Desde el fin de la primera Pascua hasta la prisión de San Juan Bautista – Sección 8

XXXVIII
Galaaditis, Galaad, Gamala, Gerasa
Así llegaron a la comarca de Galaaditis. Allí se habían detenido
Abraham y Loth, y hubo aquí una repartición de tierras entre ellos.
Jesús recordó esto, y les dijo que no hablasen de la curación de los leprosos
para no irritar a nadie y que debían portarse ahora prudentemente para no
despertar la suspicacia de otros, puesto que los nazarenos habían hecho
mucho ruido y despertado el enojo en otros. Dijo que el Sábado siguiente
quería enseñar de nuevo en Cafarnaúm: allí verían lo que es el amor del
prójimo y la gratitud de los hombres. Les anunció que lo recibirían de muy
diferente manera que cuando sanó al hijo del centurión.
Habrían andado algunas horas hacia el Noreste en un recodo del mar cuando
llegaron frente a Galaad al Sur de Gamala. Había aquí paganos y judíos
como en la mayoría de estas ciudades. Los discípulos hubieran deseado
entrar, pero Jesús les dijo que si iba Él con los judíos de aquí no le darían
nada y le recibirían mal, y si entraban en casa de los paganos murmurarían
los judíos y lo calumniarían. Dijo que esta ciudad sería destruida y que era
muy mala. Los discípulos hablaron también de un cierto Agabus, un profeta
que vivía ahora de Argob, en estas regiones, que de tiempo atrás tenía
visiones de la misión de Jesús y que había profetizado de Él no hace mucho;
más tarde fue un discípulo. Jesús les dijo que sus padres eran herodianos y
que le habían educado en esa misma secta, pero que se había convertido.
Añadió Jesús que estas sectas eran sepulcros blanqueados, que por dentro
estaban llenos de podredumbre. Estos herodianos estaban de la parte oriental
del Jordán, en Perea. Traconítidis, e Yturea especialmente. Se mantienen
ocultos, llevan una vida tenebrosa y se ayudan unos a otros secretamente.
Acuden muchas pobres gentes a ellos, y ellos, aparentemente, las ayudan,
porque en lo exterior son muy farisaicos; trabajan secretamente por la
libertad de los judíos del yugo de los romanos y son partidarios de Herodes.
Hacen obra tenebrosa, como entre nosotros los masones.
Tuve el convencimiento, por las palabras de Jesús, de que ellos se
mostraban muy observantes y santos, pero que eran hipócritas y fingidos.
Jesús permaneció con los discípulos en un albergue de publicanos. Había
aquí muchos publicanos reunidos a quienes los paganos pagaban impuestos
por las mercaderías que introducían al país. Parecía que no lo conocían.
Jesús no les habló. Enseñó aqui de la proximidad del reino y del Padre que
envía a su Hijo a la viña y les dio a entender muy claramente que Él era el
Hijo, añadiendo que todos aquellos que hacían la voluntad de su Padre eran
hijos de Dios. Con esto quedó algo oculto lo que les había manifestado antes
claramente. Los exhortó al bautismo: se convirtieron algunos y preguntaron
si debían hacerse bautizar por los discípulos de Juan. Él les respondió que
esperasen hasta que fuesen allá a bautizar sus propios discípulos. Los
discípulos preguntaron hoy si su bautismo era diferente del de Juan, porque
ellos habían recibido el de Juan. Jesús hizo una diferencia y llamó al de Juan
una purificación de penitencia. En esta enseñanza con los publicanos hubo
una referencia a la Trinidad, hablando del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo en una Unidad; pero lo dijo en otra manera. Los discípulos de aquí no
se extrañaban de tratar con los publicanos. Como Jesús había estado con los
esenios en Nazaret y los fariseos le reprochaban esto mismo, preguntaron
ellos algo sobre los esenios, y he oído que Jesús preguntando varias cosas
indirectamente, los alababa. Así. mencionando las faltas que se cometían
contra el amor del prójimo y la justicia preguntaba: «¿Hacen los esenios
esto? … ¿Hacen acaso los esenios aquello otro?».
Al llegar cerca de Galaad salieron algunos endemoniados gritando, mientras
corrían hacia una comarca desierta. Estaban abandonados y robaban y
asaltaban a las gentes de los alrededores, matando y cometiendo toda clase
de fechorías. Jesús los miró, los bendijo desde lejos, y de pronto se callaron,
se vieron libres y acudieron a postrarse a sus pies. Jesús los exhortó a la
penitencia y al bautismo y les dijo que esperasen hasta que sus discípulos
bautizasen en Ainón.
