Desde el comienzo de la vida pública de Jesús hasta la primera Pascua – Sección 1

I
Comienzo de la vida pública de Jesús
Jesús partió de Cafarnaúm, a través de Nazaret, hacia Hebrón. Pasó por
la hermosa comarca de Genesaret, cerca a los baños calientes de Emaús.
Estos se hallan entre Mágdala, en dirección de Tiberiades, quizás a una hora
de camino, y este último punto en la ladera de una montaña. En los campos
veíase mucha hierba alta y en las laderas de las montañas villorrios y casas
entre hileras de higueras, datileros y naranjales. Junto al camino se celebraba
una fiesta popular. Grupos de hombres y mujeres, separados unos de
otros, disputaban diversos juegos con premios consistentes en frutos de diversas
clases. Aquí vio Jesús a Natanael de Chased entre el grupo de hombres
que estaba bajo una higuera. Natanael estaba luchando con una fuerte
tentación de sensualidad mientras miraba hacia el grupo de mujeres. Jesús,
al pasar, le dirigió una mirada de advertencia. Natanael sintió al punto una
fuerte impresión y, sin conocer a Jesús, pensó entre sí: «Este Hombre tiene
una mirada avasalladora». Tuvo la impresión como si ese Hombre era superior
al común de los mortales. Se sintió conmovido, se reconcentró en si
mismo, venció la tentación y fue desde entonces más severo consigo mismo.
Me parece que vi a Neftalí, llamado Bartolomé, quién también quedó prendado
de la mirada que Jesús les dirigió. Jesús iba caminando con dos compañeros
de infancia por la Judea en dirección a Hebrón. Estos compañeros y
discípulos no le fueron fieles; se separaron muy pronto de Él, y sólo después
de la Resurrección y de la aparición a los discípulos en el monte Thebez de
Galilea, se convirtieron de verdad y se unieron a la comunidad cristiana. Al
llegar a Betania, Jesús se dirigió a casa de Lázaro. Lázaro parecía de más
edad que Jesús; tendría por lo menos ocho años más. Poseía una gran casa
con mucha gente, hacienda, huertas y jardines. Marta tenia casa aparte, y
otra hermana, que vivía sola como reconcentrada en si misma, tenía también
vivienda apartada del resto de la casa. Magdalena residía por ese tiempo en
su castillo de Mágdala. Supe que Lázaro hacía mucho que era amigo de la
Sagrada Familia. En otras ocasiones había ayudado a José y a María con
muchas limosnas y desde el principio hasta el fin había ayudado a la comunidad
cristiana. Todo el dinero que llevaba Judas provenía de sus larguezas,
así como los gastos que necesitaban hacer los discípulos de Jesús eran sufragados
con las limosnas de Lázaro. Desde Betania Jesús se dirigió al templo
de Jerusalén.

II
La familia de Lázaro
El padre de Lázaro se llamó Zarah o Zerah y era de noble estirpe originaria
de Egipto. Había vivido también en Siria, en los confines con
Arabia, y tenia parentesco y amistad con un rey de Siria. Por sus merecimientos
en una guerra fue premiado por el Emperador Romano con tierras y
posesiones cerca de Jerusalén y en Galilea. Era como un príncipe entre sus
compatriotas y muy rico, y por su casamiento con una mujer judía, de la clase
de los fariseos, había aumentado sus bienes materiales. Su mujer se llamaba
Jezabel. Lázaro se hizo judío y era observante de la ley, piadoso al
modo de los fariseos de su tiempo. Tenía un derecho sobre parte de la ciudad,
cerca del monte Sión, donde el torrente corre a través del barranco, junto
a la colina del templo. Pero la mayor parte de sus derechos los había cedido
al templo. Con todo había quedado en la familia un antiguo derecho
sobre la parte donde vi más tarde que los apóstoles subían al Cenáculo, a
pesar de no pertenecer ya a sus posesiones. El solar de Betania era muy
grande, con muchos jardines, pozos y terrazas, y estaba circundado por un
doble foso. La familia de Lázaro estaba enterada de las profecías de Simeón
y de Ana. Esperaban al Mesías y en la infancia de Jesús tuvieron amistad
con la Sagrada Familia, de la manera que aún hoy se ven familias nobles
amigas de otras humildes. Los padres de Lázaro tuvieron quince hijos, de
los cuales seis murieron tempranamente, nueve llegaron a la edad adulta y
sólo cuatro vivían en tiempos de la predicación de Cristo.
