Desde el comienzo de la vida pública de Jesús hasta la primera Pascua – Sección 9

XLII
Jesús se dirige a Maspha a casa de un pariente de San José
Cuando Jesús y sus discípulos abandonaron la gruta se encaminaron en
dirección de Belén; entraron en algunas casas del otro lado de Ephron
y en una posada tomaron alimento y descanso, lavándose los pies. La gente
era buena y se mostró curiosa. Jesús enseñó sobre la penitencia, la venida de
la salud y su seguimiento. Ellos le preguntaron por qué su santa Madre
había hecho el camino de Nazaret a Belén, pudiendo haberlo pasado tan
bien en su casa. Les habló Jesús de la promesa, de que Él debía nacer en la
pobreza en Belén, entre los pastores, como Pastor que era, que debía juntar
las ovejas; por eso caminaba ahora Él mismo por estas comarcas de pastores
desde que su Padre había dado testimonio de su persona. De aquí pasó al
centro de Belén, a pocas horas de camino, acortó el sendero del valle de los
pastores, pasó al Oeste de Belén, dejando la casa solariega de José a su derecha.
Al anochecer llegó a la pequeña ciudad de Maspha, a pocas horas de
Belén, que se divisaba de lejos. En las calles ardían antorchas puestas dentro
de recipientes de hierro. Tenía muros y torres y la cruzaban varios caminos.
Esta ciudad había sido por mucho tiempo lugar de oración. Judas Macabeo
había orado largamente aquí antes de la batalla, presentando a la presencia
de Dios los edictos injuriosos del enemigo, despreciativos del poder divino,
recordando a Dios sus promesas de protección. Aquí fueron desplegadas
también las vestiduras sacerdotales delante del pueblo. A raíz de su oración
se le aparecieron cinco ángeles delante de la ciudad, que le prometieron
completa victoria sobre sus enemigos. En este lugar se reunió Israel contra
la tribu de Benjamín para castigar el ultraje y la muerte de la mujer del levita
viajero. Esta maldad sucedió bajo un árbol. El lugar estaba cercado y nadie
se atrevia a acercarse. Samuel juzgaba en Maspha y aquí estuvo el convento
de los esenios, donde vivió Manahem, que le predijo el reinado a
Herodes cuando era niño pequeño. Un esenio llamado Charioth lo había edificado.
Este había vivido unos cien años antes de Cristo; era un hombre casado,
de la comarca de Jericó, pero se había separado, por mutuo consentimiento,
de su mujer y ambos edificaron varias comunidades de esenios, él
para hombres y ella para mujeres. No lejos de Belén había edificado otro
monasterio, donde murió. Era un santo varón, y en la muerte de Jesús fue de
los primeros que resucitó y se apareció en Jerusalén.
En Maspha había varias posadas y la gente sabía en seguida cuando llegaba
un forastero. Apenas hubo llegado Jesús a la posada, la gente se reunió en
torno de Él. Fue llevado a la sinagoga, donde explicó la ley. Había espías
que trataban de sorprenderle en sus palabras: habían oído que Él quería lle-
var también a los paganos al reino de Dios y de la salud, que había hablado
en ese sentido al tratar de los Reyes Magos con los pastores de Belén. Jesús
habló con severidad diciendo que el tiempo de la salud había llegado, que el
tiempo de la promesa se había cumplido, que todos los que renacen por el
bautismo y creen en Él, que ha sido enviado por el Padre y guardan sus
mandamientos, serán participantes del reino de Dios, y que los que le siguieren
serán herederos de ese reino. Añadió que si los judíos no creían, la promesa
y la salud pasaría a los gentiles, apartándose de ellos. No puedo reproducir
todo lo que les dijo. Agregó que sabía que estaban espiando sus palabras;
que fueran a Jerusalén y dijeran allí lo que les había dicho. Habló también
de Judas Macabeo y de otros hechos que tuvieron lugar aquí. Ellos quisieron
hablar de la grandeza del templo de Jerusalén y de la preeminencia de
los judíos sobre los demás pueblos. Jesús les dijo que el fin de haber sido
elegido, como también el objeto del templo, habían dado término a su razón
de ser, pues Aquél a quien el Padre celestial enviaba ahora había venido para
fundar, según los profetas, el reino y el templo de su Padre celestial.
