La amarga pasión de nuestro Señor Jesucristo – Sección 1

I
Preparación de la Pascua
El Jueves Santo 13 Nisan (29 de Marzo). Ayer tarde fue cuando tuvo lugar la
última gran comida del Señor y de sus amigos, en casa de Simón el leproso, en
Betania, en donde María Magdalena derramó por la última vez los perfumes
sobre Jesús. Judas se escandalizó en esta ocasión; corrió a Jerusalén, y habló
con los príncipes de los sacerdotes para vender a Jesús. Después de la comida
Jesús volvió a casa de Lázaro, y una parte de los apóstoles se dirigió hacia la
posada, situada a la entrada de Betania. Por la noche Nicodemo vino a casa de
Lázaro, y habló mucho tiempo con el Señor; volvió a Jerusalén antes de
amanecer, y Lázaro lo acompañó parte del camino.
Los discípulos habían preguntado ya a Jesús adónde quería comer la Pascua.
Hoy, antes de amanecer, llamó el Señor a Pedro, a Santiago y a Juan: les
habló mucho de todo lo que debían preparar y ordenar en Jerusalén, y les dijo
que cuando subieran al monte de Sión encontrarían al hombre con el cántaro
de agua. Ellos conocían ya a este hombre, pues en la última Pascua, en
Betania, había preparado la comida de Jesús; por eso San Mateo dice: «cierto
hombre». Debían seguirle hasta su casa, y decirle: «El Maestro te manda a decir
que su tiempo se acerca, y que quiere celebrar la Pascua en tu casa». Después
debían ser conducidos al Cenáculo, y ejecutar todas las disposiciones
necesarias.
Yo vi los dos apóstoles subir a Jerusalén, siguiendo un barranco, al Mediodía
del templo, del lado septentrional de Sión. Sobre el flanco meridional de la
montaña del templo había una fila de casas; marcharon frente por frente de
esas casas, subiendo un torrente que los separaba de ellos. Cuando llegaron a
las alturas de Sión, más elevadas que la montaña del templo, se dirigieron
hacia el Mediodía, y encontraron al principio de una pequeña subida, cerca de
una casa vieja con muchos patios, al hombre que el Señor les había
designado; le siguieron y le dijeron lo que Jesús les había mandado. Se alegró
mucho de esta noticia, y les respondió que una comida había sido ya dispuesta
en su casa (probablemente por Nicodemo); que no sabía para quién, y que se
alegraba de saber que era para Jesús. Este hombre era Helí, cuñado de
Zacarías de Hebrón, en cuya casa el año anterior había Jesús anunciado la
muerte de Juan Bautista. No tenía más que un hijo, que era levita, y muy amigo
de Lucas, antes que éste hubiese venido al Señor; y además cinco hijas
solteras. Iba todos los años a la fiesta de la Pascua con sus criados, alquilaba
una sala, y preparaba la Pascua para las personas que no tenían hospedaje en
la ciudad. Ese año había alquilado un Cenáculo, que pertenecía a Nicodemo y
a José de Arimatea. Enseño a los dos apóstoles su posición y su distribución
interior.

II
El Cenáculo
Sobre el lado meridional de la montaña de Sión, no lejos del castillo arruinado
de David y de la plaza que sube hacia él por el lado de Levante, se halla una
antigua y sólida casa entre dos filas de árboles copudos, en medio de un patio
espacioso cercado de buenas paredes. A derecha y a izquierda de la entrada
se ven otras habitaciones contiguas a la pared, sobre todo a la derecha; la
habitación del mayordomo, y al lado la que la Virgen y las santas mujeres
ocuparon con mas frecuencia después de la muerte de Jesús. El Cenáculo,
antiguamente más espacioso, había servido entonces de habitación a los
audaces capitanes de David: en él se ejercitaban en manejar las armas. Antes
de la fundación del templo, el Arca de la Alianza había sido depositada allí
bastante tiempo, y aún hay vestigios de su permanencia en un lugar
subterráneo. Yo he visto también al profeta Malaquías escondido debajo de las
mismas bóvedas; allí escribió sus profecías sobre el Santísimo Sacramento y el
sacrificio de la Nueva Alianza. Salomón honró esta casa, y había en ella algo
de simbólico y de figurativo, que se me ha olvidado. Cuando una gran parte de
Jerusalén fue destruida por los babilonios, esta casa fue respetada: he visto
otras muchas cosas de ella, pero no tengo presente mas que lo que he
contado.