Alrededor de Galaad era un terreno pedregoso sobre un suelo blanquizco y
deleznable. Se dirigió Jesús con los suyos hacia la montaña en cuyo extremo
Sur está la ciudad de Gamala en dirección Noroeste respecto del mar de
Galilea. Pasó por Gerasa, que se veía en lontananza, camino de una hora, en
una hondonada, y que tenía en torno unos pantanos formados por las aguas
detenidas por un dique, que corrían entre peñascos al mar de Galilea. Jesús
habló con los discípulos de este lugar. Cierto profeta había sido burlado a
causa de su rostro algo deforme y les había dicho: «Oíd vosotros, que os
burláis de mi persona: vuestros hijos quedarán obstinados cuando venga
Uno más grande que yo, que enseñará y sanará aquí, y ellos no se alegrarán
de la salud, por la pena que tendrán a causa de la pérdida de animales
inmundos». Era una profecía sobre Jesús, referente a la entrada de los
demonios en los cerdos de los gerásenos.
Jesús habló también de lo que le esperaba en Cafarnaúm. Los fariseos de
Séforis, irritados por su enseñanza sobre el matrimonio, habían enviado
mensajeros a Jerusalén, y los nazarenos se habían unido a ellos en sus
quejas, y ahora hay en Cafarnaúm una cuadrilla de fariseos de Jerusalén, de
Nazaret y de Séforis para espiar a Jesús, contradecirle y disputar con Él. En
este camino se encontraron con grandes caravanas de gente pagana con
mulos y bueyes, de gruesas bocas, que caminaban con la cabeza inclinada
por los pesados y anchos cuernos. Eran mercaderes que venían de Siria e
iban a Egipto y que en parte pasaban el río en Gerasa y en parre más arriba,
por los puentes del Jordán. Había mucha gente que se había agregado a la
caravana para oír al profeta y así una parte acudió a Jesús y preguntaron si el
profeta enseñaría en Cafamaúm. Él les dijo que no fueran ahora a
Cafarnaúm si no que se estacionaran en la ladera de la montaña, junto a
Gerasa, que el Profeta pasaría por allí. Él habló de tal manera con ellos, que
preguntaron: «Señor, ¿eres también un profeta?» Y por su aspecto se
pusieron a pensar si no sería Él mismo el profeta.
Cuando Jesús entró con los discípulos en un albergue, cerca de Gerasa,
había un tumulto tal de paganos y viajeros, que se retiró de allí. Los
discípulos hablaron con los paganos del Profeta y los instruyeron. Gerasa
está situada en la bajada de un valle, como a hora y media del mar de
Galilea. Es más grande e importante que Cafarnaúm, con mezcla de
paganos, como casi todas las ciudades de los contornos. Veo templos. Los
judíos son la minoría y son oprimidos; con todo, tienen su escuela y sus
maestros. Hay mucho comercio y manufactura, porque pasan por aquí las
caravanas de Siria y de Egipto. Delante de la puerta he visto un largo
edificio, como de un cuarto de hora de camino, donde fabricaban largas
barras y caños de hierro. He visto que fabricaban las barras planas y luego
las unían soldándolas y redondeándolas. También hacían caños de plomo.
No trabajaban quemando troncos de leña, sino una especie de ladrillos
negros que sacaban de la tierra. El hierro les llegaba de Argob. Los viajeros
paganos se habían estacionado al Norte de Gerasa, en la parte Sur de la
montaña. en una ladera. Había paganos y judíos que se mantenían apartados
de los demás. Los paganos vestían diferente de los judíos: tenían ropas hasta
la mitad de las piernas. Debía haber ricos entre ellos, porque he visto
mujeres que tenían los cabellos recogidos con una gorra de perlas y piedras
preciosas. Otras tenían el velo y los cabellos afuera, recogidos, como
formando un cestillo, adornado con perlas.
Jesús se dirigió a esta ladera y enseñó a las gentes. caminando, mientras iba
de un grupo a otro, o parándose ya en uno ya en otro. Caminaba y enseñaba
como en conversación con viajeros. Usaba preguntas y enseñaba con las
respuestas. Preguntaba: «¿De dónde sois? ¿Qué os mueve a viajar? ¿Qué
esperáis vosotros del Profeta?» Y les decía como tenían que hacer para
hacerse participes de la salud. Decía: «¡Dichosos los que de tan lejos vienen
a buscar la salud! ¡Ay de aquellos entre los cuales está la salud y no la
reciben!» Les explicó las profecías del Mesías, la vocación de los infieles, y
contó el llamado de los tres Reyes Magos, de lo cual tenían ellos
conocimiento. Entre los de la caravana había algunos de la región de Edesa,
donde el siervo del rey Abgaro había llevado la carta y el retrato de Jesús, y
pernoctado en el horno de ladrillos. Jesús no sanó aquí a ningún enfermo. La
gente en general era buena. Con todo había una parte a la cual le pesaba
haber tomado parte en el viaje: se había imaginado una cosa muy diferente del
profeta, según sus sentidos y gustos.
