Desde el fin de la primera Pascua hasta la prisión de San Juan Bautista – Sección 13

LXD
Jesús en la pequeña población de Azo
Después de haber comido se dirigió Jesús, acompañado de varias
personas, a un lugar situado a varias horas al Norte, llamado Azo. Se
reunieron allí muchas personas. porque por la tarde comenzaban unas fiestas
con ocasión de la victoria de Gedeón. Jesús fue recibido delante de la ciudad
por los levitas; le lavaron los pies y le dieron alimento. Después fue a la
sinagoga y enseñó. Azo era una fortaleza en los tiempos de Jefté; cuando él
fue llamado del país de Tob, fue destruida. Ahora Azo era una pequeña
ciudad, pero muy limpia, que se extendía en una hilera larga de casas. No
tenía paganos y las personas eran buenas, trabajadoras, de sanas costumbres
y cultivaban olivares. Los olivares están delante de la ciudad, en las laderas,
plantados en orden, artísticamente dispuestos. También preparan aquí telas y
tejen. El modo de vivir es como en Arga: los pobladores se tienen por judíos
puros de la tribu de Manases, porque viven sin mezclarse con paganos.
Todo respira limpieza. El camino lleva por un valle arriba donde está la
ciudad al Oeste de una montaña. Cuando Débora era juez, en el tiempo en
que fue muerto Sisara por Jahel, vivía una mujer descendiente de la
extinguida tribu de Benjamín que se ocultaba largo tiempo en Maspha.
Llevaba vestidos de hombre y pudo disimular tan bien su condición que
nadie la reconoció. Tenía visiones. profetizaba y sirvió a los israelitas como
espía: pero donde eran usados sus servicios siempre salían los sucesos mal.
Estaban acampados aquí los madianitas. a los cuales se juntó en traje de
soldado y se decía llamarse Anihuem, uno de los héroes que había escapado
del desastre de Sisara (Jueces. IV. 17-20). Se había introducido ya en varios
campamentos para espiar y ahora estaba en el del capitán de los madianitas,
para entregarle, como decía, en sus manos a todo Israel. No tomaba nunca
vino, era muy precavida y vivía castamente: pero aquí se emborrachó y fue
reconocida como mujer. Se la clavó sobre una madera de pies y manos y se
la arrojó en un hoyo, con la expresión y sentencia: «Perezca aquí con su
nombre».
Desde Azo salió Gedeón para atacar a los madianitas. Descendía de
Manases y vivía con su padre en Silo. Estaba entonces Israel en un estado
miserable. Los madianitas y otros pueblos paganos invadian el país,
arrebataban las cosechas y devastaban el suelo. Gedeón, un hijo de Joás, el
primer caballero de Ephra, era muy valiente y muy caritativo. Solía cortar su
trigo primero que todos y repartía una parte de lo suyo con los pobres. Lo he
visto ir de mañana con el rocío bajo un árbol muy corpulento debajo del
cual tenía escondida su era. Era un hombre de buena presencia y robusto. El
árbol de roble cubría con sus ramas extendidas una excavación en la roca,
disimulada por un borde de piedras que llegaba hasta las ramas del árbol, de
modo que de fuera no se sospechaba que había al pie del árbol una gruta
donde estaba la era. La rama principal estaba como entretegida con las
ramas secundarias. El piso era de piedra dura; alrededor había hoyos donde
estaban depositados los recipientes de trigo en vasijas de corteza. Trillaban
con un rodillo que se movía a rueda en torno del árbol y había martillos de
madera que caían en el rodillo. En la parte superior del árbol había un sitio
de donde se podía observar. Los madianitas estaban desde Basan, a través
del Jordán, hasta el valle de Esdrelón. El valle del Jordán estaba lleno de
camellos que pastaban. Esto le servía a Gedeón para su intento. Por varias
semanas estuvo informándose de todo y con sus trescientos hombres se
escurrió dentro de Azo. Lo he visto llegar hasta el campamento de los
madianitas y escuchar la conversación de una tienda. Decía un soldado a
otro: «He soñado que caía aquí un pan desde la montaña y que derribaba la
tienda». El otro contestó: «Esto no es buena señal; seguramente Gedeón
caerá sobre nosotros». A la noche siguiente Gedeón con pocos soldados
entró en este campamento tocando las trompetas, con las antorchas en la
mano, mientras otra partida acometía por otro lado. Los enemigos cayeron
en la mayor confusión; se mataban unos a otros y así fueron vencidos de
todas partes por los hijos de Israel. La montaña de la cual caía el pan, según
el sueño del soldado, estaba detrás de Azo; desde aquí en efecto comenzó
Gedeón a luchar personalmente.