Después de esta enseñanza dejó Jesús a Maspha y se retiró al Este, a una
hora de camino. Pasó primero por una hilera de casas y entró en una que era
de una pariente de José. Un hijastro del padre de José, por medio de una
viuda, se había establecido y casado, y sus descendientes vivían aquí. Tenían
hijos; habían estado en el bautismo de Juan, y recibieron a Jesús con
humilde corazón. Acudieron otros vecinos más. Jesús enseñó y tomó algún
alimento. Después de la comida paseó con los dos hombres solos, que se
llamaban Aminadab y Manases. Ellos le preguntaron si Él sabía las circunstancias
en las cuales se encontraban y si debían seguirle de inmediato. Jesús
les contestó que no; que ahora se contentasen con ser sus discípulos ocultos.
Se hincaron, y Él los bendijo. Estos hombres, aún antes de la muerte de Jesús,
fueron sus discípulos ostensiblemente. Jesús pasó la noche con ellos.
Anduvo Jesús con sus discípulos algunas horas más adelante al lugar que
fue la penúltima posada de María delante de Belén, de la cual dista unas
cuatro horas. Le salieron al encuentro algunos hombres y se echaron a sus
pies y le invitaron a ir a sus casas. Le recibieron con mucha alegría. Esta
gente va a menudo al lugar del bautismo de Juan, y sabía lo sucedido en el
bautismo de Jesús. Le prepararon una comida, un baño templado y un lugar
de reposo muy bien acomodado. Jesús enseñó aquí. Vivía aún la mujer que
treinta años atrás había recibido y servido a María y a José. Habitaba la casa
principal sola, y los hijos, desde al lado, le enviaban el alimento. Cuando
Jesús se hubo lavado fue adonde estaba la mujer, ciega y desde varios años
atrás baldada y encorvada. Jesús le habló de la misericordia y de la hospitalidad,
de las obras imperfectas y del amor propio y egoísmo, y le manifestó
que su estado miserable de ahora era un castigo por todas esas faltas. La mujer
se mostró muy compungida, y confesó sus faltas. Jesús la sanó de su enfermedad.
Jesús le mandó echarse en el agua que Él había usado para lavarse.
Al punto recobró la vista y se irguió sana. Jesús le mandó no publicar el
hecho. La gente le preguntó de nuevo, muy ingenuamente, quién era mayor,
si Él o Juan. Él contestó: «Aquél de quien Juan da testimonio». Hablaron
también de la fuerza y del celo de Juan, y ponderaron el hermoso y vigoroso
rostro de Jesús. Jesús les dijo que en el término de cuatro años y medio no
hallarían en Él hermosura alguna y no le reconocerían: de tal manera pondrían
los hombres su cuerpo. Habló de la fuerza y del celo de Juan como de
quien está golpeando a la puerta de uno que duerme y no atiende a la venida
del Señor; como de quien prepara el camino a través de un desierto para que
el rey pueda pasar y como del torrente que corre para sacar la basura del lecho
de un río.

XLIII
«He ahí al Cordero de Dios»
Por la mañana, al despuntar el día, caminó Jesús hacia el Jordán, que
podía distar de aquí tres o más horas, en compañía de sus discípulos y
de un grupo de personas que se le habían reunido. El Jordán serpentea en un
ancho valle que sube durante media hora de camino a ambos lados. La piedra
del Arca de la Alianza que se hallaba en ese espacio cerrado donde se
celebró la fiesta descrita, estaba quizás a una hora del lugar de bautismo de
Juan, yendo hacia Jerusalén. La choza del Bautista entre las doce piedras
estaba en dirección de Bethabara, algo más al Norte que la piedra del Arca.
