Reconocimiento de reliquias – Sección 4

XXXVI
Reliquias de la Sangre de Cristo y cabellos de la Virgen Santísima
El Peregrino habfa recibido, en Junio de 1822, un estuche con la inscripción:
DE CUORE JESU CHRIST/. El relicario provenía de un convento suprimido de
Carmelitas de Colonia. Sin decir nada a Ana Catalina lo escondió en el armario
situado a su cabecera. Al dfa siguiente dijo:
He pasado esta noche muy inquieta, y en estado muy extraordinario. Era
llevada hacia esta dirección (indica el lugar donde estaba el estuche) por un
impulso dulce, pero fuerte, como de un hambre insaciable; era un apetito, un
deseo que no podía aquietarse. Me parecía que debía volar hacia un lado y de
allí hacia otro. Me sentía muy conmovida, y vi muchos cuadros
contemporáneos y sucesivos. Yendo en esa dirección, vi la escena completa
de Jesús en el jardín de los Olivos. Hincado sobre una piedra, sudó sangre en
la caverna. Vi a los discípulos, durmiendo, y vi un cuadro entero de la agonía
de Jesús, y cuanto lo angustiaron los pecados de los hombres. Vi esa piedra
salpicada con la sangre que salía del cuerpo de Jesucristo. Las gotas estaban
cubiertas de arena, o de tierra, y estaban como ocultas allí; pero me parecía
que esa arena o tierra ven fa hacia mi y se retiraba de las gotas para que yo las
pudiese ver. Me pareció que esto acontecía mucho tiempo después de la
época real.
He visto también un cuadro de la Virgen Santrsima, que en el mismo momento
estaba en un patio de la casa de María de Marcos, de rodillas sobre una piedra:
la forma de sus rodillas se imprimió sobre aquella piedra. Probaba también ella
la angustia del Señor y se sentía en un estado de desfallecimiento, y recibía
ayuda. Vi un cuadro relativo a los cabellos María: éstos habían estado divididos
en tres partes. Los apóstoles, después de su muerte, cortaron y se repartieron
sus cabellos.
El Peregrino le mostró el estuche que estaba en el armario, y Ana Catalina,
después de mirarlo con devota atención, dijo:
Hay aquí también cabellos de María. Los veo de nuevo. Hay aquí,
efectivamente, sangre de Cristo. Hay aquí tres finísimos glóbulos. Esta reliquia
obra en mi de modo muy diverso de todas las demás reliquias. Me atrae tan
maravillosamente; me deja en el corazón un ansia dulce y tranquila. Las otras
reliquias resplandecen, en comparación con ésta, como un fuego, y ésta como
un sol de mediodía. Esta es sangre de Cristo. He visto una vez la que destilaba
de una hostia consagrada. Ciertamente, quedó sangre de Cristo en la tierra, no
ya como sangre substancial, sino así como un color de ella; no puedo
expresarlo mejor. He visto a los ángeles recoger solamente aquella que caía
sobre la tierra en el Via Crucis y durante su pasión.

XXXVII
Visiones sobre estas santas reliquias. La princesa de Creta
He visto una santa princesa, en hábito de peregrina, llegar con gran séquito a
Jerusalén. Provenía de la isla de Creta y no estaba aún bautizada, pero lo
deseaba ardientemente. La he visto en Roma cuando era pagana. Parecía que
por entonces había una tregua en las persecuciones, porque el Papa habitaba
en un edificio en ruinas; allí ella fue instruida y los cristianos se reunían
calladamente. En la Tierra Santa las cosas estaban tranquilas, pero un viaje a
Jerusalén iba acampanado de muchos peligros. La ciudad de Jerusalén estaba
muy cambiada: algunas alturas habían sido allanadas y algunos valles hondos
cubiertos con escombros y rellenados dentro de la ciudad. Por eso ciertos
caminos pasaban ahora por encima de santos lugares. Creo que también los
judíos habían sido obligados a refugiarse y a encerrarse en una parte
determinada de la ciudad. Existían ruinas del antiguo templo. El lugar del santo
sepulcro permanecía fijo e inmutable junto al monte Calvario, fuera de la
ciudad, pero no se podía llegar hasta allá porque estaba cubierto de escombros
y de tierra y amurallado en torno. Allí cerca se detenían y vivían en cuevas o
bóvedas ruinosas muchos santos varones, que veneraban esos lugares y
parecían ser de aquellos que habían sido establecidos por los primeros obispos
desde los tiempos de los Apóstoles. Ellos no podían llegar corporalmente hasta
el santo Sepulcro, pero a menudo en visiones ll egaban a sus cercanías. Parece
que poca atención despertaban por entonces los cristianos: podían, sin ser
molestados, pero con ciertas precauciones, visitar los santos lugares, hacer
excavaciones y sacar reliquias y cosas sagradas. En aquel tiempo fueron
buscados y encontrados varios cuerpos de santos mártires de la primera
época, y celosamente guardadas sus reliquias.