Estos cuatro fueron : Marta, de dos años menor; una María, llamada la Silenciosa,
de dos años menor que Marta, y Maria Magdalena, de cinco años menos
que María la Silenciosa, que era tenida por algo corta de mente. Esta
María no está nombrada en la Escritura, pero valía mucho delante de Dios.
En la familia quedaba como arrinconada y por esto era desconocida.
Magdalena, la menor de todas, era muy hermosa y desde sus primeros años
se manifestó de aspecto lleno, vigoroso y esbelto; estaba llena de vanidad,
de coquetería y de seducciones. Al cumplir siete años ya habían muerto sus
padres. Ella no los sufría, por los severos ayunos que practicaban en la casa.
Desde pequeña era vanidosa, orgullosa, muelle y caprichosa y por demás
golosa. No le era fiel a nadie y sólo buscaba al que la halagaba más. Era
derrochadora y dadivosa por compasión natural y dada a todo lo brillante y a
las magnificencias exteriores. Su madre tenía parte de culpa por sus mimos;
también había heredado de ella su compasión natural y sensible. La madre y
la nodriza falsearon la formación de Magdalena, porque en todas partes la
hacían aparecer para lucir, dejaban aplaudir sus coqueterías y artes de se-
ducción y solían permanecer demasiado con ella a la ventana y en público.
Esta costumbre de sentarse a la ventana para curiosear fue el comienzo de su
ruina moral. La he visto en la ventana y en la terraza de su casa en un asiento
de alfombras y almohadones, de modo que se la pudiera contemplar desde
la calle en toda su hermosura y seducción. Sustraía desde entonces golosinas
con que obsequiar a otras criaturas en el jardín y desde los nueve años
comenzó a fantasear con cariños y amores. Con el andar de los años al crecer
su talento crecía también el ruido en torno de ella y la admiración de las
gentes. Reunía a muchos admiradores. Era instruida y sabía escribir versos
de amor en pequeños rollos de pergamino. He notado que contaba algo con
los dedos mientras escribía. Mandaba luego estos escritos a sus admiradores,
y así era conocida en todas partes y se hablaba mucho de ella. Pero no
vi en ella que realmente amase a alguno o que fuese amado por otro: en todo
procedía por vanidad, sensualidad, amor propio y coquetería. Era tenida
como escándalo para sus hermanas. Ella se desviaba de sus hermanas por la
vida sencilla que llevaban. Cuando a la muerte de sus padres se repartieron
por suertes la herencia paterna, le tocó a Magdalena el castillo de Mágdala,
que era muy hermoso. Desde niña había estado allí varias veces y sentía por
el lugar especial predilección. Contaba apenas once años cuando se retiró a
ese castillo con mucho acompañamiento de criadas y de servidores de la casa
y gran boato. Mágdala era lugar de fortalezas y edificios almenados formado
de castillos, casas fortificadas, oficinas públicas, plazas con pórticos,
paseos y jardines. Distaba ocho horas de camino al Oriente de Nazaret, a
tres de Cafarnaúm y a una y media de Betsaida, hacia el Mediodía, a una
milla del lago de Genesaret, en una altura, y en parte en el valle que corre
hacia el mar de Galilea, terminando en el camino que se extendía alrededor
del lago. Uno de los castillos pertenecía a Herodes, el cual poseía otro más
grande en la fértil campiña de Genesaret, Por eso había allí soldados de
Herodes, que eran causa de mayor licencia de costumbres: muchos oficiales
tenían trato con Magdalena. Fuera de estos soldados habría en toda Mágdala
unas cien personas más, la mayor parte empleados, cuidadores de los castillos,
criados y mayordomos. No había allí sinagoga, y la gente piadosa iba a
la de Betsaida. El castillo de Magdalena era el más hermoso y estaba situado
en terreno más elevado que los demás del contorno: desde sus terrazas se
podía contemplar la llanura del mar de Galilea hasta la orilla opuesta. A
Mágdala confluían cinco caminos: en cada uno de ellos se veía, como a una
media hora, el castillo correspondiente, una torre sobre una bóveda como
una garita desde donde el centinela podía observar el horizonte a mucha distancia.
