Desde el comienzo de la vida pública de Jesús hasta la primera Pascua – Sección 10

XLVI
Jesús en Corazín, Aruma y Betanía
Desde Sukkoth dirigió Jesús sus pasos hacia la gran Corazin, que era el
lugar adonde había citado a María y a las santas mujeres, en un albergue
de sus cercanías. De camino pasó por Gerasa, donde celebró el sábado,
y después se dirigió a una posada casi en el desierto, a unas horas de camino
del mar de Galilea. Esa posada estaba adornada para la fiesta de los Tabernáculos
y los dueños vivían allí cerca. Las santas mujeres la habían ya alquilado
de antemano y adornado. La comida la hacían venir de Gerasa. Estaban
allí presentes la mujer de Pedro con otras, entre ellas Susana, de Jerusalén;
pero no la Verónica. Jesús habló a solas con su Madre diciéndole que iba a
Betania y luego al desierto. María estaba preocupada y seria y le rogó que
no fuese a Jerusalén porque había sabido lo que el Gran Consejo maquinaba
contra Él. Más tarde he visto a Jesús enseñando desde la altura de una colinita
donde se acostumbraba a hacerlo, para lo cual habían dispuesto un
asiento. Se había reunido mucha gente de los alrededores y he visto unas
treinta mujeres que ocupaban un sitio aparte. Después de la enseñanza dijo a
los suyos que Él se apartaría de ellos por algún tiempo; que podían separarse
hasta que le viesen volver. Lo mismo dijo a las mujeres. Habló del bautismo
de Juan, que debía cesar muy pronto, y predijo las graves persecuciones que
sufrirían Él y todos los que le seguían.
Jesús dejó esta posada acompañado por unos veinte y caminó unas doce
horas hacia el Sudoeste, en dirección a la ciudad de Aruma, cerca de la cual
habían ya alquilado definitivamente un albergue para Él y los suyos. Marta,
a quien por primera vez veo junto a las santas mujeres en este viaje a Gerasa,
lo había arreglado ya, de paso. Los dueños vivían en las cercanías y los
gastos los sufragaban los amigos de Jerusalén. Las mujeres indicaron a Jesús
esta posada antes de su partida. Aruma está como a nueve horas de Jerusalén
y a seis de Jericó. En torno de este albergue tenían sus habitaciones
algunos esenios, quienes vinieron a ver a Jesús, hablaron y comieron con Él.
Jesús fue a la sinagoga y enseñó sobre el bautismo de Juan. Dijo que era un
bautismo de penitencia, una primera purificación, una preparación y una ceremonia
de las tantas que hay en la ley; pero que era diferente del bautismo
de Aquél al cual Juan anunciaba. He visto que los bautizados por Juan no
fueron rebautizados sino después de la muerte de Jesús y de la venida del
Espíritu Santo, en el estanque de Bethesda.
Los fariseos preguntaron aquí por las señales con las cuales reconocerían al
Mesías que debía venir y Él se las dijo. En este lugar habló de los matrimonios
mixtos con los samaritanos. Aquí he visto a Judas Iscariote entre los
oyentes de Jesús. Vino solo a escuchar su predicación y no con los discípulos.
Después de haber oído por dos días la predicación de Jesús y de haber
charlado sobre ella con los fariseos que la contradecían, fue a una población
cercana, algo desprestigiada, donde se entretuvo en hablar, a propósito de
dicha predicación, contra un hombre piadoso que vivía en este lugar y que
invitó luego a Jesús a su casa. Judas se ocupaba en diversos negocios y escrituras
y hacía toda clase de servicios por todas partes. Cuando Jesús llegó
con sus discípulos a este lugar desprestigiado, aunque tenia nuevas edificaciones,
Judas ya no estaba allí. Herodes tenía un castillo en sus alrededores.
Debe haber acontecido algo aquí con los benjamitas, pues había un árbol
cercado por una muralla, al que nadie se atrevía a acercarse. Allí habían
ofrecido sacrificios Abraham y Jacob, y se habían separado Esaú y Jacob
después de sus diferencias por cuestión de la primogenitura. Isaac vivió por
entonces en Sichar.