Aquella princesa que había peregrinado hasta allí, orando sobre el Monte de
los Olivos, vio en visión la Sangre preciosa, y lo indicó a un sacerdote de los
que guardaban el santo Sepulcro. Este, con cinco otros, fue al lugar señalados
y excavó la tierra. Encontró una piedra colorada sobre la cual Jesucristo había
sudado sangre; estaba cubierta de muchas gotas de sangre. Como no podían
separar la piedra del escollo de donde formaba parte, separaron de un lado un
pedazo del tamaño de cinco palmos. De esta piedra recibió una parte la
princesa peregrina. Obtuvo también otras sagradas reliquias y fragmentos de
los vestidos de San Lorenzo, y del viejo Simeón, cuya tumba yacía destruida no
muy lejos del mismo templo. Recuerdo que el nombre de esa princesa es
santo, pero no conocido entre nosotros. El fragmento de piedra era triangular y
lleno de venas de diversos colores. Primero fué colocado dentro de un altar;
más tarde en el pedestal de un Ostensorio.
El padre de aquella joven princesa procedía de los reyes de Creta (entonces en
poder de los Romanos). Este príncipe poseía aún muchos bienes y habitaba en
un castillo junto a una ciudad situada en el lado occidental de la isla, llamada
Cydon o Canea. Allí he visto crecer muchos frutos amarillos, largos y obtusos
en la parte superior (frutos del árbol Malun Cydonium).
Entre la ciudad y el castillo se levantaba un gran arco a través del cual se veía
la ciudad, a la cual se llegaba por una carretera real. El padre tenía otros cinco
hijos; la madre había muerto cuando la niña era aun pequeña. Él había estado
ya en la Tierra Santa y en Jerusalén. Uno de sus antepasados había conocido
a aquel Léntulo que tenía tanto afecto por Jesús y tanta amistad con Pedro; por
medio de él había llegado a conocer las verdades del Cristianismo. Por esto
supe que el padre de la joven no era enemigo del Cristianismo. Mientras él
estaba en Roma con el joven que debía ser su yerno, hablaron del Cristianismo
y el joven dijo que deseaba ardientemente ser cristiano. Creo que en esta
ocasión se trato del futuro matrimonio o que al menos trabaron mutua amistad.
El padre de la joven y el esposo se hicieron instruir mejor en la fe por un
sacerdote. El joven esposo, que tenía el grado de conde, era de origen romano,
aunque nacido en las Galias.
El rey se alejaba cada vez más del culto de los dioses y del modo de vivir de
los paganos; y la hija y los hijos frecuentemente oían ponderar al Cristianismo.
El rey tenía derechos sobre el Laberinto de Creta; pero había renunciado a
ellos precisamente por su diverso modo de pensar, cediendo esos derechos a
su cuñado. El Laberinto de Creta y el templo no tenían entonces tanto horror
como en épocas anteriores, en las cuales muy a menudo traían criaturas
humanas para ser despedazadas por las bestias feroces; con todo se
celebraban cultos a los ídolos, y muchos lo visitaban por razón de sus rarezas
maravillosas. Adentro se cometían actos vergonzosos y abominables. De lejos
parecía aquello un monte cubierto de verdor. Cuando la joven estuvo en Roma
para hacerse instruir en la fe cristiana, tendría diecisiete años. Cuando al año
siguiente peregrinó con otros de la misma idea a Jerusalén, me parece que su
padre había muerto y que ella era libre y dueña de si misma. Llevó la preciosa
Sangre sobre su persona, dentro de un cinturón ricamente bordado, en el cual
se veían muchas pequeñas aberturas. Los peregrinos solían llevar semejantes
cinturones colgados en bandolera. Cuando regresó a Creta no pasó mucho que
el prometido vino a buscarla en una nave equipada. Se entretuvo algún tiempo
en Creta, y luego se la llevó a Roma, donde estuvieron mucho tiempo. Allí se
hizo bautizar secretamente.
En esta época la cátedra de Pedro quedo por algún tiempo vacante: había
discordia y confusión y tenían lugar muchos secretos asesinatos de cristianos.
Desde Roma se dirigieron en una nave, con la escolta de muchos soldados, a
las Galias. A contar desde la época de su matrimonio, pasaron cerca de la
m~ad de un año entre Creta y Roma. La Sangre preciosísima era llevada por el
conde durante su viaje en un cinturón en torno de su cuerpo. La esposa se lo
había dado como garantía de su fidelidad. Su lugar de parada estaba en el
Ródano, no lejos de Avignon y de Nimes, pues había apenas siete horas de
viaje; el castillo estaba situado en una isla. Tarcaso y el retiro solitario de
Magdalena no estaban muy distantes de allí. En Nimes había ya entonces
algunos preceptores cristianos, los cuales vivían secretamente en comunidad.
