Visiones de los santos, de los mártires y los apóstoles – Sección 1

I
Fundación de la Iglesia de Roma por San Pedro
El 18 de Enero llegó Pedro a Roma en compañía de los discípulos Marcial y Apolinar y
de un acompañante llamado Marción. Desde Antioquía había ido, en el año 43, a
Jerusalén; después a Nápoles y a varios otros lugares, hasta llegar a Roma. Fue recibido
muy bien, tanto él como sus ayudantes, por un tal Léntulo, noble romano que tenía
conocimiento de la llegada de Pedro. Muchos romanos que habían oído la predicación
de Juan, sabían del Mesías y de sus milagros. Léntulo se puso en comunicación con
estas personas y se hizo narrar muchas cosas acerca del Mesías. Concibió tal amor y
deseo hacia Jesús, que en una grave necesidad que le afligió, tomó un lienzo finísimo y
habiéndolo hecho tocar por Jesús por intermedio de persona de su confianza, después
guardó esa prenda con grandísima devoción y reverencia. Deseaba Léntulo pintar la faz
de Jesús, por lo cual tuvo Pedro que darle muchos detalles sobre el particular. Muchas
veces intentó pintar el rostro y siempre le decía Pedro que aun no se parecía al original.
En una ocasión quedóse dormido en su trabajo, y, al despertar, encontró terminada su
obra de modo maravilloso, con un perfecto parecido. Léntulo fue uno de los primeros
discípulos de Cristo en Roma. Pedro habitaba en la casa de Pudente, que consagró
como primera iglesia de Roma. Léntulo regaló muchas cosas para esta primera iglesia.
Desde Roma fue Pedro a Éfeso, a la muerte de María, y de paso visitó a Jerusalén.
Estuvo en la silla episcopal de Roma por 25 años. En el año 69 fue crucificado. siendo
de 99 años(*).
(*)Muchos creen que la muerte de San Pedro tuvo Lugar el año 67.

II
San Andrés apóstol
Después de la dispersión de los apóstoles, trabajó primeramente Andrés(**) en Scitia;
mas tarde en Epiro y en la Tracia, finalmente en la comarca de Acaia, en Grecia. Desde
este lugar fue enviado, en visión, junto al apóstol Mateo, el cual había sido detenido con
unos discípulos y sesenta cristianos en una ciudad de Etiopía. Le habían echado a Mateo
veneno en los ojos, lo cual le causaba mucho dolor. Andrés marchó hacia donde estaba
Mateo. Lo sanó de su mal y libró de sus ataduras a los cristianos que estaban
encadenados. Predicó en la ciudad hasta que se levantó una conmoción contra él; fue
tomado preso y con los pies atados fue arrastrado por las calles. Andrés, mientras tanto,
rogaba por sus atormentadores, los cuales se conmovieron tanto, que al fin le pidieron
perdón y terminaron por convertirse. Después de esto volvió Andrés a Acaia y allí sanó
a un endemoniado ciego y resucitó a un niño muerto. Estuvo también en Nicea, donde
constituyó un obispado. En Nicomedia resucitó a otro niño muerto y sosegó una furiosa
tempestad en el Helesponto. En una ocasión en que salvajes macedonios le amenazaban
de muerte, fueron éstos atemorizados por un resplandor del cielo que los arrojó en tierra.
En otra ocasión, fue arrojado a las bestias feroces, pero quedó libre también de este
peligro. En Patras, ciudad de la Acaia, sufrió el martirio. Presentado ante el procónsul
Egeas, hizo el apóstol una valiente confesión de su fe y fue arrojado a la cárcel. El
pueblo, que lo amaba mucho, lo quiso librar por la fuerza, pero el santo apóstol les rogó
no le privasen del placer de recibir la corona del martirio. El juez lo condenó a morir
crucificado. Cuando Andrés vio la cruz de lejos, exclamó; «¡Oh, buena cruz, tanto
tiempo deseada, tan ardientemente amada y buscada!» Dos días estuvo pendiente de la
cruz y desde allí predicaba a la gente la fe de Cristo. Maximila, la tía de Saturnino,
recibe su cuerpo, lo embalsama y sepulta. Su muerte ocurre en el año 93 de la era
cristiana.
(**) Abdías, escritor antiquísimo, escribe la vida del santo en 42 capítulos narrando
hechos de conformidad con la vidente. Vicente Bellovacense cita como fuente Ex actis
ius, es decirlas actas de San Andrés, que ya en el segundo siglo se leían en las Iglesias.

