Desde el fin de la primera Pascua hasta la prisión de San Juan Bautista – Sección 9

XLII
Jesús sana a la suegra de Pedro. Humildad del apóstol
Jesús salió sin tardanza con los discípulos y se dirigió a lo largo de la
montaña hacia la casa de Pedro, junto a Bethsaida: lo habían llamado
con urgencia pues parecía que la suegra de Pedro estaba a punto de morir.
Su enfermedad había aumentado y tenía fiebre muy alta. Jesús entró en su
cámara. Estaba allí creo que la hijastra de Pedro. Jesús se acercó a la cama y
se inclinó, medio de pie y medio sentado. Habló algunas palabras con ella y
puso su mano sobre la cabeza y el pecho, y ella quedó sosegada
completamente. Luego de pie, delante de ella, la levantó de la mano hasta
sentarla, y dijo: «Dadle de beber», y la hijastra de Pedro le dio de beber en
una taza en forma de nave. Jesús bendijo la bebida, y le mandó levantarse, y
ella se levantó de su camilla baja. Estaba toda envuelta y tenia además un
amplio vestido de dormir. Dejó los lienzos, se levantó y dio gracias al
Señor, y con ella toda la casa. Durante la comida esta mujer sirvió en la
mesa con las otras mujeres y estuvo del todo sana
Después de esto fue Jesús con Pedro, Andrés, Santiago, Juan y otros
discípulos más al lugar de pesca de Pedro, junto al mar, y habló allí
especialmente de que pronto deberían dejar esta ocupación para seguirle a
Él sólo. Pedro se asustó enteramente, se echó a los pies del Señor y le pidió
que mirase a su ignorancia y su flaqueza , y no pidiese que tomase parte él
en cosas tan importantes, que no era digno de esos asuntos tan grandes ni
era capaz de instruir a otros. Jesús le contestó que no tuviese preocupación
mundana alguna. y que Aquél que daba salud a los enfermos daría también
fuerza, alimento y lo necesario para cumplir su misión.
Los otros estaban del todo conformes. Sólo Pedro, en su humildad, no podía comprender
como él, pobre pescador, pudiera ser otra cosa que pescador y no maestro.
No era todavía el llamamiento que está en el Evangelio: este llamamiento no
había tenido lugar aún. Con todo, desde entonces Pedro daba al Zebedeo su
oficio más que antes,
Después de este camino junto al mar se fue Jesús hacia Cafarnaúm y
encontró muchos enfermos en la casa de Pedro, cerca de la ciudad. Sanó a
varios de ellos y enseñó en la sinagoga. Cuando a la tarde la multitud
aumentó más todavía, Jesús se retiró casi sin ser notado y se fue solo hacia
un barranco natural agradable que se extendía al Sur de Cafarnaúm, desde la
posesión de Serobabel hacia la de su siervo y de sus trabajadores. En esta
garganta había cuevas, arbustos, fuentes de agua y eran guardados allí
muchos pájaros y animales raros. Era como una selva conservada por la
mano del hombre, perteneciente a Serobabel. Por un lado estaba abierta a
todos, como parte de ese país de recreo que era el de Genesaret. Jesús pasó
allí la noche en oración, sin que sus discípulos lo supieran. He visto que
levantaban aquí la segunda cosecha del país. Por la mañana muy temprano
dejó Jesús el lugar. No volvió a Cafarnaúm, sino que mandó a Pedro, quien
con otros discípulos lo habían estado buscando, que le enviase a los
discípulos Pármenas, Saturnino. Aristóbulo y Tharzissus a un determinado
punto donde se juntaría con ellos, y marchó luego hacia los baños de
Betulia. Recorrió las alturas donde está situada Magdalum, a un par de horas
al Este, a su izquierda. Al Mediodía está la ciudad de Jotapata.

