Desde la resurrección de Jesucristo hasta la Asunción de María Santísima – Sección 1

INTRODUCCION
Observamos en esta época los trabajos de los apóstoles y discípulos después de la
resurrección del Señor, coincidentes con el relato de San Lucas. Corresponde. sin
embargo. destacar tres hechos importantes: 1° Los apóstoles inician. según Ana
Catalina. los cultos divinos, particularmente el santo Sacrificio de la Misa. de acuerdo
con la liturgia aprendida del mismo Jesucristo. Resulta ilustrativo observar el uso de las
vestiduras y de los vasos sagrados, las primeras ordenaciones sacerdotales y la
formación paulatina de la jerarquía eclesiástica. 2° La venida de la tercera divina
Persona aparece relevada como un acontecimiento prodigioso de la naturaleza. La
vidente describe al Espíritu Santo como un meteoro extraordinario que desciende
maravillosamente sobre el Cenáculo. San Pedro adquiere entonces, como jefe, una
estatura inusitada ante sus compañeros y el pueblo. 3° L’l Virgen Inmaculada se retira a
Éfeso con San Jn::m Rv:mgelí~t::. , ínaugur::. el Vía Crncís, regres::.::. Jeru~::.lén p::.r::.
recorrer los lugares donde padeció su divino Hijo, y muere en Éfeso rodeada de los
apóstoles. con excepción de Santo Tomas. Los discípulos advierten cada vez mejor la
grandeza incomparable de la Mujer bienaventurada entre todas. La Asunción esta
descrita con tanta sencillez y belleza que nos resu lta ahora sorprendente la demora de
tantos siglos para que este misterio se haya definido dogmáticamente.

I
Primeros actos de culto después de la Resurrección
En el vestíbulo abierto de la sala de la última Cena preparó Nicodemo una cena para los
apóstoles, las santas mujeres y una parte de los discípulos. Tomas no estaba con los
demás: se había retirado de propia voluntad. Todo lo que aquí se hacfa era según lo
estaba ordenado por el Señor. Jesús había, en la última Cena, instruido a Pedro y a Juan,
que estaban al lado, y a los que había ordenado de sacerdotes, acerca de todo lo
referente al Santísimo Sacramento, mandándoles que luego instruyesen a los demás
repitiéndoles las enseñanzas recibidas.
He visto a Pedro y a Juan en medio de ocho apóstoles abrir los misterios que el Señor
les había confiado; hacerlos participantes de ellos y conferir con ellos acerca del modo
de administrar esos misterios. Todo lo que Pedro decía era confirmado por Juan. Los
~póstoles tení~n vestidur::~s bl::~nc::~s de fiest~; Pedro y J u~n tení~n ::~dem~s un::~ estol::~ que
colgaba desde los hombros al pecho, cruzada allí y sujeta por una grapa. Los demás
apóstoles llevaban una estola desde un hombro, que pasaba por la espalda y el pecho,
cruzada debajo del brazo y sujeta allí con una grapa. Pedro y Juan habían sido
consagrados sacerdotes por Jesús; los demás eran sólo diáconos.
Después de esta conferencia he visto entrar a las santas mujeres en número de nueve y a
Pedro que las instruía. Pedro hacia esto en la sala mientras Juan recibía a los discípulos
más antiguos: en número de diecisiete, en la puerta. Eran los que más habían estado con
el Señor. Entre ellos figuraban Zaqueo, Natanael, Matías, Barsabás y otros. Primero
Juan sirvió en el oficio de lavarles los pies y luego se revistieron de vestiduras blancas
con cinturones.
He visto que Pedro envió a Mateo, después de la instrucción impartida, a casa de
Lázaro, en Betania, para que allí, en otra cena y delante de muchos otros discípulos,
repitiera lo que aquí se había enseñado y hecho.
Después he visto preparar en el vestíbulo de la sala una mesa larga, de modo que
algunos de los discípulos quedaban fuera del vestíbulo del Cenáculo, en el patio
sombreado por tupidos árboles Se habían dejado tres entradas a las mesas para servir los
alimentos. Las santas mujeres ocupaban el final de la mesa. Llevaban largas vestiduras
blancas, con velos, pero sin cubrirse los rostros. Se sentaban a las mesas sobre pequeños
y bajos taburetes, con asideros, y tenían las piernas cruzadas.
En el medio de la mesa se sentaron Pedro y Juan, de frente: así cerraban la hilera de los
hombres separándola de la de las mujeres. Los asientos no eran como lo fueron en la
última Cena: tenían unos almohadones bajos, entretej idos, sobre los cuales se
reclinaban. Delante tenían un rodete abotagado que estaba sobre dos pies más elevados,
sujeto con maderas atravesadas. Todos estaban en la mesa echados, de modo que los
pies de uno se extendían a lo largo de las espaldas del siguiente. En la ultima Cena he
visto que estaban echados de manera que extendían los pies totalmente afuera.

Esta comida transcurrió con todo orden. Primero oraron de pie; luego comieron
echados, como he dicho, mientras Pedro y Juan enseñaban. Al final de la comida
presentaron a Pedro un pan acanalado y chato. Pedro lo dividió en partes y puesto sobre
dos fuentes lo hizo pasar a derecha e izquierda de la mesa. Se pasó también por la mesa
un recipiente de vino bastante grande, y todos bebieron de él. Aunque Pedro bendijo ese
pan, no era el Sacramento, sino sólo un ágape lo que celebraban. Pedro enseñó que
todos debían ser uno, como uno era el pan que se distribuyó y como era uno el vino del
cual bebieron todos. Después de esto se levantaron y cantaron salmos.