Después de esta enseñanza fue Jesús con los cuatro discípulos a comer con
un maestro judío fariseo, que vivía delante de la ciudad y le había invitado,
y que por soberbia no había aparecido en su enseñanza a los paganos.
Estaban presentes otros fariseos de la ciudad. Recibieron a Jesús
cortésmente, pero con hipocresía, y en la mesa se presentó la ocasión para
decirles de una vez toda la verdad. Un esclavo pagano trajo una hermosa
fuente variopintada con una torta de confituras artísticamente hecha,
formando figuras de pájaros y flores. para depositarla sobre la mesa. Uno de
los fariseos promovió un tumulto diciendo que en la fuente había algo de
impuro, rechazó al pobre esclavo, lo injurió y lo mandó afuera. Jesús dijo
entonces: «No es la fuente, sino lo que está dentro lo que está lleno de
impureza». El dueño de la casa replicó: «Tú te equivocas; la confitura es
absolutamente pura y muy costosa». Jesús quería decir tanto como esto: «Es
muy impuro, pues esto no es sino un compuesto de sensualidad amasado
con el sudor, la sangre, los huesos y las lágrimas de las viudas, los huérfanos
y los pobres». A continuación les dirigió una severa reprensión a su
conducta de derroche, avaricia e hipocresía. Ellos se irritaron mucho y como
no pudieron replicarle, abandonaron la casa todos, menos el dueño de ella,
que continuó halagando a Jesús, porque tenía ]a consigna de espiarlo para
llevarlo a la reunión que los fariseos pensaban celebrar en Cafarnaúm.
Hacia la tarde enseñó nuevamente a los paganos, junto a la montaña. Al
preguntar si debían hacerse bautizar por los discípulos de Juan y al
manifestar el deseo de establecerse en esta región, les aconsejó Jesús que en
cuanto al bautismo esperasen un poco hasta que estuviesen mejor instruidos
y en cuanto a lo demás, se fuesen al otro lado del Jordán, en la alta Galilea,
en la región de Adama, donde había paganos bien instruidos y gente buena,
donde pensaba Él ir dentro de poco a enseñar. Continuó su instrucción a la
luz de las antorchas. Después los dejó y caminó por la orilla del mar hasta
un lugar donde los criados de Pedro le esperaban con una barca.
Era ya muy tarde, y los tres criados de Pedro usaban teas encendidas cuando
se embarcaron a una media hora de Bethsaida-Julias. La barca donde subió
Jesús la habían acomodado Pedro y Andrés con sus siervos para Jesús. Éstos
eran no sólo pescadores y marineros, sino que sabían hacer sus barcas.
Pedro tenía tres de estas barcas, una de ellas tan grande como una casa. La
barca que hizo para Jesús podía contener como diez hombres y por el ancho
y largo tenía forma de un huevo. L.a parte delantera y la posterior estaban
cerradas, y se podía guardar allí lo necesario y había comodidad para lavarse
los pies. En medio se alzaba el mástil y desde los bordes salían pértigas que
iban al mástil. Sobre las pértigas se enderezaban las velas. En tomo del
mástil estaban los asientos. Desde esta barca enseñó Jesús muchas veces y
muchas navegó de una a otra orilla entre las otras naves. Las naves grandes
tenían en torno del mástil pabellones redondos en forma de terrazas, como
galerías, unas sobre otras, desde donde se podía ver, y arriba se podía uno
retirar a solas. En las pértigas que iban al mástil había resaltos para poder
subir y a ambos lados de la nave había cajones como lastre o balsas para que
la nave no volcase en las tormentas y con las cuales se aligeraba la nave o se
hundía a voluntad del conductor. A veces estos cajones estaban llenos de
agua, a veces flotaban vacíos. También solian meter allí los pescados. Se
podían acomodar tablas delante y detrás de estas naves para llegar mejor a
las balsas o pasar de una nave a otra o recoger las redes. Cuando no
pescaban usaban estas naves para pasar caravanas de mercaderes. Los
siervos de estos pescadores y marinos eran en su mayor parte esclavos
paganos. Pedro tenía cierto número de ellos a su servicio.

XXXIX
Jesús en casa de Pedro. Medidas de los fariseos
Jesús desembarcó arriba de Bethsaida, no lejos de la casa de los leprosos,
donde le esperaban Pedro, Andrés, Juan, Santiago el Menor y Felipe.
Jesús no entró en Bethsaida. sino que anduvo con ellos por el camino más
corto, sobre una altura, hasta la casa de Pedro, en el valle entre Bethsaida y
Cafarnaúm. Allí estaban María y las santas mujeres. La suegra de Pedro
estaba enferma, en cama. Jesús la visitó. pero no la sanó aún. Le lavaron los
pies y se preparó una comida, durante la cual la principal conversación fue
que los fariseos de diversas escuelas de Judea y de Jerusalén habían
mandado a quince fariseos a Cafarnaúm para espiar las enseñanzas de Jesús.
