De la Natividad de la Virgen a la muerte del patriarca San José- Sección 12

LV
Nombres de los Reyes Magos
Cuando estuvieron juntos los tres Reyes Magos, he visto que el último,
Teokeno, tenía la piel amarillenta: lo reconocí porque era el mismo
que unos treinta y dos años más tarde se encontraba en su tienda enfermo al
visitar Jesús a estos Reyes en su residencia, cerca de la Tierra prometida.
Cada uno de los Reyes Magos llevaba consigo a cuatro parientes cercanos o
amigos más íntimos, de modo que en el cortejo había como unas quince personas
de alto rango sin contar la muchedumbre de camelleros y de otros
criados. Reconocí a Eleazar, que más tarde fue mártir, entre los jóvenes que
acompañaban a los Reyes. Estaban sin ropa hasta la cintura y así podían correr
y saltar con mayor agilidad. Tengo una reliquia de este santo.
Mensor, el de los cabellos negros, fue bautizado más tarde por Santo Tomás
y recibió el nombre de Leandro. Teokeno, el de tez amarilla, que se encontraba
enfermo cuando pasó Jesús por Arabia, fue también bautizado por
Santo Tomás con el nombre de León. El más moreno de los tres, que ya
había muerto cuando Jesús visitó sus tierras, se llamaba Sair o Seir. Murió
con el bautismo de deseo. Estos nombres tienen relación con los, de Gaspar,
Melchor y Baltasar, y están en relación con el carácter personal de ellos,
pues estas palabras significan: el primero, Va con amor; el segundo, Vaga
en torno acariciando, se acerca dulcemente; el tercero, Recibe velozmente
con la voluntad, une rápidamente su querer a la voluntad de Dios.
Me parece haber encontrado reunido por primera vez el cortejo de los tres
Reyes a una distancia como de medio día de viaje, más allá de la población
en minas donde había visto tantas colunnas y estatuas de piedra. El punto
de reunión era una comarca fértil. Se veían casas de pastores diseminadas,
construidas con piedras blancas y negras. Llegaron a una llanura, en medio
de la cual había un pozo y amplios cobertizos: tres en el centro y varios alrededor.
Parecía un sitio preparado para descanso de los caminantes. Cada
acompañamiento estaba compuesto de tres grupos de hombres. Cada uno
comprendía cinco personajes de distinción, entre ellos el rey, o jefe, que ordenaba,
arreglaba y distribuía todo como un padre de familia. Los hombres
de cada grupo tenían tez de diferente color. Los hombres de la tribu de Mensor
eran de un color moreno agradable; los de Sair eran mucho más morenos,
y los de Teokeno eran de tez más clara y amarillenta. A excepción de
algunos esclavos, no había allí ninguno de piel totalmente negra. Las personas
de distinción iban sentadas en sus cabalgaduras, sobre envoltorios cubiertos
de alfombras, y en la mano llevaban bastones. A éstos seguían otros
animales del tamaño de nuestros caballos, montados por criados y esclavos
que cargaban los equipajes. Cuando llegaron, desmontaron, descargaron a
los animales, les daban de beber del agua del pozo, rodeado de un pequeño
terraplén, sobre el cual había un muro con tres entradas abiertas. En ese recinto
se encontraba el pozo de agua en sitio más bajo. El agua salía por tres
conductos que se cerraban por medio de clavijas, y el depósito, a su vez, estaba
cerrado con una tapa que fue abierta por uno de los hombres de aquella
ciudad en ruinas, agregado al cortejo. Llevaban odres de cuero divididos en
cuatro compartimentos, de modo que cuando estaban llenos podían beber
cuatro camellos a la vez. Eran tan cuidadosos del agua, que no dejaban perder
ni una gota. Después de haber bebido fueron instalados los animales en
recintos sin techo, cerca del pozo, donde cada uno tenía su compartimiento.
Pusieron a las bestias delante de los comederos de piedra donde se les dio el
forraje que habían traído. Les daban de comer unas semillas del tamaño de
bellotas, quizás habas. Traían como equipaje jaulones colgando de ambos
lados de las bestias, en los cuales tenían pájaros como palomas o pollos, de
los cuales se alimentaban durante el viaje. En unos recipientes de hierro
traían panes como tablitas apretadas unas contra otras del mismo tamaño.
