De la Natividad de la Virgen a la muerte del patriarca San José- Sección 8

XXXII
Misterio del «Magníficat»
Durante la oración de las dos santas mujeres vi una parte del misterio
relacionado con el Magníficat. Debo volver a ver todo esto el sábado,
víspera de la octava de la fiesta y entonces podré decir algo más. Ahora sólo
puedo comunicar lo siguiente: el Magníficat es el cántico de acción de gracias
por el cumplimiento de la bendición misteriosa de la Antigua Alianza.
Durante la oración de María vi sucesivamente a todos sus antepasados.
Había en el transcurso de los siglos tres veces catorce parejas de esposos
que se sucedían, en los cuales el padre era siempre el vástago del matrimonio
anterior. De cada una de estas parejas vi salir un rayo de luz dirigido
hacia María mientras se hallaba en oración. Todo el cuadro creció ante mis
ojos como un árbol con ramas luminosas, las cuales iban embelleciéndose
cada vez más, y por fin, en un sitio determinado de este árbol de luz, vi la
carne y la sangre purísimas e inmaculadas de María, con las cuales Dios debía
formar su Humanidad, mostrándose en medio de un resplandor cada vez
más vivo. Oré entonces, llena de júbilo y de esperanza, como un niño que
viera crecer delante de sí el árbol de Navidad. Todo esto era una imagen de
la proximidad de Jesucristo en la carne y de su Santísimo Sacramento. Era
como si hubiese visto madurar el trigo para formar el pan de vida del que
me hallara hambrienta. Todo esto es inefable. No puedo decir cómo se formó
la carne en la cual se encarnó el mismo Verbo. ¿Cómo es posible esto a
una criatura humana que todavía se encuentra dentro de esa carne, de la cual
el Hijo de Dios y de María ha dicho que no sirve para nada y que sólo el espíritu
vivifica? … También dijo El que aquéllos que se nutren de su carne y
de su sangre gozarán de la vida eterna y serán resucitados por El en el último
día. Únicamente su carne y su sangre son el alimento verdadero y tan
sólo aquéllos que toman este alimento viven en EL, y El en ellos.
No puedo expresar cómo vi, desde el comienzo, el acercamiento sucesivo de
la Encamación de Dios y con ella la proximidad del Santo Sacramento del
Altar, manifestándose de generación en generación; luego una nueva serie
de patriarcas representantes del Dios vivo que reside entre los hombres en
calidad de víctima y de alimento hasta su segundo advenimiento en el último
día, en la institución del sacerdocio que el Hombre-Dios, el nuevo Adán,
encargado de expiar el pecado del primero, ha trasmitido a sus apóstoles y
éstos a los nuevos sacerdotes, mediante la imposición de las manos, para
formar así una sucesión semejante de sacerdotes no interrumpida de generación
en generación. Todo esto me enseñó que la recitación de la genealogía
de Nuestro Señor ante el Santísimo Sacramento en la fiesta del Corpus
Christi, encierra un misterio muy grande y muy profundo. También aprendí
por él que así como entre los antepasados carnales de Jesucristo hubo algunos
que no fueron santos y otros que fueron pecadores, sin dejar de constituir
por eso gradas de la escala de Jacob, mediante las cuales Dios bajó hasta
la Humanidad, también los obispos indignos quedan capacitados para consagrar
el Santísimo Sacramento y para otorgar el sacerdocio a otros con todos
los poderes que le son inherentes. Cuando se ven estas cosas se comprende
por qué los viejos libros alemanes llaman al Antiguo Testamento la
Antigua Alianza o antiguo matrimonio, y al Nuevo Testamento la Nueva
Alianza o nuevo matrimonio. La flor suprema del antiguo matrimonio fue la
Virgen de las vírgenes, la prometida del Espíritu Santo, la muy casta Madre
del Salvador; el vaso espiritual, el vaso honorable, el vaso insigne de devoción
donde el Verbo se hizo carne. Con este misterio comienza el nuevo matrimonio,
la Nueva Alianza. Esta Alianza es virginal en el sacerdocio y en
todos aquéllos que siguen al Cordero, y en ella el Matrimonio es un gran
sacramento: la unión de Jesucristo con su prometida la Iglesia.