XLIII
Jesús en los baños de Betulia. Entretenimientos
Al principio creí que Jesús iba hacia Gennebris, como a tres horas al
Oeste de Tiberíades. Pero no fue allá. sino al Norte del valle, al pozo
de Betulia. Muchos nobles y ricos de Galilea y de Judea tienen aquí sus
casas de campo y sus jardines, donde pasan temporadas en la hermosa
estación del año. Al Mediodía del mar, en la ladera Norte de la altura de
Betulia, hay una hilera de casitas con baños calientes. Los baños del Este
son más calientes: los del Oeste son apenas tibios. Estos baños tienen un
estanque grande común y en derredor celdas y entradas individuales, donde
se puede yacer en gamellas altas y bajas, y se puede pasar al estanque
común. Hay muchas posadas y casas que se pueden alquilar por la
temporada con sus jardines y todo lo necesario. Las entradas son para el
bienestar de Betulia y los de la ciudad administran el negocio y arriendo de
casas. El lago es aquí muy claro y se ven los fondos de piedras blancas muy
hermosas. Las aguas del estanque vienen del Oeste y luego salen hacia el
valle de Magdalum. El estanque está lleno de pequeños esquives que a
distancia parecen ánades que nadan. En la parte Norte están las viviendas de
las mujeres mirando al Mediodía. Los senderos y los recreos se unen en el
río que allí afluye al lugar de juego de los hombres. El valle está inclinado
por ambos lados suavemente hacia el mar. Desde las habitaciones y los
baños se extienden en torno sendas de comunicaciones. avenidas y caminos
sombreados por árboles; el suelo está cubierto de hierba alta, verde, con
jardines de frutas, picaderos y lizas. El panorama es espléndido, lleno de
colinas, rebosantes de verdor, con mucha fruta, especialmente uvas. Se hace
ahora la segunda cosecha del año.
Jesús permaneció cerca de la parte del lago donde había un albergue de
viajeros. Se reunió la gente junto a Él y Jesús enseñó delante del albergue
con mucha mansedumbre. Había muchas mujeres oyendo la predicación. A
la mañana siguiente he visto acercarse muchas pequeñas embarcaciones del
Mediodía del lago donde estaban los baños; un grupo de los principales
hombres venían a invitar a Jesús a pasar al otro lado a enseñar. Jesús
accedió y se hospedó en un albergue donde se le dio alimento. Enseñó por la
mañana al fresco y por la tarde en una colinita, delante del albergue, bajo la
sombra de los árboles. La mayor parte de los oyentes estaba de pie en tomo
de Él, y de otro lado las mujeres con velos. Reinaba aquí un orden
agradable. La mayor parte era gente bien inclinada, que se mostraba
alegremente educada y buena. Como no había aquí partidos, nadie se
guardaba del otro para manifestar a Jesús su reverencia y su respeto, y todos
lo trataron con suma consideración. Cuando lo hubieron escuchado se
manifestaron muy contentos y satisfechos. Enseñó con ocasión de la
purificación por medio de las aguas, de la amistad que reinaba aquí entre la
sociedad, de la igualdad y del sentimiento de confianza que se notaba entre
ellos. Pasó a hablar del misterio de las aguas, de la purificación de los
pecados, del agua del bautismo, de Juan, de la hermandad de los bautizados
y de los convertidos. Usó varias comparaciones del hermoso tiempo del año,
del paisaje, de las montañas, de los árboles, de los frutos y del ganado que
pacía por los campos, en, fin, de todo lo que estaba a la vista. He visto que
los oyentes se iban cambiando ordenadamente, turnándose, y Jesús repetía
sus comparaciones y enseñanzas a los nuevos grupos. He visto enfermos de
gota que se arrastraban en torno. La mayor parte de esta gente eran
empleados y oficiales que se recreaban. Los conocí en sus vestidos cuando
abandonaban el lugar y se marchaban a su oficio o empleo. Cuando estaban
aquí todos vestían igual: los hombres de fina lana amarilla, como en sacos
de cuatro partes distintas que llegaban hasta la rodilla; los pies calzados con
sandalias y otros sin ellas. La parte superior del cuerpo la tenían cubierta por
una especie de escapulario abierto a los lados con una ancha faja en la
cintura. En los hombros llevaban una tela hasta el codo y la cabeza la tenían
descubierta.
