Reconocimiento de reliquias – Sección 3

XXV
Historia del niño mártir de Sachsenhausen
El Peregrino le habfa dado una reliquia que Ana Catalina declaró pertenecer a
un antigua ermitaño. Varios días después contó al Peregrino el martirio de un
niño, pariente del ermitaño.
Tuve la aparición de un niño como de cuatro años, coronado de una aureola
roja. Su semblante era en extremo gracioso. Sus palabras fueron muy breves y
profundas. Hice con él un largo viaje y me impresionó mucho el verlo tan
luminoso, tan serio y tan sabio. Pasamos sobre una ciudad y rápidamente
nació en mi el conocimiento del estado moral de ella. Sentí dentro de mi que
había allí pecas almas piadosas. El niño me llevó sobre un puente y me señaló
la casa donde había nacido. Era una casa vetusta de ciudadanos de mediana
condicion, que aun conseNaba algo de los tiempos antiguos. Todo estaba
silencioso y callado; pero al acercarnos los actuales habitantes pensaban en
aquel niño y un débil recuerdo de su historia perduraba en ellos. Entonces tuve
la advertencia de que muchas veces el instantáneo recuerde de un difunto, es
efecto de su proximidad. El niño me indicó que como la correlación del alma
con el cuerpo no cesa jamás hasta la unión de los mismos en la resurrección
final, asimismo no cesa jamás la acción de un alma santa sobre aquellas que
por vínculos de sangre o de parentesco se encuentran en relación con él. Un
beato sigue obrando, ayudando y aprovechando a esa familia según el grado
de fe y de temor de Dios que tenga para poder recibir esa ayuda. Me dijo como
él había obrado en favor de la eterna salud de sus parientes y como llegó por
medio del martirio a aquella perfección a la cual habría llegado si su vida no
hubiese sido interrumpida per la maldad de los demás, y que los méritos de las
acciones que habría hecho en el transcurso de su vida, si no hubiese sido
muerto a los cuatro años, él podría aplicarlos también, de modo espiritual, en
ventaja de los suyos. Cada especie de mal sucede, no por voluntad de Dios,
sino por simple permisión de Dios. Por lo demás, no se quita o cesa el
cumplimiento y la perfección del bien obrado por un individuo, por efecto del
pecado de los demás, sino que solamente es alterado y mudado, y el delito y
pecado, en sus consecuencias efectivas, hiere esencialmente al pecador
mismo, mientras al inocente, que es ofendido y dañado, las penas y el martirio
le siNen de medio para más rápida perfección. Aunque el pecado cometido
contra los demás sea cosa contraria a la voluntad de Dios, con todo esta
voluntad de Dios no es impedida en su designio final, puesto que todo lo que el
muerto hubiera obrado en el mundo, viene a cumplirse y a completarse, de
modo espiritual, por medio de la libertad de la voluntad.

Vi entonces la historia del niño martirizado. Sus padres vivían hace cerca de
tres siglos, en Sachsenhausen, junto a Frankfurt, y era éste de muchísima
piedad. Tenían un pariente próximo, que vivía en Egipto, como ermitaño, del
cual a menudo hablaban, recordándolo con afecto y veneración.
Frecuentemente, mirando a su hijito, decían entre si, que se considerarían
dichosos si el niño imitase a aquel pariente en género de vida tan feliz,
sirviendo a Dios en la soledad. Padres que tienen semejantes deseos sobre un
hijo único, que aún no tenía un año de vida, debían ciertamente ser muy
piadosos. Éste deseo se renovaba frecuentemente en su ánimo. Cuando el
niño hubo cumplido un año, murió uno de sus padres. El que sobrevivió
contrajo nuevas nupcias y la conversación sobre el ermitaño y el deseo de que
fuese también el niño un ermitaño se renovó con el tiempo en la nueva familia.
El niño se entretenía y divertía a menudo con semejantes conversaciones.
Murió el otro de sus progenitores, de modo que el niño quedó huérfano. La
tradición del ermitaño había quedo arraigada en la familia, y el niño, ya de
cuatro años, tenía vivos deseos de conocer al pariente ermitaño. Me dijo que
ciertamente habría resultado algo bueno si hubiera seguido viviendo; quizás se
habría hecho también él ermitaño. Me dijo, además, que había sido un buen
niño y agraciado, aunque de ninguna manera tan hermoso como lo era al
presente. Sus nuevos padres, que veían en él al heredero de la casa, estarían
contentes en librarse de su presencia, y conversaban de esto cuando hablaban
del lejano ermitaño. El niño no había cumplido los cuatro años, cuando los
parientes le entregaron a ciertos hebreos extranjeros, que debían llevarlo a
Egipto al lado del ermitaño. Procedieron así para librarse del niño, y hablaron
del viaje a Egipto sólo para ocultar al niño la traición. Aunque el niño llegó a ser
mártir por esta causa, con todo no dejó nunca de usar de amor y caridad hacia
su familia y su ciudad natal. Me mostró una casa grande, aun no del todo
terminada, de estilo moderno, en la cual había una fiesta, al parecer de bodas,
donde a menudo se daban tales fiestas. Vi una cantidad de habitaciones
iluminadas con lámparas y mucha gente bien vestida y adornada, festejando y
bailando. «Esto hacen, me dijo el niño, sobre los huesos de un antepasado, que
con su piedad ha establecido el primer fundamento del presente bienestar de la
familia». Me condujo dentro de un sotano amurallado, donde en un doble féretro
yacía, en perfecta posición, un esqueleto blanco, bien conservado. La caja
interna era de plomo y la externa me pareció de madera oscura. El niño me dijo
que el difunto había sido el fundador de la casa y pariente suyo; hombre muy
piadoso, que había ganado grandes riquezas, censervándose siempre buen
cristiano. Cuando fue destruida la iglesia donde estaba sepunado, sus hijos
llevaron el cadáver al sótano, olvidándose completamente de él y de su
cadáver. Penetré per todos los departamentos de la casa. Vi también en la
ciudad muchos huesos de santos y de beatos reposando en subterráneos, bajo
los fundamentos de las iglesias destruidas y de monasterios, sobre los cuales
se habían edificado casas y palacios. El niño me dijo que la ciudad decaería
mucho, porque estaba en la cumbre del orgullo.
Hice un gran viaje por mar hacia una comarca arenosa y cálida. El niño me
había dejado sola. Pasé luego a una ciudad desierta, donde las casas caían
una sobre otra en ruinas, y allí encontré de nuevo al niño, y vi en una cueva,
bajo una colina, el lugar de su manirio, y vi su manirio mismo.

