La primera Pascua de Jerusalén – Sección 3

IX
Primer llamamiento oficial de Pedro
Jesús salió al amanecer de Thebez con sus discípulos y se dirigió al
Oriente; luego al Norte, siguiendo al pie de las montañas, en el valle del
Jordán, hacia Tiberíades. Pasó a través de Abei-Mehula, hermoso lugar
donde la montaña tuerce al Norte; es la ciudad natal del profeta Eliseo. Se
extiende sobre las laderas de la montaña, y pude ver aquí la fertilidad del
lugar que da al sol y la del N0rte. Las gentes eran bastante buenas y habían
oído las maravillas de Kibzaim y de Thebez. Le detuvieron en el camino y
le rogaron quisiera quedarse alli para sanar a los enfermos: era un correr de
gentes; pero Jesús no se detuvo mucho tiempo. El lugar está como a cuatro
horas de Thebez. Jesús llegó allí a través de Acithópolis y el Jordán. Cuando
Jesús salió de Abel-Mehula le vinieron al encuentro Andrés, Pedro y Juan,
cerca de una ciudad a seis horas de Tíberíades. Los otros estaban ya en
Gennebris. Pedro había estado con Juan en la comarca de los pescadores por
sus negocios. Querían ir también a Gennebris; pero Andrés los persuadió ir
primero al encuentro de Jesús. Andrés llevó a su hermano Pedro a Jesús, y
Éste le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Jonás; en adelante te llamarás Cephas».
Esto fue en breves palabras. A Juan dijo algo referente a que pronto se
verían. Después de esto se dirigieron Pedro y Juan a Gennebris. Andrés
permaneció con Jesús, que anduvo por los contornos de Tarichea.
Juan el Bautista había dejado su antiguo sitio, había pasado el Jordán y
seguía bautizando a una hora de Bethabara donde Jesús había mandado
bautizar y Juan había bautizado antes. Obró así porque muchas personas de
la jurisdicción del tetrarca Felipe, que era buen hombre, querían hacerse
bautizar, pero no pasaban gustosos el Jordán, porque había muchos paganos
y porque muchos se habían determinado bautizar por la última estada de
Jesús. También, para demostrar que él no estaba distanciado de Jesús, quiso
bautizar en este mismo lugar.
Cuando Jesús con Andrés llegó a las cercanías de Tarichea, se albergó en
una casa de pescadores perteneciente a Pedro, junto al mar, donde Andrés
había preparado albergue. No entró en la ciudad. Los habitantes tenían
mucho de oscuro, de repelente y estaban dedicados a la usura y a las
ganancias ilícitas. Simón, que tenía aquí un empleo, había ido con Tadeo y
Santiago el Menor, su hermano, a la fiesta de Gennebris donde estaban
también Santiago el Mayor y Juan Lázaro, Saturnino y el hijo de Simeón y
el novio de Cana se reunieron con Jesús. El novio invitó a Jesús y a todos
sus acompañantes a sus próximas bodas.
La razón principal por la cual Jesús pasó algunos días en Tarichea fue
porque quería dar tiempo a sus futuros apóstoles para oír lo que Andrés y
Saturnino contaban de Él y se entendieran entre ellos.
He visto que Andrés, mientras Jesús estaba en la comarca, quedó en casa y
escribía con una especie de caña cartas sobre rollos de cortezas. Se podía
enrollar lo escrito por medio de una madera. He visto que venían con
frecuencia hombres y jóvenes a la casa en busca de trabajo y que Andrés los
usaba como mensajeros. Él mandaba estas cartas a Felipe y a su hermano
uterino, Jonatan, y a Pedro y a los otros en Gennebris, y les anunciaba que
Jesús iría para el Sábado a Cafarnaúm y los citaba para ese lugar.
