Desde el comienzo de la vida pública de Jesús hasta la primera Pascua – Sección 8

XXXVIII
Jesús en Ensemes
He visto a Jesús llegar a un pequeño pueblo llamado Ensemes, donde le
salieron al encuentro algunas personas, ya avisadas de la llegada del
nuevo profeta. Lo rodearon muchos, con sus criaturas tomadas de la mano,
lo saludaron con solemnidad y se echaron a sus pies humildemente. Jesús
los levantaba familiarmente, con bondad. Lo llevaron a su casa gente de noble
alcurnia. Los fariseos lo llevaron a su escuela: eran bien intencionados y
se alegraban de tener a un profeta entre ellos. Pero cuando supieron por los
discípulos que era hijo de José, el carpintero de Nazaret, comenzaron a advertirle
detalles que a ellos no les parecía bien. Creían que era profeta, y
cuando Jesús habló del bautismo, preguntaron ellos, para tener motivo sobre
qué murmurar, cuál de los dos bautismos era mejor: el de Juan o el suyo.
Jesús les repitió lo que el Bautista había dicho de su bautismo y del bautismo
del Mesías, y añadió que el que despreciaba el bautismo de Juan, despreciaría
también el del Mesías. Con todo, Él nunca decía: «Yo soy», sino
que hablaba en tercera persona, o como dice en el Evangelio: «El Hijo del
hombre». En la casa donde se alojó tomó su alimento y oró con sus discípulos
antes de ir al descanso. De Ensemes partió con sus acompañantes a través
del torrente Cedrón, en la Judea. Casi siempre iba por caminos pocos
frecuentados y cruzaba los valles, que habían recorrido María y José cuando
fueron a Belén. Ahora hay mucha neblina en el país y hace bastante frío:
veo a veces nieve o rocío y helada en los valles; pero en la parte donde hiere
más el sol todo se presenta verde y hermoso. Aun cuelgan frutos de los árboles.
Durante el camino veo a Jesús y a sus discípulos comer de estos frutos.
Evita entrar en las grandes ciudades, porque en todas partes ha corrido la
fama de las cosas sucedidas en su bautismo y del testimonio de Juan. También
en Jerusalén se advierte alarma por estos acontecimientos. Jesús quiere
presentarse sólo después de su vuelta del desierto de Galilea, y si anda ahora
por estos lugares es por amor a los enfermos o para mover a otros al bautismo.
No va siempre con todos sus discípulos: a veces no veo más que a dos
de ellos con Él. Los otros se desparraman por las calles por donde pasan y
rectifican lo que se dice de Jesús. En general están entusiasmados con Juan
y creen que Jesús es sólo un ayudante del Bautista; y así le llaman su ayudante.
Los discípulos les cuentan la aparición del Espíritu Santo y la voz
que oyeron del Padre y repiten lo que Juan dice de sí mismo: que él no es
sino el precursor y preparador de los caminos, y por eso es tan recio y severo
como quien dispone el camino. Por esta causa acuden a veces a Jesús los
pastores y tejedores de estos valles, que oyen a Jesús bajo los árboles o galpones,
y se echan a sus pies, mientras Jesús los bendice y los exhorta al
bien. Mientras andan explica Jesús a sus discípulos que las palabras que han
oído del Padre: «Este es mi Hijo amado», las dice también para todos los que
reciben sin pecado el bautismo del Espíritu Santo.
Esta comarca es la misma que recorrieron José y María cuando fueron a Belén.
José conocía mejor estos lugares porque su padre había tenido campos
de pastoreo. José habíase apartado como de un día y medio de Jerusalén para
evitar las grandes ciudades y por pequeñas etapas prefería pasar por estos
lugares, donde las chozas de los pastores estaban más unidas. Mucho le costaba
a María estar cabalgando largo tiempo, como también andar a pie. La
población principal a la que ahora se dirige Jesús estaba formada por dos
casas de pastores, a las cuales habían llegado antes José y María. Se detuvo
primero en aquella casa donde había sido mal recibida la Virgen. El dueño
de casa era un anciano grosero. Ahora tampoco quería recibir a Jesús. Tenía
el aire como el de algunos de nuestros campesinos de hoy, que parecen decir:
«¿Qué me importa a mí todo esto? Yo pago los derechos y voy a la iglesia».