Parecía aquél un sitio destinado para el sacrificio de animales. De las paredes
pendían ganchos de hierro, en les cuales los judíos sujetaron al niño en forma
de un crucificado, haciendo destilar su sangre de cada uno de sus miembros.
Sobre el suelo veianse dispersos muchos huesos luminosos de niños
anteriormente martirizados, allí sepultados, y estos huesos resoplan decían
como centellas. El martirio de este niño no fue nunca descubierto ni castigado
por el brazo secular. Me pareció que allí no había ningún cristiano, fuera de
algún ermitaño que del desierto venía a la ciudad.
Posteriormente estuve en el desierto y volví a ver a aquel niño junto a la tumba
del ermitaño, su pariente, que fue enterrado donde había vivido. Había muerto
antes que el niño fuese sacado de Frankfurt. Sus huesos resplandecían. Había
muchos otros sepulcros en aquel deserto. Sobre la blanca arena veíanse
fragmentes de recipientes rotos; crecían muchas palmas. Allí el niño me dejó
de nuevo, y fui transportada por mar a otra remarca; era una colina, en la
ciudad donde esta el gran anfiteatro (Roma). A un lado de la colina había casas
y crecían algunas viñas. Debajo se extendía una gran caverna, sostenida por
columnas; la entrada estaba cerrada, llena de escombros. Nadie sospechaba
que allí hubiese una caverna. Cuando llegué, el niño se presentó de nuevo y se
puso a mi lado. Allí encontré un gran tesoro de huesos sagrados; toda la
caverna resplandecía. Había cuerpos enteros dentro de féretros puestos en las
paredes y gran cantidad de huesos menudos encerrados en pequeños
sarcófagos. Yo los vaciaba, y trabajé allí abriendo esos sarcófagos. Vi algunos
cuerpos en los cuales los paños en los puntes en que tocaban a los cuerpos,
quedaban aún intactos, mientras lo demás estaba consumido o putrefacto. Vi
que algunos cuerpos disecados se habían vuelto de un color blanco agradable.
Vi igualmente varios cuadros referentes a la vida de esos santos, la mayor
parte de les cuales pertenecía a los primeros siglos de la Iglesia. Muchos
fueron martirizados porque llevaban ofrendas a los sacerdotes cristianos. Los
he visto ir ccon pequeños volátiles bajo el brazo, y me pareció que fueron
denunciados por los pagaños. Vi a muchísimos que por el voto de castidad se
habían hecho como miembros de una orden religiosa, y he visto también a
maridos y mujeres que, por amor de Dios, vivían en continencia. Penetré en
todos estos sagrados lugares y entre estos huesos, hasta llegar a una caja
grande cuadrangular, no profunda, y hecha de materia sutil. Me sentía atraída
hacia aquella caja; me parecía que me pertenecía, puesto que allí estaban los
santos de les cuales poseo reliquias. Quería llevármela conmigo; pero el niño
me dijo que eso no convenía, y que debía dejarla. Las reliquias estaban allí
bien dispuestas, colocadas sobre almohadillas. Como no la pude llevar, la cubrí
con un paño azul. El niño me dijo que aquellos huesos fueron escondidos allí
desde los tiempos primitivos de la Iglesia; que debían permanecer; pero que
serian a su tiempo descubiertas y reconocidos.

