Desde el comienzo de la vida pública de Jesús hasta la primera Pascua – Sección 7

XXXIII
Brota la isla para el bautismo de Jesús en el río Jordán
El Bautista habló a sus discípulos acerca de la proximidad del bautismo
del Mesías. Afirmó nuevamente que no le había visto aún, pero añadió:
«Yo quiero enseñaros el lugar de su bautismo. Mirad: las aguas del Jordán
se habrán de dividir y se formará una isla». En ese momento las aguas
del Jordán se dividieron en dos y se levantó sobre la superficie una pequeña
isla redonda y blanquecina. Era el mismo lugar por donde los hijos de Israel
pasaron el Jordán con el Arca de la Alianza y donde Elías dividió con su
manto las aguas. Se produjo una gran conmnoción entre los presentes: oraban
y daban gracias a Dios. Juan y sus discípulos trajeron grandes piedras, que
pusieron en el agua, y luego, con ramas, árboles y plantas acomodaron un
puente hasta la isla y cubrieron el pasaje con piedras pequeñas y blancas.
Cuando terminaron el trabajo, se veía correr el agua bajo el puente. Juan y
sus discípulos plantaron doce árboles en torno de la islita y unieron sus copas
para formar un techo con el follaje. Entre estos arbolillos pusieron cercos
de varias plantas que nacen muchas a orillas del Jordán. Tenían brotes
blancos y colorados, y frutos amarillos, con una pequeña corona, como nísperos.
La isla que había surgido en el lugar donde había estado depositada el
Arca de la Alianza a su paso por el Jordán, parecía de roca, y el fondo del
río, más levantado que en tiempos de Josué. El agua, en cambio, me pareció
más profunda; de modo que no sabría decir si el agua se retiró más o la isla
se levantó sobre el agua, cuando Juan la hizo comparecer para formar el
baptisterio de Jesús. A la izquierda del puente, no en el medio, sino más
bien al borde de la isla, hizo una excavación, a la cual afluía un agua clara.
Llevaban a esta fuente algunas gradas; en la superficie del agua había una
piedra triangular, plana, de color rojo, donde debía estar Jesús durante su
bautismo. A la derecha se levantaba una esbelta palmera con frutos, la cual
habría de abrazar Jesús. El borde de esta fuente estaba delicadamente trabajado
y todo el conjunto presentaba un hermoso aspecto.
Cuando Josué llevó a los israelitas a través del Jordán, he visto que el río
estaba muy crecido. El Arca de la Alianza fue llevada bastante distante del
pueblo hacia el Jordán. Entre los doce que la conducían y acompañaban figuraban
Josué, Caleb y otro personaje, cuyo nombre suena como Enoi. Llegados
al Jordán tomó uno solo la parte delantera del Arca que solían llevar
dos; los otros sostenían por detrás y en el instante en que el pie del Arca tocó
las aguas, éstas se aquietaron, pareciendo como gelatinas que subían unas
sobre otras, formando una muralla o más bien una montaña que se podía ver
desde la ciudad de Zarthan. Las aguas que corrían al Mar Muerto se perdie-
ron en el mar, y se pudo pasar a pie enjuto por el lecho del Jordán. Así cruzaron
los israelitas que estaban distantes del Arca por el lecho del río. El
Arca fue llevada por los levitas aguas adentro, donde había cuatro piedras
cuadradas colocadas con regularidad. Eran estas piedras de color de sangre
y a cada lado había dos hileras de seis piedras triangulares, planas y trabajadas.
Los doce levitas dejaron el Arca de la Alianza sobre las cuatro piedras
del medio y pasaron doce por cada lado sobre las otras piedras triangulares
que tenían su cono hundido en las aguas. Otras doce piedras triangulares
fueron colocadas a distancia: eran muy grukesas, de colores diversos, grabadas
con figuras y dibujos con flores. Josué eligió a doce hombres de las doce
tribus para que llevaran sobre sus espaldas desnudas estas piedras y a distancia
una serie de dos hileras para recuerdo del pasaje. Más tarde se levantó
allí una población. Fueron grabadas en las piedras los nombres de las doce
tribus y los de los que llevaron las piedras. Las piedras sobre las cuales estuvieron
los levitas eran más grandes, y cuando pasaron el río, las piedras
fueron vueltas con las puntas hacia arriba.