Por lo demás, viven luego como quieren. Así decían aquellas gentes:
¿Para qué necesitaban todo esto? Tenían la ley de Moisés, ésta la había dado
Dios y no necesitaban más. Jesús les habló de la hospitalidad y de la caridad
con el prójimo, que los antiguos patriarcas habían ejercitado. ¿Dónde, en
efecto, estarían la bendición y la ley, si Abraham no hubiese recibido al ángel
que se las traía? … Les expuso luego esta parábola: Quien rechaza a una
madre, que trae al hijo en su seno, cansada, golpeando a su puerta, y se burla
del hombre que amigablemente le pide hospedaje, ése rechaza también la
salud que el Hijo le trae. Jesús dijo esto tan claramente que parecía un rayo
que hería el corazón del hombre duro. Esta era la casa donde José y María
habían sido despedidos sin piedad. He reconocido muy bien la casa. Los
viejos de ella tuvieron grandísima confusión, porque sin que Jesús nombrase
a José y a María, les dio a entender todo lo que ellos habían hecho con la
Sagrada Familia. Entonces uno de ellos se echó a los pies de Jesús, y le pidió
se hospedase con él, pues seguramente, dijo, es un profeta, Aquél que
sabe todo lo que sucedió aquí treinta años atrás. Jesús no tomó alimento en
su casa, como el hombre deseaba, y dijo, enseñando a los pastores reunidos,
que muchas cosas que se hacen son preparación y semilla de otras que se
harán, y que el arrepentirniento y la penitencia pueden destruir las raíces de
los malos sentidos por el bautismo del Espíritu Santo, que hace renacer al
hombre y llevar frutos de vida eterna.
De aquí salió recorriendo otros valles, enseñando en diversos lugares. Algunos
poseídos gritaban a su paso, pero callaban cuando Él lo mandaba. Jesús
llegó a otra casa de pastores, sobre una altura, donde también había estado la
Sagrada Familia en su paso a Belén. El dueño tenía gran cantidad de ganado.
A lo largo del valle vivían pastores y fabricantes de tiendas. Habían tendido
grandes lonas como toldos y trabajaban al aire libre de común concierto.
Había ganado y animales silvestres; las palomas andaban en grandes
bandadas, como las gallinas, en torno de la casa, como también otras aves
grandes de larga cola. En el campo veíanse muchos corzos con pequeños
cuernos: eran domésticos y se mezclaban con el ganado. Aquí fue recibido
Jesús muy amistosamente. La gente de la casa, los vecinos y los niños le salieron
al encuentro y se arrodillaban ante Él. Había algunos jóvenes en la
casa, hijos del anciano que aún vivía y que había hospedado a José y a María;
era de pequeña estatura, inclinado y caminaba con un bastón. Jesús tomó
algunos alimentos, frutas y verduras, que se mojaban en salsa, y comieron
pequeños panes al rescoldo. Esta gente era muy piadosa e instruida.
Llevaron a Jesús a la misma cámara donde habían hospedado a María, que
habían convertido en lugar sagrado de oración. Constituía sólo una repartición
de la casa, pero la habían aislado haciéndole un camino; habían deshecho
los cuatro ángulos de la casa, formando un octógono, y el techo lo
habían recogido en un cono truncado. Colgaba una lámpara y en medio del
techo había una abertura que podía abrirse a voluntad. Delante de la lámpara
había una mesa angosta semejante a un banco de comunión, entre nosotros,
donde se podía rezar apoyado al banco. Todo estaba limpio y ordenado como
una capilla. El anciano llevó a Jesús y le mostró el lugar donde había
descansado su Madre y donde su abuela Ana también se había hospedado en
su paso a Belén, cuando fue a visitar a María en la gruta de Belén. Esta gente
sabía del nacimiento de Jesús, de la adoración de los Reyes Magos, de la
profecía de Simeón y Ana en el templo, de la huida a Egipto y de la enseñanza
del Niño Jesús en el templo. Algunos de estos días los festejaban con
oraciones en este lugar, creyendo, esperando y amando con fidelidad. Preguntaban
a Jesús con simplicidad: «¿Cómo será esto? En Jerusalén, entre los
grandes, se dice que el Mesías será un rey de los judíos, que restituirá la
grandeza del reino y lo librará del yugo de los romanos. ¿Será esto así como
lo dicen ellos?» Jesús les declaró todo en la parábola de un Rey que manda a
su Hijo para ocupar el trono, restablecer el santuario y librar a sus hermanos
del yugo; pero que ellos no reconocerían al Hijo enviado, lo perseguirían y
maltratarían … pero que Él sería levantado, y así los atraería a todos al reino
celestial de su Padre, si guardaban sus mandamientos. Fue mucha gente con
Jesús al lugar de oración y Él enseñó y sanó a algunos enfermos. El anciano
pastor llevó a Jesús a casa de una vecina, que desde hacía años estaba en
cama enferma de gota. Jesús la tomó de la mano y le mandó que se levanta-
se. Ella al punto obedeció, se hincó y le acompañó hasta la puerta. Andaba
encorvada como la suegra de Pedro. Jesús se hizo llevar luego a un valle
profundo donde había muchos enfermos: sanó a algunos y consoló a todos.