XXVI
Reliquias de la Iglesia de Münster
Recibió Ana Catalina pequeños envoltorios que contenían reliquias enviadas en
diversas ocasiones por el deán Overberg: estaban mezcladas; unas tenían
nombres, otras no. Tuve visiones generales acerca de estas reliquias, y luego
particulares de algunos santos.
Cuando recibí las reliquias enviadas por el deán Overberg tuve la visión de la
forma en que estas reliquias fueron llevadas de Roma a Münster por obra
especialmente de los primeros obispos y de la grandísima reverencia con que
eran colocadas en relicarios cerrados y distribuidos a varias iglesias. He visto
damas piadosas reunidas para ordenarlas y envolverlas; al hacerlo tenían
cuidado de mantenerse puras y santas. He visto algunos sacerdotes que con
ellas distribuían luego esas reliquias. Eran sujetadas a los relicarios, adornadas
con ribetes y flores y dispuestas en pi rámide. Cuando fueron expuestas por
primera vez a la pública veneración, se hizo una gran solemnidad y todo el país
se consideró favorecido. Muchas reliquias fueron amuradas a los altares de la
iglesia de Ueberwasser. Algunos piadosos canónigos de capítulo, cuando oían
hablar de algún santo o beato, procuraban conseguirse alguna reliquia de ellos,
que luego veneraban como un gran tesoro. Vi después que al ampliarse y
restaurarse las iglesias y los altares, eran colocados unos sobre otros los
huesos de santos de las épocas más diversas. Se hallaron muchos cuerpos
sagrados de los cuales algunos miembros fueron extraídos y colocados con las
otras reliquias. Así se encontró el cuerpo de una virgen. de la cual poseo un
pequeño hueso. Las grandes bendiciones que de tales huesos surgían las he
visto disminuir y concluír con el aumento del descuido en que las reliquias eran
tenidas. He visto también que, no sin un designio de la Providencia, esas
reliquias llegaron a manos del deán Overberg, quien sin conocerlas siquiera,
les había asignado un decente lugar para guardarlas.
Otra vez que Ana Catalina tenía en sus manos la caja de reliquias, que llamaba
su iglesia, vió a Santo Tomás Apóstol y un cuadro de sus viajes y de su misión
en las Indias.
El apóstol anduvo de un rey a otro y obró muchos milagros. Hizo muchas
profecías antes de su muerte. He visto que levantaba una piedra grande, muy
lejos del mar, le grababa algunas señales, y decía: «Cuando el mar llegue hasta
aquí, vendrá otro que propagará la doctrina de Cristo». Se refería a San
Francisco Javier. He visto después al apóstol traspasado por las lanzas y
sepultado; como asimismo cuando su cuerpo fué desenterrado y honrado. Creo
que entre mis reliquias están también las de los santos Matías y Barsabás,
puesto que me fue mostrado un cuadro breve de su elección al apostolado.
Matías, aunque delgado y débil, fué preferido por Dios a Barsabás, que era
joven y robusto, a causa de la mayor fuerza de su espíritu. He visto a este
respecto muchas cosas. Vi también un cuadro referente a Simeón, pariente de
Jesús, que después de Santiago fue obispo de Jerusalén, martirizado allí a la
edad de cien años. De él debe haber alguna reliquia entre las mías.
Al dfa siguiente volvió a ver escenas de Santo Tomás apóstol, y dijo:
He visto un cuadro de sus viajes, como si estuviesen señalados en un mapa.
Me fueron mostrados los huesos de Simeón y de Judas Tadeo. Vi toda la
familia de Santa Ana. Joaquín había muerto antes del nacimiento de Jesús. En
esta ocasión pensé en la profetisa Ana, y la vi, como también las habitaciones
de todas las viudas y profetisas pertenecientes al templo de Jerusalén. Simón y
Judas Tadeo eran hermanos. La primera hija de Santa Ana, es María, mujer de
Alteo. Esta María, en la época del nacimiento de María Santísima, tenía ya una
hija grandecita, que fué luego María, la mujer de Cleofás, del cual tuvo cuatro
hijos: Santiago el Menor, Simón, Judas Tadeo y José Barsabás. Tengo
conmigo reliquias de estos tres últimos santos. Al tacto de los huesos de Judas
Tadeo, como también al de sus hermanos, sentí que él era pariente de Jesús.
Ví en otro cuadro cuando él llegaba junto a Abgar, rey de Edesa. Llevaba en la
mano una carta que le había dado Tomás. Cuando estuve dentro, vi la figura
luminosa y la aparición del Salvador. El rey, enfermo, se inclinó delante de esa
aparición y no vió al apóstol. Este le impuso las manos y en seguida sanó de su
enfermedad. Luego el apóstol predicó en aquella ciudad y convirtió al pueblo
entero. Vi cuadros relativos a varios santos. Vi el martirio de San Evodio, que
sufrió en Sicilia con Hermógenes, su hermano y con una hermana. Vi también
muchos cuadros relativos a una santa monjita vestida de blanco, la cisterciense
Catalina de Parcum. La vi mientras era aún hebrea, puesto que tal había
nacido, leer todas las cosas, relativas a Jesús en ciertas envolturas de papel, y
sentirse conmovida. Vi que ciertos niños cristianos le contaron cosas de Jesús
niño y de María y del pesebre, y que, guiada por ellos, fué a ver secretamente
un pesebre; luego, por ello, conoció mejor a Jesús. La he visto ser instruida
secretamente, y, luego, a raíz de una aparición de María Santísima, decidida a
refugiarse en un monasterio. Vi muchas cosas conmovedoras de ella y de su
ardiente deseo de ser despreciada.
La reliquia de esta santa estaba cosida en paño rojo, y cuando se disponía la
vidente a envolverla y a escribir el nombre, le fué dicho internamente que allí
había también algunos hilos de paño que habían tocado el santo pesebre y
algunos fragmentos del leño de la verdadera cuna del Señor; y un pequeño
fragmento de papel en el cual habfa algo escrito. Le fué dicho que esas cosas
eran las que dicha santa mayormente había venerado; que elfa, cuando era
aún niña, fué movida por la imagen del pesebre y había obtenido la gracia de
llevar a menudo en sus brazos al niño Jesús. Ana Catalina contó esto al
Peregrino, el cual/ogro descubrir unos hilos con un trocito de leño y un escrito
que decfa: «De praesepie Christi». Cuando lo entrego de nuevo a la vidente,
ésta dijo:

