Reconocimiento de reliquias – Sección 1

I

Cómo reconoce las reliquias
‘Tu has recibido, me dijo el Ángel un día, el don de ver la luz que sale de las
reliquias de los santos por la disposición que se te ha dado en orden a la
comunidad de los miembros del cuerpo de la Iglesia; pero la fe es la condición
de toda disposición para recibir la influencia y la acción segradas».
Estando despierta veo a veces como un cuerpo luminoso y mil rayos de luz que
suben desde la tierra y se hacen una sola cosa con ese cuerpo. Muchas veces
uno de los hilos de luz se rompe y vuelve atrás; entonces en ese punto nace
una sombra. (Imagen de la comunion de los fieles por las oraciones y obras
buenas). Me es difícil explicar claramente estes cosas. Veo la bendición y los
efectos de las cosas benditas como cosas que santifican y salvan, como luz
que difunde luz. La maldad, la culpa y la maldición las veo oscuras y
tenebrosas, produciendo efectos de perdición. Veo la luz y las tinieblas como
cosas vivas, que producen respectivamente luz o tinieblas.
Conozco hace mucho tiempo las reliquias verdaderas, y las distingo de las
falsas; temiendo que las falsas sean veneradas, he enterrado muchas de ellas.
Mi guía me dijo que era gran abuso hacer pasar por verdaderas reliquias los
objetos simplemente tocados en ellas. Estando cierta vez preparando hostias
en el convento, sentí vivo deseo de acercarme a un armario y como impulsada
hacia él. Entonces alcé un relicario con reliquias y no pude descansar hasta
que no fueron de nuevo honradas.
(19 de Julio). Se me ha dicho que ninguna persona tuvo jamás el don de
discernir las reliquias en el grado que se me ha concedido a mí; y la razón es
porque estas cosas están ahora en deplorable decadencia y es necesario
remediarlo.

II
Reliquias de santos enterrados en varios lugares
(1er. Domingo de Julio 1819)
He tenido que hacer un gran viaje. Fui conducida por mi guía a los lugares de
nuestro país donde están reposando huesos de santos ignorados por los
vivientes. Vi cuerpos enteros de santos sobre los cuales se han construido
edificios y lugares donde antes ha habido iglesias y conventos. Allí había filas
enteras de cadáveres y entre ellos algunos cuerpos de santos. También aquí,
en Dülmen, vi enterrados restos sagrados entre la iglesia y la escuela. Los
santos a quienes pertenecían acercabanse a mí desde los coros celestiales, y
cada uno me decía: «Éstos son mis huesos».
También vi que estos tesoros, aunque tan poco estimados, traen, sin embargo,
salud a los lugares que por esta causa se libraron de graves calamidades, y
que otros pueblos más recientes han padecido muchos males, porque no
poseen tales tesoros. No puedo decir en cuantos lugares, admirables y
desiertos, entre muros, casas y rincones, estuve, donde yacen ocultos y
despreciados magníficos tesoros de reliquias. Las honré y pedí a los santos
que se dignaran no privar al pueblo de su amor y amparo.
Fui al anfiteatro de Roma y vi la gran multitud de santos que allí padecieron
martirio. Estaba presente mi celestial Esposo en forma de un joven de doce
años. Los santos, cuyo número es incalculable, estaban divididos en coros y al
frente de ellos se veía a los que los habían instruido y dado fortaleza. Tenían
en la cabeza una especie de mitra, de la cual salían dos cintas que les caían
por la espalda, y vestían largos mantos blancos adornados de cruces. Entré
con ellos, en las bóvedas subterráneas, en las que había calles, estancias,
espacios circulares en forma de capillas, y donde se reunían; en varios de
estos espacios se levantaba una columna que sostenía la bóveda. En los
muros habían cavidades rectangulares y con frecuencia huesos en ellos.
Mientras los santos me conducían de un lugar a otro, decíanme, ya uno, ya
otro, el que hacía de guía en los diferentes lugares: «Mira, aquí vivíamos
nosotros en tiempos de persecución; aquí enseñábamos y celebrábamos los
misterios de la redención».
Mostráronme también altares prolongados y cuadrados, de piedras, que salían
del muro, y otros redondos con bellos símbolos tallados, donde se habían
celebrado los divinos oficios, y me decían: «Entonces vivíamos en la oscuridad,
sin pompa exterior; pero la luz y fortaleza de la fe estaban con nosotros».
De este modo, hablando conmigo algunas palabras, aunque pocas, cada uno
de los guías desaparecía con su respectivo coro de los lugares donde habían
cumplido su deber. Algunas veces salíamos a la luz y visitábamos otros
subterráneos; pero no pude comprender cómo hubieran jardines y palacios
sobre el lugar donde estábamos sin que sus habitantes supieran nada de esto,
ni como habían sido hechas esas excavaciones.
Finalmente quedaron solos, en mi compañía, un anciano y mi Esposo juvenil.
Entramos en un lugar muy amplio cuya forma no puedo determinar, pues no lo
dominaba con la vista. En lo alto había esculturas de todo género, y la bóveda
descansaba sobre columnas. Bellísimas estatuas, mayores que las de tamaño
natural, yacían en el suelo. El espacio se estrechaba por un lado formando
ángulo, en el cual había, separado del muro, un altar y detrás de él, estatuas
contra la pared. Vi también sepulcros esculpidos en los muros y en ellos
huesos que no resplandecían. En los ángulos había pergaminos amontonados,
del tamaño de un codo de largo y algo más cortos, gruesos como un rollo de
tela. Me figuré que serían libros. Viendo todo esto tan bien conservado y aquel
espacio tan limpio, me dije a mi misma: «Aqui vivirías tu muy contenta, visitando
estos lugares y ordenando las cosas». Arriba había murallas, jardines y un gran
palacio. Me vino de repente la idea de que aquel subterráneo quizás será
descubierto un día por efecto de alguna gran destrucción. Si yo estuviera allí
creo que lo hallaría; se puede entrar sin derribar cosa alguna. Aquí no se me
dijo nada; solamente hube de ver lo que había. Ignoro la causa. El anciano
desapareció. Tenía una mitra semejante a las anteriores y muy larga barba.
Después, el joven me llevó a casa.