Estos hombres se entretenían en diversos juegos: peleaban con espadas de
palos y corazas de hojas tejidas; se acometían en filas unos contra otros
tratando de desalojarse de sus filas. Corrían carreras hasta un punto fijo o
saltaban sobre cuerdas tendidas o con sortijas de las cuales colgaban toda
clase de objetos brillantes. Corrían a través de arcos donde colgaban objetos
que no debían tocar, pues sonaban al contacto y caían al suelo y así perdían
el juego según el número de objetos caídos. Jugaban por frutas. Unos
tocaban flautas, y otros tenían unos tubos largos a través de los cuales
miraban a distancia o el paisaje del mar, y con los mismos, soplando
adentro, arrojaban flechas contra los peces. He visto que estos tubos los
arrollaban como anillos para tenerlos colgados al brazo. He visto que ponían
bolitas de vidrio de color sobre la punta de estos tubos y luego, moviéndolos
contra el sol, se espejaba en ellos el paisaje, pero al revés, y parecía que el
mar estaba sobre sus cabezas y desaparecía. Con esto y otros
entretenimientos se alegraban y divertían. Había frutas muy hermosas,
especialmente uvas, y he visto que algunos, con toda reverencia y agrado,
traían a Jesús y le ofrecían las mejores frutas.
Las viviendas de las mujeres están del otro lado del lago, aunque los baños
están de este lado, pero más hacia el Oeste, de modo que de la parte de los
hombres no se ve allá. En la orilla del estanque he visto niños vestidos de
lana blanca que guiaban y hacían nadar de un lado a otro con sus ramitas de
sauce variopintas a bandadas de aves acuáticas. El agua del lago y del mar
es bombeada hasta arriba, a los baños de los albergues, y allí apresada en
regueras y levantada de nuevo. He visto a las mujeres entretenidas en
diversos juegos sobre la pradera. Estaban vestidas con toda modestia, con
largas vestimentas de lana blanca, de muchos pliegues y dos fajas que las
sujetaban. Las mangas anchas podían ser levantadas o bajadas y en torno de
las manos tenían gorgueras con muchos pliegues. Llevaban una especie de
gorra con plumas de seda o plumas naturales, que en círculos cada vez más
estrechos cubrían toda la cabeza; detrás estaba recogida y colgaba hacia
abajo terminando con una borla. No llevaban velo, pero sí delante de la cara
como dos partes de un abanico transparente, que les cubría hasta la nariz y
que tenía dos aberturas para los ojos. Podían bajarlo o retirarlo según lo
deseaban, para protegerse contra el sol. En presencia de los hombres
llevaban este antifaz siempre bajo. He visto que estas mujeres practicaban
un juego alegre. Cada una de ellas llevaba sujeta en su faja en torno del
cuerpo un lazo y con una mano sujetaban el lazo de la vecina, teniendo la
otra mano libre. En la pradera había oculto un dije o una alhaja y el círculo
iba dando vueltas en torno hasta que viendo una de las mujeres la alhaja, se
inclinaba para tomarla; las demás daban vuelta prontamente al círculo y
mientras otra se inclinaba para alcanzar la alhaja, debían sostenerse para no
caer una sobre otra; a veces caían a pesar del esfuerzo por sostenerse, y
entonces era la risa y la diversión de todas.

XLIV
Jesús en Betulia
Betulia está situada a una hora y media al Sur del mar, en una altura
bastante solitaria y agreste. Tiene arriba una gran torre y muchos
muros derruidos. Debe haber sido más grande y más fuerte en otra época;
ahora crecen árboles y plantas sobre estos muros y se podría ir con carros
encima de ellos. Desde el lugar de los baños he visto gente que paseaban
sobre estas ruinas, sobre la montaña. Aquí es donde estuvo Judith. El
ejército de Holofernes se extendía desde el mar, a través de la garganta de
Jotapata, hasta Dothán, algunas horas al Mediodía de Betulia. Aqui había
gentes de la ciudad de Jotapata; pero no oyeron la predicación de Jesús, sino
que volvieron a Jotapata y contaron allí que Jesús estaba en el lugar de los
baños. Jotapata está situada a una hora y media de aquí al Este, caminando
al Mediodía, edificada en una entrada de la montaña como en una cueva.
Delante tiene una montaña desde la cual se puede ir a la ciudad a través de
agrestes y profundas excavaciones. Está edificada en una quebrada, mientras
la montaña está arriba. Al Norte de esta montaña, como a dos horas de
distancia, está Magdalum, al borde de un precipicio, y sus alrededores de
avenidas, jardines y toda clase de torres se extienden hasta la mitad del
precipicio. Entre la montaña y Magdalum existen los restos de unos canales
de agua que ahora están cubiertos de hierbas y a través de sus arcadas se
puede contemplar el panorama de los alrededores. Al Sur de Jotapata se ve
una montaña agreste y a derecha e izquierda hay barrancos. Era una
espléndido escondrijo.
