Desde el comienzo de la vida pública de Jesús hasta la primera Pascua – Sección 3

XIII
Jesús con el esenio Eliud. Misterios del Antiguo Testamento
y la Encarnación
El valle a través del cual anduvo Jesús durante la noche desde Kisloth
Tabor, se llama Aedrón, y el campo de los pastores con la sinagoga
donde los fariseos de Nazaret se mofaron tanto de Jesús, se llama Kimki.
Las personas a quienes habló Jesús cerca de Nazaret eran esenios, amigos de
la Sagrada Familia.
Vivían en lugares acondicionados junto a ruinosos muros
de la ciudad; habitaban hombres solteros y pocas mujeres, separadas de
ellos. Cultivaban pequeñas huertas; los hombres vestían largas túnicas blancas
y las mujeres llevaban mantos. Habían vivido antes en el valle de Zabulón,
junto al castillo de Herodes; pero por amistad a la Sagrada Familia se
habían trasladado a estos lugares de Nazaret. El esenio junto al cual se hospedó
Jesús, se llamaba Eliud, un anciano de larga barba y de aspecto muy
venerable. Era viudo y lo atendía una hija. Era hijo de un hermano de Zacarías.
Esta gente vivía en retiro: iba a la sinagoga de Nazaret, tenía amistad
con la Sagrada Familia, y se le había encomendado el cuidado de la casita
de Nazaret en ausencia de María. A la mañana siguiente se fueron los cinco
discípulos de Jesús a Nazaret, visitando a sus parientes y a la escuela del
lugar. Jesús permaneció entre tanto con Eliud, el esenio. Con este anciano se
detuvo orando y conversando familiarmente. Muchos secretos divinos le
habían sido revelados a este anciano de extrema sencillez.
En la casa de María estaban, además de ella, cuatro mujeres: su sobrina María
Cleofás, la prima de Ana, la del templo, Juana Chusa, parienta de Simeón,
María madre de Juan Marcos y la viuda Lea. La Verónica ya no estaba
aquí, ni la mujer de Pedro, que había visto en el lugar de los publicanos.
Por la mañana vi a María, con María de Cleofás, junto a Jesús. Jesús dio la
mano a María, su madre. Su comportamiento con ella era lleno de amor,
aunque aparecía serio y callado. María se manifestó muy preocupada por
Jesús, y le dijo que no convenía ir a Nazaret, pues allí había mucha animosidad
en su contra. Los fariseos de Nazaret, que habían estado en Kimki y le
habían oído en la sinagoga, estaban muy enojados contra Él y habían predispuesto
al pueblo. Jesús dijo a María que iba a dejar a sus acompañantes,
hasta que fuera al bautismo de Juan y que Él solo iría a Nazaret. Dijo varias
cosas más, puesto que María volvió en el día dos o tres veces junto a su
Hijo. Le dijo también que Él iría tres veces a la Pascua a Jerusalén y que en
la última sentiría ella gran aflicción. Le reveló otros secretos, que he olvidado
en este momento. María de Cleofás era una mujer de hermoso porte y
atrayente; habló con Jesús durante la mañana de sus cinco hijos, rogándole
los hiciera sus discípulos. Uno de ellos era escribiente, especie de juez de
paz, llamado Simón; dos eran pescadores, Santiago el menor, y Judas Tadeo:
éstos eran hijos de su primer marido Alfeo, el cual le había dado un
hijastro llamado Mateo, de quien se lamentaba mucho por ser un publicano,
recaudador de impuestos. De su segundo marido, Sabas, tenía un hijo llamado
José Barsabas, pescador, y, por último, tenía otro hijo de su tercer marido,
Jonás, pescador: este niño era Simeón. Jesús la consoló diciéndole que
sus hijos vendrían con Él, y acerca de Mateo (que ya había estado con Jesús
en el camino a Sidón) le dijo que también vendría y que sería uno de los mejores.