 

III
Lugares de reliquias olvidadas
(1820)
Fuí de nuevo conducida a innumerables lugares donde reposan reliquias
ocultas y enterradas, enteramente ignoradas. Estuve dentro de cuevas, entre
polvo y corrupción, en bóvedas de iglesias antiguas, en sacristías y sepulcros,
y honré los cuerpos olvidados y dispersos de los santos. Vi que eran
resplandecientes, fecundos en bendiciones, y que el olvido de ellos crecía a
medida que crecía la decadencia. Vi que las iglesias construídas sobre ellos
quedaban desiertas y oscurecidas a medida que dejaban de ser honrados; y
que el culto de los Santos y de las reliquias decaía en el mismo grado en que
disminuía el culto del Santísimo Sacramento. Vi cuán malo es recibir solo por
hábito exterior el Santísimo Sacramento. En expiación de tales olvidos y
desprecios hube de padecer graves penas. En la Iglesia espiritual me fueron
mostrados el valor y los efectos de las santas reliquias que yacen ahora
despreciadas sobre la tierra.

IV
Una iglesia espiritual donde se juntan las más grandes reliquias
He visto una iglesia octangular. No había en ella altar; pero en el centro se
juntaban, sobre un candelabro de muchos brazos, los tesoros de esta iglesia,
como ramilletes de flores que se abrían. Vi que aquellas cosas sagradas eran
dispuestas y ordenadas por los mismos santos que las habían reunido, como
adornos preciosos que crecían incesantemente en el candelabro. Los santos
que traían algún tesoro, ocupaban su lugar en el recinto de la iglesia y muchas
veces eran traídos sus propios restos por otro santo que llegaba después. Vi a
los discípulos que traían la cabeza de San Juan Bautista; y a la Santísima
Virgen trayendo vasos con la sangre de Jesús. Vi estos vasos de cristal y en
uno de ellos sangre aún resplandeciente y clara. Todo estaba en preciosos
relicarios, semejantes a los que en las iglesias contienen las santas reliquias. Vi
hombres y mujeres santas del tiempo de la Santísima Virgen dejar allí reliquias
de esta gran Señora en preciosos vasos; eran puestas en lugar preferente, a la
derecha, en el centro del relicario. Luego vi una cruz, en la misma forma en que
la veo de ordinario, ser introducida en la iglesia por una mujer coronada y
quedar suspendida en el centro sobre las reliquias de María. En la cruz estaban
hincados los tres clavos y la tabla que sirvió de apoyo a los pies del Señor y la
inscripción. Vi alrededor de la cruz todos los instrumentos de la pasión muy
bien ordenados: la escalera, la lanza, la esponja, la caña, los azotes, la maza,
la columna, las cuerdas, el martillo y otros más. La corona de espinas pendía
del centro de la cruz.
Durante la traslación y expos1C1on de éstos objetos sagrados tuve
constantemente visiones, fuera de la iglesia, de lugares próximos y remotos,
donde había algunos de éstos instrumentos de la pasión y supe con certeza
interior que algunas de las cosas que veía estaban bien conservadas y eran
veneradas. De la corona de espinas se conserva gran parte, en diversos
lugares. Vi que la partícula de la lanza que poseo, es verdaderamente del asta
de la sagrada lanza. Vi en innumerables direcciones, en altares, en iglesias, en
bóvedas, en muros ruinosos, sobre la tierra o debajo de ella, fragmentos de
aquellos santos huesos y reliquias que estaban expuestos en la iglesia
espiritual. También vi traer a la iglesia, por Obispos, algunos cálices y copones
con hostias consagradas y corporales mojados en la sacratísima sangre de
Nuestro Señor Jesucristo. Todo esto fué colocado encima de la cruz.
Luego vinieron los huesos de los primeros mártires y de los apóstoles, y fueron
puestos al pie de la cruz. Después las reliquias de ejércitos de mártires, de