En Azo, pues, se celebraba ahora la conmemoración de su triunfo. Delante
de la ciudad hay un roble muy grande en el seno de una colina y debajo un
altar de piedra. Entre este árbol y la montaña del cual vio venir el pan
rociando aquel soldado, estaba sepultada aquella mujer profetisa. Esta clase
de árboles es diferente de nuestro roble: tiene una fruta gruesa con cáscara
verde, debajo del cual está metido el carozo duro en una envoltura, como en
nuestras encinas. De estos carozos hacen los judíos las cabezas de sus
bastones. Había ahora una hilera grande de arcos con ramas de encinas
adornadas con toda clase de frutas desde este árbol hasta la ciudad para la
gran muchedumbre que acudía a la fiesta
Jesús con sus discípulos fue también en una procesión hasta el árbol.
Llevaban delante cinco machos cabríos pequeños con coronas coloradas en
el pescuezo, que encerraron en cavernas con rejillas en torno de aquella
encina. Llevaron también panes y tortas para el sacrificio, mientras tocaban
las trompetas. Se leyeron los rollos de la Escritura sobre Gedeón y su
victoria y se cantaron salmos de gloria; luego se mataron los machos cabríos
para el sacrificio, puestos sobre el altar con las tortas. La sangre era rociada
en torno del altar y un levita tenía un caño, con el cual soplaba sobre el
fuego debajo del altar en recuerdo de que el ángel había bendecido el
sacrificio de Gedeón con una vara. Jesús desarrolló luego una enseñanza al
pueblo reunido y así terminó la mañana. Por la tarde fue con los levitas y los
principales del pueblo a un valle al Sur de la ciudad donde en torno de un
arroyo había un lugar de baños y de recreo. Estaban allí reunidas, en lugar
aparte, las mujeres y las jóvenes, entretenidas en diversas diversiones. Se
preparó una comida. donde los pobres tenían también su lugar en unas
mesas. Jesús se sentó a la mesa de esos pobres. Contó la parábola del hijo
pródigo y habló del carnero que mató su padre para él. La noche la pasó
Jesús en el techo de la sinagoga bajo una tienda, pues era costumbre dormir
en las azoteas.
Al día siguiente continuaban las fiestas. Las tiendas y chozas de ramas se
dispusieron para la fiesta de los Tabernáculos que venía unos 14 días
después. Por la mañana enseñó Jesús en la sinagoga y sanó a muchos
enfermos delante de la escuela: eran ciegos, tísicos y algunos endemoniados
no furiosos. Después hubo una comida, y Jesús dejó la ciudad acompañado
por los levitas y otros. Eran unos treinta los que le acompañaban. El camino
llevaba primero por la montaña desde la cual había visto el soldado caer el
pan de cebada en el campamento de los medianitas; después bajaron a un
barranco a través de una alta montaña y caminaron una hora hacia el Norte
en un valle junto a un agradable lago donde había casas pertenecientes a los
levitas de Azo. Un río corre desde el lago a través del valle y va al Jordán. A
unas seis horas de aquí, al Noreste, está Betha-ramphta-Julias en torno a
una montaña. Jesús tomó algún alimento junto al lago. Tenían pescados
fritos, miel, panes, botellas con bálsamo: todo esto lo habían llevado
consigo. El camino de Azo hasta aquí es como de tres horas. Jesús contó en
el camino y aquí parábolas del sembrador y de los campos pedregosos,
porque aquí es muy pedregoso el terreno. Como se veían pequeñas canoas
en el lago y pescadores con anzuelos, Jesús refirió parábolas de peces y del
modo de pescar. Los pescados apresados se distribuían a los pobres.