III
Santiago el Mayor, apóstol de España (*)
Desde Jerusalén viajó Santiago, a través de las islas griegas y de Sicilia hasta España,
deteniéndose en Galicia. Como no fue recibido bien en esta región, se dirigió a otra. Con
todo, no le fue mejor en este lugar. Lo tomaron preso y hubiera sido asesinado, si un
ángel no lo hubiese librado milagrosamente de las manos de sus opresores. Dejó en
España a siete discípulos y se trasladó, pasando por Marsella, en el sur de Francia, a
Roma. Más tarde volvió a España y se dirigió desde Galicia, a través de Toledo, a
Zaragoza. Aquí se convirtieron muchos de los naturales del lugar; barriadas enteras
reconocieron a Cristo y se despojaron de sus objetos de idolatría. He visto aquí a
Santiago en grandes peligros. Fueron lanzadas víboras contra él; pero el apóstol las
tomaba tranquilamente en sus manos. Nada le hacían. Al contrario, se volvían furiosas
contra los sacerdotes de los ídolos, que empezaron desde entonces a temerle y a
respetarlo. He visto después como empezando apenas a predicar en Granada, fue preso
con todos sus discípulos y convertidos. Santiago llamó en su ayuda a María, que
entonces vivía aún en Jerusalén, rogándole lo ayudase, y he visto como, por ministerio
de los ángeles, fue librado de modo sobrenatural, él con sus discípulos, de la prisión. Le
fue impartida la orden de María, por medio de un ángel, de ir a Galicia a predicar allí la
fe, y luego volver a su residencia de Zaragoza.
He visto más tarde a Santiago en gran peligro por causa de una persecución y tempestad
contra los fieles de Zaragoza. He visto al apóstol rezando de noche con algunos
discípulos junto al río, cerca de los muros de la ciudad; pedía luz para saber si debía
quedarse o huir. Él pensaba en María Santísima y le pedía que rogara con él para pedir
consejo y ayuda a su divino Hijo Jesús, que nada podía entonces negarle. De pronto vi
venir un resplandor del cielo sobre el apóstol y aparecieron sobre él los ángeles que
entonaban un canto muy armonioso mientras traían una columna de luz, cuyo pie, en
medio de un rayo luminoso, señalaba un lugar, a pocos pasos del apóstol, como
indicando un sitio determinado.
La columna era bastante alta y esbelta, de un resplandor rojizo, con vetas de varios
colores y terminaba arriba como en un lirio abierto, que echaba lenguas de fuego en
varias direcciones; una de ellas iba al Occidente, hacia Compostela; las demás, en
diversas direcciones. En el resplandor del lirio vi a María Santísima, de nívea blancura y
transparencia, de mayor hermosura y delicadeza que la blancura de fina seda. Estaba de
pie, resplandeciente de luz, en la forma en que solía estar en oración cuando aun vivía
sobre la tierra. Tenía las manos juntas, y el largo velo sobre la cabeza, la mayor parte
del cual colgaba hasta los pies, como si estuviese envuelta en él. Posaba sus pies
menudos y finos sobre la flor que resplandecía con sus cinco lenguas. Aparecía todo el
conjunto maravillosamente delicado y hermoso.
Vi que Santiago se levantó del lugar donde estaba rezando de rodillas, recibió
internamente el aviso de María de que debía erigir de inmediato una iglesia allí; que la
intercesión de María debía crecer como una raíz y expandirse. Le dijo María que debía,
una vez terminada la iglesia, volver a Jerusalén. Santiago se levantó, llamó a los
discípulos que lo acompañaban, que habían oído la música y visto el resplandor; les
narró lo demás, y presenciaron luego todos cómo se iba desvaneciendo el resplandor de
la aparición. Después que Santiago realizó en Zaragoza lo que María le había ordenado,
formó un conjunto de doce discípulos, entre los cuales he visto que había hombres de
ciencia. Estos debían proseguir la obra comenzada por él con tanta fatiga y
contradicciones.
Santiago partió de España, para trasladarse a Jerusalén, como María le había ordenado.
En este viaje visitó a María en Éfeso. María le predijo la proximidad de su muerte en
Jerusalén, y lo consoló y lo confortó en gran manera. Santiago se despidió de María y
de su hermano Juan, y se dirigió a Jerusalén, donde al poco tiempo fue decapitado.
Santiago fue llevado al monte Calvario, fuera de la ciudad, mientras predicaba en el
camino y convertía a muchos oyentes. Cuando le ataron las manos, dijo: «Vosotros
podéis atar mis manos, pero no mi bendición y mi lengua». Un tullido que se encontraba
a la vera del camino, clamó al apóstol que le diera la mano y lo sanase. El apóstol le
contesto: «Ven tú hacia mi y dame tu mano». El tullido fue hacia Santiago, tomó las
manos atadas del apóstol y se halló sano. Vi a su entregador, llamado Josías, correr
hacia él y pedirle perdón. Este hombre confesó a Cristo y fue muerto por su fe. Santiago
le pregunto si quería ser bautizado y habiendo contestado que si, el apóstol lo abrazó y
besó, y le dijo: «Tú serás bautizado en tu propia sangre». Vi a una mujer llegarse
a Santiago con su hijo ciego y alcanzar de él la salud para su hijo.