Empero, vino un mensajero de Cafarnaúm hasta Andrés pidiéndole rogara a
Jesús que fuese, pues le esperaba desde días un mensajero de Kades que
pedía ayuda. Jesús pasó con Andrés, Saturnino, Obed y otros discípulos de
Juan a Cafarnaúm. Esta ciudad no está junto al mar, sino en una altura, y al
Sur de una montaña que al Occidente del mar forma un valle por el cual el
Jordán se echa en el mar de Galilea. Jesús y sus discípulos caminaban
separados unos de otros. Andrés salióle al encuentro en el camino con su
hermano uterino Jonatan y con Felipe, que habían acudido a raíz de sus
cartas; pero no se encontraron con Jesús. Andrés les dijo con viveza todo lo
que había visto y oído de Jesús y afirmaba que era realmente el Mesías que
esperaban. Si querían seguirle no tenían que andar en muchas diligencias. Si
le escuchaban y lo deseaban de corazón, Él mismo les diría una palabra o
una señal y le seguirían seguramente. María y las santas mujeres no estaban
en Cafarnaúm, sino en la casa de María que está en el valle, delante de la
ciudad hacia el mar, y celebraron allí la fiesta. Los hijos de María de
Cleofás, Santiago el Mayor y su hermano, Juan y Pedro habían llegado ya
de Gennebris, como también otros que fueron luego discípulos. Natanael
Chased, Tomás, Bartolomé y Mateo no estaban allí; en cambio, había otros
parientes y amigos de la Sagrada Familia que estaban invitados a las bodas
de Cana y celebraban aquí el Sábado, ya que habían oído hablar de Jesús.
Jesús estaba habitando con Andrés, Saturnino, Lázaro, Obed y otros
discípulos de Juan en la casa que pertenecía al novio de Cana, Natanael,
cuyos padres ya habían muerto, dejándole una copiosa herencia. Los
discípulos venidos de Gennebris se mostraban un poco retraidos, porque
estaban dudosos entre la autoridad de Natanael Chased y las cosas
admirables que narraba Andrés y los otros discípulos de Jesús; en parte la
cortedad de ellos y en parte lo dicho por Andrés de que bastaba escuchar su
doctrina para que se sintieran movidos a seguirle. Dos días esperó ese
hombre aquí en Kades, al Salvador. Se acercó a Jesús, se echó a sus pies y
dijo que era el criado de un hombre de Kades; su patrón rogaba a Jesús
fuese a su casa para sanar a su hijo enfermo, que tenía lepra y un demonio
mudo. Era este un siervo fiel, y expuso vivamente el dolor de su amo. Jesús
le dijo que no podía ir con él, pero que al hijo le vendría ayuda, porque era
inocente. Le dijo al criado que su amo se echara con los brazos extendidos
sobre el cuerpo de su hijo, dijera algunas cosas rezando, y que la lepra
caería de él; añadió Jesús que él, el siervo, se tendiese también sobre el niño
y soplase sobre él, y que saldría un vapor azulado del niño y se vería libre de
la mudez. Tuve luego una visión: el padre y el siervo hicieron lo mandado y
el niño se vio libre de su enfermedad. Había en esta orden de Jesús razones
especiales por las cuales debían el padre y el siervo echarse sobre el niño
enfermo. El siervo era en realidad el padre del niño, cosa que el amo no
sabía, mientras que Jesús lo sabía. Ambos debían quitar en esa forma una
culpa que pesaba sobre el inocente niño.
La ciudad de Kades está como a seis horas de Cafarnaúm, en los confines de
Tiro, al Occidente de Paneas; había sido ciudad capital de los cainitas y
ahora refugio donde podían esconderse reos perseguidos por la justicia.
Confina con una comarca que se llama Kabul y los pueblos que Salomón
regaló al rey de Tiro. Veo a esta región siempre oscura, siniestra, que Jesús
evitaba, cuando iba a Tiro o Sidón. Creo que allí se cometían robos y
asaltos.
Cuando Jesús enseñaba en la sinagoga estaba reunida allí mucha gente y
parientes y amigos de Jesús. Para ellos era su enseñanza muy nueva y
atrayente. Habló de la proximidad del reino de Dios, de la luz que no se
debe poner bajo el celemín, de la parábola del sembrador y del grano de
mostaza. No eran estas las parábolas que se leen hoy en el Evangelio: las
aplicaciones eran muy distintas, según los casos. Las parábolas eran
comparaciones breves, de las cuales Jesús extendía luego sus enseñanzas y
su doctrina. He oído muchas más parábolas, que no están en el Evangelio, y
esas que están las usaba siempre con nuevas aplicaciones.