Este edificio estaba en muy mal estado cuando vino a ser propiedad de
Nicodemo y de José de Arimatea: habían dispuesto el cuerpo principal muy
cómodamente, y lo alquilaban para servir de cenáculo a los extranjeros que la
Pascua atraía a Jerusalén. Así el Señor lo había usado en la última Pascua.
Además, la casa y sus dependencias les servían, unas para almacén de
lápidas sepulcrales, y otras de taller para los obreros, pues José de Arimatea
poseía excelentes canteras en su patria, y hacía traer piedras, con las cuales
labraban, bajo su dirección, sepulcros, ornamentos de arquitectura y columnas,
para después venderlos. Nicodemo tomaba parte en este comercio, y aún le
gustaba esculpir en sus ratos de ocio. Trabajaba en la sala o en un subterráneo
que estaba debajo, excepto en la época de las fiestas: este género de
ocupación lo había puesto en relación con José de Arimatea; se habían hecho
amigos, y asociado con frecuencia en sus empresas.
Esta mañana, mientras que Pedro y Juan conversaban con el hombre que
había alquilado el Cenáculo, vi a Nicodemo en la casa de la izquierda del patio,
adonde habían trasportado muchas piedras que obstruían la entrada de la sala
de comer. Ocho días antes había visto muchas personas ocupadas en poner
las piedras a un lado, en limpiar el patio y en preparar el Cenáculo para la
celebración de la Pascua; yo creo que entre ellas había algunos discípulos,
quizás Aram y Temení, los primos de José de Arimatea.
El Cenáculo propiamente está casi en medio del patio; es cuadrilongo, rodeado
de columnas poco elevadas, y si se abrieran los intervalos entre los pilares,
podría estar reunido a la sala grande interior, pues todo el edificio es como
transparente, y solo en los tiempos ordinarios están los pasos cerrados con
puertas. La luz penetra por aberturas en lo alto de las paredes. Al entrar se
halla primero un vestíbulo, adonde conducen tres puertas; después se entra en
la sala interior, en cuyo techo hay colgadas muchas lámparas; las paredes
están adornadas para la fiesta, hasta media altura, de hermosas esteras y de
colgaduras, y han practicado en lo alto una abertura, adonde han extendido
una gasa azul muy transparente.
La parte posterior de la sala está separada del resto por una cortina de la
misma tela. Esta división en tres partes da al Cenáculo cierta similitud con el
templo: se halla también en el vestíbulo el santuario, y el Santo de los Santos.
En esta ultima parte están dispuestos, a derecha e izquierda, los vestidos
necesarios para la celebración de la fiesta. En medio hay una especie de altar.
Fuera de la pared sale un banco de piedra elevado sobre tres escalones; tiene
la figura de un triangulo rectángulo; debe ser la parte superior del hornillo
donde se asa el cordero Pascual, porque hoy, durante la comida, los escalones
estaban calientes. No puedo detallar todo lo que se halla en esta parte de la
sala, pero están haciendo grandes preparativos para la comida pascual.
Encima de este hornillo o altar hay una especie de nicho en la pared, delante
del cual vi la imagen de un cordero pascual: tenía un cuchillo en el cuello, y
parecía que su sangre corría gota a gota sobre el altar; no me acuerdo bien
como estaba hecho. En el nicho de la pared hay tres armarios de diversos
colores, que se vuelven como nuestros tabernáculos para abrirlos y cerrarlos; vi
toda clase de vasos para la Pascua; más tarde, el Santísimo Sacramento
reposo allí.