Para poder expresar, en cuanto me sea posible, cómo me fue explicada la
proximidad de la Encarnación del Verbo y al mismo tiempo el acercamiento
del Santísimo Sacramento del Altar, sólo puedo repetir, una vez más, que
todo esto apareció ante mis ojos en una serie de cuadros simbólicos, sin que,
a causa del estado en que me encuentro, me sea posible dar cuenta de los
detalles en forma inteligible. Sólo puedo hablar en forma general. He visto
primero la bendición de la promesa que Dios diera a nuestros primeros padres
en el Paraíso y un rayo que iba de esta bendición a la Santísima Virgen,
que se hallaba recitando el Magníficat con Isabel. Vi a Abraham, que había
recibido de Dios aquella bendición, y un rayo que partiendo de él llegaba a
la Santísima Virgen. Vi a los otros patriarcas que habían llevado y poseído
aquella cosa santa y siempre aquel rayo yendo de cada uno de ellos hasta
María. Vi después la transmisión de aquella bendición hasta Joaquín, el
cual, gratificado con la más alta bendición venida del Santo de los Santos
del Templo, pudo convertirse por ello en el padre de la Santísima Virgen
concebida sin pecado. Y por último es en ella donde, por la intervención del
Espíritu Santo, el Verbo, se hizo carne. En ella, como en el Arca de la
Alianza del Nuevo Testamento, el Verbo habitó nueve meses entre nosotros,
oculto a todas las miradas, hasta que habiendo nacido de Maria en la plenitud
de los tiempos, pudimos ver su gloria, como gloria del Hijo único del
Padre, lleno de gracia y de verdad.
Esta noche vi a la Santísima Virgen dormir en su pequeña habitación, te-
niendo su cuerpo de costado, la cabeza reclinada sobre el brazo. Se hallaba
envuelta en un trozo de tela blanca, de la cabeza a los pies. Bajo su corazón
vi brillar una gloria luminosa en forma de pera rodeada de una pequeña llama
de fulgor indescriptible. En Isabel brillaba también una gloria, menos
brillante, aunque más grande, de forma circular; la luz que despedía era menos
viva.
Ayer, viernes, por la noche, empezando ya el nuevo día, pude ver en una
habitación de la casa de Zacarías, que aun no conocía, una lámpara encendida
para festejar el Sábado. Zacarías, José y otros seis hombres, probablemente
vecinos de la localidad, oraban de pie bajo la lámpara, en tomo de un
cofre sobre el cual se hallaban rollos escritos. Llevaban paños sobre la cabeza;
pero al orar no hacían las contorsiones que hacen los judíos actuales. A
menudo bajaban la cabeza y alzaban los brazos al aire. María, Isabel y otras
dos mujeres se hallaban apartadas, detrás de un tabique de rejas, en un sitio
desde donde podían ver el oratorio: llevaban mantos de oración y estaban
veladas desde la cabeza a los pies. Luego de la cena del sábado vi a la Virgen
Santísima en su pequeña habitación recitando con Isabel el Magníficat.
Estaban de pie contra el muro, una frente a la otra, con las manos juntas sobre
el pecho y los velos negros sobre el rostro, orando, una después de la
otra, como las religiosas en el coro. Yo recité el Magníficat con ellas, y durante
la segunda parte del cántico pude ver, unos lejos y otros cerca, a algunos
de los antepasados de María, de los cuales partían como líneas luminosas
que se dirigían hacia ella. Vi aquellos rayos de luz saliendo de la boca de
sus antepasados masculinos y del corazón del otro sexo, para concluir en la
gloria que estaba en María. Creo que Abraham, al recibir la bendición que
preparaba el advenimiento de la Virgen, habitaba cerca del lugar donde María
recitó el Magníficat, pues el rayo que partía de él llegaba hasta María
desde un punto muy cercano, mientras que los que partían de personajes
mucho más cercanos en el tiempo, parecían venir de muy lejos, de puntos
más distantes. Cuando terminaron el Magníficat, que recitaban todos los días
por la mañana y por la noche, desde la Visitación, se retiró Isabel, y vi a
la Virgen entregarse al reposo. Habiendo terminado la fiesta del sábado los
vi comer de nuevo el domingo por la noche. Tomaron su alimento todos
juntos en el jardin cercano a la casa. Comieron hojas verdes que remojaban
en salsa. Sobre la mesa había fuentes con frutas pequeñas y otros recipientes
que contenían, creo, miel, que tomaban con unas espátulas de asta.

