cabeza. Se curó, y regresó a su patria; los que la habían acompañado
conservaron la cabeza. Esto es todo lo que recuerdo.

XIX
El centurión Abenadar
El 1º de Abril de 1823 la hermana Emmerick dijo que ese día era la fiesta de San
Ctesifón, el centurión que había asistido a la crucifixión, y que por la noche había visto
muchas particularidades de su vida. Pero los padecimientos y las distracciones
exteriores le hicieron olvidar la mayor parte. He aquí lo que contó.
Abenadar, llamado después Ctesifón, era de un país situado entre Babilonia y el Egipto,
en la Arabia Feliz, a la derecha de la residencia última que tuvo Job. Había allí, sobre
una montaña poco elevada , una reunión de casas cuadrangulares, con tejados planos.
Había muchos arbolitos: se recogía incienso y bálsamo. Yo he estado en la casa de
Abenadar, que es grande y espaciosa, como de un hombre rico, pero muy baja. Todas
las casas están construidas así, sin duda por causa del viento, pues la posición es muy
elevada. Abenadar había entrado como voluntario en la guarnición de la fortaleza
Antonia, en Jerusalén. Servía en el ejército romano para ejercitarse mejor en las artes
liberales, pues era erudito. Fué un hombre muy vivo, de cara morena y talle corto.
Las primeras predicaciones de Jesús y un milagro de que había sido testigo le habían
convencido de que los judíos lograban la salvación, y había adoptado la ley de Moisés.
No era aun discípulo del Salvador; sin embargo, no abrigaba malas intenciones contra
Él; al contrario, le profesaba veneración secreta. Era un hombre muy grave: cuando vino
sobre el Gólgota a relevar la guardia, mantuvo el orden y el decoro hasta el momento en
que la verdad triunfó en él, y dio testimonio delante de todo el pueblo de la divinidad de
Jesús. Como era rico y voluntario, le fue fácil dejar al instante su empleo. Ayudó al
descendimiento de la cruz y al entierro de Nuestro Señor; esto le puso en relaciones
íntimas con los discípulos de Jesús: después de Pentecostés, recibió el bautismo, uno de
los primeros, en la piscina de Betesda, y tomo el nombre de Ctesifón . Tenía un hermano
en Arabia; le contó los milagros de que había sido testigo, y le llamó al camino de la
salvación. Este vino a Jerusalén, y fue bautizado con el nombre de Cecilio. Fue
encargado con Ctesifón de ayudar a los diáconos en la nueva comunidad cristiana.
Ctesifón acompañó a España al apóstol Santiago el Mayor, y volvió también con él.
Mas tarde fue enviado a España por los apóstoles, y llevo el cuerpo de Santiago, que
había sido martirizado en Jerusalén. Fue Obispo, y tenía su residencia habitual en una
especie de isla o de península cerca de Francia. Ese sitio fue después destruido por una
inundación. El nombre de su residencia se parece a Vergui. No me acuerdo que Ctesifón
fuese martirizado. Ha escrito muchas obras que contienen detalles sobre la Pasión de
Jesucristo: pero algunos libros falsificados han corrido con su nombre, y libros suyos se
han atribuido a otros. Roma ha desechado mas tarde esos escritos, la mayor parte
apócrifos, aunque había en ellos algo suyo.
Uno de los guardias del sepulcro, que no había querido dejarse corromper por los
judíos, era compatriota suyo y amigo. Su nombre se parecía a Sulei o a Suleii. Después
de haber estado algún tiempo en la cárcel, se retiró a una caverna del monte Sinaí,
donde vivió siete años. Este hombre recibió grandes gracias y escribió libros muy
profundos, por el estilo de los de Dionisio Areopagita. Otro escritor se ha aprovechado
de sus obras, y así ha llegado algo de ellas hasta nosotros. He sabido todo eso, y
también el nombre del libro, pero se me ha olvidado. Ese compatriota de Ctesifón lo
acompañó después a España. Entre los compañeros de Ctesifón en ese país estaban su
hermano Cecilio, Indalecio, Hesicio y Eufrasio. Otro árabe, llamado Sulima, se
convirtió en los primeros tiempos, y mas tarde, en el de los diaconas, un compatriota de
Ctesifón, cuyo nombre sonaba como Sulensis.

XX
Nicodemo y la Verónica
Ana Catalina había dicho varias veces que en su cajita de reliquias debía haber una de
Nicodemo, pues había tenido una visión de la visita nocturna de éste a Jesús.
Encontrada la reliquia narró lo siguiente:
He visto que Nicodemo, después de haber vuelto de sepultar a Jesús con José y con
otros, no fue al Cenáculo donde habían quedado escondidos algunos apóstoles, sino que
fue a su casa. Tenía consigo los lienzos que habían servido para descender el cuerpo del
Salvador de la cruz. Era espiado y vigilado por los judíos en todos sus pasos. Lo
tomaron preso y lo encerraron en una estancia. Tenían la intención de dejarlo allí todo el
Sábado y luego presentarlo en juicio. Vi que un ángel se le acerco durante la noche. No
había ventana en aquella pieza, pero me pareció que el ángel alzaba el techo y llevaba al
prisionero sobre los muros del edificio. Lo vi la misma noche encaminarse adonde
estaban los demás en el Cenáculo. Lo escondieron allí, y cuando supo la resurrección
del Señor, José de Arimatea lo llevó consigo y lo ocultó cierto tiempo en su casa, hasta
que con él asumió las funciones de distribuidor y dispensador. Fue entonces cuando las
mantas usadas en la deposición de Jesús, llegaron a manos de los judíos.