Llevaban vasos valiosos de metal amarillo, con adornos y piedras preciosas.
Tenían la forma de nuestros vasos sagrados, cálices y patenas. En ellos presentaban
los alimentos o bebían. Los bordes de estos vasos estaban adomados
con piedras de color rojo. Los vestidos de estos hombres no eran iguales.
Los hombres de Teokeno y los de Mensor llevaban sobre la cabeza una
especie de gorro alto, con tira de género blanco enrollado; sus túnicas bajaban
a la altura de las pantorrillas y eran simples con ligeros adornos sobre el
pecho. Tenían abrigos livianos, muy largos y amplios, que arrastraban al
caminar. Sair y los suyos llevaban bonetes con cofias redondas bordadas de
diferentes colores y pequeño rodete blanco. Sus abrigos eran más cortos y
sus túnicas, llenas de lazos, con botones y adornos brillantes, descendían
hasta las rodillas. A un lado del pecho llevaban por adorno una placa estrellada
y brillante. Todos calzaban suelas sujetas por cordones que les rodeaban
los tobillos. Los principales personajes tenían en la cintura sables cortos
o grandes cuchillos; llevaban también bolsas y cajitas. Había entre ellos
hombres de cincuenta años, de cuarenta, de veinte; unos usaban la barba
larga, otros corta. Los servidores y camelleros vestían con tanta escasez, que
muchos de ellos sólo llevaban un pedazo de género o algún viejo manto.
Cuando hubieron dado de beber a los animales y los encerraron, bebieron
los hombres e hicieron un gran fuego en el centro del cobertizo donde se
habían refugiado. Utilizaron para el fuego pedazos de madera de más o me-
nos dos pies y medio de largo que los pobres del país traen en haces preparados
de antemano para los viajeros. Hicieron una hoguera de forma triangular,
dejando una abertura para el aire. Hicieron todo esto con mucha habilidad.
No sé cómo consiguieron hacer fuego; pero vi que pusieron un pedazo
de madera dentro de otro perforado y le dieron vueltas algún tiempo, retirándolo
luego encendido. De este modo hicieron fuego. Asaron algunos pájaros
que habían matado. Los Reyes y los más ancianos hacían cada uno en
su tribu lo que hace un padre de familia: repartían las raciones y daban a cada
uno la suya; colocaban los pájaros asados, cortados en pedazos, sobre
pequeños platos, y los hacían circular. Llenaban las copas y daban de beber
a cada uno. Los criados subalternos, entre ellos algunos negros, estaban sentados
sobre tapetes en el suelo. Esperaban con paciencia su turno y recibían
su porción. Me parecieron esclavos. ¡Qué admirables son la bondad y la
simplicidad inocente de estos excelentes Reyes!. .. A la gente que va con
ellos le dan de todo lo que tienen y hasta le hacen beber en sus vasos de oro,
llevándolos a sus labios como si fueran niños.
Hoy he sabido muchas cosas acerca de los Reyes Magos, especialmente el
nombre de sus países y ciudades; pero lo he olvidado casi todo. Aún recuerdo
lo siguiente: Mensor, el moreno, era de Caldea y su ciudad tenía un
nombre como Acaiaia: estaba levantada sobre una colina rodeada de un
río. Mensor habitaba generalmente en la llanura cerca de sus rebaños. Sair,
el más moreno, el de la tez cetrina, estaba ya con él preparado para partir en
la noche del Nacimiento. Recuerdo que su patria tenía un nombre como de
Parthermo. Al Norte del país había un lago. Sair y su tribu eran de color más
oscuro y tenían los labios rojos. Los otros eran más blancos. Sólo había una
ciudad más o menos del tamaño de Münster. Teokeno, el blanco, venía de la
Media, comarca situada en un lugar alto, entre dos mares. Habitaba en una
ciudad hecha de carpas, alzadas sobre bases de piedras: he olvidado el nombre.
Me parece que Teokeno, que era el más poderoso de los tres y el más
rico, habría podido ir a Belén por un camino más directo y que sólo por reunirse
con los demás había hecho un largo rodeo. Me parece que tuvo que
atravesar a Babilonia para alcanzarlos. Sair vivía a tres días de viaje del lugar
de Mensor, calculando el día de doce leguas de camino. Teokeno se
hallaba a cinco días de viaje.