De los centros más grandes vinieron dos, de Séforis uno, y de Nazaret aquel
hombre joven que varias veces había pedido a Jesús que lo admitiese entre
sus discípulos y había sido rechazado. Había sido nombrado escriba por esa
comisión y hacía poco había contraído matrimonio. Jesús dijo a los
discípulos: «¿Veis por quién me habéis rogado? Viene para espiarme y pide
ser mi discípulo». Este joven había querido ser discípulo por vanidad y
adquirir fama, y como no fue recibido se había unido a los enemigos de
Jesús. Estos fariseos debían permanecer largo tiempo en Cafarnaúm.
De los llegados a Cafarnaúm uno debía volver para referir y el otro
permanecer para espiar a Jesús. Habían celebrado una reunión y tenían
delante de sí al centurión Serobabel, al padre y al hijo preguntándoles sobre
su curación y la enseñanza que habían oído. No podían negar la curación ni
rechazar su enseñanza; pero no se mostraron satisfechos del modo como
había sucedido. Les irritaba que Jesús no hubiese estudiado con ellos; que
anduviera con gente despreciada, como eran los esenios, pescadores,
publicanos y pecadores: que no tuviera mandato de Jerusalén: que Él no les
preguntara a ellos, que eran sabios y doctores; que no fuera ni fariseo ni
saduceo; que enseñara entre los samaritanos, y que sanara en día de Sábado.
En una palabra, no les gustaba, porque debían humillarse y avergonzarse si
le reconocían como Mesías. El hombre joven de Nazaret era enemigo
declarado de los samaritanos, a los que perseguía en toda forma. Los amigos
y parientes de Jesús deseaban que no fuera Jesús a enseñar el sábado en
Cafarnaúm. María estaba muy preocupada y expresó el deseo de que pasase
a la otra parte del mar. En tales ocasiones Jesús solía contestar brevemente,
sin mayores explicaciones.
Había en Bethsaida y Cafarnaúm grandes multitudes de enfermos, de
paganos y de judíos. Varios grupos de viajeros que habían encontrado a
Jesús al otro lado del mar, le aguardaban aquí. En Bethsaida había grandes
albergues abiertos cubiertos con juncos, separados, para los paganos y los
judíos; en la parte superior estaban los baños para los paganos y en la parte
inferior para los judíos.
Pedro había recibido a muchos enfermos judíos en el circuito de sus
posesiones y alrededor de su casa. Jesús sanó a muchos de ellos al día
siguiente, muy de madrugada. Jesús le había dicho ayer tarde que dejase hoy
su oficio de pescar y le ayudase en la pesca de hombres: que pronto lo iba a
llamar para ese oficio. Pedro obedeció, pero se encontraba en una angustia.
A él siempre le pareció que la vida con Jesús era para él demasiado elevada,
que no podría comprenderlo. Pedro creía, veía los milagros, daba todo lo
que podía de buena gana, hacía todo con voluntad; pero siempre pensaba
que él no era para tanto, que no servía para eso, que era demasiado simple,
que no era digno, y a todo esto se mezclaba un secreto temor por su propio
oficio y su negocio. También le era muy duro, cuando se burlaban de él, de
que siendo un simple pescador alternaba con un profeta, andaba en pos de él
y permitía que en su casa hubiese esa turba de gente que iba y venía,
descuidando sus intereses. Todo esto batallaba dentro de Pedro: él no era tan
ardiente como Andrés y los demás, aunque lleno de fe y de amor a Jesús;
pero era corto, humilde y acostumbrado a su trabajo, y se mantenía sencillo
en su humilde ocupación.
Jesús caminó con Pedro desde la casa, a través de la ladera del monte, hasta
el extremo Norte de Bethsaida. Todo este camino estaba lleno de enfermos,
paganos y judíos, aunque separados, y los leprosos puestos a distancia.
Había allí ciegos, baldados, mudos, sordos, quebrados y judíos hidrópicos.
Las curaciones se hacían con gran orden y con cierta solemnidad. Esta gente
estaba allí desde hacía dos días. y los discípulos Andrés, Pedro y los demás
a los cuales Jesús anunció su venida, los habían ordenado cómodamente,
pues había en el camino algunos rincones apartados con sombra entre las
rocas y en los jardines. Jesús enseñaba y sanaba a los enfermos, que eran
traídos en grupos a su presencia. Varios querían confesar con Él sus
pecados, y Jesús se apartaba con ellos a solas. Ellos se hincaban, llorando y
confesando sus culpas. Entre los paganos había algunos que habían
cometido asesinatos y robos en su viaje. Algunos los dejaba Jesús yaciendo
allí y pasaba a otros, y luego volvía a aquéllos y les decía: «Levántate, tus
pecados te son perdonados». Entre los judíos había adúlteros y usureros.