Después de la fiesta del sábado fue Jesús con sus discípulos a un pequeño
valle que era como un lugar de recreo. Había árboles a la entrada y en el
valle mismo. Fueron con Él los hijos del Zebedeo, los hijos de María
Cleofás y otros discípulos, Felipe, que era algo retraído y humilde, se quedó
perplejo y no sabía si podía ir él también. De pronto se volvió Jesús y le
dijo: «Sígueme». Entonces Felipe, lleno de alegría le siguió. Había allí como
unos doce discípulos. Jesús habló debajo de un árbol sobre el seguimiento y
sobre la misión que esperaba cumplir. Andrés era muy celoso, y estaba tan
entusiasmado y deseaba que todos los demás estuviesen tan persuadidos de
la mesianidad de Jesús, que se alegró mucho de que la predicación de Jesús
en el Sábado hubiese gustado a todos: tenía el corazón tan lleno de amor y
celo que volvía a contar a los demás lo visto y oído en el bautismo de Jesús
y las otras maravillas que había presenciado. Oí a Jesús que les dijo que
verían cosas aún mayores, jurándolo por el cielo, y habló luego de su misión
y de su etemo Padre.
Jesús les habló también de su seguimiento: que cuando los llamara debían
dejarlo todo para seguirle. Les dijo que Él cuidaría de ellos y no les faltaría
nada. Por ahora podían seguir ejerciendo sus oficios y ocupaciones; que Él,
antes de la Pascua que se acercaba, tenía que hacer todavía otras cosas antes
de llamarlos; que cuando los llamase estuviesen prontos para dejarlo todo
sin preocupaciones. Estas cosas se las dijo en contestación a ciertas
preguntas que le habían dirigido: cómo debían portarse ellos con sus
parientes; Pedro, por ejemplo, dijo que no podía por ahora dejar a su
anciano padrastro, tío de Felipe. Todas estas dificultades las solucionó
diciendo que Él no pensaba llamarlos antes de la Pascua; que se fuesen
separando de sus empleos en la medida que su corazón se lo permitiese; que
podían continuar en ellos mientras no los llamaba y que buscasen
desprenderse desde luego para estar prontos. Después salió con ellos por el
otro cabo del valle hacia la casa donde vivía María, entre la hilera de casas
que había entre Cafarnaúm y Betsaida. Los parientes más cercanos siguieron
a Jesús, porque sus madres estaban también allí con María.
Al día siguiente se dirigió Jesús con sus discípulos y parientes, muy
temprano, hacia la ciudad de Cana. María con las santas mujeres siguieron
el camino más corto en esa misma dirección: era una senda angosta, a veces
entre montes. Las mujeres preferían caminar por estos caminos, porque
podían estar más solas; por lo demás veo que no necesitan caminos anchos
porque caminan en línea, una detrás de otra. Delante y detrás, a alguna
distancia, iba un guía. Tenían que hacer un camino como de siete horas
hacia Mediodía y Occidente.
Jesús hizo un rodeo con sus discípulos en dirección a Gennebris, que era un
camino más ancho y más cómodo para andar unidos y poder enseñar. A
veces Jesús callaba, y señalaba algo, o explicaba. El camino de Jesús estaba
más al Sur que el de María, y requería como seis horas desde Cafarnaúm a
Gennebris; torcía desde allí al Oriente unas tres horas hasta Cana de Galilea.
Gennebris era una hermosa ciudad; tenía una sinagoga y una escuela y otra
especie de academia para enseñar a hablar y había mucho comercio.
Natanael tenía su despacho a la entrada de la cuidad donde había otras
casas. Natanael no fue a la ciudad, aunque los discípulos y amigos le
instaban. Jesús enseñó en la sinagoga y con parte de sus discípulos tomó
algún alimento en casa de un rico fariseo. Otros discípulos precedían ya en
el camino.