Mensor y Sair estaban ya reunidos en casa del primero cuando vieron la estre-
lla del nacimiento de Jesús y se pusieron en camino al día siguiente. Teokeno
vio la misma aparición desde su residencia y partió rápidamente para
reunirse a los dos Reyes, encontrándose en la población en ruinas. La estrella
que los guiaba era como un globo redondo y la luz salía como de una bo-
ca. Parecía que el globo estuviera suspendido de un rayo luminoso dirigido
por una mano. Durante el día yo veía delante de ellos un cuerpo luminoso
cuya claridad sobrepasaba la luz del sol. Me asombra la rapidez con que
hicieron el viaje, considerando la gran distancia que los separaba de Belén.
Los animales tenían un paso tan rápido y uniforme que su marcha parecía
tan ordenada, veloz e igual como el vuelo de una bandada de aves de paso.
Las comarcas donde habitaban los tres Reyes Magos formaban en conjunto
un triángulo. La caravana permaneció hasta la noche en el lugar donde los
había visto detenerse. Las personas que se les agregaron ayudaron a cargar
de nuevo las bestias y se llevaron luego las cosas que dejaron abandonadas
allí los viajeros. Cuando se pusieron en camino, ya era de noche, y se veía la
estrella, con una luz algo rojiza como la luna cuando hay mucho viento. Durante
un tiempo marcharon junto a sus animales, con la cabeza descubierta,
recitando sus plegarias. El camino estaba muy quebrado y no se podía ir de
prisa; sólo más tarde, cuando el camino se hizo llano, subieron a sus cabalgaduras.
Por momentos hacían la marcha más lenta y entonces entonaban
unos cantos muy expresivos y conmovedores en medio de la soledad de la
noche.
En la noche del 29 al 30 me encontré nuevamente muy próximo al cortejo
de los Reyes. Estos avanzaban siempre en medio de la noche en pos de la
estrella, que a veces parecía tocar la tierra con su larga cola luminosa. Los
Reyes, miran la estrella con tranquila alegría. A veces descienden de sus cabal-
gaduras para conversar entre ellos. Otras veces, con melodía lenta, sencilla
y expresiva, cantan alternativamente frases cortas, sentencias breves, con
notas muy altas o muy bajas. Hay algo de extraordinariamente conmovedor
en estos cantos, que interrumpe el silencio nocturno, y yo siento profundamente
su significado. Observan un orden muy hermoso mientras avanzan en
su camino. Adelante marcha un gran camello que lleva de cada lado cofres,
sobre los cuales hay amplias alfombras y encima está sentado un jefe con su
venablo en la mano y una bolsa a su lado. Le siguen algunos animales más
pequeños, como caballos o asnos, y encima del equipaje, los hombres que
dependen de este jefe. Viene después otro jefe sobre otro camello y así sucesivamente.
Los animales andan con rapidez, a grandes trancos, aunque
ponen las patas en tierra con precaución; sus cuerpos parecen inmóviles
mientras sus patas están en movimiento. Los hombres se muestran muy
tranquilos, como si no tuvieran, preocupaciones. Todo procede con tanta
calma y dulzura que parece un sueño. Estas buenas gentes no conocen aún
al Señor y van hacia Él con tanto orden, con tanta paz y buena voluntad,
mientras nosotros, a quienes Él ha salvado y colmado de beneficios con sus
bondades, somos muy desordenados y poco reverentes en nuestras santas
procesiones. Se detuvieron nuevamente en una llanura cerca de un pozo. Un
hombre que salió de una cabaña de la vecindad abrió el pozo y dieron de
beber a los animales, deteniéndose sólo un rato sin descargarlas.
Estamos ya en, el día 30. He vuelto a ver al cortejo ascendiendo una alta
meseta. A la derecha se veían monturas, y me pareció que se acercaban a
una región con poblaciones, fuentes y árboles. Me pareció el país que había
visto el año pasado, y aún recientemente, hilando y tejiendo algodón, donde
adoraban ídolos en forma de toros. Volvieron a dar con mucha generosidad
alimento a los numerosos viajeros que seguían a la comitiva; pero no utilizaron
los platos y bandejas; lo que me causó alguna sorpresa. Era un sábado,
primer día del mes.