Cuando Él veía su arrepentimiento y les había impuesto la reparación, oraba
con ellos, ponía sus manos sobre ellos, y se sentían entonces sanos. A
muchos los mandaba bañarse. A algunos paganos los enviaba al bautismo o
a los paganos convertidos de la Alta Galilea. Un grupo venía en pos de otro,
y los discípulos guardaban el orden.

XL
Cura en Bethsaida a muchos enfermos
Jesús pasó a través de Bethsaida,  que estaba llena de gentes, como en una
gran rome1ía, y sanó a muchos enfermos en los albergues y en las
mismas calles. En la casa de Andrés le habían preparado una refección.
Aquí había también niños: la hijastra de Pedro de unos diez años con otras
niñas de su edad y otras dos niñas de diez y de ocho años, respectivamente, y
un hijito de Andrés vestido con túnica amarilla y cinturón. Con ellas había
algunas mujeres de edad. Estaban bajo el techo de la casa y hablaban del
Profeta: corrían, iban y volvían, mirando si estaba cerca el Profeta. Estaban
allí para verlo, porque ordinariamente los niños eran apartados en estas
ocasiones. Jesús los miró al pasar y los bendijo.
Después he visto a Jesús volver a la casa de Pedro y sanar a muchos
enfermos. Creo que eran más de cien las personas que sanó hoy,
perdonándoles sus pecados y diciéndoles lo que debían hacer en lo sucesivo.
He visto aqui que sanaba de diversos modos a los enfermos. Lo hacía así
para enseñar a los apóstoles como debían hacerlo después ellos, y para la
Iglesia de todos los tiempos. En su modo de obrar y andar era como un
hombre en la forma y en la figura: nada había en estas curaciones de teatral
o de espectacular. En todas las curaciones había siempre un pasaje gradual
de la enfermedad y del pecado a la salud y al perdón. He visto que aquellos
a los que ponía las manos sobre la cabeza o sobre los que oraba, sentían una
conmoción interna de unos momentos, y se veían sanos después de una
especie de desvanecimiento momentáneo. Los baldados se levantaban
lentamente, echaban sus muletas a un lado y se hincaban de rodillas para
agradecer; pero las fuerzas completas y el vigor entraba en ellos de a poco;
en algunos a las pocas horas, en otros después de unos días. He visto a
hidrópicos que apenas podían llegar a Él y a otros que eran llevados: les
ponía la mano sobre la cabeza y en la región del estómago; podían andar
sanos después de su palabra pero el agua se les iba luego poco a poco en
sudor o en otra forma. Los leprosos perdían, ante su palabra, las costras
enfermas; pero quedaban manchas encarnadas que desaparecían después de
algún tiempo. Los que sanaban de la ceguera, mudez o de los oídos sentían
al principio una sensación desacostumbrada por no haber usado esos
sentidos. He visto a hidrópicos que se sentían sanos, pero que conservaban
algún tiempo la hinchazón, que se les iba luego lentamente. Los que tenían
convulsiones sanaban en seguida; los que tenían fiebre la perdían también
de golpe; pero en general no se sentían de repente sanos, frescos y fuertes,
sino que mejoraban como una planta reseca con el agua de la lluvia. Los
endemoniados caían frecuentemente en desmayo breve y luego se
levantaban libres, pero con la mirada cansada e intranquila. Todo procedía con
orden y quietud, y sólo los incrédulos y los enemigos de Jesús podían
encontrar en sus milagros algo que los atemorizaba.
Los paganos que habían venido hasta aquí eran generalmente gentes que
habían estado en el bautismo o predicación de Juan: procedían de la Alta
Galilea, donde los paganos habían ya oído a Jesús y visto sus milagros, y
deseaban ser ellos instruidos y convertirse. Algunos tenían el bautismo de
Juan, otros no lo tenían. Jesús no le mandaba a nadie la circuncisión.
Enseñaba, cuando se le preguntaba, de la circuncisión de los afectos del
corazón y de los sentidos y como debían portarse en adelante. Los exhortaba
al amor del prójimo, a la templanza, a la mortificación, a cumplir los diez
mandamientos de Dios; les enseñaba partes de una oración, como algunas
peticiones del Padre Nuestro, y les prometía enviarles a los apóstoles.

XLI
Jesús enseña y hace curaciones en Cafarnaúm
En la pasada tarde se veían banderas con los nudos de costumbre y
colgajos de frutas sobre la sinagoga y en los edificios públicos, porque
entraba el último día del mes Ab y con el sábado empezaba el primer día del
mes EliuK.
Después que Jesús hubo sanado a muchos enfermos judíos en
Bethsaida, se dirigió con los discípulos a la casa de Pedro, junto a
Cafarnaúm, adonde habían acudido ya las mujeres y donde le esperaban de
nuevo muchos enfermos. Había allí dos sordos a quienes Jesús puso los
dedos en los oídos. Trajeron a otros dos que apenas podían caminar, que
tenían los brazos inmóviles y los dedos hinchados. Jesús les puso las manos,
oró con ellos, y tomándolos de ambas manos, movió los dedos, y quedaron
sanos. La hinchazón permaneció y desapareció después de algunas horas.