Los curados fueron sólo unos diez.
Juan bautiza aún y va mucha gente a él. El árbol que tocó Jesús durante su
bautismo fue trasplantado al medio de la gran fuente y está verde y hermoso.
Esta fuente bautismal tiene gradas desde la orilla y varias lenguas de tierra
que se internan hasta el lago. La gente va pasando una tras otra; entran
por un lado y salen por el opuesto.
Cuando Jesús dejó la casa del pastor, que está como a cinco horas de Belén,
lo acompañaron algunos hombres, parientes de aquellos pastores que habían
visitado a Jesús en el pesebre. Por esto se mostraban tan bien dispuestos con
Jesús. El Salvador y sus discípulos anduvieron por muchos recovecos y reunieron,
aquí y acullá, grupos de pastores y trabajadores, a quienes Él enseñaba
con parábolas y comparaciones de sus propios oficios. Los exhortó aún
a ir al bautismo de Juan y a la penitencia, y les habló de la proximidad del
Mesías y de la salud. En una ladera’ del monte, en un buen lugar del camino
de Jesús, he visto a la gente trabajando en faenas de campo: en los viñedos y
en los trigales. Vi llevar trigo, arar y sembrar, pues esa región es muy fértil,
aunque en otras veo heladas y nieve en los valles. El trigo no estaba en gavillas,
sino que era cortado bajo la espiga un medio pie y los manojos estaban
atados de tal manera por medio que a ambos lados salían las espigas. Estos
atados yacían en montones juntos. Los campesinos no llevaban estos atados
a sus casas, como en tiempo de la cosecha terminada: quedaban allí formando
pequeñas montañas, y ahora, que comienza el tiempo de las lluvias, eran
cubiertas con heno mientras preparan de nuevo los campos. Los granos eran
cortados con una cuchilla curvada, el heno amontonado y emparvado luego.
Cuando lo llevaban dentro lo hacían sobre unos carritos que tiraban cuatro
hombres. El heno lo tenían en hileras y arrollado en paquetes, quizás para
quemar. En otras partes araban con arados sin ruedas y lo tiraban los hombres.