LXIII
Jesús en Ephron
A una hora y media está Ephrón, aunque de aquí no se puede verlo, sino
las altas montañas que están enfrente. Jesús se separó de la gente de
Azo, que eran las mejores de todos sus caminos, y siguió viaje hasta
Ephrón. Delante de la ciudad fue recibido por los levitas. Ya habían
dispuesto a muchos enfermos en camastros de madera, a los cuales ponían
un techo de tela. Jesús sanó a estos enfermos. La ciudad está en la altura, a
Mediodía de un pasaje estrecho en el cual corre un arroyo que se desborda a
menudo hacia el Jordán, el cual se puede ver desde aquí en el barranco muy
lejos. Enfrente hay una montaña alta y angosta, donde la hija de Jefté con
sus compañeras esperaba a su padre vencedor, y luego a una señal que
recibía con humo desde lejos, volvió apresurada a Ramoth para salir con
grande algazara y esplendor al encuentro de su padre. Aquí enseñó Jesús y
sanó a muchas personas. Estos levitas pertenecían a una antigua secta de los
recabitas. Jesús les reprochó su demasiada severidad y la dureza de algunas
de sus ideas y dijo al pueblo que en eso no debían imitarlos. Jesús recordó
en esta ocasión a aquellos levitas que habían examinado y mirado
injustamente (con demasiada curiosidad) el Arca de la Alianza que
devolvían los filisteos, y que fueron castigados.
Los recabitas descienden de Jetró, el suegro de Moisés. Vivían bajo
tiendas en un tiempo, no cultivaban la tierra y no probaban el vino. Eran
generalmente los cantores y los porteros del templo de Jerusalén. Aquellos
que en Bethsames habían mirado. contra la prohibición de Dios, el Arca que
volvía y fueron castigados con la muerte. eran recabitas que vivían allí bajo
tiendas (Reyes, L 6- 15). Jeremías intentó una vez en vano hacerles probar
vino en el templo y su observancia a los preceptos de la secta era un ejemplo
para los israelitas. Ahora, en tiempos de Jesucristo, ya no vivían bajo
tiendas, pero tenían aún costumbres diferentes de los demás. Llevaban un
efod (escapulario) de pelos como cilicio sobre la carne y un vestido de
pieles y otro blanco y hermoso con una faja muy ancha. Por estos trajes se
distinguían de los esenios. Observaban exageradas normas de limpieza y
algunas costumbres extrañas en los casamientos y juzgaban por la sangre
derramada si una persona debía casarse o no y según estas señales casaban o
prohibían el casamiento. Algunos vivían en Argob, en Jabesh y en la Judea.
No contradecían a Jesús: eran humildes y recibían los reproches que les
hacía. Jesús les reprochó su demasiada severidad contra los adúlteros y
asesinos, cuyo perdón y arrepentimiento no querían ellos recibir. Los
ayunos los observaban rigurosamente. Junto a la montaña he visto varias
fábricas y talleres de fundición y herrerías. Fabricaban ollas y caños para el
agua, que hacían en dos partes y las soldaban luego.

LXIV
Abigail, la mujer repudiada por el tetrarca Felipe
Desde Ephrón anduvo Jesús con sus discípulos y algunos recabitas unas
cinco horas al Noreste. hacia Betharamphta-Julias, hermosa ciudad
situada en lo alto. Durante el camino enseñó con motivo de un taller de
metales donde se extraía el cobre que se trabaja en Ephrón. En
Betharamphta había también recabitas y algunos sacerdotes. Los de Ephrón
me parece que están subordinados a éstos. La ciudad es grande y espaciosa
en torno a la montaña. La parte Oeste está habitada por los judíos y la del
Este, en las alturas, por los paganos. Ambas están separadas por un camino
de murallas y parque de recreo con avenidas. Arriba, sobre la montaña, hay
un hermoso castillo con torres, jardines y árboles. Allá vive una mujer
repudiada por el tetrarca Felipe, que recibe de los impuestos recaudados en
la ciudad. Tiene cinco hijas ya crecidas consigo y desciende de los reyes de
Gessur. Se llama Abigail; es una mujer de edad, de hermosa presencia,
fuerte y de carácter muy bondadoso y compasivo.