Jesús dijo a Felipe que fuese a Natanael y lo trajese a su presencia, mientras
caminaran. Aquí en Gennebris trataron a Jesús con mucho respeto: pedían
que se quedase más tiempo entre ellos y se compadeciese de los enfermos,
ya que era compaisano. Empero, Jesús partió de allí muy pronto hacia Cana.
Mientras tanto Felipe había llegado a casa de Natanael. Había allí algunos
más de los escribas. Natanael estaba sentado a su mesa, en un cuarto de la
parte superior de la casa. Felipe no había hablado nunca de Jesús con
Natanael porque no había estado con los otros en Gennebris. Era muy
conocido de Natanael y habló con mucho entusiasmo de Jesús: que era el
Mesías del cual hablaban las profecías; que al fin lo habían encontrado a
Jesús de Nazaret, hijo de José. Natanael era un hombre alegre, vivo,
decidido y aferrado a su modo de pensar, aunque sincero y sin doblez. Dijo,
pues, a Felipe: «¿Qué puede venir de bueno de Nazaret?» Sabía él que
Nazaret tenía fama de gentes contradictorias, con poco fundamento de
ciencia y sus escuelas no gozaban de fama. Pensaba Natanael: «Un hombre
formado en la escuela de Nazaret podrá contentar quizás a los pobres y
sencillos habitantes de esa comarca, pero no satisfacer las ansias de saber
que él sentía». Felipe le dijo que lo mejor sería ir, ver y examinar; que ahora
iba a encontrarlo de camino hacia Cana. Entonces bajó Natanael con Felipe
por el camino corto, que los separaba del camino real que debía seguir
Jesús, y, en efecto, allí encontró a Jesús, en medio de algunos discípulos,
callado en ese momento. Felipe estaba ahora, después que Jesús le dijo:
«Sígueme», muy contento y confiado, en comparación de antes, que se
mostraba tímido, y así clamó a Jesús cuando lo vio: «Maestro, aquí traigo a
aquel que dijo: «¿Qué de bueno puede salir de Nazaret?»
Jesús habló a sus discípulos y les dijo: »He aquí un verdadero israelita, en
quien no hay doblez». Esto lo dijo Jesús con gozo y con amor y Natanael
contestó: «¿De dónde me conoces?» Que era decir: ¿cómo sabes que soy sin
falsedad y sin mentira ya que nunca me has visto antes de ahora? Entonces
dijo Jesús: «Antes que Felipe te llamase te he visto, cuando estabas bajo la
higuera». Mientras decía esto, lo miró Jesús con una mirada que penetró su
conciencia, haciéndole recordar algo. Entonces se despertó en él el recuerdo
de que Jesús era Aquél que pasando le dirigió antes una mirada de
advertencia que le infundió extraña fortaleza para resistir una tentación que
había tenido mientras estaba bajo un árbol de higos, en un lugar de recreo de
baños calientes, cuando miraba hacia el lado donde había hermosas mujeres
que jugaban con frutas en un lado de la pradera. La fuerza de la mirada y el
convencimiento de una fuerza extraña, que le había hecho vencedor de la
tentación, se le despertaron de pronto en la memoria; pero la imagen del
Hombre se le había borrado, o, si reconocía a Jesús, no podía coordinar su
mirada con aquel hecho de entonces. Como ahora volvía a ver esa mirada y
se le recordaba el hecho, se quedó turbado y conmovido profundamente:
conoció que Jesús, mientras pasaba, había leído sus pensamientos y había
sido para él un ángel avisador. Era de tan puras costumbres que el solo
pensamiento de una impureza le turbaba profundamente.