En las salas laterales del Cenáculo hay unas especies de camas con
cobertores gruesos, enrollados juntos, donde se puede pasar la noche. Debajo
de todo el edificio hay hermosas bodegas. El Arca de la Alianza fue depositada
en algún tiempo bajo el sitio donde se ha construido el hogar. Debajo de la
casa hay cinco caños que reciben las inmundicias y las aguas de la montaña,
pues la casa esta situada en un punto elevado. Yo he visto allí a Jesús curar y
enseñar; los discípulos también pasaban con frecuencia las noches en las
salas laterales.

 

III
Disposiciones para el tiempo pascual
Cuando los apóstoles hablaron a Helí de Hebrón, este entró en la casa por el
patio: los discípulos volvieron a la derecha, y bajaron el monte de Sión hacia el
Norte. Pasaron un puente, y se fueron por un sendero cubierto de árboles al
otro lado del barranco que está delante del templo y de la fila de casas situadas
al Mediodía de este edificio. Allí estaba la casa del viejo Simeón, muerto en el
templo después de la presentación de Jesucristo; y sus hijos, algunos de los
cuales eran secretamente discípulos de Jesús, vivían en ella actualmente. Los
apóstoles hablaron a uno de ellos, que tenía un empleo en el templo; era un
hombre alto y moreno. Fueron con él al Este del templo, atravesando la puerta
de Ofel, por donde Jesús había entrado en Jerusalén el día de Ramos, y fueron
a la plaza de los Ganados, situada en la ciudad, al Norte del templo. Vi en la
parte meridional de esta plaza pequeños cercados, en donde saltaban
hermosos corderos sobre la hierba, como en jardines pequeños. Allí se
compraban los corderos de la Pascua. Yo vi al hijo de Simeón entrar en uno de
esos cercados.: los corderos saltaban a su alrededor, como si lo hubiesen
conocido. Escogió cuatro, que fueron llevados al Cenáculo. Por la tarde lo vi
ocuparse en el mismo sitio en la preparación del cordero pascual.
Vi a Pedro y a Juan ir además a varios sitios y encargar diversos objetos. Los vi
también delante de una puerta, al Norte de la montaña del Calvario, en una
casa en donde se hospedaban la mayor parte del tiempo los discípulos de
Jesús, y que pertenecía a Serafia (tal era el nombre de la que después fue
llamada Verónica). Pedro y Juan enviaron desde allí algunos discípulos al
Cenáculo, y les dieron algunos encargos, que he olvidado.
Entraron también en casa de Serafia, donde tenían que arreglar algunas cosas.
Su marido, miembro del Consejo, estaba la mayor parte del tiempo fuera de
casa en sus negocios; y aun estando, ella lo veía poco. Era una mujer de la
edad de María Santísima, y que estaba en relaciones con la Sagrada Familia
desde mucho tiempo antes; pues cuando el Niño Jesús se quedó en el templo
después de la fiesta, ella fue quien le dio de comer. Los dos apóstoles tomaron
allí, entre otras cosas, el cáliz de que se sirvió el Señor para la institución de la
sagrada Eucaristía.

 

IV
El Cáliz de la Santa Cena
El cáliz que los apóstoles llevaron de la casa de Verónica, es un vaso
maravilloso y misterioso. Había estado mucho tiempo en el templo entre otros
objetos preciosos y de gran antigüedad, cuyo origen y uso se había olvidado.
Una cosa igual ha sucedido en la Iglesia cristiana, de donde muchas
joyas antiguas consagradas han pasado al olvido con los años.
