Desde el comienzo de la vida pública de Jesús hasta la primera Pascua – Sección 2

VI
Jesús en Betsaida y en Cafarnaúm
Jesús dejó Nazaret para dirigirse a Betsaida, donde quería despertar de su
letargo a algunos con su enseñanza. Las santas mujeres y otros acompañantes
permanecieron todavía en Nazaret. Jesús había estado en casa de su
Madre, donde se reunieron otros amigos, y les declaró que pensaba ausentarse
porque se habían suscitado murmuraciones contra Él: que pensaba ir a
Betsaida, para volver a Nazaret más tarde. Estaban con Jesús un hijo de la
que se llamó después Verónica, de nombre Amandor; otro hijo de una de las
tres viudas emparentadas con Jesús: su nombre me suena como Sirac, y un
pariente de Pedro, que más tarde fue discípulo.
En la sinagoga de Betsaida predicó Jesús con mucha energía en la festividad
del sábado. Les dijo que debían aceptar la confesión, ir al bautismo de Juan
y purificarse por medio de la penitencia; de lo contrario vendría un tiempo
en que clamarían: «¡ay! ¡ay!» Había mucha gente en la sinagoga; pero creo
que ninguno de los futuros discípulos, excepto Felipe. Los demás apóstoles,
que eran de Betsaida, me parece que estarían en otras sinagogas ese sábado.
Vivía Jesús con sus hombres en una casa cerca de los pescadores en Cafarnaúm.
Mientras Jesús predicaba en Betsaida, yo rezaba para que la gente fuera al
bautismo de Juan y se convirtiera. Entonces tuve una visión donde vi a Juan
cómo lavaba y quitaba las manchas más grandes y graves de esa gente, en
carácter de precursor del que había de venir. He visto como se esmeraba con
ardor en su trabajo, de modo que a veces se le caía la piel de un hombro al
otro hombro; esto me parece una figura de lo que pasaba con los bautizados,
a los cuales he visto que les caían como tina y escamas, y de otros salía como
un humo negro; mientras sobre otros más dispuestos llegaban rayos de
luz.
Enseñó también en la escuela de Cafarnaúm. De todas partes acudían oyentes:
he visto a Pedro, a Andrés y a muchos otros que ya habían sido bautizados
por Juan. Cuando abandonó a Cafarnaúm, lo vi enseñando en un lugar
como a dos horas de camino hacia el Sur, rodeado por la muchedumbre.
Con Él estaban tres discípulos. Otros apóstoles que le habían seguido y oído
en Cafarnaúm se volvieron a sus ocupaciones, no habiendo Jesús hablado
aún con ellos en pa1ticular. El tema de la predicación de Jesús fue, también
aquí, el bautismo de Juan y la proximidad de la promesa cumplida. Después
lo he visto al sur de la Baja Galilea, enseñando, y en dirección de Samaria.
Celebró el sábado en un pueblito entre Nazaret y Séforis. Allí estaban las
santas mujeres de Nazaret, la mujer de Pedro y otras mujeres de los que fue-
ron apóstoles más tarde. El lugar estaba formado de pocas casas y una escuela,
en un espacio separado de la casa de Ana por un campo. De los futuros
apóstoles habían acudido a escuchar su predicación Pedro, Andrés, Santiago
el Menor, Felipe, todos discípulos de Juan. Felipe era de Betsaida, tenía
aspecto distinguido y se ocupaba de escrituras. Jesús no se detuvo aquí
ni tomó alimento: sólo enseñó. Posiblemente los apóstoles habían celebrado
el sábado en alguna sinagoga cercana. Era costumbre de los judíos visitar
diferentes sinagogas. Estos discípulos se fueron después de haber oído a Jesús,
quien aún no había hablado con ellos en particular.