Felipe era de más edad que Herodes de Perea y Galilela. Era un hombre de
modales pacíficos y bueno, al modo de los paganos, y medio hermano del
otro Herodes nacido de otra madre. Había casado primero con una viuda que
tenía una hija. Por ese tiempo el marido de Abigail tuvo que ir a la guerra o
a Roma y dejó en la corte de Felipe a su mujer. Ésta fue entre tanto seducida
por Felipe, quien luego casó con ella, razón por la cual el marido murió de
pena y dolor. Cuando después de algunos años estuvo por morir la primera
mujer repudiada por Felipe, rogó ésta al tetrarca que se hiciera cargo al
menos de su hija. Felipe, cansado ya de Abigail, casó con su hijastra y
relegó a Abigail con sus cinco hijas a Betharam, que se llamaba también
Julias en honor de un Emperador romano. Abigail vivía pues aquí entregada
a obras buenas; era muy amiga de los judíos, con un gran deseo de la salud y
de conocer la verdad. Estaba siempre bajo la vigilancia de algunos
empleados de Felipe. Felipe tenia también un hijo; su nueva mujer era
mucho más joven que él.
Jesús fue recibido bien en Betharam y servido. En la mañana de su llegada
sanó a muchos enfermos de los judíos; por la tarde enseñó en la sinagoga, y
a la mañana siguiente sobre los diezmos y los primogénitos de Moisés (V,
26-29), y sobre lsaías (cap. 60). Abígail estaba en muy buenas relaciones
con los habitantes, que la estimaban; enviaba a menudo regalos a los judíos
para servir a los discípulos de Jesús. Por el primer día de Tisri era la fiesta
del principio de año y se tocaban toda clases de instrumentos desde lo alto
de la sinagoga. Había arpas entre éstos y trompetas con varias aberturas. He
visto de nuevo aquel instrumento extraño compuesto de varios otros que
había visto en Cafarnaúm: era de fuelles y se soplaba dentro. Todo estaba
adornado con frutos, hojas y flores. Había diversas costumbres según las
distintas razas o tribus de pueblos. Durante la noche las mujeres, vestidas de
largas túnicas, oraban sobre las tumbas, con las luces encubiertas. He visto
que todos se bañaban, las mujeres en sus casas y los hombres en los baños
públicos. Estaban siempre separados los hombres casados de los jóvenes,
como las mujeres casadas de las jóvenes. Estos frecuentes baños entre los
judíos procedían con economía, pues no abundaba el agua en todas partes.
Por esto he visto que a veces se tendían de espaldas en un recipiente y
derramaban el agua sobre el cuerpo con una taza: más bien se lavaban que
se bañaban. Hoy se bañaban fuera de la ciudad, en agua completamente fría.
También he visto que hoy todos se hacen regalos unos a otros: los pobres
fueron generosamente socorridos. Se les dio primero una gran comida, había
allí largas hileras de regalos en vestidos, mantas y alimentos que se les
repartieron. Cada uno que recibía regalos de un amigo daba algo a los
pobres. Los recabitas presentes ordenaban todo y miraban lo que cada uno
repartía a los pobres. Tenían tres rollos de escritos, donde anotaban las
virtudes de cada donador sin que ellos lo advirtiesen. A uno de los rollos lo
llamaban el libro de la vida, a otro el libro de la senda del medio, y al
tercero el de la muerte. Los recabitas tenían varias de estas ocupaciones, y
en el templo eran los porteros, los encargados de contar y calcular, y
especialmente cantores, como lo hacían en la fiesta de hoy. También Jesús
recibió regalos de vestidos, mantas y monedas, que hizo repartir entre los
pobres.

LXV
Jesús con los paganos y con Abigail
Mientras se celebraban estas fiestas fue Jesús adonde estaban los
paganos. Abigail le había pedido con mucha instancia y los mismos
judíos, a los cuales les hacía muchos favores, le habían pedido que fuera a
hablar con ella. Lo he visto, con algunos de sus discípulos, cruzando la
ciudad de los judíos. e ir a la de los paganos, por entre un parque, en el
centro de la ciudad. que era el lugar de encuentro de judíos y paganos
cuando se veían por cuestión de comercio. Allí se había detenido Abigail
con sus cinco hijas, con su séquito y con otras muchas jóvenes paganas.