Las doce piedras quedaban a media hora del lugar del bautismo en dirección
a Gilgal, lugar situado al Oeste de la altura desde donde comienza un nuevo
declive. Una hermosa vista se abarcaba desde la fuente de Juan a las laderas
de ambas orillas que eran muy fértiles y verdes. Una cinta de verdor verdaderamente
hermosa, llena de frutales y de riqueza, bordeaba el mar de Galilea;
pero aquí había, como en Belén, más huertas de ajos, de pepinos, de la planta
durra y de praderas,
Jesús había pasado ya la piedra del Arca y estaba como a un cuarto de hora
de la choza de Juan, donde éste se hallaba de pie, enseñando. Pasaba en ese
momento por una estrecha abertura, por donde se podía ver a Juan desde
lejos. Jesús no fue visible para Juan más que por espacio de unos minutos.
Juan se sintió impulsado por el Espíritu Santo, señaló a Jesús, que pasaba, y
clamó: «He ahí al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo».
Jesús pasó rodeado de sus discípulos, unos delante, otros detrás. Los que se
habían añadido recientemente venían en último término. La escena fue muy
de mañana. Muchos corrieron hacia Jesús cuando oyeron clamar a Juan; pero
Jesús ya había pasado y ellos clamaban y vivaban y le glorificaban, ya sin
poder alcanzarle. Cuando esa gente volvió, dijeron a Juan que muchos seguían
a Jesús, que habían oído que también los discípulos, de Jesús habían
bautizado, y qué significaba eso. Juan volvió a decirles que él pronto dejaría
ese lugar a Jesús, pues añadía que él no era sino su precursor y su siervo.
Esto no les agradó mucho a sus discípulos, que se mostraban algo celosos de
los de Jesús. Jesús torció su camino al Noroeste, dejó a Jericó a la derecha y
se dirigió a Gilgal, que está como a dos horas de Jericó. Se quedó en algunos
de estos lugares, donde los niños le salieron al encuentro cantando alabanzas,
y entrando en las casas, de donde sacaban a sus padres.

XLTV
Jesús en Gilgal
Gilgal se llama toda la comarca alta que está sobre el valle más profundo
del Jordán, rodeada de riachuelos que corren hacia el río en un espacio
de cinco horas de camino. Pero la ciudad a la cual llegó Jesús por la
tarde, se extiende desparramada entre muchos jardines por una hora de camino
hacia el lugar donde bautizaba Juan. Jesús fue primeramente a un lugar
sagrado delante de la ciudad, donde solían llevar a los profetas y a los
grandes maestros. Era allí donde Josué comunicó a los hijos de Israel cosas
que a él y a Elieser había participado Moisés antes de su muerte. Eran seis
bendiciones y seis maldiciones. El montículo de la circuncisión de los Israelitas
estaba cerca de este lugar rodeado de una muralla.
En esta ocasión vi la muerte de Moisés. Murió sobre una pequeña colina
empinada que está en el seno de las montañas de Nebo, entre la Arabia y
Moab. Las tiendas de los Israelitas estaban situadas lejos de allí; sólo algunos
puestos de vigilancia se internaban en el valle que rodeaba la montaña.
La colina estaba cubierta de verdor, como de hiedra, que crece allí como
matas semejantes al enebro. Moisés tuvo que subir a lo alto agarrándose de
estas plantas. Josué y Elieser estaban con él. Tuvo allí Moisés una visión
que los otros no vieron. Le dio a Josué un rollo donde había seis maldiciones
y seis bendiciones que él debía hacer conocer a los Israelitas cuando estuvieran
en la tierra prometida. Luego los abrazó y les mandó alejarse de
allí, sin volver el rostro. Después se hincó, alzó los brazos en oración y cayó
muerto, inclinándose de un costado. He visto que la tierra se abrió allí mismo
y volvió a cerrarse en una hermosa sepultura. Cuando Moisés apareció
aliado de Jesús, en la transfiguración, vi que salía de este lugar para dirigirse
al Tabor.