Cuando se hubo terminado el ágape y limpiado las mesas, las santas mujeres se
reunieron en grupo al final de la sala. Los discípulos estaban de ambos lados. Los
apóstoles iban de un grupo a otro ensenando e instruyendo a los discípulos más antiguos
lo que debían saber sobre el santo Sacramento. Era la primera catequesis después de la
muerte de Jesús. He visto como yendo de unos a otros se daban las manos y declaraban
que querían tener todo en común y alegres, dar de lo que tenían; ser uno y permanecer
unidos. En esto vino como una conmoción entre ellos. Los he visto a todos como
inundados de luz, como que se fundían en amor recíproco. Toda esa luz se levantaba
como formando una pirámide, y en la cúspide de esa luz apareció la Virgen María como
coronación y punto céntrico de todo. Desde donde estaba María salieron rayos de luz
que se derramaban sobre los apóstoles. Era una representación de la unión de todos y
símbolo de las relaciones de unos con otros.
He visto como Mateo ensenaba en casa de Lázaro, en ocasión de un ágape semejante,
entre muchos más discípulos que no estaban todavía en grado de comprender las
enseñanzas como éstos del Cenáculo.

II
La Comunión de los apóstoles
A la mañana muy temprano he visto como Pedro y Juan con Andrés entraban en la sa la
del Cenáculo y se revestían de los hábitos de sacerdote. Los demás apóstoles hacían lo
mismo en la sala contigua Los primeros tres apóstoles descorrieron la cortina, que era
una colgadura entretejida en la parte media, y entraron en el sector de la sala que habían
reservado para el Santísimo. Esta parte se había transformado en oratorio separándola
del resto de la sala con un cortinado no tan alto, de modo que pudiera penetrar dentro la
luz que venia de una ventana abierta en medio del salón. La cortina estaba adornada con
borlas y se podía abrir por el medio para dar entrada a la luz. La mesa de la ultima Cena
estaba allí. El cáüz con el resto del sanguis y la fuente con los restos del pan
consagrado, estaban guardados en un nicho de la pared que formaba como un
tabernáculo. Delante del Santísimo ardía una lámpara de un candelabro de varios
br~7.os. Con e<:ta lu7. encendieron la lamp~r~ que habí~ ~rdiclo en la P~scu~. Tr~jeron al
centro de la sala la mesa de la última Cena, pusieron sobre ella el Sacramento y
apagaron la lámpara que había ardido delante. Los demás apóstoles, entre ellos Tomas,
se colocaron en tomo de la mesa. Del pan consagrado por Jesús y cambiado en su
Cuerpo había aun bastante en la fuente pequeña, sobre el cáliz, cubierto con un fanal en
forma de campana que tenia arriba un botón para asirlo. Sobre todo esto. cubriéndolo,
estaba tendido un lienzo blanco.
Pedro sacó el tirador de la base, lo cubrió con el lienzo y puso sobre él el plato con el
santo Sacramento. Detrás de Pedro Juan y Andrés recitaban oraciones. Pedro y Juan.
inclinados, recibieron el Sacramento; luego Pedro hizo circular el plato y cada uno
recibió por si mismo el Sacramento. En el cáliz que había consagrado el Señor habían
echado un poco de vino y de agua, y bebieron luego de él. Después cantaron salmos,
oraron, cubrieron el cáliz y lo llevaron de nuevo a su lugar, como también la mesa. Esta
fue la primera función que he visto celebrar por los once apóstoles Después vi que
Tomas se fue con otro discípulo de Samaria a un pueblo de los alrededores.

III
Los discípulos de Emaus
Lucas. que está desde hace poco entre los apóstoles, pero que ya había estado con Juan
Bautista y recibido el bautismo de él, formaba parte del grupo de los discípulos que
habían escuchado la instrucción de Mateo en casa de Lázaro, en Betania. Después de
esta instrucción. permaneció pensativo y dudoso; por la tarde se fue a Jerusalén y pasó
la noche en casa de Juan Marcos, donde había otros discípulos reunidos, entre ellos
Cleofás, nieto del hermano del padre de María Cleofás, que había estado en la
instrucción del Cenáculo. Los discípulos hablaban de la Resurrección de Jesús, pero
dudaban. Lucas y Cleofás, especialmente, estaban muy dudosos en su fe. Como salió de
nuevo la orden de los sacerdotes de que nadie diese albergue ni comida a los discípulos
de Jesús, resolvieron los dos, que se conocían con anterioridad, ir a Emaús y vivir allí
retirados. Abandonaron la reunión y uno, saliendo de la casa de Juan Marcos, se
encaminó por l~ derech~ ~fuera del~ ciud~d por el Norte, y el otro por 1~ parte opuesta,
para no despertar sospechas y no ser vistos juntos. El uno no tocó la ciudad; el otro,
atravesando muros, salió por la puerta. Junto a una colina, fuera de la ciudad, volvieron
a juntarse: tenían bastón de caminantes y alforjas. Lucas lleva una bolsa de cuero: lo veo
salir a veces del camino y juntar hierbas. Lucas no estuvo en los últimos tiempos con el
Señor. En Be tania no estaba s iempre en la instrucción de Mateo. sino más bien en e l
albergue con otros discípulos Lo he visto también en Maqueronte. No había sido hasta
ahora un discfpulo pem1anente: ahora empieza a serlo; con todo había estado mucho con
los discípulos y era muy deseoso de saber. Yo sentía que ambos estaban inquietos y
dudosos y querían hablar de las cosas que se decían. No podían especialmente
comprender como el Señor hubiese permitido ser crucificado tan villanamente por sus
enemigos.