El claustro de Santa Marta estaba situado en una montaña entre el río Ródano
y un lago. El castillo del conde se levantaba sobre una isla y no lejos de allí se
veía una pequeña villa. Esta villa de San Gabriel debe su origen a un milagro.
Un hombre fue salvado de una tempestad que lo había sorprendido en el lago.
Allí el conde era visitado con frecuencia por un ermitaño, que era un santo
sacerdote.

XXXVIII
La preciosísima Sangre
La Sangre preciosísima de que he hablado fué conservada al principio bajo una
arcada subterránea. Era un espacio oscuro al cual se llegaba solo pasando
bajo muchos otros arcos y bóvedas; bajo una de estas bóvedas veía yo plantas
y arbustos y provisiones; en el invierno llevaban allí árboles floridos. La Sangre
preciosa se conservaba en una especie de cáliz y posaba sobre el altar delante
del cual ardía una lámpara, en una especie de tabernáculo fabricado en
ángulos, con una abertura, A aquellos esposos los he visto adentro, a menudo
entregados a la oración. Mas tarde he visto que hacían vida eremítica,
separados uno de otro a cierta distancia del castillo y que se reunían solamente
para hacer sus devociones delante de la Sangre preciosísima. Entendí que
oyeron una voz que les mandaba edificar una capilla. En efecto, fabricaron una
precisamente en el lugar donde antes había sido el comedor. He visto así que
la devoción a la Sangre preciosísima crecía más y más, aunque siempre
secretamente. Más tarde fue trasmitida en herencia la Sangre del Señor, con
documentos duplicados, pero con reserva y mucha cautela.
He visto algo de San Trófimo de Aries, por aquel tiempo; recuerdo solo algunos
nombres. Ya mucho antes que el conde se uniese en matrimonio, había
cristianos llegados de Palestina, y el conde los había tratado siempre bien y
protegido. Había en estos lugares comunidades cristianas, aunque se
mantenían ocultas. El padre de la joven había guardado secreto su modo de
pensar a sus hijos mayores, que no pensaban como él; en cambio los
hermanos menores tenían la fe de su hermana y creo que entre ellos hubo
mártires.
El 11 de Julio volvió a decir Ana Catalina:
Pensaba en la Sangre del Señor y dirigí una mirada hacia el altar existente en
el castillo de la condesa. He visto a esta persona cuando era niña en la casa de
su padre, en la isla de Creta, y luego durante su demora con el conde en la
ciudad de Roma. Allí mismo he visto a San Moisés, niño, cuando llevaba toda
clase de consuelos, alimentos y ayuda a los enfermos y prisioneros cristianos.
He visto al conde y a la condesa en Roma, en lugares subterráneos con otros
cristianos y con los sacerdotes, leyendo en los manuscr~os a la luz de
lámparas ; parecía que eran instruidos secretamente en la fe. En aquel tiempo
fueron bautizadas muchas personas distinguidas. No había entonces una
persecución pública; pero el que era sorprendido como cristiano, estaba
perdido.
De tiempo atrás habían venido de Palestina ciertos cristianos que se
establecieron cerca del conde, quien mantenía relación con ellos. Al principio
no tenían la Misa y practicaban en común la oración y la lectura de los Libros
sagrados. Más tarde venía cada seis meses un ermitaño; luego un sacerdote
de Nimes, que celebraban la Misa. Esto sucedía en aquel tiempo en que
podían llevar y conservar consigo la santa Eucaristía. Cuando el conde y la
condesa se separaron, para vivir como ermitaños, tenían ya hijos adultos: dos
hijos y una hija. Sus ermitas estaban a distancia de media hora de camino una
de otra y del castillo, siempre dentro de los términos de sus posesiones. Para
llegar tenían que pasar sobre un puente tendido sobre un río. Tenían una
especie de edificios pequeños construidos con bóvedas. En torno había
muchos cristianos que vivían en la misma forma. Se prestaban ayuda unos a
otros, y por fin se levanto allí un convento. No murieron allí ni fueron
martirizados, porque al levantarse una persecución se refugiaron en otro lugar.
El 15 de Julio indicó una reliquia perteneciente al Papa Anacleto. Dijo que era
el quinto Papa, sucesor de Clemente y mártir. Al mismo tiempo se refirió
nuevamente a la preciosa Sangre dando las siguientes noticias:
El sacerdote que extrajo de la piedra la preciosísima Sangre fue el santo
Obispo Narciso. Era de la estirpe de los Reyes Magos, con los cuales sus
antepasados habían venido a la Palestino. Apareció una gran luz cuando, por
la noche, excavó en el Huerto de los Olivos, Estaba presente aquella virgen
princesa de la cual he hablado antes. Narciso estaba vestido al modo de los
Apóstoles. Jerusalén era entonces apenas reconocible; a raíz de las
destrucciones, los valles estaban llenos de escombros y algunas alturas
destruidas. Los cristianos tenían todavía una iglesia cerca de la piscina de
Betesda, entre Sión y el templo, donde hubo ya una iglesia en tiempo de los
Apóstoles. Ya no existía más. Habitaban en cabañas y aunque los lugares
estaban fuera de la ciudad, pagaban un tributo para poder entrar en la iglesia.