Estas torres estaban desunidas entre sí y rodeadas de jardines, praderas
y campos de pastoreo. Magdalena tenía criados y criadas, porque poseía
allí campos con ganado; pero la administración era defectuosa y todo iba en
decadencia. A través del valle y los barrancos agrestes, desde donde empezaba
la edificación de Mágdala hacia la altura, corría un arroyo en dirección
al mar, donde se refugiaban animales salvajes que llegaban allí para ocultarse
desde tres lugares desiertos unidos al valle de Mágdala. Herodes solía
tener allí grandes cacerías, además de hacerlo en el castillo de Genesaret,
donde poseía un parque de animales.
La campiña de Genesaret empieza entre Tiberíades y Tarichea, como a cuatro
horas de Cafarnaúm y se extiende desde el mar hasta tres horas en la
comarca, y al Sur de Tarichea hasta la desembocadura del Jordán. Este hermoso
valle, como el lago artificial y el lugar de baños de Betulia, formado
por un arroyo, son parte de un espléndido conjunto de arroyos que se echan
en el mar. Esta corriente de agua forma varias cataratas artificiales y estanques
en el hermoso valle, lleno de jardines, casas de veraneo, castillos, jardines
zoológicos, quintas con árboles forestales y frutales de toda clase. Todo
el año se ve allí vegetación y flores. Los ricos del país, especialmente de
Jerusalén, tienen allí sus residencias de verano, con jardines, parques y paseos.
El lugar está lleno de casitas, paseos, enramadas. con senderos de setos
verdes y con caminos bordeados de árboles en forma de pirámides, figurando
colinas y elevaciones de diferentes aspectos. Fuera de Mágdala no se ve,
en los alrededores, otras poblaciones. Los habitantes estables durante todo el
año son, en la mayoría, jardineros y guardianes de los castillos, y pastores
que guardan el ganado de ovejas y cabras de razas escogidas. Vi además que
cuidan toda clase de animales y pájaros raros en los jardines. Ningún camino
principal corre a través de Mágdala, pero la circundan dos que vienen del
mar y del río Jordán.

III
Jesús en Hebrón, en Dothaim y en Nazaret
Cuando Jesús llegó a Hebrón, despachó a sus compañeros diciéndoles
que Él debla visitar a un amigo. Zacarias e Isabel ya no vivían y Jesús
se dirigió hacia el desierto adonde Isabel había llevado al niño Juan. Este
desierto estaba entre Hebrón y el sur del Mar Muerto. Primero se atraviesa
una alta montaña de piedras blancas y se entra en un ameno valle de palmas.
Alli se dirigió Jesús y estuvo en la cueva donde había estado Juan, llevado
por Isabel. Luego lo vi pasando un riachuelo por el cual había pasado también
Juan con Isabel. Lo he visto solitario y en oración, como si se preparase
para su vida pública. De este desierto volvió nuevamente a Hebrón. Ayuda
en todas partes donde se ofrecía el caso: lo he visto junto al Mar Muerto
ayudando a gentes que pasaban sobre balsas el mar y a extender una lona
sobre la barcaza, ya que subían sobre la balsa hombres, animales y fardos de
mercaderías. Jesús clamó a ellos y desde la orilla les alcanzó un tirante hasta
la embarcación y les ayudó en cargar y mejorar la barcaza. La gente no podía
imaginar quien fuera Él, pues aunque no se distinguía de los demás por
su vestido exterior, pero su porte era tan digno, tan afable su trato y admirable
su persona, que todos se sentían conmovidos sin saber el por qué. Al
principio creyeron que fuera Juan el Bautista, que había aparecido en esos
lugares; pero pronto se desengañaron, pues Juan era más moreno y tenia
más curtido el rostro por la vida del desierto.