VII
Los endemoniados de Shoris
Salió Jesús con tres discípulos, a través de una montaña, hacia Séforis, a
cuatro horas de camino de Nazaret. Entró en casa de una tía, la hermana
menor de Ana, llamada Maraha. Ésta tenía una hija y dos hijos con vestiduras
blancas y largas: se llamaban Arastaria y Cocharia, y fueron más tarde
discípulos. La Madre de Dios, María, María Cleofás y otras mujeres se dirigieron
al mismo punto. Allí he visto que lavaron los pies a Jesús y se hizo
una comida. Durmió en casa de Maraha, que era de los antepasados de Santa
Ana. Séforis es una ciudad bastante grande y tiene tres comunidades: la de
los fariseos, la de los saduceos y la de los esenios, y tres escuelas. Ha sufrido
mucho a causa de guerras, y hoy no queda casi nada de ella.
Jesús permaneció varios días enseñando y exhortando al bautismo de Juan.
El mismo día enseñó en dos sinagogas, una superior a la otra. En la primera
los fariseos murmuraban contra Él; estaban presentes las santas mujeres. En
la otra, de los esenios, no había lugar para las mujeres, y allí fue bien recibido.
Cuando se dispuso a enseñar en la sinagoga de los saduceos sucedió algo
maravilloso. Había en Séforis un lugar donde se habían juntado a muchos
endemoniados, retardados, locos y desequilibrados. Se los reunía en un recinto,
cerca de la escuela, donde eran enseñados; y cuando había explicación
para los demás en la sinagoga, eran introducidos para que la oyesen. Estaban
detrás de los demás y escuchaban la predicación. Había entre ellos
guardianes que los obligaban con azotes a permanecer quietos cuando se
desbandaban. Vi a estos desgraciados, antes que Jesús entrase en la sinagoga,
inquietarse e irritarse entre sí, desganándose, y atacados de convulsiones,
mientras enseñaban los saduceos y los guardianes los sujetaban a fuerza
de azotes. Al entrar Jesús, enmudecieron todos; pero al rato comenzó uno y
otro a clamar: «Este es Jesús de Nazaret, nacido en Belén, visitado por los
Reyes Magos de Oriente, y en Maraha está su Madre. Empieza a predicar
una nueva doctrina, y no deben escucharla». De este modo clamaban, mientras
narraban todos los acontecimientos de la vida de Jesús, ya uno, ya otro
de los endemoniados, a pesar de los golpes de los guardianes. Entonces dijo
Jesús que se los acercasen delante, y envió a dos discípulos a la ciudad para
que trajesen a los otros endemoniados. Al poco tiempo se hallaban allí reunidos
unos cincuenta de ellos acompañados de muchos curiosos. Los endemoniados
seguían clamando más que antes, hasta que Jesús intervino y
dijo: «El espíritu que habla por ellos viene de lo profundo y debe volver a lo
profundo de donde ha venido». Al punto se encontraron todos sanos y bue-
nos, cayendo algunos al suelo por la salida de los espíritus. Se levantó un
gran alboroto en la ciudad por este prodigio y Jesús y los suyos se vieron en
gran peligro. Aumentó de tal manera el alboroto que Jesús se escurrió a una
casa y por la noche salió de la ciudad, con los tres discípulos y Arastaria y
Cocharia, hijos de la hermana de Ana. También salieron las santas mujeres.
María se afligió y sufrió mucho aquí, porque vio por primera vez que perseguían
a Jesús para hacerle daño. Fuera de la ciudad se juntaron bajo unos
árboles y se dirigieron a Betulia.

VIII
Jesús en Betulia
La mayoría de los que sanó Jesús aquí fueron al bautismo de Juan y siguieron
más tarde a Jesús como discípulos. Betulia es aquella ciudad
en cuya defensa Judit mató a Holofernes. Está situada al Mediodía, al Oriente
de Séforis, sobre una altura, desde donde se abarca una gran extensión.