Las seis bendiciones y las seis maldiciones las leyó Josué al pueblo.
En Gilgal esperaban a Jesús muchos amigos: Lázaro, José de Arimatea,
Obed, un hijo de la viuda de Nazaret y otros más. Había allí una posada
donde lavaron los pies a Jesús y a sus acompañantes y les prepararon comida.
Jesús predicó a las numerosas personas que se habían reunido allí, entre
las cuales había muchas que iban al bautismo de Juan. El lugar era un puesto
de baños y de purificaciones construido en la orilla del río, en un terreno en
forma de terraza. Estaba cubierto con un lienzo y había allí lugares de esparcimiento,
con árboles, matas y diversas plantas alrededor. Saturnino y dos
discípulos más, que lo habían sido de Juan, bautizaron allí después que Jesús
les habló del Espíritu Santo y les enseñó sus diferentes propiedades y
dones y cómo se manifiesta cuando uno lo ha recibido.
Al bautismo de Juan solía preceder una exhortación general y una declaración
de arrepentimiento de los pecados con la promesa de enmienda; pero
en el bautismo de Jesús había no sólo la confesión en general, sino que cada
uno se confesaba individualmente y reconocía sus pecados principales y
más graves. Jesús exhortaba a ello, y a los que no querían hacerlo, por temor
o por vergüenza, les decía sus pecados en su propia cara, para que se arrepintieran.
Jesús enseñó sobre el pasaje del Jordán y sobre la circuncisión que
tuvo lugar aquí, por lo cual se daba el bautismo en este lugar; y les dijo que
se dejasen circuncidar en el corazón renunciando al pecado y cumpliendo
los mandamientos. Los bautizandos no entraban aquí en el agua; sólo inclinaban
la cabeza, y no recibían todo un lienzo, sino sólo un paño blanco sobre
los hombros. Los discípulos que bautizaban no tenían recipiente con tres
salidas para el agua, como el que usaba Juan, sino un vaso común; y la derramaban
tres veces, con la mano, sobre la cabeza. Jesús había bendecido el
agua y echado en ella un poco de la misma con que se había lavado. Cuando
estos bautizandos, que eran unos treinta, fueron purificados, quedaron muy
contentos y conmovidos y decían que sentían en sí mismos al Espíritu Santo.
Después de esto salió Jesús, entre cánticos de alabanza y con muchos acompañantes,
hacia Gilgal, para celebrar el sábado en la sinagoga, que estaba
situada en la parte oriental de la ciudad y era bastante grande y antigua. Era
cuadrada, con los ángulos cortados y tenía tres pisos, donde estaban instaladas
las tres aulas de la escuela. Cada uno de estos pisos tenía una galería exterior
para circular y las escaleras corrían hacia arriba junto a los muros exteriores.
En la parte superior, y precisamente en los ángulos cortados, había
unos nichos donde se podía estar de pie y se alcanzaba a ver el paisaje a
gran distancia. La sinagoga estaba libre a ambos lados y tenía parcelas de
jardines alrededor. Delante de la entrada había un vestíbulo con una silla
para enseñar desde ella, como en el templo de Jerusalén, y luego un patio
con un altar al aire libre donde solían ofrecerse los sacrificios. Había aquí
lugares cubiertos para las mujeres y los niños. Se veían vestigios de que
había estado el Arca de la Alianza y de que se ofrecían sacrificios, por la
semejanza de los arreglos con los del templo de Jerusalén. En el aula de la
escuela del primer piso, mejor arreglada, se veía una columna octogonal en
uno de los ángulos, con casilla en torno conteniendo diversos rollos escritos.
Recordaba este lugar el del Sancta Sanctorum del Templo. En la parte baja
había, en torno de la columna, una mesa y se veía la bóveda donde estuvo el
Arca de la Alianza. Esa columna era muy hermosa, de piedra blanca pulimentada.
