De la Natividad de la Virgen a la muerte del patriarca San José- Sección 17

LXXXI
La primera ciudad egipcia. La fuente milagrosa
He visto a la Sagrada Familia entrar en un lugar desolado: se habían
extraviado y vi que se acercaban reptiles de diversas clases, entre
ellos unos lagartos con alas de murciélagos, que iban anastrándose y muchas
serpientes. No les hicieron daño alguno, más bien parecía que querían
indicarles el camino. Algún tiempo después, no sabiendo ya qué dirección
tomar, vi que les fue mostrado el camino por medio de un gracioso milagro.
A ambos lados del camino brotó la rosa llamada de Jericó con ramas de
hojas rizadas que tenían florecitas en el centro. Avanzaron con alegría en
medio de ellas, viendo que se alzaban las flores en toda la extensión que alcanzaba
la vista. Este prodigio continuó por todo el desierto. A la Virgen le
fue revelado que más tarde vendrían gentes del país a recoger estas flores,
para venderlas a viajeros extranjeros y comprar pan con el producto de la
venta. En efecto, he visto que así sucedió más tarde. El nombre del lugar era
Gaz o Gose.
Los he visto arribar a un lugar llamado, si mal no recuerdo, Lep o Lap, donde
había agua, fosos, canales y diques. Para atravesar el arroyo lo hicieron
en balsas de madera, en las cuales había unas tinas donde metían a los asnos.
Los que los pasaron en balsas fueron dos hombres de feo aspecto, cetrinos,
con narices muy chatas y labios gruesos, que andaban medio desnudos.
Más tarde llegaron a unas casas apartadas de la población, pero al ver a los
habitantes tan altaneros y soeces, no pararon ni hablaron con ellos. Habían
llegado a la primera población pagana egipcia, habiendo viajado durante
diez días en territorio de Judea y otros diez en el desierto.
He visto a la Sagrada Familia en un país llano, en territorio egipcio. Aparecían
grandes praderas donde pastaban los rebaños. Vi árboles a los cuales
habían sujetado algunos ídolos semejantes a niños fajados. Las tiras que los
sujetaban estaban cubiertas de figuras y caracteres. Algunos hombres gruesos,
de corta estatura, vestidos al modo de los hilanderos que he visto en el
país de los tres Reyes, rendían homenajes a esos ídolos. La Sagrada Familia
se refugió en un corral del cual salieron las bestias para dejarles lugar. No
tenían en ese momento ni agua ni alimento y nadie les dio cosa alguna. María
apenas podía alimentar a su Niño. Soportaron todos los sufrimientos
humanos en esos días. Cuando finalmente llegaron algunos pastores a dar de
beber a sus animales en un pozo cerrado, le dieron a José un poco de agua
para satisfacer su pedido. Más tarde vi a la Sagrada Familia, desprovista de
todo socorro humano, atravesando un bosque, a la salida del cual había un
datilero muy alto con gran número de dátiles en su extremidad superior
pendientes de un racimo. María se acercó al árbol, tomó en sus brazos al
Niño Jesús, y alzándolo, rezó una oración. El árbol inclinó su copa como
arrodillándose ante ellos, y pudieron así recoger su abundante fruta. El árbol
quedó en la misma posición. Toda clase de gente del lugar seguía luego a la
Sagrada Familia, mientras María repartía dátiles a muchos niños desnudos
que corrían detrás de ella. Como a un cuarto de legua llegaron cerca de un
sicomoro de grandes dimensiones y se metieron dentro del hueco del árbol
que estaba en gran parte vacío, ocultándose a la vista de la gente que los seguía,
de tal modo que pasaron de largo por el lugar sin verlos y así pudieron
pasar la noche ocultos.
Los he visto al día siguiente seguir a través de un arenal. Sin agua y cansados
se detuvieron junto a un montículo del camino. María rezó con fervor y
vi entonces brotar un manantial, de agua abundante que regaba la tierra reseca
del arenal. José le abrió un cauce para apresar el agua en un hoyo que
hizo y se detuvieron a descansar. María lavó y refrescó al Niño, y José llenó
su odre de agua y dio de beber al asno. He visto que se acercaban para refres-
carse unos animales muy feos, como grandes lagartos, y también tortugas.