No hay mucha distancia desde aquí al castillo de Mágdala, donde moraba
Maria Magdalena en todo su esplendor. En Betulia hay un castillo y hay
abundantes pozos de agua. Jesús y sus acompañantes tomaron albergue a la
entrada de la ciudad, y las santas mujeres volvieron a reunirse aquí. He oído
que Maria le decía a Jesús que no enseñara allí, pues estaba muy temerosa
de que se levantara un tumulto. Jesús le respondió que ya lo sabía y que debía
cumplir su misión. María preguntó: «¿No debemos ir ahora al bautismo
de Juan?» Jesús contestó con cierta seriedad: «¿Por qué hemos de ir ahora al
bautismo de Juan? ¿Es acaso necesario? … Aún tengo que caminar y juntar
discípulos. Ya diré cuando sea necesario ir al bautismo de Juan». María calló,
como en las bodas de Cana.
Por mi parte sólo después de Pentecostés vi a las mujeres ser bautizadas en
el estanque de Bethesda. Estas santas mujeres entraron en la ciudad de Betulia,
y Jesús enseñó en la sinagoga el sábado. Se había reunido mucha gente
de los alrededores para oír su explicación. También aquí he visto a muchos
poseídos de demonios y otros fatuos en los caminos, delante de la ciudad, y
en algunas calles por donde pasaba Jesús. Se callaban en su presencia, estaban
sosegados y Jesús los libraba de su mal. La gente exclamaba: «Este
hombre debe tener una fuerza prodigiosa, como los antiguos profetas, porque
estos furiosos se aquietan en su presencia». Estos se sentían aliviados,
aunque directamente no los hubiese tocado ni hablado, y se acercaron al albergue
para darle las gracias. Jesús enseñó, exhortó con severas palabras y
les dijo que fueran al bautismo de Juan. La gente de Betulia mostraba aprecio
a Jesús y no permitió que siguiera viviendo fuera de la ciudad: se disputaban
el honor de albergarlo en sus casas y los que no lo consiguieron quisieron
por lo menos hospedar a alguno de los cinco discípulos que lo acompañaban.
Estos no quisieron abandonar a Jesús; entonces el Salvador dijo a
los invitantes que Él iria a las diversas casas que le ofrecían. Este amor y
entusiasmo por Jesús no estaba con todo exento de interés y Jesús no dejó
de hacérselo notar durante las enseñanzas de la sinagoga. Tenían la intención,
no confesada, de recuperar, con las atenciones al nuevo profeta, la fama
que habían perdido por su comercio y su mezcla con paganos y gentiles.
No había, pues, en ellos verdadero amor a la verdad.
Cuando Jesús se retiró de Betulia, lo vi predicando en un valle cercano bajo
los árboles. Le habían seguido los cinco discípulos y unas veinte personas
en total. Las santas mujeres habían partido rumbo de Nazaret. Jesús abandonó
a Betulia porque le urgían demasiado allí. Habían reunido a muchos posesos
y enfermos de los alrededores, y Él no quería aún ejercer su poder de
sanar tan públicamente. Cuando se alejó, quedaba el mar de Galilea a sus
espaldas. El lugar desde donde hablaba era un sitio destinado desde mucho
atrás para la enseñanza ejercida por los profetas a los esenios. Estaba cubierto
de menudo pasto verde y tenía gradas para sentarse y oír más descansadamente.
Alrededor de Jesús había entonces unas treinta personas. Por la
tarde lo he visto con sus acompañantes en las cercanías de Nazaret, como a
una hora de una pequeña población con una sinagoga, donde había estado
antes de partir para Séforis. Lo recibieron amigablemente y lo llevaron a una
casa con patio contiguo. Le lavaron allí los pies a Él y a sus acompañantes,
les quitaron sus mantos y los limpiaron del polvo, golpeándolos y cepillándolos,
mientras les preparaban comida. Jesús enseñó en la sinagoga, mientras
las santas mujeres llegaban a Nazaret.

IX
Jesús en Kedes y Jezrael
Pasados algunos días Jesús se encaminó, dos millas más lejos, a la ciudad
de levitas Kedes o Kision. Le seguían unos siete poseídos del demonio,
los cuales, en voz más alta aún que los de Séforis, iban proclamando
su misión y su historia. De la ciudad salieron a su encuentro sacerdotes, ancianos
y jóvenes con vestimentas blancas y largas. Algunos de los discípulos
le habían precedido anunciando su llegada. Jesús no sanó ni libró a los
posesos aquí y los sacerdotes los encerraron en un local para que no molestaran.