Primeramente fue Santiago mostrado con Josías en un lugar elevado: allí se les leyó la
culpa y la sentencia en voz alta. Después lo he visto sentado sobre una piedra, a cuyos
lados fueron atadas sus manos. Le vendaron los ojos y le cortaron la cabeza. Habían
entretanto encerrado en su misma casa a Santiago el Menor. Hallábanse entonces en
Jerusalén: Mateo, Natanael Chased y Natanael el esposo (de Caná). Mateo moraba en
Betania. La casa de Lázaro hacia ya tiempo que estaba destinada para uso de los
discípulos, como igualmente sus posesiones en Judea. El castillo de la ciudad lo habían
ocupado los judíos. Después de la muerte del apóstol se produjo un gran tumulto en la
ciudad y muchos se convirtieron a la fe de Cristo.
El cuerpo de Santiago estuvo un tiempo en las cercanías de Jerusalén. Cuando se
desencadenó una nueva persecución, lo llevaron a España algunos discípulos, entre ellos
José de Arimatea y Saturnino. Pero la reina Lupa, que había perseguido a Santiago, no
permitió que fuese enterrado. Los discípulos lo depositaron sobre una piedra, la cual se
hundió y vació formando un sepulcro. Sucedió allí otra maravilla: algunos cuerpos allí
enterrados fueron arrojados de sus lugares. Por las insidias de Lupa los discípulos
fueron reducidos a prisión por el rey; librados milagrosamente de la cárcel, mientras
huían, fueron perseguidos por el rey y sus caballeros. El puente se rompió al pasar y
perecieron el rey y su gente. La reina Lupa, aterrada mandó a los discípulos cristianos
que fueran al desierto y tomando toros sa lvajes los uniesen al carro: que donde estos
animales condujesen el cuerpo de Santiago allí podrían edificarle una iglesia. Pensaba
que de este modo los animales feroces destruirían todo en su desenfreno. Los discípulos
encontraron, en su entrada al desierto, a un dragón, el cual, por la bendición de ellos,
reventó por medio. Los toros feroces, en cambio, se dejaron uncir tranquilamente y
llevaron el sagrado cuerpo al interior del mismo castillo de Lupa. Así sucedió que fue
enterrado Santiago en el castillo, puesto que Lupa se convirtió haciéndose cristiana, con
su pueblo. El castillo se convirtió en iglesia. En este sepulcro se obraron muchos
milagros. Más tarde se llevó su cuerpo a Compostela, que se convirtió en uno de los
más famosos lugares de peregrinación. El apóstol Santiago trabajó en España cerca de
cuatro años.
(*) Que Santiago fue a España a predicar lo afirman San Antonino; San Isidoro, en el
libro Vita et morte Sanctorum; Braulio, Arzobispo de Zaragoza (651); Juliano,
Arzobispo de Toledo, los Papas Calixto II, Pío V, Sixto V, el Venerable Beda. El
historiador Gretscher afirma que es antiquísima tradición de todas las iglesias de
España

IV
El apóstol San Juan Evangelista en Roma y en Asia Menor
Aunque en Éfeso podían vivir en paz los cristianos, con todo San Juan era tenido como
prisionero. Podía salir en compañía de dos soldados, y así visitaba con frecuencia a las
buenas gentes del lugar. En una de esas visitas se encontró con unos estudiantes, cuyo
maestro había hablado en contra de Juan y de su doctrina. Porque el santo había hablado
en contra de las riquezas, habían éstos comprado lingotes de oro y piedras preciosas, los
habían roto en trocitos y los habían arrojado a su paso en señal de desprecio. Querían
decir que ellos también, aunque eran paganos, sabían despreciar las riquezas sin por eso
tener necesidad de hacerse cristianos. Juan, sin embargo, les dijo que su proceder era
malbaratar el dinero y no era vírtud de pobreza ni de renunciamiento. Uno de los
estudiantes le propuso al santo que probase ajuntar los pedazos de oro y piedras
preciosas, como antes estaban; que entonces creerían en su Dios y en su doctrina. El
santo les dijo que juntasen ellos mismos los pedazos y se los trajesen. Lo hicieron así y
el santo les devolvió el oro y las piedras preciosas como habían estado antes. Entonces
se echaron a sus pies, dieron las riquezas a los pobres y se hicieron cristianos. Dos de
éstos, que habían regalado sus riquezas y seguido a Juan , se arrepintieron, al ver a sus
esclavos bien vestidos, de haberse hecho cristianos. He visto que Juan convirtió hierbas
del bosque y piedras de la orilla del mar, en pedazos de oro y piedras preciosas, por
medio de su oración, y se los dio a los dos, diciéndoles que volvieran a comprarse las
riquezas que habían dejado. Mientras el apóstol amonestaba a los jóvenes caídos, le
trajeron el cadáver de un joven, pidiéndole que lo resucitase. Eran muchos los que
hacían este pedido al apóstol. Juan oró y resucitó al joven y le mandó contase a los
jóvenes lo que sabía del otro mundo. El resucitado les habló de tal manera de las cosas
del otro mundo, que los jóvenes hicieron penitencia y se convirtieron. El apóstol les
impuso ayunos y los recibió de nuevo entre los fieles. El oro y las piedras preciosas
volvieron a ser paja y piedras, que arrojaron al mar.