María entretanto partió de Nazaret hacia su morada de Cafarnaúm con algunas
de sus amigas. Habían llegado de allá algunos criados con asnos para
acompañarlas. Llevaron otros objetos que habían quedado en Nazaret la última
vez: mantas y bultos con utensilios; todo se había acondicionado en
canastos de mimbre y cargado en los asnos. La casita de María en Nazaret
parecía durante esta ausencia una capilla bien adornada y el hogar semejaba
un altar. Sobre él había un cajoncito y encima de éste un florero con siemprevivas.
Durante la ausencia de María habitaban la casa algunos esenios.
Durante el día estuvo Jesús en íntima conversación con el anciano Eliud.
Éste preguntó a Jesús acerca de su misión y Él le declaró muchas cosas. Le
dijo que era el Mesías y habló de toda la línea de su descendencia, aclarándole
el misterio del Arca de la Alianza. Escuché cómo este misterio entró en
el arca de Noé y cómo se perpetuó de generación en generación; cómo de
tiempo en tiempo era sustraído y dado nuevamente. Le explicó que María,
con su nacimiento, era el Arca misteriosa de la Alianza. Eliud consultaba a
menudo sus rollos de la Escritura y señalaba trozos de los profetas, que Jesús
le aclaraba mejor. Preguntó Eliud a Jesús por qué no había aparecido
antes, y Jesús le explicó que Él no había podido nacer sino de una Virgen
que hubiera sido concebida del modo que lo hubiesen sido los hombres, a no
haber habido la culpa original, y que a nadie se había encontrado desde
Adán y Eva tan puros para el caso como los esposos Joaquín y Ana. Jesús
desarrolló esto y le mostró todos los impedimentos y dificultades que motivaron
el retardo de su venida. En esta ocasión entendí muchos misterios que
encerraba el Arca de la Alianza.
Cuando el Arca cayó en manos de los enemigos, los sacerdotes habían ya
retirado el misterio de ella, como solían hacerlo en todo peligro. A pesar de
esto era tan santa el Arca, que los enemigos eran castigados por su profanación,
viéndose forzados a devolverla a los israelitas. He visto que una casta
a la que había encomendado Moisés de manera especial el cuidado del Arca,
subsistió hasta el rey Herodes. Cuando Jeremías, en la cautividad de Babilo-
nia, escondió el Arca, con otras cosas sagradas, en el monte Sinaí, no se la
volvió a encontrar; pero el misterio ya no estaba adentro. Más tarde se hizo
un arca a semejanza de la primera, pero ya no contenía todo lo que antes
había contenido. La vara de Aarón, como parte del misterio, estaba con los
esenios del monte Horeb, y el sacramento de la bendición fue a estar de
nuevo dentro, no recuerdo por ministerio de qué sacerdote.
En el estanque, después llamado de Bethesda, se conservaba el fuego sagrado.
Muchas de estas cosas que Jesús revelaba a Eliud, parte yo las veía en
imágenes y parte las oía de palabras; pero me es imposible reproducir todo
lo que entonces entendí acerca de estos misterios. Jesús habló con Eliud explicando
cómo Él tomó carne para hacerse hombre de aquel germen de bendición
que Dios había dado a Adán y quitado de éste antes de caer en la culpa.
Le dijo que ese germen de bendición debía haber pasado por muchas generaciones,
para que todo Israel fuera participante de él, y que muchas veces
este germen de bendición fue enturbiado y retenido por los pecados de los
hombres. He visto estas cosas en la realidad y he visto cómo los patriarcas al
morir daban realmente a sus primogénitos esta bendición misteriosa, de un
modo sacramental, y entendí que el bocado y el sorbo del cáliz que el ángel
dio a Abraham cuando le prometió al hijo Isaac era figura del Santísimo Sacramento
del Altar del Nuevo Testamento, y que esa fuerza recibida por
Abraham era en atención a la carne y sangre del futuro Mesías. He visto cómo
la línea de descendencia de Jesús recibió este Sacramento para cooperar
en la Encarnación de Cristo y que Jesús instituyó esta misma carne y sangre,
recibida de sus antepasados, en un más alto Sacramento y misterio para la
unión del hombre con Dios.

XIV
Jesús habla con Eliud de Joaquín y de Ana
Jesús habló mucho con Eliud de la santidad de Joaquín y de Ana y de la
concepción sobrenatural de María bajo la Puerta Dorada de Jerusalén.