LVI
Llegan al país del  rey de Causur
He vuelto a ver a los Reyes en las imnediaciones de una ciudad, cuyo
nombre me suena como Causur. Esta población se componía de carpas
levantadas sobre bases de piedra. Se detuvieron en casa del jefe o rey
del país, cuya habitación se encontraba a alguna distancia. Desde que se
habían reunido en la población en ruinas hasta aquí, habían andado cincuenta
y tres o sesenta y tres horas de camino. Contaron al rey del lugar todo lo
que habían observado en las estrellas y este rey se asombró mucho del relato.
Miró hacia el astro que les servía de guía y vio, en efecto, a un Niñito en
él con una cruz. Pidió a los Reyes volvieran a contarle lo que vieren, porque
él también deseaba levantar altares al Niño y ofrecerle sacrificios. Tengo
curiosidad de ver si cumplirá su palabra. Era Domingo, día 2.
Oí que hablaban al rey de sus observaciones astrales, y de esa conversación
recuerdo lo siguiente: Los antepasados de los Reyes eran de la estirpe de
Job, que antiguamente había habitado cerca del Cáucaso, aunque tenía posesiones
en comarcas muy lejanas. Más o menos 1500 años antes de Cristo
aquella raza no se componía más que de una tribu. El profeta Balaam era de
su país y uno de sus discípulos había dado a conocer allí su profecía: «Una
estrella ha de nacer de Jacob» dando las instrucciones al respecto. Su doctrina
se había extendido mucho entre ellos. Levantaron una torre alta en una
montaña y varios astrólogos se turnaban en ella alternativamente. He visto
esa torre, parecida a una montaña, muy ancha en su base y terminada en
punta. Todo lo que observaban era anotado y pasaba luego de boca en boca.
Estas observaciones sufrieron repetidas interrupciones debido a diversas
causas. Más tarde se introdujeron prácticas execrables, como el sacrificio de
niños, aunque conservaban la creencia de que el Niño prometido llegaría
pronto. Alrededor de cinco siglos antes de Cristo cesaron estas observaciones
y aquellos hombres se dividieron en tres ramas diferentes, formadas por
tres hermanos que vivieron separados con sus familias. Tenían tres hijas a
las que Dios había concedido el don de profecía, las cuales recorrieron el
país vestidas de largos mantos, haciendo conocer las predicciones relativas a
la estrella y al Niño que debía salir de Jacob.
Se dedicaron desde entonces nuevamente a observar los astros y la expectación
se hizo muy intensa en las tres tribus. Estos tres Reyes descendían de
aquellos tres hermanos a través de quince generaciones que se habían sucedido
en línea recta durante quinientos años. Con la mezcla de unas razas con
otras había variado también la tez de estos tres Reyes, y en el color se dife-
renciaban unos de otros. Desde esos cinco siglos no habían dejado de reunirse
los reyes de vez en cuando para observar los astros. Todos los hechos
notables relacionados con el nacimiento de Jesús y el advenimiento del Mesías
les habían sido indicados mediante las señales maravillosas de los astros.