Vio, pues, de repente en Jesús a su Redentor y Salvador y el conocimiento
manifestado por Jesús de saber su íntimo pensamiento bastó a Natanael, que
era de corazón recto, sincero y pronto a la gratitud, para reconocer a Jesús y
confesarlo contento delante de todos los discípulos. Se humilló al oír las
palabras de Jesús y dijo prontamente: «Rabbi, Tú eres el Hijo de Dios. Tú
eres el rey de Israel». Contestó Jesús: «Crees, porque te he dicho: Te he visto
bajo la higuera. En verdad, te digo: verás cosas mayores». Y después,
mirando a los demás discípulos, añadió: «En verdad, os digo: Veréis abrirse
el cielo y a los ángeles descender y ascender sobre el Hijo del Hombre». Los
otros apóstoles no entendieron el significado de las palabras de Jesús
respecto de la higuera, y no pudieron entender entonces porqué Natanael
Chased pudo cambiar tan pronto de idea respecto de Jesús, y a los demás les
quedó también oculto como un caso de conciencia. Sólo a Juan se lo dijo el
mismo Natanael en las bodas de Cana. Natanael preguntó a Jesús si él debía
en seguida dejarlo todo y seguirle: dijo que tenía un hermano al cual quería
en ese caso dejarle el empleo. Jesús le contestó lo que ayer había dicho a los
demás apóstoles y por de pronto lo invitó a ir con él a las bodas de Cana.
Después de esto se encaminaron Jesús y los discípulos a Cana, mientras
Natanael volvió a su casa para disponerse a viajar a Cana, adonde llegó a la
mañana siguiente.

X
Las bodas de Caná
Caná está situada al Occidente de una colina; es una ciudad hermosa y
limpia, algo menor que Cafarnaúm. Hay allí una sinagoga con tres
sacerdotes. En las cercanías está la casa con un vestíbulo, adornada con
hojas y ramas donde se ha de celebrar la boda. Desde esta casa hasta la
sinagoga hay colgaduras de hojas y de arcos con ramas, flores y frutos.
Como sala de fiesta servirá el espacio que hay entre el vestíbulo y el hogar
de la casa. Este hogar, que consta de una pared alta, ahora adornada como
un altar con floreros y regalos para los novios, tiene además una
prolongación detrás, donde las mujeres celebrarán las fiestas de bodas
separadas de los hombres. De allí se ven las vigas de la casa adornadas con
coronas y flores a las cuales se puede subir para encender las lámparas
suspendidas.
Cuando Jesús llegó con sus discípulos fue recibido por María su Madre, por
los padres de la novia; por el novio y por los demás que le habían
precedido, y tratado con mucha reverencia, saliéndole al encuentro a cierta
distancia de la casa. Se hospedó Jesús con algunos de sus más fieles, que
fueron luego sus apóstoles, en una casa aparte que la hermana de la madre
del novio había puesto a su disposición; era esta mujer una hija de Sobé,
hermana de Santa Ana. Durante las fiestas de las bodas hizo allí en la casa
como madre del novio.
El padre de la novia se llamaba Israel y era de la estirpe de Ruth de Belén.
Este era un hombre principal, con un gran comercio con casas de hospedaje,
para alquilar y dar comida a viajeros y a sus animales, ya que ocupaba un
lugar de tránsito frecuentado por caravanas; y tenía a otros empleados bajo
sus órdenes. El bienestar y las riquezas de la ciudad estaban casi todas en
manos de Israel y sus altos empleados; los demás vivían del trabajo que
Israel les proporcionaba. La madre de la novia era algo baldada, rengueaba
de un lado y necesitaba ayuda para caminar. Desde Galilea habíanse
reunidos todos los parientes de Ana y de Joaquín, como cien personas. De
Jerusalén vinieron María Marcos, Juan, Marcos, Obed y la Verónica. Jesús,
por su parte, trajo como unos veinticinco huéspedes a las bodas.
Siendo Jesús niño de doce años, estando en una comida en casa de Ana,
cuando volvió del templo, habló entonces con este novio y le dijo unas
palabras misteriosas sobre pan y vino, y que Él un día estaría presente a sus
bodas; pero su presencia en estas bodas tenía, además de lo misterioso y
significativo como todas sus obras sobre la tierra, un sentido de
conveniencia social y de consideración. Varias veces había enviado María
mensajeros, a Jesús rogándole que asistiera a estas bodas. Se corría un tanto
la voz entre parientes y amigos de la Sagrada Familia: María, la madre de
Jesús, es una viuda desolada y abandonada; Jesús va caminando por todas
partes, y se ocupa poco o nada de su Madre y de su familia. Quería, pues,
Jesús asistir a esa boda y darle allí el testimonio de su amor y respeto. Esta
boda, pues, fue considerada por Jesús como una cuestión que miraba a su
Madre y como cosa propia. y así María estuvo allí desde horas y ayudaba en
los detalles de los preparativos como cosa propia. Jesús había tomado parte
de la fiesta por su cuenta. Jesús se había comprometido a proveer el vino a
los convidados y así se explica la solicitud de María cuando vio que faltaba
el vino.