El arado que veía era a modo de un trineo con tres tramos cortantes,
agravados con pesos; entre ellos estaba el yugo; no era generalmente guiado,
y lo tiraban personas o asnos. Araban a lo largo y de través. Sus rastras
eran triangulares, con la parte ancha adelante y marchaban muy bien. Donde
la tierra era pedregosa arañaban un poco, y algo crecía también allí. Los
sembradores tenían las bolsas de semillas delante y atrás, a veces sobre el
pescuezo con los dos cabos caídos sobre el pecho. He visto sembrar ajo y
una planta con grandes hojas, que creo la llaman durra. Los discípulos reunían
a estos trabajadores en los caminos y Jesús les hablaba en parábolas
sobre arar, sembrar y cosechar. A los discípulos les decía que debían sem-
brar por medio del bautismo, y designó a algunos, entre ellos a Saturnino,
para que bautizasen en el Jordán por algún tiempo. Les dijo que esto será la
semilla y luego cosecharían ellos después de dos meses, como las gentes
que sembraban aquí. Habló de la paja, que sería destinada al fuego. Mientras
Jesús enseñaba, vino una turba de trabajadores desde Sichar: tenían palas,
hachas y largos palos; parecían esclavos que trabajaban en una obra pública
y se dirigían ahora a sus casas. Quedaron muy sobrecogidos, no atreviéndose
a unirse a los judíos y escucharon desde cierta distancia. Jesús los llamó
diciéndoles que su Padre celestial los llamaba a todos por medio de Él,
hablando de la igualdad de todos ante Dios, de los que hacen penitencia y se
bautizan. Estos pobres hombres se conmovieron tanto al ver la mansedumbre
y la bondad de Jesús, que le rogaron de rodillas quisiera ir con ellos a
Samaria a ayudarles. Jesús les contestó que iria después, que ahora tenía que
aislarse para prepararse a entrar en el reino al que su Padre celestial le había
mandado. Los pastores lo llevaron por otros caminos que había recorrido su
santa Madre. Como Jesús conocía mejor que ellos estos caminos, le decían:
«Señor, Tú eres un profeta y un buen Hijo, puesto que conoces bien los pasos
de tu santa Madre y los vas recorriendo». Después de haber enseñado y
exho1tado, Jesús se encaminó hacia el pueblo de Bethabara. Era de tarde
cuando llegó con sus discípulos, y al aire libre subió a una tribuna para la
enseñanza que estaba a la sombra de los árboles. Congregáronse muchos
oyentes y mostraron buenos sentimientos con Jesús.

XXXIX
Jesús en el valle de los pastores de Belén
Jesús, acompañado por muchos oyentes, se dirigió al valle de los pastores,
como a tres horas y media de camino de este lugar. Lo vi con sus
discípulos bajo una techumbre donde comían bayas coloradas y granos que
habían recogido. Los discípulos se desparramaron en distintas direcciones y
Jesús les señaló el sitio donde volverían a reunirse con Él. Los discípulos
exho1taban a las gentes al bautismo y les hablaban de Jesús; algunos hombres
fueron con ellos hasta el lugar señalado por Jesús. Jesús iba por caminos
y vericuetos. Lo he visto a menudo pasar la medianoche en oración sobre
colinas solitarias; así ocupaba el tiempo de sus viajes. He oído que los
discípulos decían a Jesús que no se arruinase la salud con su vida tan dura,
con su caminar descalzo, con sus ayunos y velas nocturnas, con estos fríos y
tiempos húmedos. Jesús los oyó con bondad, pero continuó su vida mortificada
como siempre. En la alborada he visto a Jesús con sus discípulos subir
por la ladera de una montaña en el valle de los pastores. Los habitantes de
los alrededores ya tenían noticias de su venida. Todos estaban bautizados
por Juan y algunos de ellos habían tenido como visiones y prevenciones de
la llegada de Jesús y vigilaban siempre por donde debía llegar el Salvador.
Lo vieron resplandeciente, lleno de luz, bajar de la montaña hacia su valle.
Muchas de estas personas sencillas tenían dones extraordinarios. Tocaron en
seguida un cuerno llamando la atención de los que vivían lejos, para que se
congregaran. Seguían esta costumbre en toda ocasión solemne. Todos acudían
al encuentro del Señor, y se arrojaban a su paso, avanzando humildemente
el cuello en señal de sumisión, mientras sostenían en las manos sus
largos bastones de pastor. Llevaban jubones cortos de piel de ovejas, abiertos
algunos en el pecho; les llegaban hasta las rodillas. Sobre los hombros
tenían sacos atravesados. Saludaron al Salvador con palabras de los salmos,
que se referían a la venida del Mesías y la acción de gracias de Israel por el
cumplimiento de las profecías. Jesús se mostró muy bondadoso con ellos y
les habló de su estado dichoso. Enseñaba en una u otra de las chozas que
estaban a lo largo del valle de los pastores; sus enseñanzas iban acompañadas
de comparaciones del pastor y las ovejas.