Estando en Hebrón celebró la fiesta del sábado y dejó libres a sus compañeros
de viaje. Entraba en las casas donde había enfermos y los consolaba, les
servía, los levantaba y les acomodaba los lechos; pero no he visto sanarlos
de sus enfermedades. Su aparición era para todos una bendición y se admiraban
de su presencia. Fue también adonde había algunos poseídos del demonio,
que en su presencia se aquietaban, aunque no he visto que los librase
de los espíritus malignos. Donde Él aparecía colaboraba cuando se presentaba
la oportunidad: levantaba a los caídos, daba de beber a los sedientos y
acompañaba a los viajeros a través de caminos difíciles. Todos deseaban su
presencia, lo querían bien y se admiraban de tal caminante. Desde Hebrón
se encaminó hacia la desembocadura del Jordán en el Mar Muerto. Pasó el
río y se dirigió por el Oriente hacia Galilea. Lo vi caminando entre Pella y la
comarca de Gergesa. Hacía el camino en pequeñas etapas, ayudando, mientras
tanto, donde se ofrecía la ocasión. Visitaba a los enfermos y a los leprosos,
los consolaba, los levantaba, los acomodaba en sus lechos, los exhortaba
a la oración y les sugería remedios y cuidados. En uno de estos lugares
había gente que sabía lo de Simeón y de Ana, y le preguntaron si acaso era
Él ese niño del que profetizaron. Generalmente le acompañaban algunos voluntariamente,
que lo hacían por gusto de ir con Él. Estuvo también en el
hermoso riachuelo Hieromax que se echa en el Jordán, no lejos de aquel
monte escarpado de donde Él más tarde arrojó los cerdos en el mar; este lugar
está bajo el mar de Galilea. En la orilla había cierta cantidad de casitas
cavadas en tierra, como chozas de pastores, donde habitaban gentes que trabajaban
con sus canoas y barcos; y he visto que no entendían el oficio y adelantaban
poco. Jesús fue hacia ellos, les ayudó bondadosamente llevándoles
postes y tirantes, dándoles una mano en sus tareas e indicándoles ciertas
conveniencias en el modo de trabajar, mientras los exhortaba a la paciencia
y a la caridad mutua en la faena.
Más tarde lo he visto en Dothaim, pequeño pueblo aislado al noreste de Séforis.
No había allí sinagoga y la gente vivía despreocupada, aunque no era
mala. Abraham tuvo aquí pastores para los animales del sacrificio. También
José y sus hermanos tuvieron aquí sus ganados, y aquí fue vendido José. En
los tiempos actuales Dothaim es una villa pequeña, aunque las praderas son
buenas y hay ganado hasta el mar de Galilea. Había en este lugar una gran
casa, especie de manicomio, donde se encontraban muchos poseídos de demonios:
éstos se pusieron sumamente furiosos y se golpeaban unos a otros
hasta parecer que se mataban al acercarse Jesús. Los guardianes no podían
sujetarlos ni con ataduras. Jesús entró en la casa y les habló, y se aquietaron
de inmediato. Los exhortó y amonestó, y he visto que salieron de allí completamente
tranquilos, dirigiéndose cada uno a su casa. Los habitantes se
admiraron grandemente al ver este hecho, no querían dejarlo partir de allí y
terminaron por invitarlo a asistir a una boda. En esa fiesta no apareció sino
como un hombre a quien se quiere honrar. Habló amigablemente, y con sabias
palabras exhortó también a los esposos. He visto que éstos, después de
la aparición de Jesús en Thebez, entraron en la comunidad cristiana.