Vi luego que muchos se convírtieron y que Juan fue reducido a prisión. Un sacerdote
idólatra dijo que si Juan tomaba un veneno sin sentir daño, creerían en Jesús y lo
dejarían libre. Lo hicieron marchar, acompañado de dos soldados, atadas las manos con
cuerdas, delante del juez, donde se había reunido mucha gente. He vísto que dos
condenados a muerte bebieron el veneno y cayeron muertos al instante. Juan rezó sobre
el vaso, y vi salir de él un vapor negro, acercándose, en cambio, una luz sobre él. Juan
bebió el contenido del vaso, y el veneno no le hizo daño alguno. El sacerdote idolatra
pidió más pruebas; exigió que Juan resucitase a los dos muertos. Juan le alargó su
manto, diciéndole que lo echase sobre los muertos, repitiendo las palabras que el apóstol
le enseñó. Cuando así lo hizo, se levantaron los dos muertos, y se convirtió casi toda la
ciudad. Juan quedó libre de sus cadenas. Otra vez he visto derrumbarse un templo
delante de Juan, porque le querían obligar a sacrificar a los ídolos. Vino como una
tempestad sobre el templo; el techo se desplomó sobre el edificio; una nube de polvo y
de escombros salió de puertas y ventanas, y también humo y fuego, pues los ídolos
quedaron derretidos por el calor.

V
El judío convertido y el joven extraviado
Un judío convertido, que todavía era catecúmeno, quedó reducido, en ausencia de Juan,
a la mayor pobreza y cargado de deudas que no podía pagar, y por esta causa era muy
molestado. Un perverso judío le sugería la idea de que tomase veneno, ya que de otro
modo lo meterían en la cárcel por las deudas y no saldría de allí en toda su vida. He
visto al pobre hombre tomar veneno hasta tres veces de un vaso de bronce oscuro que
tenía: tal era el miedo que sentía de ser encarcelado. Pero Juan le había enseñado a
hacer la señal de la cruz sobre cualquier bebida o comida que tomase, y así sucedía que
no se envenenó, aunque tenía voluntad de serlo. Entre tanto volvió Juan al lugar; el
pobre judío confesó su falta y expuso también su extrema necesidad, prometiendo hacer
penitencia de su delito. Juan bendijo el mismo recipiente de bronce que había contenido
el veneno, lo convirtió en oro y le mando fuera a pagar su deuda con ese oro. Este
hombre llegó a ser mas tarde discípulo de Juan, y obispo de la ciudad donde encontró
Juan a aquel joven que se extravió y rescató de entre una banda de malhechores.
Juan encontró a este joven junto a una majada, cerca de la ciudad. Al hablar con él
reconoció que estaban en él mezcladas las buenas cualidades con la extrema rudeza e
ignorancia. El niño llamó a sus padres que eran pobres pastores y Juan les pidió que le
dejasen al niño para educarlo. Los padres consintieron. El niño era de diez años y Juan
lo llevo al obispo de Berea para que lo educase, diciéndole que volvería a su tiempo
para pedirle cuentas del niño. En un principio las cosas fueron bien; luego dejaron al
niño hacer sus caprichos y terminó por caer en manos de una banda de malhechores.
Cuando Juan volvió reclamando al niño, supo que su protegido estaba en los montes con
los asaltantes, Juan tomó un animal de carga, porque su edad y lo escabroso del camino
no le permitían andar a pie. Al encontrar al joven le pidió de rodillas que volviera de su
mal camino. El joven tenía entonces unos veinte años. Juan se lo llevó consigo. Cambió
al obispo del lugar, y mandó al joven que hiciera penitencia de su pecado. Más tarde vi
que llegó a ser también obispo. Aquel obispo era, por lo demás, un hombre bueno, que
tuvo mucho que sufrir por los herejes; pero en el asunto del niño se hizo culpable de un
descuido grave. Fue obispo sólo seis años y me pareció que más bien hacia las veces de
Juan en su ausencia. Su nombre es Aquila. Murió de muerte natural. ¡Oh, cómo lloraba
cuando San Juan le reprochó su negligencia con el niño! Lo he visto de rodillas delante
del apóstol.