Los exhortó a usar sus manos en adelante para la gloria de Dios; pues por
causa de pecados habían quedado en ese estado. Sanó a muchos aun y
después marchó para el sábado a la ciudad. Había allí una gran multitud.
Habían dejado libres a los endemoniados, que corrían por las calles al
encuentro de Jesús y clamaban en pos de Él. Jesús les mandó callar y salir
de ellos. Entonces quedaron callados, y silenciosos acompañaron a Jesús a
la sinagoga, con maravilla de todos los presentes, y escucharon su
enseñanza allí dentro.
Los fariseos, especialmente los quince que habían venido para espiar,
estaban sentados en torno de su asiento y le trataban con fingida reverencia.
Le dieron los rollos de la Escritura. Jesús enseñó sobre Isaías, capítulo 49,
de que Dios no ha olvidado a su pueblo. Leyó: «Aunque una mujer olvide a
su hijo, Dios no olvidará a su pueblo», y lo explicó con lo que sigue: Dios
no puede, por la perversidad de los hombres. ser impedido de compadecerse
de los desamparados. Es llegado el tiempo del cual el profeta habla, que ve
siempre los muros de Sión. Ahora es el tiempo en que los destructores
tienen que huir y vienen los maestros de obra. Él juntará a muchos para
adornar su santuario. Muchos se harán piadosos y buenos, muchos serán
bienhechores y guías del pobre pueblo, de modo que la sinagoga infructuosa
tendrá que decir: ¿quién me ha criado todos estos hijos? Los paganos se
convertirán a la Iglesia y los reyes la servirán. El Dios de Jacob quitará al
enemigo, a la perversa sinagoga su gente y dejará a aquéllos que se harán
culpables, como asesinos del Salvador, que se irriten y se destrocen entre
ellos. Todo esto lo refirió a la destrucción de Jerusalén, si no recibía ahora el
reino de la gracia. Dios pregunta: si se ha apartado de la sinagoga, si tiene
una carta de repudio, si ha vendido a su pueblo. Sí, por causa de los pecados
fue vendido. Las sinagogas son desechadas por causa de sus delitos. Él ha
llamado y advertido, y nadie se dio por entendido. Dios es poderoso: puede
remover cielos y tierra (Isaías 50-1 ). Todas estas cosas las refirió Jesús a su
tiempo. Demostró que todo se había cumplido, que su Padre le había
enviado a Él, para anunciar la salud y traerla, y para juntar a los dejados por la
sinagoga y a los pervertidos por ella.
Cuando Jesús dijo las palabras de la Escritura, aplicándolas a Sí mismo, que
Dios, el Señor, le había dado una lengua sabia para llevar a los dejados y a
los extraviados al camino, que le ha abierto desde temprano los oídos para
oír sus mandamientos. y que Él no había contradicho; cuando Jesús dijo
estas cosas, las tomaron los fariseos tal como sonaban naturalmente y decían
que se alababa a Sí mismo. Aunque estaban penetrados de su enseñanza y
después de oír decían: «Nunca profeta alguno ha hablado así», con todo
murmuraban luego uno a otro en los oídos. Jesús explicó todavía las
palabras del profeta: de que Él se había tomado trabajo por ellos, que se
había dejado pegar en el rostro y había dejado azotar su cuerpo, y sufrido la
persecución, y sufrirá aún más. Habló del mal trato en Nazaret, diciendo que
quien pudiera condenarle, se adelantara. Todos sus enemigos envejecerán y
se marchitarán en sus enseñanzas y el Juez vendrá sobre ellos. «Los que
temen a Dios, que oigan sus palabras; los ignorantes sin luz, rueguen a Dios
por luz y esperanza. El juicio vendrá y los que han encendido el fuego
perecerán» (Isaías 50-1 1 ). Todo esro lo refirió a la destrucción del pueblo
judío y de Jerusalén. Los fariseos no pudieron contradecir ni una de sus
palabras. Oían callados; sólo se hablaban al oído, y escarnecían, aunque se
sentían heridos y conmovidos. Luego Jesús explicó algo más sobre Moisés,
y esto viene siempre por último, y añadió una parábola, hablando en esto
más para sus discípulos. y especialmente para el joven escriba nazareno y
traidor. Era la parábola de los talentos que Dios da: porque este joven estaba
muy pagado de su ciencia. Interiormente he visto que quedó herido y
avergonzado, pero no se mejoró. Jesús no dice las parábolas del todo como
están en el Evangelio; pero muy parecidas.