Sanó y libró a estos infelices recién después de su bautismo. Lo recibieron
muy bien y le sirvieron; pero cuando quiso enseñar le preguntaron
qué misión llevaba y con qué autoridad, dado que era sólo conocido por hijo
de María y de José. Él respondió diciendo, en términos generales, Quién le
enviaba, Quién era Él a quien enviaba, y que en el bautismo sabrían mejor
Quién le enviaba. Enseñó largo tiempo, acerca del bautismo de Juan, sobre
una colina en medio de la población, donde había, como en Thebez, un lugar
dispuesto cubierto con una techumbre de juncos y ramas. De aquí pasó
Jesús al lugar llamado de los pastores, donde más tarde, después de la segunda
Pascua, sanó a un leproso y enseñó en diversos lugares de los contornos.
El día de sábado llegó con sus acompañantes a Jezrael, poblado con
casitas desparramadas entre jardines, ruinosos edificios y torres derruidas.
Cruza por medio un camino principal, llamado el Camino del Rey. Algunos
acompañantes le habían precedido, y Jesús iba sólo con tres de sus discípulos.
En este lugar vivían algunos judíos, estrictos observantes de la Ley: no eran
esenios sino nasireos. Hacían votos por determinado tiempo y vivían en
cierta continencia. Poseían una escuela con varias habitaciones. Los niños
vivían en comunidad en uno de estos edificios y las niñas en otro. Los casados
solían hacer votos de continencia por algún tiempo, durante el cual los
hombres residían en las casas de los niños y las mujeres en las de las niñas.
Todos vestían de blanco o de gris. El jefe vestía túnica larga de color gris, el
ruedo con dibujos de frutas blancas y borlas, y llevaba un ancho cinturón
gris con letras blancas. En un brazo tenía una cinta de una materia tejida
bastante gruesa, gris y blanca, semejante a una servilleta doblada. Pendía de
ella una punta terminada en flecos. Usaba también un manto corto alrededor
del cuello, como el del jefe de los esenios, Arcos, de color gris, y en vez de
estar abierto por delante lo estaba por detrás. En el pecho tenía un escudo
brillante cerrado por la espalda con cuerdecitas. Sobre los hombros llevaba
unos retazos de tela. Todos usaban turbante de un color oscuro brillante: en
la frente tenía letras y en la coronilla de la cabeza se juntaban tres bandas
formando un botón semejante a la manzana. Los bordes del turbante eran
blancos y grises. Los hombres llevaban barba larga y cabellera sin cortar.
Me recordaban a los apóstoles, entre los cuales creía hallar semejanza; pero
especialmente me recordaban a Pablo, que tenía los cabellos y los vestidos
como éstos cuando perseguía a los cristianos. Más tarde he visto a Pablo entre
ellos, porque era nasireo. Se dejaban crecer los cabellos hasta cumplir
con el voto; luego se los cortaban y los ofrecían quemándolos en el fuego.
Ofrecían también palomas. Uno podía entrar haciendo parte del voto de
otro. Jesús celebró el sábado en medio de ellos. Jezrael está separada de Nazaret
por medio de una montaña. En las cercanías hay un pozo, donde estuvo
un tiempo Saúl con su ejército.
Jesús enseñó el sábado sobre el bautismo de Juan. Les dijo, entre otras cosas,
que la piedad era cosa muy buena; pero que la exageración ofrecía algún
peligro; que los caminos de la salvación eran diversos; que el apartamiento
de los demás puede degenerar en sectas; que fácilmente se mira con
orgullo y propia complacencia a los demás hermanos y a los pobres no, los
cuales, sin embargo, deberían ser ayudados y llevados por los más fuertes.