Jesús enseñó en la parte baja de la escuela, en presencia del pueblo, de los
sacerdotes y de los ancianos y sabios. Les dijo que se habían puesto allí los
primeros fundamentos del reino prometido y que luego se cometieron horribles
pecados de idolatría; de modo que apenas había siete justos en la ciudad;
que Nínive era cinco veces más grande, y se encontraron allí cinco justos;
que Gilgal fue perdonada por Dios, pero que no desechasen ahora la
realización de la promesa y del Enviado prometido; que hicieran penitencia
y se dejasen renovar por el bautismo. Mientras predicaba tomó algunos rollos
escritos y los leyó y explicó. Después pasó a enseñar en el segundo piso
a los más jóvenes y luego a los niños en el piso tercero. Cuando descendió
enseñó también bajo una arcada, a las mujeres, y luego a las jóvenes. Habló
de la castidad y de la continencia, del vencimiento de los deseos, de la decencia
en los vestidos, de cubrirse la cabeza y los cabellos en el templo y en
la escuela. Habló de la presencia de Dios, especialmente en los lugares sagrados,
y de la presencia de los ángeles, que se cubren el rostro por reverencia
en estos mismos lugares. Dijo que son muchos los ángeles que están en
el templo y en la escuela en torn de los hombres allí presentes y explicó
por qué deben las mujeres cubrirse los cabellos y la cabeza. Los niños trataban
a Jesús muy familiarmente: los bendecía y los levantaba, y ellos se mostraban
muy adictos a ÉL. Aquí hubo, en general, grande alegría y contento
con Jesús, y cuando dejó la escuela todo el pueblo clamaba, tanto los que
iban delante como los que le seguían: «Se ha cumplido la promesa; que
permanezca con nosotros; que no se aparte nunca de nosotros esta bendición».

XLV
El Sanedrín de Jerusalén
Después que Jesús enseñó, la gente quería traerle enfermos. Jesús les
dijo que no era el lugar apropiado ni convenía por ahora; que debía
partir, porque era requerida su presencia en otra parte. Lázaro y los amigos
de Jerusalén volvieron, y Jesús dejó dicho a María Santísima donde deberían
encontrarse antes de su partida para el desierto. El Sanedrín de Jerusalén
tuvo de nuevo una larga sesión sobre Jesús. Había establecido por todas partes
espías pagados que debían referir todo lo que sabían de Él. Este Sanedrín
estaba compuesto de 71 miembros, entre sacerdotes y escribas; de ellos
habían sido elegidos unos veinte y distribuidos en grupos de cinco, con la
misión de discutir y averiguar todo lo referente a Jesús y su proceder. Buscaron
los registros genealógicos y no pudieron menos que reconocer que
José y María descendían de David y que la madre de María era de la raza y
tribu de Aarón; pero decían que esas familias habían decaído y que Jesús se
mezclaba con toda clase de gente de mal vivir; que se manchaba tratando
con publicanos y pecadores y adulando a los esclavos. Sabían ya que Jesús
había tratado familiarmente poco tiempo antes, en las cercanías de Belén,
con los esclavos siquemitas que volvían del trabajo; y pensaban si no estaría
tramando alguna conjuración con esa gente. Algunos decían entre sí que
quizás era un hijo bastardo de algún rey y que por eso hablaba de un reino y
de la posibilidad de recuperarlo. Otros opinaban que debía tener una enseñanza
secreta que no podía provenir sino del diablo, porque, decían, se retira
a veces a solas y pasa las noches en el desierto o en una montaña. Todo esto
lo habían espiado y averiguado. Entre estos había unos veinte miembros que
conocían mejor a Jesús y a los suyos; habían sido ya conmovidos por su trato
y eran ocultamente sus amigos. En esta ocasión no se levantaron a contradecir
a los demás, para poder así en secreto ayudar mejor a los amigos de
Jesús, por medio de mensajes y de avisos. Finalmente, el consejo de los
veinte miembros decidió adoptar una conclusión definitiva: Jesús no podía
ser sino amaestrado por el demonio.