VI
El Apocalipsis y el Evangelio de San Juan
Cuando Juan fue echado en la caldera del aceite hirviente, ya había enseñado en Italia, y
allí fue tomado preso. Desde la isla de Patmos, donde era muy querido y había
convertido a muchos, hacía viajes con sus guardianes algunas veces, y había estado en
Éfeso. Las visiones del Apocalipsis no las tuvo de una vez ni las escribió tampoco de
una vez, sino en diversas épocas. Tres años antes de su muerte escribió su Evangelio,
dentro del Asia.
He visto diversos cuadros de su martirio en Roma. Lo he visto en un patio redondo,
rodeado de una pared. Allí fue despojado de sus vestidos y azotado. El apóstol era ya
muy anciano, pero sus carnes estaban como las de un joven. He visto que luego lo
sacaron afuera, a un lugar grande y redondo, donde había una gran caldera colocada
sobre una base de piedra, también redonda, donde se ponía el fuego que respiraba por
unos agujeros del horno. Juan era conducido vestido con un manto largo, cerrado
delante del pecho, que me recordó a Cristo cuando era burlado. Había allí mucha gente
mirando la escena. Se le quitó el manto y su cuerpo apareció cubierto de manchas rojas
por los azotes. Dos hombres levantaron a Juan hasta la abertura de la caldera y él mismo
hizo su parte. El aceite estaba hirviendo. Atizaban el fuego debajo con atados cortos de
leña oscura, que traían para el caso. Después que Juan estuvo un tiempo adentro, sin dar
la menor señal de dolor y de daño, lo volvieron a sacar y se vio su cuerpo curado de las
heridas de los azotes y más lozano que antes. Mucha gente corrió sin miedo hasta el
lugar de la caldera y llenaba pequeños recipientes del aceite, sin quemarse, lo cual me
causaba maravilla. A Juan lo sacaron de allí.
Desde Roma fue Juan de nuevo a Éfeso y se mantuvo allí unos días oculto. Sólo de
noche salía para visitar las casas de los cristianos y celebraba Misa en casa de María.
Algún tiempo después, se retiró con algunos discípulos a Cedar, donde viviendo en la
soledad, escribió su Evangelio, tres años antes de su muerte. Los discípulos no estaban
con él, cuando escribía; se mantenían a cierta distancia, y se le acercaban de tanto en
tanto a traerle comida. Lo he visto escribir sentado o echado debajo de un árbol. He
visto que una vez llovía y sobre él había luz y sequedad. En esos lugares estuvo bastante
tiempo enseñando, y convirtió a mucha gente de la ciudad. De aquí volvió Juan a Éfeso.
La parte más numerosa de los descendientes de los Reyes Magos se había retirado a la
isla de Creta, después del bautismo recibido del apóstol Tomás; los demás habían
partido en diversas direcciones. En la Arabia había varios obispos constituidos por
Santo Tomás, sacados de los pueblos de los Reyes Magos. Estos obispos no podían ya
regir a todos estos pueblos, de los cuales algunos volvían a caer en la antigua idolatría.
Escribieron por esto a San Juan,-y éste les mandó a los dos hermanos de Fidel, que
bautizaron a Macario y a Cayo. Estos discípulos. a fuerza de ruegos y de insistencia,
consiguieron que el mismo Juan, en edad muy avanzada, viajase al país de los Reyes
Magos. La comarca de éstos estaba más lejos que el país de Mensor. He visto a Juan en
el país de uno de ellos, entre los Caldeos, que tenían un jardín de María cerrado en su
templo. El templo ya no existía, pero habían hecho una pequeña iglesia en la forma de la
casa de María en Éfeso: por arriba plana, como he visto todas las capillas de entonces.
Llegaron los otros obispos, se juntaron aquí y le pedían a Juan que escribiera la vida de
Jesús en su país, que ellos le narrarían todo lo que sabían acerca de su infancia. El
apóstol les contestó que él había ya escrito la vida de Jesús, que había escrito lo que de
su vida divina se puede escribir aquí en la tierra. Mientras escribía, había estado casi de
continuo en el cielo, y que no podía ya escribir otra cosa. Les dijo también que lo que el
discípulo, que había viajado con Jesús, llamado Eremenzear, mas tarde Hermes, había
escrito, lo completasen Macario y Cayo. He sabido que el trabajo de Macario se ha
perdido; pero que el de Cayo existe aún. Juan partió de allí a Jerusalén, luego a Roma y
de allí a Éfeso.