Vivían aquí muchos herodianos. quienes en un muro de la fortaleza tenían
sus reuniones secretas. Esta secta se componía de gente muy avisada,
prudente, ilustrada y se regía con superior secreto. Tenían señales
misteriosas por las cuales se conocían y los jefes podian saber si algún
miembro traicionaba en algo a la sociedad; no recuerdo ahora en qué forma
lo llegaban a saber. Eran enemigos secretos de los romanos y se
comprometían a trabajar por la causa de Herodes. Aunque eran secretamente
secuaces de los saduceos, pasaban por fariseos y pensaban utilizar ambos
partidos para sus fines. Sabían bien que era el tiempo del Rey de los judíos y
pensaban sacar provecho de esa general creencia. En lo exterior eran en
general mansos y amables, pero en lo interior maquinaban traiciones. En
cuanto a religión, no tenían ninguna; pero bajo pretexto de religión
trabajaban por un reino temporal libre de los romanos. Herodes los
favorecía de todas maneras. Cuando los de la sinagoga de Jotapata
conocieron la cercanía de Jesús mandaron algunos herodianos a los baños de
Betulia, para espiarlo e invitarlo a ir a Jotapata. Jesús no les dio una
respuesta clara. Habían llegado también unos siete discípulos de Jesús, que
antes anduvieron con Él algunas semanas. Eran discípulos antiguos de Juan,
algunos parientes de Hebrón y uno de los sobrinos de la Pequeña Séforis. Lo
habían buscado en Galilea y lo encontraron aquí en Betulia.
He visto a Jesús durante el día tratar con familiaridad a algunos: deben ser
algunos de sus secuaces. Cuando los herodianos volvieron a su ciudad, se
preparó al pueblo para el caso que Jesús fuese a predicar. Se le dijo al
pueblo que era posible que el profeta de Nazaret viniera para el próximo
Sábado desde Betulia a Jotapata; que había hecho un gran espectáculo el
Sábado pasado en Cafarnaúm y el Sábado anterior en Nazaret. Se les
avisaba para que no se dejasen seducir ni aclamarlo; no dejarlo hablar
mucho tiempo, y que no bien dijera algo incomprensible o extraño, se le
interrumpiera con voces y susurros; así se preparaba al pueblo para la
llegada de Jesús. Jesús, entretanto, tuvo una sencilla conversación en los
baños de Betulia. Había muchos hombres en tomo de Él y Él iba en medio
de ellos. Detrás y a cierta distancia había enfermos de gota que necesitaban
los baños termales del lugar y que no se habían atrevido a acercarse a Jesús.
Éste repitió lo que había dicho ayer y anteayer y los exhortó a la limpieza de
los pecados.
Todos lo amaban aquí y algunos dijeron: «Señor, en verdad, el que te
escucha no puede contradecirte». Jesús preguntó: «Vosotros habéis oído
hablar mucho de Mí o me habéis oído. ¿Qué pensáis que soy Yo?»
Respondieron algunos: «Señor, Tú eres un profeta». Otros: «Tú eres más que
un profeta. Ningún profeta ha enseñado como tú, ninguno ha obrado lo que
Tú obras». Otros callaban. Y Jesús, que veía lo que pensaban los que
callaban, dijo, mirándolos: «Éstos tienen razón». Uno de ellos dijo: «Señor,
Tú lo puedes todo. ¿Es todo verdad? Algunos dicen que has resucitado a los
muertos, a la hija de Jairo». Se refería al Jairo de una ciudad no lejos de
Gibea, donde había sido catequizado aquel pueblo tan perdido. Jesús
respondió: «Sí». Y aquél habló todavía preguntándole por qué vivía aquel
hombre en lugar tan perdido. Habló Jesús entonces de la fuente en el
desierto, y que es natural y bueno que los flacos tengan un guía.