Le declaró que Él no es nacido de José, sino que, según la carne, lo es de
María Virgen, y que Ésta fue concebida de aquel germen puro que se le quitó
a Adán antes de caer en la culpa, germen que llegó a través de Abraham,
de José en Egipto, y, por medio de éste, al Arca de la Alianza y desde allí a
Joaquín y a Ana. Jesús le declaró que para salvar a los hombres había aparecido
Él en toda la flaqueza propia del hombre, sintiendo y probando todo
como hombre, y que sería elevado como la serpiente de Moisés en el desierto,
sobre el monte Calvario, donde el cuerpo del primer hombre había sido
sepultado. Le declaró lo que debía padecer y cómo serían de ingratos los
hombres para con su Redentor. Eliud preguntaba con ánimo ingenuo y sencillo.
Entendía estas cosas mejor que los apóstoles al principio y lo entendía
todo más espiritualmente. Con todo, no podía comprender de qué modo se
desarrollarían los hechos. Por eso preguntó a Jesús dónde estaría su reino, si
en Jerusalén, en Jericó o en Engaddi. Jesús le contestó que donde Él estaba,
estaba también su reino, y que, por lo demás, no tendría Él un reino exterior.
El anciano Eliud hablaba con Jesús con mucha sencillez y naturalidad y le
contaba muchas cosas de María, como si Jesús no las supiera. Jesús le escuchaba
con mucho amor. El viejo le hablaba también de Joaquín y de Ana, de
su santa vida y de su muerte. Jesús añadió en esta ocasión que ninguna mujer
hasta entonces había sido más pura que Ana, y que después de la muerte
de Joaquín casó dos veces más por voluntad del cielo. Debía cumplir y llenar
el número establecido de frutos de la bendición recibida. Cuando Eliud
se refirió a la muerte de Ana, yo tuve una visión. He visto a Ana sobre un
lecho algo levantado, como he visto después a María, en la parte posterior
de su gran vivienda; la vi muy animada, conversando, como si no estuviese
por morir. La vi bendecir a sus hijitas y a los demás que estaban en la parte
anterior de la casa. María hallábase a la cabecera del lecho y Jesús a los
pies. He visto cómo bendecía a su hija María y pedía la bendición de Jesús,
que ya era un hombre y tenía una barba incipiente. La he visto después
hablando alegremente. La he visto mirar a lo alto: se puso blanca como la
nieve y aparecieron algunas gotas como perlas sobre su frente. Entonces no
pude contenerme y exclamé: «¡Se muere, se muere … !» y en mi angustia pretendí
tomarla en mis brazos. Parecióme que ella se venía a mis brazos, y al
salir de mi éxtasis creía tenerla aún en mis brazos.
Eliud contó aún muchas cosas de la juventud de María en el templo. Vi todo
esto en cuadros y en figuras. Supe que su maestra Noemi era parienta de Lázaro;
esta mujer, de unos cincuenta años, y todas las demás que estaban en
el templo, eran esenias. María aprendió de ella a bordar y a tejer; desde niña
iba siempre con Noemi cuando ésta purificaba los vasos de la sangre del sacrificio
y recibía parte de la carne de los sacrificios, que luego partía y preparaba
para las que servían en el templo y para los sacerdotes; pues éstos
recibían su parte de alimento de los sacrificios. Más tarde he visto a María
ayudar en todos estos menesteres. He visto que Zacarías, cuando estaba de
turno en el templo, visitaba a la niña María, y que Simeón la conocía. De
este modo yo veía el andar y servir de María en el templo a medida que
Eliud se lo contaba a Jesús. Hablaron también de la concepción de Jesús y
Eliud contó la visita de María a Isabel, y dijo que María había hallado un
pozo, el cual pude ver yo también. En efecto, María con Isabel, Zacarias y
José fueron a una pequeña posesión de Zacarías, donde faltaba el agua. María
se alejó sola delante del jardín con una varita, y rezó; al tocar la tierra
con la vara brotó un hilo de agua, que luego engrosó, rodeando una pequeña
colina. Zacarías y José acudieron al lugar, removieron la colinita con la pala,
el agua brotó en mayor caudal y se encontraron con una fuente y pozo de
agua excelente. Zacarías vivía al Mediodía de Jerusalén, a unas cinco horas
de camino hacia el Oriente.