En las puertas vi a un hombre y a una mujer a quienes debfan pagar el tributo.
Pagaban cinco pequeñas monedas y esto valía por cierto tiempo. El estanque
de Betesda, con sus pórticos de columnas, ya no existía; todo estaba lleno de
escombros. Había una fuente cubierta con un edificio, cuyas aguas
consideradas sagradas las usaban para sanar las enfermedades y la
veneraban como nosotros el agua bendita.
El nombre de aquel conde era como el del amigo de San Agustín; Pontiziano;
la condesa se llamaba Tazia o Dacia; no lo puedo expresar mejor. La fiesta de
esta santa se celebra a fines de mayo o a principio de junio.

XXXIX
Noticias sobre el Cardenal Giménez
La tarde del 18 de Julio Ana Catalina dijo de improviso:
Estuvo conmigo un cardenal, que fue confesor de la reina Isabel. Fue un gran
director de espíritu y me dijo que yo debía acusarme del bien descuidado y no
cumplido y que debía expiar mucho por los pecados de otras personas. Me
indicó y mostró a santa Dátula, que tuvo la reliquia de la preciosa Sangre. Ella
conoció el inmenso valor de su reliquia, y abandonando todos sus bienes vivió
con su marido en la soledad para llorar sus pecados. El cardenal que se me
apareció se llama Giménez. No había oído yo antes tal nombre; no fue
declarado santo.

XL
La isla de Creta. Santa Dátula y Pontiziano
Viendo un dfa muchas cosas referentes a Santa Marta, indicó el lugar donde
habitaban Santa Oátula y Pontiziano:
La isla con el castillo estaban en la orilla, en el punto donde desemboca un
brazo oriental del Ródano. Se empleaba cerca de media hora para recorrer esa
isla. Pontiziano tenia bajo su mando algunos soldados y su castillo parecía una
fortaleza circundada por muros, A la distancia de siete horas de camino,
remontando el curso del Ródano, se encuentra la ciudad de Aries, y cerca de
ocho horas de camino más lejos, el convento de Santa Marta, sobre una altura
llena de escollos.
El dfa 24 de julio narró, con extraordinaria animación e infantil entusiasmo:
Creta es una isla larga, estrecha y muy adentellada; en el centro corre una
hilera de montanas que la divide en dos partes. El castillo del padre de Santa
Dátula era un edificio maravillosamente bello y estaba excavado en parte entre
los escollos marmóreos en forma de terrazas sobrepuestas. Sobre esas
terrazas había pórticos de columnas y los patios estaban circundados también
por pórticos, sobre los cuales había jardines. El padre de la joven había
edificado las terrazas y pensiles como defensas delante de su castillo, y
cuando fue iniciado en el cristianismo, le sirvió esto para separarse de los
vecinos, de la cercanía del Laberinto y del abominable templo de los ídolos. Era
un hombre muy dado a las bellas artes. Lo he visto siempre entre hábiles
artistas y arquitectos. reunidos en torno suyo. Tenía la cabeza algo calva y
metida a las espaldas; por lo demás, estaba bien formado, y era muy solícito y
benévolo. Poseía vastas tierras en la isla y tenía alguna autoridad. El muro
exterior del castillo estaba hecho en forma de gradas. Las terrazas se veían
floridas y cuidadas, y servían de ingreso a las estancias interiores.
Hoy es el aniversario del día en que Pontiziano venía a sacar a Dátula del
palacio de su hermano, para llevarla como esposa, ya que el padre de la joven
no vivía. Durante la noche he visto la maravillosa fiesta que se hizo. Aún
conservo en mi fantasía los semblantes de las personas, siervas y criadas que
he visto. En el palacio habitaban dos hermanos de Dátula; ambos tenían
muchos hijos, jóvenes y niñas, y había allí mucha servidumbre. Cada niño tenia
un ayo y cierta cantidad de hombres y mujeres para su servicio. Estaban
también todos los parientes con su servidumbre.
El camino que conducía al castillo tenia en un trecho de media hora arcos de
triunfo y asientos dispuestos a ambos lados; los arcos estaban adornados de
flores, de estatuas, de ricos tapices. Una multitud de niños tocaba y cantaba
extendiéndose hasta la puerta del castillo, delante del cual se había levantado
una tribuna para sentarse la esposa, Pontiziano habia llegado dias antes a un
puerto vecino en una embarcación llena de soldados, de siervos y de
sirvientas, y de regalos y donativos; y se había retirado a otro castillo próximo
para poner en orden la procesión. Junto a la esposa, el espectáculo más
conmovedor era la alegría de todos los familiares y de los esclavos y sirvientes.