Como los hombres lo trataban con tanta familiaridad, Jesús preguntó: «¿Qué
sabéis vosotros de Mi? ¿Qué os dicen de malo sobre mi Persona?» Dijeron
algunos: «Dicen que Tú no dejas de obrar en día Sábado y sanas a los
enfermos». Entonces señaló Jesús un estanque lleno de juncos, donde había
unos niños de pastores que cuidaban corderitos y animalitos pequeños, y
dijo: «Mirad a los pequeños pastores y a esos tiernos animalitos. Si uno de
esos corderitos cae en el pantano ¿no quedan los otros allí balando y dando
voces tristes? Y si esos niños no pudieran ayudar a ese corderito y pasara en
día de Sábado, el Hijo del dueño de esos corderitos, mandado expresamente
para ayudar a esos corderos y apacentados, ¿no se compadecerá de esos
corderos y los sacará del pantano?» Entonces levantaron todos las manos en
alto, como los niños en el catecismo, y dijeron: «Sí, sí, lo hará». «¿Y si en
lugar de ser corderitos, fuesen hijitos del Padre celestial los caídos? … ¿si
fuesen vuestros hermanos? … ¿si fueseis vosotros mismos? … ¿No debería el
Hijo del Padre celestial ayudar a esos hermanos? … » Todos clamaron de
nuevo: «Sí, sí». Luego, señalando a los hombres enfermos que estaban a
distancia, dijo Jesús: «¿Veis a esos hombres enfermos? ¿No deberé
ayudarlos si me lo piden en día de Sábado? ¿No deben obtener perdón de
los pecados, si lo piden en día de sábado? ¿No podrán el Sábado
arrepentirse y clamar al cielo?» Levantaron todos las manos y dijeron: «Sí, sí».
Entonces Jesús llamó a aquellos enfermos, que se acercaron
pesadamente a Él. Les dijo algunas palabras de fe, oró con e llos y les
mandó: «Extended vuestras manos». Extendieron entonces las manos
contraídas hacia Él. Jesús pasó las manos sobre sus brazos, sopló sobre sus
manos solo un momento, y ellos se sintieron sanos y pudieron mover sus
brazos y manos. Jesús les dijo que fueran a bañarse y les mandó abstenerse de
ciertas bebidas. Ellos se echaron de rodillas, dieron gracias y toda la
reunión se deshizo en alabanzas y acción de gracias.

XLV
Jesús en Jotapata
Como Jesús quisiera alejarse de allí, le rogaban se quedase algún tiempo
más; se mostraban llenos de amor y se sentían muy conmovidos. Jesús
les dijo que tenía que ir a otros lugares para cumplir su misión; le
acompañaron un trecho del camino en compañía de sus discípulos, y luego los
bendijo y se dirigió a Jotapata como a hora y media hacia el Este. Era la tarde
cuando Jesús llegaba. Delante de la ciudad se lavó los pies y comió en un
albergue. Llegados a Jotapata los discípulos precedieron y fueron a pedir las
llaves de la sinagoga al jefe de ella para el Maestro que quería enseñar.
Acudió mucha gente. Los fariseos y los herodianos estaban llenos de
expectativa para espiarlo en su enseñanza.
Cuando estuvo en la sinagoga le hicieron preguntas sobre la proximidad del
reino, sobre la cuenta y el cumplimiento de las semanas de Daniel y sobre la
venida del Mesías. Jesús tuvo una larga enseñanza de esto demostrando el
cumplimiento de las profecías y el término del tiempo, que era el presente.
Habló de Juan y de su profecías. Dijeron ellos, en tono hipócrita, que en sus
enseñanzas y modo de obrar observase los usos de los judíos, que mirase
por Sí ya que sabía que Juan había sido tomado preso. Lo que El dijo del
cumplimiento de las semanas de Daniel y de la proximidad del Mesías y
Rey de los judíos era exacto y era también el parecer de ellos; pero que no
veían al Mesías por ningún lado por donde mirasen. Jesús había declarado
las profecías en general sobre su Persona y ellos lo habían entendido así;
pero se hacían los ignorantes. como que no hubiesen entendido. Deseaban
que Él dijese claramente que era el Mesías para acusarlo. Díjole entonces
Jesús: «¡Vosotros estáis fingiendo y sois hipócritas! Os apartáis de Mí y me
aborrecéis. Vosotros espiáis mis palabras y queréis con los saduceos hacer
un nuevo complot como en la Pascua pasada en Jerusalén. ¿Qué me estáis
diciendo que me guarde de Herodes y me recordáis la prisión de Juan?»