«Esto viene de la cuna del Señor; este ha sido venerado por la monjita».
El Peregrino, conmovido, quiso besar la mano de Ana Catalina, y ella le dijo:
«Besa la reliquia de Santa Clara; en ella no hay ya nada terreno. Esta (mi
mano) esta aún mezclacla con la tierra». El Peregrino se sintió mas conmovido,
pues tenía precisamente escondida en el pecho una reliquia de Santa Clara,
que pensaba mostrar a la vidente más tarde. Cuando Ana Catalina la tuvo, dijo,
besándola:
«He aquí que Clara esta delante de mi». Más tarde añadió:
He visto un pequeño cuadro relativo a la Santa. En la proximidad de su
convento ardía una guerra. Estaba muy enferma y con todo se hizo conducir a
la puerta del monasterio y así mismo hizo llevar el Santísimo Sacramento. Este
estaba encerrado en una píxide de plata revestida de oro; delante de ella se
postró de rodillas e imploró al Señor y sintió una voz interna que la consolaba.
Al punto vió que los enemigos se alejaban de la ciudad.

XXVII
Reconoce reliquias de Afra, Marta y Magdalena
Un día el Peregrino se aproximaba con una reliquia, cuando la vidente
exclamó:
!Afra! ¿Tenemos nesotros la reliquia de esta santa? … La veo aquí atada de
manos y pies a un palo. Las llamas se avivan y se elevan en torno de ella, que
vuelve la cabeza y mira a su alrededor.
Diciendo estas palabras, tomó la reliquia, y la besó, honrándo a la santa con
gran devoción.
En la hora del crepúsculo el Peregrino abrió un pequeño paquete,
descubriendo un fragmento de hueso y un trozo de vestido con un escrito. Ana
Catalina, que no podía por la oscuridad ver el objeto, exclamó al punto: «No
pierda ese escrito. La indicación es verdadera; ese escrito resplandece».
Cuando tuvo la reliquia, cayó en éxtasis y contó al Peregrino lo siguiente:
He viajado por muchos lugares, lejos de aqui, por Betania, Jerusalén y Francia.
El hueso es de Marta. El vestido es de Magdalena y es de color azul, con flores
amarillas y algo de verde. Es un resto de su vanidad. Llevaba todavía este
vestido debajo de un manto de luto, en Betania, en el momento de la
resurrección de Lazara. Todos estos vestidos quedaron en casa de Lazara
cuando ella pasó a Francia. Ciertos piadosos amigos los tomaron y
conservaron fragmentos para memoria. Algunos peregrinos, que habían ido a
vis~ar su tumba en Francia, envolvieron la reliquia en estos paños, creyendo
que tanto el hueso como los fragmentos de los vestidos fuesen de Magdalena;
pero solamente el vestido es de ella; el hueso es de Marta.
Cuando el Peregrino pudo examinar mejor el escrito interno, encontró la
leyenda: Santa María Magdalena. Reconoció también, entre las reliquias
enviadas por el dean, un hueso del Papa Sixto octavo y un fragmento del tercer
Pontffice, después de Pedro. Se alegró de haber retenido las cifras numéricas
latinas; pero al dia siguiente ella le dijo:
«Cuando vi de nuevo el hueso de aquel santo Papa, me fué dicho: «No del
tercer Papa, sino del décimotercero y su nombre quiere decir Salvador».
El Peregrino comprobó que se trataba de San Sotero, que quiere decir en
griego Salvador.