Vi un cuadro del tercer año después de la Ascensión del Señor, cuando el Emperador
romano hizo ir a Roma a Verónica, Nicodemo y un discípulo de nombre Epafras,
pariente de Juana Chusa. Deseaba el Emperador ver y oír a testigos de la muerte y
resurrección de Jesús. Epafras era un discípulo de mucha simplicidad de ánimo y pronto
a complacer a todos en cualquier servicio. Había sido un siervo del templo y mensajero
de los sacerdotes. Había visto a Jesús junto a los apóstoles después de los primeros días
de la resurrección y otras varias veces. Vi a la Verónica junto al Emperador, que estaba
enfermo, colocado sobre un sitial de gradas, delante de un gran cortinado. La estancia
era cuadrada, no muy grande. No había alli ventana alguna, sino que la luz venía de lo
alto y se veían pender algunos cordones de ciertas válvulas que permitían abrir o cerrar
para dar entrada al aire y a la luz a voluntad. No había ninguno en la sala cuando entró
la Verónica; los servidores habían quedado en la antecámara. He visto que Verónica
tenía consigo el Sudario y otro paño que había sido usado en la sepultura de Jesús.
Extendió delante del Emperador el santo Sudario, donde el rostro del Señor aparecía
impreso en uno de los lados. Era un pañuelo largo o velo extenso que Verónica solía
usar en el cuello o sobre la cabeza. La imagen del Salvador no era como si fuera
pintada, sino que parecía grabada con la sangre y era de un lado mas larga. El Sudario
había cubierto y circundado todo el rostro del Señor. Sobre el otro paño se veía la
imagen sangrienta de todo el cuerpo flagelado. Creo que era un paño con el cual habían
lavado el cuerpo antes de la sepultura. No he visto que el Emperador fuese tocado con
esos paños ni que él los tocase. Pero he visto que se encontró de pronto completamente
sano al ver tales objetos. Quiso retener a Verónica, darle dones, casa y personas de
servicio. Ella imploró por gracia volver a Jerusalén para poder morir allí donde había
muerto el Salvador. Luego vi en otro cuadro que Pilatos fue llamado por el Emperador,
muy indignado contra él. He visto que Pilatos, antes de presentarse al Emperador, se
puso sobre el pecho, bajo el vestido, un pedazo del manto de Jesús que le habían puesto
los soldados. Lo vi en medio de los guardias, esperando para presentarse ante el
Emperador. Parecía que conocía el enojo del Emperador. Cuando el Emperador
apareció, lo vi que estaba realmente indignado; pero llegado cerca de Pilatos de pronto
se volvió bondadoso y benévolo, y lo escuchó con interés. Cuando Pilatos se alejó, el
Emperador se indignó de nuevo y lo hizo llamar a su presencia; pero lo vi de nuevo
volverse benévolo, y supe que esto provenía de la proximidad del manto del Salvador
que llevaba Pilatos sobre el pecho. Creo haber visto luego a Pilatos, habiendo partido ya
de allí, languideciendo en la desolación y la miseria.
En cuanto a Nicodemo, lo he visto mas tarde maltratado por los judíos y dejado por
muerto. Gamaliel se lo llevó a una posesión suya, donde había sido sepultado Esteban.
Murió allí y allí fue sepultado.

XXI
La santa mártir Susana
He visto muchos cuadros relativos a santa Susana, cuya reliquia tengo aquí. Susana me
ha hecho compañía durante toda una noche. Ahora sólo recuerdo algunos episodios de
su vida. La he visto en Roma en un gran palacio. Su padre se llamaba Gabino; era
cristiano; y su hermano era Papa. La casa del Papa se encontraba junto al palacio
paterno. He visto la casa de Gabino con su peristilo y su corredor de columnas. La
madre estaría seguramente ya muerta, porque nunca me fue mostrada. Había muchos
cristianos en esa casa. Tanto Susana como su padre distribuían cuanto tenían a los
pobres cristianos. Hacían esto con cierto secreto. He visto a un mensajero enviado por el
emperador Diocleciano a Gabino, pues eran parientes. Pedía en ese mensaje a Susana,
para darla en matrimonio a su yerno, que había perdido a su mujer. Vi que al principio
Gabino se alegró de la proposición, y la participó a Susana, la cual le manifestó su
repugnancia de unirse en matrimonio con un pagano y le dijo que ya estaba unida con
Jesucristo. Vi que Diocleciano, a consecuencia de tal respuesta, la hizo sacar del lado de
su padre y llevarla a la corte de su mujer Serena para que mudase de opinión. Vi que
ésta era secretamente cristiana y que Susana se quejó con ella de su situación y las vi
orar juntas. Fue conducida de nuevo a la casa de su padre. He visto que el Emperador le
envió un pariente (Ciaudio), que apenas entrado en la casa, quiso besarla, no ya por
impudencia temeraria, sino por costumbre y por parentesco. He visto que ella con la
mano se apartó de aquel abrazo y cuando él le expuso sus honestas intenciones, oí que
le dijo que una boca profanada con las alabanzas a los falsos dioses no la habría de
tocar. Vi luego como él se dejo instruir sobre la falsedad de sus dioses y los errores del
paganismo y se hizo bautizar por su tío el Papa, juntamente con su mujer y sus hijos.