Luego les mencionó a la cara todos los crímenes de Herodes, todos sus
asesinatos, su temor en presencia del recién nacido Rey de los judíos, su
execrable matanza de los inocentes y su abominable fin, como también los
crímenes de su sucesor, el adulterio de Antipas y la prisión de Juan. Habló
también de la hipócrita y secreta secta de los herodianos, que están en
combinación con los saduceos, y dijo qué Mesías y qué reino de Dios
esperaban. Señaló en diversas direcciones y añadió: «No podrán nada contra
Mí mientras no haya cumplido mi misión. Aún tengo que atravesar dos
veces la Samaria, la Judea y la Galilea. Habéis visto grandes prodigios en
Mí: veréis aún más grandes y quedaréis ciegos, a pesar de todo». Luego
habló del juicio, de la matanza de los profetas y del castigo sobre Jerusalén.
Los herodianos, que se guardaban de aparecer a la luz, se pusieron pálidos
cuando Jesús habló de los crímenes de Herodes y publicó los secretos
intentos de la secta. Callaron y abandonaron poco a poco la sinagoga, como
también los saduceos que tenían en sus manos la escuela. No había aquí
fariseos. Cuando estuvo solo con los siete discípulos y el pueblo, enseñó
largo tiempo aún. Muchos estaban conmovidos y decían que jamás habían
oído tal enseñanza, y que Jesús enseñaba mejor que sus maestros. Éstos se
mejoraron y más tarde le siguieron. Una parte considerable del pueblo, en
cambio, asustado por los herodianos, murmuraban e hicieron tumulto.
Entonces abandonó Jesús la ciudad y se fue caminando con sus discípulos
hacia el Sur, por el valle , y subiendo en un par de horas un campo de
cosecha entre Betulia y Gennebris, entró en la casa espaciosa de un pastor
del lugar. En esa casa había gente buena que ya le conocía. Las santas
mujeres solían pernoctar aquí frecuentemente cuando iban camino de
Betania, y los mensajeros paraban cuando iban y venían con partes de Jesús
y de las santas mujeres.

XLVI
Jesús en el campo de cosecha de Dothaim
Jesús enseñó aquí en este campo haciendo comparaciones sobre el corte,
la cosecha y el arado de las espigas: es el mismo campo donde más
tarde, pasando con sus discípulos. tomó algunas espigas desgranándolas
para comerlas. Él iba de un grupo a otro de los trabajadores y hablaba del
sembrador y del campo pedregoso. porque el suelo estaba aquí también
lleno de piedras. Decía que Él había venido para juntar los buenos granos, y
contó la parábola de la cizaña entre el buen grano. Comparó la cosecha con
el reino de Dios. Contaba la parábola en los descansos del trabajo e iba de
un campo a otro. Los tallos quedaban allí altos; sólo las espigas eran
cortadas y atadas en forma de cruz. Por la tarde tuvo una gran enseñanza
delante de todos los trabajadores, terminada la cosecha, en una colinita. Con
ocasión de un arroyo que allí corría, habló del curso manso y tranquilo que
trae bendición, de la gracia que pasa, expresando que se debe dirigir esa
gracia sobre el campo de nuestro corazón. Después envió a dos discípulos
de Juan hacia Ainón para que dijesen a los discípulos que allí estaban se
fuesen a Macherus a tranquilizar al pueblo, pues sabía Jesús que se había
producido un gran tumulto en Macherus por causa de Juan . En efecto,
habían llegado muchos bautizandos a Ainón, y cuando oyeron que el profeta
había sido tomado preso por Herodes, se dirigieron a Macherus y muchos
empezaron a clamar que dejasen libre a Juan, que tenía que enseñar y
bautizar; arrojaron también piedras contra el castillo de Herodes, quien dio a
entender que no estaba allí, mientras mandó a cerrar bien las puertas por los
guardias.
Por la tarde enseñó Jesús en otra casa de pastores, cerca de Gennebris,
haciendo comparaciones, entre otras la del grano de mostaza. El hombre en
cuya casa se alojaba se quejó con Jesús de un vecino que le había hecho
mucho daño desde hacía tiempo en su campo, obrando contra justicia. Jesús
fue con el hombre al campo pidiéndole que indicara dónde y cuánto era el
daño padecido. Era un pedazo bastante considerable de campo el que se le
había quitado y el hombre se lamentaba de que no podía entenderse con su
vecino. Jesús le preguntó si con lo que tenía podía aún mantenerse él y su
familia, y el hombre respondió que sí, que tenía una buena entrada, a pesar
de todo. Replicó entonces el Señor que nada había perdido; que nada nos
aprovecha, mientras se tiene para pasar la vida, eso basta; que aún diese más
a aquel hombre insaciable para que contentase su hambre de bienes terrenos.