Jesús había citado también a Lázaro y a Marta a estas bodas y Marta
ayudaba a María en los preparativos. Lázaro era el que debía proveer la
parte a la cual se había comprometido Jesús y esto lo sabía sólo María. Jesús
tenía en Lázaro plena confianza. Recibía Jesús agradecido todo lo que daba
Lázaro y éste se sentía feliz de dar: por esto fue Lázaro, hasta lo último, el
tesorero de la comunidad cristiana. Aquí era tenido como un huésped de
honor por los novios, y Lázaro se esmeraba por todo lo que pudiera ser
necesario. Lázaro era fino y delicado en su modo de ser, serio, callado y
muy reservado en todas sus manifestaciones; no hablaba mucho, y miraba
con afecto interior a Jesús para que nada le faltara. Además del vino, había
tomado Jesús por su cuenta proveer algunos alimentos especiales, las frutas,
las aves de varias clases y las verduras. A todo esto se había provisto ya.
Verónica había traído de Jerusalén un cesto de flores admirables y un
artístico trabajo de confitería.
Jesús era aquí el jefe y principal de la fiesta. Él mismo dirigió los diversos
entretenimientos, amenizándolos con útiles enseñanzas. Hizo la distribución
del orden en esta fiesta y dijo que todos debían alegrarse según la costumbre
y los usos divirtiéndose, pero que de todo debían procurar sacar ciencia y
enseñanza. Entre otras cosas dijo que dos veces en el día debían abandonar
la casa y recrearse en lugares abiertos al aire fresco. Por esto he visto en
estas fiestas a los hombres y a las mujeres aparte, unos de otras, ir a un
jardín hermoso y allí entretenerse en conversación y en amenos juegos. He
visto, por ejemplo, que los hombres se acomodaban en el suelo, en rueda,
mientras en el medio había toda clase de frutas y, según ciertas reglas,
tiraban estas frutas unos a otros para que cayeran en ciertos hoyos, cosa que
otros trataban de evitar. He visto al mismo Jesús tomar parte en este juego
de las frutas con una moderada alegría: decía con frecuencia una palabra
llena de significado, aunque sonriendo, cosa que a todos causaba
admiración; unas veces la recibían en silencio, otras con conmoción y por
ciertas palabras pedían explicación a los más entendidos. Jesús había
ordenado el modo de estos juegos y determinaba los ganadores, amenizando
el todo con referencias y advertencias, según los casos.
Los más jóvenes se entretenían en correr y saltar sobre setos y ramas tejidas
con frutos. Las mujeres se entretenían también aparte con frutos, mientras la
novia estaba sentada con María y la tía del novio. Más tarde se organizó una
especie de danza: los niños tocaban instrumentos y cantaban coros. Todos
los danzantes tenían pañuelos en las manos, con los cuales jóvenes y niñas
se tocaban mientras danzaban unas veces en hileras y otras en filas más
cerradas. Sin estos pañuelos nunca se tocaban. Para el novio y la novia eran
estos pañuelos negros; los demás, los tenían amarillos. Primero danzaron el
novio y la novia, solos, y luego todos unidos. Las jóvenes llevaban velos,
aunque algo levantados; delante la cara; sus vestidos eran largos por detrás y
por delante los tenían algo recogidos con una correa. Estas danzas no
consistían en saltos y brincos, como entre nosotros: era más bien un caminar
acompasado en líneas de varias clases, mientras se movían al compás de la
música con las manos, cabeza y cuerpo. Me recordaba los movimientos de
los fariseos, cuando hacían oración; todo era en conjunto decoroso y
agradable. De los futuros apóstoles no danzó ninguno; en cambio lo hicieron
Natanael Chased, Obed, Jonatán y otros discípulos. Las que danzaban eran
todas jóvenes y todo procedió en orden y alegría con un contento reposado.