Viendo el Emperador que pasaba tanto tiempo sin darle respuesta, envió a un hermano a
preguntar qué había acontecido. El hermano encontró a Claudio con la mujer y los hijos
de rodillas, orando y se maravilló mucho al oír que se habían hecho cristianos. Cuando
luego requirió una respuesta a propósito del matrimonio de Susana, Claudio le propuso
ir adonde estaba Susana, para que viese si una persona como Susana podía ser mujer de
un adorador de ídolos. Los dos hermanos se fueron hacia donde estaba Susana y
también el hermano de Claudio fue convertido y hecho cristiano por medio de Susana y
del tío el Papa. La emperatriz Serena tenía cons igo una dama y dos s iervos que también
eran cristianos. Los he visto con Susana ir secretamente, de noche, a una pequeña
cámara subterránea situada debajo del palacio imperial. Había allí un altar y ardía
siempre una lámpara. Ellos oraban allí, adonde llegaba ocultamente un sacerdote que
consagraba y administraba los sacramentos. Vi que el Emperador, al conocer la
conversión de los dos hermanos, entró en grande enojo y los hizo arrestar juntamente
con todos los de su casa. Luego fueron todos martirizados. El padre de Susana fue
encarcelado.
Más tarde vi un cuadro: Susana estaba sola dentro de una gran sala junto a una mesa
redonda sobre la cual se veían figuras doradas. Tenía las manos cruzadas, los ojos en
alto y oraba fervorosamente. Aquella sala tenía en lo alto aberturas redondas. En los
ángulos había estatuas blancas y grandes como niños; se veían cabezas de animales
talladas especialmente en las cabeceras de los muebles. Vi figuras recostadas en las
patas posteriores, que tenían alas largas y colas largas, y vi algunas que con las patas
anteriores sostenían rotulos y volúmenes (ornamentos arquitectónicos de leones alados
y grifos). Mientras Susana rezaba vi que el Emperador le envió a su propio hjjo
para que le hiciera violencia. Este, dejando a muchos individuos que le habían
acompañado en la antecámara, se adelantó furtivamente hacia Susana; pero le salió al
encuentro una aparición, y cayó al suelo como muerto. Recién entonces Susana miró y
dió voces de ayuda al verlo en tierra. Acudieron varias personas, llenas de maravilla,
levantaron al joven y lo llevaron. Aquella aparición se había mostrado a un tiempo a
Susana y al seductor que estaba detrás: no bien se había interpuesto entre los dos, el
hombre cayó al suelo. Después he visto otro cuadro. Acercóse a Susana otra persona,
con otros veinte hombres más; dos sacerdotes idólatras llevaban un ídolo dorado. Debía
estar vacio, pues era muy liviano. Lo llevaban sobre una superficie plana que tenía dos
manijas. Lo colocaron en el patio del palacio dentro de un nicho, entre dos columnas;
tomaron una madera redonda, que pusieron sobre un trípode y la colocaron delante del
ídolo. Muchos entraron entonces en el palacio y sacaron a Susana de la sala, en la parte
alta. La llevaron delante del ídolo para que sacrificase. Ella rogaba fervorosamente al
Señor, y antes que llegase al lugar he visto una maravilla. Aquel ídolo huyó de allí
atravesando entre el patio y la columnata cercana, como si fuese llevado por fuerza y
pasando por encima descendió a la calle, donde se deshizo en pedazos. Un hombre que
pasaba por la calle, entró anunciando lo sucedido. Luego he visto que los hombres
arrancaron a Susana los vestidos, de modo que sólo sobre el seno pudo conservar un
trozo de paño con que cubrirse; las espaldas y el dorso estaban descubiertos: en este
estado tuvo que pasar por entre los soldados que la punzaban y herían con las astas, de
tal modo que cayó desvanecida. La llevaron a una estancia del palacio, donde la dejaron
casi muerta. Más tarde volví a verla dentro de un templo, donde debía sacrificarse a los
dioses; pero el ídolo cayó postrado por tierra. Después fue arrastrada por los cabellos
hasta su casa y decapitada en el patio de su mismo palacio. Durante la noche vino la
Emperatriz y un aya de Susana, y se llevaron el cuerpo, lo envolvieron en lienzos y lo
sepultaron. La Emperatriz cortó los cabellos y algún fragmento de los dedos. Vi que el
Papa pronto celebró la Misa sobre el lugar de su martirio y sepultura. El aspecto de
Susana era de lineamientos redondos y fuertes; su cabellera negra. Vestía todo de blanco
y los cabellos estaban entrelazados sobre la cabeza. Tenía un velo atado bajo el mentón
que le cubría la cabeza y que caía por detrás, en dos puntas, sobre las espaldas.

XXII
Santa Justina y San Cipriano (*)
He visto a Justina desde la infancia, cuando estaba en el patio de la casa de su padre,
que era sacerdote de los dioses. Este patio estaba separado del templo sólo por una calle.