Le dijo que todo lo que él dejase aquí con ánimo alegre para mantener la
paz, lo encontraría de nuevo en su reino; que aquel hombre obraba de
conformidad con su ideal, que era tener un reino sobre la tierra, y crecer y
prosperar en este mundo y que nada quería saber de otro reino; que tomase
una enseñanza del proceder de aquel hombre y viera donde convenía
engrandecerse y que procurase adquirir y aumentar, los bienes en el reino de
Dios. Jesús tomó como punto de comparación un río, del cual dijo: si es
impetuoso de un lado, come y saca tierra, destruyendo, y el otro, bien
dirigido, puede fertilizar la tierra. Era una comparación como la del
mayordomo, en cuya parábola se puede ver el deseo de riquezas y la
avaricia terrena conseguidas con astucia y engaño, y lo que debe hacer el
bueno para obtener los bienes espirituales. El bienestar temporal y terreno se
ponía frente al espiritual y celestial. La enseñanza era algo velada, pero era
para el caso de los judíos y su religión; porque todo lo entendían y lo
apreciaban terrena y corporalmente.
Era este el campo donde estaba el pozo de José, y Jesús contó un pleito
semejante del Antiguo Testamento en el cual Abraham le dio de lo que pedía
a Loth. Jesús, explicando esto mismo, dijo: «¿Dónde están los hijos de
Loth? En cambio, ¿no recibió Abraham todo por haber dejado aquello? ¿No
se debe hacer, acaso, como Abraham? ¿No se le ha prometido a él el reino?
¿No lo ha recibido acaso?» Y aquel reino no es sino una figura del reino de
Dios, y el pleito de Loth contra Abraham es una figura del pleito de este
hombre con su vecino: que obre entonces como Abraham y se asegure el
reino de Dios. Jesús citó el pasaje de esta cuestión entre Loth y Abraham (I
Moisés, 13-7). Y habló largo tiempo de este asunto y del reino de Dios
delante de todos los trabajadores reunidos después de la cosecha. Aquel
injusto dueño del campo estaba presente con sus ayudantes; pero se
mantuvo silencioso, a cierta distancia. Había este hombre aleccionado a los
suyos para que interrumpieran a Jesús con algunas preguntas importunas.
Así uno de ellos preguntó qué es lo que al fin pretendía con su enseñanza y
qué debería sacarse de todo eso. Jesús le contestó de modo que nada
pudieron hacer con la respuesta. Dijo algo así como lo siguiente: «Para unos
será esta enseñanza larga, para otros será corta», y siguió haciendo
comparaciones de la cosecha, del sembrador, del recoger las mieses, del
desechar la cizaña, y luego del pan y de la comida de la vida eterna
El hombre que recibió a Jesús siguió sus enseñanzas: no sólo no acusó a su
vecino, sino que puso sus bienes a disposición de la comunidad cristiana, y
sus hijos fueron discípulos de Jesús. Había aquí mucha conversación sobre
los herodianos, quejándose la gente de que todo lo espiaban y que hacía
poco habían acusado y llevado a los tribunales de Jerusalén a varios
adúlteros de aquí y de Cafarnaúm y que serían juzgados. Deseaban que
semejante gente fuera alejada de entre ellos, pues no podían conformarse de
verse siempre espiados por los herodianos. Jesús habló abiertamente contra
estos herodianos. Dijo a las gentes que se guardasen del pecado, pero
también de los juicios e hipocresía de los demás. Que debe reconocer cada
uno sus propios pecados antes de juzgar a los demás. Habló de la mala
condición de esta gente y enseñó conforme al capítulo de Isaías, que se
había leído el Sábado pasado en la sinagoga, referente de los perros mudos
que no ladran, que no evitan los pecados y que desgarran a las gentes y les
dijo que esos herodianos acusaban y llevaban a Jerusalén a los adúlteros,
mientras su jefe y amigo Herodes vivía en adulterio. Enseñó también a las
gentes cómo reconocerían a los herodianos. Había aquí en diversas chozas
en los alrededores algunos enfermos y baldados por accidentes de trabajo.
Jesús visitó estas chozas y sanó a los buenos y les dijo que fuesen a su
enseñanza y al trabajo. Ellos así lo hicieron, dando gracias y cantando
alabanzas a Dios.