Muchas veces se han desenterrado, vendido o compuesto vasos viejos y otras
joyas enterradas en el polvo del templo. Así es que, con la permisión de Dios,
este vaso sacratísimo, que nunca se había podido fundir a causa de su materia
desconocida, fue hallado por los sacerdotes
modernos en el tesoro del templo, entre otros objetos que no se usaban, y
luego vendido a un aficionado a antigüedades. El cáliz comprado por Serafia
había servido ya muchas veces a Jesús para la celebración de las fiestas, y
desde ese día fue propiedad constante de la santa comunidad cristiana. Este
vaso no siempre se conservó en su estado actual: quizás con ocasión de la
Cena del Señor habían juntado las diferentes piezas de que se componía. El
gran cáliz estaba puesto en un azafate, y alrededor había seis copas. Dentro
del cáliz había otro vaso pequeño, y encima un plato con una tapadera
redonda. En el pie del cáliz estaba embutida una cuchara, que se sacaba con
facilidad. Todas estas piezas estaban envueltas en paños y puestas en una
bolsa de cuero, si no me equivoco. El gran cáliz se compone de la copa y del
pie, que debe haber sido añadido después, pues estas dos partes son de
distinta materia. La copa presenta una masa morena y bruñida en forma de
pera; esta revestida de oro, y tiene dos asas para poderla agarrar. El pie es de
oro puro, divinamente trabajado, con una culebra y un racimo de uvas por
adorno, y enriquecido con piedras preciosas.
El gran cáliz se guarda en la iglesia de Jerusalén, cerca de Santiago el Menor,
y lo veo todavía conservado en esta ciudad; ¡tornara de nuevo a darse a luz
como ha aparecido esta vez! Otras iglesias se han repartido las copas que lo
rodeaban; una de ellas esta en Antioquía, otra en Éfeso: pertenecían a los
Patriarcas, que apuraban en ellas cierta bebida misteriosa cuando recibían y
daban la bendición, como lo he visto muchas veces.
El gran cáliz estaba en casa de Abraham: Melquisedec lo trajo consigo del país
de Semíramis a la tierra de Canaán cuando comenzó a fundar algunos
establecimientos en el mismo sitio donde se edificó después Jerusalén: él lo
usó en el sacrificio, al ofrecer el pan y el vino en presencia de Abraham y se lo
dejo a este Patriarca. Este vaso había estado también en el Arca de Noé.
«Ved aquí hombres hermosos que vienen de una ciudad opulenta: está
edificada a la antigua; se adora en ella lo que se quiere; adórase hasta los
peces. El viejo Noé, con un palo al hombro, está junto al Arca; la madera de
construcción esta puesta a su lado. No, no son hombres: debe ser algo más
elevado, según su belleza y su serenidad; traen a Noé el cáliz, que sin duda se
ha perdido; no sé como se llama este sitio. Hay en el cáliz una especie de
grano de trigo, pero mas grueso que los nuestros; es como un grano de
mirasol, y hay también un sarmiento pequeño. Dicen a Noé que hay en él un
misterio, y que debe llevarlo consigo. Mirad: pone el grano de trigo y el
sarmiento en una manzana amarilla que coloca en la copa. El cáliz está labrado
con traza maravillosa. Hay un misterio que yo no me sé: es el cáliz que he visto
figurar en la gran parábola(*) en el sitio donde estaba el espino ardiendo».
La monja refirió todo lo que se acababa de decir del cáliz, en un estado de
intuición tranquila, y viendo ante sus ojos lo que describía. Durante su relato
acerca de Noé, estaba toda absorta en su visión. Al fin doó un grito, miró en
torno suyo, y dijo:
¡Ah! Tengo miedo de tener que entrar en el Arca: veo a Noé, y creí que
llegaban las aguas rebosantes. (Después, habiendo vuelto a su estado natural,
dijo:) Los que trajeron el cáliz a Noé llevaban un vestido largo, blanco, y se
parecían a los tres hombres que venidos a casa de Abraham le prometieron que
Sara pariría. Me pareció que sacaron de la ciudad una cosa santa que no debía
perecer con ella, y que la daban a Noé. El cáliz estuvo en Babilonia en casa de
los descendientes de Noé que se habían mantenido fieles al verdadero Dios.