En presencia de su aya descendió a una cisterna, en la cual se paró sobre una piedra
rodeada de agua. A este lugar conducían entradas subterraneas, donde se alojaban
diversas especies de serpientes y de otros animales de horrible apariencia que allí eran
alimentados. He visto a Justina tomar, sin temor, una serpiente entre sus manos y otros
animales mas pequeños. Los tomaba por la cola y mucho se alegraba cuando se alzaban
derechos como velas y contorcían la cabeza de un lado a otro. No le hacían daño y se
mostraban familiares y domésticos. Había allí ciertos animales que entre nosotros
llamamos cabezas grandes (salamandras), largos como de un pie, que eran empleados
en el culto de los ídolos.
Oí que Justina oyó predicar en una iglesia cristiana sobre el pecado original y la
redención. Se conmovió, se hizo bautizar y convirtió también a la madre. Esta se lo dijo
al marido, que estaba muy angustiado por causa de una aparición, y se hizo bautizar
juntamente con la madre de Justina. Vivieron luego retirados, con gran piedad. Me
llamó la atención especialmente un cuadro. Justina tenía un rostro agraciado, ovalado y
cabellos rubios de mucha belleza, relucientes como el oro; los llevaba anudados sobre la
cabeza, en trenzas mórbidas como seda, que caían en muchos rizos sobre sus espaldas.
Ví que estando ella a la mesa con sus padres comía pequeños panes, y el padre,
mirando sus cabellos, le dijo: «Temo, hija mía, que así no te irá bien, sino que, como
Absalón, quedarás atada al mundo». Justina se puso muy pensativa al oír estas palabras;
no había jamás reparado en este peligro. Se alejó de allí y no sé qué hizo con sus
cabellos; pero gastó enteramente su belleza y deterioró sus cejas. Parecían chamuscados
con fuego. Así desfigurada paso por la ciudad y se presento a su padre, que apenas la
reconoció. Un joven que la amaba, quiso raptarla por fuerza, ya que por otro medio no
la podía poseer. Con otros compañeros armados la esperaba escondido tras los muros
por donde pasaba un camino solitario. Después que la tuvo en su poder, ella lo rechazó
con ambas manos y le ordenó que no se moviera. Por milagro el joven no pudo seguirla
hasta que la joven estuvo fuera de peligro.
He visto luego a este joven pedir ayuda al mago Cipriano, que con mucho orgullo y
confiado en su poder, se la prometió. A Cipriano lo he visto muy metido en sus artes
mágicas y de encantamiento, aunque era hombre de ánimo noble y magnánimo. Desde
la infancia había sido instruido en la magia; había viajado por paises remotos para
aprender más y vivía gozando de gran fama en la ciudad de Antioquia, donde Justina
residía con sus padres. Había llegado a tanta audacia en sus artes, que públicamente,
hasta en la iglesia cristiana, se burlaba de Jesús.
Usando de sus artes mágicas obligaba a veces a la gente a salir de la iglesia. He visto
como evocaba al demonio. Tenía en su casa una especie de bóveda, medio sepultada en
la tierra con una abertura en la parte superior para dar entrada a la luz. En torno de las
paredes había imágenes nefandas de ídolos bajo forma de serpientes y otros animales.
En un ángulo había una estatua vacía por dentro, con las fauces abiertas, del tamaño de
un hombre y estaba sobre el borde de un ara redonda, sobre la cual se veía un brasero.
Cuando Cipriano evocó al diablo, estaba cubierto de un vestido que usaba
especialmente en esos casos. Encendió el fuego sobre el altar; leyó ciertos nombres en
un volumen; subió al ara y pronunció aquellos nombres, vociferando en las fauces del
ídolo. Bien pronto el espíritu infernal apareció junto a él en forma humana, más o
menos en apariencia de un servidor. Hay siempre algo de tétrico y de inquieto, como el
remordimiento de una conciencia, en los lineamientos de estas apariciones. Vi entonces
que el maligno tentó a Justina por dos veces para excitarla al mal, bajo la apariencia de
un joven. Se le hizo encontradizo en el peristilo de su casa. Justina se libró del enemigo
haciendo la señal de la cruz, y se puso bajo la protección de la misma cruz que hizo en
todos los ángulos de su estancia. La vi en la pieza secreta de su casa, de rodillas, orando.
Dentro de un nicho de su casa había una cruz y un cándido niño; este parecía estar como
en una custodia; la parte superior estaba libre y tenía el niño las manitas cruzadas.
Mientras estaba arrodillada avanzó hacia ella un joven con malas intenciones. Entonces
apareció, saliendo del muro, una señora de gran majestad, y el joven cayó a tierra aún
antes que Justina lo hubiese visto. La aparición desapareció en seguida de la vista.
Luego la he visto destruir con un ungüento toda su belleza. He visto también que
Cipriano se deslizaba por los muros de la casa echando un liquido contra las paredes.