sacerdotes, de confesores, de papas, de vírgenes, de ermitaños, de monjes,
etcétera, las cuales fueron expuestas en preciosos vasos, en cajitas muy bien
adornadas, en relicarios en forma de torres y en admirables guarniciones de
joyas.

Finalmente se formo al pie de la cruz una montana de tesoros y la cruz fué
subiendo a medida que crecía la montaña, hasta que llegó a una especie de
Calvario resplandeciente. Los portadores de las reliquias eran los que las
habían exaltado y venerado en la tierra y las más de las veces aquellos cuyos
restos habían de ser luego venerados. Todos aquéllos cuyas reliquias estaban
allí presentes, se veían ordenados en coros, según su categoría y estado, y
con ellos se llenaba la iglesia cada vez más. Sobre ellos resplandecía el cielo
abierto y todo parecía lleno de gloria, pues era la Jerusalén celestial. Las
reliquias estaban circundadas por los colores de la gloria de sus respectivos
santos. Los santos también resplandecfan con tales colores, y de esta suerte
se hallaban ellos en admirable relación con sus huesos y sus huesos con ellos.

V
Abandono general de las reliquias en nuestros tiempos
Después vi acercarse a aquella iglesia a muchos hombres espléndidamente
vestidos, y circundarla, veneréndola, desde la parte exterior. Vi a estos
hombres vestidos con trajes de todas las épocas, desde las más remates hasta
las nuestras. Todos honraban rectamente a los santos y a sus reliquias, como a
miembros del cuerpo de Jesucristo, vasos santificados de la divina gracia, por
Jesús y en Jesús. Vi cuan benéficamente obraron los santos en estos hombres,
difundiendo sobre ellos, como rocío del cielo, prosperidades y bendiciones.
Me alegré porque en estos últimos tiempos he visto en algunos lugares a
personas, a quienes en parte conozco, que honran con sencillez las santas
reliquias. La mayor parte de estas personas eran labradores, que honraban con
candor infantil las reliquias que había en la iglesia. Vi con gran alegria, entre
ellos, a mi hermano, que veneraba con sencillez las sagradas reliquias de los
santos, los cuales hacían descender bendiciones sobre sus campos.
Vi también, bajo el símbolo de una iglesia ruinosa, el estado actual de
veneración de las reliquias. Vi las reliquias abandonadas, dispersas, cubiertas
de polvo, entre cieno e inmundicias; pero aun así vi que difundían luz y
bendición. He visto a la misma iglesia en el mismo estado lamentable que las
reliquias. Entraban en ella muchas personas, pero cercadas de oscuridad; solo
una que otra sencilla parecía resplandeciente. Los peores eran muchos
sacerdotes, que se hallaban circundados de tinieblas sin poder dar siquiera un
paso hacía adelante. Parecía que ni siquiera habrían encontrado la puerta, si a
pesar de su indignidad no llegasen a ellos algunos tenues rayos que salían de
las reliquias y penetraban a través de las tinieblas.
Vi imágenes de la historia de la veneración de las reliquias.
Vi levantarse sobre las reliquias altares, que por la veneración que se les
tributaba se convirtieron en capillas e iglesias, las cuales vinieron después a
tierra a consecuencia del desprecio en que eran tenidas las mismas reliquias.
Vi que en el tiempo en que todo era tinieblas y oscuridad, las reliquias fueron
dispersas, y los relicarios de metales preciosos, fundidos y convertidos en
dinero. Vi que la dispersión de las reliquias es mayor mal que la enajenación de
los relicarios. Las iglesias donde las reliquias fueron dispersas y no recibieron
el honor debido, las vi decaer y destruidas muchas de ellas. Estuve en Roma,
en Colonia y en Aquisgrán, y vi grandes tesoros tenidos en mucha veneración.