Por otro lado, el bautismo que se dio en Gilgal fue también anunciado a
Juan como una intromisión en sus derechos. Él les respondió, como siempre,
con profunda humildad, que pronto tendría que dejar el lugar delante de
su Señor, puesto que no era sino su precursor y su anunciador. Los discípulos
de Juan no se dieron por satisfechos con esta respuesta. Jesús dejó a Gilgal
con unos veinte acompañantes y caminó por el Jordán pasando luego el
río en una balsa de tablas. En el interior de la balsa había bancos para los
pasajeros y en medio una gran artesa destinada a los camellos; de otro modo
podían caer al agua a través de las tablas. Podían ponerse allí hasta tres camellos
por vez, pero ahora no había ninguno. Sólo Jesús y los suyos ocupaban
la balsa. Era de noche y por eso se hallaba iluminada por antorchas.
Jesús enseñó por medio de la parábola del sembrador, que siguió explicando
a la mañana siguiente. La pasada del río duró un cuarto de hora, porque era
torrentoso en este punto; se dirigieron primero hacia arriba y luego se dejaron
llevar por la corriente. El Jordán tiene particularidades curiosas: en algunos
lugares no es posible pasarlo por no haber vado alguno por las rocas
escarpadas de ambos lados. A menudo tuerce de modo que parece atravesar
una ciudad y luego desvía su curso. Corre entre rocas y piedras, unas veces
turbio, otras claro, según el terreno que atraviesa; y tiene muchas isletas en
su curso. Tiene también algunas cascadas. Sus aguas son suaves y templadas.
En la orilla opuesta había casas habitadas por publicanos, porque venía
una calle principal desde la comarca de Kedar, donde se abría un valle.
Jesús entró en casas de publicanos que habían recibido ya el bautismo de
Juan. Muchos de sus acompañantes se extrañaron de su familiaridad con esa
clase de gente y se mantenían a distancia por temor de contaminarse. Jesús y
los suyos fueron servidos muy humildemente por estos publicanos. Las casas
estaban situadas en el camino del valle del Jordán; a alguna distancia
había albergues para los mercaderes y los camellos. Estaban sosegados porque
al día siguiente comenzaba la fiesta de los Tabernáculos y no podían
partir ni viajar y aunque eran la mayor parte paganos estaban obligados a
observar el descanso. Los publicanos preguntaron a Jesús qué debían hacer
con las ganancias ilícitas que poseían. Les dijo que las llevaran al templo;
que debía entenderse espiritualmente de su iglesia y de la comunidad cristiana;
les dijo que comprasen con ellas un campo para las viudas pobres cerca
de Jerusalén. Les explicó el por qué de esto, relacionándolo con la parábola
del sembrador que expuso nuevamente.
Al día siguiente fue Jesús con ellos alrededor de la playa enseñando diversas
aplicaciones de la parábola del sembrador y de la futura cosecha. Esto lo
dijo porque era también una fiesta de la cosecha de frutas y de la vendimia.
Continuó Jesús su camino a través del valle. A ambos lados se extienden,
por media hora de camino, en lo alto y en lo bajo, casitas o chozas donde se
celebraba la fiesta de los Tabernáculos. El camino llevaba a Dibón, de la
cual parecía eran estas las primeras casas. Al lado de ellas se veían por doquiera
chozas verdes levantadas con ramas de árboles, adornadas con hojas,
frutos y racimos de uvas. A un lado del camino estaban las chozas para las
mujeres, separadas, y de otro lado las chozas para los sacrificios de animales.
Traían toda clase de alimentos y se veían niños en grupos que iban de
una a otra choza, tocando instrumentos de música y cantando. Estaban ador-
nados con coronas y flores y tocaban unos instrumentos triangulares con
anillos que sonaban; otros, un instrumento triangular con cuerdas e instrumentos
de viento que tenían cañitos retorcidos.