En estas y semejantes conversaciones estuvieron Jesús y Eliud, y éste honraba
a Jesús gozosa y sencillamente, pero sólo como un hombre elegido y
extraordinario. Una hija de Eliud vivía en una gruta del lugar, alejada de
allí. Los esenios que vivían en esta montaña, eran unos veinte: las mujeres
vivían separadas, de cinco a seis, agrupadas entre sí. Todos veneraban a
Eliud como a su jefe y se reunían todos los días con él para la oración. Jesús
comió con él pan, frutas, miel y pescado, todo en pequeña cantidad. Los
esenios se ocupaban en el trabajo de la huerta y el tejido. La montaña que
habitaban era la punta más alta del conjunto donde Nazaret estaba edificada,
aunque estaba todavía separada de la ciudad por un valle. Del otro lado
había una pendiente, llena de verdor y de viñedos. En el fondo de la pendiente,
adonde pretendieron los fariseos precipitar a Jesús, había una cantidad
de desperdicios, huesos y basura. La casa de María estaba delante en la
ciudad, sobre una colinita, de modo que una parte entraba como gruta en la
misma colina. Con todo, se veía la casa sobresalir de la colina, en la cual se
veían otras casitas desparramadas. María y las santas mujeres, en compañía
de Colaya, hijo de Lea, llegaron a su vivienda en el valle de Cafarnaúm. Las
amigas le salieron al encuentro. La casa de María en Cafarnaúm pertenecía a
un hombre llamado Leví, que vivía no lejos de allí en una gran casa. Por
medio de la familia de Pedro fue alquilada y dejada a la Sagrada Familia,
pues Pedro y Andrés ya conocían a la Sagrada Familia por la fama y por
Juan Bautista, cuyos discípulos eran. La casa tenía otras dependencias, donde
discípulos y parientes podían ser alojados; por esto parecía que la habían
elegido.
Hacia la tarde salió Jesús de la habitación de Eliud y, acompañado por él, se
fue a Nazaret. Delante de los muros de la ciudad donde José tuvo su taller,
vivían varias personas pobres y buenas, conocidas de José, con hijos que
habían sido compañeros de infancia de Jesús. Dieron a los viajeros pan y
agua fresca, pues Nazaret tenía agua verdaderamente buena. He visto a Jesús
sentado en medio de esta gente, en el suelo, mientras los exhortaba a ir
al bautismo de Juan. Esta gente se porta con Jesús con cierta reserva, pues lo
conocían como a uno de ellos, y ahora lo veían respetado por el anciano
Eliud, a quien todos honraban pidiéndole consejo y dirección. Ellos sabían
que el Mesías debía venir, pero no podían concebir que pudiera serlo uno
que había vivido en medio de ellos.

XV
Nuevas conversaciones de Eliud con Jesús
Caminaba Jesús con Eliud desde Nazaret hacia el Mediodía por el camino
de Jerusalén que pasa por el valle de Esdrelón. Cuando hubieron
pasado el riacho Kisón, después de dos horas, llegaron a un lugarcito formado
por una sinagoga, una posada y pocas viviendas. Es una avanzada de
la cercana ciudad de Endor, y no lejos de aquí hay un pozo famoso. Jesús
entró en la posada; la gente se mostró fría con Él, aunque no enemiga. Tampoco
Eliud les merecía mucho respeto, pues eran aquí más farisaicos. Jesús
dijo al jefe de la sinagoga que deseaba enseñar, y le replicaron que no era
costumbre pennitirlo a los forasteros. Él declaró que tenía la misión de
hacerlo, y entrando en la escuela, habló del Mesías:, que su reino no era de
este mundo y que no aparecería con brillo exterior; luego habló del bautismo
de Juan. Los sacerdotes del lugar no le eran favorables. Jesús hizo traer
algunos rollos de la Escritura y les aclaró varios pasajes de los profetas.