VI
Reconoce las reliquias verdaderas y explica la relación del alma con el
cuerpo de los santos
Cierta vez que le presentaron unas reliquias, Ana Catalina declaró:
Ya veo lo que usted me da. No puedo describir la impresión que me causa. Veo
y no sólo veo, sino siento una luz a modo de fuego fatuo, unas veces más
clara, otras mas pálida, y siento que esta luz me circunda como llama que se
agita a impulsos del viento. Veo también la relación de esta luz con un cuerpo
luminoso , y de este cuerpo con un mundo de luz que surge de una luz.

VIl
Reliquias de San Pedro, Lázaro, Martha y Magdalena
La Hermana Sóntgen trajo a Ana Catalina un envoltorio conteniendo reliquias.
Tomó/o ésta entre las manos y dijo:
Este es un gran tesoro; aquí dentro hay reliquias de San Pedro, de su hijastra
Santa Petronila, de San Lázaro, de Martha y de Magdalena. Este tesoro hace
tiempo que ha llegado de Roma. Esto sucede con las reliquias que no se
encuentran ya en posesión de la Iglesia, sino de personas privadas. Este
relicario ha sido heredado, donado, echado en medio de objetos viejos de poco
valor, hasta que por acaso llego a maños de la Hermana Sontgen. He de
interesarme para que sean dignamente honradas estas reliquias.
A propósito de este asunto narró la vidente que una hebrea había encontrado
un pequeño relicario entre varias prendas de vestido compradas. Desde ese
momento fué presa de tal inquietud, que determinó hacerlo llegar a manos de
Ana Catalina, la cual habla visto en visión todo lo sucedido, y sonrió cuando le
trajeron el precioso relicario.

VIII
Pruebas con reliquias falsas. La reina Semíramis
Un párroco incrédulo al reconocimiento de las reliquias, hizo llegar a manos de
Ana Catalina, por medio de Cristiano Brentano, tres sobres cerrados
conteniendo fragmentos de huesos. La vidente tomó uno en sus manos y contó
lo siguiente:
He visto en lontananza tumbas oscuras y desiertas, con huesos negros; de
sagrado y de santo no he sentido nada absolutamente. He visto al párroco
tomar fragmentos de aquellos huesos.
Después me encontré en una capilla oscura sobre una elevación. En torno
reinaba frío, niebla y oscuridad. Allí me dejo mi guía y he visto acercarse a mi
una figura muy atrayente y benévola. Al principio creí que fuera un ángel; pero
bien pronto sentí miedo y fuf presa de un sentimiento de terror. Pregunté a la
sombra: «Quién eres tú? …. » La aparición me respondió con dos palabras en
idioma extranjero. Durante toda la mañana no pude entender el significado y
estaba maravillada. Ahora comprendo esas palabras; significan: Destructor de
Babilonia, Seductor de Judas. Aquella sombra me dijo también: «Yo soy aquel
espíritu que ha elevado a Semíramis babilónica y formado su imperio; soy
también aquél que ha dado origen a tu redención, puesto que hice que Judas
traicionase e hiciese prender a Aquél … «.
No nombró a Cristo. Me dijo ambas cosas como queriendo significar que había
hecho obras extremadamente buenas. Yo me hice la señal de la cruz en la
frente con el leño de la santa cruz. Entonces su aspecto se volvió horrible, y
con bramidos de rabia me echó en cara que le había arrebatado una jovencita
que él habia ganado para sí. Finalmente desapareció profiriendo terribles
amenazas.
Cuando pronunció aquellas palabras extranjeras, he visto a la joven Semíramis,
como pequeña niña a la sombra de bellos árboles, y he visto a este mismo
espíritu delante de ella presentándole toda clase de frutas. La niña lo miraba
audazmente a la cara. Yo veía en ella algo que me infundía repugnancia. Era
de apariencia bellísima, pero me parecía que sus formas terminaban en garras
y como si estuviese toda cubierta de puntas. He visto que él nutría a la niña y la
proveía de juguetes y bagatelas. En torno veíase una hermosa comarca:
tiendas, bellas praderas, rebaños de elefantes y otros animales guiados por
pastores. He visto de una mirada como Semíramis se enfurecía contra aquella
estirpe piadosa de gente que Melquisedec condujo fuera de su dominio. He
visto cuantas abominaciones cometía Semiramis y como, no obstante, era
adorada como una diosa.
Por la segunda palabra que pronunció aquel espíritu vi en cuadro a Jesús en el
Monte de los Olivos, la traición de Judas, y la pasión entera de Nuestro Señor.
No podia comprender cómo y por qué se me había aparecido este espíritu.
Quizas estos huesos sean de algunos paganos y así el enemigo tuvo poder de
acercarse a mí. Me fué prohibido severamente por mi guía celestial tocar ni un
fragmento de aquellos huesos. «Te lo ordeno, me dijo, en nombre de Jesús.
Hay en ello una grave tentación y una traición. Podrías incurrir por esto en
graves pérdidas y daños. No se deben arrojar las perlas delante de los
puercos; esto es, a aquéllos que no creen. Las perlas deben ser ligadas con
oro. Continua en reconocer los huesos, pero sólo aquellos que te son enviados
por voluntad de Dios».