He visto algunas de estas señales, aunque no las puedo describir con
claridad. Desde la concepción de María Santísima, es decir, desde quince
años atrás, estas señales indicaban con más claridad que la venida del Niño
estaba próxima. Los Reyes habían observado cosas que tenían relación con
la pasión del Señor. Pudieron calcular con exactitud la época en que saldría
la estrella de Jacob, anunciada por Balaam, porque habían visto la escala de
Jacob, y, según el número de escalones y la sucesión de los cuadros que allí
se encontraban, era posible calcular el advenimiento del Mesías, como sobre
un calendario, porque la extremidad de la escala llegaba hasta la estrella o
bien la estrella misma era la última imagen aparecida. En el momento de la
concepción de María habían visto a la Virgen con un cetro y una balanza,
sobre cuyos platillos había espigas de trigo y uvas. Algo más tarde vieron a
la Virgen con el Niño. Belén se les apareció como un hermoso palacio, una
casa llena de abundantes bendiciones. Vieron también allí dentro a la Jerusalén
celestial, y entre las dos moradas se extendía una ruta llena de sombras,
de espinas, de combate y de sangre. Ellos creyeron que esto debía tomarse
al pie de la letra: pensaron que el Rey esperado debía haber nacido en
medio de gran pompa y que todos los pueblos le rendirían homenaje, y por
esto iban con gran acompañamiento a honrarle y a ofrecerle sus dones. La
visión de la Jerusalén celestial la tomaron por su reino en la tierra y pensaban
encaminarse a esa ciudad. En cuanto al sendero lleno de sombras y espinas,
pensaron que significaba el viaje que hacían lleno de dificultades o
alguna guena que amenazaba al nuevo Rey. Ignoraban que esto era el símbolo
de la vía dolorosa de su Pasión. Más abajo, en la escala de Jacob, vieron,
y yo también la vi, una torre artísticamente construida, muy semejante a
las torres que veo sobre el monte de los Profetas, y donde la Virgen se refugió
una vez durante una tormenta. Ya no recuerdo lo que esto significaba;
pero podría ser la huida a Egipto. Sobre la escala de Jacob había una serie
de cuadros, símbolos figurativos de la Virgen, algunos de los cuales se encuentran
en las Letanías, y además «la fuente sellada», el jardín cerrado,
como asimismo unas figuras de reyes entre los cuales uno tenía un cetro y
los otros ramas de árboles. Estos cuadros los veían en las estrellas continuamente
durante las tres últimas noches. Fue entonces que el principal envió
mensajes a los otros; y viendo a unos reyes que presentaban ofrendas al
Niño recién nacido, se pusieron en camino para no ser los últimos en rendir·-
le homenaje. Todas las tribus de los adoradores de astros habían visto la estrella,
pero sólo estos Reyes Magos se decidieron a seguirla. La estrella que
los guiaba no era un cometa, sino un meteoro brillante, conducido por un
ángel.
Estas visiones fueron causa de que partieran con la esperanza de hallar
grandes cosas, quedando después muy sorprendidos al no encontrar nada de
lo que pensaban. Se admiraron de la recepción de Herodes y de que todo el
mundo ignorase el acontecimiento. Al llegar a Belén y al ver una pobre gruta
en lugar del palacio que habían contemplado en la estrella, estuvieron tentados
por muchas dudas; no obstante, conservaron su fe, y ya ante el Niño
Jesús, reconocieron que lo que habían visto en la estrella se estaba realizando.
Mientras observaban las estrellas hacían ayuno, oraciones, ceremonias y
toda clase de abstinencias y purificaciones. El culto de los astros ejercía en
la gente mala toda clase de influencias perniciosas por su relación con los
espíritus malignos. En los momentos de sus visiones eran presas de convulsiones
violentas, y como consecuencia de éstas agitaciones tenían lugar los
sacrificios sangrientos de niños. Otras personas buenas, como los Reyes
Magos, veían todas estas cosas con claridad serena y con agradable emoción,
y se volvían mejores y más creyentes.
Cuando los Reyes dejaron a Causur, he visto que se unió a ellos una caravana
de viajeros distinguidos que seguía el mismo derrotero. El 3 y el 4 del
mes vi que atravesaban una llanura extensa, y el 5 se detuvieron cerca de un
pozo de agua. Allí dieron de beber a sus bestias, sin descargarlas, y prepararon
algunos alimentos. Canto con estos Reyes. Ellos lo hacen agradablemente,
con palabras como éstas: «Queremos pasar las montanas y arroodillarnos
ante el nuevo Rey». Improvisan y cantan versos alternativamente. Uno
de ellos empieza y los otros repiten; luego otro dice una nueva estrofa, y así
prosiguen, mientras cabalgan, cantando sus melodías dulces y conmovedoras.
En el centro de la estrella o, mejor, dentro del globo luminoso, que les indicaba
el camino, vi aparecer un Niño con la cruz. Cuando los Reyes vieron la
aparición de la Virgen en las estrellas, el globo luminoso se puso encima de
esta imagen, poniéndose prontamente en movimiento.