De manera particular me conmovía ver el modo tan confiado y familiar de
hablar de Jesús con Eliud, y cómo éste creía en la misión de Jesús y su venida
sobrenatural; pero, al parecer, no podía tener una idea de que Jesús era
Dios. Contaba a Jesús, con toda naturalidad, mientras paseaban juntos, muchos
episodios de la infancia del mismo Jesús, lo que Ana, la del templo, le
contó y lo que sabía ella de las cosas contadas por María después de su vuelta
de Egipto, ya que varias veces la había visitado en Jerualén. Jesús, a su
vez, le contó otras cosas que el anciano ignoraba, todo esto con profundas
reflexiones. Esta conversación fue llevada de modo muy natural y conmovedor,
como hablaría un anciano venerable con un joven amigo intimo de
confianza. Mientras Eliud contaba estas cosas yo las veía en cuadros y me
alegraba muy de veras al comprobar que eran las mismas que había visto y
oído en otras ocasiones, excepto lo que a veces había olvidado en parte. Jesús
habló también a Eliud de su viaje al bautismo de Juan. Éste había reunido
a mucha gente, citándola al lugar de Ofra. Pero Jesús le dijo que pensaba
ir allá solo, atravesando Betania, pues deseaba hablar con Lázaro antes. En
esta ocasión mencionó a Lázaro con otro nombre, que ya he olvidado, y
habló del padre de Lázaro y del cargo que había tenido en una guerra. Dijo
que Lázaro y su gente eran ricos y que ofrecerían todo su haber para la obra
de la redención. Lázaro tenía tres hermanas: la mayor, Marta, y la menor,
Magdalena, y otra mediana, que también se llamaba María. Esta última vivía
retirada, escondida en casa, porque era tenida por idiota: llamábanla María
la Silenciosa. Jesús dijo a Eliud que Marta era buena y piadosa y que le
seguiría con su hermano Lázaro. De María la Silenciosa dijo que tenía un
gran espíritu y gran entendimiento para las cosas de Dios; que para su bien
se le había quitado el entendimiento de las cosas del mundo; que ella no es
para el mundo, que tiene vida interior y no comete pecado. «Cuando hable
con ella, entenderá aún los grandes misterios. Ella no vivirá mucho tiempo
más, después que Lázaro y los demás me sigan y dejen todas sus cosas para
la comunidad». Añadió que la menor andaba perdida ahora, pero que volvería
y sería más que la misma Marta.
Eliud habló también del bautismo de Juan, aunque él no estaba aún bautizado.
Pernoctaron en la posada junto a la sinagoga, desde donde muy temprano
al día siguiente partieron marchando a lo largo del monte Hermón
hacia la ciudad de Endor. Desde el albergue se veían restos de muros tan
anchos que hubieran podido pasar carros por encima; la misma ciudad estaba
llena de minas, rodeada de huertas y jardines. A un lado se veían aún palacios
y lindas casas, y el otro aparecía arruinado como por una guerra. Me
parecía que habitaba aquí una casta especial de israelitas, separados de los
demás por sus costumbres. No había sinagoga. Jesús se dirigió con Eliud a
un lugar muy extenso, con tres hileras de edificios y muchas piezas en torno
a un estanque; había allí un espacio lleno de verdor; en el lago, pequeñas
canoas para baños y se veía una bomba de agua. Parecía el conjunto un balneario
para enfermos y las cámaras estaban ocupadas por ellos.
Jesús entró con Eliud en una de esas cámaras, donde les lavaron los pies y
les sirvieron. Enseñó en un espacio abierto, más levantado. Las mujeres que
habitaban otras cámaras se situaron detrás de Él. Esta gente no eran del todo
israelitas, sino una especie de esclavos que debían trabajar y pagar cierto
tributo de los frutos de sus cosechas. Me parece que habían quedado allí
después de una guerra y creo que su jefe, Sisara, fue batido no lejos y muerto
por mano de una mujer. Fueron dispersados como esclavos por todo el
país y aquí habían quedado unos cuatrocientos, teniendo que ocuparse en
trabajar· piedras para el templo, bajo David y Salomón. Solían usarlos en el
templo y en otras consbucciones. El difunto rey Herodes los había empleado
también para construir un acueducto muy largo, que iba hacia el monte
Sión. Estaban muy unidos entre si: eran caritativos, llevaban largas vestiduras
con fajas y gorras en punta que les cubrían las orejas y parecían trajeados
como ermitaños. No solían comunicarse con los demás judíos, y aunque
podían mandar sus hijos a la escuela común, no lo hacían, porque eran tan
vejados, que preferían abstenerse. Jesús les tuvo mucha compasión y les dijo
que le trajesen a los enfermos. Estaban sobre especies de camas, como mi
sillón (pensé en él), porque debajo de los brazos de esos sillones había maderas,
de modo que bajando los brazos quedaban convertidos en lechos.