VII
Muerte de San Juan Evangelista
Tuve una hermosa visión de la muerte de San Juan. Era ya muy anciano; su rostro
empero se conservaba siempre fresco, hermoso y juvenil. Lo he visto en Éfeso, en la
iglesia, creo, durante tres días, partiendo y repartiendo el pan (expresión antigua para
significar la conumión). Me pareció que Jesús se le apareció y le predijo su próxima
muerte. Tengo de ello una idea algo confusa; sin embargo, recuerdo que Jesús se le
apareció: Lo he visto enseñando al aire libre, fuera de la ciudad, debajo de un árbol,
rodeado de muchos discípulos. Se retiró con dos discípulos a un lugar hermoso, detrás
de una pequeña colina, entre el boscaje, había allí una hermosa pradera, y se veía el
reflejo del cielo en el mar en calma. Él les señalaba algo a ellos en la tierra; me pareció
que les decía que debían hacer o completar su sepulcro allí; creo más bien que debían
sólo completarlo, pues he visto que pronto estuvo hecho muy bien. Pienso que lo demás
había sido hecho con anterioridad, tanto más que las palas ya estaban allí. Lo vi luego
volver adonde estaban los demás. El les enseñaba con amor, rezaba, y les decía que se
amasen los unos a los otros. Los dos volvieron, y uno de ellos le dijo: «¡Ah, Padre, me
parece que me quieres dejar»… Se apretaban en torno, se echaban de rodillas y lloraban.
Él los amonestaba, rezaba con ellos y los bendecía. Luego les mandó permanecer donde
estaban y con cinco de ellos se fue al lugar de la sepultura. Esta no era muy honda, y
estaba muy bien hecha, cubierta con verdor; tenía una especie de tapa de mimbres, sobre
la cual debían poner hierbas y encima una piedra. Juan rezaba con los brazos
extendidos, de pie, junto a la sepultura; echó luego su manto adentro, bajo a ella, se
tendió y rezó nuevamente. Una gran luz descendió sobre él. Aún habló con sus
discípulos. Estos estaban echados en el suelo, junto a la sepultura; lloraban y rezaban.
He visto luego algo maravilloso: mientras Juan estaba tendido y moría plácidamente, he
visto en el resplandor, sobre él, una figure luminosa, como él mismo, saliendo de su
cuerpo, como de una envoltura y desapareciendo en la misma luz y resplandor. He visto
luego acudir a los demás, y echarse alrededor de su sepultura, que luego cubrieron. He
visto también que el cuerpo de Juan no está en la tierra. Veo entre el Este y el Oeste un
espacio luminoso, semejante a un sol, lo veo allí dentro, como si intercediera a favor de
los demás; como si recibiera algo desde arriba y lo diera a los de abajo. Este lugar lo
veo como algo perteneciente a la tierra, pero del todo elevado sobre ella: de ningún
modo se puede llegar hasta allí (*).
(*) San Antonino trae los hechos narrados en la misma forma que los ve Ana Catalina
(VI, Cap. 6, /, 3). La tradición confirma lo visto por la vidente en la muerte del Santo.
San Agustín, San Gregorio de Tours, Hilario, Epifanio, San Gregorio Nacianzeno,
Alberto Magno, Tomas de Villanueva y otros son de parecer que Juan murió
efectivamenre, pero que su cuerpo fue sustraído de la tierra, y que ahora vive, como
Enoch y Elías, para volver al fin de los tiempos a predicar a las naciones. El oficio de
la Iglesia griega ha recibido esta tradición en su liturgia.

VIII
Trabajos apostólicos de Santo Tomás en la India
Cerca de tres años después de la muerte de Cristo, Santo Tomás emprendió viaje con el
apóstol Tadeo y cuatro discípulos hacia el país de los Reyes Magos. Allí bautizó a dos
de los tres Reyes Magos: a Mensor y a Teokeno. (En otro lugar dice Ana Catalina que
Sair el tercero de los reyes, ya había muerto). En todas partes obraba grandes
maravillas el apóstol Tomás; establecía maestros de la fe. y dejaba a un discípulo. Se
dirigió hasta la Bactriana. Lo he visto muy al Norte, en la China, donde empieza la
Rusia, entre gentes completamente bárbaras. En la Bactriana, especialmente entre los
que siguen las enseñanzas de la Estrella Luminosa (Zoroastro), fue muy bien recibido.
Lo he visto también en el Tibet. Después he visto a Tomás, no solamente en la India,
sino también en una isla, entre gente de color negro, y en el Japón, y he oído profecías
hechas por él sobre la suerte de la religión en ese país. Tomás no había querido por
propia voluntad ir a la India. Antes que se fuera, había tenido frecuentes visiones en
sueños, pareciéndole que él edificaba en la India hermosos y grandes palacios. Él no
entendía en un principio tales visiones y las desechaba, ya que no era constructor de
casas. Pero después le volvían los avisos de que se dirigiera a la India, para convertir a
mucha gente, ganar almas para Dios; que esto era lo que significaban los palacios que
edificaba. Refirió sus visiones a Pedro, quien lo animó a ir a la India. Viajó a lo largo
del Mar Rojo. Estuvo también en la isla Socotora, donde evangelizaba; no permaneció
mucho tiempo allí. Era la segunda ciudad del reino adonde Tomás había llegado,
cuando celebraban allí una gran fiesta. Él empezó a evangelizar y a curar los enfermos.