Más o menos a mitad del camino se les acercó Jesús de un lado. Cuando lo vieron,
retardaron el paso como deseando que pasara delante y no oyese la conversación. Jesús
retardo también el paso y se unió a ellos cuando estaban delante algunos pasos. He visto
al Señor caminar un momento detrás de ellos; luego se adelantó y les pregunto qué
hablaban. Cuando estaban por llegar a Emaús, hermoso lugar donde el camino se
ctividía en dos, quiso el Señor tomar el camino hacia Belén en dirección al Sur. Ellos le
rogaron y le forzaron a entrar en una casa de Emaús, en la segunda hilera de la
población No he visto a mujeres en la casa; me pareció una sala de fiesta abierta, donde
hubiese tenido lugar una reunión. La habitación era cuadrada y limpia; la mesa estaba
preparada; había almohadones y divanes en tomo, como en la última Cena. Un hombre
trajo un panel de miel en una bandeja entretejida y una torta bastante grande de forma
cuadrada. Delante de Jesús, como a huésped, le pusieron ·un pan pequeño, delgado, casi
transparente, como los panes de Pascua. Este hombre me pareció bueno: llevaba un
de lantal como si fuera cocinero o servidor de la casa. No estuvo presente en la acción
que realizó luego Jesús. La torta estaba acanalada y señalada en partes del grosor de dos
dedos. Sobre la mesa había un cuchillo blanco de hueso o de piedra, curvo y grande
como una cuchilla nuestra. Rezaron y comieron parte de la torta y del panal de mie l.
Primero comió Jesús, tendido en el diván. Luego tomó el panecillo que tenia las
hendiduras y con el c uchillo blanco de hueso lo dividió en tres partes. lo colocó sobre
ambas manos, un plato y lo bendijo; panes y oro con los ojos elevados al cielo. Los dos
hombres estaban delante de Jesús, conmovidos, como fuera de sí mismos. Jesús separó
los bocados y ellos se acercaron con la boca abierta al Señor, quien con su mano le dió a
cada uno su parte. He visto que al mover Jesús la mano hacia la boca, el tercer bocado
desapareció de entre sus dedos. No puedo decir que en realidad haya tomado el tercer
bocado. Los bocados brillaban cuando los hubo bendecido. A los dos discípulos los vi
por un rato como transportados; luego, entre lagrimas de ternura, se echaron entre sus
brazos llenos de santa emoción.
Esta escena fue en particular emocionante por la exquisita bondad de Jesús y la alegría
tranquila de los dos discípulos, mientras aun no lo conocieron, y más por el éxtasis en
que se sumieron cuando lo reconocieron y El desapareció de sus ojos. Cleofás y Lucas
volvieron de inmediato a Jerusalén.
La tarde del mismo día estaban los apóstoles, menos Tomás con varios discípulos y con
José de Arimatea y Nicodemo, en la sala donde brillaba una lámpara que colgaba del
techo. Estaban entregados a la oración: me parecía que en acción de gracias después de
un ~cto ele li turgi~ . ele condolencí~ . pues en .Terus~ l én se cerr~b~n hoy las fiestas de 1:~
Pascua. Todos llevaban trajes blancos muy largos. Pedro, Juan y Santiago el Menor
tenían vestimentas especiales y rollos de la Escritura en las manos. Sobre sus vestiduras
llevaban un cinturón ancho como la palma de la mano, del cual pendían dos cintas del
mismo ancho, hasta las rodillas, terminando en forma dentada. Tanto el cinturón como
las dos cintas pendientes tenían letras blancas sobre el fondo negro. Por detrás el
cinturón tenia un nudo y las dos partes se cruzaban y caían más abajo todavía que las
dos cintas delanteras. Las mangas de la vestidura eran muy amplias y una de ellas servía
para guardar los rollos de la Escritura. Del codo del brazo izquierdo pendía un manipulo
ancho, terminado en borlas del mismo color y hechura que el cinturón y las cintas.
Pedro Llevaba una estola, angosta en el cuello, y más ancha al caer sobre el pecho,
donde se cruzaban las dos partes, sujetas por un escudo en forma de corazón, lustroso y
adornado de piedras. Los otros dos apóstoles llevaban estola cruzada y las cintas del
cinturón eran más cortas. Durante la oración solían cruzar las manos sobre el pecho. La
primera hilera debajo de la lampara estaba formada por los apóstoles; las otras dos por
los discípulos. Pedro, entre Juan y Santiago, estaba de espaldas a la puerta cerrada de la
sala del Cenáculo. Detrás de él no había sino pocos, y delante, los que formaban circulo,
dejaban abierto el medio que daba al lugar del Santísimo. María Santísima estaba en
compañía de María Cleofás y María Magdalena, presentes a este acto en el vestíbulo de
la sala cerrada. Después de la oración hubo también instrucción por parte de Pedro.
Me maravilla ver que la mayoría de Jos apóstoles y discípulos no acababan de creer, aun
cuando el Señor se había aparecido ya a Pedro, a Juan y a Santiago. Pensaban que tal
aparición no era verdadera, si no una visión o algo así como solían tener Jos profetas
cuando predecían el futuro. No creían todavía en una aparición corporal y verdadera.