Todos eran tratados con mucha familiaridad, con mucha caridad y amor, y
recibían muchos regalos, y se mostraban muy contentos y gozosos. Estaban
todos junto al camino que llevaba al castillo; primero los más humildes, luego
los más encumbrados, y finalmente, sobre sillas, los niños de las familias con
su séquito. Pontiziano avanzó con grande pompa procesionalmente. Precedían
los siervos con divisas y adornos de su rango y luego los soldados que lo
circundaban; conducían jumentos y pequeños caballos, muy rápidos, que
llevaban cestos llenos de vestidos y adornos, mientras otros conducían vasos
llenos de toda clase de confituras. Pontiziano estaba sentado sobre un coche
ancho y espacioso, de maravillosa belleza, que parecía más bien un trono.
Delante resplandecían las hachas encendidas, sobre bases que parecían de
cristal, y sobre el pabellón del mismo coche había semejantes luminarias. Todo
estaba adornado con hermosos tapetes, con oro y plata. El hermoso coche era
tirado por un elefante enjaezado. En el séquito había una gran cantidad de
damas y doncellas.
Todo se conducía ordenadamente, con alegría, en aquel hermoso país. Los
caminos estaban llenos de flores, de hermosas frutas y de gente que reflejaba
júbilo en los rostros. En todas partes había alegría y se oían exclamaciones
gozosas, sin tumulto ni desenfreno. Cuando el cortejo del esposo llego a donde
estaban los primeros siervos, colocados en el camino principal, los que
precedían a Pontiziano comenzaron a distribuir vestidos, adornos y tortas y
confituras. Algunas tortas estaban adornadas de flores, de ramas y de plantas.
De este modo marchaba el cortejo mientras se hacían las distribuciones en
medio del júbilo general. Cuando el esposo llegó adonde estaban los niños de
familias, estos extendieron en el camino alfombras y géneros de seda,
adornados de franjas, y el esposo fue saludado con cantos y con música por el
coro infantil. El esposo descendió de su carroza, distribuyó regalos a los
cantores, y el cortejo continuó hasta llegar cerca de los hermanos y familiares
de la esposa. Finalmente, pasando sobre un ancho y adornado arco de triunfo,
llegaron a un puente, donde se detuvieron. Entre los esbeltos edificios se vio
aparecer, en medio de jardines, un teatro construido en forma de nicho amplio
con muchas gradas y terrazas, adornado de flores, de imágenes y de estatuas.
Las gradas estaban cubiertas de magníficos tapetes y las paredes
perpendiculares de las terrazas, de tapetes y de bellísimas imágenes. Parecían
transparentes y traslúcidos, y recuerdo haber visto representada allí una
escena entera de caza con fieras, cuyos ojos centelleaban como si fuesen de
fuego. La escena del cortejo se desarrollaba en pleno día; pero aquel teatro
estaba colocado en una cavidad profunda, y por esto cuanto lo circundaba
estaba iluminado con luces artificiales. Había también hachas encendidas,
semejantes a las que estaban en la carroza del esposo.
En torno de aquel edificio se veía un semicírculo de edificios pequeños de los
cuales salió, a la llegada del esposo, un canto melodioso, acampanado de
armoniosas flautas.
Lo mas atrayente de todo aquel cuadro era la esposa Dátula, que estaba
sentada en un elevado trono. Ocupaban las gradas, en dos filas, los familiares,
las amigas y las doncellas. Estaban todas vestidas de blanco; sus cabellos
trenzados con arte,llenos de adornos y joyas; llevaban velos muy largos. Dátula
tenía un vestido blanco y reluciente, que parecía seda, con largos pliegues; sus
cabellos trenzados con piedras preciosas. No puedo decir cuanto me alegraba
y conmovía ver debajo de sus vestidos resplandecer, sobre el corazón, la
cintura bordada que contenía la reliquia de la Sangre preciosa de Jesucristo.
Este esplendor vencía en brillo a toda la magnificencia que veía en torno de la
fiesta. He visto también que el corazón de Dátula estaba sumergido en dulces
pensamientos ante la presencia de aquella santa reliquia. Ella parecía un
ostensorio viviente.
Cuando el esposo compareció en presencia de Dátula, las siervas y criados de
ella, circundándolo en semicírculo, le presentaron, sobre un gran almohadón de
seda, los ricos presentes y dones nupciales. Eran preciosos vestidos, perlas y
adornos muy ricos. Todos estos dones estaban cubiertos con un magnífico velo
y adornados de arabescos y franjas. Fueron retirados luego de allí por las
sirvientas. Entonces Datula descendió con su séquito del trono, se cubrió con el
velo e hincó las rodillas humildemente delante de Ponliziano, quien,
levantándola, le quitó el velo, y guiándola de la mano la llevó por aquella parte
del cortejo que estaba a la derecha; luego, volviendo atrás, la llevó hacia la
izquierda. La presentó de este modo a la gente de su corte, como futura señora
y soberana de la casa. Era realmente conmovedor ver como llevaba la reliquia
de la preciosa Sangre en medio de los paganos. Creo que el esposo se daba
cuenta, porque lo veía yo muy conmovido y lleno de admiración. Después de
todo esto, los esposos se retiraron con el séquito al castillo.