El hombre a quien visitó ahora Jesús se llamaba Jairo y era de los esenios
casados, pues tenía mujer y varios hijos. Los varones se llamaban Amón y
Caleb. Tenía también una hija a la cual Jesús curó más tarde. Este no era el
Jairo a quien se refiere el Evangelio: era un descendiente del esenio Chariot,
que había fundado los monasterios de Belén y de Maspha; sabía muchas cosas
sobre los padres de Jesús y la infancia de Éste. Salió al encuentro de Jesús
con sus hijos, humildemente. Este hombre era tenido por el principal de
este pueblo despreciado y lo gobernaba con amor. Cuidaba a los enfermos;
enseñaba a los ignorantes en determinados días, porque no había aquí ninguna
escuela ni sacerdote encargado. Se ocupaba también de los niños y de
los pobres. Jesús habló aquí como de costumbre del bautismo de Juan, como
un bautismo de penitencia, y de la proximidad del reino de Dios. Luego fue
con Jairo adonde estaban los enfermos y los consoló, aunque no sanó a ninguno.
Les prometió, empero, que volvería dentro de cuatro meses y los sanaría
de sus dolencias. Recordó en su enseñanza algunos hechos acontecidos
allí, como la separación por enojo de Esaú de su hermano Jacob y las razones
por las cuales era despreciado este lugar. Señaló la bondad del Padre
celestial, que prometió a todos, y se ha cumplido, la salud para quienes creyesen
en el Enviado, se dejasen bautizar e hiciesen penitencia, indicando
cómo la penitencia repara las consecuencias de las malas obras. Hacia la
tarde se dirigió con Jairo y sus hijos a Betania. Jairo y sus hijos se volvieron
a mitad de camino y los discípulos siguieron a Jesús.
En un albergue cerca de Betania habló Jesús con sus discípulos largamente
sobre los peligros y tribulaciones que le esperaban, así como a todos los que
seguirían más tarde sus pasos. Les dijo que ahora podían dejarle y mientras
tanto pensasen seriamente si podían seguirle y perseverar con Él en el futu-
ro. Lázaro vino a su encuentro, cuando habían ya partido para sus casas los
acompañantes de Jesús, menos Aram y Themeni, que fueron con Él a Betania.
Allí muchos amigos de Jerusalén esperaban a Jesús; también las santas
mujeres, con Verónica. Aram y Themeni eran sobrinos por parte de madre
de José de Arimatea. Eran discípulos de Juan y siguieron a Jesús cuando pasó
por Gilgal, junto al lugar del bautismo de Juan. Jesús enseñó en la casa de
Lázaro, hablando del bautismo de Juan y del Mesías, de la ley y de su cumplimiento,
de las sectas de los fariseos y de su modo de ser. Dos amigos de
Jesús habían traído varios rollos de Escritura y Él les explicó algunos pasajes
de los profetas que se referían al Mesías. En esta explicación no estaban
presentes todos sino Lázaro y algunos íntimos. Jesús habló de su futura residencia
y los amigos le dijeron que no se estableciese en Jerusalén donde se
tergiversaba todo lo que Él decía y enseñaba. Le proponían a Salem, donde
había pocos fariseos. Jesús dijo algo sobre estos lugares y sobre Melquisedec,
cuyo sacerdocio debía tener ahora su cumplimiento; dijo que éste había
medido y visitado todos los lugares que había establecido su Eterno Padre
para ser recorridos por su Divino Hijo. Les dijo que a menudo estaría junto
al lago de Genesaret. Esta conversación tuvo lugar en un sitio retirado, donde
había cuartos y lugares de baños.
Jesús habló también con las mujeres en un cuarto que había sido de Magdalena,
cuyas ventanas daban a la calle que llevaba a Jerusalén. Lázaro trajo,
por deseo de Jesús, a María la Silenciosa, y la dejó allí con las otras mujeres,
retirándose. Las otras paseaban entre tanto en la antesala. La conducta
de la Silenciosa fue en esta ocasión diferente de la anterior: se echó a los
pies de Jesús y se los besó. Jesús la dejó hacer y luego la levantó de la mano.