Después de la instrucción de Pedro se habían reunido nuevamente para la oración. En
ese momento Lucas y Cleofás llegaban a la puerta del Cenáculo y golpeaban. Volvían
de Emaús y contaron la alegre nueva de la aparición del Señor. La oración fue
interrumpida. Cuando prosiguieron la oración, de pronto todos se s intieron conmovidos,
resplandecientes de contento. Jesús había entrado a puertas cerradas. Aparecía en blanca
y larga vestidura, ceñida por un cinturón. Sintieron su proximidad antes de que Él se
adelantara y se pusiera debajo de la lámpara del centro. Todos estaban admirados y
conmovidos. Jesús les mostró sus manos y sus pies llagados, y abriendo su pecho, la
herida de la lanza. Les hablaba y como vio que estaban espantados, pidió algo de comer.
De su boca salían rayos de luz que iban a los presentes, que estaban como fuera de sí.
Entonces vi que Pedro se dirigió a un rincón de la sala, donde colgaba una cortina
ocultando una parte del salón. Yo no había reparado en e llo, porque la cortina era del
mismo color que las paredes. En esa división de la sala, ademas del lugar del Santísimo,
había un sitio para guardar una mesita alta de un codo que usaban para los ágapes
después de la oración. Sobre esta mesita había un plato ovalado y hondo, cubierto con
un lienzo blanco. Pedro trajo el plato y lo puso delante del Señor. En el plato había un
trozo de pescado y algo de un panal de miel. Jesús dio gracias, bendijo el aUmento,
comió y dio del mismo a algunos, no a todos. También a su Santísima Madre, que
estaba con otras mujeres en el vestíbulo, dio parte del alimento, como a las que la
acompañaban. Después Jo he vísto enseñando y dando poderes y fuerzas a los apóstoles.
El círculo que Jo rodeaba era triple; adentro estaban Jos diez apóstoles. Tomas no estaba
allí. Me causaba maravílla ver que una parte de sus palabras las oían sólo los diez
apóstoles. Pero no puedo decir qué oían. Yo no veía mover los labios a Jesús. Él
iluminaba; despedía luz de sus manos. de sus pies y de su costado, y de su boca, como si
soplase sobre ellos. Esa luz entraba en ellos y ellos entendían y comprendían todo. Yo
no he visto movimiento de labios ni oía voz alguna, ni veía que ellos entendieran
palabras por el oído. Entendieron que podían perdonar los pecados; que debían bautizar
a las gentes: que podían curar enfermedades; que debían imponer las manos, y que
podían probar veneno sin daño alguno. Yo no sabia explicar esto; pero yo entendía que
todo esto lo decía sin palabras; que lo decía no para todos: que sólo lo entendían los que
debían entenderlo, y que todo esto lo comunicaba como si fuera una substancia, algo
existente. como un rayo que penetra en e llos. No podría tampoco decir si ellos entendían
que lo recibían así o si pensaban recibir esto por oído natural. Lo que puedo decir es que
solamente los del circulo interior recibieron estos poderes, es decir. los apóstoles. Todo
esro lo puedo comparar a un oír interior, sin conversación, en voz tan baja que ni
siquiera era un susurro.
Jesús les explicó y declaro varios pasajes de la Sagrada Escritura que se referían a Él y
al Santo Sacramento, y ordenó un rito y ceremonias para honrar el Santo Sacramento
para después de la festivídad del Sábado (es decir, para el Domingo). Les habló del
misterio del Arca de la Ahanza; de las reliquias de los Patriarcas y de su veneración, y
como debían usar de su intercesión delante de Dios. Les dijo que Abraham ponía huesos
y reliqu.ias de Adán cuando ofrecía sacrificios. Un punto del sacrificio de Melquisedec,
que entendí entonces y me pareció muy importante, ahora no Jo puedo recordar.
Les dijo además que la vestidura polímita que Jacob dio a José era una figura de su
sudor de sangre en el huerto. En este momento vi la túnica de José. Era blanca con rayas
gruesas coloradas, tenia sobre el pecho tres cordones negros al través y en medio un
adorno amarillo. Arriba era ancha como para guardar algo sobre el seno y en el medio
ceñida. Debajo tenía a los lados dos cortes para facilitar el andar. Por delante llegaba
casi a los pies y por detrás era algo más larga. Hacia el pecho, hasta el cinturón, estaba
abierta. La túnica ordinaria de José, en cambio, le llegaba sólo hasta las rodillas. Jesús
dijo también a los apóstoles que en el Arca de la Alianza había huesos de Adán, de los
cuales Jacob entregó a punto fijo qué era lo que le daba su padre. Jacob se lo dio como
prueba de amor, como quien le daba una defensa, una protección, porque sabía que sus
hermanos no Jo querían bien. José tenia esos huesos sobre su pecho en una bolsita de
cuero, de forma cuadrada abajo y arriba redondeada. Cuando sus hermanos lo vendieron
a los mercaderes, le quitaron la túnica polí mita y el vestido interior. Pero José tenia
todavía una especie de escapulario sobre su cuerpo y en el pecho la bolsita con la
reliquia. Cuando Jacob fue a Egipto pregunto a José si conservaba esa bolsita y le
declaró que contenía huesos de Adán. En esta ocasión he vuelto a ver los huesos de
Adán enterrados en el monte Calvario. Los he visto blancos, como la nieve, pero muy
duros. Más tarde se conservaron en el Arca huesos del mismo José.