Esta enseñanza era aquí muy oportuna porque en los contornos vivían gentes
mezcladas con los gentiles, sin guía ni consejeros, porque los nasireos se
apartaban de ellos. Jesús visitó a estos pobres de los alrededores y los exhortó
a ir al bautismo de Juan. Estuvo al día siguiente en una comida de nasireos.
Hablaron de la circuncisión relacionándola con el bautismo. Aquí oí
por primera vez a Jesús tratar de la circuncisión. Me es imposible reproducir
sus palabras. Dijo, más o menos, que el precepto de la circuncisión tenía un
fundamento que había de cesar muy en breve; es decir, cuando el pueblo no
estuviese ya unido tan carnalmente a la descendencia de Abraham, sino que
renaciese por el bautismo del Espíritu Santo a una vida espiritual. De entre
estos nasireos se han hecho muchos cristianos; pero en general se atenían
tanto al judaísmo que muchos pretendían mezclar el cristianismo con el judaísmo,
y así cayeron en la herejía y el error.

X
Jesús entre los publicanos
Cuando Jesús se despidió de Jezrael, se encaminó hacia el Oriente, bordeó
la montaña que está entre Jezrael y Nazaret, y a dos horas de Jezrael
permaneció en un pequeño grupo de casas a ambos lados del camino
real. Vivían aquí muchos publicanos y otros judíos pobres algo más apartados
del camino. El camino que pasaba entre las viviendas estaba guardado
con rejas y cetrado a la entrada y a la salida. Había ricos publicanos que tenían
bajo sus órdenes otras estaciones de pago, que a su vez subalquilaban
estos puestos a otros. Uno de estos publicanos subordinados era Mateo, que
tenía su puesto en otro lugar. Aquí había vivido aquella María, hija de una
hermana de Isabel, que después de enviudar pasó a Nazaret, luego a Cafarnaúm
y más tarde estuvo presente a la muerte de María Santísima. Por aquí
pasaba el camino real que se dirigía de Siria, Arabia, Sidón hacia Egipto.
Conducían por este camino, sobre camellos y asnos, grandes fardos de seda
blanca, en haces, como lino, telas blancas y de color, alfombras gruesas entretejidas
y muchas especias y yerbas. Cuando los camellos llegaban con sus
cargas, eran detenidos, encerrados, y obligados a mostrar sus mercaderías.
Los pasajeros debían pagar allí derechos en mercadería o dinero. Las monedas
eran piezas triangulares o cuadradas amarillas, blancas o rojizas con una
figura grabada a un lado en bajorrelieve y al otro en altorrelieve. Vi otras
clases de monedas con torres, o una virgen, o un niño dentro de una canoa.
Aquellas monedas delgadas que traían los Reyes Magos y ofrecieron en el
pesebre volví a verlas entre algunos extranjeros que acudían al bautismo de
Juan. Estos publicanos estaban entendidos entre sí y cuando uno de ellos
lograba trampear en dinero o especias a los viajantes, se repartían las ganancias.
Eran ricos y vivían cómodamente. Las casas estaban adornadas y provistas
de patios, jardines y muros en torno: me recordaban las granjas de
nuestros grandes campesinos. Sus moradores vivían apartados de los demás.
Tenían una escuela y un maestro. Jesús fue recibido bien por ellos. Llegaron
algunas mujeres, entre ellas la de Pedro, creo. Una habló con Jesús y luego
se retiraron de allí. Quizás venían de Nazaret y traían algún mensaje de María
para Jesús. Jesús estaba ya con uno, ya con otro de los publicanos y enseñaba
en la escuela. Les mostró que alguna veces extorsionaran a los viajeros
sacándoles más de lo debido en justicia. Ellos se mostraron avergonzados,
sin explicarse cómo podía saberlo Él. A pesar de todo recibieron sus
enseñanzas mejor que otros y se mostraron muy humillados en su presencia.
Los exhortó a ir al bautismo de Juan.