El rey y mucha gente escuchaban su enseñanza. Logró convertir a tanta gente que un
joven sacerdote idolatra concibió mucho enojo contra él. En medio del concurso de
pueblo donde enseñaba Tomas, se adelantó y le dio una bofetada. Tomás se mostró muy
paciente y, sin inmutarse, ofreció la otra mejilla a los golpes y aún le dio las gracias. Por
esta actitud quedaron el rey y el pueblo muy admirados y consideraron a Tomás como
persona santa. El mismo sacerdote de los ídolos se convirtió. Su mano se había cubierto
de lepra, pero el santo la sanó, y así, convertido, fue luego el más adicto discípulo del
apóstol. Tomás convirtió también a la hija del rey y a su esposo, que estaba poseído por
un demonio. Después abandonó esta comarca viajando hacia el Oriente. Cuando la hija
del rey dio a luz un hijo, se consagraron ella y su esposo a Dios, viviendo en
continencia. y repartieron sus riquezas a los pobres. Por este hecho el padre del esposo
se irritó mucho contra Tomás y decía que era un hechicero, pero los esposos
perseveraron en el camino emprendido, enseñaban por doquier la fe de Cristo con la
sencillez con que la habían recibido y convirtieron a mucha gente. El padre del joven
esposo se conmovió y mando decir a Tomás que volviera. Tomás volvió. pues le había
dicho «Pronto os volveré a ver». El rey se hizo bautizar con una gran muchedumbre del
pueblo. He visto que más tarde fue diácono y que se retiró al país de los Reyes Magos.
Creo que llegó a ser sacerdote. Un hijo suyo edificó una iglesia.
He visto a Tomás en otra ciudad de la India, junto al mar, deseando volver atrás en su
viaje. Creo que no era lejos del lugar donde he visto mas tarde a Javier. Se le apareció
Jesús y le mandó ir más adentro en la India. Tomás no se decidía; le parecía que había
allí pueblos muy bárbaros. Se le apareció Jesús nuevamente, y le dijo que huía de su
presencia como Jonás: le animó a ir, prometiéndole estar con él; le dijo que allí se
obrarían grandes maravillas por su predicación; que en el día del juicio estaría él junto a
Cristo, como testigo de lo que se había hecho por la conversión de los hombres.
He visto luego al apóstol salir en medio de mucha gente; lo he visto sanando enfermos,
echando demonios y bautizando junto a un pozo. Acercósele un hombre noble, muy
instruido y muy bueno, que estaba siempre consultando libros y se hizo un discípulo
muy adicto. Este hombre tenía una sobrina casada con un pariente del rey del lugar. Era
joven, hermosa y muy rica. Cuando oyó hablar del apóstol, concibió un gran deseo de
oír su enseñanza. Se metió entre el pueblo y, echándose a sus pies, le pidió que la
instruyera en las verdades de la fe. Tomás la evangelizó y la bendijo. Ella estaba muy
conmovida; lloraba, oraba y ayunaba día y noche. Su esposo, que la amaba mucho, la
quería distraer; pero ella le rogó la dejase todavía algún tiempo libre. Iba todos los días
a la enseñanza del apóstol y se hizo ferviente cristiana. Esto irritó muchísimo a su
esposo, que se vistió de luto y se presentó en queja al rey, contra Tomás. Mandó el rey
que Tomás fuera arrastrado con una soga por el hombre irritado, y azotado y
encarcelado; mas él daba gracias a Dios de todo lo que padecía. La joven esposa se
cortó los cabellos, lloraba, oraba y daba mucha limosna a los pobres, y desde entonces
no volvió a adornarse, Durante la noche, en ausencia de su esposo, habiendo ganado a
los guardianes, iba con otros a escuchar las enseñanzas de Tomás en la misma cárcel. Su
nodriza iba con ella y se hizo cristiana. Tomás les dijo que preparasen todo para el
bautismo en su misma casa. Salió de la cárcel y bautizó a éstos y a muchos otros. Los
guardianes, por permisión de Dios, durmieron durante este tiempo, y Tomás volvió
luego a su encierro.