Jesús hablo del misterio del Arca de la Alianza declarando que ese misterio era ahora su
cuerpo y su sangre que les había dejado en el Santísimo Sacramento. Les habló wdavía
de sus dolores y de su Pasión, explicándoles cosas maravillosas de David, que ellos
ignoraban. Por último les mandó que después de unos días fueran a Sichar y diesen
testimonio de su resurrección. Luego desapareció. He visto que todos estaban como
fuera de sí, por el éxtasis y la emoción. Abrieron la puerta y salieron y entraron
nuevamente. Más tarde Jos vi de nuevo reun idos bajo la lampara, dando gracias y
cantando salmos.

IV
Los apóstoles predican la Resurrección
La misma noche he visto que, según la orden de Jesús, unos iban a Betania y otros a
Jerusalén. En Betania quedaron algunos de los discípLLios más antiguos para instruir a
los más nuevos y a los indecisos en la fe; lo cual hacían parte en casa de Lázaro y parte
en la sinagoga. Nicodemo y José de Arimatea se hospedaban en casa de Lázaro. Las
santas mujeres estaban en un departamento aparte de la misma casa de L1zaro, rodeado
de un patio y de excavaciones. Tenía entrada por la calle y estaba habitado
ordinariamente por Marta y por Magdalena. Los apóstoles con algunos discípulos, entre
ellos Lucas, se dirigieron hacia Sichar. Pedro les dijo con alegría: «Queremos ir al mar a
pescar», entendiendo decir: a salvar almas. Llegados alli se dividieron en varios grupos,
y enseñaban en los albergues y al aire libre hablando de la Pasión, muerte y resurrección
de Cristo. Era como una anticipación de lo que harían después de Pentecostés. En el
~lbergue de Tenat-Silo se reunieron de nuevo tocios. T~mb i én Tom~s llegó con dos
discípulos hasta allí, mientras estaban reunidos para una comida. Esta comida la había
preparado el padre de Silvano, que tenía la custodia del albergue para los apóstoles. Los
apóstoles contaron a Tomas la aparición de Jesús en medio de ellos; pero él hacia
ademanes con la mano diciendo que no creería hasta que no tocase sus llagas. Lo mismo
decía delante de los discípulos que le contaron lo que habían visto. Tomás se había
separado de la comunidad y había flaqueado en la fe.
Pedro enseñó en la escuela de Tenat-Silo hasta muy entrada la noche. Habló bien c laro
de como los judíos habían tratado a Jesús. Contó muchas cosas de lo que Él les había
predicho de su Pasión y de su doctrina. Habló de su amor indecible, de su oración en el
Huerto de los OHvos, y de la traición y la triste muerte de Judas. Sobre esto se
mostraron muy afectados y tristes: habían conocido a Judas y aun lo estimaban, pues
durante la vida de Jesús, había estado entre ellos y ayudado y hasta obrado milagros.
Pedro no dejó de contar sus propios pecados; sus imprecaciones y sus negaciones.
Derramó muchas lágrimas, y todos lloraban con él. Así se fue animando cada vez más, y
contó como los judíos habían llegado al exceso de crueldad con el Señor. Declaró que
había resucitado y se les había aparecido a él y a los demás, y pidió dieran los demás
testimonio de haberlo visto y estado con Él. He visto que un centenar de ellos alzaron
las manos y los dedos en testimonio. Tomás permaneció silencioso sin alzar la mano: no
podía acabar de creerlo. Pedro pidió a los oyentes lo dejasen todo, siguiesen a los
discípulos y se juntasen a la comunidad para ir en pos de Jesús. A los indecisos los
invitó a Jerusalén, donde dividirían lo necesario entre ellos. Les dijo que no temieran a
los judíos, pues ellos nada harían en contra porque estaban poseídos de temor. Todos
estaban muy conmovidos y muchos se convirtieron. Querían que se quedasen por más
tiempo los apóstoles entre ellos; pero Pedro les dijo que debían volver a Jerusalén.
Los apóstoles hicieron aquí muchas curaciones, inclus ive de algunos lunáticos y
endemoniados. Lo hacían como Jesús lo había dicho: soplando sobre ellos,
imponiéndoles sus manos y aun extendiéndose sobre ellos. La mayoría eran enfermos a
los cuales Jesús había dejado para más tarde cuando estuvo aquí la LLltima vez. He visto
a esta población muy encarnada con los apóstoles. Los discípulos no curaban enfermos;
pero ayudaban en llevar, traer, alzar y encaminar a los enfermos; especialmente Lucas,
que era médico. se constiruyó en enfermero de éstos.
A la Madre de Dios la veo en Betania, silenciosa, seria y triste, pero no como el común
de las mujeres, sino de un modo conmovedor inexplicable. María Cleofás. que es
extremadamente compasiva, se inclina muchas veces hacia María procurando darle
consuelo: es la más semejante, en esto de consolar, a la Madre de Dios.
El dolor de la Magdalena no conoce limites; muestra su dolor y su amor sin medida; no
puede estar sosegada. La veo salir a veces a la cal le con los cabellos sueltos, y donde
encuentra gente, en las casas y afuera, se lamenta de lo que han hecho con el Señor: y
habla con vehemencia de su encuentro con Él y de su Resurrección. Cuando no
encuentra gente, va por el jardín y el huerto, y se lamenta como si hablara con las
plantas, las flores y las fuentes. Algunas veces veo que se reímen hombres en tomo de
ella: muchos la compadecen; otros la desprecian por su vida pasada. No tiene crédito en
las grandes reuniones, pues recuerdan su mala vida. He visto que su modo de ser y de
manifestar su dolor por la muerte de Jesús, escandalizaba a varios judíos, que pensaron
~poder~rse de ell~. Rspecil’llmente cinco de ellos tratl’lron ele re~li7arlo: pero elll’l no se
cuidaba de ningún peligro y transitaba en medio de la gente sin pensar en otra cosa sino
en su Jesús.