No hicieron daño alguno a la Sagrada Familia, sino que, por el contrario,
la miraban con expresión de cariño amistoso. Vi que el agua brotada,
después de recorrer un camino bastante largo, volvía a resumirse en la tierra
a poca distancia de la primera fuente. La tierra regada por esta agua fue fecunda,
de modo que pronto se cubrió de abundante vegetación y creció allí
el árbol del bálsamo en abundancia. A la vuelta de Egipto, pudieron sacar
bálsamo de esos mismos árboles. Más tarde este lugar fue conocido como
«el monte del bálsamo». Se establecieron allí varias personas, entre ellas la
madre del niño leproso curado en la choza de los ladrones. Volví después a
ver este lugar. Un hermoso cerco de árboles de bálsamo rodeaba todo el
monte, donde habían plantado otros frutales. Abrieron un pozo ancho y profundo
del cual sacaban agua por medio de una noria tirada por bueyes y que,
mezclada con la fuente de María, la utilizaban para regar jardines y huertas.
Sin esa mezcla he entendido que el agua del pozo hubiera sido mala y dañosa.
Noté también que los bueyes que tiraban de la noria dejaban de trabajar
desde el sábado al mediodía hasta el lunes por la mañana.

LXXXII
El ídolo de Heliópolis
Después de haber descansado y tomado alimentos se encaminaron a
una gran ciudad, bien construida, aunque por entonces medio ruinosa;
era Heliópolis, llamada también On. Este era el lugar donde, en tiempos de
los hijos de Jacob, habitaba el sacerdote egipcio Putifar, en cuya casa vivía
la joven Asenet, la hija que había tenido Dina después que fue robada por
los siquemitas, y que se casó más tarde con José, virrey de Egipto. He visto
que allí vivía, cuando murió Jesús en la cmz, Dionisio el Areopagita. La
ciudad había sido devastada por la guerra; y fueron a establecerse toda clase
de gentes en sus ruinosos edificios. Pasaron allí por un puente muy ancho y
muy largo, a través de un río con varios brazos. Llegaron a una plazoleta
situada delante de la puerta de la ciudad, bordeada por una especie de paseo.
Había allí sobre una columna tronchada, más ancha en su base que en la altura,
un ídolo grande con cabeza de buey que tenía en sus brazos algo así
como un niño fajado. Alrededor del ídolo había unas mesas de piedras sobre
los cuales ponían sus ofrendas las gentes que venían de todas partes de la
ciudad.
Cerca de allí había un árbol corpulento bajo el cual la Sagrada Familia se
detuvo a descansar. Hacía algunos momentos que estaban allí descansando
cuando tembló la tierra; el ídolo tambaleó sobre su base y cayó a tierra. Este
hecho fue causa de gran tumulto: la gente comenzó a dar voces y acudieron
varios hombres que trabajaban en el canal. Un buen hombre, que había
acompañado a la Sagrada Familia por el camino, acudió también y la condujo
rápidamente a la ciudad; creo que era uno de los trabajadores del canal.
Se hallaban fuera de la plaza cuando el pueblo, atribuyendo a ellos la caída
de su ídolo, se enfureció contra ellos y los amenazaba e injuriaba. Mientras
sucedía esto la tierra tembló nuevamente, el árbol se desplomó, c0rtándose
sus raíces, y el suelo donde habían estado el árbol y el ídolo se convirtió en
un lodazal de agua negra y fangosa, donde se hundió el ídolo hasta los cuernos,
que sobresalían. También se hundieron en el pantano algunos perversos
de aquella multitud furiosa. La Sagrada Familia continuó tranquila su viaje,
dirigiéndose a la ciudad. Fueron a albergarse en un edificio sólido junto al
templo grande de un ídolo donde encontraron sitios desocupados.

LXXXIII
La Sagrada Familia en Heliópolis
Una vez que atravesé el mar y fui a Egipto vi a la Sagrada Familia habitando
aún en la gran ciudad en ruinas. Esta ciudad se extiende a lo
largo de un gran río de varios brazos y se ve desde lejos debido a su elevada
posición. Hay algunas partes abovedadas, debajo de las cuales corre el río.
Para pasar a través de los brazos del río usan vigas colocadas sobre el agua.