Con los discípulos que serían más tarde sus apóstoles habló Jesús aparte,
bastantes veces en estos días, cuando los demás no estaban presentes, a
veces caminando por los alrededores con sus discípulos y con los
convidados, mientras enseñaba, y estos futuros apóstoles comunicaban
luego a los demás sus enseñanzas. Estas salidas y paseos servían también
para que pudieran hacer sin estorbo los preparativos de las fiestas. Otras
veces quedaban los discípulos y aún Jesús para los quehaceres, ordenando
esto o aquello, porque había quienes tenían que disponer algunas cosas para
el acompañamiento de los novios. Jesús deseaba que en esta fiesta solemne
se pudiesen conocer todos, parientes y amigos, y que todos los que hasta
ahora había ya elegido estuviesen reunidos y se conociesen y tratasen
abiertamente.
También en la sinagoga, donde estaban reunidos los convidados, habló
Jesús del gozo permitido y de la alegría licita, su significación, su medida,
su seriedad, y de la ciencia que debía regir estos entretenimientos. Habló del
matrimonio, del hombre y de la mujer, de la continencia y de la pureza y de
las bodas espirituales. A la conclusión de esta enseñanza se adelantaron los
novios y Jesús les dijo palabras de enseñanza y exhortación a cada uno en
particular.
Al tercer día de la llegada de Jesús tuvo lugar el casamiento, a las 9 de la
mañana. La novia fue vestida y adornada por las jóvenes: sus vestidos eran
como los de María en su casamiento, como también la corona que le
pusieron, que era más rica aún. Sus cabellos no fueron divididos en trenzas
finas sino en lineas y grupos más gruesos. Cuando su adorno estuvo
completo fue mostrada a María y a las otras mujeres que estaban allí. Desde
la sinagoga fueron llegando las personas que debían llevar a los novios
desde la casa a la sinagoga. En el cortejo había seis niños y seis niñitas que
llevaban coronas entretejidas; luego seis jóvenes y doncellas, más crecidas,
con instrunentos de música y flautas. Llevaban en las espaldas algo así
como alas. Además, acompañaban a la novia doce jóvenes como guiadoras,
y al novio, doce jóvenes. Entre estos estaba Obed, el hijo de Verónica, los
sobrinos de José de Arimatea, Natanael Chased y algunos de los discípulos
de Juan; ninguno de los futuros apóstoles. El casamiento se efectuó por los
sacerdotes delante de la sinagoga. Los anillos que se cambiaron los había
recibido el novio como regalo de María, y Jesús los había bendecido en las
manos de María. Me causó admiración una ceremonia que no vi en las
bodas de María con José: el sacerdote hirió con un instrumento cortante en
el dedo anular izquierdo al novio y a la novia; dejó gotear dos gotas de la
sangre del novio y una de la novia en un vaso lleno de vino, que tomaron
ellos, dando luego el vaso a los otros. Después de esto se distribuyeron
algunas prendas de telas, vestidos y diversos objetos a los pobres.