Las piedras que habían estado fuera del agua, no eran ya visibles en tiempos
de Juan Bautista: no sé si fueron destruidas por las guerras o estaban simplemente
cubiertas por tierra y escombros. Juan había levantado su tienda en
el lugar de ellas. Más tarde hubo una iglesia allí, creo que en tiempos de
Santa Elena. El lugar donde había estado el Arca de la Alianza es exactamente
el mismo de la isla y de la fuente donde fue bautizado Jesús. Cuando
los israelitas pasaron con el Arca y hubieron erigido las doce piedras, el Jordán
volvió a seguir su curso como antes. El agua de la fuente del bautismo
de Jesús era de tal hondura que desde la orilla sólo se podía ver desde el pecho
cuando estaba un hombre dentro. La profundidad algo escalonada y esta
fuente octogonal, que medía como cinco pies de diámetoo, estaba rodeada de
un borde, cortado en cinco lugares, desde donde podían algunas personas
presenciar el acto. Las doce piedras triangulares sobre las cuales habían estado
los levitas se alzaban a ambos lados de la fuente bautismal de Jesús con
sus puntas hacia arriba fuera del agua. En la fuente del bautismo yacían
aquellas cuatro piedras cuadradas coloradas, sobre las cuales había descansado
el Arca de la Alianza, debajo de la superficie del agua. Estas piedras
aparecían con sus puntas fuera del agua en épocas de bajantes. Muy cerca
del borde de la fuente había una piedra triangular, en forma de pirámide, con
la punta hacia abajo, sobre la cual estuvo Jesús cuando el Espíritu Santo vino
sobre Él. A su derecha estaba la palmera, junto al borde, a la cual Jesús
se sujetó con la mano, mientras a su izquierda estaba el Bautista. La piedra
triangular donde estuvo Jesús, no era de las doce: me parece que Juan la trajo
desde la orilla. Había allí un misterio porque he visto que estaba señalada
con dibujos de flores y estrías.
Las otras doce piedras eran también de diversos
colores, dibujadas con flores y ramificaciones. Eran más grandes que
las llevadas a tierra: me parece que eran al principio piedras preciosas que
plantó Melquisedec desde pequeñas, cuando el Jordán no pasaba sobre ellas.
He visto que en muchos lugares hacía esto; ponía los fundamentos de obras
que venían luego a ser lugares sagrados o donde sucedían hechos notables,
aunque por mucho tiempo quedaran en pantanos o escondidas entre mato-
rrales. Creo también que las doce piedras que llevaba Juan en la fiesta en el
escudo del pecho eran trozos de aquellas doce piedras preciosas plantadas
por Melquisedec.

XXXIV
Herodes nuevamente con Juan
Cuando Juan volvió al baptisterio fue a verlo nuevamente un grupo de
unas veinte personas para pedirle cuenta de su misión. Venían de Jerusalén.
Aguardaron en el sitio donde había tenido lugar la fiesta e invitaron a
Juan; pero éste no se movió. Al día siguiente he vuelto a verlos a media hora
del lugar donde bautizaba Juan; pero Juan no los dejó entrar en el recinto de
las tiendas que estaba cercado. Vi luego que Juan, cuando terminó su trabajo,
les habló desde cierta distancia: les dijo las cosas de siempre, refiriéndose
al que pronto iba a venir al bautismo, a Aquél que era más que él, y al
que no había visto aún personalmente. Algunas de sus preguntas, no contestó.
Más tarde he visto a Herodes, montado sobre una cabalgadura, acomodado
en una especie de asiento de cajón, y a la mujer de su hermano, con la cual
vivía, también montada sobre una cabalgadura, orgullosa y atrevida, vestida
con lujo y desvergüenza, que se aproximaban al lugar donde estaba Juan
bautizando. La mujer se detuvo a cierta distancia, mientras Herodes bajó de
su cabalgadura y se acercó a Juan y comenzó a hablar con él. Herodes litigaba
con Juan porque éste le había excomulgado, prohibiéndole participación
en el bautismo y en la salud del Mesías si no dejaba su escandalosa
compañía. El rey le presentaba de nuevo aquel escrito en defensa de su proceder.