Después, acompañado por ellos mismos, se trasladó hasta la torre de los
pastores en Belén, construida en medio del valle, sobre una altura, con un
fundamento de gruesas piedras. Se componía de un parapeto bastante alto de
tirantes y estaba reforzado con árboles de hojas perennes. Colgaban esteras
de él y tenía escalones desde afuera para subir a las galerías y de tanto había
pequeñas garitas de observación. A la distancia tenía el aspecto de un buque
alto con velas extendidas y guardaba semejanza con las torres que vi en el
país de los Reyes Magos usadas para observar las estrellas. Desde esa torre
veían toda la comarca, se distinguía a Jerusalén y aún la montaña de la tentación
de Jesús. Los pastores observaban desde esta torre el camino y el ganado
y vigilaban las posibles irrupciones de ladrones, pues desde allí daban
aviso a los habitantes del valle. Los demás pastores vivían con sus familias
en un circuito a cinco horas de camino de la torre; tenían sus campos, jardines
y huertas. El lugar de la torre era el de las reuniones generales; tenían
allí el depósito de sus herramientas y acudían a recibir los alimentos. A lo
largo de la colina había chozas y casitas y había una casa o galpón muy amplio,
donde vivían las mujeres que preparaban la comida para los pastores.
Estas mujeres no salieron con ellos al encuentro de Jesús; más tarde recibieron
la visita de Jesús y sus enseñanzas. Había unos veinte pastores, a los
cuales habló Jesús de su dichoso estado y les dijo que los visitaba porque
ellos habían querido visitarle en su cuna en el pesebre y le habían demostrado
amor a Él y a sus padres. Les habló en parábolas del pastor y las ovejas,
diciendo que Él era también pastor que tenía otros pastores que debían reunir
a las ovejas, cuidarlas, sanarlas y guiarlas hasta el final de los tiempos.
Los pastores a su vez narraban cosas del anuncio de los ángeles, de María y
José y del Niño recién nacido. También ellos habían visto en la estrella que
estaba sobre el pesebre, la imagen del Niño. Narraron de los Reyes Magos y
cómo éstos desde su país habían visto la torre en las estrellas y se refirieron
a los muchos dones que habían dejado los Reyes en su venida; que habían
empleado muchas cosas de las recibidas por ellos aquí en la torre, en las
chozas y en sus viviendas. Había hombres de edad que habían intervenido
en todos estos acontecimientos cuando jóvenes y habían ido al pesebre de
Belén: éstos contaban las cosas que habían presenciado.
Jesús y sus discípulos fueron conducidos por los pastores cerca de Belén, a
la vivienda de los hijos de los tres pastores más ancianos, ya difuntos, a los
cuales el ángel se les había aparecido primero y que fueron a adorar al Niño
recién nacido. Los sepulcros de éstos no estaban lejos de sus viviendas, como
a una hora de camino de la gruta del pesebre. Tres de estos hijos, ya de
edad, vivían allí y eran muy respetados. Esta familia era como guardiana de
los demás, como lo eran los tres Reyes Magos entre su gente. Recibieron a
Jesús con mucha humildad y lo llevaron al sepulcro de sus padres, en una
colinita donde crecía la vid: se levantaba aislada y tenía en torno una techumbre
debajo de la cual se podía andar en subterráneos; arriba estaba la
sepultura de los ancianos, que recibía luz por una abertura superior. Las tres
sepulturas estaban en el suelo en estas posiciones, y tenían puertas. Los pastores
abrieron las puertas, y yo vi los cadáveres envueltos y sus rostros rese-
cos y ennegrecidos. El espacio entre las tres sepulturas estaba rellenado con
piedrecitas bien dispuestas. Dentro de los sepulcros estaban sus cayados
pastoriles. Los pastores mostraron a Jesús el tesoro que tenían guardado allí
mismo consistente en objetos de valor regalados por los Reyes Magos, que
aún les había quedado. Consistía este tesoro común en plaquitas de oro y en
géneros entretejidos de oro. Preguntaron a Jesús si lo debían llevar al templo,
y Jesús les dijo que lo guardasen para la comunidad cristiana, que sería
el nuevo templo, añadiendo que un día se levantaría una iglesia sobre este
sepulcro. Esto lo he visto realizado por Santa Elena. La colina era el principio
de una serie de montañas de viñedos que se extendían hasta Gaza y servía
de común sepultura para los pastores del lugar. De aquí lo llevaron los
pastores al lugar de su nacimiento en la gruta del pesebre, como a una hora
de camino, por un hermoso valle por donde corrían tres sendas entre árboles
frutales. Durante el camino contaban los pastores la escena del Gloria in excelsis.