Cuando los casados fueron acompañados a su casa, los recibió Jesús allí
mismo. Antes de la comida de bodas he visto a todos los invitados de nuevo
reunidos en el parque. Las jóvenes y mujeres estaban sentadas bajo una
techumbre de ramas y jugaban con frutas; tenían por turno un instrumento
como una tabla triangular sobre las faldas con letras o signos en los bordes,
y según se paraba el señalero que movían como un minutero sobre la
pizarra, tenían derecho a ciertas clases y cantidades de frutas. (Una especie
de ruleta). Para los hombres he visto, dispuesto por el mismo Jesús, una
especie de juego que me causaba admiración. En el centro de la casa había
una mesa redonda con muchas porciones de flores, hierbas y frutos
dispuestos en los bordes, en cantidad igual a los hombres que jugaban. Estas
frutas y hierbas las había ordenado de antemano el mismo Jesús según su
íntima significación para cada uno de los presentes. Sobre la mesa había un
aparatito consistente en un disco con un agujero. Cuando el disco era
movido por un jugador, donde se detenía el lugar señalado con el agujero,
sobre cierta porción de fruta o de hierba, ésta era la ganancia del jugador. En
el medio de la mesa había además una vid llena de uvas, sobre un haz de
espigas que la rodeaba; cuando más se giraba la mesa, más se levantaba la
vid y el haz de trigo. Los futuros apóstoles no jugaron a estos juegos, como
tampoco Lázaro, y yo recibí la advertencia y explicación: quien tiene ya
vocación de enseñar o sabe algo más que los otros, no debe jugar como los
demás, sino observar el curso del juego y amenizar los movimientos del
juego con útiles aplicaciones, para convertir lo jocoso en algo útil y
provechoso. Pero había en este juego algo más que la casualidad de los
ganadores: las frutas u objetos que sacaban en suerte correspondía muy bien
a sus cualidades buenas o malas, y Jesús había ordenado estas frutas según
ese significado. Cada ganancia estaba unida a una enseñanza de Jesús y yo
veía que realmente todos recibían algo interior significado por esas frutas.
Lo admirable era que mientras Jesús decía esa palabra a cada uno, él se
sentía mejorado y advertido, ya sea por la palabra de Jesús, ya por el gusto
de la fruta que realmente pasaba con su significado al gustador; pero de tal
manera que los demás nada entendían, y los comentarios de Jesús sólo se
festejaban como dichos para alegrar a la concurrencia. Cada uno sentía una
mirada profunda de Jesús en su interior; de la misma manera que lo sintió
Natanael cuando estaba bajo el árbol y que lo hirió en su interior sin que los
demás se dieran cuenta. Recuerdo bien que entre lo ganado por Natanael
estaba la planta resedá, y que Jesús le dijo a Natanael Chased: «¿Ves ahora
bien que tuve razón en decirte que eres un verdadero israelita, sin falsedad?»
Una ganancia me pareció del todo admirable y fue la del novio Natanael,
que ganó una suerte que consistía en un tallo con dos frutas: la una parecía
más a un higo y la otra a una manzana dentada y hueca. Era rojiza, por
dentro blanca, con listas coloradas; de estas frutas he visto en el paraíso
terrenal. Recuerdo que todos quedaron maravillados cuando el novio ganó
esta fruta , y que Jesús habló del matrimonio y de la castidad, que era como
una fruta múltiple. Todo esto lo dijo de tal manera que no hería las ideas que
tenían los judíos del matrimonio, pero que algunos discípulos, entre ellos
Santiago el Menor, que era esenio, entendieron más profundamente. He
visto que los presentes se maravillaron más de esta suerte tocada a los recién
casados que de las demás. Jesús dijo algo así como: «Podrían esta suerte y
estas frutas producir aún mayores bienes de lo que pueden representar por sí
mismas». Cuando el novio recibió esta fruta para si y su novia, y hubieron
gustado de ella, he visto que se conmovieron en su interior y palidecieron, y
luego vi salir una oscura nube de sus interiores, de modo que me parecieron
entonces más claros y transparentes en comparación de lo que eran antes. La
mujer, que estaba algo lejos de allí con las mujeres, también palideció y
tuvo como un desmayo al gustar la fruta tocada en suerte, y vi salir también
de ella una nube oscura. Esa fruta de los recién casados tenia relación con la
virtud de la castidad y continencia. En este juego, además de las suertes que
les tocaba a cada uno, tenían los favorecidos que cumplir ciertas penitencias
o satisfacciones. Así he visto que los recién casados tenían que ir a la
sinagoga y traer de allí algo cumpliendo con el rezo de algunas preces. La
hierba que sorteó Natanael Chased era una planta de acedera. En todos los
demás discípulos, que ganaron algunas de estas frutas o hierbas y gustaron
de ellas, he visto que se levantaron sus propias pasiones en ellos, se
resistieron algún tanto, y luego cedieron en fuerza o se encontraron con
mayor fortaleza los agraciados para resistir a ellas.