Estaban sometidos a esclavitud por Semíramis. Melquisedec los condujo a la
tierra de Canaán, y llevó el cáliz. Vi que tenía una tienda cerca de Babilonia, y
que antes de conducirlo bendijo en ella el pan y se lo distribuyó, sin lo cual no
hubieran tenido fuerza para seguirle. Esa gente tenía un nombre como
samaneos. Él se sirvió de ellos y de algunos cananeos habitantes en grutas,
cuando comenzó a edificar sobre los montes donde estuvo después Jerusalén.
Abrió cimientos profundos en el sitio donde se alzaron luego el Cenáculo y el
templo, y también hacia el Calvario. Sembró trigo y plantó viña. Después del
sacrificio de Melquisedec, el cáliz se quedó en casa de Abraham. Fue también a
Egipto, y Moisés lo tuvo en su poder. Estaba hecho de un modo singular, muy
compacto, y no parecía trabajado como los metales; semejaba el producto de
un vegetal. Sólo Jesús sabía lo que era.
(*) Esto se refiere a, una gran parábola simbólica de la reparación del género
humano desde el principio, que desgraciadamente no contó por completo, y
después se le olvidó. En esta ocasión no habló del espino ardiendo; aunque el
espino ardiendo de Moisés tenía en otras visiones la forma de un cáliz.

 

V
Jesús va a Jerusalén
Por la mañana, mientras los dos apóstoles se ocupaban en Jerusalén en hacer
los preparativos de la Pascua, Jesús, que se había quedado en Betania, hizo
una tierna despedida a las santas mujeres, a Lázaro y a su Madre, y les dio
algunas instrucciones. Yo vi al Señor hablar solo con su Madre; le dijo, entre
otras cosas, que había enviado a Pedro, el apóstol de la fe, a Juan, el apóstol
del amor, para preparar la Pascua en Jerusalén. Dijo de Magdalena, cuyo dolor
era muy violento, que su amor era grande, pero que todavía era un poco según
la carne. y que por ese motivo el dolor la ponía fuera de si. Habló también del
proyecto de Judas, y la Virgen Santísima rogó por él.
Judas había ido otra vez de Betania a Jerusalén con pretexto de hacer un
pago. Corrió todo el día a casa de los fariseos, y arregló la venta con ellos. Le
enseñaron los soldados encargados de arrestar al Salvador. Calculó sus idas y
venidas de modo que pudiera explicar su ausencia. Volvió al lado del Señor
poco antes de la cena. Yo he visto todas sus tramas y todos sus pensamientos.
Era activo y servicial, pero lleno de avaricia, de ambición y de envidia, y no
combatía estas pasiones. Había hecho milagros, y curaba enfermos en la
ausencia de Jesús. Cuando el Señor anunció a la Virgen lo que iba a suceder,
esta le pidió de la manera más tierna que la dejase morir con Él. Pero Él le
recomendó que tuviera mas resignación que las otras mujeres; le dijo también
que resucitaría, y el sitio donde se le aparecería. Ella no lloró mucho, pero
estaba profundamente triste, y sumergida en un recogimiento que tenía algo de
espantoso. El Señor le dio las gracias, como un hijo piadoso , del amor
que le tenía, y la estrechó contra su corazón. Le dijo también que haría
espiritualmente la cena con Ella, y le designó la hora en que la recibiría. Se
despidió otra vez de todos, y dio diversas instrucciones.