En esta ocasión he visto estas escenas renovadas. Los ángeles aparecieron
en tres lugares: primero, a los tres pastores; la noche siguiente, en la
torre de los pastores, y luego, en el pozo del lugar donde Jesús ayer fue recibido
por los pastores. Junto a la torre de los pastores aparecieron en mayor
número ángeles hermosos y grandes personas sin alas. Los pastores llevaron
a Jesús también a la gruta de Maraha, la nodriza de Abraham, junto al gran
terebinto.

XL
La gruta del pesebre, lugar de oración y
de peregrinación para los pastores
El camino a la gruta del pesebre sigue por el lado del Mediodía, por el
cual no es fácil llegar a Belén, porque no hay camino directo. La ciudad
apenas se veía por este lado: estaba como separada por gruesas murallas
en minas y por escombros, donde había hondas depresiones entre ella y el
valle de los pastores. La entrada más cercana a la ciudad estaba por el lado
de la puerta del medio que llevaba hacia Hebrón. Desde este punto se debía
caminar hacia el Oriente en torno de la ciudad, si uno quería llegar a la comarca
de la gruta, unida al valle de los pastores, y desde el cual, sin tocar a
Belén, se entraba en esta región. La gruta del pesebre, como las grutas adyacentes,
pertenecían a los pastores, y desde un principio las usaron para refugio
de los animales y para sus utensilios de labranza, y ninguno de Belén
tenía en este lugar propiedades ni derechos de tránsito ni senderos. José, que
había tenido su casa solariega en la parte meridional, había tratado varias
veces cuando niño con estos pastores, para ocultarse de las molestias de sus
hermanos o para entregarse más tranquilamente a la oración.
Cuando los pastores fueron a la gruta con Jesús, estaba ya bastante cambiada.
Habían convertido el lugar en sitio de oración y devoción, nadie debía
entrar y por esto habían hecho en derredor del pesebre un cerco de reja y la
misma gruta la habían agrandado. Desde la entrada habían hecho varias
habitaciones hacia dentro, en la roca, a modo de las celdas conventuales.
Colgaban de las paredes algunas colchas de los Reyes Magos y en el piso
había alfombras de la misma procedencia; eran de varios colores y adornos,
especialmente figuras de pirámides y torres. Desde estos pasajes laterales de
la gruta habían hecho dos escaleras que llevaban al techo, de donde habían
quitado el cobertor con dos ventanas transversales, convirtiéndolo en una
cúpula que dejaba entrar la luz. Desde una de estas escaleras podían subir a
la montaña y dirigirse a Belén. Estos cambios y comodidades las hicieron
con los regalos que les dejaron los Reyes Magos en su paso por la comarca.
Era el principio de la festividad del sábado cuando llevaron a Jesús. Habían
encendido las lámparas que estaban en la gruta. El pesebre estaba conservado
como antes. Jesús les señaló lo que ellos no sabían: el lugar exacto donde
nació. Tuvo aquí mismo una conversación instructiva con ellos, y celebraron
el sábado. Les dijo que su Padre celestial había preelegido desde la eternidad
este lugar cuando María lo engendró, y yo tuve conocimiento de varios
hechos preanunciantes del Antiguo Testamento, referentes a este lugar.
Abraham y Jacob habían estado en este mismo sitio, y Set, el hijo prometido
en lugar de Abel, nació en esta gruta de Eva, que había hecho siete años de
penitencia. Aquí mismo el ángel se le había aparecido a Eva anunciándole
que le seria dado a Set por Abel. Set estuvo aquí largo tiempo escondido por
la envidia de los suyos y fue tenido en la gruta de la nodriza Maraha y alimentado
mucho tiempo, porque sus hermanos lo perseguían, como los hijos
de Jacob al inocente José. Los pastores llevaron también a Jesús a la otra
gruta donde María estuvo oculta algún tiempo por temor de los soldados de
Herodes. La fuente que había brotado en el nacimiento de Cristo la habían
arreglado y usaban de sus aguas en las enfermedades. Jesús les dijo que llevaran
de esa agua consigo. Después de esto lo he visto visitar cada una de
las chozas de los pastores.