XXVIII
Reliquia de Santa Marcela
El confesor le entregó un paquete con la inscripción de San Clemente. Ana
Catalina recibió la reliquia y al día siguiente dijo que no era de San Clemente,
sino de Santa Maree/a viuda. Como no se convenciera el confesor, ella declaró:
He visto de nuevo la vida de Santa Marcela. La he visto como viuda, retirada en
un vasto palado construido en el estilo romano, semejante al de Santa Cecilia.
Tenía anchos patios, con fuentes y saltos de agua. La vi con San Jerónimo,
que desplegaban rollos y leían. La vi distribuyendo sus riquezas a los pobres y
prisioneros; y de noche ir a las cárceles, cuyas puertas se abrían delante de
ella. Habiendo tenido noticia del género de vida de San Antonio, se puso un
velo y tomó un vestido monacal e indujo a hacer lo mismo a otras vírgenes. He
visto que en Roma había entrado gente extranjera que saqueaba y robaba.
Algunos de ellos se introdujeron en casa de Marcela y la extorsionaban
amenazándola con armas para que les diese dinero. Ella había distribuido todo
entre los pobres.
Esto es lo que recuerdo haber visto. Cuando la vi por primera vez, la santa me
consoló y me animó respecto de mis visiones sobre las Sagradas Escrituras y
me dijo algo para mi confesor, que he olvidado enteramente.

XXIX
Escenas de la vida de San Marcelo Papa
Reconoció una reliquia de San Maree/o Papa y narró lo siguiente:
He visto cuadros relativos a este santo. De noche, con muchos otros, iba en
busca de cuerpos de santos mártires dispersos y les daba sepultura,
escribiendo el nombre sobre su sepulcro. Lo he visto envuelto en su manto,
errando de un lado a otro, llevando muchos huesos sagrados. Transportó
también huesos a las catacumbas y colocó delante de ellos rótulos con
nombres y escrituras y separó unos de otros. Entre estos escritos hay actas de
los santos mártires. Creo que en un gran subterráneo, donde vi conservados
tantos rótulos, se encuentra una buena parte de los que él había transportado.
En esta ocasión he visto que nosotros poseemos la mas preciosa parte de las
reliquias y que entre ellas están muchos cuerpos que él reconoció, escribiendo
sus nombres. La piadosa viuda Lucina le rogó que sepultase a dos infelices,
muertos de hambre en la cárcel hacía algún tiempo. Lo hicieron de noche, y
transportaron el cadáver de un hombre y de una mujer en aquél lugar donde
estaba sepultado San Lorenzo. Cuando iban a ponerlos, los huesos de San
Lorenzo se apartaron, como si no quisieran tener en su vecindad esos
cadáveres; por esto fueron sepultados en otro lugar.
He visto a Marcelo conducido ante el Emperador. Como no quiso sacrificar a
los ídolos lo azotaron hasta hacerle brotar sangre, y luego condenado a servir
como esclavo en un gran establo. Este establo estaba en círculo alrededor de
un patio, y había allí no solo bestias de carga, sino también los encierros de
fieras que se usaban contra los mártires. El debía cuidar y alimentar a las
bestias, que se mostraban muy mansas con él. Aquí él pudo ser útil a la iglesia
secretamente, puesto que con la mediación y los donativos de Lucina a los
guardianes, frecuentemente podía salir furtivamente de la cárcel para sepultar
mártires, y consolar a los fieles. Vi también que recibía el Sacramento de otros
sacerdotes y que él mismo lo distribuía de noche a otros. Fué sacado del
establo y llevado a la cárcel; pero después de haber curado a la mujer de un
alto personaje, fué puesto en libertad. Luego vivió en casa de Lucina, que
transformó secretamente en iglesia y continuó con sus obras de caridad.
Fueron sorprendidos otra vez; el palacio fue usado como establo y él tuvo que
guardar de nuevo animales. Mientras ejercitaba en secreto sus oficios en aquel
establo, fue desgarrado del modo mas inhumano, con golpes, en un ángulo del
establo y abandonado su cadáver en aquél desolado sitio. Los cristianos
sepultaron su sagrado cuerpo.