Vi allí, con gran admiración mía, restos de grandes edificios, torres en ruinas
y templos en bastante buen estado. Había columnas que parecían torres,
a las cuales se podía subir por la parte exterior; otras muy altas terminadas
en punta y cubiertas con imágenes extrañas y figuras semejantes a perros
acurrucados con cabeza humana. La Sagrada Familia habitaba las salas de
un gran edificio, sostenido por un lado por gruesas columnas de poca altura,
unas de canto recto y otras redondas. Bajo las columnas habitaban muchas
personas. En la parte alta, encima del edificio, había un camino por el que se
podía transitar, y enfrente un gran templo de ídolos con dos patios. Delante
de un espacio cerrado por un lado y abierto por otro, bajo una hilera de
gruesos pilares, había hecho José una construcción liviana de madera, dividida
en varias partes por medio de tabiques, donde habitaba la Sagrada Familia.
Noté, por primera vez, que detrás de aquellos tabiques tenían un altarcito
ante el cual oraban: era una mesa pequeña cubierta por un paño rojo y
otro blanco transparente. Encima pendía una lámpara. Más tarde vi a José,
ya bien instalado allí y que a menudo salia afuera a trabajar. Hacía bastones
con pomos redondos en la extremidad, cestos y banquitos de tres pies y levantaba
tabiques livianos con ramas entrelazadas y tejidas. Las gentes del
país las untaban con un baño especial y las utilizaban para dividir las viviendas
en compartimentos, contra los muros y aún dentro de los muros, que
eran de mucho espesor. Con tablas delgadas y largas hacían torrecitas livianas
de seis y ocho lados terminados en punta con adorno redondo por remate.
Una parte quedaba abierta de modo que podía una persona refugiarse dentro
como en una garita: tenían escalones por fuera para poder subir hasta la
punta de la torre. Delante de los templos de los ídolos y sobre las azoteas vi
estas torrecitas, que parecían refugios para guardianes como defensa contra
los ardores del sol.
Vi a la Virgen Santísima ocupada en trenzar alfombras y en otros trabajos
para los cuales se servía de un bastón con pomo: me parecía que hilaba o
hacía otra labor semejante. Vi a menudo gente que iba a visitarla y a ver al
Niño Jesús que estaba a su lado, en el suelo, en una cunita. Esta cunita la vi
con frecuencia colocada sobre una tijera parecida a la dé los aserradores. He
visto al Niño graciosamente acostado y una vez lo vi sentado mientras María
tejía a su lado teniendo junto a si una cestilla con utensilios. Había otras
tres mujeres allí. Los hombres que se habían refugiado en la ciudad ruinosa
vestían como aquéllos que hilaban algodón que vi cuando fui al encuentro
de los Reyes Magos; pero éstos llevaban unos vestidos cortos en torno del
cuerpo. Vi muy pocos judíos, rondando con precaución, como si no tuvieran
autorización para habitar la ciudad. Al norte de Heliópolis, entre la ciudad y
el río Nilo, que se dividía en varios brazos, estaba el país de Gessen. Allí
había un lugar, entre dos canales, donde vivían muchos judíos que habían
degenerado en la práctica de la religión. Como varios conocían a la Sagrada
Familia, María hacía para ellos toda clase de labores femeninas con que ganarse
el sustento. Estos judíos de Gessen tenían un templo que comparaban
con el de Salomón, pero que era muy distinto. Vi otras veces a la Sagrada
Familia viviendo en Heliópolis, cerca del templo de los ídolos de que ya he
hablado. José había construido, no lejos de allí, un oratorio para los judíos,
porque antes de llegar José no tenían lugar donde ejercer su culto religioso.
El oratorio terminaba en una cúpula liviana, que se podía abrir al aire libre.
En el centro había una mesa donde colocaban rollos escritos. El sacerdote o
escriba de la ley era un anciano; los hombres se colocaban a un lado y las
mujeres a otro, cuando se reunían para rezar. Vi a la Virgen Santísima la
primera vez que fue con el Niño al oratorio: estaba sentada en el suelo, apoyada
sobre un brazo. El Niño Jesús, vestido de celeste, estaba delante de
ella, con las manecitas juntas sobre el pecho. José parábase detrás de ella,
cosa que hacía siempre, a pesar de que los demás se sentaban.