Herodes le preguntó si sabía algo de un tal Jesús de Nazaret, de quien
se hablaba mucho en el pais y de quien, según había oído, recibía mensajes;
si ese Jesús era el Esperado, ya que siempre hablaba de Él. Le exigía le dijese
claramente, pues quería tratar su asunto con el Mesías. Juan le contestó
que Jesús no le escucharía, como no le escuchaba él su demanda; que era
adúltero y como tal sería tratado; que por más que presentara su caso en una
forma u otra, se trataba siempre de un adulterio. Cuando Herodes le preguntó
por qué le hablaba a la distancia y no se acercaba, contestóle Juan: «Tú
eres ciego, y por el adulterio cometido te has vuelto más ciego aún, y cuanto
más me acercare a ti más ciego te pondrías. Cuando yo esté en tu poder,
harás conmigo lo que más tarde sentirás mucho haber hecho». Con esto
anunciaba profétican1ente su próxima muerte. Herodes y la mujer regresaron
muy contrariados.
Se acerca el momento del bautismo de Jesús. Veo a Juan muy entristecido.
Parecía que su tiempo iba a terminar muy pronto: ya no lo veo tan vehemente
en su obra y lo veo perseguido por todos lados. Acudían ya de Jericó, ya
de Jerusalén, ya de parte de Herodes, para arrojarlo del lugar del bautismo.
Sus discípulos habían ocupado una parte bastante considerable de los alre-
dedores del bautismo y por eso urgían a Juan que se retirase de allí y pasase
al otro lado del Jordán. Los soldados de Herodes llegaron a deshacer hasta
cierto punto el cercado, echando a la gente; con todo no llegaron a molestar
en la tienda de Juan, entre las doce piedras. Juan habló muy contristado, con
el ánimo decaído, con sus discípulos: deseaba ya que acudiese Jesús al bautismo;
luego se retiraría de su presencia al otro lado del Jordán y no permanecería
mucho tiempo en su puesto. Sus discípulos se mostraban muy tristes
por las cosas que les decía y no querían que los dejase abandonados.

XXXV
Jesús es bautizado por Juan
Cuando Juan recibió aviso de que Jesús se acercaba, cobró nuevos bríos
para bautizar. Acudieron grupos de aquéllos a quienes Jesús había exhortado
a ir al bautismo, entre ellos publicanos, y he visto a Parmenas con
sus parientes de Nazaret. Juan habló a sus discípulos sobre el Mesías y se
humilló ante Él de tal manera que aquéllos quedaron contristados. Llegaron
también a Juan aquellos discípulos a quienes Jesús había rechazado en Nazaret:
he visto a éstos hablando con Juan de Jesús y sus obras. Juan ardía de
tal amor por Jesús que casi se manifestaba impaciente de que el Mesías no
se declarase más abiertamente. Cuando Juan los bautizó, recibió la seguridad
de que se acercaba Jesús. Vio una nube luminosa que envolvía a Jesús y
a los suyos, y los vio en visión que se acercaban. Desde entonces se muestra
extraordinariamente contento y ansioso y mira con frecuencia hacia el lado
de donde vendrá. La islita con la fuente bautismal está toda verde y nadie va
a ella fuera de Juan, cuando tiene algo que arreglar: el camino que lleva a
ella está ordinariamente cerrado.
Jesús caminaba más ligero que Lázaro y llegó dos horas antes que éste al
lugar del bautismo. Era la alborada cuando llegó Jesús al mismo tiempo que
otros. Éstos no lo conocían y caminaban a la par de Él; pero lo miraban con
extrañeza, porque veían en Él algo admirable que no podían explicarse.
Había una turba extraordinaria de gente. Juan predicaba con mayor entusiasmo
de la proximidad del Mesías y de la necesidad de hacer penitencia.
Decía que pronto él desaparecería. Jesús estaba en medio de los oyentes.
Juan sintió su cercanía, lo veía y se mostraba muy contento y animado; pero
no dejó por eso de hablar, y comenzó luego a bautizr. Había ya bautizado a
muchos y eran como las diez de la mañana, cuando le tocó el tumo a Jesús,
que bajó a la fuente. Entonces se inclinó Juan ante Él y dijo: «Yo debo ser
bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí? … » Jesús le contestó: «Deja ahora que
se haga esto; es menester que cumplamos toda justicia: que tú me bautices y
Yo sea por ti bautizado». Jesús añadió: «Tú debes recibir el bautismo del
Espíritu Santo y de la sangre». Entonces Juan le dijo que le siguiera a la islita.
Jesús dijo que así lo haría añadiendo que deseaba que las aguas con que
eran bautizados los demás se dejasen afluir a aquel lugar, que todos los que
debían ser luego bautizados fueran allí bautizados, y que el árbol que Él iba
a abrazar fuera trasplantado adonde eran bautizados los demás y que todos
lo tocasen al ser bautizados. El Salvador pasó con Juan y sus discípulos Andrés
y Saturnino sobre el puente de la islita. Jesús se retiró a una pequeña
tienda, junto a la fuente, al lado oriental, para vestirse y desvestirse. Los dis-
cípulos lo siguieron a la isla. Hasta el puente había gran multitud de gente y
en la orilla del río más aún.