Jesús y los nueve apóstoles salieron a las doce de Betania para Jerusalén; los
seguían siete discípulos, que eran de Jerusalén y de sus contornos, excepto
Natanael y Sitas. Entre ellos estaban Juan Marcos y el hijo de la pobre viuda
que el jueves anterior había ofrecido su ultimo dinero en el templo mientras que
Jesús enseñaba. Jesús lo tenía consigo desde pocos días antes. Las santas
mujeres salieron más tarde.
Jesús y los que le seguían anduvieron acá y allá al pie del monte de los Olivos,
en el valle de Josafat y hasta el Calvario. En el camino no cesaba de instruirlos.
Dijo a los apóstoles, entre otras cosas, que hasta entonces les había dado su
pan y su vino, pero que hoy quería darles su carne y su sangre, y que les
dejaría todo lo que tenía. Decía esto el Señor con una expresión tan dulce en el
semblante, que su alma parecía salirse por todas partes, que se deshacía en
amor esperando el momento de darse a los hombres. Sus discípulos no lo
comprendieron: creían que hablaba del cordero pascual. No se puede expresar
todo el amor y toda la resignación que encierran los últimos discursos que
pronunció en Betania y aquí.
Los siete discípulos que habían seguido al Señor a Jerusalén no anduvieron
este camino con Él: fueron a llevar al Cenáculo los vestidos de ceremonia para
la Pascua, y volvieron a casa de María, madre de Marcos. Cuando Pedro y
Juan vinieron al Cenáculo con el cáliz, todos los vestidos de ceremonia estaban
ya en el vestíbulo, adonde los discípulos y algunos otros los habían llevado.
Cubrieron también con colgaduras las paredes desnudas de la sala, abrieron
las ventanas de arriba y prepararon tres lámparas colgadas. En seguida Pedro
y Juan fueron al valle de Josafat, y llamaron al Señor y a los nueve apóstoles.
Los discípulos y los amigos que debían celebrar la Pascua en el Cenáculo
vinieron después.

 

VI
Última Pascua
Jesús y los suyos comieron el cordero pascual en el Cenáculo, divididos en tres
grupos. Jesús comió con los doce apóstoles en la sala del Cenáculo. Natanael
comió con otros doce discípulos en una de las salas laterales; otros doce
tenían a su cabeza a Elíacim, hijo de Cleofás y de María, hija de Helí: había
sido discípulo de Juan Bautista.
Se mataron para ellos tres corderos en el templo. Había allí un cuarto cordero,
que fue sacrificado en el Cenáculo: éste es el que comió Jesús con los
apóstoles. Judas ignoraba esta circunstancia, porque ocupado en su trama, no
había vuelto cuando el sacrificio del cordero: vino pocos instantes antes de la
comida. El sacrificio del cordero destinado a Jesús y a los apóstoles fue
enternecedor; se hizo en el vestíbulo del Cenáculo, Los apóstoles y los
discípulos estaban allí cantando el salmo CXVIII. Jesús hablo de una nueva
época que comenzaba. Dijo que los sacrificios de Moisés y la figura del
Cordero pascual iban a cumplirse; pero que, por esta razón, el cordero debía
ser sacrificado como antiguamente en Egipto, y que iban a salir
verdaderamente de la casa de servidumbre.
Preparáronse los vasos y los instrumentos necesarios. Trajeron un recental
adornado con una corona, que fue enviada a la Virgen Santísima, al sitio donde
se hallaba con las santas mujeres. El cordero estaba atado, de espaldas sobre
una tabla, por mitad del cuerpo: me recordó a Jesús atado a la columna y
azotado. El hijo de Simeón tenía la cabeza del cordero: Jesús le pico con la
punta de un cuchillo en el cuello, y el hijo de Simeón acabo de matarlo. Jesús
parecía tener repugnancia de herirlo; lo hizo rápidamente, pero con gravedad;
la sangre fue recogida en un baño, y trajeron un ramo de hisopo que Jesús
mojó en ella. En seguida fue a la puerta de la sala, tiñó de sangre los dos
pilares y la cerradura, fijando sobre aquella el ramo ensangrentado. Después
hizo una instrucción, y dijo, entre otras cosas, que el Angel exterminador
pasaría mas lejos; que debían adorar en ese sitio sin temor y sin inquietud
cuando Él fuera sacrificado, Él en persona, el verdadero Cordero pascual; que
un nuevo tiempo y un nuevo sacrificio iban a comenzar, y que durarían hasta el
fin del mundo.