LVII
La Virgen Santísima presiente la llegada de los Reyes
María había tenido una visión de la próxima llegada de los Reyes,
cuando éstos se detuvieron con el rey de Causur, y vio también que
este rey quería levantar un altar para honrar al Niño. Comunicólo a José y a
Isabel, diciéndoles que seria preciso vaciar cuanto se pudiera la gruta del
Pesebre y preparar la recepción de los Reyes. María se retiró ayer de la gruta
por causa de unos visitantes curiosos, que acudieron muchos más en estos
últimos días. Hoy Isabel se volvió a Juta en compañía de un criado.
En estos dos últimos días hubo más tranquilidad en la gruta del Pesebre y la
Sagrada Familia permaneció sola la mayor parte del tiempo. Una criada de
María, mujer de unos treinta años, grave y humilde, era la única persona que
los acompañaba. Esta mujer, viuda, sin hijos, era parienta de Ana, que le
había dado asilo en su casa. Había sufrido mucho con su esposo, hombre
duro, porque siendo ella piadosa y buena, iba a menudo a ver a los esenios
con la esperanza del Salvador de Israel. El hombre se irritaba por esto, como
hacen los hombres perversos de nuestros días, a quienes les parece que sus
mujeres van demasiado a la iglesia. Después de haber abandonado a su mujer,
murió al poco tiempo. Aquellos vagabundos que, mendigando, habían
proferido injurias y maldiciones cerca de la gruta de Belén, e iban a Jerusalén
para la fiesta de la Dedicación del Templo, instituida por los Macabeos,
no volvieron por estos contornos. José celebró el sábado bajo la lámpara del
Pesebre con María y la criada. Esta noche empezó la fiesta de la Dedicación
del Templo y reina gran tranquilidad. Los visitantes, bastante numerosos,
son gentes que van a la fiesta. Ana envía a menudo mensajeros para traer
presentes e inquirir noticias. Como las madres judías no amamantan mucho
tiempo a sus criaturas sino que les dan otros alimentos, así el Niño Jesús
tomaba también, después de los primeros días, una papilla hecha con la médula
de una especie de caña. Es un alimento dulce, liviano y nutritivo. José
enciende su lámpara por la noche y por la mañana para celebrar la fiesta de
la Dedicación. Desde que ha empezado la fiesta en Jerusalén, aquí están
muy tranquilos.
Llegó hoy un criado mandado por Santa Ana trayendo, además de varios
objetos, todo lo necesario para trabajar en un ceñidor y un cesto lleno de
hermosas frutas cubiertas de rosas. Las flores puestas sobre las frutas conservaban
toda su frescura. El cesto era alto y fino, y las rosas no eran del
mismo color que las nuestras, sino de un tinte pálido y color de carne, entre
otras amarillas y blancas y algunos capullos. Me pareció que le agradó a
María este cesto y lo colocó a su lado.
Mientras tanto yo veía varias veces a los Reyes en su viaje. Iban por un camino
montañoso, flanqueando aquellas montañas donde había piedras parecidas
a fragmentos de cerámica. Me agradaría tener algunas de ellas, pues
son bonitas y pulidas.
Hay algunas montañas con piedras transparentes, semejantes a huevos de
pájaros, y mucha arena blanquizca. Más tarde vi a los Reyes en la comarca
donde se establecieron posteriomente y donde Jesús los visitó en el tercer
año de su predicación. Me pareció que José, deseando permanecer en Belén,
pensaba habitar allí después de la Purificación de María y que había tomado
ya informes al respecto.
Hace tres días vinieron algunas personas pudientes de Belén a la gruta. Ahora
aceptarían de muy buena gana a la Sagrada Familia en sus casas; pero
María se ocultó en la gruta lateral y José rehusó modestamente sus ofrecimientos.
Santa Ana está por visitar a María. La he visto muy preocupada en
estos últimos días revisando sus rebaños y haciendo la separación de la parte
de los pobres y la del Templo. De la misma manera la Sagrada Familia reparte
todo lo que recibe en regalos. La festividad de la Dedicación seguía
aún por la mañana y por la noche y deben de haber agregado otra fiesta el
día 13, pues pude ver que en Jerusalén hacían cambios en las ceremonias. Vi
también a un sacerdote junto a José, con un rollo, orando aliado de una mesa
pequeña cubierta con una carpeta roja y blanca. Me pareció que el sacerdote
venia a ver si José celebraba la fiesta o para anunciar otra festividad.