He visto a Saturnino bautizar a varios ancianos que no podían ir al bautismo
de Juan. He visto que al agua de la fuente del bautismo de Jesús de la isla
del Jordán, mezclaban esta agua de la gruta del pesebre. En el bautismo de
Juan había siempre antes una confesión general de los pecados. En el nuevo
bautismo de Jesús se confesaban los pecados en particular, se arrepentían y
recibían el perdón. Los ancianos se hincaban y recibían el agua del bautismo
desvestidos hasta medio cuerpo. Inclinaban la cabeza sobre un gran recipiente,
donde se les derramaba el agua. En este bautismo usaban las palabras
de Juan, porque oí el nombre de Jehová y el don de las tres gracias, pero
añadían el nombre del Mesías.

XLI
Jesús visita las posadas donde descansó
la Sagrada Familia en su huida a Egipto
Jesús pasaba a veces las noches en oración solitaria. Cuando se disponía
a despedirse de los pastores dijo a sus discípulos que deseaba hacer una
visita a las gentes que habían albergado y socorrido a María y José cuando
huían a Egipto; que tenia que curar algún enfermo y convertir algún pecador.
Dijo que ninguna pisada de sus padres quedaría sin ser bendecida y visitada.
A todos los que entonces les ayudaron, socorrieron y mostraron
amor, quería visitarlos y llevarles la salud. Toda demostración de benevolencia
era una parte de la obra de la redención y quedaría por la eternidad.
Añadió que así como Él ahora visitaba y agradecía a los que habían demostrado
amor y benevolencia hacia María y José, así mismo su Padre celestial
pensará en todos aquéllos que benefician a uno de los más pequeñuelos de
sus hermanos. Citó a sus discípulos para encontrarse en un lugar cerca de la
montaña de Efraim, donde se reuniría a ellos después de su viaje.
He visto a Jesús andando solo por los confines del territorio de Herodes,
hacia el desierto de Anim y en Enganim, a un par de horas del Mar Muerto,
atravesando una región algo salvaje, pero no infructuosa ni estéril. Pastaban
allí muchos camellos; conté unos cuarenta y estaban como en corrales.
Había una posada para los viajeros que atravesaban el desierto, hacia donde
Jesús se dirigía. En el trayecto vi galpones y chozas, unos junto a las otras.
Este lugar tenía el último sitio de hospedaje en el territorio de Herodes que
usó la Sagrada Familia en su huida a Egipto, y aunque era gente de mal vivir
y hasta aún había ladrones entre ellos, recibieron bien a la Sagrada Familia.
En la cercana ciudad vivía también mucha gente de avería, que se había retirado
allí después de una guerra.
Jesús pidió hospedaje en una casa cuyo dueño se llamaba Rubén, hombre de
unos cincuenta años, que en la huida a Egipto había estado ya allí. Cuando
Jesús le habló y le miró, fue como sí un rayo penetrara en su pecho. La palabra
de Jesús fue para él como una bendición y el saludo como una salud.
El hombre dijo: «Señor, me parece que viene contigo a mi casa como la tierra
prometida». Jesús le dijo que» si creía en el cumplimiento de la venida
del Mesías y no rechazaba su realidad, sería partícipe de la tierra prometida.
Le habló de las buenas obras y de sus consecuencias. Añadió que Él venía a
su casa a traerle la salud, puesto que él había recibido bien a su Madre y a su
padre adoptivo en esa misma casa treinta años atrás, en su huida a Egipto.
Así ésta como toda obra buena lleva siempre su consecuencia, del mismo
modo las malas llevan sus malas consecuencias. El hombre se echó a los
pies de Jesús humildemente, diciendo: «Señor, ¿cómo puede ser que Tú
vengas a mi casa siendo yo un hombre perdido y miserable? … » Jesús le declaró
que venía para quitar los pecados y purificar al hombre. El otro seguía
hablando de su miseria moral, y como todos los del lugar eran más o menos
de la misma clase. Agregó que sus nietos estaban enfermos y contrahechos y
en estado miserable. Jesús le contestó que si creía en Él y se dejaba bautizar,
daría también la salud a sus nietos. El hombre lavó los pies a Jesús y le presentó
lo que tenía para que comiera. Cuando se acercaron sus vecinos, les
dijo quién era Jesús y lo que le había prometido. Había entre ellos un pariente
llamado Isacar. Llevó luego a Jesús para que viera a sus nietos, de los
cuales uno estaba leproso, y otro baldado y contrahecho. También visitó algunas
mujeres enfermas. Mandó a estas criaturas que se levantasen, y cuando
lo hicieron se encontraron sanas. Mandó preparar un baño; trajeron un
gran recipiente con agua y lo pusieron debajo de un techado. Jesús tomó
agua de un recipiente, de los cuales tenía dos, sujetos a la correa de su vestido,
y derramó un poco de esa agua del Jordán en el recipiente grande, y lo
bendijo. Los hombres se lavaron allí, y salían sanos y limpios de sus enfermedades,
y daban gracias al Señor. Jesús no los bautizó: este lavado era como
un bautismo de necesidad, y los exhortó a bautizarse en el Jordán. Como
preguntaran si las aguas del Jordán tenían la virtud de sanar las enfermedades,
les respondió: «El camino del Jordán está medido y fundado, y todos
los lugares santos de esta tierra están predestinados, antes que existieran
hombres y antes que existieran el Jordán y la tierra, por mi Etemo Padre».