Después se fueron a la extremidad de la sala, cerca del hogar adonde
estuviera en otro tiempo el Arca de la Alianza: había ya lumbre. Jesús vertió la
sangre sobre el hogar, y lo consagró como un altar. Luego, seguido de sus
apóstoles, dio la vuelta al Cenáculo y lo consagró como un nuevo templo.
Todas las puertas mientras tanto estaban cerradas.
El hijo de Simeón había ya preparado el cordero. Lo puso en una tabla: las
patas de delante estaban atadas a un palo puesto al través; las de atrás
extendidas a lo largo de la tabla.
Se parecía a Jesús sobre la cruz, y fue metido en el horno para ser asado con
los otros tres corderos traídos del templo.
Los corderos pascuales de los judíos se mataban todos en el vestíbulo, y en
tres sitios: uno para las personas de distinción, otro para la gente común, y otro
para los extranjeros. El cordero pascual de Jesús no se mató en el templo; todo
lo demás fue rigurosamente conforme a la ley. Jesús pronunció todavía otras
palabras; dijo que el cordero era sólo una figura; que Él mismo debía ser al día
siguiente el Cordero pascual, y otras cosas que se me han olvidado.
Después que Jesús habló así sobre el cordero pascual y su significación, y
habiendo llegado Judas, prepararon las mesas. Los convidados se pusieron los
vestidos de viaje que estaban en el vestíbulo, otros zapatos, un vestido blanco
parecido a una camisa, y una capa mas corta de delante que de atrás;
recogiéronse los vestidos hasta la cintura; tenían también mangas anchas
remangadas. Cada grupo fue a la mesa que le estaba designada: los discípulos
en las salas laterales; el Señor, con los apóstoles, en la del Cenáculo. Tomaron
un palo en la mano y fueron de dos en dos a la mesa; estaban de pie cada uno
en su sitio; el palo apoyado sobre el brazo izquierdo, y las manos elevadas en
alto.
La mesa era estrecha y de alto tenía un pie más que la rodilla de un hombre; su
forma era la de una herradura; enfrente de Jesús, en el interior del semicírculo,
había un sitio vacío para servir los platos. Según puedo acordarme, a la
derecha de Jesús estaban Juan, Santiago el Mayor y Santiago el Menor; al
extremo de la mesa, Bartolomé, y a la vuelta, Tomás y Judas lscariote. A la
izquierda de Jesús estaban Pedro, Andrés y Tadeo; al extremo de la izquierda,
Simón, y a la vuelta Mateo y Felipe.
En medio de la mesa estaba el cordero pascual en una fuente. Su cabeza
reposaba sobre los pies de delante puestos en cruz, los pies de atrás estaban
extendidos; el borde de la fuente veíase cubierto de ajos. A su lado había un
plato con el asado de Pascua; además, un plato con una legumbre verde, y un
segundo plato con manojitos de hierbas amargas, que parecían hierbas
aromáticas; delante de Jesús había una fuente con otras hierbas, y un plato
con una salsa oscura. Los convidados tenían delante de si unos panecillos
redondos en lugar de platos, y cuchillos de marfil.
Después de la oración, el mayordomo puso delante de Jesús, sobre la mesa, el
cuchillo para cortar el cordero. Puso una copa de vino delante del Señor, y
llenó seis copas que estaban cada una entre dos apóstoles. Jesús bendijo el
vino y lo bebió; los apóstoles bebían dos en la misma copa. El Señor partió el
cordero; los apóstoles presentaron cada uno su pan, y recibieron su parte. La
comieron muy aprisa, con ajos y hierbas verdes que mojaban en la salsa. Todo
esto lo hicieron de pie, apoyándose solo un poco sobre el respaldo de su silla.