Abigail era una mujer fuerte, de elevada estatura, de unos cincuenta años,
como Felipe. Tenía en su rostro algo de triste y de ansioso, deseaba salud y
enseñanza; pero no sabía qué debía hacer; se encontraba envuelta en
compromisos y era vigilada por los espías de Felipe. Se echó a los pies de
Jesús, que la levantó; luego la adoctrinó a ella y a todas las presentes,
mientras iba y venia de un lado a otro. Habló del cumplimiento de las
profecías, del llamamiento de los paganos y del bautismo. De todos los
puntos donde había estado Jesús iban grupos de personas a Ainón y eran
bautizadas por los discípulos que Jesús había dejado allí: había entre ellos
judíos y paganos, que pedían ser bautizados. Andrés, Santiago el Menor,
Juan y los discípulos del Bautista bautizaban allí. Del lugar donde estaba
preso el Bautista iban y venían mensajes.
Jesús recibió de Abigail las acostumbradas muestras de reverencia. Había
dispuesto servidores judíos que le lavaron los pies y le dieron la bienvenida.
Le pidió humildemente perdón por haber deseado conversar con Él, puesto
que hacía tiempo ansiaba la salud y su enseñanza, y le pedía también tomara
parte en una fiesta que había preparado. Jesús se mostró sumamente bueno
hacia todos y hacia ella en particular. Las palabras de Jesús, como su
mirada, la conmovieron profundamente. La enseñanza dada a los paganos
duró hasta la tarde. Jesús aceptó la invitación de Abigail y se dirigió a la
parte oriental de la ciudad, no lejos del templo de los paganos, lugar de
muchos baños, donde se había organizado una fiesta. Los paganos también
celebraban el novilunio con especial solemnidad. Antes de llegar Jesús, el
camino llevaba a la calle divisoria de judíos y paganos. Allí vio muchos
enfermos tendidos en camastros de madera, en las casas abiertas en los
muros: eran paganos y estaban tendidos entre paja y tamo. Los paganos
tiene aquí muchos pobres. Por el momento no sanó a ninguno. En ese lugar
de recreo de los paganos enseñó Jesús largo tiempo a los paganos, en parte
caminando y en parte durante la comida. Habló en parábolas de los pájaros,
para mostrar sus trabajos inútiles e infructuosos; habló de las arañas que se
desentrañan sin provecho, de la solicitud de las hormigas y de las avispas; y
contrapuso el trabajo ordenado y fructuoso de las abejas. La comida en la
cual tomó parte Abigail, tendida como las demás a la mesa, fue de provecho
para los pobres, porque Jesús ordenó que se repartiese entre e llos. Había
también grandes fiestas en el templo de los paganos, que era bastante
hermoso y tenía cinco partes abiertas, con galerías de columnas, por las
cuales se podía ver. En el medio había una cúpula alta. Había ídolos en
varias galerías. El principal de estos ídolos se llamaba Dagón: tenía arriba
forma de hombre y terminaba como un pez. Otros ídolos tenían figuras de
animales; pero ninguna de formas hermosas, como las estatuas griegas y
romanas. He visto a doncellas que ponían coronas y guirnaldas a los ídolos,
mientras cantaban y danzaban, y a los sacerdotes que ofrecían incienso
sobre un trípode. En la cúpula del templo había una maravillosa
representación de la noche en movimiento. Se movía una bola luminosa
rodeada de estrellas en torno del techo y se podía ver desde afuera y adentro.
Parecía representar el movimiento de las estrellas, o la luna nueva, o el
curso del nuevo año. La bola brillante caminaba despacio y cuando llegaba a
la otra parte, cesaban los cantos de este lado y comenzaban del otro donde
llegaba la luna. No lejos de donde Jesús había tomado parte en la comida,
había un lugar de recreo donde he visto jugar a las doncellas: estaban
ceñidas, las piernas con ataduras y llevaban arcos con flechas y picas
pequeñas adornadas con flores; corrían en un espacio adornado con flores y
otros artificios; tiraban flechas y arrojaban las picas contra aves sujetas y
contra varios animales, como cabríos y pequeños asnos amarrados al palco
delante del cual corrían. Había allí, cerca del lugar de la fiesta, un ídolo
espantoso con las fauces abiertas, como una bestia, y en lo demás parecido a
un hombre con las manos puestas delante; estaba vacío y debajo ardía fuego.