IV
Regreso de Jesús a Nazaret
Cuando Jesús volvió a Nazaret, visitó a los conocidos y parientes de sus
padres, en los alrededores, siendo recibido muy fríamente por sus
habitantes; de modo que cuando quiso entrar en la sinagoga para enseñar, no
se lo permitieron. Habló entonces en la plaza pública delante de muchas
personas, saduceos y fariseos, refiriéndose al Mesías que había de aparecer,
muy distinto del que ellos se imaginaban según sus deseos. Llamó a Juan:
«la voz que clama en el desierto». Le habían seguido desde la comarca de
Hebrón dos jovencitos vestidos con largas túnicas como las de los sacerdotes,
aunque no estaban siempre con Él. Celebró aquí la festividad del sábado.
He visto a Jesús, en compañía de María, María Cleofás y los padres de Pármenas,
en total unas veinte personas, abandonar Nazaret y dirigirse a Cafarnaúm.
Tenían asnos cargados de bultos. La casa de Nazaret quedó limpia,
adornada y revestida interiormente con alfombras y mantas, que me daban
la impresión de una capilla: así quedó vacía la casita de Nazaret. El tercer
marido de Maria Cleofás, que trabaja en casa de Ana, cuidará la casa juntamente
con sus hijos. Esta María Cleofás, su hijo menor José Barsabás y Simón,
viven ahora muy cerca de la casita que aquel hombre llamado Leví
regaló a Jesús para su vivienda cerca de Cafarnaúm. Los padres de Pármenas
vivían también no lejos de allí.
Jesús fue de un pueblito a otro visitando especialmente los lugares donde
había estado Juan, vuelto del desierto. Entraba en las sinagogas, enseñaba y
consolaba y ayudaba a los enfermos. En cierta ocasión, mientras enseñaba
en la sinagoga de un pueblito acerca del bautismo de Juan, de la proximidad
del Mesías y de la necesidad de la penitencia, la gente del lugar murmuraba,
diciendo: «No hace más que unos tres meses vivía su padre, el carpintero, y
Él trabajaba con su padre; luego se dio a viajar un poco, y ahora ya se viene
para echárselas de maestro».
Lo vi también en Cana, donde tenía parientes, a quienes Él visitó, y lo vi
enseñando. Todavía no lo vi con ninguno de sus futuros apóstoles: parecería
que se ocupara de ir conociendo a los hombres, y que ayudara solamente a
la obra en que se había empeñado Juan. De un pueblo a otro le solía acompañar
siempre algún buen hombre del lugar.
Una vez he visto a cuatro hombres, entre ellos alguno que fue apóstol,
aguardando a la sombra, sobre el camino entre Samaria y Nazaret, a que pasara
Jesús, el cual acercábase precisamente en compañía de un discípulo.
Los hombres le salieron al encuentro, y le contaron cómo habían sido bauti-
zados por Juan, que les había hablado de la proximidad del Mesías. Le contaron
que había hablado severamente con los soldados y que de ellos había
bautizado algunos pocos. Le dijeron también que él podía tomar piedras del
Jordán y bautizarlas, y le refirieron otras cosas de Juan. Luego continuaron
el camino en su compañía. Después lo vi caminando por el lago de Galilea,
hacia el Norte. Habló ya más claramente del Mesías, y en varios lugares los
poseídos del demonio clamaban detrás de Él. Echó el demonio de un hombre
y enseñó en la sinagoga. Le salieron al encuentro seis hombres, que venían
del bautismo de Juan, entre ellos Leví, llamado Mateo, y dos hijos de
viudas de la parentela de Isabel. Conocían algo a Jesús por el parentesco y
por oídas, y sospechaban que pudiera ser Aquél de quien hablaba Juan el
Bautista, aunque no estaban seguros. Le hablaron de Juan, de Lázaro y de
María Magdalena, opinando que ésta debía tener algún demonio. Por este
tiempo ya vivía María en su castillo de Mágdala. Estos hombres acompañaron
a Jesús, maravillándose de sus enseñanzas. Los bautizados que iban de
Galilea hacia donde estaba Juan, contaban a éste lo que sabían de Jesús y lo
que habían oído decir, y los de Ainón, donde bautizaba Juan, iban a Jesús
contándole las cosas de Juan.