He visto luego cuadros relativos a Ambrosia, a Liborio y el gobierno de la
iglesia bajo San Gregario. En especial estos cuadros se referían a las
relaciones de aquellos santos con las piadosas mujeres, y que a causa de este
inocente y piadoso trato eran muy calumniados. Gregario había fundado
muchos monasterios para monjas, y en los días que estaban antes
consagrados a las divinidades paganas y a las bacanales, inducía a centenares
de aquellas mujeres a orar públicamente con hábitos de penitentes, para expiar
así y compensar a la iglesia por los muchos pecados cometidos en otros
tiempos en esos mismos días. He visto que obrando de este modo consiguió
mucho bien; aquellas festividades del diablo y del pecado disminuyeron en su
tiempo. Tuvo que sufrir mucho por causa de su celo. Luego vi un cuadro del
diácono Ciriaco, que padeció innumerables sufrimientos. Una vez estuvo oculto
por mucho tiempo en una catacumba situada no lejos del lugar donde ahora se
levanta la iglesia de San Pedro. Allí casi se moría de hambre. Fué martirizado.
Recuerdo que San Ciriaco había sido consagrado por Marcelo y que él, con
otros dos cristianos, Largo y Smaragdo, protegía a los cristianos que debían
trabajar en las excavaciones. Él mismo fué condenado a estos trabajos
forzados y allí libró del demonio a la hija de un cristiano.

XXX
Plácido y Donato
He reconocido los huesos de Plácido y de Donato. He visto que Plácido era, en
sus modales, semejante a San Francisco de Sales, gentil y amable. Fué muerto
en Sicilia con sus hermanos. He visto muchas cosas relativas a su vida. Era el
menor de dos hermanos y de una hermana y desde niño era tenido por santo.
Lo he visto, aun pequeñito, en los brazos de su madre, tomando rótulos
escritos y poner sus deditos en donde estaban los nombres de Jesús y de
María, con señales de gran alegría. Le vi generalmente amado; frecuentemente
toda una familia se reunía alrededor del niño, que la madre tenía sobre las
rodillas. Lo vi con su preceptor dentro de un jardín, donde jugaba dibujando
cruces y entrelazándolas con flores y plantas. Le eran muy familiares los
pajaritos. Después fué llevado a otro lugar para estudiar y luego al monasterio
de San Benito, que aún tenía pocos discípulos. Lo he visto gentil y delicado;
creció rápidamente, como suele acontecer con los niños de alto linaje. Vi luego
un cuadro relativo a otro santo que fué educado muy humildemente en una
choza y llegó a ser Papa. Vi un cuadro relativo a la vida de ambos. Hablé con
Plácido y él me prometió que me ayudaría. Me dijo que yo debía invocarlo.

XXXI
Reliquias y episodios de diversos santos
Estando en conversación con el Peregrino, dijo un dfa la vidente: «Tenemos
una reliquia de Santa Teresa y una de Santa una Catalina de Siena. He/as aquf
unidas a muchas otras». Repitió muchos nombres de santos cuyas reliquias
tenía, siempre en el mismo orden.
Veo los nombres, en parte bajo los pies, y en parte al lado del cuerpo y veo los
atributos de cada uno de ellos. Veo a Edi ltrudes con la corona depuesta; veo a
Teresa, Radegunda, Genoveva, Catalina, Foca, María de Cleofás. Esta es de
mayor estatura que María Santísima y está vestida de igual manera; es hija de
la hermana mayor de María. Veo también a Ambrosio, Urbano y Silvano.
El Peregrino le preguntó: «Dónde esta Pelagia?» Contesto: «Pelagia ya no está
junto a mf; está allí» (señaló el pecho del Peregrino). En efecto, el Peregrino
había retirado esa reliquia, poniéndola en un bolsillo de su saco, como reliquia
ya reconocida que pensaba colocar en un relicario. El mismo Peregrino se
disponía a sacar otra del bolsillo, cuando la vidente exclamó: «Veo a
Enguelberto. Tenemos quizás una reliquia de él?» El Peregrino mostró la
reliquia y Ana Catalina contó lo siguiente:
He reconocido ese hueso como de Enguelberto de Colonia y esta noche he
visto muchas cosas de su vida. Enguelberto era hombre principal, ocupado en
graves negocios del imperio. Vivía con mucha severidad y justicia, pero no
como otros santos, por razón de sus muchas ocupaciones exteriores. Tuvo
gran devoción a María Santísima. He visto que él hizo trabajar en el Duomo y
reunió muchas preciosas reliquias, que ahora ya no se conocen y las reunió en
sarcófagos, que puso debajo de los altares. Esto no fué muy conveniente. Vi
también su muerte. Había sido muy perseguido por un pariente, a quién debía
haber castigado. Este lo sorprendió en un viaje y lo maltrató horriblemente.
Conté sobre su cuerpo mas de setenta heridas. Enguelberto se hizo santo por
medio de una seria preparación para la muerte, puesto que poco antes había
hecho contrita confesión de los pecados de toda su vida y llevó con indecible
paciencia su lenta muerte mientras rogaba por sus asesinos. He visto que la
Madre de Dios se le apareció durante su martirio, lo consoló y lo exhortó a
sufrir y a morir con paciencia. A la ayuda de la Virgen se debe su santa muerte.
He reconocido también la reliquia de San Cuniberto de Colonia. Lo he visto,
siendo paje, junto al rey Dagoberto y durmiendo en la cámara del rey.