Los animales que alcanzaban a matar los ponían en sus fauces y se
quemaban allí, cayendo los restos abajo. Los animales que no eran
alcanzados, eran tenidos por sagrados y apartados de los demás: se les
cargaba, por medio de los sacerdotes, los pecados de los habitantes y lo
largaban al desierto. Era algo semejante a lo que practicaban los judíos con
el macho cabrío. A no haber allí el sufrimiento de los animales y ese ídolo
espantoso, me habría agradado sumamente la ligereza y la habilidad de esas
muchachas en el correr y tirar. La fiesta duró hasta la tarde, y cuando salió
la luna se sacrificaron los animales.
Por la noche estaba todo el templo pagano y el castillo de Abigail lleno de
antorchas luminosas. Jesús enseñó después de la cena y se convirtieron
muchos paganos, que iban luego al bautismo a Ainón. Por la noche subió
Jesús, a la luz de las antorchas, hasta el castillo de Abigail y habló con ella
en el vestíbulo de su palacio, bajo columnas. Estaban allí algunos empleados
de Felipe. La mujer se hallaba así contrariada en todo, porque era espiada, y
dio a entender a Jesús su situación con una mirada que dirigió a los hombres
que la observaban. Jesús conocía todo su interior y también la banda que la
vigilaba; tenía compasión de ella. Ella preguntó si podía reconciliarse con
Dios. Un punto era el que la tenía siempre afligida: su anterior adulterio y la
muerte prematura de su marido. Jesús la consoló y le dijo que sus pecados le
eran perdonados; que siguiera haciendo obras buenas, perseverando y
orando. Ella era de la raza de los jebusitas, paganos que tenían por
costumbre abandonar a sus criaturas defectuosas y dejarlas perecer, y
muchas supersticiones con motivo de las señales observadas en el
nacimiento de los niños.
En todos los lugares donde llegaba Jesús, se veían preparativos para la fiesta
de los Tabernáculos: se traían artefactos de lata y se hacían tiendas ligeras
de campaña y chozas de ramas y hojas en Betharamphta y sobre los techos
de las casas. Las doncellas estaban preocupadas en seleccionar flores y
plantas y ponerlas en agua o en los sótanos y lugares frescos para
conservarlas frescas. Como hay delante de esta fiesta varios días de ayuno,
ya se hacen preparativos para las comidas de entonces y los muchos
invitados. Las provisiones están repartidas entre varios encargados y se
pagan a los pobres que ayudan, y al fin de las fiestas se les da una comida y
son recompensados por su trabajo. No se ven en estos lugares públicos casas
para comprar o vender mercaderías. En Jerusalén, además de los lugares del
templo, hay sitios apropiados con negocios y almacenes; en las otras
ciudades, a lo más, hay cerca de la puerta una tienda donde venden mantas,
especialmente por donde pasan las caravanas; no se ven gentes que estén
sentadas en fondas bebiendo juntas: a lo sumo se ve alguno que otro hombre
junto a una tienda, a la entrada de la ciudad, con un jarrón de vino u otra
bebida. Pasa un viajero, toma alguna bebida y sigue su camino. Raro será
que se quede allí sentado, tomando: por esta causa jamás se ve un borracho
por la calle. Hay personas que venden agua: llevan recipiemes de cueros
puestos sobre un palo, que apoyan en la espalda, a ambos lados. Los
utensilios de cocina y de trabajo de hierro cada cual los va a comprar allí
donde se fabrican; viajan en asnos. Al día siguiente pasó Jesús entre la pared
divisoria de los judíos y de los paganos y sanó a todos los pobres enfermos
paganos que yacían en las cuevas y antros miserables, a quienes los
discípulos repartían limosnas. Más tarde Jesús enseñó, a modo de despedida,
en la sinagoga. Como en esta fiesta ocurre también la conmemoración del
sacrificio de Isaac, Jesús habló del verdadero Isaac y de su sacrificio; pero
ellos no lo entendieron. En todos estos lugares habla bien claro del Mesías,
pero nunca expresa claramente que Él es ese Mesías esperado.