Marta, en cambio, sufrió y sufre aun por la dispersión de los apóstoles y por la Pasión y
muerte del Señor: estaba como anonadada por el dolor, pero ayuda a todos y es
compasiva con los necesitados. Alberga y da de comer a todos los dispersos. los cu ida y
los asiste. Le ayuda mucho Juana , la viuda de Chusa, procurador de Herodes. Simón el
Cireneo está ahora con los discípulos en Betania: igualmente sus dos hijos. Simón era
un buen hombre de Cirene, que solía venir a Jerusalén en los días santos. Aquí solía
trabajar con varias familias conocidas, arreglando sus jardines y recortando los cercos
de sus propiedades. De este modo comía ya en una ya en otra casa. pues era muy
buscado por ser hombre callado y justo. Sus hijos estaban ya desde algún tiempo en el
extranjero y frecuentaban las reuniones de los discípulos del Señor sin que su padre se
hubiese
enterado.
En Jerusalén andaban por estos días los partidarios de los sacerdotes visitando las casas,
cuyos dueños estaban o habían estado en relaciones con Jesús o con sus apóstoles, y los
declaraban privados de sus empleos públicos y rompían relaciones con ellos. Ya
Nicodemo y José de Arimatea no tenían relación con esos judíos desde la sepultura de
Jesucristo. José de Arimatea había sido hasta entonces como un jefe de asamblea; por su
modo de ser callado, servicial y emprendedor se había granjeado la estima hasta de los
malos, que lo respetaban por su prudencia.
Me ha alegrado mucho ver que también el marido de Verónica ha cambiado de
sentimientos y deja ahora en paz a su mujer, la cual le declaró que antes lo dejaría a é l,
su marido, que separarse de Jesús Crucificado. He visto que ahora ya no toma tanta
parte en los asuntos públicos, aunque lo hace más bien para estar bien con su mujer que
por amor a Jestís. Los judíos mandaron cubrir de obstáculos y cerrar los caminos y
senderos que conducen al Calvario y al Sepulcro, porque veían que muchas piadosas
personas peregrinaban a ese lugar y sucedían allí prodigios.

También Pilatos se ausentó de Jerusalén por inq uietudes interiores que le acusaban. A
Herodes lo veo ahora en Maqueronte, en busca de paz; pero tampoco allí se encontraba
tranquilo e inrernábase hasta Madián. Aquí, los que un día no habían querido recibir al
Señor, abrieron las puertas al malvado ases ino de Juan Bautista.
En estos días veo a Jesús apareciéndose en diversos lugares, como en Galilea, en un
valle junto al Bordan donde había una escuela. había allí muchas personas juntas que
hablaban de lo que se decía de su resurrección y dudaban de ello. Entonces apareció Él
en medio de ellas, habló algunas palabras y desapareció. De este modo apareció en
varios lugares.
Los apóstoles volvieron de Sichar a Jerusalén y enviaron aviso a Betania anunciando su
partida, e invitándolos a ir a Jerusalén para la festividad del Sábado. Otros debían
celebrar el Sábado en Betania. tenían sobre esto establecido cierto orden. Los apóstoles
van cruzando varias poblaciones, pero no se detienen en runguna de ellas. Tadeo,
Santiago el Menor y Ehud precedieron, en trajes de viajantes, a los demás en dirección
de la casa de Juan Marcos, donde estaban María, la Madre de Jesús, y María Cleofás, las
cul»lles se l»llegrl»lron mucho y los recibieron como sí hiciera mucho tiempo que no se
veían. He visto que Santiago traía cons igo un vestido sacerdotal, un manto, que las
santas mujeres habían confeccionado en Betania para Pedro. Santiago lo depuso luego
en el Cenáculo.
Los apóstoles llegaron tan tarde al Cenáculo, que no pudieron tomar parte en la comida
preparada y comenzaron en seguida a festejar el Sábado. Se vistieron sus vestiduras de
fi esta, después del lavado de los pies. Se encendió la lampara ritual, y noté entonces una
variante en las ceremonias de los judíos. Se descorrió la cortina que ocultaba el
Santísimo y se puso delante e l asiento que Jesús había ocupado en la última Cena. Lo
cubrieron con un tapete y pusieron sobre él los rollos de las Escrituras. Pedro se hincó
delante; Juan y Santiago algo más atrás; los demás apóstoles detrás de ellos, y después
los discípulos. Cuando se hincaban solían indinar la cabeza hasta el suelo. teniendo las
manos sobre su rostro. Se quitó el cobertor del cáliz; pero el lienzo blanco quedó sobre
él. Asistían al acto sólo aquellos discípulos que estaban más enterados en los misterios
del Santo Sacramento. Pedro, con Juan y Santiago a ambos lados, guió una meditación y
oración conmemorando la institución del Santísimo Sacramento y la Pasión del Señor, y
cada uno ofreció uo sacrificio de su devoción en su interior. Después comenzaron las
acostumbradas ceremonias del Sábado, bajo la lampara, que hacían de pie. Luego
tomaron algún alimento en el vestíbulo. En la sala de la institución del Sacramento en la
última Cena, no los he visto ya celebrar sus comidas, salvo un ágape de pan y vino.
Jesús les había enseñado lo que añadieron a la celebración del Sábado, respecto del
Sacramento.
La Santísima Virgen fue llevada por María Marcos a Jerusalén y la Verónica, que ahora
va públicamente con María, la acompañó con Juana Chusa desde Betania a Jerusalén.