XI
Jesús en Kisloth Tabor
Jesús abandonó el lugar de los publicanos después de haber enseñado
toda la noche. Muchos de ellos querían hacerle regalos, pero Él no aceptó
sus dones, Algunos lo siguieron con el propósito de ir al bautismo de
Juan. Jesús llegó a Dotaim, junto a la casa donde estaban aquellos furiosos
que había habitado en su primera pasada desde Nazaret. Al pasar cerca empezaron
a gritar el nombre de Jesús, e intentaron salir. Jesús indicó al guardián
que los dejase libres, que Él se hacía responsable de las consecuencias.
Fueron puestos en libertad, se sosegaron, viéronse librados de su mal y le
seguían.
Hacia la tarde llegó Jesús a Kisloth, población junto al monte Tabor. Vivían
allí muchos fariseos los cuales se escandalizaron al ver a Jesús en compañía
de publicanos, de poseídos de demonios y de toda clase de gente baja. Jesús
entró en la escuela de la ciudad y enseñó sobre el bautismo de Juan. A sus
acompañantes les declaró que pensasen bien antes de seguirle, si podían
hacerlo, pues su camino y modo de vida no era por cierto cómodo ni agradable.
Les contó algunos ejemplos de constructores: si uno quisiera edificarse
casa debía pensar si el dueño del campo lo permitía; que antes se amigase
e hiciese penitencia; y si uno quería edifícarse una torre, debía primero calcular
su gasto. Dijo otras cosas que agradaron poco a los fariseos. No le escuchaban,
sino que más bien le acechaban; luego los he visto tratar entre
ellos que le darían una comida para espiar sus palabras y expresiones. En
efecto, le prepararon una gran cena en un local abierto. Había allí tres mesas
juntas, y a derecha e izquierda lámparas encendidas. En la mesa del medio
estaba Jesús con algunos de los suyos y los fariseos; el centro de la sala tenía
la techumbre abierta; en las mesas de los lados estaban otros acompañantes
de Jesús. Debía haber en esta ciudad la antigua costumbre de que
cuando alguien preparaba un banquete para un extranjero, eran invitados
también los pobres, de los cuales había muchos en la ciudad olvidados;
puesto que cuando Jesús se puso a la mesa preguntó enseguida a los fariseos
dónde estaban los pobres que tenían derecho de participar. Los fariseos
se mostraron confusos y dijeron que esto ya hacía mucho tiempo que no se
observaba. Entonces mandó Jesús a sus discípulos Atastaria, Cocharia, hijos
de Maraha, y a Kolaya, hijo de la viuda Ceba, que fuesen a buscar a los pobres
de la ciudad. Esto causó gran escándalo entre los fariseos y admiración
en la ciudad. Muchos de estos pobres estaban ya durmiendo. He visto a los
mensajeros despertar a estos pobres en sus covachas, y he visto muchos
cuadros de alegría entre ellos, que acudieron al llamado. Jesús y los discípu-
los los recibían y les servían, mientras les impartía hermosas enseñanzas.
Los fariseos estaban muy contrariados, pero nada podían hacer por el momento,
pues Jesús tenia la razón y el pueblo se alegraba de ello. Había un
gran movimiento en toda la ciudad por esta novedad. Cuando estos pobres
hubieron comido, se llevaron todavía algo consigo para los que habían quedado
en sus casas. Jesús había bendecido esos alimentos y después de haber
rezado con ellos, los exhortó a ir al bautismo de Juan.

XII
Jesús en el lugar· de los pastores llamado Kimki
Jesús transitaba por la noche entre dos valles: lo veía hablar de vez en
cuando con sus acompañantes; otras veces rezagarse, ponerse de rodillas
y rezar, y alcanzar a sus discípulos. La tarde del día siguiente he visto a
Jesús llegar a un lugar de pastores con casas desparramadas. Había allí una
escuela, aunque no tenían sacerdotes. Estos solían acudir de otro lugar muy
distante. La escuela estaba cerrada. Jesús reunió a los pastores en la sala de
una posada y les enseñó. Como estaba cercana la fiesta del sábado, concu-
rrieron por la tarde sacerdotes y fariseos, algunos procedentes de Nazaret.