Después he visto a Jesús caminando solo junto al mar, en un lugar de pesca
rodeado por una valla, donde estaban ancladas cinco barcas. En la orilla
había varias chozas habitadas por pescadores. Pedro era el dueño de ese lugar
de pesca. Dentro de la choza estaban Pedro y Andrés; Juan y Santiago y
su padre el Zebedeo, con otros, estaban en la barca. En la barca del medio
estaba el padre de la mujer de Pedro con sus tres hijos. Supe los nombres de
todos estos hombres y los he olvidado. El padre tiene el sobrenombre de Zelotes,
porque en cierta ocasión había disputado con los romanos sobre derechos
de pesca en el mar de Galilea y había ganado el pleito. He visto unos
treinta hombres sobre las barcas. Jesús se acercó, y andaba entre las chozas
y las barcas por el espacio cercado. Habló con Andrés y otros pescadores;
no sé si con Pedro también. Ellos no dieron señas de conocer quién era. Él
les habló de Juan y de la proximidad del Mesías. Andrés era discípulo de
Juan y había sido bautizado por él. Jesús les dijo que volvería.

V
Jesús va, a través del Líbano, a Sidón y a Sarepta
Jesús se dirigió, desde la orilla del mar de Galilea, hacia el Líbano, a causa
de las habladurías y del movimiento en todo el país: muchos tenían a
Juan por el Mesías y otros hablaban de otro indicado por el mismo Juan. Le
acompañaban ahora, a veces seis, a veces hasta doce discípulos, que se apartaban
o reunían en el camino: se alegraban con su enseñanza y sospechaban
que pudiera ser Aquél de quien hablaba Juan. Jesús no había elegido aún a
nadie y andaba solo, como si estuviese sembrando y preparando el terreno
para su misión. Todos estos caminos guardaban relación con los viajes de
los profetas, especialmente Elías. Jesús se dirigió con sus acompañantes a
las alturas del Líbano, en dirección a la gran ciudad de Sidón, a orillas del
mar. Desde esas alturas se goza de una espléndida vista panorámica. La ciudad
parece estar muy cerca del mar, pero cuando uno está dentro de ella ve
que aún queda a tres cuartos de hora de camino de la orilla. Es una ciudad
bastante grande y llena de movimiento: cuando se mira desde una altura
hacia abajo parece que uno viera una serie interminable de barcos, porque
en los techos planos de las casas había como un bosque de palos de mástiles
con grandes banderas coloradas y de otros tonos y unas telas sin pintar, tendidas
y colgadas, y debajo una multitud de hombres que trabajaba. En las
casas he visto que fabricaban toda clase de recipientes brillantes. Los alrededores
estaban llenos de huertas pequeñas con árboles frutales. Había
grandes árboles y alrededor asientos. Algunos de estos asientos estaban sobre
las ramas de los árboles, a los que se subía por escalones, y allí descansaban
sentadas muchas personas como en casas aéreas. La llanura en la cual
está situada la ciudad, entre el mar y la montaña, es bastante angosta. Paganos
y judíos traficaban en la ciudad, donde reinaba mucha idolatría. El Salvador
enseñaba y predicaba, mientras andaba entre los pequeños pueblos,
bajo los grandes árboles, hablando de Juan y su bautismo y de la necesidad
de hacer penitencia. Jesús fue bien recibido en la ciudad. Había estado allí
otra vez. Habló en la escuela de la ciudad de la proximidad del Mesías y de
la necesidad de dejar la idolatría. La reina Jezabel, que tanto persiguió a Elías,
era de esta ciudad.