Cuando Jesús les habló del bautismo y del Mesías, exhortándolos a ir allá,
replicaron, muy confundidos, que ellos no se atrevían a participar, porque
no tenían derechos y eran despreciados por los demás. Entonces les habló en
una parábola del injusto mayordomo. Tuve entonces cabal entendimiento de
la misma, que me preocupó todo el día y luego olvidé la explicación. Espero
recibirla de nuevo. También les contó la parábola del hijo enviado a la viña,
que solía repetir cuando hablaba a los gentiles despreciados por los judíos.
Cuando prepararon una comida en honor de Jesús, bajo el cielo abierto, Jesús
hizo llamar a los enfermos y pobres, y con Eliud les servía los manjares
de la mesa. Al ver esto, se mostraron muy conmovidos. Por la tarde volvió
Jesús con Eliud a la sinagoga, celebraron el Sábado y pernoctaron.
Al día siguiente siguió Jesús con Eliud hacia Endor que distaba solo el camino
de un sábado desde el albergue que habían tomado, y enseñó allí. Los
pobladores eran cananitas, creo que de Siquem, pues oí el nombre de siquemitas.
En una galería subterránea tenían oculto un ídolo, que por un ingenioso
mecanismo salía afuera para ser visto sobre un altar adornado. Podían
hacerlo desaparecer de pronto al solo contacto de un resorte. Este ídolo,
que provenía de Egipto, se llamaba Astarté, que yo ayer había oído como
Ester. La figura del ídolo tenía cara redonda como luna; los brazos delante,
y presentaba la figura de algo largo, envuelto como una muñeca o crisálida
de mariposa, en el medio ancha y en los extremos angosta, como un pez. En
la espalda tenía una prominencia sobre el cual había una especie de cuba
que sobresalía de la cabeza; dentro del recipiente se veía algo verde, como
espigas con hojas verdes y frutas. Los pies, hasta la mitad del cuerpo, estaban
en una tina y en torno había floreros con plantas vivas. A pesar de que
tenían a este ídolo oculto, Jesús los reprendió en su discurso. Antiguamente
habían ofrecido y sacrificado a niños deformes. Pertenecía al ídolo Adonis,
que venía a ser como el marido de esta diosa. El pueblo había sido vendido
en tiempo de su jefe Sisara y dispersado entre los israelitas como esclavos:
por eso eran despreciados y tenidos en menos. Habían promovido, no mucho
antes de Cristo, bajo Herodes, tumultos y por eso fueron más oprimidos.
Por la tarde volvió Jesús de nuevo con Eliud a la sinagoga, para concluir el
sábado. Los judíos habían visto con malos ojos la visita de Jesús a Endor;
pero Él les reprendió severamente su dureza para con esta gente oprimida,
los exhortó a tratarla con consideración y a dejarla ir al bautismo de Juan, ya
que se habían decidido ir después de la exhortación de Jesús. Al finalizar
esta enseñanza se mostraron más benévolos con Jesús.
Volvió Jesús con Eliud a Nazaret y los he visto en camino hacia la ciudad en
amena conversación, como otras veces; a veces se detenían. Eliud contaba
muchas cosas de la huida a Egipto y yo veía todas estas cosas en figuras.