Esto aconteció en un momento en que Justina no estaba en oración, lejos de sospechar
ningún peligro. Se sintió fuertemente agitada y comenzo a errar de un punto a otro de su
casa; finalmente se refugió en su pieza, ajustó las cruces que había fijado en los ángulos
de la pieza y se puso de rodillas, orando, hasta que el encantador tuvo que ceder y
retirarse. Cuando Cipriano hizo la tercera tentativa, el tentador se presento bajo la forma
de una piadosa virgen que comenzo a hablar de la pureza y virginidad con Justina. Al
principio gustó a Justina la conversación de la doncella, pero cuando comenzó a razonar
de Adan y Eva y del matrimonio, Justina reconoció al tentador y se refugió al lado de su
cruz. Cuando Cipriano supo lo que le había acontecido al maligno espíritu, lo vi
decidido a hacerse cristiano. Lo he visto con el rostro postrado en tierra, dentro de una
iglesia, y se hizo pisotear por otros que entraban, como si fuese un demente. Sintió un
gran arrepentimiento y quemó todos sus libros de magia. Llegó, con el andar de los
años, a ser obispo y eligió a Justina como diaconisa. Ella habitaba cerca de la iglesia y
se ocupaba de confeccionar y bordar ornamentos sagrados. Mas tarde los he visto
martirizados a ambos. Cipriano y Justina pendían de una mano de un arbol curvado a la
fuerza y me pareció que habían sido destrozados con agudas puas de hierro.
(*) El Kirchenlexikon trae la historia de Justina y Cipriano conforme a las visiones de
Ana Catalina. La historia es aprovechada por Calderón de la Barca en «El mágico
prodigioso», con algunos arreglos, quedando el fondo histórico conforme al
Martirologio Romano y a San Antonino.

XXIII
San Dionisio Areopagita (*)
He visto al santo en su infancia, cuando era hijo de padres paganos. Feé siempre
profundo escrutador de la verdad, y recomendábase siempre a un Dios de naturaleza
superior. Fue ilustrado por Dios en sueños por medio de visiones. Lo he visto
amonestado por los padres por incuria en el culto de los dioses, y luego encomendado a
la enseñanza de un preceptor muy severo. Durante la noche vino una aparición, la cual
le dijo que se fugase de la casa, mientras el preceptor estaba entregado al sueño.
Dionisio fue por la Palestina, donde oyó hablar mucho de Jesucristo; todo lo escuchaba
reteniendo cuanto le decían con avidez.. En Egipto lo vi aprendiendo astronomía en
aquel lugar donde había estado la Sagrada Familia. En esta escuela lo vi con otros
observando el eclipse de sol que sucedió a la muerte de Jesús. Exclamó: «Esto no es
natural; o un Dios muere en este momento o este es el fin del mundo». He visto que su
antiguo preceptor fue, animado por una aparición, a ir en busca de Dionisio. Lo
encontró y Dionisio fue con él a Heliópolis. Por mucho tiempo no podía comprender la
idea de un Dios Crucificado. Después de su conversión, viajó mucho con San Pablo.
Estuvo con él en Éfeso para visitar a María Santísima. El Papa Clemente lo envió a
París.
He visto su martirio. Tomó su cabeza decapitada, entre las manos cruzadas sobre el
pecho y con ella fue girando en torno del monte. Los verdugos huyeron espantados. Un
vivo resplandor salía del santo. Una buena señora le dió sepultura. Era muy anciano
cuando murió. Tuvo muchas visiones celestiales, y San Pablo le manifesto sus propias
visiones. Ha escrito magníficos volúmenes, de los cuales muchos se conservan. El libro
de los Sacramentos no fue escrito por él en todas sus partes; fue terminado por otro
escritor.
(*) Natal Alejandro (111-168) trae muchos testimonios de Dionisio Areopagita que
concuerdan con lo visto por Ana Catalina. Dice que Dionisio, ya de 90 años de edad,
fue a Roma donde lo recibió el Papa Clemente, y enviado a las Galias donde sufrió el
martirio. San Amonio añade que había sido instruído durante años por San Pablo.
Decapitado, llevó su cabeza — angelo duce et caeleste  lúimine praecedente — desde el
lugar de Montmatre hasta lo que es hoy la iglesia de San Dionisio.

XXIV
Santa Úrsula y sus compañeras
Úrsula y sus compañeras fueron masacradas por los Hunos en el 450, a una hora de
distancia cerca de la ciudad de Colonia. Otras compañeras lo fueron en otros lugares
más distantes. Úrsula había sido suscitada por Dios para preservar de la seducción y del
ultraje a las vírgenes y viudas de su tiempo y guiarlas a la celeste esfera de los mártires
coronados. Cumplió su misión con maravillosa fuerza y empeño. Se le había dado por
guía especial al Arcángel Rafael, y él le manifestó la misión que se le había confiado.
La misericordia de Dios no quería que en aquella época de destrucción, tantas vírgenes
y viudas que caían indefensas en manos de los bárbaros, a causa de sangrientas guerras,
fuesen infelices presas de total ruina espiritual; por eso debieron antes morir como
inocentes vírgenes que caer en pecado y perderse eternamente. Úrsula era muy decidida
y rápida en sus movimientos; de estatura alta y robusta complexión; su aspecto no era
hermoso, pero severo, y sus maneras varoniles. Cuando sufrió el martirio tenía treinta y
tres años de edad.