Jesús dejó a sus acompañantes en Sidón y se trasladó más al Norte a un lugar
apartado del mar. Quiso separarse de los demás para entregarse a la oración.
Este lugar está rodeado de un lado por bosques; hay gruesos muros y
muchos viñedos en torno. Es Sarepta, la ciudad donde Elías fue alimentado
por la viuda. Los judíos han relacionado con este hecho una superstición de
la que participan los paganos del lugar: dejan habitar en tomo de los muros
de la ciudad a piadosas viudas y con eso creen que pueden entregarse a toda
suerte de licencias, seguros de que no les pasará nada malo. Ahora habitaban
allí hombres ancianos. Jesús habitó en la finca de aquella viuda, que
pertenece ahora a un hombre de mucha edad. Estos hombres son especie de
solitarios que por antigua cosstumbre y por veneración a Elías se retiran viviendo
allí entregados a la meditación, a la explicación e interpretación de
las profecías sobre la venida del Mesías y a la oración. Jesús les habló del
Mesías y del bautismo de Juan. Aunque son piadosos, tienen ideas equivocadas
y piensan que el Mesías llegará con poder temporal y magnificencia
exterior. Jesús se retira con frecuencia al bosque de Sarepta para entregarse
a la oración. Otras veces va a la sinagoga y se ocupa también de instruir a
los niños. En lugares donde viven muchos paganos les advierte que se mantengan
alejados de las costumbres de éstos. He visto que había aquí gente
buena y también algunos muy perversos.
Generalmente lo veo ir solo, a no ser que le acompañe alguno de los contornos.
Lo veo con frecuencia enseñar bajo la sombra de los árboles, en las faldas
de las colinas, rodeado de hombres y mujeres. El tiempo del año es tal
que me parece cuando estamos aquí en el mes de Mayo, porque en esta tierra
la segunda cosecha es parecida a la de Mayo, entre nosotros. Veo que no
cortan el trigo tan bajo como nosotros; lo hacen bajo las espigas con la mano
y lo cortan a un codo de altura, y no lo trillan. Están de pie las pequeñas gavillas
y pasan por encima un rodillo tirado por dos bueyes. El trigo es mucho
más seco y cae con más facilidad que entre nosotros. El trabajo lo hacen
en campo abierto o bajo un techo de paja, abierto a los lados. Desde Sarepta
se dirigió Jesús al Noreste, a un lugarcito no distante del campo de los muertos
visto por Ezequiel en visión, cuando los huesos de los muertos se juntaron,
tomando carne y nervios, y viniendo un soplo recibieron vida y movimiento.
Acerca de esto tuve una explicación: como si por la predicación y
bautismo de Juan se cubrían los cadáveres de carne y de nervios, y por el
espíritu de Jesús Redentor y más tarde por el Espíritu Santo recibían vida y
movimiento. Jesús consoló aquí a las gentes que se mostraban abatidas, y
les habló y explicó la visión del profeta Ezequiel.
Después se dirigió más al
Norte, hacia la comarca donde Juan se había encaminado al salir del desierto.
Había allí una pequeña población donde se habían detenido Noemí y
Ruth algún tiempo. La fama de estas mujeres era tal que aún se hablaba de
ellas con alabanzas. Más tarde se retiró a Belén. El Señor predicó aquí con
mucho celo. Se acerca el tiempo en que Él se retirará al Sur, para su bautismo,
a través de la Samaria.
Jacob tuvo también aquí campos de pastoreo. A través de la pradera corre
un riachuelo, detrás del cual está el pozo de Juan, bastante alto, desde el cual
se abre un camino que lleva al campo de los muertos visto por Ezequiel. De
allí se baja hasta el lugar donde Adán y Eva fueron echados del Paraíso,
descendiendo siempre. En este descenso los árboles se volvían cada vez más
pequeños y achaparrados, hasta que llegaron en medio de arbustos tupidos,
donde todo era ya silvestre y deforme. El Paraíso estaba alto, como el sol, y
fue descendiendo como detrás de una montaña, que parecía a su vez levantarse.