En estos últimos días la gruta estuvo muy tranquila porque no tenía visitantes.
La fiesta de la Dedicación terminó con el sábado, y José dejó de encender
las lámparas. El domingo 16 y el lunes 17 muchos de los alrededores acudieron
a la gruta del Pesebre, y aquellos mendigos descarados se mostraron
en la entrada. Todos volvían de las fiestas de la Dedicación. El 17 llegaron
dos mensajeros de parte de Ana, con alimentos y diversos objetos, y María,
que es más generosa que yo, pronto distribuyó todo lo que tenía. Vi a José
haciendo diversos arreglos en la gruta del pesebre, en las grutas laterales y
en la tumba de Maraha. Según la visión que había tenido María, esperaban
próximamente a Ana y a los Reyes Magos.

LVIII
El viaje de los Reyes Magos
He visto llegar hoy la caravana de los Reyes, por la noche, a una población
pequeña con casas dispersas, algunas rodeadas de grandes vallas.
Me parece que es éste el primer lugar donde se entra en la Judea. Aunque
aquella era la dirección de Belén, los Reyes torcieron hacia la derecha, quizás
por no hallar otro camino más directo. Al llegar allí su canto era más
expresivo y animado; estaban más contentos porque la estrella tenía un brillo
extraordinario: era como la claridad de la luna llena, y las sombras se
veían con mucha nitidez. A pesar de todo, los habitantes parecían no reparar
en ella. Por otra parte eran buenos y serviciales. Algunos viajeros habían
desmontado y los habitantes ayudaban a dar de beber a las bestias. Pensé en
los tiempos de Abraham, cuando todos los hombres eran serviciales y benévolos.
Muchas personas acompañaron a la comitiva de los Reyes Magos llevando
palmas y ramas de árboles cuando pasaron por la ciudad. La estrella
no tenía siempre el mismo brillo: a veces se oscurecía un tanto; parecía que
daba más claridad según fueran mejores los lugares que cruzaban. Cuando
vieron los Reyes resplandecer más a la estrella, se alegraron mucho pensando
que sería allí donde encontrarían al Mesías,
Esta mañana pasaron al lado de una ciudad sombría, cubierta de tinieblas,
sin detenerse en ella, y poco después atravesaron un arroyo que se echa en el
Mar Muerto. Algunas de las personas que los acompañaban se quedaron en
estos sitios. He sabido que una de aquellas ciudades había servido de refugio
a alguien en ocasión de un combate, antes que Salomón subiera al trono.
Atravesando el torrente, encontraron un buen camino.
Esta noche volví a ver el acompañamiento de los Reyes que había aumentado
a unas doscientas personas porque la generosidad de ellos había hecho
que muchos se agregaran al cortejo. Ahora se acercaban por el Oriente a una
ciudad cerca de la cual pasó Jesús, sin entrar, el 31 de Julio del segundo año
de su predicación. El nombre de esa ciudad me pareció Manatea, Metanea,
Medana o Madián.
Había allí judíos y paganos; en general eran malos. A
pesar de atravesarla una gran ruta, no quisieron entrar por ella los Reyes y
pasaron frente al lado oriental para llegar a un lugar amurallado donde había
cobertizos y caballerizas. En este lugar levantaron sus carpas, dieron de beber
y comer a sus animales y tomaron también ellos su alimento. Los Reyes
se detuvieron allí el jueves 20 y el viemes 21 y se pusieron muy pesarosos al
comprobar que allí tampoco nadie sabía nada del Rey recién nacido. Les oí
relatar a los habitantes las causas porque habían venido, lo largo del viaje y
varias circunstancias del camino. Recuerdo algo de lo que dijeron. El Rey
recién nacido les había sido anunciado mucho tiempo antes. Me parece que
fue poco después de Job, antes que Abrahán pasara a Egipto, pues unos trescientos
hombres de la Media, del país de Job (con otros de diferentes lugares)
habían viajado hasta Egipto llegando hasta la región de Heliópolis. No
recuerdo por qué habían ido tan lejos; pero era una expedición militar y me
parece que habían venido en auxilio de otros. Su expedición era digna de
reprobación, porque entendí que habían ido contra algo santo, no recuerdo si
contra hombres buenos o contra algún misterio religioso relacionado con la
realización de la Promesa divina. En los alrededores de Heliópolis varios
jefes tuvieron una revelación con la aparición de un ángel que no les permitió
ir más lejos. Este ángel les anunció que nacería un Salvador de una Virgen,
que debía ser honrado por sus descendientes. Ya no sé cómo sucedió
todo esto; pero volvieron a su país y comenzaron a observar los astros. Los
he visto en Egipto organizando fiestas regocijantes, alzando allí arcos de
triunfo y altares, que adornaban con flores, y después regresaron a sus tierras.