LXVI
Jesús en Abila
Jesús anduvo con sus discípulos, acompañado por los levitas, tres horas
al Noroeste hacia un barranco donde corre el río Karith, para echarse en
el Hieromax, en dirección a la hermosa ciudad de Abila, que está en ese
barranco. Los levitas le acompañaron hasta una montaña y luego se
volvieron. Eran las tres de la tarde cuando llegó Jesús a las puertas de la
ciudad, donde fue recibido por los levitas, entre los cuales había algunos
recabitas. Con ellos estaban también tres discípulos de Galilea que
esperaban a Jesús. Acompañaron a Jesús, dentro de la ciudad, junto a un
hermoso pozo de agua. Era la fuente del arroyo Karith. La casa edificada
sobre la fuente estaba sostenida con columnas, en medio de la ciudad, donde
estaban la sinagoga y otros edificios. A ambos lados de la ladera de la
montaña continuaban los edificios y las casas; las calles estaban trazadas en
diagonales o estrellas de modo que de todos los puntos se podía ver este
centro donde estaba la fuente. Junto a ella los levitas lavaron los pies a Jesús
y a sus discípulos y les dieron la refección que acostumbraban. En los
jardines y lugares adyacentes he visto a doncellas y hombres haciendo los
preparativos para las fiestas de los Tabernáculos. Desde este lugar fue Jesús
con ellos a una media hora de camino afuera de la ciudad, donde había un
puente de piedra ancho sobre el río Karith. Había allí un sillón de enseñanza
levantado en honor de Elías: la cátedra tenía ocho columnas alrededor
sosteniendo la techumbre. Ambas orillas del río estaban arregladas en forma
de escalones para los oyentes, y todo estaba lleno de personas deseosas de
oír a Jesús, La cátedra consistía en una columna con un sillón arriba. De este
modo Jesús al enseñar podía volverse a todos lados, según los casos. Se
recordaba ese día a Elías, a quien le había sucedido algo junto al río.
Después de la enseñanza hubo una comida en un sitio de recreo y de baños,
delante de la ciudad. Con el sábado se cerraba esta fiesta, porque al día
siguiente era día de ayuno por la muerte de Godolías (IV Reyes, 22-25). Se
tocaron las trompetas.
He visto en la ladera de la montaña, al Este de la ciudad de Abila, una única
hermosa excavación de sepultura con un jardincito delante, y mujeres de
tres familias de la ciudad celebraban alli una conmemoración de muertos.
Estaban sentadas, cubiertas con velo, llorando; recitaban salmos de
lamentaciones y se echaban a menudo con el rostro en tierra. Mataban
hermosos pájaros con plumas de colores, que sacaban y quemaban sobre el
sepulcro. La carne de estas aves las repartían a los pobres. El sepulcro era de
una egipcia de la cual descendían las mujeres que estaban allí. Antes de la
salida de Egipto de los hijos de Israel vivía allí una mujer ilegítima, pariente
del Faraón, el cual distinguía a Moisés y a los israelitas haciéndoles grandes
favores. Era una profetisa que descubrió a Moisés el escondite donde habían
ocultado la momia de José, la última noche que estuvieron en Egipto. Se
llamaba Sególa. Una hija de Ségola fue mujer de Aarón: pero se separó de
ella y casó luego con Isabel, hija de Aminadab, de la tribu de Judá. Con
Aminadab tenía la mujer repudiada una relación que ya no puedo recordar.