XXXIII
Regreso de José a Nazaret
Más tarde, con claro de luna, estando la noche estrellada y limpia, se
puso en viaje José acompañado de Zacarías. Llevaba un pequeño
paquete con panes, un cántaro y un bastón de empuñadura curva. Los dos
tenían abrigos de viaje con capuz. Las mujeres los acompañaron corto trecho,
volviendo solas en medio de una noche hermosísima. Ambas entraron
directamente en la habitación de María, donde había una lámpara encendida,
como era habitual cuando ella oraba y se preparaba para el descanso. Las
dos se quedaron de pie, una enfrente a la otra, y recitaron el Magníficat.
Esta noche he visto a María e Isabel. Lo único que recuerdo es que pasaron
toda la noche en oración, aunque no sé la causa de ello. Durante el día he
visto a María ocupada en diversos trabajos, como ser trenzado de colchas.
Vi a Zacarías y a José, que se hallaban aún en camino: pasaron la noche en
un cobertizo. Habían dado grandes rodeos y visitado, me parece, a diversas
familias. Creo que les faltaban tres días para el término del viaje. No recuerdo
otros detalles.
Ayer vi a José en su casa de Nazaret. Creo que ha ido a ella directamente,
sin detenerse en Jerusalén. La criada de Ana se encarga del cuidado doméstico,
yendo de una casa a otra. Fuera de ella no hay nadie más en la casa de
José, que está completamente solo. También vi a Zacarías de vuelta en su
casa. Vi a Maria e Isabel recitando el Magníficat y ocupándose de diversos
trabajos. Al caer la tarde pasearon por el huerto , donde había una fuente,
cosa no común en el país. Por la noche, pasadas las horas de calor, iban a
pasear por los alrededores, pues la casa de Zacarias se halla aislada y rodeada
de campiñas. Habitualmente se acostaban más o menos a las nueve, levantándose
siempre antes de la salida del sol.
He visto un cuadró indescriptible de la Iglesia. Se me apareció la Iglesia en
forma de una fruta octogonal muy delicada que nacía de un tallo cuyas raíces
tocaban en una fuente ondulante de la tierra. El tallo no era más alto de
lo necesario como para poder ver entre la iglesia y la tierra. Delante de la
iglesia había una puerta, sobre la fuente misma, la cual ondeaba arrojando
de sí algo blanco como arena hacia ambos lados, y en derredor todo reverdecía
y fructíficaba. En la parte delantera de la Iglesia no se veía raíz alguna
de las que iban a la tierra. Dentro de la iglesia y en medio de ella había, a
semejanza de la cápsula de la semilla de la manzana, un recipiente formado
de filamentos blancos, muy tiernos, en cuyos intersticios veíanse como las
semillas de una manzana. En el piso intemo de la iglesia había una abertura
por la cual se podía mirar la fuente ondeante de abajo. Mientras miraba esto
vi que caían algunos granos resecos y marchitos en la fuente. Esa especie de
flor se iba transformando cada vez más en una iglesia y la cápsula del medio
se iba convirtiendo en un artístico armazón parecido a un hermoso ramo.
Dentro de este artificio he visto a la Santísima Virgen y a Santa Isabel, que
parecían a su vez como dos santuarios o Sancta Sanctorum. Vi que ambas se
saludaban volviéndose una hacia la otra. En ese momento aparecían dos rostros
de ellas: Jesús y Juan. A Juan lo he visto encorvado dentro del seno materno.