XXXII
Una reliquia de San Lucas
(2 de Abril de 1821)
Desde hace algún tiempo veo un hermoso fragmento blanco del cráneo de San
Lucas, junto a mi. Lo veo muy distintamente y, sin embargo, no acabo de
creerlo, ni aun viéndolo en visión, y ahora, por castigo, lo olvido estando
despierta. La noche pasada vi la historia que se refiere a esta reliquia. San
Gregario Magno llevó consigo desde Constantinopla a Roma la calavera de
San Lucas y un brazo de San Andrés, y obtuvo de ello tan fel iz resultado que
por medio de estas reliquias hizo mucho bien a los pobres. Fueron colocados
en su monasterio de San Andrés. Algún fragmento de la calavera y del brazo
llegaron hasta Colonia. He visto la gran alegría del obispo de aquella ciudad
cuando le llegó tal reliquia. Después, aquellos sagrados fragmentos pasaron a
Maguncia; luego a Paderborn, y finalmente a Münster. Ahora ambos se
encuentran aquí, en mi relicario. La reliquia de San Andrés esta encerrada en
una cápsula. El hueso de San Lucas debe encontrarse en un ángulo, envuelto
en un pañito; ahora no recuerdo el lugar preciso.
Rogada por el Peregrino para que buscase la reliquia, la vidente reconoció un
fragmento del cráneo del santo y contó lo siguiente:
un santo obispo; luego a Tréveris, a Maguncia, a Paderborn y a Munster; creo
que llegaron hasta aquí bajo un obispo que pertenecía a la noble familia de los
Fürstenberg.

XXXIII
Supuestos cabellos de María
Ana Catalina habfa recibido cierta cantidad de cabellos conseNados como
reliquias en el monasterio de Notteln; se decía que eran cabellos de la Virgen,
traídos por San Ludgario. Cuando los tomó en sus manos, tuvo la siguiente
visión:
A la derecha, al pie de mi lecho, se me presentó una virgencita de
extraordinaria belleza. Llevaba una vestidura blanca y luminosa, con un velo
amarillo, que descendía hasta los ojos, y a través de él he visto los cabellos, de
un color rubio muy delicado. Todo el espacio de ella era luminoso, de una luz
muy diversa a la del día: parecían mas bien rayos de sol. Su aspecto, su gracia
y su amabilidad me recordaban a la Madre de Dios. Mientras pensaba en esto,
oí unas palabras semejantes a éstas:
«Ahl Estoy muy lejos de ser María … Soy, empero, de su estirpe, y he vivido
treinta o cuarenta años después de su época. Naci en las cercanías del lugar
donde ella nació; pero no la he conocido, y no estuve en los lugares
consagrados por su presencia y sus dolores, para no dar a conecer que era
cristiana, por ser tiempos de grandes persecuciones. Entre los míos se
conservaba la memoria del Señor y de su Santísima Madre con tal ardor y
vivacidad que yo me esforzaba de todos modos en im~ar sus virtudes: seguía
en mi alma las huellas del Señor y en el lugar donde vivía meditaba, como lo
hacían los cristianos, recorriendo las estaciones del Viacrucis. Obtuve la gracia
de probar los íntimos y secretos dolores de María, y esto const~uyó mi martirio.
Un sucesor de los apóstoles. un sacerdote. era mi amigo y guia.» La aparición
pronunció el nombre, que ahora no recuerdo. No era nombre de apóstol ni otro
que figure en las letanías de los santos: era un nombre antiguo y extranjero,
aunque me parece haberlo oído otras veces. «Por este sacerdote se llego a
saber de mí; de otro modo hubiera sido del todo desconocida. El mandó parte
de mis cabellos a Roma. Un obispo de tu país obtuvo algunos y los trajo con
otros muchos. Todo esto quedo enteramente olvidado. Fueron llevadas
también a Roma muchas reliqu ias y restos de mi época, aunque no pertenecen
a mártires.»
Esto es lo que supe de la aparición. El modo en que se reciben estas noticias,
es inefable. Cuanto se le dice a uno es extremadamente breve: de una sola
palabra entiendo más cosas que de treinta otras de explicaciones. Se descubre
la idea y el concepto de aquél que habla y no se ve todo esto con los ojos,
aunque todo aparece claro y distinto, más que con impresiones naturales de los
sentidos. Tales comunicaciones se reciben con gozo exquisito, como una brisa
suave, en dia de calor intenso.