La hija de Sególa, que fue enriquecida por Aarón y su madre, y que llevó
muchos tesoros a la salida de Egipto, siguió a los Israelitas en su salida del
país, casó luego con otro hombre y se unió a los madianitas de la
descendencia de Jetró. Los descendientes de éstos se establecieron en Abila,
vivían en tiendas y el cadáver de esta mujer estaba allí enterrado. Después
de los tiempos de Elías se edificó a Abila y entonces se establecieron
permanentemente en la ciudad. En los tiempos de Elías yo no veía esta
ciudad; o se edificó después, o si estaba antes habría sido destruida en
alguna guerra. Vivían ahora aún tres familias de esa descendencia y
celebraban la muerte de esta hija de Sególa: su momia había sido traída aquí
del desierto y sepultada. Las mujeres ofrecían a los levitas aros y joyas
diversas en memoria de la muerta. Jesús habló y alabó a esta mujer, y se
refirió también a la compasión de su madre Sególa, enseñando desde el sitial
de Elías. Las mujeres oían las palabras de Jesús, detrás de los hombres. En
la comida, en ese lugar de recreo y de baños, estaban presentes muchos
pobres, y cada comensal tenía que darles una parte de su porción.
Al día siguiente he visto a los levitas llevar a Jesús a un gran patio con
muchas celdas en derredor, donde había unos veinte ciegos de nacimiento y
sordomudos, cuidados por enfermeros y médicos, porque era una especie de
hospital. Los sordomudos eran como niños: cada uno tenía un retazo de
quinta donde plantaba o se divertía. Se acercaron todos a Jesús y con los
dedos indicaban la boca. Jesús se inclinó y escribió con el dedo diversos
signos en la arena. Ellos miraban con atención y según lo que escribía
indicaban algún objeto de los alrededores: así les hizo entender algo de
Dios. No sé si hacía Jesús figuras o letras, y si antes habían sido ya algo
instruidos. Después Jesús puso los dedos en sus oídos y les tocó con el
pulgar y el índice debajo de la lengua. Se sintieron conmovidos fuertemente,
miraban en torno, oían. Lloraron de alegría, hablaron y se echaron a los pies
de Jesús, terminando por entonar una melodía sencilla de pocas palabras.
Parecía algo a lo que cantaban los Reyes Magos en su viaje a Belén. Jesús
fue entonces junto a los ciegos, que estaban silenciosos en una hilera. Oró y
puso sus dos pulgares sobre los ojos y de pronto tuvieron vista. Vieron a su
Salvador y Redentor y mezclaron sus cantos de alabanza con los
sordomudos, que lo alababan y podían ya oír sus enseñanzas. Era un
espectáculo amable y sobremanera conmovedor. Toda la ciudad acudió a su
encuentro, cuando salió Jesús con los sanados, a los cuales mandó que se
bañasen y lavasen. Después fue con los discípulos y levitas, a través de la
ciudad, hacia la cátedra de Elías.
Se había producido un gran movimiento en toda la ciudad. Habían soltado
también, por el anuncio de los prodigios obrados, a algunos endemoniados.
Corrían a un rincón de la calle algunas mujeres mentecatas que charlaban,
gesticulaban y gritaban hacia Él: «¡Jesús de Nazaret; Tú eres el profeta; Tú
eres Jesús; Tú eres el Cristo, el profeta!» Eran mentecatas y locas, de índole
tranquila. Jesús les ordenó que callaran, y obedecieron al instante. Les puso
las manos sobre la cabeza, ellas se echaron a sus pies, y lloraron, se pusieron
silenciosas, se avergonzaron de sí mismas, y fueron sacadas de allí por sus
parientes. También algunos endemoniados furiosos se abrieron paso entre la
multitud y hacían ademán como si quisieran despedazar a Jesús. Él los miró
y ellos acudieron como perros acosados a echarse a sus pies. Con un
mandato hizo salir los demonios de ellos. Cayeron como en un desmayo,
mientras salía un oscuro vapor de los cuerpos. Pronto volvieron en si:
lloraron, dieron gracias y fueron llevados por sus parientes. Ordinariamente
les mandaba Jesús que se purificaran. Luego enseñó de nuevo sobre el sitial
de Elías, sobre el río, hablando de Elías, de Moisés y de la salida de Egipto.
Con ocasión de los sanados, habló de las profecías que anunciaban que en
tiempos del Mesías, los sordos oirían, los mudos hablarían y los ciegos
verían. Refirióse a aquellos que, viendo los signos, no querían creer.