No es para decir cuanto orden y armonía reinaba en esa multitud, y como
aquella alegre gente se dividía y distribuía dentro de las cámaras, en los patios,
en la terraza, en los bosquecillos entre las tiendas, y como tomaban su
alimento, se divertían y cantaban alborozados. No he visto danza alguna.
Luego vi un gran banquete en una vasta sala redonda. La esposa estaba
sentada al lado de Pontiziano. La mesa era mas alta de lo acostumbrado entre
los judíos y los hombres aparecían echados sobre lechos. Las señoras estaban
sentadas con las piernas cruzadas. Sobre aquella mesa presentaron cosas
admirables. Se veían grandes animales y figuras que traían las viandas sobre
sus espaldas, o a los costados o en cestos, sostenidos entre las fauces. Era el
conjunto muy vistoso y los huéspedes bromeaban al aparecer las figuras de
animales. Los vasos que contenían las bebidas relucían y transparentaban
como si fuesen de madreperlas. Durante toda la noche he contemplado este
espectáculo.
No he visto la ceremonia nupcial, pero si la partida de Dátula y de Pontiziano.
Muchos bagajes fueron enviados con anticipación al barco; y entre lágrimas y
augurios de felicidad se encaminó el cortejo hacia el puerto. En esta procesión
he visto a Dátula y a Pontiziano sentados sobre una carroza con otros
personajes. El coche tenía tantas ruedas y estaba construido de tal modo, que
en las sinuosidades del camino se replegaba sobre si mismo, de modo que los
que estaban arriba formaban un semicírculo. Estaba tirado por pequeños y
briosos caballos. En todas estas fiestas no he visto nada indecoroso, ni la
mínima inconveniencia. Aunque todos eran paganos, nada hubo de idolátrico;
antes bien, parecía que todo eso era agradable al Señor. La familia parecía ya
muy inclinada al cristianismo. Los hombres eran gallardos y hermosos, y no
puedo olvidar la esbeltez y belleza de las doncellas y mujeres de aquel lugar.
Dátula llevo a muchas consigo y también a su aya e institutriz, que era muy
inclinada al cristianismo. No he presenciado el embarque.

XLI
Reconocimiento de una reliquia
El día 11 de febrero de 1821, mientras Ana Catalina se hallaba en éxtasis, el
Peregrino dejó una imagen del Crucifijo sobre el lecho. La vidente la tomó y
dijo:
Tiene que ser venerada esta imagen. Es preciosa; estuvo en contacto: por eso
resplandece tan luminosamente. (Poniendo la imagen sobre su pecho, añadió):
Esta imagen ha tocado la túnica de Jesucristo, y en esta túnica hay una gota de
la Sangre de Cristo, de la cual nadie tiene noticia. Esta mancha de sangre esta
en la parte superior del cuello.

XLII
Otra reliquia de la preciosisima Sangre
(8 de Abril de 1823)
He tenido grande y difícil trabajo con reliquias de tiempos antiguos. Esto
sucedió en un país mas distante que Tierra Santa. Los eclesiásticos de allí no
eran como los católicos. Uevaban vestidos a la manera de la antigua iglesia y
parecían a los que habitan en el monte Sinaí. Me parece que estuve en aquella
comarca donde veo siempre al mas próximo de los tres Reyes Magos. La
ciudad donde se conserva el antiguo libro de las Profecías esculpido en
laminas de bronce, esta a la izquierda (*), Tuve allí tarea con reliquias de la
Sangre de Cristo y tuve que indicar a aquellos sacerdotes un tesoro de
reliquias. He visto a siete viejos sacerdotes hacer excavaciones dentro de un
antiguo muro en ruinas, en una cueva subterránea. Examinaron primero la
bóveda para asegurarse de que no amenazaba caer sobre ellos. Las santas
reliquias estaban muradas dentro de un piedra muy gruesa, que parecía
formada de un solo pedazo, pero que en realidad estaba unida con arte por tres
partes triangulares. Cuando lograron abrirla, encontraron dentro una espesa y
oscura tela tejida con crines y pelos y debajo un verdadero tesoro de las
reliquias mas santas pertenecientes a la Pasión y a la Sagrada Familia. Todo
estaba encerrado en vasos triangulares, puestos unos junto a otros. Había allí
tierra, que había estado debajo de la cruz del Señor, bañada y coloreada con la
Sangre del Señor, y una pequeña ánfora llena de agua salida de la herida del
costado: esta agua era límpida y resplandeciente y tan tenaz que no se
derramó del vaso. Había también espinas de la corona, un trozo del manto de
purpura del Ecce Horno, algunos fragmentos de los vestidos de la Virgen,
reliquias de Santa Ana y otras muchas mas. Eran siete los sacerdotes que
trabajaban en aquel subterráneo, y llegaron algunos diáconos. Creo que
depusieron encima el Santísimo Sacramento. Tuve mucho que hacer y tuve
que librar muchas almas del Purgatorio, La preciosa Sangre me ayudó en esta
obra. Tengo para mi que los Apóstoles celebraron en otros tiempos la Misa en
este lugar.