En el puente podían permanecer hasta tres hombres: entre ellos estaba Lázaro.
La fuente bautismal estaba hecha en una excavación escalonada, de forma
octogonal y tenía debajo un borde de igual forma con cinco canales en el
fondo que comunicaban con las aguas del Jordán. El agua llenaba la fuente
por medio de entradas cortadas en los bordes. Tres de estas entradas eran
visibles en la parte Norte, por donde las aguas entraban y dos salidas estaban
cubiertas en la parte Sur de la fuente; por aquí se pasaba y por este lado
no se veía el agua rodeando la fuente. Del lado Sur subían unas gradas de
hierbas verdes. La isla misma no era del todo plana, sino un tanto más elevada
en el medio, rellenada con piedras y partes blandas, todo cubierto de
verdor. Los nueve discípulos de Jesús, que en los últimos tiempos estaban
con Él, acercáronse a la fuente y permanecieron en el borde. Jesús dejó en la
tienda su manto, su faja y su vestido de lana amarilla abierto por delante y
cerrado con cintas, una banda de lana más angosta cruzada sobre el pecho,
que alzaba sobre la cabeza por la noche o en la intemperie, y quedó con un
vestido oscuro, con el cual salió de la tienda, para entrar en el agua, donde,
por la cabeza, se quitó también esta prenda de vestir. Tenía, dentro del agua,
sólo una banda desde la mitad del cuerpo a los pies. Todos sus vestidos los
recibió Saturnino, el cual se los pasó a Lázaro, que estaba al borde de la
fuente. Jesús bajó a la fuente, donde quedó cubierto por las aguas hasta el
pecho. Con la mano izquierda se asió a la palmera y puso la derecha en el
pecho, mientras la faja blanca flotaba sobre las aguas. Juan estaba en la parte.
Sur de la fuente; tenia en la mano un recipiente de borde ancho del cual
salía el agua por tres aberturas. Se inclinó, tomó agua con el recipiente y la
vertió en tres líneas sobre la cabeza del Salvador. Una linea de agua cayó
sobre la parte anterior de la cabeza y la cara; otra, en medio de la cabeza, y
la tercera en la parte posterior. No recuerdo bien las palabras que dijo Juan
al bautizar, pero fueron más o menos éstas: «Jehová, por medio de los Serafines
y Querubines, derrame su bendición sobre Ti, con ciencia, inteligencia
y fortaleza «. No recuerdo bien si fueron estas tres últimas palabras; pero
eran tres gracias o dones para el espíritu, el alma y el cuerpo, y allí estaba
contenido todo lo que cada uno necesita para presentar al Señor un espíritu,
un alma y un cuerpo renovados.
Mientras Jesús salía fuera del agua, los discípulos Saturnino y Andrés, que
estaban a la derecha del Bautista, sobre la piedra triangular, sostenían una
tela, que pusieron sobre Él para que se secara, y una túnica blanca y larga.
Al detenerse Jesús sobre la piedra triangular roja, a la derecha de la entrada
de la fuente, pusieron sus manos sobre sus hombros, y Juan sobre su cabeza.
Hasta entonces se ponía a los bautizados sólo un paño pequeño; pero después
del bautismo de Jesús se usó otro más extenso.

XXXVI
La voz del Padre después del bautismo
Cuando estaban por subir las gradas para salir de la fuente se oyó la voz
de Dios sobre Jesús, detenido solo en la piedra en oración. Llegó como
una ráfaga de viento desde el cielo y un trueno; de modo que todos los
presentes se atemorizaron y miraron hacia arriba. Descendió una nube blanca
luminosa, y yo vi una figura alada sobre Jesús, que le llenó como un to-
rrente. He visto el cielo abierto, y vi la aparición del Padre celestial en forma
y rostro común, y oí la voz que resonaba: «Este es mi Hijo amado, en
quien tengo mis complacencias». Era una voz como dentro del trueno. Jesús
estaba completamente rodeado de luz y apenas se le podía mirar: su rostro
era transparente. He visto ángeles en tomo de Él.