Añadió cosas muy admirables a todo esto. Con las mujeres habló del matrimonio:
les recomendó la continencia y la pureza de costumbres. Les dijo
que la miseria de la gente de la comarca y las enfermedades de las criaturas,
eran consecuencias de las malas uniones. Habló de la culpa y de la responsabilidad
de los padres en las miserias y males de sus hijos: como esta culpa
y estos males se deben atajar y aminorar con la penitencia. Luego habló del
renacimiento del hombre por medio del bautismo de penitencia. Después
conversó con todos acerca de lo que habían hecho sus padres con la Sagrada
Familia cuando pasaron por allí y enseñó donde los habían hospedado y dado
de comer. Tenían en su huida a Egipto un asno y una asnilla. Jesús les
mostró estos hechos como señales de su actual paso del pecado a la salud.
La gente preparó a Jesús una comida lo mejor que pudo. He visto que presentaron
una leche espesa como queso fresco, miel, pequeños panes al rescoldo,
aves y uvas.
Acompañado por algunos hombres del lugar salió Jesús de Anim por otro
camino y llegó por la noche a un lugar montañoso donde se extendía un valle
agreste con muchos barrancos. El lugar y la montaña se llamaban Efraim
o Ephron. La montaña se dirigía a Gaza. Jesús salia de la región de Hebrón.
Algo lejos del camino se veía una población medio en ruinas, con una torre,
llamada algo así como Malaga. (Quizás sea Molada; Flavio Josefo la llama
Malatha). Alrededor del lugar, como a una hora de camino, está el bosque
de Mambré, donde los ángeles trajeron a Abraham la promesa del hijo Isaac.
Cerca de allí están la cueva que Abraham compró a Ephron Hetita, donde
estuvo su sepulcro, y el paraje donde tuvo lugar el combate de David contra
el gigante Goliat. Jesús, a quien ya habían dejado sus acompañantes, anduvo
por el lado donde estaba edificada la ciudad, y en el valle agreste lo encon-
traron los discípulos a quienes había dado cita. Los llevó a una gruta agreste,
pero espaciosa, donde pasaron la noche. Era la sexta parada de la Sagrada
Familia en su huida a Egipto. Jesús decía estas cosas a sus discípulos, mien-
tras éstos frotaban una madera dura contra otra y sacaban chispas para el
fuego. Les dijo que ese lugar era sagrado; que allí se detenía a menudo un
profeta para orar: creo que Samuel. David había guardado las ovejas de su
padre y había orado en esta cueva y recibido ahí mandatos de un ángel; y
mientras estaba en oración le llegó el mandato de matar al gigante Goliat.
La Sagrada Familia había llegado muy cansada y oprimida; María estaba tan
triste que había llorado. Padecían toda clase de privaciones, porque huían
por caminos inhospitalarios, evitando las ciudades y las posadas de los caminos
públicos. Allí pasaron un día entero descansando de sus fatigas. Sucedieron
allí algunos prodigios para su consuelo: saltó agua de una roca de
la gruta y una cabra silvestre se acercó dejándose ordeñar. Jesús habló a sus
discípulos de los grandes trabajos que les esperaba a ellos y a todos los que
le siguen a Él, de los trabajos que pasó su Madre y de la bondad y misericor-
dia de su Padre celestial. Les anunció que un día se levantaría allí una
iglesia, y bendijo el lugar como si lo consagrase. Tenían frutas y pequeños
panes que habían traído los discípulos, y comieron.