(«) En otro capitulo habla de los manuscritos y señala la ciudad de Ctesifonte
como el lugar donde se encuentran todavía enterrados.

XLIII
La santa lanza del Señor
(Junio de 1820)
El confesor habfa recibido algunos reliquias sin nombre que pertenecieron a un
relicario del ducado de Oulmen. Llevada esta reliquia a Ana Catalina, apenas
estuvo en su presencia, exclamó:
Punza, punza; esta es la señal. He sentido una punzada muy aguda.
En efecto, la llaga de su costado comenzó a sangrar. Tuvo luego una visión
acerca de Longinos, que contó en la siguiente manera:
He visto al Señor muerto en la cruz. He visto todo: los lugares y las posiciones,
y he visto al pueblo como en el día de Viernes Santo. Era en el momento en
que debían ser quebradas las piernas a los crucificados. Longinos tenía un
caballo mulo, puesto que no era como nuestros caballos; ése tenía el cuello
mucho mas grueso. Estaba fuera del círculo de los ajusticiados; avanzó de a
pie, dentro del círculo, con su lanza; subió sobre la colina del Gólgota e hirió al
Señor por la parte derecha. Cuando vio brotar la sangre y el agua, se sintió
muy conmovido; descendió del monte, montó a caballo y se dirigió rápidamente
a la ciudad. Se fué a Pilatos y le dijo que tenía a Jesús por Hijo de Dios, y que
no quería ser mas militar. En efecto, dejó junto a Pilatos su lanza y las demás
armas y se fue de allí. Creo que fué Nicodemo a quien encontró en su camino y
a quien narró lo acontecido y desde aquel momento se unió a los discípulos.
Pilatos consideró aquella lanza indigna y vergonzosa, como instrumento de
suplicio, y no quiso conservarla junto a sí. Creo que así la recibió Nicodemo del
mismo Pilatos. Me parece que tenemos otra reliquia de Nicodemo.
Teniendo esa reliquia en su armario, dijo una vez:
He aquí a los soldados con la sagrada lanza!. .. Hay allí una partecita de la
lanza del Señor. Es Víctor que lleva una partecita de la lanza dentro de su
misma lanza. Tres solamente lo saben. (Mas tarde narró): Después del
mediodía experimenté la sensación de como si la cruz del Señor posase sobre
mi y como si su sagrado Cuerpo estuviese muerto entre mis brazos, sobre mi
brazo derecho. No lejos estaba la santa lanza en dos fragmentos: uno grueso y
otro menor. Cuál debía tomar para mi consuelo? … Tomé el sagrado Cuerpo y
la lanza desapareció de mí. Desde entonces pude volver a hablar. (En otra
ocasión):
Miré mucho la sagrada lanza y me pareció como si me fuese metida en la parte
derecha y la sentí pasar hasta la izquierda, por entre las costillas. Puse la mano
en la herida para guiar la punta entre una y otra de mis costillas.

XLIV
Efectos de una reliquia de la santa Cruz
El diario del doctor Wesener, con fecha 16 de Octubre de 1816, contiene este
primer relato de reconocimiento de reliquias. Habiéndole puesto ante los ojos
una pequeña caja, Ana Catalina dijo:
Esta cajita contiene una cosa muy preciosa: una partecita de la verdadera
Cruz. La tengo también sobre el pecho (una reliquia de la Cruz). Tengo,
además, una reliquia de la lanza. El cuerpo pendía de la cruz, pero la lanza
estuvo en el cuerpo. A cual de las dos debo amar mas? La cruz es el
instrumento de la redención; la lanza ha abierto una ancha puerta al amor. Oh,
ayer entré allí bien adentro! (Era un viernes). La reliquia de la cruz hace dulces
mis dolores; la reliquia de la lanza los aleja. Muchas veces, cuando la reliquia
de la cruz dulcifica mis penas, he dicho con confianza al Señor: «;Oh Señor
mio! Si para Ti se hizo dulce el padecer sobre esta cruz, cómo esta pequeña
parte de ella no endulzara mis penas?» …
Habiendo extraviado en un cambio de domicilio esta reliquia, quedo afligida y
rogó a San Antonio se la hiciera encontrar. El 17 de Agosto dijo:
San José y San Antonio estuvieron junto a mí, y San Antonio puso en mis
manos el fragmento de la cruz que había perdido.