Jesús iba de un lado a otro enseñando. Le trajeron, así como a sus discípulos,
algunos alimentos; por ejemplo, uvas sobre palos llevados entre dos. Al
final de esta hilera de casas entró Jesús en una posada cercana a la grande y
hermosa sinagoga de Dibón, que estaba situada entre estas casas y la ciudad,
en un amplio lugar del camino rodeado de árboles. Algunos días después
Jesús enseñó de nuevo con la parábola del sembrador; habló del bautismo y
de la proximidad del reino de Dios; de la fiesta de los Tabernáculos y del
modo de festejarla aquí, diciéndoles que mezclaban algunas cosas paganas
con el rito de la fiesta. En efecto, vivían allí moabitas y ellos se habían mezclado
con esa raza. Cuando salió Jesús de la sinagoga encontró que habían
traído a muchos enfermos en andas y carretillas. Estos enfermos clamaban;
«Señor, eres un profeta. Tú eres un enviado de Dios. Tú nos puedes ayudar».
Sanó a muchos. Por la noche se le dio a Jesús y a los suyos una gran comida
en la posada. Estaban presentes muchos mercaderes paganos, ya que hablaba
de la vocación de los gentiles y de la estrella aparecida para llamar a los
Reyes Magos que vinieron a adorar al Niño recién nacido. Por la noche Jesús
abandonó el lugar y se fue sólo a orar en un monte. Citó a sus discípulos
para reunirse a la mañana siguiente en el camino, al otro lado de Dibón. Esta
localidad está a seis horas de distancia de Gilgal: es una comarca con muchas
fuentes de agua y praderas y por esto se ven muchos jardines y casas
con terrazas. Está en el valle, pero se ven edificios en las laderas de la montaña.
De allí Jesús se dirigió a Sukkoth. Cuando llegó por la tarde a esta ciudad
se juntaron muchas gentes a Él y también muchos enfermos de los alrededores.
Jesús enseñó en la sinagoga y por medio de Saturnino y de otros
discípulos hizo bautizar a las gentes. Estos bautismos tuvieron lugar en la
fuente de una roca que se abría en una cueva que miraba hacia el Occidente
en dirección al Jordán. El río no se podía ver porque había otra montaña de
por medio. Con todo, esa agua era del Jordán, porque sus aguas corrían
hondas hasta allí. En esa gruta entraba luz por medio de una abertura en la
parte superior. Delante de la gruta había un lugar de esparcimiento bastante
amplio adornado con árboles, plantas y gramilla y se conservaba una piedra,
recuerdo antiguo de una aparición de Melquisedec al patriarca Abrahán. Jesús
habló del bautismo de Juan, diciendo que era de penitencia, que debía
ceder su lugar a otro bautismo del Espíritu Santo y del perdón de los pecados.
Les pidió antes una especie de confesión general y después particular a
cada uno. A algunos les dijo sus pecados para humillar su obstinación. Ponía
las manos sobre ellos en señal de absolución. Los bautizandos no eran
sumergidos en el agua; había sobre esa piedra un recipiente y ellos, descubiertos
hasta los hombros, inclinaban las cabezas sobre la fuente y recibían
el agua. El bautizador derramaba tres veces el agua que sacaba con las manos
de la fuente. De este modo fueron bautizadas muchas personas.
Abraham había vivido en Sukkoth con su nodriza Maraha y tuvo campos en
tres lugares. En este mismo lugar tuvo ocasión de dividir tierras con su pariente
Lot, y Melquisedec vino por primera vez a ver a Abrahán al modo
como los ángeles solían venir a él. Melquisedec le mandó hacer un sacrificio
triple de palomas, pájaros con picos largos y otros animales. Le anunció
también que vendría a él de nuevo para ofrecer un sacrificio de pan y vino;
le enseñó cosas que debía pedir y por las cuales debía orar y le anunció lo
que iba a suceder con Sodoma y Gomorra. He visto que también Jacob tuvo
sus tiendas en este lugar.