A cierta distancia, sobre las aguas del Jordán, vi a Satanás en figura oscura,
como nube negra, donde se agitaba una confusión de sabandijas y de reptiles
de todas clases: era la representación de cómo todo lo malo, todo lo pecaminoso,
todo lo ponzoñoso de la región se concentraba allí, en su origen,
huyendo de la presencia del Espíritu Santo que se había difundido en Jesús.
Era algo espantoso y horrible, que contrastaba mejor con la claridad y la luz
que se difundía en torno de Jesús y del lugar del bautismo. La misma fuente
brillaba hasta el fondo; todo estaba como transfigurado. Se veían las cuatro
piedras, sobre las cuales había estado el Arca de la Alianza, resplandecer
con brillo de regocijo en el fondo de la fuente, y en las doce piedras donde
habían estado los levitas aparecieron ángeles en oración, porque el Espíritu
de Dios había dado testimonio delante de todos los hombres sobre Aquél
que debía ser la piedra viva, la piedra preciosa elegida, la piedra angular de
la Iglesia. De este modo nosotros debemos, como piedras vivas, f0rmar un
edificio espiritual y un espiritual sacerdocio, para poder ofrecer a Dios sacrifi-
cios aceptables, como sobre un altar, por medio de su Hijo divino en quien
sólo encuentra sus complacencias.
Después de esto, Jesús se dirigió a la tienda. Saturnino le trajo sus vestidos,
que Lázaro había tenido en custodia, y Jesús volvió a ponérselos. Ya vestido,
salió Jesús de la tienda, y, rodeado de sus discípulos, se colocó en el lugar
libre de la isla al lado del arbolito central. Entonces Juan habló con viveza
y gran alegría al pueblo, dando testimonio de Jesús, diciendo que era el
Hijo de Dios y el prometido y esperado Mesías. Para confirmar su testimonio
recordó las profecías de los patriarcas y profetas y señaló su cumplimiento,
diciendo lo que él había visto y lo que todos habían oído ahora,
agregando que no bien Jesús volviera, después de una ausencia, él, Juan,
desaparecería del lugar. Dijo también que en ese lugar había estado el Arca,
cuando Israel recibió en herencia la tierra prometida y que ahora se producía
el cumplimiento de la Alianza, de lo cual daba testimonio el mismo Dios
Padre en su Hijo divino. Recomendóles que siguiesen a Jesús, llamando feliz
el día del cumplimiento de la promesa para Israel.
Mientras tanto habían llegado otras personas, entre ellas amigos de Jesús:
Nicodemo, Obed, José de Arimatea, Juan Marcos y otros varios que había
visto entre la turba. Juan dijo a Andrés que hablase en Galilea del bautismo
de Jesús como Mesías. Jesús, por su parte, dio testimonio ele Juan, afirmando
que había hablado verdad; añadió que se alejaría por algún tiempo; pero
que luego viniesen a Él todos los enfermos y afligidos, pues quería consolarlos
y ayudarlos; que se preparasen entretanto con penitencia y buenas obras.
Dijo que se alejaba por algún tiempo para luego entrar en el reino que su
Padre le había encomendado. Jesús expresó esto como en la parábola del
Hijo del Rey, que antes de cumplir la voluntad de su Padre, quería recogerse,
implorar su ayuda y prepararse. Había entre los oyentes algunos fariseos,
los cuales tomaron estas palabras en un sentido burlesco, diciendo: «Quizás
no sea el hijo del carpintero, como pensamos, sino el hijo bastardo de algún
rey, y ahora quiere ir allá, juntar gente y luego venir a tomar Jerusalén». Les
parecía todo esto muy curioso e insensato.
En cuanto a Juan continuó ese día bautizando a los presentes sobre la isla de
la fuente de Jesús: eran, en su mayoría, de los escasos hombres que fueron
más tarde discípulos de Jesús. Entraban en el agua que rodeaba la fuente y
Juan los bautizaba desde el borde. Jesús, con sus nueve discípulos y otros
que se le agregaron, partió de allí. Le siguieron Lázaro, Andrés y Saturnino.
Habían llenado, por orden de Jesús, un recipiente con el agua del bautismo
de Jesús y lo llevaban consigo. Los presentes se echaron a los pies de Jesús,
rogándole se quedara con ellos. Jesús les prometió volver muy pronto, y se
alejó.

XXXVII
Jesús predica en la sinagoga de Luz
Jesús se dirigió con sus acompañantes hacia un pequeño lugar a un par de
horas de Jerusalén: el nombre sonaba como Bethel. Había allí un hospital
con muchos enfermos. Jesús entró y tomó algún alimento con sus discípulos.