IX
Reliquias enviadas por un sacerdote de Suiza
Habiendo recibido ciertas reliquias enviadas por un sacerdote de Suiza, Ana
Catalina dijo:
No he visto ningún cuadro preciso acerca de estas reliquias. He visto que el
sacerdote que las ha enviado era bueno y piadoso; pero he visto que en su
comunidad hay personas que se inclinan a un pietismo falso y no católico. El no
las sabe distinguir y las tiene por buenísimas. He visto que estas personas
difundían oscuridad y tinieblas: no se atienen a los usos de la iglesia y no los
aprecian. Por otra parte, aún no se han revelado en sus sentimientos y todo
permanece aún en el secreto de sus corazones. En este momento oí una voz
cerca de mi que repetía: «Te olvidas de nosotros». Era un aviso de los otros
huesos. Me fue avisado nuevamente no recibir huesos de extranjeros, sino
examinar primero completamente mis antiguas reliquias, y guardarme de recibir
reliquias para reconocer, aún cuando me fuesen enviadas por Santos
sacerdotes, ya que de esto me podía provenir grandísimo daño.

X
Recibe de nuevo reliquias desconocidas
Esta severa prohibición fué violada por el Peregrino, quien por hacer un favor a
un amigo paso en manos de la vidente reliquias que ella crefa eran de los
relicarios de su armario. Al día siguiente narró lo que sigue:
Mi guia me ha reprendido severamente y me castigó por que, contra su
prohibición, he recibido y retenido las rel iqu ias. He olvidado enteramente lo
que al respecto he visto. Me ha advertido nuevamente que no es ahora el
tiempo de reconocer huesos extraños. Esto de recibir sin reflexión reliquias
podrá fácilmente confundirme: el distinguir y reconocer reliquias no es cosa que
se pueda hacer según capricho. Es una gracia y vendrá el tiempo en que
tendré que reconocer otros huesos, además de los que ya tengo en mi poder.
Me dijo, además, que debía pensar en la historia del pequeño envoltorio. Me
recordó que yo había visto respecto del párroco … un cuadro en que dicho
párroco decía con ligereza que no había nada de cierto en todo lo que se decía
de mi, relativo al don de reconocer las reliqu ias ; que debía yo pensar en lo que
sucedió por este su modo de proceder. Me dijo que debía por ahora rehusarme
a recibir y retener semejantes huesos, fuera de los que me pertenecían.

XI
Es nuevamente probada en el don de reconocer reliquias
Un amigo del Peregrino quiso probarla nuevamente, pensando que el don de
reconocer reliquias pudiera ser fenómeno de magnetismo. Ana Catalina dijo:
El juicio de su amigo respecto a mi y los fenómenos que se observan en mi
persona, es falso. Por esto me ha sido prohibido absolutamente por mi guía
recibir cualquier sagrada reliquia, puesto que tal persona no tiene otro intento
que hacer tentativas. Me fue dicho que por estas pruebas puedo caer en
graves confusiones, pues él habla luego de estas cosas con otras personas
pretendiendo demostrar cosas completamente extrañas a la realidad. Las
cosas no proceden como él se las imagina re lativamente al don y al poder de
reconocer las reliquias que me ha sido concedido. Yo veo a fondo su falsa
opinión cuando habla y esta opinión es completamente inexacta respecto de
mis cosas. Acerca de esto he sido hace tiempo informada y advertida en visión.