Habló nuevamente, mirando a lo alto, cosas muy elevadas y profundas,
con un modo muy sencillo. Habló de Dios y de su Hijo y de su Reino como
hablaría una hija de campesinos del padre de su señor y de su herencia. Su
hablar era como una visión, pues todo lo que decía lo veía delante. Habló de
las grandes culpas y faltas cometidas por los siervos y siervas, y cómo ahora
manda el Padre a su propio Hijo para que repare y pague las deudas de sus
siervos; cómo le recibirían mal y le harían morir con grandes dolores, y cómo
debía con su sangre salvar y fundar su reino, y pagando las deudas de
sus siervos hacerlos herederos del reino e hijos de Dios. Dijo todas estas cosas
de modo muy natural. La Silenciosa se alegraba, a veces, y otras se lamentaba
de ser también ella una sierva inútil y mala, compadeciendo los
grandes trabajos del Hijo del bondadoso Dios que lo enviaba. Se lamentaba
de que los siervos no entendieran esto, que era tan natural y que así debía
ser.
Jesús habló de la resurrección: cómo el Hijo iba a visitar a los detenidos en
las cárceles subterráneas, para consolarlos y libertarlos, y una vez rescatados,
subir con ellos al Padre celestial, y cómo todos los que no quieren reconocer
esta redención y siguen obrando el mal serán arrojados al fuego,
cuando venga de nuevo a juzgar. Después habló de Lázaro y de su muerte y
resurrección. Sale de este mundo y lo ve todo; los demás lo lloran, como si
no volviera; pero el Hijo de Dios lo llama de nuevo y él vuelve a trabajar en
la viña del Señor.
Habló de la Magdalena diciendo: «La sierva está en el desierto más espantoso,
donde estuvieron los hijos de Israel, en un lugar malo donde reinan las
tinieblas y donde no pisó planta de hombre alguno; pero ella saldrá de esas
tinieblas y remediará todos sus errores en otro desierto solitario». Hablando
de sí, María dijo que su cuerpo era como una cárcel; que no sabía lo que era
su vida y deseaba mucho ir a la casa de su Padre; que la tierra le era estrecha;
que nadie comprendía su modo de ser, porque estaban como ciegos.
Añadió que no obstante quería quedar aquí por amor de Dios y esperar; que
no merecía cosa mejor, por otra parte. Jesús le habló, lleno de amor, y, consolándola,
le dijo: «Tú irás a la casa de mi Padre, después de la Pascua,
cuando Yo vuelva aquí de nuevo». La bendijo, mientras ella se hincaba; posó
las manos sobre su cabeza y creo que derramó algo sobre ella de una botella,
no sé si aceite o agua.
Esta María la Silenciosa era una persona muy santa. Nadie la conocía por tal
ni la entendían. Vivía en continua visión sobrenatural sobre la obra de la
Redención que entendía ella en modo muy sencillo y natural. Se la tenia por
retardada o persona simple. Jesús le dijo el tiempo de su muerte y como iría
a la casa de su Padre celestial, y ungió su cuerpo para la sepultura. De esto
debe entenderse que conviene tener más atención con el cuerpo de lo que
piensan los hombres. Jesús acude a María la Silenciosa porque siendo tenida
por retardada quizás la privaran de los cuidados con que solían embalsamar
a los difuntos. La santidad de esta persona era oculta y misteriosa. Jesús dejó
a la Silenciosa y ella volvió a sus departamentos.
Jesús habló aún con los hombres sobre el bautismo de Juan y el bautismo
del Espíritu. No recuerdo que hubiese gran diferencia entre el bautismo de
Juan y el de los primeros discípulos de Jesús: sólo tenía este último más relación
con el perdón de los pecados. Tampoco he visto que volviesen a bautizar
a los bautizados por Juan, antes de la venida del Espíritu Santo. Antes
del sábado estos amigos de Jesús volvieron a Jerusalén. Aram y Themeni
partieron con José de Arimatea. Jesús les había dicho que iba a separarse un
tiempo de ellos con el fin de prepararse para su difícil misión. No les habló
de su ayuno.