La he visto siendo niña en la casa de su padre Deonoto y de su madre Geruma en una
ciudad de Inglaterra. La casa estaba situada en una calle larga; tenía escalones delante
de la puerta y en la calle una reja de hierro con botones amarillos: era semejante a la
casa de Benito, en Italia, que tenía también rejas y canceles de bronce. Úrsula tenía diez
compañeras de juego que se reunían con ella todos los días antes y después del medio
día para correr en desafío divididas en dos escuadras, dentro de un recinto rodeado de
muros; a veces luchaban al parecer apretándose las manos o lanzando a distancia picas o
lanzas. No todas estas jovenes eran cristianas; pero Úrsula y sus padres ya lo eran.
Úrsula era tenida como guía de sus compañeras y todo lo que hacía con ellas era por
sugestión de su ángel Custodio. Los padres consideraban todo esto con alegría. En
aquella época Maximiano dominaba la isla de Inglaterra como jefe; era pagano y no sé
ahora si era marido de Otilia, hermana mayor de Úrsula, pero sé que Otilia estaba
casada, mientras Úrsula se había consagrado al Señor. Vi que un poderoso guerrero y
noble Señor se llegó al padre de Úrsula, porque había oído hablar de sus ejercicios, y
quería presenciarlos. El padre quedó contrariado y tentó todas las formas de evitar el
encuentro. He visto que aquel hombre, a quien el padre de Úrsula no osaba contrariar, se
adelantó para presenciar las destrezas de las jóvenes y como quedó admirado de la
habilidad y de la presencia de Úrsula, la desease por esposa. Sus compañeras debían ser
esposas de su gente de armas y de sus oficiales y debían habitar mas allá de los mares,
en tierras aun muy despobladas. Pensé en Bonaparte (Napoleon) que así daba jóvenes
por esposas a sus oficiales. He visto la gran turbación del padre y el espanto de la hija
cuando supieron la irrecusable propuesta del noble guerrero. Úrsula fue de noche al
lugar donde practicaba ejercicios, y allí clamó, en fervorosa oración, al Señor. Se le
apareció el Arcángel Rafael y la consoló diciendo que debía exigir para cada una de
aquellas vírgenes otras tantas compañeras y pedir un plazo de tres años para ejercitarse
en ciertas naves en toda clase de maniobras de agilidad y de lucha. Por lo demás debía
tener confianza en el Señor, que la ayudaría para mantener intacto el voto de virginidad.
Le dijo también que debía convertir durante esos tres años a todas sus compañeras a la
fe cristiana, prometiéndole de parte de Dios su protección. He visto que Úrsula dijo
todas estas cosas a su padre, el cual se las comunicó al pretendiente, que consintió en la
propuesta. Úrsula y sus diez compañeras obtuvieron entonces a otras diez jóvenes como
asociadas y las primeras debían ser las guías de las recién agregadas. El padre les hizo
armar cinco pequeñas naves y sobre cada una de ellas había veinte niños con algunos
marineros que los instruían en el manejo y adiestramiento sobre cubierta. Practicaba
toda suerte de ejercicios sobre sus naves, primeramente en el río, luego en la orilla del
mar y finalmente en el mar. Ellas guiaban las naves, se perseguían, se separaban, se
pasaban de una nave a otra y hacían otros ejercicios semejantes. He visto que mucha
gente acudía a ver el espectáculo de tales destrezas; el padre y el pretendiente miraban
desde la orilla y éste especialmente se mostraba orgulloso pensando que tendría con el
tiempo por esposa a una mujer tan resuelta y tan digna por su valor de un guerrero como
él. Después he visto que aquellas jóvenes continuaron sus ejercicios solas y sin ningún
hombre que las ayudase. Solo había quedado Bertrando, el confesor, con otros dos
eclesiásticos. Durante este tiempo Úrsula había convertido ya a todas sus compañeras,
que fueron bautizadas por los sacerdotes; he visto que su confianza en Dios y su firmeza
se habían aumentado esperando que el Señor realizaría las promesas hechas. Había allí
hasta niñas de doce años en las naves que se habían hecho bautizar. Otras veces las veía
bajar a tierra y proseguir sus ejercicios de marinería. Todo esto lo hacían mezclando
preces, oraciones y cantos, con valor y entera libertad. La gravedad y el valor de Úrsula
eran sorprendentes. Las jóvenes estaban con vestiduras que llegaban hasta las rodillas.
Calzaban sandalias; tenían el pecho defendido, y estaban cubiertas con vestidos
ajustados, pero muy esbeltos. Tenían en parte los cabellos sueltos y entrelazados sobre
la cabeza; otras llevaban en la cabeza pañuelos que terminaban sobre los hombros. En
sus juegos de lucha usaban astas livianas, sin punta.
He visto que cuando iban terminando los tres años de plazo aquellas jóvenes eran de un
solo corazón y de una sola alma. Cuando después estuvieron a punto de ponerse en viaje
para ir a las tierras donde debían ser esposas de los guerreros, y se despidieron de sus
padres, Úrsula estaba en oración. Entonces se le puso delante una figura luminosa, la
cual le dijo que debía confiar plenamente en Dios; que el Señor había determinado que
muriesen todas mártires, como vírgenes puras y esposas suyas; que debía difundir la fe
de Cristo por todas partes donde la guiase el Señor y que por su medio muchas otras
vírgenes se verían libres de ser deshonradas por los paganos y llegarían como mártires
al cielo. El ángel le dijo que ella, con una parte de las compañeras, debía llegar a Roma.