Jesús habló sobre el bautismo de Juan y la proximidad del Mesías. Los fariseos
se mostraban contrarios a Jesús: referíanse a su humilde origen y trataban
de desprestigiarlo. Jesús pasó allí la noche.
El sábado habló en parábolas: pidió una semilla de mostaza, y habiéndola
obtenido, dijo que si tenían fe siquiera como un grano de mostaza podrían
conseguir echar un peral en el mar. Había allí, en efecto, un gran peral cargado
de frutas. Los fariseos se mofaban de estas enseñanzas, que juzgaban
pueriles. Jesús explicó mejor sus palabras; pero he olvidado la explicación.
También les habló del mayordomo infiel. El pueblo, en cambio, tanto aquí
como en los contornos se maravillaba de Jesús, y decía como habían oído de
sus antepasados, que hablaban de los profetas y sus doctrinas, pareciéndoles
que Éste era como aquellos profetas en su modo de ser y en sus enseñanzas;
pero más bondadoso que los antiguos. Este lugar de pastores se llama Kimki.
Desde aquí se veían las montañas de Nazaret: estaba como a dos horas de
camino. Las casas están desparramadas; sólo en torno de la sinagoga hay un
conjunto de viviendas. Jesús se albergó entre gente pobre. La dueña de casa
estaba enferma, hidrópica. Jesús se compadeció, de ella sanándola con sólo
ponerle la mano sobre la cabeza y el estómago. Se encontró de pronto buena
completamente y se puso a servir la mesa. Jesús le prohibió hablar de este
prodigio hasta su vuelta del bautismo. Ella preguntó por qué no lo habría de
contarlo por todas partes. Jesús le contestó: «Si hablas de ello, quedarás muda».
En efecto, enmudeció hasta la vuelta de Jesús de su bautismo.
Faltarían, creo, unos 14 días para su bautismo, porque estando en Betulia o
Jezrael habló de un término de tres semanas.
Jesús enseñó aquí hasta el tercer día; los fariseos se le mostraban contrarios.
Jesús habló de la proximidad de la venida del Mesías y les dijo: «Vosotros
esperáis al Mesías en esplendor mundano; pero Él ya ha venido y apareció
como pobre; Él traerá la verdad; recogerá más desprecios que alabanzas,
pues Él ama la justicia. No os dejéis apartar de Él, para que no os perdáis
como aquellos hijos de Noé que se burlaban de él mientras fabricaba el arca
que debía salvarlos del diluvio universal. Luego habló sólo para sus discípulos:
«No os apartéis de Mi como se apartó Lot de Abraham, el cual buscando
los mejores pastos se alejó hacia Sodoma y Gomorra; no miréis al
esplendor del mundo, que será destruido por el fuego del cielo, para que no
seáis conve1tidos en estatuas de sal. Permaneced conmigo en las adversidades,
que Yo os ayudaré en todas las necesidades». Estas y otras cosas les
dijo. Los fariseos se mostraban cada vez más contrariados, y decían: «¿Qué
les puede prometer Este a ellos, si no tiene nada Él mismo? … ¿No eres acaso
Tú de Nazaret, hijo de María y de José? … » Jesús les dijo veladamente de
Quién era Hijo Él, y cómo se sabría en su bautismo. Decíanle los fariseos:
«¿Cómo puedes Tú hablar del Mesías aquí y en todas partes donde enseñaste,
según nosotros lo hemos averiguado? ¿Crees, acaso, que nosotros hemos
de creer que te despachas por el Mesías? … » Jesús se contentó con decir: «A
esta pregunta no queda por ahora respuesta alguna, sino ésta: Sí, vosotros lo
pensáis». Se promovió entonces un tumulto en la sinagoga; los fariseos apagaron
las lámparas, y Jesús y los discípulos abandonaron el lugar y se dirigieron
de noche por el camino real. Más tarde los he visto descansando bajo
un árbol.