Eran gentes de la Media, que tenían el culto de los astros. Eran de alta
estatura, casi gigantes, de una hermosa piel morena amarillenta. Iban como
nómadas con sus rebaños y dominaban en todas partes por su fuerza superior.
No recuerdo el nombre de un profeta principal que se encontraba entre
ellos. Tenían conocimiento de muchas predicciones y observaban ciertas
señales trasmitidas por los animales. Si éstos se cruzaban en su camino y se
dejaban matar, sin huir, era un signo para ellos y se apartaban de aquellos
caminos. Los Medos, al volver de la tierra de Egipto, según contaban los
Reyes, habían sido los primeros en hablar de la profecía y desde entonces se
habían puesto a observar los astros. Estas observaciones cayeron algún
tiempo en desuso; pero fueron renovadas por un discípulo de Balaam y mil
años después las tres profetisas, hijas de los antepasados de los tres Reyes,
las volvieron a poner en práctica. Cincuenta años más tarde, es decir, en la
época a que habían llegado, apareció la estrella que ahora seguían para adorar
al nuevo Rey recién nacido. Estas cosas relataban los Reyes a sus oyentes
con mucha sencillez y sinceridad, entristeciéndose mucho al ver que
aquéllos no parecían querer prestar fe a lo que desde dos mil años atrás
había sido el objeto de la esperanza y deseos de sus antepasados.
A la caída de la tarde se oscureció un poco la estrella a causa de algunos vapores,
pero por la noche se mostró muy brillante entre las nubes que corrían,
y parecía más cerca de la tierra. Se levantaron entonces rápidamente, despertaron
a los habitantes del país y les mostraron el espléndido astro. Aquella
gente miró con extrañeza, asombro y alguna conmoción el cielo; pero
muchos se irritaron aun contra los santos Reyes, y la mayoría sólo trató de
sacar provecho de la generosidad con que trataban a todos. Les oí también
decir cosas referentes a su jornada hasta allí. Contaban el camino por jornadas
a pie, calculando en doce leguas cada jornada. Montando en sus dromedarios,
que eran más rápidos que los caballos, hacían treinta y seis leguas
diarias, contando la noche y los descansos. De este modo, el Rey que vivía
más lejos pudo hacer, en dos días, cinco veces las doce leguas que los separaban
del sitio donde se habían reunido, y los que vivían más cerca podían
hacer en un día y una noche tres veces doce leguas. Desde el lugar donde se
habían reunido hasta aquí habían completado 672 leguas de camino, y para
hacerlo, calculando desde el nacimiento de Jesucristo, habían empleado más
o menos veinticinco días con sus noches, contando también los dos días de
reposo.
La noche del viernes 21, habiendo comenzado el sábado para los judíos que
habitaban allí, los Reyes prepararon su partida. Los habitantes del lugar
habían ido a la sinagoga de un lugar vecino pasando sobre un puente hacia
el Oeste. He visto que estos judíos miraban con gran asombro la estrella que
guiaba a los Magos; pero no por eso se mostraron más respetuosos. Aquellos
hombres desvergonzados estuvieron muy importunos, apretándose como
enjambres de avispas alrededor de los Reyes, demostrando ser viles y
pedigüeños, mientras los Reyes, llenos de paciencia, les daban sin cesar pequeñas
piezas amarillas, triangulares, muy delgadas, y granos de metal oscuro.
Creo por eso que debían ser muy ricos estos Reyes. Acompañados por
los habitantes del lugar dieron vueltas a los muros de la ciudad, donde vi
algunos templos con ídolos; más tarde atravesaron el torrente sobre un puente,
y costearon la aldea judía. Desde aquí tenían un camino de veinticuatro
leguas para llegar a Jerusalén.