XII
Ve a varios santos y Mártires
(31 de Diciembre de 1818) El Peregrino refiere que la monja Neuhaus entró en
la pieza llevando un paquete que depositó sobre la mesa. Ana Catalina le dijo:
Ah!, tu sacas el tesoro fuera de tu pieza y dejas allí el polvo. He aquí a
Ludgario; está aquí.
Luego hablando con el Peregrino, añadió:
Veía en torno de esas reliquias una apariencia de luz, un esplendor cándido
como leche, más luminoso y mucho más intenso que la luz del día. Como un
pequeñísimo fragmento cayera al suelo vi que una centella de luz se fué bajo el
armario.
El Peregrino explicó: «Yo, pobre ciego, busqué esa partícula, y la encontré. La
vidente prosiguió:
Cuando el Peregrino se puso a mirar aquella reliquia, me senti arrebatada en
éxtasis y una voz me dijo: «Este es un hueso
de Ludgario». En seguida he visto al santo Obispo con sus insignias y su bastón
pastoral en medio de la comunidad de los santos. Después me fueron
mostrados, unos después de otros, muchos Santos, y Santa Escolástica sobre
muchas otras monjas; pues en la mesa había un fragmento de sus huesos.
He visto a Afra en medio de las monjas y debajo, un hueso, cerca del
Peregrino. Me fué mostrada otra monja en medio de las demas y me fué dicho:
«Esta es Emerencia y debajo tienes su hueso». Me admiré, pues jamás había
oído pronunciar este nombre. Después vi a otra monja con una corona de rosas
sobre la cabeza, que sostenía delante de sí, con ambas manos, otra corona de
rosas. Me fue dicho: «Esta es Resalía, que tanto ha hecho por los pobres. Tiene
en sus manos esta corona de flores como en otro tiempo tenía las limosnas
que distribuía, y allí hay un fragmento de sus huesos». Después he visto a otra
monja brillar en medio de la multitud, y me fue dicho: «Esta es Ludovica y allí
esta su reliquia. Mira cómo distribuye limosnas». Tenía el delantal lleno de
panes, que distribuía a muchos pobrecitos. He visto a un Obispo y me fué dicho
que había vivido en tiempos de Ludgario y que habían obrado de acuerdo y se
habían conocido, aunque estaban muy lejos el uno del otro. He visto a una
virgen que habia vivido en el mundo, todavía muy joven, con vestidos de la
Edad Media, aunque puramente aéreo y espiritual ; estaba en medio de otras
bienaventuradas virgenes. Qué maravilla! Su cuerpo había sido hallado entero
e incorrupto; su santidad fué reconocida, y sus huesos y reliquias puestos con
los otros Santos.
He visto un sepulcro abierto, que había sido anteriormente murado, y algo más
allá, en los primeros tiempos del cristianismo, a un jovencito delicado, y junto a
él a otros seis con una mujer. Me fué dicho el nombre de Felicitas y me fué
mostrada una plaza casi redonda, con muros sostenidos por arcos, y me fué
dicho: Allá, en aquellas cavernas, estaban las bestias feroces; y allá abajo, en
aquellas cárceles, del otro lado, estaban prisioneros los mártires, atados con
cadenas, para ser luego destrozados por las fieras. He visto también gente que
venía de noche, caveba y se llevaba los huesos de los mártires. Me fué dicho:
«Esto lo hacen secretamente; son amigos de los mártires, y así estos sagrados
huesos han llegado a Roma y más tarde repartidos.