XLV
Un vestido de la Santísima Virgen
(20 de Julio de 1820)
He descubierto de nuevo en aquel pequeño paquete de reliquias que me ha
traído el confesor, un pequeño fragmento de pano, de color oscuro, que
perteneció a la Madre de Dios. He visto con este motivo un cuadro relativo a la
Virgen. Después de la muerte de Jesús ella vivía retirada con una criada en
una casa pequeña y solitaria. En una visión de las bodas de Caná, vi que María
había llevado allí este vestido, cuya reliquia tengo; era un vestido propio de una
solemnidad. María vivía sola en aquella casita, donde la visitaban los
discípulos, los apóstoles y San Juan. Allí no se albergaba ningún hombre. La
criada iba en busca de lo poco que necesitaban para alimentarse. Los
alrededores eran silenciosos y tranquilos, y la casita no estaba lejos de un
bosquecillo.
He visto a María, con este vestido, que visitaba y recorría lentamente un
camino que ella misma había hecho disponer en la proximidad de su
habitación, en memoria del camino doloroso que recorrió Jesús durante su
Pasión. Vi que primero recorrió aquel camino completamente sola y midió la
distancia de todas las estaciones, según el número de pasos del camino que
siguió Jesús, pasos que María había contado tantas veces después de la
muerte del Señor. Según este numero de pasos, en los puntos en que a Jesús
había sucedido algo notable, María ponía una señal, amontonando piedras o
señalando algún árbol. Este camino terminaba en un bosquecillo y la tumba de
Jesús estaba señalada por una gruta abierta en una colinita. Después que la
Virgen hubo señalado todo el camino, lo recorrió junto con su criada, sumergida
en muda contemplación. Cuando llegaban a alguna estación, se sentaban y
meditaban el misterio en su íntimo sentido, rezaban y lo ordenaban todo para
que fuese siempre mejor. He visto que María, con un pequeño buril, esculpía
en la piedra el significado de la estación, el numero de los pasos y otras cosas
semejantes. Limpiaron la pequeña gruta del sepulcro y la hicieron mas cómoda
para orar. No he visto en todo el camino ni cuadros ni cruces; eran simples
inscripciones que indicaban los pasos de la Pasión. Este lugar, dispuesto por
María, se hizo con el tiempo muy bello y cómodo por las visitas de personas y
por repetidos arreglos. Después de la muerte de María, piadosas personas
recorrían este camino, rezando y besando el suelo. La casa que habitaba María
estaba separada interiormente por ligeras paredes movibles, de igual manera
que la casa de Nazaret.

El vestido al que pertenecía esta reliquia era el exterior que cubría el dorso,
alargándose en algunos pliegues y llegando hasta los pies. Una de las partes
superiores caía sobre la espalda y el pecho, y llegaba al otro lado, donde se
unía por medio de un botón, formando así una abertura en torno del cuello. Con
la ayuda de un cinto era retenido a mitad del cuerpo; de este modo abarcaba
ambos lados , partiendo debajo de los brazos y llegando a los pies. Cubría todo
el vestido interior, o túnica, que era también de color oscuro. De los dos lados
se abría aquel vestido exterior mostrando el forro interior. Estos forros tenían
rayas coloradas y amarillas a lo largo y al través. Este fragmento de la reliquia
era de la parte exterior. Me parece que era un vestido que se usaba en las
solemnidades y que se llevaba de ese modo, según los usos antiguos de los
hebreos. Santa Ana usaba uno semejante. La túnica, la parte anterior del busto
y las mangas estaban cubiertas con este vestido. La túnica tenía mangas
estrechas, un tanto encrespadas en los codos y en los pulsos. Los cabellos los
recogía dentro de una gorra de color amarillento, que descendía sobre la
frente, formando pliegues en la parte posterior de la cabeza. Por encima
llevaba un velo negro de una tela delgada que descendía hasta medio cuerpo.
Con este vestido he visto a la Virgen recorrer el Via Crucis en los últimos
tiempos. No sé si lo llevaba porque era vestido de solemnidad o porque en la
época de la crucifixión del Salvador tenía este vestido de luto bajo el manto que
la envolvía. He visto a la Virgen en este lugar, ya muy avanzada en años,
aunque en sus facciones no aparecía ninguna señal de edad, fuera de una
expresión de mas ardiente deseo y aspiración del cielo, que contribuía a
transfigurarla divinamente. Aparecía siempre indescriptiblemente seria y
recogida: no la he visto reír. A medida que crecía en años aparecía mas
cándida y transparente de facciones. Estaba delgada. No he visto arrugas ni
signo de decadencia en su rostro. Parecía como espiritualizada. Abierta la
reliquia, he visto que era un fragmento de pano con rayas, largo como un dedo.