A Jesús lo vi como lo suelo ver en el Santísimo Sacramento: a semejanza
de un pequeño Niño luminoso que iba hacia donde estaba Juan. Estaba
de pie, como flotando, y llegándose a Juan le quitaba como una neblina. El
pequeño Juan estaba ahora con el rostro echado sobre el suelo. La neblina
caía al pozo por la mencionada abertura y era absorbida y desaparecía en la
fuente que estaba debajo. Luego Jesús levantó al pequeño Juan en el aire, y
lo abrazó. Después de esto he visto volver a ambos al seno materno, mientras
María e Isabel cantaban el Magníficat. Bajo este cántico he visto a ambos
lados de la Iglesia a José y a Zacarías adelantarse, y detrás de ellos otros
muchos hasta llenarse la iglesia, que concluyó en una gran festividad realizada
adentro. En derredor de la iglesia crecía una viña con tanta pujanza que
fue necesario podarla por varias partes.
La iglesia asentóse, por fin, en el suelo; apareció un altar en ella y en la
abertura que daba al pozo se formó un baptisterio. Muchísima gente entraba
por la puerta a la iglesia. Todas estas transfom1aciones se produjeron lentamente,
como brotando y creciendo. Me es difícil explicar todo esto tal como
lo he visto. Más tarde, en la fiesta de San Juan, tuve otra visión. La iglesia
octogonal era ahora transparente como cristal o, mejor dicho, como si fueran
rayos de agua cristalina. En medio de ella había una fuente de agua, bajo
una torrecita, donde vi a Juan bautizando. De pronto se cambió el cuadro y
de la fuente del medio brotó un tallo como una flor. En derredor había ocho
columnas con una corona piramidal sobre la cual estaban los antepasados de
Ana, de Isabel y de Joaquín con María y José y los antepasados de Zacarías
y de José algo apartados de la rama principal. Juan estaba arriba en una rama
del medio. Pareció que salia una voz de él, y he visto entonces a muchos
pueblos, a reyes y príncipes entrar en la iglesia y a un obispo que distribuía
el Santísimo Sacramento. Oí a Juan que hablaba de la gran dicha de la gente
que había entrado en la iglesia.

XXXIV
Nacimiento de Juan. María regresa a Nazaret
Vi a la Virgen Santísima después de su vuelta de Juta a Nazaret, pasando
algunos días en casa de los padres del discípulo Pannenas, el cual
en aquella época no había nacido aún. Creo haber visto esto en el mismo
momento del año en que sucedió. Tengo la sensación de que fue así. Según
esto, el nacimiento de Juan habría tenido lugar a fines de Mayo o principios
de Junio. María se quedó tres meses en casa de Santa Isabel, hasta el nacimiento
de Juan. En el tiempo de la circuncisión del niño ya no se hallaba
allí.
Cuando María partió para Nazaret, José acudió a su encuentro a la mitad del
camino. Cuando José volvió a Nazaret con la Santísima Virgen, notó que se
hallaba encinta, y le asaltaron toda clase de dudas y de inquietudes, pues
ignoraba la aparición del ángel y su revelación a María. Después de su desposorio,
José había ido a Belén por asuntos de familia, y María, entre tanto,
a Nazaret, con sus padres o algunas compañeras. La salutación angélica
había tenido lugar antes del retorno de José, y María, en su tímida humildad,
había guardado silencio sobre el secreto de Dios. José, turbado e inquieto,
no demostraba nada exteriormente; pero luchaba en silencio contra sus dudas.
La Virgen, que había previsto esto, permanecía grave y pensativa, lo
cual aumentaba las angustias de José. Cuando llegaron a Nazaret la Virgen
no se dirigió en seguida a su casa con San José, sino que se quedó dos días
en casa de una familia emparentada con la suya, donde habitaban los padres
del discípulo Parmenas, no nacido aún, que fue más tarde uno de los siete
diáconos en la primera comunidad de los cristianos de Jerusalén. Aquellas
gentes se hallaban vinculadas a la Sagrada Familia, siendo la madre, hermana
del tercer esposo de María de Cleofás, el cual fue padre de Simeón,
obispo de Jerusalén. Tenían una casa y jardín en Nazaret. También tenían
parentesco con María Santísima por Isabel. Vi a la Virgen permanecer algún
tiempo en esa casa, antes de volver a la de José. Entre tanto la inquietud de
José aumentó de tal manera, que cuando María volvió a su lado, José se
había formado el propósito de dejarla, huyendo secretamente de la casa y de
su lado.
Mientras iba pensando estas cosas se le apareció un ángel que le dijo palabras
que tranquilizaron su ánimo.