Me fue mostrado el Niño Jesús cuando era ya grandecito y recibía la visita
de otros niños. Ya podía hablar y corretear. Estaba casi siempre al lado de
José y lo acompañaba cuando salía. Tenía un vestidito semejante a una túnica
hecha de una sola pieza. Como habitaban junto a un templo de ídolos,
algunos de ellos cayeron hechos pedazos. Había quienes se acordaban de la
caída de aquel gran ídolo que estaba delante de la puerta cuando ellos llegaron
y atribuían el hecho a la cólera de los dioses contra ellos. A causa de
esto tuvieron que sufrir muchas molestias y persecuciones.

LXXXIV
La matanza de los inocentes
Se apareció un Ángel a María y le hizo conocer la matanza de los niños
inocentes por el rey Herodes. María y José se afligieron mucho y el Niño
Jesús, que tenia entonces un año y medio, lloró todo el día. He sabido lo
siguiente: Como no volvieron los Reyes Magos a Jerusalén, y estando Herodes
ocupado en algunos asuntos de familia, sus temores se habían calmado
un tanto; pero cuando regresó la Sagrada Familia a Nazaret y oyó las cosas
que habían acontecido en el templo y las predicciones de Simeón y de Ana
en la ceremonia de la Presentación en el templo, aumentaron sus temores y
angustias. Mandó soldados que con diversos pretextos debían guardar los
lugares alrededor de Jerusalén, a Gilgal, a Belén hasta Hebrón, y ordenó
hacer un censo de los niños. Los soldados ocuparon esos lugares durante
nueve meses, v mientras Herodes se hallaba en Roma. Después de su vuelta
se produjo la degollación de los inocentes. Juan tenía entonces dos años, y
había estado escondido en casa de sus padres antes que Herodes diera la orden
para que las madres se presentaran con sus hijos de dos años o menos
ante las autoridades locales. Isabel, advertida por un ángel, volvió a huir al
desierto con el niño Juan. Jesús tenia entonces año y medio.
La matanza tuvo lugar en siete sitios diferentes. Se había engañado a las
madres, prometiéndoles premios a su fecundidad; por eso ellas se presentaban
a las autoridades vistiendo a sus criaturas con los mejores trajecitos. Los
hombres eran previamente alejados de las madres. Los niños, separados de
sus madres, fueron degollados en patios cerrados y luego amontonados y
enterrados en fosos.
Hoy, al mediodía, vi a las madres con sus niños de dos años o menos acudir
a Jerusalén, desde Hebrón, Belén y otro lugar donde Herodes había ordenado
a sus soldados y fimcionarios. Se dirigían a la ciudad en grupos diversos:
algunas llevaban dos niños montados en asnos. Cuando llegaban eran conducidas
a un gran edificio siendo despedidos los hombres que las habían
acompañado. Las madres entraban alegremente, creyendo que iban a recibir
regalos y gratificaciones en premio a su fecundidad. El edificio estaba un
tanto aislado y bastante cerca del que fue más tardé el palacio de Pilatos.
Como se hallaba rodeado de muros, no se podía saber desde afuera lo que
pasaba adentro. Parecía aquello un tribunal pues vi unos pilares en el patio
y bloques de piedra con cadenas colgantes. También vi árboles que se encorvaban
y ataban juntos y luego, soltados rápidamente, despedazaban a los
desgraciados a ellos atados. Todo el edificio era sombrío, de construcción
maciza. El patio era casi tan grande como el cementerio que hay al lado de
la iglesia parroquial de Dülmen. Se abría una puerta entre dos muros y se
llegaba al patio, rodeado de construcciones por tres lados. Los edificios de
derecha e izquierda eran de un solo piso y el del centro parecía una antigua
sinagoga abandonada. Varias puertas daban al patio interno. Las madres
eran llevadas a través del patio a edificios laterales, y allí encerradas. Parecía
aquello una especie de hospital o posada. Cuando se vieron encerradas,
tuvieron miedo y empezaron a llorar y a lamentarse. Pasaron la noche allí
dentro.
Hoy, después de mediodía, vi el cuadro horrible de la matanza de los niños.