Confió todas estas cosas a las otras diez vírgenes que con ella capitaneaban a las demás,
y quedaron muy consoladas. Pero vi también que muchas otras vírgenes se mostraban
desanimadas y se quejaban contra Úrsula, alegando que como podrían ser esposas de
Jesucristo siendo que iban a ser entregadas para esposas terrenas. Ella pasó por todas las
naves y les habló del sacrificio de Abraham y de su hijo Isaac, y como Dios intervino
maravillosamente en este sacrificio: también Dios iba a intervenir para que pudieran
ofrecer una víctima pura y perfecta. Les dijo que las que no se sentían animosas, dejaran
las naves: pero todas se sintieron fuertes y permanecieron fieles. Cuando zarparon de las
costas de Inglaterra, creyendo que iban a las tierras de sus futuros maridos, he aquí que
una tempestad separó las naves de las jóvenes de las que las acompañaban y las llevó
hacia las costas de Holanda. No fue posible usar remos ni velas y cuando se acercaron a
las costas el mar se levantó en olas muy peligrosas. Cuando llegaron a tierra por primera
vez se vieron rodeadas por un pueblo grosero y salvaje, que se apoderó de ellas. Úrsula
se adelantó a ellos, animosa, y pudieron volver a las naves, después que les habló con
energía. Cuando dejando el mar empezaron a remontar el rio Rin, encontraron una
ciudad donde sufrieron angustias y agravios. Úrsula habló en nombre de todas y
respondió por todas. Como algunos más osados tentaran poner las manos sobre ellas,
éstas se dispusieron valerosamente a la defensa y obtuvieron protección del cielo. Vi
que sus opresores quedaron paralizados y nada hicieron en su daño. En el resto del viaje
se le asociaron muchas otras vírgenes y viudas con sus hijos. Antes que hubiesen
llegado a Colonia fueron muchas veces detenidas e interrogadas por grupos de
observadores de pueblos feroces que habitaban en aquellas orillas: con amenazas les
preguntaban a donde iban y qué querían. Era siempre Úrsula la que respondía por todas
y exhortaba luego a las compañeras a remar y a proseguir el viaje con nuevo ardor. De
este modo, incólumes y sin ofensa, llegaron a Colonia. Había aquí una pequeña
comunidad cristiana con iglesia, donde se detuvieron por algún tiempo, y las viudas y
jóvenes que se les habían agregado quedaron alli permanentemente. Ursula las exhortó a
todas a sufrir más bien el martirio como vírgenes y matronas cristianas, que tolerar la
violencia de los bárbaros paganos. Las que quedaron se esparcieron por el país y
permanecieron fieles a los sentimientos y a las exhortaciones de Ursula. Ella navegó con
cinco naves hacia Basilea, donde muchas de sus compañeras quedaron con las naves y
ella, con cuarenta personas, entre las cuales iban algunos sacerdotes y guías, se
encaminó a Roma. Iban como peregrinos en procesión atravesando lugares desiertos y
asperas montañas. Rezaban y cantaban salmos, y donde acampaban Úrsula les hablaba
de las castas nupcias con Jesús y de la pura muerte de las vírgenes cristianas. Por todas
partes encontraban gente que se asociaba por algún tiempo a ellas, y luego se separaban.
En Roma visitaron los lugares de martirios y las tumbas de los mártires. A causa de los
vestidos mas bien cortos y de los modos más bien libres a que se habían acostumbrado
en sus años de ejercicios, fueron advertidas, y desde entonces se cubrieron con vestidos
y mantos mas largos. El Papa León el Magno quiso ver a Ursula: la examinó,
interrogándola sobre varias cosas. Ella le confió el secreto de su misión y le manifestó
sus visiones y con mucha humildad y obediencia escuchó las exhortaciones del Papa. El
Pontífice le dió, con su bendición, muchas reliquias de Santos. En el viaje de retorno se
unieron a Ursula el obispo Ciriaco, un sacerdote de Egipto de nombre Pedro, y un
sacerdote de la ciudad nativa de San Agustín, nieto de aquel hombre que donó al santo
los terrenos donde fundó monasterios, dotándolos de algunas rentas. Estos eclesiásticos
acompañaron a Ursula y a sus vírgenes principalmente por motivo de las preciosas
reliquias que llevaban. Ursula llevo a Colonia un fragmento de hueso de San Pedro, el
cual es reconocido aún por tal, aunque se ignora el origen del mismo. Asimismo llevó
reliquia de San Pablo; cabellos de San Juan Evangelista y un fragmento de la vestidura
que lo cubría cuando fue metido en la caldera de aceite hirviente. Cuando llegaron a
Basilea fueron tantos y tantos los que se le unieron que navegaban en once barcos hacia
Colonia.
Los Hunos se habían apoderado por entonces de la ciudad de Colonia y todo estaba en
la mayor confusion y desorden.