Delante de la sinagoga sanó algunos enfermos y fue con sus discípulos fuera
de la puerta, hacia la casa de Pedro. Habían venido Natanael Chased,
Natanael de Caná y Tadeo desde Caná a la fiesta del sábado. Tadeo viaja a
menudo, porque negocia en el país con redes de pescadores, velas de naves
y sogas. La casa se llenó de nuevo de enfermos durante la noche. Aparte se
encontraban varias mujeres con flujo de sangre. Otros trajeron mujeres
enfermas todo envueltas en telas, sobre camillas. Aparecen pálidas y
míseras, y desde tiempo esperaban a Jesús. Esta vez puso sus manos sobre
ellas y las bendijo: a las que estaban en camillas las mandó levantarse y
desatarles las vendas. Unas ayudaban a las otras. Las exhortó y las despachó
sanas. En la noche se retiró Jesús a orar solo. Los fariseos espías de
Cafarnaúm no habían manifestado públicameme su intento. Al centurión
Serobabel lo habían interrogado privadamente. Se mantenían aquí con otros
pretextos, como otros fariseos, por la festividad del sábado, por ser un lugar
donde había un maestro de fama, y también porque muchos suelen venir a la
región de Genesaret por razón de comercio, o por la belleza del lugar a
descansar en esta región de fertilidad privilegiada.
A la mañana siguiente. muy temprano. fue Jesús de nuevo a Cafarnaúm.
Había muchísima gente y enfermos reunidos en torno de la sinagoga, de los
cuales sanó a muchos. Cuando entró en la sinagoga, donde estaban ya
reunidos los fariseos. empezaron a gritar los endemoniados, y uno
especialmente, que era furioso, se adelantó hacia Jesús, gritando: «¿Qué
tenemos nosotros contigo. Jesús de Nazaret? Tú vienes para perdernos. Yo
sé que eres el Santo de Dios». Mandóle el Señor que callase y saliese de allí.
El hombre cayó al suelo y se agitó con furia, pero el diablo tuvo que salir
gritando. El hombre se encontró sano y se hincó delante de Jesús. Dijeron
entonces muchos, especialmente los discípulos, para que lo oyeran los
fariseos, que se irritaron por ello: «¿Qué nueva enseñanza es esta? ¿Quién
será Éste que hasta tiene fuerza y poder sobre los espíritus inmundos?»
Había tanta gente reunida y tantos enfermos dentro y en derredor de la
sinagoga, que Jesús fue a enseñar a un lugar donde podía volverse a los que
estaban dentro y fuera en el vestíbulo. En torno de Él estaban los fariseos en
el interior, y Jesús, mirando hacia fuera, enseñaba al pueblo: ya se dirigía a
los de adentro, ya a los de afuera. Los pórticos de la sinagoga estaban
abiertos y los oyentes llenaban no sólo el vestíbulo sino los techos de los
edificios, en torno de la sinagoga, a los cuales habían acomodado escaleras
para subir. Debajo había tiendas y celdas para los que oraban y hacían
penitencia. Para los enfermos habían preparado lugares aparte.
Jesús enseñó de nuevo muy vivamente de lsaías y aplicó todo a su tiempo y
a su Persona. «Los tiempos se cumplieron y el reino se acerca». Siempre
habían sentido ansias del cumplimiento de las profecías y habían pedido
profetas y suspirado por el Mesías, para que viniera a quitarles la carga;
pero cuando está con ellos no le querrán, porque Él no será como se lo
imaginan en sus equivocadas ideas. Indicó las señales de los profetas según
habían deseado que se cumpliesen; cosas que habían leído en las escuelas,
en las Escrituras, y por las cuales habían orado y pedido; les mostró que se
habían cumplido las señales. Les dijo: «Los baldados caminarán, los ciegos
verán y los sordos oirán. ¿Acaso no ha sucedido? ¿Qué quieren estos
paganos que han venido a la enseñanza? ¿Qué gritan los endemoniados?
¿Por qué alaban a Dios los sanados de sus males? ¿Acaso no me persiguen
los malos? ¿Acaso no me espían los que me rodean? Ellos habrán de echar
afuera al Hijo del Dueño de la viña y lo matarán, y luego ¿qué les sucederá a
ellos? ¿No queréis recibir la salud? Pues no irá perdida. Vosotros no podréis
impedir que vaya a los pobres, a los enfermos, a los pecadores, a los
publicanos, a los arrepentidos, a los paganos, lo que vosotros no queréis
recibir». De este tenor fue el conjunto de su predicación. Dijo también:
«Vosotros tenéis como un profeta a Juan, a quien han tomado preso. Id a él,
a su prisión ; preguntadle qué camino ha preparado él, de quién ha dado
testimonio él «.