XIII
Presencia martirios en el anfiteatro romano
Una semana después, el Peregrino presentó las reliquias que aún quedaban en
la caja traída por la joven Neuhaus. Ana Catalina dijo:
Veo a Isabel de Turingia con una corona en una mano y una cestilla en la otra.
De la cestilla caen rosas de oro sobre un pobre que estaba debajo de ella. He
aqíi a Bárbara. La veo con una corona en la cabeza y un caliz con el
Sacramento en la mano. Mirando varias reliquias la vidente añadió: Estos son
huesos recogidos en Roma donde martirizaban a los cristianos.
Luego se sintió transportada en éxtasis y describió al Peregrino los lugares y
los tormentos de los mártires; nombraba las partes de los huesos, las distribuía
y entregaba al Peregrino, para luego clasificarlas. Al final de estas visiones
preguntó a su guía celestial cómo habían venido esas reliquias. Aquél
respondió:
Fueron desenterradas hace mucho de los lugares de los martirios, y pasando
de sitio en sitio han venido a parar a Münster; pero aquí fueron postergadas por
algunas novedades y al fin fueron arrinconadas completamente. Ana Catalina
continuo:
Me encontré de pronto en una ciudad extranjera, maravillosa, sobre la
superficie alta de un muro circular que encerraba una plaza redonda. Yo estaba
sobre la entrada, desde la cual, a derecha e izquierda, salían escaleras
internas; de un lado había prisiones. cuyas puertas se abrían hacia la plaza; del
otro lado, ciertos espacios donde encerraban a las bestias. Detrás de ellos
había ciertos ángulos donde se arrastraban a los verdugos cuando abrían las
puertas a las fieras. Frente a la entrada, cerca del muro se levantaba, en la
plaza, un sitial de mármol, al cual se llegaba por dos series de gradas laterales.
Allí sentébase la mujer del impío Emperador y junto a ella, otras dos mujeres
de aspecto tiránico. Detrás de esta tribuna, en la parte superior, estaba sentado
un hombre que parecía tener potestad y mando; se agitaba de un lado a otro
dando órdenes. Fué abierto uno de los antros de las fieras y salió una bestia
parecida a un gato descomunal lleno de manchas. Los verdugos estaban
detrás de las puertas y se resguardaban en las cavidades; luego subían
corriendo las escaleras y se quedaban en lo alto del anfiteatro. Los verdugos
habían sacado fuera de las cárceles del frente a una virgen, quitándole los
blancos vestidos superiores. Resplandecía como todos los mártires y estaba
tranquila, con los ojos elevados y las manos cruzadas sobre el pecho, sin la
menor inquietud, en medio del anfiteatro. La fiera no le hizo daño alguno; antes
bien se humillaba delante de ella; luego se levantó, echándose sobre los
verdugos, que con piedras y gritos trataban de enfurecerla contra la mártir.
Como la fiera no quiso atacar a la virgen, fué retirada; no sé como sucedió
esto, pero la bestia fue encerrada. La doncella fué luego conducida a otro lugar
destinado a los mártires, rodeado solo de empalizadas. Allí fué puesta sobre
una piedra, atada a un palo, con las manos detrás de las espaldas, y
decapitada. Había tendido por si misma sus brazos hacia atrás. Tenía los
cabellos entrelazados; era sumamente graciosa, y no se descubría en ella
señal alguna de angustia o de temor.
Después fué conducido un hombre al anfiteatro; le quitaron el manto, quedando
sólo con un vestido que le llegaba a las rodillas. Las bestias no le hicieron
daño, y fue también decapitado. Fué, como aquella virgen, echado de un lado a
otro con aguzadas varas de hierro. Estos martirios turban de tal menera y
causan al mismo tiempo tanta alegría; son tan graves y, con todo, conmueven y
excitan tan potentemente que el ánimo se aflige y deplora sin embargo no estar
siempre presente en tales escenas. Los verdugos se ven a veces tan
poderosamente conmovidos por el comportamiento magnífico de los mártires,
que se precipitan hacia ellos y los abrazan, confesando en alta voz a Cristo
Jesús; y frecuentemente son atormentados juntamente con los mártires.
He visto a un mártir en el anfiteatro; una leona se echó sobre él, lo arrastró de
un lado a otro y luego lo desgarró en pedazos. He visto a muchos perecer
quemados dentro de otro anfiteatro, y con uno de los mártires, he visto que las
llamas se precipitaron hacia los verdugos y abrasaron a muchos. He visto
martirizado a un sacerdote que había asistido secretamente y consolado a
muchos mártires; estaba en manos de dos verdugos que, empezando por los
pies, le cortaban miembro por miembro, y, mostrándoselos, le preguntaban si
querfa retractarse. El mártir, aunque era solo un tronco, estaba lleno de gozo y
seguía alabando a Dios, hasta que le cortaron la cabeza.