XXXV
Preparativos para el nacimiento de Jesús
Desde hace varios días veo a María en casa de Ana, su madre, cuya casa
se halla más o menos a una legua de Nazaret, en el valle de Zabulón.
La criada de Ana permanece en Nazaret cuando María está ausente y
sirve a José. Veo que mientras vivió Ana casi no tenían hogar independiente
del todo, pues recibían siempre de ella todo lo que necesitaban para su manutención.
Veo desde hace quince días a María ocupada en preparativos para
el nacimiento de Jesús: cose colchas, tiras y pañales. Su padre Joaquín ya
no vive. En la casa hay una niña de unos siete años de edad que está a menudo
junto a la Virgen y recibe lecciones de María. Creo que es la hija de
María de Cleofás y que también se llama María. José no está en Nazaret,
pero debe llegar muy pronto. Vuelve de Jerusalén donde ha llevado los animales
para el sacrificio. Vi a la Virgen Santísima en la casa, trabajando, sentada
en una habitación con otras mujeres. Preparaban prendas y colchas para
el nacimiento del Niño.
Ana poseía considerables bienes en rebaños y campos y proporcionaba con
abundancia todo lo que necesitaba María, en avanzado estado de embarazo.
Como creía que María daría a luz en su casa y que todos sus parientes vendrían
a verla, hacía allí toda clase de preparativos para el nacimiento del Niño
de la Promesa, disponiendo, entre otras cosas, hermosas colchas y preciosas
alfombras. Cuando nació Juan pude ver una de estas colchas en casa
de Isabel. Tenía figuras simbólicas y sentencias hechas con trabajos de aguja.
Hasta he visto algunos hilos de oro y plata entremezclados en el trabajo
de aguja. Todas estas prendas no eran únicamente para uso de la futura madre:
había muchas destinadas a los pobres, en los que siempre se pensaba en
tales ocasiones solemnes. Vi a la Virgen y a otras mujeres sentadas en el
suelo alrededor de un cofre, trabajando en una colcha de gran tamaño colocada
sobre el cofre. Se servían de unos palillos con hilos arrollados de diversos
colores. Ana estaba muy ocupada, e iba de un lado a otro tomando
lana, repartiéndola y dando trabajo a cada una de ellas.
José debe volver hoy a Nazaret. Se hallaba en Jerusalén donde había ido a
llevar animales para el sacrificio, dejándolos en una pequeña posada dirigida
por una pareja sin hijos situada a un cuarto de legua de la ciudad, del lado de
Belén. Eran personas piadosas, en cuya casa se podía habitar confiadamente.
Desde allí se fue José a Belén; pero no visitó a sus parientes, queriendo tan
solo tomar informes relativos a un empadronamiento o una percepción de
impuestos que exigía la presencia de cada ciudadano en su pueblo natal.
Con todo, no se hizo inscribir aún, pues tenía la intención, una vez realizada
la purificación de María, de ir con ella de Nazaret al Templo de Jerusalén, y
desde allí a Belén, donde pensaba establecerse. No sé bien qué ventajas encontraba
en esto, pero no gustándole la estadía en Nazaret, aprovechó esta
oportunidad para ir a Belén. Tomó informes sobre piedras y maderas de
construcción, pues tenía la idea de edificar una casa. Volvió luego a la posada
vecina a Jerusalén, condujo las víctimas al Templo y retornó a su hogar.
Atravesando hoy la llanura de Kimki a seis leguas de Nazaret, se le apareció
un ángel, indicándole que partiera con María para Belén, pues era allí
donde debía nacer el Niño. Le dijo que debía llevar pocas cosas y ninguna
colcha bordada. Además del asno sobre el cual debía ir María montada, era
necesario que llevase consigo una pollina de un año, que aún no hubiese tenido
cría. Debía dejarla correr en libertad, siguiendo siempre el camino que
el animal tomara.