XXXIV
Cosas bendecidas y consagradas
No veo nunca resplandecer una imagen milagrosa. Veo, en cambio, delante de
ella un sol de luz, del cual recibe la imagen los rayos de luz que caen sobre los
que rezan delante de ella. No he visto nunca el Crucifijo de Koesfeld
resplandecer; pero veo resplandecer la verdadera reliquia de la Cruz cuando
estaba escondida en la parte superior de la cruz de Koesfeld. He visto
descender rayos de luz sobre los que rezaban hincados delante de ella. Creo
que toda imagen, representación de Dios o instrumento de Dios, puede llegar a
ser milagrosa, con pleno triunfo de la fé sobre la debilidad humana, en fuerza
de la plegaria común, llena de confianza, de los que rezan.
Cierta vez el Peregrino puso ante sus ojos un AGNUS DEl. Ella lo tomó en sus
manos y dijo:
Va bien. Esto es bendito; esto es bueno; estuvo en contacto con la fuerza; en
estas reliquias encuentro que hay fuerza.
Con motivo de una cruz bendita, dijo:
La bendición resplandece como una estrella. Tenedla en mucho honor. Pero
los dedos consagrados del sacerdote (añadió volviéndose al confesor), son
mucho mejores. En esta cruz la bendición puede llegar a faltar; pero la
consagración de los dedos as indeleble y eterna. Ni la muerte ni el infierno
mismo pueden hacerla desaparecer. Aparecerá distinta y visible también en el
cielo. Esta consagración proviene del mismo Jesús, que nos ha salvado.
A alguien que le trajo una pequeña imagen de la Virgen, le dijo:
Está bendecida. Conservadla bien, y no la dejéis entre cosas no santas. Aquél
que honra y venera a la Madre da Dios sera protegido por Ella delante de su
Hijo Divino. Ayuda mucho el estrechar cosas benditas contra el corazón,
durante el asalto de las tentaciones. Conservadla bien.
Le llevaron una pequeña imagen y dijo, poniéndosela sobre el pecho.
Oh, la poderosa Señora! Esta pequeña imagen estuvo en contacto con una
imagen milagrosa.

XXXV
Una moneda de San Benito y otras reliquias
El Peregrino le presentó un vaso de cristal, donde había una moneda cosida a
un pañito de felpa. Ella dijo:
También el pañito está bendecido. Esta es una moneda consagrada a San
Benito. Es una consagración que San Benito dejó a su orden religiosa y está
relacionada con el milagro que sucedió cuando aquellos monjes le dieron
veneno, y él hizo la señal de la cruz y se quebró el vaso, cayendo en tierra los
fragmentos
Esta bendición preserva de la peste, del veneno, de los engaños y de los
asaltos del demonio. El paño colorado al cual se halla cosida la moneda,
estuvo sobre la tumba de San Wilibaldo y de Santa Valburga. Proviene de
aquél lugar donde destila un aceite milagroso el sepulcro de Santa Valburga.
He visto a los eclesiásticos que fueron descalzos para tocarlo en aquella
tumba, y lo cortaron así para ponerlo debajo de esta moneda, que fue
bendecida en aquel monasterio.
El Peregrino puso en sus maños una imagen de Santa Rfta de Cascia, que
había sido tocada con una gota de la sangre de los estigmas de la santa. Ana
Catalina dijo:
Veo una santa monjita, que parece sin huesos ni carne. No la puedo tocar.
En otra ocasión puso en sus manos un libro abierto, una de cuyas páginas
había sido bañada con la sangre de sus propios estigmas. Sonriendo, dijo:
Qué es esta florecilla tan graciosa, estriada de rojo y de blanco, que sale del
libro y viene al medio de mis maños?.
Otra día que el Peregrino le presento la misma página, preguntándole si había
tocado algo sagrado, contestó:
Si; tocó las llagas de Jesucristo.
Una dama de París le había enviado una imagen que habfa estado en contacto
con los huesos de San Bobadilla. Ella se la puso sobre la frente. El santo se le
apareció y le prestó ayuda en sus dolores. Ella vió todo su martirio.

El Peregrino le dió un anillo roto que había estado en contacto con la tumba de
San Nicolás de Flue. Ana Catalina dijo al punto:
He visto que el hermano Nicolás se separó de su familia y cómo, porque estaba
casado, no ponía allí sino solo lo corporal, lo espiritual se reforzaba y se volvía
más potente. He visto la rotura de la unión carnal, de un modo particular, como
la rotura de un anillo, y tuve en esta ocasión una enseñanza sobre el
matrimonio carnal y el espiritual. El anillo bendecido en la tumba de San
Nicolás fue el motivo para que yo tuviese esta visión. El anillo había sido
bendecido en honor del hermano Nicolás.