La Virgen Santísima prefiere estar en Jerusalén, pues allí va sola, al oscurecer y por la
noche, por el camino que anduvo Jesús en su Pasión; reza y medita en los lugares donde
Jesús ha padecido o caído. No puede llegar a todos esos lugares, porque los judíos han
puesto obstáculos para impedirlo, levantando barreras o cercando los senderos. María
hace el Vía Crucis en casa o en lugar apartado, pues conserva en la memoria los pasos y
lugares, y así hace, recorriendo mentalmente las estaciones, el camino del Calvario. Es
cosa cierta que la Virgen fue la primera que inicio esta práctica con la meditación de la
Pasión y muerte de Cristo, práctica que se fue generalizando con el andar de los
tiempos.

V
Segunda celebración y la Cena Eucarística. Tomás toca las llagas de Jesús
Después de la fiesta del Sábado, cuando los apóstoles dejaron sus vestiduras
sacerdotales, tuvieron una comida importante en el vestfbulo. Era un ágape fraternal
como el del pasado Domingo. Tomás debe haber celebrado el Sábado en otro lugar,
pues he visto que llegó al término de la comida y entró en la sala del Cenáculo. No
había oscurecido y la lámpara no estaba encendida en la sala. Algunos apóstoles estaban
allí y otros entraban en ese momento. Iban y venían porque se revestían de sus largas
vesüduras blancas y se disponían para la oración como la vez pasada. Pedro, Juan y
Sanüago ya se habían revesüdo.
Mientras se disponían para la oración vi entrar a Tomás. Cruzó la sala entre los ya
revestidos y se dispuso a tomar sus vestiduras. Unos le hablaban; he visto que alguien le
tom~b~ de l~s ~ng~s ; otros lev~nt~b~n 1~ m~no en form~ de jur~mento y de testimonio
contra su incredulidad. Tomás se portaba como un hombre que esta apurado en
revestirse, ya que no podía o no quería creer lo que los otros le aseguraban. En este
momento entró un hombre con un delantal, que parecía un servidor de la casa, con una
lámpara encendida en una mano y en la otra un bastón terminado en gancho, con el cual
ensartó la gran lámpara del medio, la bajó a su alcance, la encendió y la volvió a subir;
luego salió. Vi a María Santísima, a Magdalena y a otra mujer que se disponían a entrar
en la sala. Pedro y Juan les sa lieron al encuentro. La otra mujer quedó en la antesala,
abierta por el medio y una parte de las salas laterales. Las puertas del patio y las que
daban a la calle estaban cerradas. En los espacios de la sala lateral había muchos
discípulos de Jesús. Al entrar María Santísima y la Magdalena, cerraron las puertas y se
dispusieron para la oración. Las santas mujeres permanecieron reverentes a los lados de
la puerta, de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Los apóstoles oraron de nuevo hincados delante del Santísimo como primer acto; Juego,
debajo de la lampara, de pie, cantando salmos alternativamente, como en el coro. Pedro
estaba de cara vuelto al Santísimo y Juan y Santiago el Menor a sus lados. Los demás
apóstoles estaban alineados en torno de la lámpara a ambos lados. El espacio del medio
que miraba al Santísimo estaba libre. Pedro tenía sus espaldas hacia la puerta. Detrás de
ellos, más distantes, estaban las santas mujeres. Hubo una interrupción en la oración:
parecía que ésta había terminado. Vi que hablaban como si quisieran ir hacia el Mar de
Tiberíades y repartirse por Jos pueblos de esa región. De pronto se vieron sus rostros
como esclarecidos y transformados por la presencia del Señor. Vi en ese momento al
Señor, resplandeciente, venir por el patio. Llevaba vestidura blanca y cinturón de igual
color. Se acercó a la puerta de la antesala, que se abrió y se volvió a cerrar detrás de Él.
Los discípulos vieron como se abría la puerta y se apartaron dando lugar al Señor. Jesús
avanzó rápidamente y se colocó junto a Pedro y a Juan, los cuales se retiraron,
cediéndole el lugar del medio.
Su modo de caminar no era como el andar acostumbrado de los hombres ni tampoco de
fantasma. Me recordó a un sacerdote que avanza sereno y grave en medio de los fieles,
que están respetuosos a ambos lados y le dejan paso. De pronto todo era en la sala
brillante. Jesús estaba rodeado de resplandor. Los apóstoles se retiraron. pues, de otro
modo, estando dentro de esa luz, no lo hubieran pod ido contemplar. Jesús dijo: «La paz
sea con vosotros». Luego habló con Pedro y Juan. Me pareció que era una advertencia
para ellos: habían hecho algo no conforme a lo mandado, sino por su voluntad; por eso
no habían tenido éxito en lo que hicieron. Se refería a ciertas curaciones que habían
intentado al regreso de Tenat-S ilo y Sichar, donde no habían obrado todo según lo
prescrito por el Señor, sino según sus propias ideas. Les dijo como debían hacer otra vez
cuando volvieran. Después de esto se acercó a la lámpara y todos se agruparon en torno
de Él. Tomás, muy avergonzado en la presencia del Señor, se había retirado algo más
atrás. Jesús tomó con su mano derecha la mano derecha de Tomás e introdujo el dedo
índice de Tomás en la llaga de su mano izquierda. Luego tomó la mano izquierda con su
izquierda, introduciendo el dedo pulgar del apóstol en su llaga derecha. Después con su
mano derecha volvió a tomar la derecha de Tomás y, sin descubrir su pecho, pasó la
mano de Tomás debajo de su vestidura, introduciendo el dedo indice y el medio del
apóstol en la llaga de su costado derecho. Dijo algunas palabras mientras hacia esto.