El gran edificio posterior que cerraba el patio tenía dos pisos. El inferior era
una sala grande, desprovista, parecida a una prisión, o a un cuerpo de guardia,
y en el piso superior había ventanas que daban al patio. Allí vi a algunas
personas reunidas en un tribunal; delante de ellas había rollos sobre una mesa.
Creo que Herodes estaría presente, pues vi a un hombre con manto rojo
adornado de piel blanca, con pequeñas colas negras. Estaba rodeado de los
demás y miraba por la ventana de la sala que daba al patio. Las madres eran
llamadas una a una para ser llevadas desde los edificios laterales hasta la
sala inferior grande del cuerpo que estaba detrás. Al entrar, los soldados les
quitaban los niños, llevándolos al patio, donde unos veinte hombres los mataban
atravesándoles la garganta y el corazón con espadas y picas. Había
niños aún fajados, a los cuales amamantaban sus madres, y otros que usaban
ya vestiditos. No se ocuparon de desvestirlos, sino que tal como venían los
tomaban del bracito o del pie y los arrojaban al montón. El espectáculo era
de lo más horrible que puede imaginarse. Entre tanto las madres eran amontonadas
en la sala grande, y cuando vieron lo que hacían con sus niños, lanzaban
gritos desgarradores, mesándose los cabellos y echándose en brazos
unas de otras. Al fin se encontraron tan apretadas que apenas podían moverse.
Me parece que la matanza duró hasta la noche. Los niños fueron echados
más tarde en una fosa común, abierta en el mismo patio. Me fue dicho el
número de ellos, pero ya no me acuerdo. Creo que había setecientos, más
una cifra donde había un siete o diez y siete. Cuando vi este cuadro horrible
no sabía donde estaba ocurriendo eso, y me parecía que era aquí, donde estaba
yo. A la noche siguiente vi a las madres sujetas con ligaduras y conducidas
por los soldados a sus casas. El lugar de la matanza en Jerusalén fue el
antiguo patio de las ejecuciones, a poca distancia del tribunal de Pilatos; pero
en la época de éste había sufrido varios cambios. Cuando murió Jesús, vi
que se abrió la fosa donde estaban los niños inocentes y que sus almas salieron
de allí apareciéndose en diversos lugares.

LXXXV
Santa Isabel vuelve a huir con el niño Juan
Santa Isabel, avisada por un ángel antes de la matanza de los inocentes,
se refugió con el pequeño Juan nuevamente en el desierto. Vi que estaba
buscando durante mucho tiempo una cueva que le pareciera segura y escondida:
cuando la encontró pennaneció allí con el niño durante unos cuarenta
días. Más tarde volvió a su hogar, y un esenio del monte Horeb fue al
desierto para llevar alimentos al niño y ayudarle en sus necesidades. Este
hombre, cuyo nombre he olvidado, era pariente de la profetisa Ana. Al principio
iba cada semana y después cada quince días, mientras Juan necesitó
ayuda. No tardó en llegar el momento en que al nifío le gustaba más estar en
el desierto que entre los hombres. Estaba destinado por Dios para crecer allí
en toda inocencia, sin contacto con los hombres y sus maldades. Juan, como
Jesús, no fue a la escuela, y era instruido por el Espíritu Santo. A menudo vi
una luz a su lado o figuras luminosas como las de los ángeles. El desierto no
era estéril ni desolador, porque entre las rocas brotaban abundantes hierbas
y arbustos con frutas y bayas de diversas clases. He visto allí fresas silvestres
que recogía el niño para comer. Tenía extraordinaria familiaridad con
los animales, especialmente con los pájaros que venían volando para posarse
sobre sus hombros; y mientras él les hablaba, parecía que le comprendieran
y le servían de mensajeros. A veces iba a lo largo de los arroyos: los peces
le eran familiares, porque se acercaban cuando los llamaba y le seguían
cuando caminaba al borde del agua. Vi que se alejaba mucho de los lugares
habitados por el peligro que le amenazaba. Los animales lo querían tanto
que le servían en muchas cosas. Lo llevaban a sus refugios o a sus nidos, y
cuando los hombres se acercaban, él podía huir a los escondites sin peligro.