Llegó la conversación al punto de si serían también los egipcios llamados a
la salud, ya que habían sido conmovidos con su presencia cuando huyó. En
esta ocasión vi que el viaje de Jesús, después de la resurrección de Lázaro, a
las tierras paganas de Asia y Egipto, que yo había visto en visión, no había
sido fantasía mía, porque Jesús dijo que en todas partes donde había sido
sembrado habría Él de recoger los sarmientos. Eliud habló también del sacri-
ficio de Melquisedec, de pan y de vino, y preguntó ingenuamente si Jesús
era como Melquisedec, ya que no podía f0rmarse idea cabal de la personalidad
de su compañero. Jesús le contestó: »No; aquél debía preparar mi sacrificio;
Yo, empero, seré el Sacrificio mismo».
En esta conversación oí también que Noemí, la maestra de María en el templo,
era tía de Lázaro, hermana de la madre de Lázaro. El padre de Lázaro
había sido hijo de un príncipe sirio; había servido en la guerra y recibido en
premio vastas posesiones. Su mujer había sido una distinguida judía de la
familia sacerdotal de Aarón de Jerusalén, emparentada con Ana por medio
de Manases. Tenían tres castillos: uno en Betania, otro en Herodión y un
tercero en Mágdala, en el mar de Tiberíades, no lejos de Gabara. Se habló
del escándalo que daba María Magdalena y del dolor que causaba a su familia.
Jesús se hospedo con Eliud en una casa donde se encontraron con los
cinco discípulos, otros esenios y varias personas que pensaban ir al bautismo
de Juan. Se reunieron allí otros publicanos de Nazaret, que querían ir al
bautismo de Juan. Algunos grupos habían partido en esa dirección.

XVI
Jesús en Nazaret
Jesús enseñó nuevamente por la mañana. Acudieron dos fariseos de Nazaret,
los cuales lo invitaron familiarmente a acompañarlos a la escuela
de Nazaret, ya que habían aprendido tantas cosas de Él, rogándole les explicara
acerca de los profetas y sus palabras. Jesús los siguió hasta la casa de
un fariseo, donde estaban reunidos muchos otros. Llevaba consigo a sus cinco
discípulos. Los fariseos se mostraron amigos y Él les habló en tan bellas
parábolas, que ellos manifestaron gran alegría y le llevaron a su sinagoga,
donde había mucha gente. Él les habló de Moisés y les explicó muchas palabras
de los profetas sobre el Mesías. Pero cuando les dio a entender que Él
era ese Mesías, se escandalizaron. Con todo le prepararon comida y pasó la
noche con sus discípulos en un albergue cerca de la sinagoga. Al día siguiente
enseñó a un grupo de publicanos que iban al bautismo de Juan y les
expuso la parábola del grano de trigo que debe ser enterrado. Volvieron a
escandalizarse los fariseos y comenzaron a referirse al hijo del carpintero
José. Le echaron en cara su compañía con publicanos y pecadores, y Él les
respondió severamente. Le hablaron también de los esenios, diciendo que
eran unos hipócritas que no vivían según la ley. Jesús les replicó que seguían
mejor la ley que los fariseos, añadiendo que hipócritas más bien podían
ser llamados los fariseos. Originóse la conversación sobre los esenios, porque
Jesús bendecía a los niños, y era costumbre de los esenios bendecir las
cosas y personas. Cuando Jesús salía o entraba en las sinagogas acudían las
mujeres presentándoles sus criaturas para que las bendijera. Los niños permanecían
quietos y sosegados cuando los bendecía, aunque lloraban antes
desaforadamente. Las madres le pedían que bendijera a sus hijos y observaban
si se mostraba orgulloso al ver cómo se callaban. Traían algunas criaturas,
que sufrían espasmos, y no podían tranquilizarse, y apenas los bendecía
se aquietaban. He visto que salía de algunos de ellos como una niebla oscura.
Jesús les ponía las manos sobre la cabeza y los bendecía, al modo de los
patriarcas, con tres líneas, desde la cabeza y de ambos hombros hasta el corazón,
donde convergían las líneas. A las niñas las bendecía sin poner las
manos sobre ellas: les hacía una señal sobre la boca. Yo pensaba que era
para que no hablasen tanto, pero creo que debía encerrar algún misterio.
Pernoctó con sus discípulos en casa de un fariseo.