Mientras así hablaba el enojo de los fariseos había crecido sobremanera y
susurraban y murmuraban entre sí. Trajeron a ocho hombres medio
enfermos y a cuatro nobles que padecían de enfermedad impura. Eran de
Cafarnaúm y los pusieron en un lugar del vestíbulo donde Jesús los podía
ver y pudieran ellos oir su voz. No podían ser traídos sino a un lado por
razón de su enfermedad. Como ahora todo estaba ocupado con la multitud
de oyentes no pudieron acercarse y entonces alzaron a estos enfermos sobre
una muralla en alto y luego se abrieron camino entre la multitud, la cual se
apartaba por tratarse de enfermos impuros. Cuando vieron esto los fariseos
se irritaron mucho y murmuraban contra la osadía de esta gente, a la que
tachaban de pecadores públicos, que padecían de enfermedades impuras, y
alzaron la voz diciendo que era un desorden que semejante gente se acercara
a ellos. Como estas palabras llegaron a oídos de los enfermos, éstos se
pusieron tristes, pensando que si Jesús conocía su enfermedad no iba a
querer sanarlos. Estaban llenos de arrepentimiento y hacía tiempo que
deseaban ser socorridos.
Cuando Jesús oyó las murmuraciones de los fariseos se volvió afuera con la
mirada, hacia donde estaban estos enfermos tristes y habiéndoles les dijo:
«Vuestros pecados os son perdonados». Entonces estos hombres se
desataron en lágrimas, mientras los fariseos comenzaron a murmurar con
enojo: «¿Cómo puede decir Él esto? ¿Cómo puede decir que perdona los
pecados?» Jesús les dijo: «Seguidme, y veréis lo que voy a hacer con ellos.
¿Por qué os irritáis de que Yo cumpla la voluntad de mi Padre? Vosotros no
queréis recibir la salud; entonces no impidáis que la reciban los
arrepentidos. Vosotros os irritáis porque sano en día de sábado. ¿Acaso
descansa la mano del Omnipotente en hacer bien en dia de sábado y en
castigar el mal? ¿Y en día de Sábado no alimenta Dios, no sana, no bendice?
¿No deja Dios que os enferméis en día de sábado o que muráis en ese día?
No os irritéis de que el Hijo haga en Sábado la voluntad de su Padre».
Cuando estuvo cerca de los enfermos, dijo a los fariseos: «Quedad ahi,
porque ellos son para vosotros impuros; para Mi no lo son, puesto que sus
pecados les son perdonados. Y ahora contestad: ¿es más fácil decir a un
pecador arrepentido: tus pecados te son perdonados, que decir a un enfermo:
levántate, toma tu camilla y vete?» No sabían qué responder, y Jesús,
acercándose a los enfermos, puso sus manos sobre ellos, a uno después de
otro; dijo una breve oración sobre cada uno, los levantó de las manos, y les
mandó agradecer a Dios, no pecar más y que llevasen sus camillas. Los
cuatro se levantaron de sus camillas, y los ocho que los habían traído, que
habían estado medio enfermos, se vieron completameme sanos y ayudaron a
los demás a salir de sus envoltorios. Estos cuatro sólo se sintieron algo
cansados y no acostumbrados; no obstante, juntaron las maderas de sus
camillas, las tomaron sobre sus hombros, y los doce pasaron llenos de
contento entre la multitud, cantando: «Alabado sea el Señor Dios de Israel.
Él ha obrado grandezas en nosotros. Él se ha compadecido de su pueblo y
nos ha sanado por medio de su Profeta». Con estas palabras se apartaron de
la multitud, que se quedó llena de admiración.
Los fariseos, enojados y avergonzados, se fueron sin saludar. Todo les
disgustaba, lo que Jesús hacía y cómo lo hacía: que Él no compartiera las
ideas de ellos; que ellos, que se creían los sabios, los justos, los elegidos, no
lo fueran, y que Jesús estimara a gentes de las cuales ellos huían y a las que
despreciaban. Tenían siempre mil reparos que hacerle: que no observaba los
ayunos como se debe; que iba con los pecadores, paganos, publicanos,
samaritanos y toda la gentuza; que era de baja estirpe y condición; que
dejaba a sus discípulos en demasiada libertad y no los tenía a raya. En una
palabra, nada les agradaba, y, sin embargo, nada podían reprocharle: no
podían negar su sabiduría y su poder extraordinario, y, a pesar de eso, se
envolvían cada vez más en críticas e irritantes murmuraciones. Cuando se
considera así la vida real de Jesucristo. uno ve que el pueblo y los sacerdotes
de entonces eran como serían hoy en día. Si Jesús viniera ahora, le pasaría
mucho peor aún con muchos escribas, sabios y doctores y con la policía.
La enfermedad de aquellos cuatro era un flujo impuro. Parecían resecos
como si los hubiera herido un ataque de apoplejía. Los otros ocho estaban
en parte baldados. Las camillas eran dos tablas con patas y maderas
transversales y una lona tendida en el medio. Se podía enrollar todo para ser
llevado sobre los hombros como un par de leños. Era algo conmovedor ver a
estos hombres cantando alabanzas al Señor mientras atravesaban la multitud
admirada.