Esta noche Ana se fue a Nazaret con la Virgen María, pues sabían que José
debía llegar. No parecía, sin embargo, que tuvieran conocimiento del viaje
que debía hacer María con José a Belén. Creían que María daría a luz en su
casa de Nazaret, pues vi que fueron llevados allí muchos objetos preparados,
envueltos en grandes esteras. Por la noche llegó José a Nazaret. Hoy he visto
a la Virgen con su madre Ana en la casa de Nazaret, donde José les hizo
conocer lo que el ángel le había ordenado la noche anterior. Ellas volvieron
a la casa de Ana, donde las vi hacer preparativos para un viaje próximo. Ana
estaba muy triste. La Virgen sabía de antemano que el Niño debía nacer en
Belén; pero por humildad no había hablado. Estaba enterada de todo por las
profecías sobre el nacimiento del Mesías que ella conservaba consigo en
Nazaret. Estos escritos le habían sido entregados y explicados por sus maestras
en el Templo. Leía a menudo estas profecías y rogaba por su realización,
invocando siempre, con ardiente deseo, la venida de ese Mesías. Llamaba
bienaventurada a aquélla que debía dar a luz y deseaba ser tan sólo la
última de sus servidoras. En su humildad no pensaba que ese honor debía
tocarle a ella. Sabiendo por los textos que el Mesías debía nacer en Belén,
aceptó con júbilo la voluntad de Dios, preparándose para un viaje que habría
de ser muy penoso para ella, en su actual estado y en aquella estación, pues
el frío suele ser muy intenso en los valles entre cadenas montañosas.

XXXVI
Partida de María y de José hacia Belén
Esta noche vi a José y a María, acompañados de Ana, María de Cleofás
y algunos servidores, salir de la casa de Ana para su viaje. María iba
sentada sobre la albarda del asno, cargado además con el equipaje, José lo
conducía. Había otro asno sobre el cual debía regresar Ana.
Esta mañana he visto a los santos viajeros a unas seis leguas de Nazaret, llegando
a la llanura de Kimki, que era el lugar donde el ángel se le había aparecido
a José dos días antes. Ana poseía un campo en aquel lugar y los servidores
debían tomar allí la burra de un año que José quería llevar, la cual
corría y saltaba delante o al lado de los viajeros. Ana y Maria de Cleofás se
despidieron y regresaron con sus servidores. Vi a la Sagrada Familia caminando
por un sendero que subía a la cima de Gelboé. No pasaban por los
poblados, y seguían a la pollina, que tomaba caminos de atajo. Pude verlos
en una propiedad de Lázaro, a poca distancia de la ciudad de Ginim, por el
lado de Samaria. El cuidador los recibió amistosamente, pues los había conocido
en un viaje anterior. Su familia estaba relacionada con la de Lázaro.
Veo allí muchos hermosos jardines y avenidas. La casa está sobre una altura;
desde la terraza se alcanza a contemplar una gran extensión de la comarca.
Lázaro heredó de su padre esta propiedad. He visto que Nuestro Señor
se detuvo con frecuencia durante su vida pública en este lugar y enseñó en
los alrededores. El cuidador y su mujer trataron muy amistosamente a María.
Se admiraron que hubiese emprendido semejante viaje en el estado en
que se encontraba, dado que hubiera podido quedarse tranquilamente en casa
de Ana.
He visto a la Sagrada Familia a varias leguas del sitio anterior, caminando
en medio de la noche hacia una montaña a lo largo de un valle muy frío,
donde había caído escarcha. La Virgen María, que sufría mucho el frío, dijo
a José: «Es necesario detenernos aquí, pues no puedo seguir». No bien dijo
estas palabras se detuvo la borriquilla debajo de un gran árbol de terebinto,
junto al cual había una fuente. Se detuvieron y José preparó con las colchas
un asiento para la Virgen, a la cual ayudó a desmontar del asno. María sentóse
debajo del árbol y José colgó del árbol su lintema. A menudo he visto
hacer lo mismo a las personas que viajan por estos lugares. La Virgen pidió
a Dios ayuda contra el frío. Sintió entonces un alivio tan grande y una corriente
de calor tal que tendió sus manos a José para que él pudiera calentar
un tanto sus manos ateridas. Comieron algunos panecillos y frutas, y bebieron
agua de la fuente vecina, mezclándola con gotas del bálsamo que José
llevaba en su cántaro. José consoló y alegró a María. Era muy bueno y sufría
mucho en ese viaje tan penoso para ella. Habló del buen alojamiento
que pensaba conseguir en Belén. Conocía una casa cuyos dueños eran gente
buena y pensaba hospedarse allí con ciertas comodidades. Mientras iban de
camino hacía el elogio de Belén, recordando a María todas las cosas que
podían consolarla y alegrarla. Esto me causaba lástima, pues yo sabia todo
lo que sufriría: todo iba a acontecer de diferente manera. A esta altura habían
pasado ya dos pequeños arroyos, uno a través de un alto puente, mientras
los dos asnos lo cruzaban a nado. La borriquilla que iba en libertad, tenía
curiosas actitudes. Cuando el camino era recto y bien trazado, sin peligros
para perderse, como entre dos montañas, corría delante o detrás de los viajeros.