Se alimentaba de frutas silvestres y de raíces; no le costaba mucho encon-
trarlas, pues los animales mismos lo conducían donde estaban y se las mostraban.
Llevaba siempre su piel de cordero y su varita y se intemaba cada
vez más en el desierto. A veces se acercaba a su pueblo y dos veces vio a
sus padres que anhelaban vivamente su presencia. Ellos debían tener revelaciones,
pues cuando Isabel o Zacarías deseaban ver a Juan, éste no dejaba de
acudir a su encuentro desde muy lejos.

LXXXVI
La Sagrada Familia se dirige a Matarea
Estuvieron diez y ocho meses en Heliópolis, y teniendo ya Jesús alrededor
de dos afios, dejaron la ciudad por falta de trabajo y por las persecuciones
de que eran objeto. Al mediodía se encaminaron hacia Menfis.
Mientras pasaban por una pequeña ciudad, no lejos de Heliópolis, descansaron
en el vestíbulo del templo de un ídolo; éste cayó por tierra y se rompió
en pedazos. El ídolo tenía cabeza de buey, con tres cuernos; en su cuerpo
había varias aberturas donde ponían a quemar las ofrendas. La caída del ídolo
produjo un gran tumulto entre los sacerdotes paganos, que detuvieron a la
Sagrada Familia con amenazas e injurias. Uno de ellos, sin embargo, dijo
que quizás fuera mejor encomendarse al dios de esa gente, recordándoles las
desgracias que habían sufrido sus antepasados que persiguieron a la raza a la
cual pertenecían estos extranjeros, y les recordó la muerte de los primogénitos
de cada familia la noche anterior a La salida de Egipto. Después de esto
dejaron marchar a la Sagrada Familia sin hacerle daño. Caminaron hasta la
ciudad de Troya, en la orilla oriental del Nilo, frente a Menfis. Había en esa
villa mucho barro. Pensaron quedarse; pero no los recibieron en ninguna
parte y hasta les rehusaron el agua para beber y los pocos dátiles que pedían.
La ciudad de Menfis se veía en la otra orilla. El río era muy ancho en ese
punto, había algunas islas y una parte de la ciudad se extendía al otro lado.
He visto el sitio donde fue descubierto Moisés, siendo niño, entre juncos y
cañaverales. En tiempos del Faraón había un gran palacio con jardines y una
alta torre a la cual subía a menudo la hija del Faraón. Menfis formaba como
tres ciudades en ambos lados del río. La ciudad de Babilonia, en la orilla
oriental del Nilo, un poco más adelante, casi formaba parte del conjunto de
edificación de Menfis. En la época del Faraón, toda esa región del Nilo entre
Heliópolis, Babilonia y Menfis, estaba llena de altos diques de piedra, de
canales y de edificios, unos contra otros, de modo que el conjunto constituía
como una sola ciudad. En la época de la Sagrada Familia había grandes separaciones
y lugares desocupados. La Sagrada Familia se dirigió al Norte
descendiendo el río en dirección a Babilonia. Esta ciudad estaba despoblada
y aparecía mal construida y llena de fango. Costearon la ciudad, pasando
entre el Nilo y la población, y dirigieron sus pasos en dirección opuesta a la
que llevaban. Recorrieron unas dos Leguas por la ribera del Nilo. Al borde
del camino se alzaban edificios en ruinas. Atravesaron un canal y un pequeño
brazo de río y llegaron a un paraje cuyo nombre primitivo no recuerdo,
que más tarde se llamó Matarea. Estaba cerca de Heliópolis, situado sobre
una lengua de tierra, de modo que el agua lo rodeaba por ambos lados; bastante
despoblado, con casas muy aisladas y mal trazadas, hechas de madera
de datileros con limo del río reseco, cubiertas de cañas. José encontró allí
algún trabajo. Con ramas entrelazadas construyó casas más sólidas, abriendo
encima galerías para poder pasear por ellas.
Se instalaron en un lugar solitario, bajo una bóveda oscura, no lejos de la
puerta por la que habían entrado. José construyó una casita liviana delante
de esta bóveda. También aquí cayó un ídolo, que estaba en un templo pequeño,
y después todos los ídolos fueron derrumbándose uno tras otro. Un
sacerdote tranquilizó al pueblo enfurecido recordándoles las plagas de Egipto.