Mientras estaban aún lejos de Colonia, el Arcángel Rafael se apareció de nuevo a
Úrsula y le anunció la próxima corona del
martirio y la instruyó en todo lo que debía hacer; le dijo, entre otras cosas, que se
resistiera hasta tanto todas las compañeras fueran bautizadas y convenientemente
dispuestas. Úrsula comunicó esta visión a sus compañeras más decididas y fieles, y
todas se dirigieron pidiendo auxilio al Señor. Estando ya a poca distancia de Colonia,
fueron recibidas con gritos salvajes por tropas de Hunos que lanzaban sus flechas sobre
las naves. Remaron navegando rápidamente mas allá de la ciudad, y no hubieran bajado
a tierra a no haber dejado allí a muchas de sus compañeras. A una hora de distancia de
Colonia desembarcaron y se reunieron en una pequeña llanura entre matorrales y
formaron una especie de campamento. He visto que allí muchas de las que habían
quedado y otras mujeres se unieron a ellas. Úrsula y los sacerdotes instruíanlas
divididas en grupos y las preparaban a la lucha por la fe. He visto a los Hunos acercarse
y a sus jefes tratar con Úrsula. Pretendían a la fuerza escogerse a algunas jóvenes y
dividírselas entre ellos. Las heroicas jovenes se reunieron y se defendieron: con ellas se
habían reunido también muchos habitantes de la ciudad y de los contornos, oprimidos
por los invasores. Otros que se habían hecho amigos de las vírgenes que habían quedado
en el primer viaje de Ursula, determinaron proteger aquella colonia de jóvenes, y
comenzaron a luchar y a defenderse con astas y palos y con toda clase de armas que
encontraban a mano. Esta resistencia le había sido ordenada por el ángel a Ursula para
ganar tiempo y preparar a todas las compañeras al martirio. Durante la lucha por la
resistencia he visto a Úrsula correr por las escuadras dispuestas mas atrás, hablar y orar
con gran celo, mientras los sacerdotes bautizaban a las que no eran aun cristianas, ya
que para esto se habían agregado muchas jóvenes y mujeres paganas. Cuando
estuvieron todas bautizadas y dispuestas al martirio y que los enemigos las habían
rodeado por todas partes, cesaron en la defensa y se prepararon al martirio, cantando
alabanzas al Señor. Los enemigos comenzaron a herirlas con clavas y a traspasarlas con
lanzas.
He visto caer una fila entera de vírgenes traspasadas por los dardos de los Hunos, que
las habían cercado; entre ellas había una de nombre Edit, de la cual poseo una reliquia.
Ursula fue traspasada por una lanza. Entre los cuerpos que cubrían el campo de martirio,
ademas de las vírgenes que habían venido de Inglaterra, había muchas mujeres ya
doncellas que de varias partes se habían juntado a ellas, como también sacerdotes
venidos de Roma y otros hombres, y algunos de los enemigos. Muchas otras fueron
masacradas a bordo de las mismas naves. Córdula no había ido con Úrsula a Roma, sino
que había quedado en Colonia, donde ganó a muchos a la fe cristiana. Durante la
persecución se había mantenido oculta por temor. Luego se presentó y se juntó a las
compañeras para ser martirizada. Los Hunos querían a toda costa retenerla a ella como a
otras compañeras; pero hicieron tanta resistencia a sus pretensiones, que al fin las ataron
las unas a las otras por el brazo, y dispuestas en linea las traspasaron con flechas.
Cantando alegremente, como si fueran a las bodas, sufrieron el martirio. Muchas otras
se presentaron a los Hunos confesando su fe cristiana y fueron en diversos lugares
masacradas. No mucho después, los Hunos se fueron de Colonia. Los cuerpos de los
mártires fueron recogidos en el lugar del martirio, llevados cerca de Colonia y
sepultados en un recinto. Se hicieron vastas excavaciones, fueron murados muchos
subterráneos y las sagradas reliquias, distribuidas ordenadamente, fueron conservadas
piadosamente.
Los barcos de estas jóvenes eran muy hermosos, muy ligeros, abiertos, con galerías en
torno, guarnecidas con banderitas; tenían un mástil y un borde sobresaliente. Para remar
las mujeres se sentaban en bancos que servían también para dormir. Nunca había visto
barcos pequeños tan bien dispuestos. En la época en que Úrsula partió de Inglaterra,
vivían en Francia los santos obispos Germano y Lupo. El primero visito a Santa
Genoveva, que había llegado a los doce años de edad. Cuando Germano y Lupo fueron
a Inglaterra para luchar contra las herejías, consolaron a los padres de Ursula y de las
otras vírgenes. que estaban afligidos por la ausencia de sus hijas. A los Hunos los he
visto, en su mayor parte, con las piernas desnudas. Usaban anchos jubones con largas
correas de cuero, que les cubrían la parte inferior del cuerpo y largos mantos que
llevaban enrollados sobre las espaldas.
(*) Alberto Gereon Stein, Parroco de Santa Ursula, Colonia, recogió en su libro Die
Ursula und lhre Gesellschaft-Bachem (1879) todos los datos y pruebas sobre la Santa,
llegando a las conclusiones siguientes: 1º Úrsula es hija de un rey de Gran Bretaña y
conductora de las compañeras; 2° El número de las mártires es de once mil y eran de
Gran Bretaña; 3° Fueron martirizadas por los Hunos que entonces devastaban la
Germanio, Galia e Italia.