Jesús rompió uno de los panes ácimos, guardó una parte, y distribuyo la otra.
Trajeron otra copa de vino, pero Jesús no bebió: «Tomad este vino y
repartíoslo; pues ya no beberé mas vino hasta que venga el reino de Dios».
Después de comer, cantaron; Jesús rezó o enseñó, y se lavaron otra vez las
manos. Entonces ocuparon las sillas.
El Señor partió todavía otro cordero, que fue llevado a las santas mujeres a una
de las habitaciones del patio, donde estaban comiendo. Los apóstoles
comieron todavía legumbres y lechugas. Jesús estaba muy recogido y sereno:
yo no lo había visto jamás así. Dijo a los apóstoles que olvidaran todos los
cuidados que podían tener. La Virgen Santísima, también en la mesa de las
mujeres, estaba llena de serenidad. Cuando las otras mujeres venían a Ella y le
tiraban del velo para hablarle, había en sus movimientos una sencillez muy
tierna.
Al principio Jesús estuvo muy afectuoso con sus apóstoles; después se puso
grave y melancólico, y les dijo: «Uno de vosotros me venderá; uno de vosotros,
cuya mano está en esta mesa conmigo». Había solo un plato de lechuga; Jesús
la repartía a los que estaban de su lado, y encargo a Judas, que estaba
enfrente, que la distribuyera por el suyo. Cuando Jesús hablo de un traidor,
cosa que espantó a todos los apóstoles, dijo: «Un hombre, cuya mano esta en
la misma mesa o en el mismo plato que la mía». Lo que significa: «Uno de los
doce que comen y beben conmigo; uno de los que participan de mi pan». No
designó claramente a Judas a los otros, pues meter la mano en el mismo plato
era una expresión que indicaba la mayor intimidad. Sin embargo, quería dar un
aviso a Judas, que metía la mano en el mismo plato que el Señor para repartir
la lechuga; Jesús añadió: «El Hijo del hombre se va, según está escrito de Él;
pero desgraciado el hombre que venderá al Hijo del hombre: más le valdría no
haber nacido».
Los apóstoles, agitados, le preguntaban cada uno: «Señor, ¿soy yo?», pues
todos sabían que no comprendían del todo estas palabras. Pedro se recostó
sobre Juan por detrás de Jesús, y por señas le dijo que preguntara al Señor
quién era, pues habiendo recibido algunas reconvenciones de Jesús, tenía
miedo que le hubiera querido designar. Juan estaba a la derecha de Jesús, y
como todos, apoyándose sobre el brazo izquierdo, comía con la mano derecha:
su cabeza estaba cerca del pecho de Jesús. Se recostó sobre su seno, y le
dijo: «Señor, ¿quién es?» Entonces tuvo aviso de que Jesús quería designar a
Judas. Yo no vi que Jesús se lo dijera con los labios: «Éste, a quien le doy el
pan que he mojado». Yo no sé si se lo dijo bajo; pero Juan lo supo cuando
Jesús mojo el pedazo de pan con la lechuga, y lo presentó afectuosamente a
Judas, que preguntó a su vez: «Señor, ¿soy yo?» Jesús lo miro con amor, y le
dio una respuesta en términos generales. Era para los judíos una prueba de
amistad y de confianza. Jesús lo hizo con afección cordial para avisar a Judas
sin denunciarlo a los otros; pero éste estaba interiormente lleno de ira. Yo vi,
durante la comida, una figura horrenda sentada a sus pies, y que subía algunas
veces hasta su corazón. Yo no vi que Juan dijera a Pedro lo que le había dicho
Jesús; pero le tranquilizó con los ojos.