Acudieron muchas personas, que lo saludaron ceremoniosamente
como a un profeta, pues ya se sabía lo que Juan decía de Él. Jesús recorrió
luego los lechos de los enfermos, los consoló y les dijo que volvería de nuevo
y los sanaría si creían en Él. Sanó sólo a un enfermo que estaba en la tercera
cámara: hallábase este enfermo muy consumido, tenía en la cabeza llagas
y granos. Jesús lo bendijo y le mandó que se levantara. El hombre se
levantó al punto y se hincó delante del Salvador. Saturnino y Juan bautizaron
aquí a algunas personas. Jesús mandó traer un recipiente de agua grande,
donde podía caber un niño y lo hizo colocar sobre una tarima de la habitación;
bendijo el agua, y con una ramita esparció algo dentro de ella: creo
que fue el agua traída de la fuente de Jesús. Los bautizandos se cubrían hasta
el pecho, se inclinaban hacia la fuente, y Saturnino los bautizaba. Decía
palabras que Jesús le había enseñado; pero ya no las recuerdo claramente.
Jesús celebró aquí el Sábado y después envió a Andrés a Galilea.
Jesús entró en una ciudad que se llama Luz; fue a la sinagoga, donde hizo
una larga explicación declarando cosas ocultas de la santa Escritura, que
eran figuras de las presentes. Recuerdo que dijo, hablando de los hijos de
Israel, que después que hubieron pasado el Mar Rojo anduvieron peregrinando
tanto tiempo en el desierto por causa de sus pecados; más tarde pasaron
el Jordán y entraron en la tierra prometida; que había llegado el tiempo
en que esto era realidad en el bautismo del Jordán. Entonces era sólo una
figura: ahora debían permanecer y cumplir los mandamientos de Dios, para
entrar en la tierra prometida de la celestial Jerusalén y ciudad de Dios. Ellos
pensaban en una Jerusalén libertada del yugo de los romanos. Habló del Arca
de la Alianza y de la severidad de la antigua Ley, pues quien se acercaba
al Arca recibía la muerte. Ahora se ha cumplido el tiempo de la Ley y vino
el tiempo de la Gracia, que trae el Hijo del Hombre. Dijo que ahora era el
tiempo en que el ángel lleva a Tobías a la tierra prometida, el cual había estado
tanto tiempo viviendo fiel a los mandamientos de Dios, como prisionero.
Habló también de la viuda Judit, que cortó la cabeza al ebrio Holofernes
y libró a la oprimida Betulia: ahora habría de crecer y prosperar aquella Virgen,
que existe desde la eternidad, y muchos soberbios Holofernes que
oprimían a Betulia, habrían de caer. Aludía a la Iglesia y a su triunfo sobre
los príncipes soberbios de este mundo. Jesús recordó muchos hechos seme-
jantes que ahora tendrían cumplimiento. Nunca decía: «Yo soy Ése». Hablaba
siempre en tercera persona. Refirióse también a las normas para seguir la
ley, de que modo debían dejarlo todo y no tener preocupación demasiada
por lo temporal, porque era mucho más impo1tante ser regenerado y nacido
de nuevo que andar en busca de la comida; que, por lo demás, si estaban regenerados
por el agua y el Espíritu Santo, el mismo que los había hecho renacer
cuidaría de su alimento y vestido. Dijo que los que quisieran seguirle
debían dejar a sus parientes y abstenerse de mujeres, porque no era tiempo
de sembrar sino de recoger. Habló también del pan del cielo.
Todos lo escuchaban respetuosos y admirados, pero todo lo entendían de
modo material y corporal. Aquí se despidió Lázaro; los otros amigos de Jesús
se habían despedido en el Jordán. Las santas mujeres, que estaban en
Jerusalén, en casa de Susana, se pusieron en marcha a través del desierto.
Jesús con sus discípulos partió de Luz hacia el Sur, atravesando el desierto.
Durante el camino, mientras Jesús y sus discípulos pasaban entre una hilera
de datileros, éstos tuvieron escrúpulo de juntar y comer los frutos que habían
caído en tierra. Jesús les dijo que los comiesen tranquilamente y que no
fuesen tan miedosos y meticulosos; que cuidasen la limpieza del alma en sus
conversaciones y en sus acciones, y no tanto en las cosas que son para comer.
En este viaje vi que Jesús visitó a unos diez enfermos en unas casitas
desparramadas: a algunos los consoló y a otros los sanó. Algunos de ellos le
siguieron después.