Tomás cayó como desmayado y conmovido, mientras decía; «Mi Señor y mi Dios».
Jesús retenía su mano derecha. Los presentes lo sostuvieron y Jesús lo levantó con su
divina mano.
Esta caída y este levantamiento tenían su significado. Cuando Jesús tomo la mano de
Tomas he visto las llagas del Señor, no como llagas sangrientas, sino como pequeños
soles resplandecientes. Los demás discípulos estaban muy conmovidos por esta
aparición del Señor y levantaban y estiraban sus cabezas para ver lo que el Señor hacia
con Tomas. A la Virgen Santísima la vi durante esta acción como fuera de sí por el
éxtasis, silenciosa y recogida. La Magdalena mostraba más su emoción. aunque menos
exteriormente que los discípulos.
Jesús no desapareció en segu ida: habló aun y pidió algo de comer como la primera vez.
He visto de nuevo como sacaron del lugar donde estaba oculta la mesita, una puentecilla
ovalada con un pez. Jesús comió del pez después de haberlo bendecido y dio parte de él
mismo, primero a Tomás, luego a los demás. Jesús declaró por qué estaba en medio de
ellos, que lo habían abandonado, y por qué no estaba siempre con aquéllos que le habían
permanecido fieles. Explicó por qué había dicho a Pedro que confirmara a sus
hermanos. Volviéndose a todos los presentes les dijo que quería dejarles a Pedro como
jefe, aun cuando éste le había negado. Añadió que debía ser pastor del rebaño y habló
del ardor de Pedro.
Juan trajo en sus brazos, desde el lugar del Santísimo, aquel manto bordado, amplio, a
modo de capa pluvial, que Santiago había recibido de María, confeccionado en los
últimos tiempos por las santas mujeres de Betania. Tr~ eron también un báculo imitando
un bastón de pastor: era alto, hueco, esbelto y doblado en la parte superior como los
báculos episcopales. El manto o capa era de color blanco, con anchas rayas rojas; tenia
bordados de espigas, racimos de uvas y un cordero con otros adornos de distintos
colores. La capa era amplia, larga hasta los pies y estaba sujeta por delante con una
especie de escudo cuadrado de metal. Los lados de la capa tenían listas de color rojo y
letras bordadas. Tenía una capucha blanca que podía alzarse para cubrir la cabeza.
Ahora veo a Pedro hincado, delante del Señor, que leí da un bocado redondo, como un
panecillo: no vi que lo haya sacado de ningún plato o lugar de allí; el bocado brillaba.

Tengo la persuasión de que Pedro recibe en este momento una fuerza extraordinaria.
Veo que sopla sobre él y le da con eso una fuerza, un poder, infundiéndole una potestad.
No era en realidad un soplar sobre él: era algo real, existente, palabras y fuerza que
pasaban de Jesús a Pedro por medio de las palabras. Veo que Jesús acerca su boca a la
de Pedro y derrama en la boca y en los oídos de Pedro una fuerza, una potencia, que veo
pasar del Señor a Pedro. No era todavía el Espíritu Santo, que vino sobre é l en
Pentecostés: era algo que pasaba a Pedro y que
sería vivificado el dia de Pentecostés.
Jesús le impuso también sus manos y le comunicó un poder sobre los demos. El mismo
Señor le cubrió Juego con el manto que sostenía Juan en sus brazos y le entrego el
báculo. Dijo en esta ocasión que ese manto debía mantener toda la fuerza que Él le
había comunicado y que debía llevarlo todas las veces que convenía hacer uso de la
potestad que le había comunicado. Jesús les habló de otro gran bautismo, cuando Él les
mandase el Esyíritu Santo; y añadió que Pedro daría a Jos demás, ocho días después, la
potestad que Elle había dado ahora a Pedro sólo. Ordenó además que algunos dejaran
las vestiduras blancas y usaran otras de diversas formas con un escudo en medio y que
otros usaran de nuevo la vestidura blanca. Eran indicaciones de diversos grados,
consagraciones y órdenes que debían ejercer entre ellos. Después Jesús les dijo a Jos
discípulos que se dispusieran en siete grupos y a la cabeza de cada grupo puso a un
apóstol. Santiago el Menor y Tomás debían permanecer junto a Pedro. Se ordenaron
según mandó Jesús. Parecía que debían ser como siete comunidades, siete iglesias. Jesús
dijo también a Pedro que fuera al mar de Galilea a pescar.
Pedro dirigió la palabra a los demás en su nueva dignidad. Parecía transformado en otro
hombre. lleno de potestad y de fu erza. Ellos escucharon sus palabras, muy conmovidos,
entre lágrimas. Pedro los consoló y recordó muchas cosas que Jesús había predicho y
que se realizaban entonces. Recuerdo que dijo, entre otras cosas, que Jesús sostuvo
durante diez y ocho horas los desprecios y las vi llanías de todo el mundo. También dijo
lo que faltaba para que se cumplieran los treinta y cuatro años de la vida de Jesús.
Cuando Pedro comenzó a hablar, Jesús ya había desaparecido. Ninguna maravilla,
ninguna extrañeza interrumpió las palabras de Pedro en su discurso, pues aparecía ahora
con una fuerza y con un poder renovados. Cantaron unos sanos de acción de gracias. No
he visto que Jesús haya hablado con su Madre ni con Magdalena en esta ocasión.