Al día siguiente por la mañana vi que mucha gente esperaba a Jesús en los
caminos. No había estado con Él en el sitio anterior; en parte le habían precedido.
He visto a Jesús apartarse con ellos del camino y hacia las tres de la
tarde llegar a una pradera donde había algunas chozas de paja habitadas por
pastores en ciertos tiempos del año. No he visto mujeres. Los pastores le
salieron al encuentro. Seguramente sabían su próxima llegada por los que
habían llegada antes. Mientras unos le salieron al encuentro, otros mataron y
prepararon aves, hicieron fuego y dispusieron una comida en su honor. Esto
sucedía en un vestíbulo abierto o de la posada; adentro estaba el hogar separado
del resto de la casa por una pared. Alrededor había asientos con respaldares
cubiertos de verde. Llevaron a Jesús adentro, como también a sus acompañantes,
que eran unos veinte y otros tantos pastores. Todos se lavaron los
pies. Jesús tuvo una fuente aparte. Había pedido algo más de agua y les dijo
que no la derramasen. Cuando se dispusieron para la comida vio Jesús que
estaban algo cohibidos y les preguntó qué era lo que les preocupaba, y si no
faltaban algunos. Le dijeron que estaban afligidos porque tenían a dos compañeros
enfermos de lepra; dijeron que temían que por tratarse de enfermedad
impura Jesús no quisiera acercarse y por esto ambos se habían escondido.
Mandó entonces Jesús a sus discípulos que trajesen a los dos enfermos.
Vinieron éstos dos envueltos de pies a cabeza en telas de modo que apenas
podían andar, acompañado cada uno por dos compañeros. Jesús los amones-
tó y les dijo que su lepra no venía de dentro, sino de contagio exterior. Yo
tuve entonces el conocimiento de que su lepra provenía no de su maldad y
perversidad, sino sólo por seducción. Mandó que se lavasen en el agua que
le habían servido a Él, y al hacerlo así he visto que caían como escamas de
sus cuerpos enfermos y sólo les quedaban algunas manchas rojas. Esa agua
se derramó en un hoyo y se cubrió con tierra. Jesús mandó a esa gente que
no dijese nada de lo acontecido hasta que Él volviese de su bautismo. Luego
les habló de Juan y de la proximidad del Mesías. Preguntaron entonces, con
toda sencillez, a quien debían seguir: a Juan o a Él, quién era el más grande.
Él les explicó entonces que el más grande era aquél que más humildemente
sirviese: aquél que más se humillase en amar, ése era el más grande. Los
exhortó también a ir al bautismo de Juan. Les habló de las dificultades de su
seguimiento y licenció a todos sus acompañantes, menos a los cinco discípulos.
A los demás los citó en un lugar en el desierto, no lejos de Jericó, me
parece en las cercanías de Ofra. Joaquín tuvo en estos lugares un campo de
pastoreo. Una parte de esta gente lo abandonó definitivamente; otra parte
fue al bautismo de Juan; y el resto se fue antes a su casa para prepararse a ir
después al bautismo de Juan, Jesús y los cinco se dirigieron a Nazaret ya
muy tarde, a sólo una hora de camino. No entraron en la ciudad: se acercaron
por la puerta que daba al Este, donde pasaba el camino que lleva al mar
de Galilea. Nazaret tenía cinco puertas; aquí estaba una de ellas, pequeña, a
un cuarto de hora de la ciudad, en una altura empinada desde la cual pretendieron
una vez precipitar a Jesús mismo. Al pie veíanse algunas chozas. Jesús
les dijo que buscasen refugio en alguna de esas casitas, mientras Él pasaba
la noche en otra. Todos recibieron agua para lavarse los pies, un trozo
de pan para comer y lugar para descansar. Ana tenía una posesión en las
cercanías de Nazaret, mirando al oriente. He visto que los pastores pusieron
pan sobre las cenizas, para cocerlo al rescoldo. Tenían un pozo de agua, pero
no amurallado.