El Salvador anduvo por el mismo camino que hizo Elías cuando fue desde el
arroyo de Carit a Sarepta. Está de vuelta en el campo de los pastores hacia
Sarepta. Enseña durante el trayecto y pasa sin detenerse por Sidón. Desde
Sarepta irá muy pronto al Sur para el bautismo; pero se detiene en Sarepta
para celebrar el sábado.
Después del sábado lo veo caminando hacia Nazaret, enseñando en algunos
lugares, solo o acompañado: siempre lo veo descalzo. Lleva sus sandalias,
que se pone cuando llega a alguna población. Lo vi por los valles, en las
cercanías del Carmelo, y otra vez en el camino, muy cerca de donde se va a
Egipto. De pronto se dirigió hacia el Oriente.
Veo también, caminando hacia Nazaret, a la Madre de Dios, a María Cleofás,
a la madre de Pátmenas y a dos mujeres más; y de Jerusalén a la Serafia
(la Verónica), a Juana Chusa y al hijo de Serafia, el cual más tarde se unió a
los apóstoles. Estos van a reunirse con María; son conocidos de Ella por las
anuales idas a Jerusalén. Hay tres lugares donde las piadosas familias, con
María y José, solían hacer sus devociones cada año: el templo de Jerusalén,
el árbol del terebinto junto a Belén y el monte Carmelo. La familia de Ana y
otras piadosas personas iban a este lugar generalmente en Mayo, cuando
volvían de Jerusalén. Había allí un pozo y la cueva de Elías que parecía una
capilla. Llegaban en diversos tiempos piadosos judíos, que esperaban la venida
del Mesías; había otros que vivían allí como solitarios, y más tarde
hubo cristianos. Al oriente del monte Tabor enseñó Jesús, en la escuela de
un pueblecito, sobre el bautismo de Juan. He visto con Jesús a cinco acompañantes,
entre éstos algunos que más tarde fueron discípulos.
El Sanedrín de Jerusalén envió cartas a todas las sinagogas y puntos principales
de Palestina con mensajeros, para prevenir a las gentes contra uno del
cual había dicho Juan que era el que debía venir y que iría pronto a bautizarse.
Se decía a los jefes estuvieran atentos con esa persona, dieron cuenta de
sus andanzas, añadiendo que si era el Mesías no necesitaba el bautismo. Estos
escribas y fariseos estaban muy preocupados, desde que supieron que era
el mismo que cuando niño los había confundido en el templo. He visto a estos
mensajeros llegar a una ciudad situada a cuatro horas del camino de
Hebrón hacia el mar; es la misma de donde los mensajeros de Moisés y Aarón
trajeron aquellos grandes racimos de uva. La ciudad se llama Gaza. He
visto aquí una larga hilera de tiendas y celdas que llegaba hasta el mar, donde
se vendían sedas y otras mercaderías.
Jesús llegó aquí y enseñó en diversos lugares, hasta el pozo de Jacob, y celebró
el sábado. Cuando volvió a Nazaret, vi que la Madre de Dios le salió
al encuentro; pero al ver que llegaba con algunos discípulos, permaneció a
cierta distancia, y volvióse sin acercarse a saludar a Jesús. Quedé admirada
de su espíritu de sacrificio, al privarse de ese gusto. Al enseñar Jesús en la
sinagoga estaban allí las santas mujeres. Cuando algunos días después, con
sus cinco acompañantes y unos veinte jóvenes ansiosos de su infancia, enseñó
en la sinagoga delante de muchos de Nazaret, no estaban ya presentes
las santas mujeres. Los oyentes murmuraban contra Él diciendo que tal vez
quería tomar el lugar de bautismo, abandonado por Juan, y bautizando
hacerse pasar por otro igual a Juan; pero que no lo conseguirá, porque Juan
venía del desierto, y que en cambio a Él bien lo conocían, y no lograría engañarlos.