Más tarde, como hasta en la familia real algunos se habían enmendado, oyendo la
predicación del apóstol, mandó el rey comparecer a Tomás. El apóstol lo evangelizó, y
como él no creyese, le dijo Tomás que hiciese alguna prueba con él para que viera que
predicaba la verdad. Mandó entonces el rey traer asadores calentados al rojo, y Tomás
caminó sobre ellos sin sentir daño alguno. En el lugar donde estuvieron los hierros
ardientes, brotó una fuente. Tomás le dijo como él mismo había visto los milagros de
Cristo durante tres años, cosa que la decía a menudo, y que, a pesar de todo,
frecuentemente dudaba; por eso quería convencer a los más incrédulos. Tomás narraba
su propia culpa en todas partes. El rey intentó aún ahogarlo dentro de una pieza que hizo
llenar de vapor caliente; pero no llego a causarle daño alguno y la pieza estaba llena de
aire fresco. Cuando pretendió que Tomas sacrificase a sus ídolos, el apóstol le dijo: «Si
Jesús no pudiera destruir a tu ídolo, entonces yo le ofreceré incienso». Se preparó una
gran fiesta; caminaron hacia el templo, en medio de músicas y cantos. El ídolo de oro
era conducido en un carro majestuoso. No bien Tomás oró, se vio descender fuego del
cielo que derritió el ídolo en un momento. Otros muchos ídolos cayeron destrozados al
suelo. Se produjo por esto un gran levantamiento entre el pueblo y los sacerdotes. y
Tomas fue arrojado de nuevo a la cárcel. De ésta cárcel fue librado. como Pedro, y llegó
a una isla donde estuvo largo tiempo. Tomás dejó su enseñanza allí y se dirigió hacia el
Japón, donde estuvo medio año. A su vuelta se convirtieron muchos de la misma familia
del rey. Los sacerdotes de los ídolos estaban más irritados contra él. Uno de ellos tenía
un hijo enfermo y pidió a Tomás que fuese a sanarlo. Mientras tanto ahogó a su hijo y
luego acusó a Tomás de ser autor del hecho. Tomás hizo traer el cadáver y mandóle, en
nombre de Jesús, levantarse y decir quién lo había matado. El muerto se levantó, y dijo:
«Mi padre lo ha hecho». Por este motivo se convirtieron muchos.
He visto que Tomás, hincado de rodillas sobre una piedra, solía orar fuera de la ciudad,
en un lugar distante del mar, y que sus rodillas quedaron impresas en la piedra. Él
predijo que cuando el mar que estaba entonces bastante lejos llegase a lamer esa piedra,
vendría un hombre desde muy lejos y predicaría allí la fe de Jesucristo. Yo no podía
pensar que el mar llegaría con el tiempo hasta allí. En ese lugar se levantó una cruz de
piedra cuando Javier llegó a esta comarca. He visto a Tomás hincado sobre esta piedra,
orando, en éxtasis, y que un sacerdote idolatra, acercándose por detrás, le traspasó con
su lanza. Su cuerpo llegó luego a Edesa; y he visto una fiesta religiosa en su honor. Pero
quedaron todavía una costilla de Tomas y la lanza en el lugar. Junto a la piedra donde
rezaba, había un árbol de olivo. que fue regado con su sangre. Siempre, el día de su
martirio, el árbol suda aceite, y cuando esto no acontece, la gente teme un mal año. He
visto que los paganos en vano quisieron desarraigar este árbol, que siempre renace. Se
levantó una iglesia allí, y cuando se dice Misa en ella el árbol vuelve a sudar aceite. La
ciudad se llama Meliapur. Ahora la fe no florece allí, pero el cristianismo se levantará
de nuevo en ese lugar.
Me fue dicho que Tomás llegó a los trescientos noventa años de edad. Era muy
demacrado, algo oscuro de cara y tenia cabellos castaños algo rojizos. En su muerte se
le apareció el Señor y le dijo que se sentaría con él a juzgar en el día del juicio. Si no me
equivoco en mis muchos viajes me parece que Tomás partió, después de la separación
de los apóstoles, primero a Egipto, después a Arabia, y andando por el desierto mandó a
un discípulo a decir a Tadeo que fuera a ver al rey Abgar. Después bautizó a los Reyes
Magos y llegó hasta la Bactriana, China, Tíbet, Rusia, y desde aquí regresó para asistir a
la muerte de María. Después lo he visto en Palestina, a través de Italia, un trozo de
Alemania, la Suiza, un poco de Francia, luego en África llegar a Etiopía y Abisinia,
donde vivía Judit (de quien se habla en otra visión). De allí a Socotora, a la India, a
Meliapur, donde fue librado de la cárcel por el ángel; atravesando parte de la China,
llegó muy al Norte, donde es ahora la parte rusa. De aquí fue al Norte de las islas del
Japón.(*)
(*) El Kirchenlexikon dice: Según la tradición de los Sirios, envió Tomás al apóstol
Tadeo a Edesa, donde era rey Abgar. El cuerpo del Santo descansa en Edesa y parte de
sus reliquias quedaron en la India.