Más tarde, cuando se hubo reunido allí una pequeña comunidad de judíos
y de paganos convertidos, los sacerdotes les dejaron el pequeño templo, cuyo
ídolo había caído al llegar la Sagrada Familia. José lo transformó en una
sinagoga, convirtiéndose él mismo en el padre de la pequeña comunidad; les
enseñaba a cantar los salmos con regularidad puesto que habían ya olvidado
en gran parte el culto de sus antepasados. Había algunos judíos tan pobres
que vivían en hoyos abiertos en el suelo. En cambio, en la aldea judía, entre
On y el Nilo, vivían muchos israelitas que tenían un templo de propiedad;
pero habían caído en el culto idolátrico, porque poseían un becerro de oro,
una figura con cabeza de buey y en torno animales pequeños parecidos a
garduñas, bajo doseles. Eran animales que defienden contra los cocodrilos.
Tenían una imitación del Arca de la Alianza, dentro de la cual conservaban
cosas abominables. Practicaban cultos detestables con toda clase de impurezas
que ejercían en un pasaje oscuro subterráneo, pensando de esta forma
invocar y atraer la venida del Mesías. Eran impenitentes y no querían corregirse
de sus vicios. Más tarde varios de ellos se fueron adonde estaba José,
con su pequeña comunidad, a dos leguas de distancia. No podían ir directamente
por causa de los canales y malecones, debiendo hacer un rodeo por
Heliópolis. Los judíos del país de Gessen habían ya conocido a la Sagrada
Familia cuando se hallaba en On, y María hacía para ellos toda clase de labores
de tejidos y bordados. María no quiso nunca hacer cosas de puro lujo
o inútiles, sino sólo objetos de uso habitual y las ropas que se ponían en las
ceremonias del culto y cuando rezaban. He visto que a varias mujeres que
habían ido a encargarle ropas y adornos de vanidad y de moda, María rehusó
hacerles esos trabajos, aunque tenía mucha necesidad de recibirlos. Algunas
de estas mujeres la insultaron.
Desde un principio la estadía de la Sagrada Familia en Matarea estuvo llena
de dificultades; no había allí ni agua potable, ni leña para el fuego. Los
habitantes quemaban hierbas secas y cañas. La Sagrada Familia no comía la
mayoría de las veces sino alimentos fríos. Más tarde José halló trabajo arre-
glando las cabañas del país. La gente lo trataba como a un pobre esclavo,
pagándole el trabajo con lo que les parecía; a veces un salario, otras veces
nada. Los hombres eran muy inhábiles para construir viviendas. No había
maderas, y si bien es cierto que vi lugares con árboles, la gente no tenia
herramientas para trabajar. La mayoría usaba cuchillos de piedra o de hueso,
y escarbaba la tierra para extraer la turba. José llevaba consigo los instrumentos
más indispensables, y así pudo instalarse con regular comodidad.
Dividió su habitación en varios departamentos, con tabiques de zarzos; fabricó
un hogar, varias mesitas y banquitos, ya que la gente del lugar comía
sentada en el suelo. Vivieron en este lugar varios años, y pude ver escenas
de las diversas épocas de la vida de Jesús. Vi el lugar donde dormía. En el
muro de la bóveda donde descansaba María, José había abierto una cavidad
donde se puso el lecho del Niño Jesús. María dormía a su lado y pude ver a
María a menudo, durante la noche, rezando de rodillas ante el lecho de Jesús.
José se había acomodado en otro sitio. Vi también un oratorio que José
había hecho bajo el mismo techo, en un pasillo apartado. José y María tenían
sus sitios deterninados y había un lugarcito para el Niño, donde rezaba
de pie, sentado o de rodillas. María tenía un altarcito, delante del cual oraba:
consistía en una mesa cubierta de tela roja y blanca que se sacaba de un
compartimiento abierto en el muro y después podía cerrarse. En el hueco del
muro había una especie de relicario. Allí he visto la extremidad de la vara de
José florecida, por la cual había sido designado esposo de María en el templo
de Jerusalén. Vi ramitos dentro de vasos en forma de cálices. Además,
vi otro relicario, sin poder decir lo que fuera.