Cuando el camino se dividía, aguardaba y tomaba el sendero recto.
Cuando debían detenerse, se paraba como lo hizo bajo el terebinto. No sé si
pasaron la noche bajo este árbol o buscaron otro hospedaje. Este viejo terebinto
era un árbol sagrado, que había formado parte del bosque de Moré,
cerca de Siquem. Abrahán, viniendo de Canaán, había visto aparecer allí al
Señor, el cual le había prometido aquella tierra para su posteridad, y el Pa-
triarca alzó un altar debajo del terebinto. Jacob, antes de ir a Betel para ofrecer
sacrificio al Señor, había enterrado bajo el árbol los ídolos de Labán y
las joyas de su familia. Josué había levantado allí el tabernáculo donde se
hallaba el Arca de la Alianza, y, reunida la población, le había exigido renunciar
a los ídolos. En este mismo sitio Abimelec, hijo de Gedeón, fue
proclamado rey por los siquemitas.
Hoy vi a la Sagrada Familia llegar a una granja, a dos leguas al Sur del terebinto.
La dueña de la finca estaba ausente y el hombre no quiso recibir a José,
diciéndole que bien podía ir más lejos. Un poco más adelante vieron que
la borriquilla entraba en una cabaña de pastores, y entraron ellos también.
Los pastores que se hallaban allí, vaciando la cabaña, los recibieron con benevolencia:
les dieron paja y haces de junco y ramas para que encendieran
fuego. Fueron después a la finca donde había sido rechazada la Sagrada Familia,
e hicieron el elogio de José y de la belleza y santidad de María, ante
la señora de la casa, la cual reprochó a su marido por haber rechazado a personas
tan buenas. Luego vi a esta mujer ir adonde estaba María; pero no se
atrevió a entrar por timidez y volvió a su casa a buscar alimentos. La cabaña
estaba en el flanco Oeste de una montaña, más o menos entre Samaria y Tebez.
Al Este, más allá del Jordán, está Sucot. Ainón se encuentra un poco
más al Mediodía, al otro lado del río. Salim está más cerca. Desde allí habría
unas doce leguas hasta Nazaret. La mujer volvió en compañía de dos niños a
visitar a la Sagrada Familia, trayendo provisiones. Disculpóse afablemente y
se mostró muy conmovida por la dificil situación de los caminantes. Después
que éstos hubieron comido y descansado, presentóse el marido de
aquella mujer y pidió perdón a San José por haberlo rechazado. Le aconsejó
que subiera una legua más por la cima de la montaña, que allí encontraría un
buen refugio antes de comenzar las fiestas del sábado, donde podría pasar el
día del reposo festivo.
Se pusieron en camino y después de haber andado una legua llegaron a una
posada de varios edificios, rodeados de árboles y jardines. Vi algunos arbustos
que dan el bálsamo, plantados a espaldera. La posada estaba en la parte
Norte de la montaña. La Virgen Santísima había desmontado y José llevaba
el asno. Se acercaron a la casa y José pidió alojamiento; pero el dueño se
disculpó, diciendo que estaba lleno de viajeros. Llegó en esto la mujer, y al
pedirle la Virgen alojamiento con la más conmovedora humildad, aquella
sintió una profunda emoción. El dueño no pudo resistir y les arregló un refugio
cómodo en el granero cercano y llevó el asno a la cuadra. La borriquilla
corría libre por los alrededores. Siempre estaba lejos de ellos cuando no
tenía que señalar camino.